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Para la mayoría de la gente, los príncipes, las princesas, los condes y los duques
se encuentran sólo en las páginas de los más famosos cuentos de hadas. Las coronas,
las joyas de valor incalculable y los tronos dorados sólo pertenecen a los sueños de
la infancia.
Pero para algunos, estas fantasías frívolas son verdad.

Para algunos, son la vida real.


En el Upper East Side de Manhattan, la gente siempre me ha tratado como
alguien especial. Todo debido a mi nombre ancestral y legado. Todo por una
conexión que compartimos con la familia más importante de nuestro país.
Soy Caresa Acardi, duchessa di Parma. Una sangre azul de Italia. Nací para
casarme bien. Y ahora la fecha del matrimonio está fijada.
Me voy a casar dentro de la casa Savona. La familia que habría sido la realeza
si Italia no hubiera abolido la monarquía en 1946. Pero para los aristócratas de mi
casa, la abolición no significa nada en absoluto.
Los Savona todavía mantienen el poder donde más cuenta.
En nuestro apretado mundo de dinero, estatus y bailes de máscaras, ellos son
todo y mucho más.
Y pronto me convertiré en una de ellos.
Pronto me convertiré en la esposa del príncipe Zeno Savona...

...o al menos lo iba a hacer, hasta que lo conocí. y todo cambió.


Durante muchos, muchos años, la gran nación de Italia se definió por su
elegancia real. Reyes, reinas, príncipes y princesas gobernaban desde sus castillos.
La gente se inclinaba ante sus pies.
Hasta que dejaron de hacerlo…
En 1946, nació una república. La familia real y sus familias extensas fueron
despojadas formalmente de su poder. Se creía ampliamente que Italia finalmente
había sido liberada del mando de la sangre azul. La aristocracia ya no tenía sus
títulos, su herencia públicamente despojada.
Pero en privado, los asuntos permanecieron prácticamente inalterados.
No se olvidaron de sus ancestros y la tradición, por mucho que la gente de Italia
lo hubiera deseado. Siglos de ceremonia e influencia de clase alta no pueden ser
borrados tan fácilmente.
Aquellas familias italianas que una vez gobernaron como supremos, que alguna
vez fueron el corazón palpitante del país sagrado que honraron, se aferraron
firmemente a sus elevadas condiciones. En sus círculos sociales de élite, nada cambió
mucho. Para las personas que más importaban en su mundo, ningún título
desapareció. No se perdió la riqueza.
Todo era como siempre había sido.
El tiempo pasó. Muchas lunas pasaron. La tradición y el deber duraron; la
sangre real seguía corriendo por las venas de sus herederos.
En la Italia moderna no existen títulos, pero esta ascendencia rica en siglos no
se ha perdido. Todavía hay príncipes y princesas; todavía hay duques y duquesas. Así
como siempre ha sido, se buscan entre ellos.
Los matrimonios se negocian y se organizan para asegurar que las fortunas de
las familias de élite permanezcan intactas y el prestigio se añada a su reputación. Su
mundo es exclusivo, cerrado; a los nacidos en esta vida, tales asuntos son los más
importantes de todos.
Esta es una historia sobre lo que sucede cuando esta red de poder y riqueza es
desafiada.
Esta es una historia sobre lo que sucede cuando el corazón triunfa sobre la
tradición.
Esta es una historia acerca de lo que sucede cuando dos almas se fusionan, dos
almas que nunca deberían haberse conocido.
Caresa
Upper East Side, Nueva York
Hace quince años...

—¿Para mí? —pregunté.


Él asintió.
—Pues, muchas gracias —dije. Su sonrisa era tan grande. Mi príncipe era alto
y guapo, de cabello oscuro y piel bronceada. Tenía los ojos azules más brillantes.
Era italiano, igual que mi papá. Tal como yo.
Corrí a través de mi cuarto de juegos hasta el baúl de vestir y abrí la tapa.
Tiré todos mis vestidos sobre mi hombro, buscando el que quería.
—¡Ajá! —grité, sacando el vestido del fondo del baúl, junto con el velo a juego.
Mi nonna me los dio la Navidad pasada. El vestido era mi vestido favorito.
Me puse el vestido, me puse el peine del velo en el cabello, luego me volteé para
mirarme al espejo. Miré mi reflejo y me eché a reír. ¡Amaba tanto este vestido! Di
vueltas y vueltas, sintiendo la parte de abajo del vestido de encaje largo
arremolinándose alrededor de mis piernas.
Me mareé, así que me detuve y miré a los osos de peluche y a las muñecas
ubicados a ambos lados de mi pasillo. Estaban esperando que la ceremonia
comenzara.
Enderezando mis hombros, caminé hacia el altar y agarré mis flores invisibles
en mi pecho. Esperé diez segundos, y luego comencé a tararear la Marcha Nupcial.
Mis pies avanzaron lentamente, uno tras otro, a tiempo con el ritmo.
Entonces lo vi. Mi príncipe estaba al final del pasillo, vestido con un esmoquin.
Su espalda estaba hacia mí, pero cuando oyó que nuestros huéspedes se ponían de
pie, se volteó. Contuve mi aliento mientras sus ojos azules se encontraban con los
míos. Mi corazón latía tan rápido que casi no pude respirar. Me estaba casando
con él. Estaba a punto de convertirme en su esposa.
Él sonrió. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verme en mi precioso vestido...
porque me amaba.
Mi príncipe me amaba tanto.
Mis piernas temblaron mientras avanzaba. Casi tropecé. Pero mi príncipe
extendió su mano mientras me acercaba. No me dejó caer. Nunca me dejaría caer.
Apreté su mano en la mía, y mi corazón se sentía tan lleno. La congregación
se detuvo y el sacerdote se adelantó. Aguanté la respiración, esperando a que
comenzaran los votos...
—Caresa. Estoy aquí. —Parpadeé y parpadeé de nuevo, mirando mi reflejo en
el espejo. Mi papá apareció repentinamente detrás de mí.
—¡Papá! —Corrí hacia donde estaba. Papá se arrodilló y le rodeé el cuello con
los brazos—. ¡Regresaste! —exclamé mientras me besaba la mejilla y me apretaba
con mucha fuerza.
—Sí, carina —respondió suavemente y me empujó hacia atrás para poder
mirarme a la cara. Sus ojos oscuros observaron lo que llevaba puesto—. ¿Regreso
de Italia y descubro que te estás casando?
—¡Sí! —Retrocedí, recogiendo el dobladillo de mi vestido—. ¡Estás justo a
tiempo para verme casar con mi príncipe!
La cabeza de papá se inclinó hacia un lado.
—¿Tu príncipe?
—Sí —dije orgullosamente—. Es alto y guapo con el cabello oscuro, muy
oscuro, y los ojos más azules de los azules. —Puse mi mano sobre mi corazón—. Es
el hombre más guapo de toda Italia. —Di un paso y puse mi mano en el hombro de
mi papá—. Te gustará, papá. Él es muy amable conmigo. Sonríe ampliamente, y
me ama mucho, mucho. —Me incliné y susurré—: Creo que tal vez incluso me ama
más que tú.
Papá levantó una ceja oscura.
—¿Sí? —Frunció el ceño y negó—. ¡No, imposible! Nadie te querrá tanto como
yo.
Pensé en lo que dijo, luego asentí.
—Sí, probablemente tienes razón. Soy tu pequeña duchessa, ¿verdad, papá?
Él guiñó un ojo juguetón.
—Cierto, carina. Nadie será lo suficientemente bueno para mi duchessa.
Ambos nos sentamos en el suelo. Apoyé la cabeza en el hombro de mi papá.
Papá miró la pared, perdido en sus pensamientos. Luego dijo:
—¿Así que sueñas con casarte con un príncipe?
—Un príncipe italiano —le corregí—. Quien me ama y lo amo. Y me tendrá que
llevar al altar de una gran duomo. Mi vestido será hermoso y blanco, y tendré un
súper largo velo decorado con bonitas vides de seda, al igual que mamá tenía en su
boda. Todo el mundo en Italia va a ver, llorar y ser feliz.
—Bien —dijo mi papá en voz baja.
Puso su brazo alrededor de mis hombros y me acercó. Olía a cielo, sol y aire
fresco.
Cerré los ojos y me imaginé el vestido de novia que un día usaría. Imaginé la
catedral, las flores, el velo de vides...
...y mi guapo príncipe de cabello oscuro a mi lado.
El que amaría con todo mi corazón. El que me amaría con todo su corazón a
cambio.
Mi feliz para siempre.
Caresa
Manhattan, Nueva York
En la actualidad

Cerré los ojos mientras la música pasaba a través de mi cuerpo. El aire era
pegajoso por la masa de cuerpos en la pista de baile. Mi cuerpo se balanceó con el
ritmo, los pies me dolían por los tacones Louboutin de doce centímetros que llevaba,
y mi piel estaba enrojecida por las copiosas cantidades de Dom Pérignon 1990 que
había consumido.
—¡Caresa! —Mi nombre pasó a través del duro sonido de la batería y notas de
piano sintetizadas. Puse los ojos en blanco y miré a través de nuestra sección
separada del club a mi mejor amiga.
Marietta estaba sentada en un sofá de felpa de gran tamaño, moviendo una
nueva botella de champán en mi dirección. Riendo, seguí mis pies palpitantes hasta
donde estaba sentada y me desplomé a su lado. En segundos, una copa de
champagne estaba en mi mano y las burbujas fluyeron una vez más.
Marietta se inclinó hacia adelante, sacudiendo su largo cabello rubio por
encima de su hombro. Alzó su vaso como si fuera a hacer un brindis. Pero en vez de
eso, su labio inferior sobresalió en un puchero patético.
Incliné la cabeza hacia un lado, preguntándole silenciosamente qué estaba mal.
—Iba a hacer un brindis por la duchessa di Parma, mi mejor amiga —gritó sobre
una canción nueva pero similar a la última—. Por mi mejor amiga que me deja aquí,
en la vieja y aburrida ciudad de Nueva York, para casarse con un príncipe de la vida
real en Italia. —Marietta suspiró y sus hombros cayeron—. Pero no quiero hacerlo.
Porque eso significaría que esta noche está casi terminada, y mañana perderé a mi
compañera-de-crimen. —Una súbita tristeza floreció en mi pecho ante sus palabras.
Entonces, cuando sus ojos se llenaron de lágrimas, esas palabras se convirtieron en
un puñetazo en mi estómago.
Colocando mi copa encima de la mesa ante nosotras, avancé y puse mi mano
en su brazo.
—Marietta, no te pongas triste.
Dejó su propia bebida y agarró mi mano.
—Solo no quiero perderte.
Mi estómago se retorció.
—Lo sé —dije. Luego, no dije nada más, pero pude ver a Marietta registrar mis
palabras no pronunciadas. Yo tampoco quiero irme.
Manteniendo mi mano en la suya, me desplomé contra el sofá y dejé que mis
ojos se movieran por la concurrida pista de baile. Observé a la multitud de Upper
East Siders perderse en la música. Una punzada de miedo se apoderó de mí.
Esta sería mi última noche en Nueva York. Por la mañana, volaría a Italia,
donde viviría desde ese día.
Marietta se acercó a mí y me dio una sonrisa acuosa.
—¿Cómo estás? —preguntó mientras me apretaba la mano.
—Estoy bien. Solo nerviosa, supongo.
Marietta asintió.
—¿Y tu papá?
Suspiré.
—Extático. Encantado de que su preciosa hija se casará con el príncipe que
escogió para mí de niña. —Sentí una punzada de culpa por hablar de él tan
negativamente—. Eso estuvo fuera de lugar —le dije—. Sabes tan bien como yo,
baronesa von Todesco. —Marietta frunció el ceño en broma por mi uso de su título—
. Que en realidad no tenemos elección de con quién nos casamos. —Me incliné hacia
delante y agarré mi champagne. Tomé un largo trago, disfrutando de la sensación de
las burbujas viajando por mi garganta. Le entregué a Marietta su copa y alcé la mía
en el aire—. ¡Por los matrimonios arreglados y el deber sobre el amor!
Marietta rió y chocó su copa con la mía.
—Pero en serio —dijo Marietta—, ¿estás bien? ¿Verdaderamente bien?
Me encogí de hombros.
—Honestamente no sé cómo responder a eso, Etta. ¿Estoy bien con un
matrimonio arreglado? Supongo que sí. ¿Estoy bien con mudarme a Italia
permanentemente? Realmente no. Me encanta Italia, es mi hogar, nací allí, pero no
es Nueva York. Todo el mundo que conozco está aquí, en América. —Los ojos de
Marietta se suavizaron con simpatía—. ¿Y estoy bien con casarme con Zeno Savona?
¿El infame príncipe playboy de Toscana? —Respiré profundo—. No tengo idea.
