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14/1/21 14:49

cuartopoder.es

¿Pueden ser pobres los blancos


heterosexuales?
Pascual Serrano

9-12 minutos

"En el terreno de nuestra política actual,


sobre todo tras la irrupción de la
ultraderecha institucional, parece que querer
comprender al otro supone una traición o
deslealtad a la izquierda"
"Parece que en la actual guerra de
diversidades que algunos quieren
imponernos, los blancos heterosexuales no
pueden ser pobres"
"Mal vamos si nos dedicamos a estigmatizar
a camioneros, encofradores o jornaleros del
campo considerando que no se merecen
nuestra atención al tratarse de blancos,
heterosexuales y católicos"

El miércoles, 13 de enero de 2021

Imagen de un grupo de manifestantes pro Trump en el


asalto al Capitolio. / Efe

Durante cualquier guerra se suceden llamamientos


regulares para pedir a las tropas del bando enemigo que
se pase al otro. Yo lo vi personalmente en la guerra de El
Salvador y en la guerrilla de Colombia. Lógicamente el
más susceptible de cambiar de bando es el soldado raso,
parte de una situación de poco poder y privilegios, y
puede haberse sentido desengañado con sus dirigentes
militares o políticos, o sencillamente replantearse sus
ideas. Sucedió en la Guerra Civil española, las
deserciones y cambios de bando eran frecuentes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, prácticamente de la
noche a la mañana, la tropa fascista italiana se vio
combatiendo en el bando aliado, y sus socios nazis se
convirtieron en su enemigo.

Sin duda, hay sectores sociales que, por su clase y


origen, parece bastante previsible e inevitable que se
encuentren en un determinado bando y no en el otro.
Sobre todo porque se enfrentan intereses de clase
contrapuestos, es lógico que muchos detecten claramente
en qué lugar se defiende a los de su clase. Sin embargo,
no siempre sucede así. Si, como dicen los movimientos
populares estadounidenses, el conflicto es entre un 1%
privilegiado y un 99% explotado, viendo los resultados
electorales, las movilizaciones sociales, el nivel de
participación política y sindical, es evidente que muchos
del 99% no están convencidos ni ubicados en el bando
que parecería lógico.

Volviendo a nuestro escenario bélico, como es fácil de


imaginar, pergeñar una estrategia destinada a que los
soldados enemigos dejen su trinchera y se pasen a la tuya
pasa por conocer y entender las razones por las que se
encuentran al otro lado. Qué análisis de situación, qué
promesas, qué “razones” encontraron en el bando
enemigo para elegirlo y convertirse así en nuestro
adversario. Y, del mismo modo, qué no supimos explicarle,
a qué necesidades no supimos dar respuesta. O,
sencillamente, hacerle partícipe de nuestros valores e
idearios y hacerle ver que se corresponden con sus
intereses de clase.

Esto que acabo de exponer es de sobra conocido por


todos. En cambio, en el terreno de nuestra política
actual, sobre todo tras la irrupción de la ultraderecha
institucional, parece que querer comprender al otro,
supone una traición o deslealtad a la izquierda. Es
como si solo la animalización del otro bajo la etiqueta de
fascista o nazi (pudiendo ser que lo sea, o no), nos
ayudase a mantener prietas las filas, firme el ideario e
imbatibles en la lucha.

Tras el asalto al Parlamento estadounidense, algunos,


en las redes, intentamos comprender qué pudo motivar a
miles de personas a cometer ese salvaje acto golpista. Del
mismo modo que semanas antes intentamos comprender
qué motivó a 74.223.251 estadounidenses a votar al
demente de Donald Trump. Mientras para algunos estaba
muy claro que se trataba de hombres blancos
heterosexuales que perdían sus privilegios, algunos
creíamos que debíamos, como en la más cruenta de las
guerras, intentar descifrar por qué muchos, a pesar de su
clase social, empleo miserable o directamente pobreza,
habían optado por votar y movilizarse por un
multimillonario racista, vanidoso y enloquecido. Es
evidente que entre esos más de 74 millones de votantes, y
seguro también entre los salteadores del Parlamento
-aunque se identificaron algunos niños bien-, habría
pobres desgraciados desde el punto de vista
socioeconómico. No olvidemos también que a quién se
negaban a aceptar como nuevo presidente era, también,
un hombre blanco heterosexual. Y que el dueño de las
redes sociales que expulsó a Trump también es un
hombre blanco heterosexual.

Las encuestas ya han demostrado que los seguidores


de Trump tienen menos nivel de estudios que los
votantes demócratas, por tanto, ya podemos apreciar un
elemento educacional importante sobre el que se debería
actuar, en lugar de limitarnos a insistir en su maldad. Sin
duda estamos ante bolsas de ciudadanos abducidos por
posiciones violentas, machistas y racistas, pero es el
mecanismo que ha tenido el fascismo históricamente para
seducir mediante mensajes simples a quienes no logran
comprender la complejidad del mundo. Un fascismo que
ahora adopta nuevas formas con las conspiranoias, que
son lo mismo: respuesta irracional a problemas sociales o
sanitarios que son incapaces de interpretar.