Supongo que se hará evidente en los próximos tres meses.
—En tu “período de cortejo” —dijo Marietta haciendo señas de comillas en el
aire, y bufó de risa—. Qué broma. ¿Qué mujer de veintitrés años y un hombre de
veintiséis necesitan un período de cortejo?
Me reí de su tono descarado, pero luego respondí con sobriedad:
—¿Los que no se conocen en absoluto? ¿Los que tienen que ver si pueden
soportar la compañía del otro antes de sellar sus destinos maritales para siempre?
Marietta se acercó más.
—Sabes tan bien como yo que puedes odiar a este tan-llamado-príncipe,
detestar todo lo que él es, y él a ti, y todavía sería tu dama de honor en tu boda en
vísperas de Año Nuevo. —Se echó a reír—. El hecho que la fecha haya sido establecida
lo dice todo. Este matrimonio está sucediendo. —Marietta levantó la copa, se puso
de pie y, con los brazos abiertos, gritó—: ¡Bienvenidos a la vida de los europeos de
sangre azul del Upper East Side! ¡Ahogándose en Prada y Gucci, bañados en
diamantes, pero sin tener la libre voluntad de llamar nuestro!
Me reí, jalándola hacia abajo. Rió con histeria cuando su trasero golpeó el sofá,
derramando champagne por toda la costosa tapicería. Pero nuestra risa se
desvaneció cuando las luces del lugar se encendieron una por una. Lo último de la
música cayó en silencio, y los clientes ricos del club nocturno más exclusivo de
Manhattan comenzaron a ir hacia sus limusinas y autos. Eran las tres de la mañana,
y me quedaban seis horas en la ciudad que amaba más allá de toda medida.
Permanecimos en silencio mientras el club se vaciaba. Finalmente, Marietta
rodó su cabeza en el respaldo del sofá para mirarme.
—Te voy a extrañar mucho, Caresa. No tienes idea.
Mi corazón se rompió cuando las lágrimas de Marietta cayeron fuerte y rápido.
Moviéndome hacia adelante, abracé a mi mejor amiga. De hecho, me aferré a ella
como si mi vida dependiera de ello. Cuando me aparté, le dije:
—No te preocupes, Etta. Estoy segura que tu pretendiente vendrá pronto.
—No me lo recuerdes —dijo ella con un nudo en la garganta—. Mi padre ya tiene
una lista de maridos potenciales para mí. Me pone enferma. Espera una llamada muy
pronto, informándote con qué lord o duque snob, pomposo y barrigón me he
comprometido.
Incliné la cabeza.
—Bueno, eres un poco estirada y pomposa, ¿sabes? —dije juguetonamente.
Marietta se quedó boquiabierta con indignación, antes de asentir en derrota y
admitió:
—Sí, lo soy un poco.
Solté una carcajada, pero el humor se desvaneció de inmediato, perdido en mis
pensamientos de Italia.
La cabeza de Marietta cayó en mi hombro.
—Sé que estás preocupada, Caresa. Pero no necesitas estarlo. He visto a tu
príncipe. Tan arrogante y mujeriego como se rumorea que es, es totalmente
magnífico para mirar. —Marietta golpeó mi pierna—. Y él te está eligiendo. No sólo
eres la persona más dulce y amable que conozco, sino que eres igualmente hermosa.
Ese cabello oscuro, esos enormes ojos oscuros y la piel italiana bronceada. Vas a
flecharlo en el momento en que te vea.
—¿Sí? —Dudaba que eso fuera cierto. Conocía los rumores. El príncipe Zeno no
me parecía un hombre que pudiera ser flechado por alguien que no fuera su propio
reflejo.
—Definitivamente.
El silencio se prolongó hasta que dije:
—Te voy a extrañar, Etta.
Marietta suspiró en acuerdo.
—Nunca se sabe, tal vez me casaré con un tipo austríaco e iré allí. Eso no sería
tan malo, porque estarías cerca.
—No, eso no sería malo en absoluto.
—Vamos, princesa —dijo Marietta, poniéndose de pie—. Vamos a casa para que
puedas volar lejos, resplandeciente y a tiempo al palacio de tu príncipe.
Me levanté y uní mi brazo al de Marietta. Justo cuando estaba a punto de salir
hacia mi limusina esperando, Marietta regresó corriendo y tomó la botella de
champagne casi intacto. Se encogió de hombros.
—¿O podemos seguir emborrachándonos en la parte trasera de tu limusina
mientras damos un último viaje de despedida por Manhattan?
Sonreí, una sensación de alivio se asentó en mis venas.
—Eso suena perfecto.
Una hora más tarde, con mi cabeza atravesando el techo corredizo de mi
limusina, Marietta y yo bebiendo bajo las luces brillantes de Nueva York, el miedo
real comenzó a instalarse.
No había vivido en Italia desde que tenía seis años. No tenía idea qué esperar.
Así que, seguí bebiendo champagne y riéndome con Marietta, me olvidé del príncipe,
del deber y la tradición.
Por lo menos hasta que el sol se levantó otra vez. Cuando comenzaría el
próximo capítulo de mi historia.
Caresa
Cuando el G5 de mi papá comenzó su descenso, miré por la ventana a mi
costado y esperé a que el avión atravesara las nubes. Contuve el aliento, mi cuerpo
tenso, y de repente los restos del naranja quemado de la luz del día inundaron el
avión, bañando el interior con un resplandor suave y dorado. Inhalé profundamente.
Italia.
Campos y campos de verde y amarillo creaban bajo nosotros una colcha de
retazos, colinas ondulantes y lagos azul cristalinos extendiéndose tan lejos como
podían verse. Sonreí mientras una sensación de calor me atravesaba.
Era el lugar más hermoso de la tierra.
Recostándome en la amplia silla de cuero color crema, cerré los ojos e intenté
prepararme para lo que vendría. Estaba volando al aeropuerto de Florencia, desde
donde me llevarían rápidamente a la propiedad del Palazzo Savona, a las afueras de
la ciudad.
Me reuniría con el príncipe Zeno.
Lo había visto dos veces antes: una vez cuando tenía cuatro años, de la cual no
tenía memoria, y otra cuando tenía diez años. La interacción que habíamos tenido
cuando niños había sido breve. Si era honesta, Zeno me había parecido arrogante y
grosero. Él había cumplido los trece años y no estaba interesado en conocer a una
niña americana de diez años.
Ninguno había sabido en ese momento que nuestro compromiso había sido
acordado dos años antes. Resultó que el viaje que mi papá había hecho a Umbría
cuando tenía ocho años era para asegurar un vínculo eterno entre los Savona y los
Acardi. El rey Santo y mi padre habían planeado que sus únicos hijos se casaran. Ya
estaban unidos en los negocios; por lo que el matrimonio arreglado de Zeno conmigo
también fortalecería el lugar de ambas familias en la sociedad.
Pensé en mi despedida en Nueva York hacía apenas nueve horas y suspiré. Mis
padres me habían llevado al hangar privado y se habían despedido. Mi mamá lloraba,
su única hija la estaba dejando para empezar una nueva vida. Mi papá, aunque estaba
triste por verme ir, me sonrió con el mayor orgullo. Me había abrazado y susurrado:
—Nunca he estado más orgulloso de ti de lo que estoy ahora, Caresa. Las
acciones de Vinos Savona se han desplomado desde la muerte de Santo. Esta unión
asegurará a todos los accionistas que nuestro negocio sigue siendo fuerte. Que
seguimos siendo una compañía estable con Zeno a la cabeza.
Le había dado una sonrisa apretada y subí al avión con la promesa de que me
verían antes de la boda. Y eso había sido todo.
Iba a casarme con Zeno, y no había protestado ni siquiera una vez. Me imaginé
que para la mayoría de las mujeres modernas viviendo en Nueva York, el proceso de
los matrimonios arreglados sonaba totalmente medieval, incluso bárbaro. Para una
sangre azul, era simplemente una parte de la vida.
El rey Santo Savona murió hace dos meses. Los socios de sus muchos viñedos
italianos, los accionistas de Vinos Savona, esperaban que su hijo, Zeno, se pusiera
inmediatamente al frente y se hiciera cargo. En cambio, Zeno se había metido en el
escenario de las fiestas con incluso más fuerza que antes, y eso era todo un logro. En
pocas semanas mi papá había volado a Umbria para ver qué podía hacerse.
La respuesta: nuestra unión inminente.
Sabía que había sido afortunada, en nuestro círculo social, por llegar a la edad
de veintitrés años y aún no estar casada. Eso no había sido una decisión mía, aunque
me gustó mucho. Todo había sido por Zeno. El rey había querido que su hijo se
divirtiera. Sacar el “comportamiento de un playboy” de su sistema antes de casarse.
Pero nadie esperaba que el rey Santo muriera tan joven. Todos pensábamos que
estaría durante muchos años más.
Fue decidido, sobre todo por mi padre, Roberto el tío de Zeno y la junta de
Vinos Savona, que Zeno necesitaba madurar y volverse responsable. Y rápidamente.
La fecha para nuestro matrimonio fue fijada inmediatamente. La junta estaba
satisfecha.
Mi estómago se tambaleó cuando el avión descendió. Abrí los ojos, tratando de
deshacerme del profundo malestar que sentí en mis venas, y vi la luz centelleante de
las luces de la ciudad de Florencia. Dejé que mi frente cayera contra la ventana y
mirara, sin ver, fuera del cristal mientras el avión aterrizaba y estacionaba en el
hangar privado de Savona. Antonio, el auxiliar de vuelo del G5, abrió la puerta del
avión y me hizo señas para que saliera. Una limusina me esperaba al final de la
escalera. El conductor me saludó amablemente, y me metí en el asiento trasero.
Antes de cerrar la puerta, el conductor habló, en italiano, por supuesto. Dudaba
que hablara una palabra de inglés desde ese día.
—Duchessa Acardi, el príncipe me ha instruido para que la lleve a la propiedad
de Bella Collina.
Mis cejas se juntaron.
—¿En Umbría? ¿Voy a ir a Umbría?
El conductor asintió.
—El príncipe quiere que se quede en su propiedad más impresionante. Él se
encontrará con usted allí. Ha preparado una cena para su llegada. —Señaló la barra
iluminada de la limusina—. El príncipe ha organizado un refrigerio para el camino.
A esta hora de la noche, deberíamos llegar a la propiedad dentro de un par de horas.
Pero él quería que se relajara y se sintiera cómoda. Supuso que estaría cansada del
viaje.
Forcé una sonrisa y le di las gracias. Cerró la puerta, subió al auto y se alejó.
¿Bella Collina? Había asumido que pasaría todo mi tiempo en el palazzo
toscano. Me había imaginado mis días llenos con nada más que almuerzos, cenas de
caridad y conociendo a la crème de la crème de la alta sociedad italiana.
Negué y empujé mi confusión a un lado. Me acomodé en el largo asiento negro
y froté mis dedos por mi frente. Todavía sentía los efectos de anoche. Marietta se
había asegurado de enviarme con resaca.
Sonreí para mis adentros, recordándola desmayada en el asiento trasero del
auto después de nuestro viaje espontánea por Manhattan. La había dejado,
disfrutando de mis últimos momentos entre el ajetreo y el bullicio de Nueva York.
Pensé en Bella Collina. Sabía que en Umbría no habría absolutamente ningún
ajetreo o bullicio. Florencia era una ciudad ocupada; había estado allí muchas veces.
¿Pero Umbría? Era soñolienta y tranquila, completamente serena, pero no menos
impresionante que su prima más rica y popular de la Toscana.
Un verdadero destello de emoción me invadió cuando pensé en la muy
exclusiva propiedad en la que residiría. Era el hogar de la famosa Reserva Bella
Collina. Un merlot vino tinto tan raro que la lista de espera sólo para adquirir una
sola botella era de años, incluso a pesar de su alto costo. El proceso de elaboración
de este vino nunca era comentado en el muy cerrado mundo del vino. La empresa
entera estaba envuelta en ese secreto. La mayoría de los sommeliers en el mundo
sacrificarían una extremidad solo para presenciar la producción de Bella Collina.
Me preguntaba si sería tan afortunada como para verla.
Todos los vinos de Savona eran buenos, por supuesto, pero también eran
producidas en masa. El merlot era la joya brillante de su corona.
Cuanto más pensaba en dónde me alojaría durante las próximas semanas, más
crecían mis sospechas en cuanto al por qué, estaba bastante segura que era porque
el príncipe no quería que su prometida descubriera su estilo fiestero en la escena
nocturna de Florencia. No sería capaz de llevar a sus conquistas nocturnas al Palazzo
Savona con su fidanzata acechando los pasillos.
Inspiré profundamente cuando me di cuenta que ni siquiera me importaba. No
me importaba mi futuro esposo para nada.
Pasados treinta minutos sentí sed. Tomé una botella de acqua frizzante del bar.
Acababa de tomar un par de tragos cuando noté una botella de vino tinto que habían
dejado respirando en el estante al lado de la nevera. Una única copa de cristal para
vino puesta al lado. Entonces el destello de una etiqueta familiar, pero muy rara, me
llamó la atención.
—No —susurré, levantando la botella de vino tinto en el haz de luz del techo de
la limusina. Una sonrisa tiró de mis labios mientras leía la hermosa fuente caligráfica
extendida por el centro. Noté el dibujo a lápiz de un idílico viñedo al aire libre en el
fondo—. Reserva Bella Collina —murmuré en voz baja y llevé la botella a mi nariz.
Cerré los ojos. Inhalé lentamente, saboreando las notas únicas de este exclusivo
merlot. Moras. Cereza oscura. Vainilla. Pimienta negra. Un sutil y suave toque de
tabaco.
El calor me llenó el pecho ante los hermosos aromas, y abrí los ojos. Busqué la
copa y vertí una pequeña cantidad del líquido de color rojo oscuro. Justo cuando
estaba a punto de bajar la botella, vi la cosecha: 2008. Pensado por muchos como el
año más importante de esta reserva. Nadie sabía por qué este año cambió tanto el
vino, pero los expertos acordaron que a partir de 2008, Reserva Bella Collina pasó
de ser un buen vino a uno de los más grandes del mundo.
Con esta cosecha como regalo, el príncipe Zeno estaba sacando sus mayores
armas.
Me senté y tomé un sorbo tentativo. Al minuto en que golpeó mi lengua,
inmediatamente me sentí como en casa.
Mi familia conocía el vino; era nuestro negocio. Y yo conocía esta reserva; era
mi sabor de ensueño. Mi favorito. Una maravilla para mí. A lo largo de los años mi
paladar de vino se había fortalecido. Había visitado cientos de viñedos, algunos de
los mejores del mundo, pero nada se podía comparar a este. En cuanto a vinos, era
perfecto.
Para el momento en que salimos de las vías principales y viajamos por un
sinuoso camino que conducía a una impresionante entrada de piedra, había
conseguido beber dos copas. El intercomunicador que me comunicaba con el
conductor saltó a la vida.
—Duchessa, hemos llegado.
Abrí la ventana a mi lado y miré la entrada iluminada. Tragué con dificultad y
puse mi copa vacía en la barra. El metal crujió, rompiendo el crepúsculo, mientras
las enormes puertas negras de hierro forjado comenzaban a abrirse. La limusina
atravesó lentamente el camino de la propiedad y me embebí en el espeso bosque que
protegía la finca. Inhalé la frescura de los exuberantes árboles verdes. El cielo no
contaminado estaba lleno de estrellas, ni una sola nube a la vista.
Unos minutos más tarde, los espesos bosques se aclararon y jadeé. Acres y acres
de oro y viñedos verdes cubrían el paisaje. El aroma de las uvas regordetas y el suelo
húmedo impregnaban el aire caliente. Cerré los ojos. Me recordó cuando era niña.
Me trajo de nuevo a los días antes de que me llevaran a Nueva York. Todavía podía
sentir el calor del sol de Emilia-Romagna en mi rostro, el olor profundo a aceitunas,
uvas y flores flotando en la brisa mientras corría por nuestra finca de Parma.
Sonreí con nostalgia y dejé que mis ojos se abrieran de nuevo. Apoyé los brazos
en la ventana y mi barbilla en ellos mientras la limusina avanzaba. Había varias
pequeñas villas salpicadas por el paisaje, sus luces brillando a lo lejos. Debían de ser
las residencias de los vinicultores. No era sólo el merlot Bella Collina lo que se hacía
en esta tierra; también se hacían otros vinos rojos, particularmente el Chianti de las
mejores uvas Sangiovese de la región. El aceite de oliva Bella Collina también estaba
ahí arriba con los mejores. Pero nada comparado con el famoso merlot.
La limusina dio vuelta a la derecha, y mi aliento quedó atrapado en mi garganta.
Levanté la cabeza y miré incrédula la propiedad que tenía delante. Bella Collina era
un verdadero Palacio de Versalles escondido en el desierto de Umbría.
—Mio Dio —susurré al contemplar la imponente estructura de piedra, los
escalones y el gran número de ventanas que había en las paredes del edificio.
Grandes columnas de mármol veteado rodeaban la entrada. Cipreses enmarcaban la
propiedad como si fuera la estrella brillante de una fina pintura renacentista. Las
esculturas de los famosos monarcas de Savona de la antigüedad se erguían con
orgullo en el césped bien cuidado, y la iluminación estratégicamente colocada
iluminaba la pura perfección de cada pieza de jardinería ornamental.
Cuando era niña, había estado en el Palazzo Savona en Florencia. Era
ampliamente considerada una de las mejores propiedades en toda Italia, por no decir
de toda Europa occidental. Pero esto… esto… No había palabras. Estaba
perfectamente situado, como si siempre hubiera estado allí. Como si hubiera crecido
de forma natural de la tierra de Umbría tan segura como las vides y los bosques que
mantuvieron este tesoro arquitectónico escondido de la vista.
La limusina rodeó la esquina y se detuvo. Respiré hondo mientras miraba la
casa que estaba arriba, haciéndose simplemente más grande por los varios niveles
de escaleras que conducían a su puerta principal.
El conductor apareció en mi ventana y abrió la puerta. Extendió la mano y me
obligué a abandonar la seguridad del auto. El sonido calmante de un chorro de agua
me golpeó primero. Una fuente inmensa y ornamentada ocupaba una posición
central en el amplio camino de entrada. No la había visto desde mi lado de la
limusina. Caminé hacia ella. La cresta de Savona asumió el orgullo del lugar,
elevándose como una lanza empujada desde el centro, focos que adornaban el escudo
de mármol intrincadamente tallado con niveles de luz tenue.
Perdida en su diseño ornamentado, me volví sólo cuando oí el sonido de pasos
que descendían las escaleras principales. Un hombre vestido con un traje oscuro se
acercó lentamente. El conductor inmediatamente se paró a mi lado, obedientemente,
esperando al caballero.
—¿Ese es…? —Me detuve. La reacción del conductor reveló que era alguien de
importancia.
—Príncipe Zeno —terminó por mí el conductor—. Sí, duchessa.
El príncipe se acercó a paso lento, como un hombre que estaba acostumbrado
a gente esperando su llegada.
A esa distancia apenas podía distinguir sus facciones, pero cuanto más se
acercaba, más claras se convertían. Y Marietta tenía razón. Era extremadamente
guapo, el epítome de la belleza italiana. Su cabello negro era grueso, cepillado hacia
un lado y peinado a la perfección. Su piel era oliva y limpia, su rostro bien afeitado.
Su traje azul marino era, sin duda, de diseñador y se ajustaba a su musculoso cuerpo
como un guante. Pude ver por qué los rumores de su belleza habían alcanzado los
círculos de chismes de los italianos de Nueva York.
Cuando estaba a pocos metros de mí, sus ojos azules se encontraron con los
míos. Su mandíbula se apretó brevemente, como si estuviera luchando contra la
incomodidad —o forzándose a estar aquí, pensé— pero entonces una cegadora
sonrisa se dibujó en sus labios y una confiada fachada se asentó en sus exquisitas
facciones.
—Duchessa —dijo cálidamente, inclinándose cortésmente antes de alcanzar mi
mano. Como era el deber de cualquier hombre aristocrático. Suavemente llevó el
dorso de mi mano a su boca y rozó sus labios sobre la piel.
Soltó mi mano, y yo caí en una reverencia.
—Príncipe.
Cuando estuve de pie, los azules ojos de Zeno me observaron de cerca,
recorriendo desde mi vestido de Chanel hasta la rodilla hasta mis tacones de Prada.
Su mirada se desplazó por mi cabello largo hasta los hombros, que estaba recto y
dividido en el centro. En el avión, me había aplicado un poco de maquillaje,
terminando el look con un intrépido labial rojo. Pernos de diamante Tiffany de cinco
quilates brillaban en los lóbulos de mis orejas: el clásico glamour italiano.
Sus ojos terminaron su viaje, y noté un ligero aleteo de sus fosas nasales. Un
nerviosismo me invadió. Puede que no haya tenido una larga historia de relaciones
con hombres, pero podía reconocer a alguien que le gustaba lo que veía. El
conocimiento debería haberme complacido. Me sorprendió descubrir que me era
simplemente… indiferente.
La boca de Zeno se enroscó en una pequeña sonrisa. Detrás de él, unos pocos
hombres vestidos con los típicos uniformes de mayordomos de pantalón negro,
camisa blanca, chaleco negro y lazo negro bajaron las escaleras. Sin decir palabra, se
movieron hacia el maletero de la limusina y recogieron el poco equipaje que había
traído conmigo.
—Las pertenencias que habías enviado llegaron ayer. Ya fueron colocadas en tu
habitación. —El príncipe señaló a los hombres que llevaban mis maletas—. Estas
también estarán listas para ti dentro de una hora.
El príncipe Zeno extendió el codo, haciendo un gesto para que pasara mi brazo
por el suyo.
—Eso nos da tiempo para la cena que he preparado para celebrar tu llegada.
Le di una sonrisa apretada y enganché su brazo. Habíamos dado sólo tres pasos
cuando dije:
—Oh, discúlpame un momento. —Volví a la limusina, agarré la botella de
merlot Bella Collina y volví a donde estaba esperando el príncipe.
Sus ojos se estrecharon cuando notó lo que sostenía. Sentí mis mejillas
calentarse y expliqué:
—El 2008 es una cosecha muy especial de este vino. No podía dejar que se
desperdiciara. Especialmente por lo mucho que cuesta.
El príncipe Zeno sonrió.
—Tu padre mencionó tu amor por nuestro vino más codiciado. —Ah, pensé, eso
lo explica todo. Me pregunté qué más le había enseñado mi padre para
impresionarme—. Podemos tomar el resto con la comida —agregó.
Zeno empujó su codo una vez más. Conecté mi brazo con el suyo y dejé que me
llevara por los escalones. Con cada paso ascendido, no pude evitar mirar por encima
de los jardines, a las colinas en la distancia.
—¿Qué piensas, duchessa? —preguntó Zeno, trayendo mi atención de nuevo a
él.
Negué, buscando algo que decir. No podía poner la belleza de este mágico lugar
en palabras.
—Es… más de lo que jamás hubiera imaginado.
—Es asombroso. —Asintió Zeno.
—¿Cuántos acres tienen aquí? —pregunté.
—Bella Collina tiene poco menos de diez mil.
—¿Tanto?
Zeno se encogió de hombros.
—Gran parte de esa tierra son bosques, huertos y plantas de olivos para los
aceites. Y, por supuesto, las vides. Aproximadamente cinco mil se utilizan para los
vinos. —Pasé mis ojos por la extensa tierra abajo—. La mayoría de nuestros viñedos
en toda Italia son de tamaño similar. —Hizo una pausa y luego dijo con orgullo—:
Aunque ninguno produzca vino como Bella Collina. Ya sea por la tierra de aquí, el
clima, o una mezcla de ambos, ningún otro vinicultor en el mundo puede competir.
Asentí de acuerdo.
—¿Así que pasas mucho tiempo aquí?
Zeno se tensó momentáneamente, antes de hablar.
—No tanto. El palazzo en Florencia es mi hogar. —Se aclaró la garganta—. Mi
padre… pasó mucho de su tiempo aquí.
Ante la mención del rey, sentí una oleada de simpatía. Presionando con mi
mano libre el brazo de Zeno, le dije:
—Lamento mucho lo de tu padre, Zeno. Debe de ser difícil para ti ahora mismo.
Los ojos azules de Zeno se deslizaron hacia mí por un segundo antes de
concentrarse en el último escalón.
—Gracias. Él hablaba muy bien de ti. —Zeno apretó la mandíbula. No se dijo
nada más al respecto. Era obvio que el tema era doloroso para él.
El silencio reinó hasta llegar a la casa. Me detuve y miré la mansión.
—Es impresionante.
Zeno esperó a que terminara de admirarla antes de señalar hacia las puertas
abiertas que conducían a la casa. En el momento en que entré en el vestíbulo, mis
ojos se agrandaron. Arriba tenía un techo abovedado, que me recordaba al Duomo
de Florencia, la hermosa catedral donde se llevaría a cabo nuestra boda. Oro y rojos
adornaban las paredes y los muebles. Y en el centro había una gran escalera, dividida
en dos. Impresionantes candelabros de cristal colgaban como diamantes del techo,
bañando la habitación con luz dorada.
Pero lo mejor de todo eran las pinturas al óleo de todos los Savona de Italia.