En mi intento de comprender sus cabezas, yo les


describí como “desheredados blancos
heterosexuales”, como en la Guerra Civil española yo
podría pensar en desheredados del frente franquista entre
los soldados del ejército sublevado, o desheredados
campesinos combatiendo dentro del ejército de la
oligarquía salvadoreña o colombiana. Paso previo para
intentar llegar a ellos y convencerles de su error en la
elección de bando.

Sin duda los asaltantes del Capitolio perciben que su


superioridad racial y de sexo de los hombres blancos
norteamericanos se tambalea, el problema es que esa
superioridad era lo que les mantenía estables
mentalmente en un sistema político y económico que
seguía teniendo a muchos de ellos en la parte más baja
de la sociedad. Por supuesto que había que terminar de
una vez con su supremacía de raza y de sexo, pero
también les debemos más justicia social, más educación y
más capacidad de participación democrática. Como a
cualquier ciudadano.

Pero parece que en la actual guerra de diversidades


que algunos quieren imponernos, los blancos
heterosexuales no pueden ser pobres. O simplemente,
aunque sean pobres, si no están en nuestro bando ya son
directamente enemigo a batir porque son supremacistas,
fascistas, neonazis... Pero, recuerdo, que los partidarios
de Trump son más de 74 millones, y descartamos
convencerles porque damos por hecho que solo son
gentuza despreciable a la que ni siquiera nos paramos a
pensar por qué están en la trinchera opuesta, aunque
puedan ser tan pobres como el más pobre de la izquierda.
Porque por muchos adinerados que les apoyen, 74
millones dan para muchos pobres.

Porque si oponemos homosexuales contra


heterosexuales, blancos contra negros, hombres contra
mujeres, minorías religiosas contra católicos y
protestantes; y si, en el intento de defender al primer
grupo de estas divisiones, conscientes de que suelen
estar en lugares más desfavorecidos de la escala social
(aunque no siempre), podemos terminar convirtiendo al
blanco heterosexual en sinónimo de supremacista
hasta el punto de que ni aceptamos que pueda haber
alguno que sea pobre de solemnidad.

Los partidarios de Trump que asaltaron el Congreso


sentían que sus expectativas de mejora social se
habían truncado. Estaban dando una salida iracunda y
violenta a su miedo y a su indignación. Decían que
ocupaban la casa del pueblo norteamericano, que era su
casa, y que lo hacían porque no sentían que sus intereses
estuvieran siendo representados. Según ellos estaban
haciendo una revolución en nombre del pueblo
norteamericano. Su seguimiento a Trump y su acción es
tan estúpida como comprensible debería sernos su estado
de ánimo. Como han señalado muchos analistas, el
trumpismo, y todo lo que significa sus puntos en común
con la ultraderecha, son síntomas no el origen del
problema. Si a corto plazo debe caer, por supuesto, todo
el peso de la ley contra esos golpistas violentos, también
debemos estudiar los orígenes del problema más allá de
su mera criminalización y desprecio.

Como ya advirtió Owen Jones hace ocho años en Chavs.


La demonización de la clase obrera, mal vamos si nos
dedicamos a estigmatizar a camioneros, encofradores
o jornaleros del campo considerando que no se
merecen nuestra atención al tratarse de blancos,
heterosexuales y católicos. No faltarán partidos de la
ultraderecha que sí los abracen, precisamente por eso
mismo, por ser blancos, heterosexuales y católicos. Y
entonces es cuando serán supremacistas, al ver que esas
características, que nos deberían importar una mierda,
son por las que unos los despreciaban y otros los
ensalzaban.

Quizás a muchos les interesará mantenerse en el


espectro de la política de la izquierda con un
monodiscurso de que a la ultraderecha ni agua, al
fascismo hay que combatirlo, nazis fuera de nuestros
barrios. Decir eso es como decírselo también al
coronavirus y al cáncer, y luego no tomas ninguna otra
medida. Hasta los soldados republicanos intentaban
convencer a gritos al obrero de la trinchera opuesta, y el
guerrillero salvadoreño dejaba panfletos en los viviendas
que sabía pertenecían a las familias de los militares de
origen campesino. Y precisamente lo hacían los
combatientes de menor rango, porque sabían que para
vencer no debían exterminar ni despreciar al desheredado
del bando enemigo, sino convencerlo.

LEE LA RESPUESTA DE SATO DÍAZ A ESTE


ARTÍCULO: Los blancos heterosexuales pueden ser
pobres, ¿y?

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