Caminé hacia la larga pared y sonreí a los viejos monarcas que habían formado la
historia italiana. Terminaba con un nuevo cuadro: el príncipe Zeno. Estaba en una
postura orgullosa, mirando hacia un lado, el ángulo mostraba su fuerte mandíbula y
rasgos oscuros.
Me di la vuelta, parándome en seco ante la vista de la enorme pintura que
cubría la mayor parte de la pared. Era de un pequeño viñedo enclavado en la ladera
de una colina. Me acerqué más. Las vides corrían en filas, verdes y marrones, llenas
de uvas rojo rubí, gruesas y maduras. En la distancia había una pequeña villa. No,
era mejor descrita como una casa de piedra gris, como algo extraído de las páginas
de un cuento de hadas, un santuario escondido del ocupado mundo. Una lámpara
anticuada brillaba sobre su puerta, dando la bienvenida a cualquiera que se acercara.
No sabía por qué, pero no podía apartar los ojos. Estaba tan fascinada por la
belleza serena de este pequeño pedazo de cielo que no me di cuenta que Zeno se
había movido a mi lado hasta que habló.
—Era la pintura favorita de mi padre. Pasaba horas mirándolo. —Se encogió de
hombros—. No tengo idea de porqué. Es de una vieja villa en medio de un campo,
sólo apta para pobres.
Mi estómago rodó ante el tono de tristeza en la voz de Zeno. Debe haber sentido
mi compasión, porque inmediatamente se aclaró la garganta y me hizo un gesto para
que lo siguiera. Lideró el camino a través de un arco dorado adornado a otra gran
sala donde varias personas con vestimenta de servidumbre nos esperaban.
Zeno se movió a mi lado y puso una mano en mi espalda.
—Esta es la duchessa de Parma —le dijo al personal de la propiedad—.
Duchessa, estas son las personas que mantienen a Bella Collina en condiciones
prístinas, los hombres y mujeres que harán cómoda tu estancia aquí.
Asentí y me aseguré de mirar a los ojos a cada empleado.
—Es muy agradable conocerlos a todos. —Hice un gesto alrededor de la
hermosa habitación en la que estábamos—. Hacen un excelente trabajo manteniendo
la propiedad. Nunca he visto nada como esto en mi vida.
Los hombres hicieron una reverencia y las mujeres se inclinaron ante mi
cumplido. Zeno puso su mano en mi espalda otra vez y me condujo a través de un
juego de puertas de cristal y hacia fuera a un patio grande. La cálida brisa agitó mi
cabello. A mi derecha había una mesa de comedor para dos.
Me dirigí hacia la mesa, pero me detuve cuando noté la vista.
—Hermoso —murmuré mientras me moví para apoyarme contra la balaustrada
de piedra que bordeaba el patio. Más allá estaba una vista panorámica de los viñedos,
hectáreas y acres de vides llenas y florecientes. La luna colgaba bajo en el cielo,
bañando el campo con su matiz azul pálido.
Oí el sonido de una silla raspando la piedra. Cuando me volví, el príncipe Zeno
sostenía la silla para que me sentara. Separándome de la vista, caminé hasta la mesa
y me senté. Zeno se movió hacia el frente y señaló mi mano.
—¿Piensas irte pronto?
Lo miré sin comprender, sin saber de qué estaba hablando, hasta que vi que
seguía agarrando mi botella de Reserva Bella Collina. Una risa sorprendida salió de
mi boca. Puse la botella en la mesa.
—Ni siquiera me había dado cuenta que todavía la sostenía.
—Claramente te gusta la cosecha —respondió Zeno con un toque de humor en
su voz.
—No creo que gustar sea una palabra suficientemente calificativa.
—Entonces me alegro de haberte traído a esta propiedad —dijo suavemente.
Un silencio incómodo descendió. Afortunadamente fue interrumpido por una
camarera con agua y una botella de vino blanco. Ella tomó el merlot, pero puse mi
mano sobre la suya para detenerla.
—Beberé esto. —Hizo una reverencia y sirvió el vino con una mano experta.
Los siguientes minutos fueron ocupados por servidores trayendo pan, aceite de
oliva de Bella Collina y vinagre balsámico, y finalmente nuestro aperitivo de ensalada
caprese. Los servidores se excusaron.
Una vez más estuve sola con el príncipe.
Inhalando profundamente, escudriñé los terrenos y el enrejado que subía por
los antiguos muros de piedra. Negué.
—¿Algo mal? —preguntó Zeno.
Mis ojos chocaron contra los suyos.
—No —dije—. Todo esto es… tan surrealista.
Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras sus brillantes ojos azules se
concentraban en mí.
—¿El matrimonio? —preguntó. Su voz era tensa, como si estuviera forzando las
palabras.
Bajé la cabeza y jugué con el cuello de mi copa de vino.
—Sí. Pero no sólo eso. —Señalé el viñedo, la mansión, la comida—. Todo. Estar
aquí es testimonio que la abolición de la monarquía puede no haber ocurrido nunca.
Todavía eres el príncipe de esta gente. Estos magníficos terrenos son dignos de un
gobernante.
—Eres la duchessa di Parma. Tampoco estás poco acostumbrada a esta vida. —
Miré a Zeno para encontrar una sola y desafiante ceja levantada en mi dirección.
—Sé eso. Créeme. Cuando era niña, en Parma siempre estaba en funciones
reales. En Nueva York aún más. Éramos los exóticos aristócratas italianos que vivían
en la Quinta Avenida. Estábamos aún más bajo el microscopio, si eso es posible.
Zeno suspiró e inclinó la cabeza hacia atrás, con los ojos fijos en el manto de
estrellas.
—Es nuestra vida. Los títulos, el estatus de monarquía pueden haber sido
legalmente revocados, pero ambos sabemos que siempre seremos alguien. No
puedes borrar tanta historia de un país en tan poco tiempo. —Palmeó la mano—.
Siempre habrá ricos y pobres. Y sea que les guste admitirlo o no, al público en general
les encanta tener una línea real para admirar, para preguntarse cómo son nuestras
vidas y a lo que aspirar. —Soltó una risa corta y desdeñosa—. O para odiarla, según
sea el caso. La monarquía ha desaparecido oficialmente, pero nos miran, un príncipe
destronado y una duquesa criada en Estados Unidos, arreglados para casarse por
nuestros padres. No puedes ser más medieval que eso.
Tragué, y me di cuenta que súbitamente sentía simpatía con Zeno. Tampoco
quería casarse conmigo. Vi por su expresión que él también reconocía que nos
entendíamos… perfectamente.
—Bueno, para aquellos en nuestro extraño pequeño mundo, estás a punto de
ser rey.
Zeno parecía pálido. Se sentó más derecho en su asiento.
—Sí —fue todo lo que pudo reunir en respuesta.
—Creo que mis padres sueñan con volver a vivir en Italia algún día. Aman
Nueva York, pero el hogar siempre es el hogar. —Traté de llenar el aire
repentinamente tenso con charla ociosa, lo que me pareció una mejor alternativa que
el tenso silencio.
—El duque ha llevado nuestro negocio a un nivel que mi padre no podría haber
imaginado al mudarse a América. Sé que mi padre comprendió el sacrificio que hizo
tu padre al convertirse en el distribuidor de nuestros vinos para Norteamérica. —
Zeno se movió con la servilleta en su regazo—. Y ahora tenemos que empezar de
nuevo, desde cero. La muerte de mi padre causó malestar en los inversionistas. El
rey Santo, el gran rey de Italia y de las vides, murió, y los competidores que siempre
han sido rechazados han levantado sus cabezas. Ya nos están robando negocios de
izquierda, derecha y centro, empezaron pocos días después de la muerte de mi padre.
—Su mandíbula se apretó—. Parece que los compradores habituales no creen que yo
haya heredado el toque de Midas de mi padre con los vinos. Aparentemente los
pongo nerviosos. Tu padre está manteniendo el fuerte lo mejor que puede en
América. Italia está bajo mi responsabilidad.
Sabía que todo lo que decía era cierto. No era tanto la muerte de su padre, sino
más bien la reputación de Zeno como un lothario y un fiestero de la alta sociedad que
requería nuestra rápida unión. Dijo que los compradores no estaban seguros de él.
Yo tampoco; estaba segura que mi padre sentía lo mismo. Zeno no estaba totalmente
probado. Por supuesto, no podía expresar estos pensamientos en voz alta.
—Sin embargo, estás aquí ahora. Un Savona y una Acardi para fortalecer el
negocio de nuevo. —Y para convencer a los inversores y compradores de lo mismo,
escuché en mi mente.
—Sí —dije. Esta vez no tenía nada que decir. Tomé un bocado de mi caprese—.
¿Me quedaré aquí durante el período de nuestro cortejo, no en Florencia?
Zeno tomó un largo trago de su vino.
—Creí que sería lo mejor.
Entrecerré los ojos sospechando.
—¿Y tú también te vas a quedar aquí?
Zeno encontró mis ojos.
—Tengo muchos asuntos que atender en nuestras propiedades por todo el país,
muchas charlas de crisis a las que asistir. A menudo estaré ausente. Hay mucho que
hacer ahora que estoy atado firmemente al asiento del conductor.
—Eso sería un “no”, entonces —dije, con un tono filoso.
Zeno dejó caer su cuchillo y se pasó una mano por el rostro. Esta vez cuando
me miró, no había pretensiones. Todo lo que vi fue agitación y frustración en su
hermoso rostro.
—Mira, Caresa. —Hizo una pausa, apretando los dientes y luego continuó—:
Ambos sabemos que este matrimonio es por negocios. No es nada nuevo en nuestro
mundo. Los matrimonios siempre se han basado en vínculos sociales y lazos
familiares en Europa, desde el principio de los tiempos. Nada ha cambiado. Soy de
la realeza, tú eres una duchessa. No pretendamos que esto sea algo más allá de lo que
es: un contrato para asegurar que la estabilidad está claramente demostrada a
nuestros socios de negocios y un matrimonio sólido y apropiado para aquellos en
nuestro círculo social. —Señaló a la casa—. El dinero ancestral nos pudo traer hasta
aquí. Para mantener estas fincas prósperas, necesitamos dinero por medios
modernos. No hay diezmos ni sobornos que traigan la moneda. Hacemos lo que
debemos para sobrevivir y mantener vivos nuestros linajes. El vino es nuestra llave.
Tú y yo nos unimos en matrimonio para calmar las aguas tempestuosas en que se
encuentran nuestras familias.
Zeno se inclinó hacia delante y tomó mi mano.
—No estoy diciendo esto por ser cruel. Pero pareces una mujer inteligente.
Seguramente no creerás que esta farsa tenga que ver con amor.
Me reí. Realmente me reí mientras retiraba mi mano de la suya.
—No, Zeno. Soy muy consciente de lo que realmente es esta “charada”. —Me
incliné hacia adelante también—. Y viendo que acabo de terminar mi maestría en
psicología educativa en Columbia, te aseguro que tu evaluación de mi inteligencia
percibida está bien fundada.
Una sonrisa tiró de los labios de Zeno.
—¿Psicología educativa?
—Sí. —Me ericé—. Si este matrimonio no hubiera sido arreglado y yo no fuera
una duchessa, es a lo que habría dedicado mi vida. A ayudar a niños, o adultos, con
dificultades de aprendizaje. Cualquier problema se puede superar; Sólo necesitamos
encontrar la mejor manera para cada persona. Habría trabajado en ese campo, o algo
con caballos.
Zeno se sentó en su silla, luciendo cada milímetro de príncipe real que era.
—Tal vez te haya subestimado, Caresa.
—¿Tal vez? —repliqué.
Me estudió muy de cerca y dijo en voz baja:
—Eres extremadamente hermosa.
Me tensé, desconcertada por el repentino cambio de tema. Me observó de cerca,
aparentemente divertido por mi expresión cautelosa.
—Somos un buen equipo en todos los aspectos que cuentan —dijo—. Aspecto,
dinero, estatus. Los dos podríamos haberlo hecho peor.
Me reí. Ruidosamente.
—¿Así que te crees muy guapo?
Zeno tomó otro sorbo de su vino.
—No necesitamos falsas modestias, Caresa. Creo que siempre debemos decir
exactamente lo que pensamos. En privado, por supuesto. Ambos tenemos
reputaciones que proteger.
El servicio vino a limpiar nuestros platos y, durante la siguiente hora, el
príncipe y yo hablamos de cosas triviales. No era desagradable, pero para el final de
la comida, mi estómago estaba en nudos. No esperaba un cuento de hadas con este
arreglo. Que nos enamoráramos en el preciso momento en que nuestros ojos se
encontraran. Pero tampoco había esperado que las cosas fueran tan clínicas. Tan…
frías, de hecho.
Cuando el último postre de cannoli había sido comido, bajé mi servilleta y
anuncié:
—Estoy cansada. Creo que me iré a la cama. —Le di al príncipe una sonrisa
apretada—. Ha sido un día muy largo.
Zeno se puso en pie y me ofreció su brazo una vez más. Pasé mi brazo por el
suyo, el calor de su piel irradiando a través del fino hilo de su traje. Me observó
cautelosamente por el rabillo del ojo. Estaba tratando de descifrar si realmente me
había lastimado. No lo había hecho, por supuesto. Estaba entumecida. Inmovilizada
por olas repentinas de tristeza.
Zeno me condujo de vuelta por la casa, subiendo los peldaños de la escalera de
la izquierda y bajando por un amplio pasillo. Imponentes candelabros de cristal
colgaban de los techos pintados de inspiración renacentista. No estaba segura de
cuán vieja era esta casa, pero no me habría sorprendido si esos techos hubieran sido
obra del propio Miguel Ángel.
La alfombra roja era lujosa y suave bajo mis pies; el aire estaba impregnado del
olor fragante de las rosas. No era ninguna sorpresa cuando a cada dos metros o
menos un gran jarrón con flores blancas se levantaba orgulloso sobre una mesa de
cristal.
Zeno se detuvo ante un conjunto de puertas dobles doradas al final del pasillo.
—Estas son tus habitaciones.
Inhalé profundamente. Forzando una sonrisa en mi rostro, lo miré.
—Gracias por la cena.
Asintió brevemente y, en un gesto de caballero que había sido inculcado en él,
tomó mi mano y se la llevó a sus labios. Depositó un suave beso en el dorso de mi
mano.
—Duerme bien, duchessa. No estaré aquí cuando te despiertes. Tengo asuntos
que atender en Florencia.
—¿Por cuánto tiempo te irás?
Zeno se tensó, luego se encogió de hombros.
—Podría irme por muchos días. Tal vez una semana o dos. O más, dependiendo
de cómo resulten las cosas. —Suspiró—. Esta semana se recoge la cosecha de las
vides, Caresa. Tengo que ir a los viñedos y mostrar mi cara. Tengo que mostrar un
interés activo en todos nuestros viñedos. Luego están todas las reuniones con los
compradores.
Le di una tensa sonrisa de entendimiento. Sabía que la cosecha era el momento
más importante del año para los vinos Savona. Por supuesto que lo sabía. Era cuando
mi papá estaba más ocupado en Estados Unidos, asegurando compradores,
promocionando las nuevas cosechas, asistiendo a ceremonias de premiación,
celebraciones y cenas.
Zeno no parecía entusiasmado con sus deberes. Además, no me pidió que lo
acompañara. Ese hecho no se me había escapado.
—Está bien —murmuré y me giré para abrir la puerta.
—Tendrás algunas cenas y pruebas de trajes, etcétera —dijo Zeno. Lo miré por
encima del hombro—. La temporada de fiestas es prácticamente respecto a nosotros.
Tenemos varios compromisos para aparecer juntos: El festival Savona anual de la
trituración de la uva, el baile de máscaras de invierno, y…
Me preguntaba qué era lo que estaba luchando por decir. Zeno se balanceó en
sus pies y luego se aclaró la garganta.
—Y la cena de coronación.
Los ojos de Zeno encontraron el suelo. La coronación, su ascenso a la posición
de rey. Por supuesto, él todavía no era rey. En realidad ya no era un príncipe. Sin
embargo, en nuestra sociedad, ahora era nuestro rey, o pronto lo sería, después de
la coronación.
—¿Será aquí? —pregunté.
Zeno se pasó la mano por la frente.
—Tal vez. Todavía no he fijado una fecha, pero debe ocurrir pronto. Es… —tomó
una respiración calmante—… que todo ha ocurrido tan rápido que aún no he tenido
tiempo para contemplar los arreglos. El negocio debe ser lo primero.
Agitó su mano teatralmente enfrente de su rostro, marcando el final de la
conversación.
—Te he retenido demasiado tiempo. —Comenzó a alejarse—. Te veré pronto.
Maria será tu secretaria personal. Te informará de todos los compromisos que
tendremos y organizará tu ropa nueva, accesorios para el baile, cenas y, por supuesto,
la... nuestra tan esperada boda.
Di un rápido asentimiento y entré en mi habitación, cerrando la puerta detrás
de mí. Me apoyé en el frío panel de oro y cerré los ojos. Conté hasta diez, luego los
abrí.
Las habitaciones ante mí no eran menos grandes que el resto de la propiedad.
Caminé a través del gran espacio de estar, disfrutando de las elegantes paredes de
blanco y oro, pasando los dedos por las hermosas piezas de mobiliario. Un gran
portal condujo a una habitación que contaba con una enorme cama antigua con
dosel. Ventanas francesas de piso a techo abrían a un balcón con vistas a los viñedos.
Pero lo que me encantaba era que a lo lejos podía ver la pintoresca ciudad de Orvieto.
Por alguna razón, sabía que eso me haría sentir menos sola.
El baño era lujoso, con su bañera con patas y ducha de lluvia. Mi armario ya
contenía mi ropa. Mis artículos de tocador, perfumes y cosméticos ya estaban en el
tocador.
No había nada más que hacer.
Dando un vistazo a la luna a través de las puertas del balcón, salí y me apoyé en
la barandilla. Aspiré la frescura del aire, sólo para escuchar el sonido del crujido de
un auto en la grava. Un auto negro con chófer que desaparecía en la distancia.
Expulsé una risa sin humor. El príncipe estaba corriendo de regreso a
Florencia.
Ni siquiera se quedaría una sola noche.
Sintiéndome agotada, me di una ducha y entré en la cama. Al llegar a la mesita
de noche para apagar la luz, vi un cuadro colgado en la pared al lado de mi cama.
Una mujer, vestida con un vestido púrpura real, posando para el pintor. No supe por
qué, pero mis ojos quedaron pegados a su imagen. Ella tenía el cabello muy oscuro y
hermosos ojos marrones.
Estaba radiante: una ex reina de Italia.
Mientras mis párpados caían, derribados por el señuelo del sueño, me pregunté
cómo había sido su vida como reina de Italia. Me pregunté si ella pasaba los días aquí
en la propiedad de campo real.
Pero mi último pensamiento, mientras mis ojos se cerraban y mi mundo se
volvía negro fue… ¿alguna vez fue feliz?
Caresa
Maria, mi secretaria, acababa de levantarse de su asiento mientras caminaba
de mi dormitorio a la sala de estar. Había estado en Bella Collina por tres días. En
esos tres días, había sido equipada para usar vestido de noche y tomar almuerzos con
aristócratas de la zona de Umbría, pese a que muchos no residían tan lejos de
Florencia. Y todavía no había palabra alguna del príncipe Zeno.
Maria frunció el ceño cuando me vio en mis leggings para correr y top de manga
larga. Me había recogido el cabello en un moño alto y no tenía nada de maquillaje.
—Siento la necesidad de salir de esta casa —dije mientras me sentaba para atar
los cordones de mis zapatillas deportivas—. Necesito una carrera al aire fresco.
—Muy bien, duchessa. —Maria recogió sus cosas—. Me quedaría en los caminos
del jardín si fuera usted. La cosecha ha empezado y los viñedos están llenos.
Asentí y caminé hacia la puerta; Maria me siguió.
—Me iré por los próximos días. Se me necesita en Asís. No tiene nada urgente
hasta su primer almuerzo con las damas. —Me mostró una amplia sonrisa—. Tiene
tiempo para relajarse y llegar a conocer la propiedad. Las tierras son hermosas, y
habrá mucho que ver.
—¿Y el príncipe? —pregunté, principalmente porque pensé que debería.
Maria negó.
—Ha tenido que ir a Turín hoy. No sé cuándo regresará. —Presionó su mano en
mi brazo—. Su padre era un adicto al trabajo. Siendo usted me prepararía para que
el hijo fuera igual.
Llegamos a la puerta principal y salimos al vigorizante aire de otoño. Maria me
besó en cada mejilla y luego hizo una inclinación de despedida.
Miré alrededor de los caminos y decidí ir a la izquierda hacia el bosque
circundante. Encendí mi teléfono, me puse los auriculares y dejé que el ritmo
animado de mi lista de reproducción para trotar golpeara mis oídos. Presioné mis
pies tan rápido como podían ir, con el corazón latiendo en mi pecho por la pura
libertad de correr.
Pensé de nuevo en ayer. Maria me había dado una pila de folletos brillantes
para revisar. No había habido proposición formal, ningún anillo de compromiso, aun
así los preparativos de la boda estaban en marcha.
Corrí y corrí hasta que el camino terminó. Se curvó, intentando tentarme de dar
la vuelta hacia la mansión, pero no estaba lista. Miré más allá del camino. Lo único
que había más allá eran campos de vides.
En un instante, me vino rápidamente un recuerdo de mi niñez. De mí corriendo
a través de los viñedos en mi casa de Parma, hojas besando mis dedos extendidos
mientras pasaba. Alcé mis pies y caminé a través de las hileras de vides. Incliné mi
cabeza para sentir el sol del mediodía sobre mi piel.
Canción tras canción sonó. Seguí corriendo, la velocidad de mis pies siguiendo
el ritmo de la música. Corrí tan lejos que cuando me detuve a tomar aire y miré
alrededor, me di cuenta que no tenía idea de dónde estaba.
Saqué los auriculares de mis orejas y traté de escuchar por señales de vida.
Podía escuchar la recolección continuando en la distancia, pero nada por aquí cerca.
Me levanté en las puntas de mis pies, recorriendo el área por alguna señal de
actividad. Nada más que campos con sus hileras verdes extendidas ante mí. Excepto
por lo que parecía una pequeña cabaña a unos trescientos metros de distancia.
Caminando al final de la hilera, fui hasta la cabaña. Con suerte, alguien estaría
en casa.
Mientras caminaba, a un lento y constante ritmo, sentí una paz asentarse en
mí. Ahí afuera, entre las vides, sentí una sensación de libertad que no había
experimentado desde que era una niña. Los tres últimos días habían sido una mezcla
de jet lag y deberes. El sueño no había venido fácilmente, y más que eso, extrañaba
mi casa. Extrañaba tanto mi casa que sentía como si un agujero hubiera sido tallado
en mi estómago. Mis padres estaban emocionados por la próxima boda, así que nos
les había dicho cómo me sentía. Marietta, sin embargo, había visto directamente a
través de mi fachada. Me dijo lo único que podía: que debía mantenerme fuerte.
El terreno empezó a inclinarse hacia arriba. Caminé arduamente hasta que
pude ver mejor la cabaña. Me detuve donde estaba y parpadeé. Las vides entre las
que me había encontrado habían terminado. Un campo plano de césped estaba entre
mí y otro campo de vides, pero ese campo estaba protegido por una gran cerca de
madera.
Obligándome a seguir avanzando, noté que este campo de vides era mucho más
pequeño que los otros que había visto en la propiedad de Bella Collina. Aun así las
vides eran mucho más grandes de alguna forma, diferentes; la tierra era de un color
más fuerte.
Rodeé la cerca, intentando ver si había alguien ahí. Podía ver que la mayoría de
las vides estaban alrededor de la parte de atrás de la cabaña de piedra. Al no ver a
nadie cerca, caminé a través de la pequeña puerta de madera de un bonito y bien
cuidado jardín. Aunque pequeño, el jardín estallaba con vibrantes colores, pasando
de los colores del verano hasta las tonalidades doradas y naranjas del otoño. Un
goteo de agua fluía de un viejo molino de agua al costado de la vieja cabaña.
Para el momento en que llegué a la puerta con estilo de granero color roja,
estaba fascinada. El lugar era sacado directamente de un cuento de hadas. Me quedé
quieta, mis ojos observando el jardín y a la pequeña y pintoresca cabaña.
Observé la visión de Alicia en el País de las Maravillas.
—La pintura —murmuré. Este lugar… este rincón de paz celestial era la pintura
de la casa principal. La que adornaba el vestíbulo.
—Era la pintura favorita de mi padre… —había dicho Zeno.
Estaba parada justo enfrente de ella.
Toqué suavemente la puerta, pero no hubo respuesta,
Siguiendo el sendero del jardín que llevaba a la parte de atrás de la casa,
continué impresionada. La parte de atrás de la casa no era menos encantadora que
el frente. Y una plataforma de roble adornaba la parte de atrás. Desde ahí podía ver
la mansión de fondo. Y si no estaba equivocada, la vista daba a mis habitaciones.
Estaba lejos, pocos detalles podían verse, pero estaba segura que allá era donde
miraba.
Aunque ahora conocía la dirección de la casa principal, mis pies siguieron
moviéndose. Una imponente estructura como un granero estaba más allá de un
grupo de árboles altos. Entrecerré los ojos, pero no pude ver exactamente qué era,
así que seguí avanzando.
Al lado del granero había un potrero cercado con dos establos de madera en sus
extremos. Una sonrisa tiró de mis labios cuando vi dos caballos pastando. Si había
una cosa que amaba tanto como la industria del vino y la psicología, eran los caballos.
Había competido durante años en torneos de salto y adiestramiento. De hecho, fui la
campeona de adiestramiento de los Hampton por cinco años consecutivos.
Una queja que había tenido durante los últimos años en la universidad era no
poder montar tanto como me hubiera gustado. Cuando llegué a la cerca, chasqueé
mi lengua en mi boca, tratando de llamar a los caballos para que se acercaran. El que
estaba más cerca levantó su cabeza. El caballo negro me miró, sus orejas moviéndose
de un lado a otro mientras intentaba leerme.
—Ven aquí, bebé —dije, inclinándome cuando cuidadosamente empezó a
acercarse. Medía al menos diecisiete palmos de alto, con largas melenas cayendo en
cascada a sus redondeados cascos. Tenía un cuello grueso y sólidas y pesadas patas.
Si no me equivocaba, parecía una mezcla de percherón y lo que podía ser frisón. Era
absolutamente hermoso. Su melena era larga, de un profundo negro brillante. Tenía
una ligera ondulación en las hebras, al igual que su cola. Cuando se paró ante mí,
sostuve una mano abierta, permitiéndole olisquear mi piel. Después de unos
segundos, agachó su cabeza y me dio el permiso para tocar su cuello y frotar el centro
de su cabeza.
Me reí mientras acariciaba mi mano. El tenue sonido de un segundo par de
cascos llamó mi atención. Una yegua ligeramente más pequeña y delgada se acercó
a la cerca. Mi corazón dolió. Era una andaluza; mi raza favorita. Mejor aún, era de
un gris moteado. Nunca había visto un andaluz gris moteado de carne y hueso. Años
atrás tuve un andaluz negro, Galileo. De niña, había sido mi vida. Lo tuve hasta que
murió hace unos pocos años. Estuve con él mientras el veterinario lo ponía a dormir,
acariciando su cuello y dejando besos en su rostro mientras él fallaba en levantarse
por última vez.
Para muchos era sólo un caballo, pero perderlo había roto mi corazón.
Este andaluz era más grande que Galileo, tal vez de más de quince palmos, con
un cuerpo más fuerte y robusto. Pero no era menos hermosa de lo que había sido
Galileo. Mirarla puso lágrimas en mis ojos.
Era divertido cómo los recuerdos podían escabullirse en ti y traer a la vida las
emociones dormidas más escondidas.
—Hola, señorita —dije mientras la yegua me permitía pasar mi mano por su
nariz—. Eres tan hermosa. Me recuerdas a alguien que quería mucho. —Su melena y
cola plateada brillaban como una luciérnaga de plata en la brillante luz del sol. Las
largas ondas colgaban por la cima de sus flancos—. ¿Cómo te llamas? —pregunté. Su
nariz buscó comida en mi mano. Había un banco de piedra a mi lado. Sobre este
había unas zanahorias cortadas. Tomé un poco en mi mano y alimenté a cada caballo
con mis palmas estiradas.
El caballo negro avanzó más. Me había ganado su confianza. Lo besé en la nariz
y pregunté.
—¿Qué es este lugar, eh? —Dándome cuenta que no tenía más comida que
darles, la yegua y el macho vagaron al centro del potrero para pastar. Los observé
por un rato, luego me di cuenta de un pequeño, pero lleno cuarto de arreos a la
izquierda de los establos. Entonces alguien los monta, pensé. Estos dos caballos eran
razas excepcionales, costosos también. No montarlos sería un desperdicio.
Miré alrededor, buscando por otra forma de vida, pero no había nadie presente.
Dejé el potrero para seguir con mi búsqueda, agachándome bajo las ramas bajas de
los arboles circundantes hasta que mi visión del resto de la tierra no estuvo
obstruida.
Jadeé. Hileras e hileras de vides llenas hasta estallar estaban extendidas frente
a mí, justo como las de la villa. Sólo había un puñado de acres; tal vez ocho o nueve,
pero las uvas maduras daban un aroma increíblemente fuerte, denso y adictivo. La
fragancia de fruta en esta esquina en particular de la propiedad era mucho más
potente que en cualquier otra parte.
Era simplemente la visión más hermosa en la que había puesto mis ojos; un
paisaje digno de las más finas pinturas al óleo y lienzos. Podía ver por qué el viejo
rey había estado tan encantado por esta vista; un pedazo de cielo apartado de los ojos
curiosos.
Avanzando, caminé a lo largo de un pequeño camino hecho por alguien al lado
de la gran pared del granero hasta que llegué a las puertas principales. Estaban
cerradas. Exhalé, decepcionada.
Justo cuando estaba a punto de alejarme, oí de repente la melodía lejana de
notas familiares llevados por la suave brisa. Me giré, siguiendo los vívidos sonidos
de un coro. Estaba tres hileras dentro del viñedo antes de reconocer la música que
parecía venir del centro del campo; Verdi.
Inhalé profundamente mientras Días de Ira de La misa de Réquiem de Verdi
se filtraba a través de las hojas que me rodeaban. Mi corazón latió rápido. Siendo de
Parma, las obras maestras de Giuseppe Verdi formaban parte de mi sangre. Algunos
de mis recuerdos favoritos eran de cuando era niña, en la Piazza Garibaldi en el
centro de Parma, asistiendo a la opera con mi familia.
Seguí la música hasta que me llevó a un reproductor de casetes plateado puesto
en medio de una hilera. La música estaba saliendo de los sucios y arañados parlantes.
Fruncí el ceño confundida mientras me paraba al lado. ¿Quién tenía todavía un
reproductor de casetes, y mucho menos cintas de casetes?
Entonces, a través del grueso follaje, vi un destello de movimiento desde unas
hileras más allá. Alguien estaba moviéndose, presumiblemente un trabajador
recogiendo la cosecha en este pedazo pequeño de tierra. La brisa a mi alrededor eligió
ese momento para aumentar, y se hizo más fría, el frío otoñal comenzaba a acercarse.
Envolví mis brazos alrededor de mi cintura, tratando de luchar contra el frío. Pasé
una hilera de vides, luego dos… y cuando llegué a la tercera, me congelé por completo
sobre mis pasos.
Un hombre estaba a unos seis metros de distancia. Estaba de espaldas a mí,
pero podía ver que era alto, con amplios hombros y cintura estrecha. Tenía el cabello
negro desordenado y profunda piel oliva. Tenía unas pesadas botas de trabajo
marrones, y un par de jeans desgastados en sus largas y musculosas piernas. Me
quedé quieta, sorprendida, mientras él se estiraba hacia una vid a su izquierda.
Con una concentración meticulosa, examinó el racimo en su mano. Pasó sus
dedos por cada uva, sintiendo el peso del racimo en su palma. Luego, se inclinó y olió
la fruta. Finalmente, evidentemente feliz con lo que sea que estuviera probando, sacó
el par de tijeras de podar y cortó el racimo de la vid. Lo dejó delicadamente dentro
de la cubeta ya llena a sus pies. El hombre se enderezó, lentamente rodando la
tensión de su cuello. Echó su cabeza hacia atrás y soltó un largo suspiro,
deteniéndose para tomar una bocanada de aire fresco a principios de la tarde. Un
escalofrío pasó por mi espalda ante la visión de su piel ligeramente sudada brillando
bajo la luz del sol.
Entonces me quedé completamente inmóvil cuando se agachó, levantó la
cubeta… y se giró directamente hacia mí.
Estaba segura que el viento estaba azotando suavemente y que el tiempo no se
había detenido completamente, pero en ese preciso momento, mientras mis ojos
pasaban por un rostro hermosamente duro, sentí como si lo hubiera hecho. Una
fuerte mandíbula cuadrada con una barba corta y oscura, piel suave bronceada sobre
unas esculturales mejillas, una con una pequeña cicatriz, y labios llenos de color rosa;
todo me robó el aliento. Pero, lo más sorprendente de todo fueron sus ojos
almendrados… los iris más azules y brillantes asomándose bajo unas pestañas largas
y negras… ojos que rápidamente habían aterrizado directamente en mí.
El hombre se detuvo en seco, el cubo de uvas colgaba en su hombro, pendiendo
pesadamente en su espalda. Sus impresionantes bíceps estaban tensados con la
tirantez del peso... Y también estaban sus ojos casi-azul-turquesa que quedaron
paralizados, sorprendidos, en mí.
Tragando con fuerza, forcé a mi boca a abrirse y a las palabras a pasar mis
labios.
—Hola —ofrecí débilmente, mi garganta todavía áspera y seca de mi carrera.
Me estremecí ante la leve sacudida de mi voz. El hombre no se movió.
Aclarando mi garganta, di un paso adelante y empujé una sonrisa en mis labios.
Los ojos del hombre se arrugaron ligeramente en sospecha. Desentrañando mis
brazos alrededor de mi cintura, dije:
—Perdón por molestarte. Me encontraba un poco perdida y vi tu casa. Vine para
pedir indicaciones, y… —me reí nerviosamente—… me encontré hipnotizada por tus
vides, jardines y caballos. —El hombre seguía sin hablar. No se había movido ni un
poquito. Llené el silencio con más charla nerviosa—. Tienes la casa más hermosa. —
Palidecí—. Quiero decir, no entré en tu casa, lo prometo. Me refiero al edificio en sí,
la piedra gris, el techo rojo y el jardín... Y tus caballos. Me encantan los caballos. Yo
solía cabalgar competitivamente... —me interrumpí, apretando los dientes para
callarme.
Tomando un largo y controlado aliento, caminé los últimos pasos hacia
adelante hasta que quedé frente a él. Le tendí la mano.
—Debería haber empezado con una presentación. Mi nombre es Caresa.
Encantada de conocerte.
La mirada azul del hombre, que se había fijado tan firmemente en la mía, cayó
sobre mi mano extendida. Vi como su manzana de Adán se balanceaba en su
garganta y sus mejillas ya ruborizadas parecían subir de color.
Así de cerca, podía sentir el calor de su piel irradiando a través del aire fresco
entre nosotros. Alcé la mirada y noté, de nuevo, lo alto que era. ¿Tal vez uno-
noventa? Él era unos centímetros o dos más alto que Zeno. Y definitivamente era
más ancho que el príncipe. Su torso estaba lleno de músculos, y había una dispersión
de vellos oscuros en su pecho. No había una parte de él que no fuera musculosa, pero
no en la forma de un fisicoculturista. Este hombre estaba en forma, delgado y
tonificado, no voluminoso. Él... él era... asombroso. Realmente no había otra manera
de decirlo.
Su súbito cambio de movimiento me sorprendió. El hombre, sin mirarme,
lentamente bajó su cubo al suelo, dejó caer las tijeras y se enderezó cuidadosamente.
Limpió su sucia palma en los jeans desgastados que colgaban de su cintura. Una V
marcada y definida se abría camino hasta su cinturón. Sentí el calor aumentar en mis
mejillas cuando me di cuenta.
Luego empujó su mano hacia fuera, y lo miré fijamente mientras su caliente
piel encontró mi palma. Sus ásperos dedos suavemente rodeando los míos, y dijo
tímidamente, en voz baja:
—Hola, Caresa. Mi nombre es Achille, Achille Marchesi.
Su profunda voz de barítono se envolvió suavemente alrededor de las sílabas
de mi nombre. Me estrechó la mano una vez, luego la soltó.
—Achille —repetí y sonreí. Lo miré a los ojos, encontrándolo mirándome
nerviosamente. Un grueso mechón de su cabello negro había caído sobre su frente,
las puntas cubrían la parte superior de su ojo izquierdo—. Es muy agradable
conocerte —dije y envolví mis brazos alrededor de mi cintura de nuevo.
Se paró en el sitio, su cabeza gacha, obviamente no sabiendo qué hacer ni qué
decir.
—Tu casa —repetí—, es extraordinaria.
—Gracias —respondió. Su cabeza se alzó rápidamente, y pareció sorprendido
por el cumplido.
Achille miró lejos por un momento. Cuando me miró de nuevo, dijo:
—¿Eres la duchessa di Parma, sí?
—¿Has oído hablar de mí?
—Todos nosotros, los trabajadores de aquí, nos dijeron de tu inminente llegada.
Sobre tu matrimonio con el príncipe. —Respiró profundamente—. Que te alojarías
aquí hasta la boda.
—Ah —respondí. No sabía por qué, pero no quería hablar de eso en este
momento. Hoy era el primer respiro que había tenido de este matrimonio arreglado
en tres largos días. Quería que el momento continuara. Era agradable hablar con
alguien que no me estaba aconsejando sobre almuerzos o etiqueta. Achille señaló en
la distancia.
—La propiedad principal está detrás de ese camino. Si sales de aquí y giras a la
izquierda, hay un camino directo a la casa. La grama está bien gastada de años de
uso, por lo que te guiará a casa con seguridad.
—Gracias —dije. Achille se volvió y recogió el cubo de uvas. Espontáneamente,
le pregunté—: ¿Eres un vinicultor?
Achille debió de suponer que me había alejado, ya que se sorprendió de mi
pregunta. Me miró por encima del hombro, sus cejas oscuras descendieron y asintió.
Levantó el cubo a su espalda y me dio una rígida sonrisa mientras caminaba. Cerré
los ojos en exasperación. Caresa, ¿qué estás haciendo?, me pregunté. Obviamente
quiere que te vayas.
Pero no escuché a la voz en mi cabeza. En cambio, lo vi caminando, tenso hacia
el granero. Cuando desapareció de la vista, eché un último vistazo a la viña. Al
parecer, sólo tenía unas pocas hileras recolectadas. La primera sección estaba limpia
de uvas, pero el resto de la viña estaba rebosante.
Un pájaro cantó desde un árbol altísimo a mi lado. Sus notas agudas me sacaron
de mis pensamientos, y puse mis pies en acción. Caminé a través de un grupo de
árboles hasta que estaba de vuelta en el granero y los establos. A mi derecha, vi a
Achille reaparecer a través de las puertas del granero. El caballo en el potrero
relinchó y trotó hacia él. Observé como una leve sonrisa tiraba de la boca de Achille.
Mi corazón se aceleró ante la visión. Latió aún más cuando él se movió para
encontrarse con el caballo, frotando su mano sobre la nariz del castrado,
presionando un beso en su cabeza.
Di un paso, mi pie rompiendo una rama caída en el suelo. El sonido resonó
como un trueno en el tranquilo entorno. El caballo castrado miró hacia mí, seguido
rápidamente por Achille. Parpadeó, una vez, luego dos veces, su interrogante mirada
azul no ayudó a mi pulso acelerado.
Me aclaré la garganta.
—Un hermoso caballo el que tienes allí —dije y me acerqué a él.
Achille asintió, con la mano lentamente subiendo y bajando por el cuello del
caballo.
Cuando estuve a su lado, extendí la mano para frotar la nariz del castrado.
—¿Qué raza es?
Achille tragó saliva, agachando ligeramente la cabeza, y respondió:
—Su padre era un percherón y su madre un frisón.
Sonreí y dejé escapar una risa feliz. La mano de Achille se detuvo en el cuello
del castrado mientras me observaba. El peso de su mirada era intenso, y hacía brotar
un rubor en mis mejillas.
—Lo siento —dije, nerviosa—. Sólo que adiviné esa mezcla cuando lo vi antes.
Achille me sonrió brevemente, minuciosamente, pero el pequeño destello de
diversión que cruzaba su rostro fue suficiente para lanzar un enjambre de mariposas
a golpear mi estómago. El silencio se extendió entre nosotros hasta que llegó la
yegua. De una manera que sólo los caballos pueden, ella empujó su cabeza entre
nosotros y empujó el brazo de Achille con su nariz.
Me reí de nuevo, más fuerte esta vez, mientras ella golpeaba su casco contra la
cerca.
—Rosa —reprendió Achille, su voz ronca, pero profunda en tono. Su disgusto
no duró mucho. Suspiró y pasó la mano por el cuello gris moteado de Rosa.
—Y una andaluz —dije. El caballo se echó atrás para darle a Rosa su turno con
Achille y se acercó a mí. Di una palmada en su cuello, el calor de su piel calentando
mi piel helada.
—Sí. Purasangre.
—Yo también tuve uno. Un castrado negro. —Hice una pausa y presioné un beso
en la nariz del castrado—. Era mi caballo favorito. —Sentí los ojos de Achille en mí.
Levanté la vista y nuestras miradas se encontraron.
—¿Era?
—Falleció hace unos años.
Achille asintió y apartó la mirada.
—¿Y cuál es su nombre? —pregunté, señalando al caballo castrado.
—Nico —respondió Achille—. Es mío. Quiero decir, el que cabalgo.
—¿Cabalgas?
—Sí —dijo—. Principalmente para comprobar las vides. Los autos y los
camiones pueden afectar el suelo, así que cabalgo. —Se encogió de hombros—. Lo
prefiero de todos modos.
Lo estudié, encontrándome deseando que hablara más. Era increíblemente
tímido e introvertido, eso era seguro. Me pareció curiosamente entrañable. En mi
vida había conocido a muy pocos hombres que fueran introvertidos y tímidos. La
mayoría eran poderosos, llenos de confianza y, en algunos casos, llenos de su propia
importancia.
La mayoría se comportaba exactamente igual que el príncipe.
—¿Y quién monta a Rosa? —pregunté. El movimiento fue leve. Si no hubiera
estado mirando, me lo habría perdido. La mano de Achille se congeló en el cuello de
Rosa al segundo que la pregunta dejó mis labios.
Inhaló profundamente y luego dijo suavemente:
—Mi papá solía hacerlo. Ella era suya.
Era. La palabra se destacó para mí. Ella era suya.
—Siento tu pérdida —dije después de un momento.
La mano de Achille cayó de Rosa, y él me lanzó una apretada y agradecida
sonrisa.
—Tengo que volver a trabajar. —Vi por la mirada en sus ojos que no sabía qué
más decirme. No sabía cómo actuar a mi alrededor.
—De acuerdo —dije y, con un último beso en la nariz de cada caballo, retrocedí
del potrero hacia el sendero que salía del jardín. Achille estaba tenso, sus ojos
parpadeaban en los míos y luego en el suelo—. Fue un placer conocerte —dije y agité
mi mano.
Achille no respondió enseguida, pero luego dijo:
—Igualmente, duchessa. —Tan pronto como había hablado, se volvió y entró en
el granero. Suspiré, sintiéndome un poco decepcionada. Me hubiera gustado ver lo
que había en el granero, incluso conversar con él sobre el vino. Pero cualquiera podía
ver que no era del tipo que participaba fácilmente en la conversación.
Salí del jardín y cerré la trillada puerta de madera que enmarcaba la casa de
Achille tan perfectamente. Justo como Achille había guiado, el camino bien gastado
estaba allí para guiarme a casa. Troté todo el camino de vuelta, sólo que esta vez no
escuché música. Mi mente estaba absorta repitiendo mi encuentro con Achille.
Mi corazón pateó en mi pecho cuando lo imaginé. Su rostro tímido y guapo, su
cuerpo esculpido, él era increíble. La suciedad en sus manos y el sudor en su piel sólo
aumentaban su atractivo.
Al llegar a las puertas de la mansión, negué. Ya no podía pensar en otros
hombres. Estaba aquí para casarme, no de vacaciones. Estaba prometida con Zeno,
y eso era todo.
Entré en la casa y hacia las escaleras para mis habitaciones. Acababa de poner
mi pie en el primer escalón cuando un destello de color llamó mi atención. Me
acerqué a la pintura de la cabaña de piedra y la estudié de cerca. Era sin duda la casa
de Achille. Aunque ahora la había visto en persona, me di cuenta que, tan talentoso
como era el artista, no podía hacer justicia al pintoresco lugar.
—¿Le gusta, duchessa? —Miré a mi derecha y vi a una de las empleadas
domésticas sonriéndome.
—Sí —respondí—. Mucho.
La anciana asintió.
—Es casi tan hermosa como el vino en sí, y casi tan dulce como el vinicultor que
vive allí. —Cuando la empleada se volvió para alejarse, sus palabras se hundieron.
—¿Qué? —pregunté abruptamente. La empleada se volvió hacia mí—. ¿Qué
quieres decir con “tan hermosa como el vino”?
—El merlot, duchessa. Reserva Bella Collina. —Mi corazón se disparó como un
cañón en mi pecho. El ama de llaves sonrió—. Esta es la casa del vinicultor de nuestro
famoso merlot. Ha pertenecido a la misma familia durante años. El hijo lo dirige
ahora.
—Oh —susurré. Mis ojos volvieron a la pintura. No estaba segura de si la
empleada seguía allí o si estaba sola. La sangre corrió por mis venas y mis pulmones
se esforzaron por tomar aire. Me quedé inmóvil como una estatua, hipnotizada por
la pintura de la pequeña casa, el jardín de cuento de hadas y las vides llenas-a-estallar
que lo rodeaban.
Y pensé en Achille. Achille, entre las vides, cosechando las uvas con tanta
pasión en sus ojos y tan intensa concentración en su rostro...
—Reserva Bella Collina —susurré—. Achille hace el merlot Bella Collina...
No estaba segura de cuánto tiempo estuve allí, mirando la pintura. Finalmente
volví a mis habitaciones. Preparé un baño y entré, dejando que el agua caliente me
envolviera y me tranquilizara con sus vapores perfumados de lavanda.
Achille era un hombre reservado, de eso estaba segura. No sabía nada más
acerca de él. Pero sentí que se había sentido incómodo con mi presencia, con mi
intrusión no deseada en su mundo.
Sabía que no esperaría volver a verme. Pero cuando cerré los ojos y vislumbré
ese pequeño viñedo privado y el hermoso hombre que lo dirigía, decidí volver.
Me dije que era para hablar con el hombre acerca de mi vino favorito, para ver
y entender el proceso, para hacer las muchas preguntas que tenía.
Mientras los ojos azules de Achille danzaban por mi mente, ignoré la verdad en
mi corazón, que también quería hablar de nuevo con este hombre por él. No sólo por
el vino, sino por él.
Me permití fingir lo contrario.
Estaba prometida al príncipe.
Me iba a casar con Zeno.
Esto era sólo acerca del Merlot.
Nada más.
Achille
Me paré en el centro del granero y escuché cuidadosamente. Ella no se movió
por un rato, pero luego escuché el sonido de sus pies alejándose. Cuando sus pisadas
se desvanecieron en el silencio, salí del granero y giré a la derecha, caminando a
través de los árboles hasta que estaba en la verja del perímetro de mi viñedo. La
duchessa lanzó una última mirada a mi casa y después siguió el sendero hacia la casa
principal de la propiedad.
Ella estaba vestida toda de negro, su oscuro cabello recogido en un moño.
Empezó a correr, y en un par de minutos había desaparecido valle abajo, sólo para
que su distante silueta apareciera de nuevo cinco minutos después mientras corría
colina arriba hacia su casa.
Me recargué contra la verja y observé hasta que se fue. Mis cejas bajando. La
gente difícilmente venía a esta parte del viñedo. El rey había sido estricto con los
otros trabajadores sobre a dónde podían ir; mi pequeño pedazo de la finca estaba
estrictamente fuera de los límites para la mayoría.
El rey siempre estaba aterrorizado de que alguien descubriera el secreto de
nuestro merlot. Así que por años solo habíamos sido mi papá y yo. Cuando papá
murió siete meses atrás, sólo me dejó a mí. No me molestaba demasiado mi propia
compañía. Nunca había sido de tener amigos, y la poca familia que tenía vivía en
Sicilia. Sólo veía a mi tía un par de veces al año. El último verdadero amigo que tuve
dejó de hablarme cuando era pequeño, y he llegado a la conclusión que él solo era mi
amigo porque vivía en esta tierra y no había nadie más de la misma edad alrededor.
Muy poca gente había venido desde entonces.
Eso era sólo como era.
Nico relinchó desde el potrero, el sonido recordándome que tenía que volver al
trabajo. Pero con cada paso que daba, todo lo que podía hacer era revivir la última
hora. Esa era la duchessa di Parma. Esa es con quien el príncipe se está casando.
Varias semanas atrás la secretaria del príncipe había reunido al personal y nos
dijo del inminente matrimonio. No sabía qué había esperado de la duchessa
americana, pero no había esperado que ella fuera tan… tan…
Suspiré, pasando una mano por mi rostro, empujando esos pensamientos lejos
de mi mente. Dejé caer mi mano a mi costado, y fui al granero. Los barriles de roble
en los que el nuevo vino sería añejado estaban apilados y listos para el final de la
cosecha. Sólo había empezado a recoger. El clima este verano había retrasado
ligeramente el desarrollo de las uvas. Si había una cosa que mi padre me había
enseñado, era que las uvas no podían ser recolectadas hasta que estuvieran
absolutamente perfectas. Estaba a una semana o dos detrás de donde esperaba estar,
pero el tiempo extra me había dado los más prometedores racimos de uvas que había
tenido en años. Y teniendo en cuenta que las recientes cosechas fueron consideradas
como las mejores, sentí un mareo de emoción arremolinándose en mi sangre por la
promesa del más excelente vino que la cosecha de este año podría traer. Era el primer
año que estaría completamente solo en esta tarea, sin una experimentada voz
guiándome.
Ambos me aterrorizaban y entusiasmaban.
Comencé vaciando los baldes de uvas dentro del barril de los pisotones. Para el
balde número dieciséis, mi estómago estaba gruñendo. Corté un trozo de queso
parmesano que estaba en la mesa a mi lado y lo rocié con vinagre balsámico añejado.
También agarré lo último del pan que Eliza me había traído ayer. Eliza era una de las
empleadas de la casa principal y la esposa de uno de los más antiguos vinicultores en
la finca. Ella y su esposo, Sebastian, habían sido los mejores amigos de mi padre.
Desde su muerte, Eliza se había asegurado que mi despensa estuviera siempre
abastecida con comida. Especialmente durante la cosecha. Yo tenía poco o nada de
sueño por unas cuantas semanas cada octubre, y cosas como la comida venían en
segundo lugar en el proceso de elaboración del vino.
Pero lo amaba.
Vivía para esta época del año. Todo lo que condujera a este punto. Esto era
cuando yo estaba más satisfecho.
Esto era cuando me sentía más vivo.
Inspeccioné las uvas de nuevo mientras comía, asegurándome que cada una
estuviera perfecta. Mientras el sol comenzaba a descender en el cielo, vertí el resto
de las uvas dentro del barril, parando sólo cuando el último balde estuvo vacío.
Pateando mis botas, me limpié mis pies, enrollé mis jeans y me metí en el barril.
Las uvas inmediatamente comenzaron a romperse y derramar su jugo. Los tallos
eran duros bajo mis pies, pero eran esenciales para hacer los vinos tintos más oscuros
e intensos.
Varios minutos pasaron, y los minutos se convirtieron en horas. Una vez que
las uvas habían sido machacadas, sentí que mis músculos empezaban a doler. Ellos
dolían así, al mismo tiempo cada día, cuando había empujado mi cuerpo al máximo.
Salté del barril y limpié mis pies. Por las siguientes horas, exprimí el vino y
comencé el proceso de fermentación.
Alcé la vista fuera de las puertas para ver un mar de estrellas brillando en el
cielo despejado. La luna colgando bajo, iluminando el agua de los aspersores
mientras rociaban las vides. Era un espectáculo de luces de rayos plateados, hojas
verdes y frutas rojas.
Llevando mi mano detrás de mi cabeza. Caminé fuera del granero y cerré las
puertas con fuerza. Nico y Rosa me vieron salir e inmediatamente se dirigieron a sus
establos, sabiendo lo que venía. Salté sobre la verja del potrero, agarrando sus baldes
de alimento de la caballeriza y los llevé a los establos. Los caballos rápidamente
agacharon la cabeza. Llené su agua y saqué algo de heno. Cuando volví, Rosa estaba
parada en mi camino.
—Oye, hermosa —la saludé, pasando mis manos por sus orejas y a lo largo de
su cuello. Rosa se mantuvo tan calmada e inmóvil como siempre. Eso era todo por
mi padre. Él tenía una manera con los caballos que yo jamás. Nico era mío; lo
montaba todos los días. Rosa era demasiado pequeña para mi constitución, así que
ella tenía que arreglárselas con ser entrenada y educada a mano.
Mientras Rosa se alejaba, sentí un profundo hoyo cavar en mi estómago. Ella
parecía tan sola y perdida sin mi padre. Como si supiera que su propósito estaba
agotado con él muerto. Nosotros usábamos estos caballos para trabajar en los
campos. Sin mi padre, Rosa estaba perdida.
Ambos, ella y yo.
Papá la había entrenado en doma, pasando tiempo con ella cada día
asegurándose que cada movimiento era perfeccionado y pulido. Estaba seguro que
Rosa echaba de menos bailar a lo largo del potrero con mi padre en su lomo. Yo no
tenía tal habilidad con la cual ayudar.
Una ola de culpa creció en mi pecho.
Simplemente amo los caballos. Solía cabalgar competitivamente…
Parpadeé mientras las palabras de la duchessa repentinamente aparecieron,
vagando por mi mente. Pensé en sus grandes ojos marrones y su suave sonrisa
mientras hablaba conmigo sobre Rosa y Nico. Recordando el asombro y la tristeza
en su voz mientras hablaba de su antiguo caballo.
Bajé la mirada a mi brazo desnudo. Escalofríos habían estallado a lo largo de
mi piel. No sentía frío, pero la temperatura había descendido, así que racionalicé que
eso debió haber sido.
Dejé el potrero y fui a casa. Luces solares iluminaron mi camino a lo largo del
sendero del jardín. Cuando entré a la cabaña, caminé directo al fuego y lancé algunos
leños cortados recientemente. Mis músculos dolían y necesitaba calor. Mientras el
fuego saltaba a la vida, me quité mi ropa y me metí a la vieja ducha. El agua caliente
relajó mi tenso cuello y hombros. La esencia de madera ardiendo flotaba en el aire.
No me moví, la cabeza colgando hacia adelante, hasta que el agua se volvió tibia, y
luego gélida.
Me puse un pantalón de chándal, dejé mi cabello secar e hice algo de café en mi
moka pot. Tomé algo de pasta fresca ya preparada de la nevera y me serví una copa
de mi merlot 2010.
Antes de sentarme a comer, coloqué un nuevo vinilo en el viejo tocadiscos de
mi padre. Cuando la aguja arañó al vinilo, La Traviata de Verdi vino crujiendo de
las antiguas bocinas.
Por un momento, mientras los compases de apertura llenaban la silenciosa
habitación, miré al frente a la única silla de madera junto al fuego. Una vez había
estado otro enfrente. Si cerraba mis ojos, podría ver a mi padre sentado, leyendo su
libro —en voz alta para mí, como siempre— su ópera favorita reproduciéndose en el
fondo. Desde que yo era un muchacho, nos habíamos sentado junto a ese fuego cada
noche después de un duro día de trabajo, y él había leído sus historias favoritas para
mí. Desde los clásicos, siendo mi favorita El conde de Montecristo, la suya siendo
Sherlock Holmes, pasando por la fantasía, mi favorita era El Hobbit, y la suya era El
Señor de Los Anillos. Pero su favorito sin lugar a dudas, y mi favorito también, era
la filosofía. Él habló conmigo de Platón y de Aristóteles y sus filosofías sobre el amor.
Habló sobre mi madre, a quien amó más allá de la medida. Y habló sobre cómo ella
era la otra mitad de su alma.
Me dijo cómo, un día, yo encontraría mi otra mitad también.
Desde que se había ido, la vieja casa parecía desprovista de vida. La única,
ahora solitaria, silla junto al fuego estaba tan sola como mi corazón.
Abrí mis ojos y miré a las ascendientes llamas rojas y naranjas. Parpadeé lejos
el brillo de las lágrimas de mis ojos, negándome a dejarlas caer.
La música alcanzó el crescendo, y volví a la cocina a recuperar mi comida y vino.
Los llevé de vuelta al cuarto de estar y me senté en la silla junto al fuego. Comí
rápidamente, después lavé y guardé el único plato.
Sintiéndome exhausto, apagué las lámparas de mi pequeña casa una a una.
Caminé hacia mi habitación y, como hago cada noche, me senté en el borde de mi
cama. Con un profundo suspiro, saqué el sobre de mi mesita de noche y abrí el
reverso. Tan cuidadosamente como era posible, saqué la carta de tres páginas. Con
manos temblorosas, dejé a mis ojos pasar por la perfecta escritura cursiva,
estudiando cada simple palabra. Y como cada noche, mientras escaneaba cada
página, sentí mi corazón romperse en dos.
Un nudo creció en mi garganta, y sentí como si no pudiera respirar.
Inhalé profundamente y bordeé mis dedos sobre el papel antes de doblarlo de
vuelta. Lo puse en el sobre y lo coloqué de vuelta en su cajón. Me metí bajo las cobijas
y apagué la lámpara. El cielo oscuro era visible a través de mis persianas abiertas, y
miré más allá a las brillantes estrellas. El sonido de los caballos resoplando y
caminando alrededor del potrero llegó a mis oídos, como lo hizo el zumbido de los
aspersores regando las vides. Mientras cerraba mis ojos, el cansancio colándose, me
encontré imaginando un par de grandes, y amables ojos marrones, y una suave, y
delicada risa capturada por la brisa.
Curiosamente, la imagen momentáneamente desterraba la sensación del pozo
de hundimiento en mi estómago que había cavado dentro de mí siete meses atrás, y
se me hizo fácil respirar.

c
El sol apenas había salido la mañana siguiente cuando empecé la siguiente
hilera de vides. Sólo había llenado tres baldes cuando el sonido de hojas crujiendo
llenó los dos segundos de silencio del reproductor de casete mientras cambiaba de
canción. Notando un destello de movimiento a mi izquierda, elevé la vista, solo para
que el aire se congelara en mis pulmones.
La duchessa apareció al final de la hilera, vistiendo ropas de ejercicio negras
similares a las de ayer. Sus labios curvados en una sonrisa mientras me daba un
pequeño saludo. Me puse de pie, mi corazón tronando en mi pecho.
¿Por qué está aquí?, pensé mientras sacudía el polvo de mis sucias manos en
los muslos de mis jeans.
La duquesa se acercó, y entre más se acercaba, más notaba una extraña
expresión en su rostro. Parecía ser una de incredulidad. O tal vez asombro o… no
estaba seguro.
—Hola de nuevo —dijo ella. Se inclinó y pasó su mano por las vides junto a
nosotros. Las yemas de sus dedos a lo largo de las hojas y las uvas como si pensara
que estaban hechas de oro, como si pensara que fueran las cosas más preciosas del
mundo.
—Hola —contesté, la confusión ante su presencia espesó mi voz. La duchessa
sonrió ampliamente cuando me miró de vuelta, y vi un débil sonrojo iluminar la
aceitunada piel de sus mejillas. Sus ojos marrones eran brillantes, y hebras de su
cabello marrón oscuro habían escapado de su moño alto. Me gustaba. La hacía lucir
menos… regia. Menos importante.
Esperé nerviosamente mientras se balanceaba en sus pies, su ropa ajustada de
ejercicio resaltando su esbelta pero curvilínea figura.
—Probablemente te estás preguntando por qué estoy de vuelta —expresó ella.
Alcé la mirada para encontrar la suya. Su mirada bajó ante mi atención, y negó, una
auto-despreciativa risa escapando de sus labios llenos color rosa. Eso sólo sirvió para
confundirme aún más.
—¿Se encuentra bien, duchessa?
Enderezó sus hombros.
—Es Caresa. Por favor llámame Caresa, Achille. Odio ser llamada “duchessa”.
El título no ha existido sinceramente por más de un siglo de todos modos, no
realmente.
Asentí, no sabiendo qué decir. La duchessa —no, Caresa—, batió su mano
frente a su rostro y respiró profundo.
—Probablemente te estás preguntando ¿por qué estoy de vuelta? —repitió ella,
sus ojos fijos en mi rostro como si intentara leerlo. No mostré emoción alguna. No
podría aun si quisiera. Estaba demasiado ocupado mirando su bonito, y nervioso
rostro. Su nerviosismo extrañamente trajo una ligereza a mi pecho.
Me preguntaba por qué.
—¿Estás perdida de nuevo?
Rió suavemente.
—No, admito que no soy buena con las direcciones, pero afortunadamente no
soy tan mala como para olvidar el camino a casa después de un día —Frotó su frente,
mirando como si estuviera ansiosa por algo—. Mira, soy terrible soltando mis
palabras a veces. Pero… —se acercó más y buscó mis ojos—… tú eres él, ¿cierto? —
preguntó, su voz apenas un susurro—. La noche pasada, cuando la empleada me dijo
sobre este lugar… —Se detuvo—. No me di cuenta que esto era eso. Que tú eras él.
Miré a nuestro alrededor; no tenía idea quién pensaba que era.
—No… no entiendo —dije, observando el sonrojo de Caresa intensificarse.
—No he sido muy clara, ¿verdad? —Cubrió sus ojos con su mano en vergüenza.
La bajó de nuevo y dijo—: Achille, tú eres el fabricante del merlot Reserva Bella
Collina, ¿verdad? —Parecía como si ya supiera la respuesta, pero ahí estaba
definitivamente un indicio de pregunta en su tono.
—Yo… —comencé y entonces paré de hablar. El rey siempre había pedido por
la discreción de mi padre y la mía en relación a nuestro vino. Él nunca quiso que
nadie supiera de este pequeño viñedo y la familia Marchesi que lo producía. Pero el
rostro abierto y expectante de Caresa se congeló, esperando mi respuesta, no podía
mentir.
Yo… su rostro… ella… ella me hacía no querer mentir.
—Sí —susurré, mi corazón latiendo rápido.
Su reacción fue inmediata. Todo el rostro de Caresa se iluminó con una sonrisa
increíblemente feliz. Por un momento, pensé que me había dejado llevar contándole
finalmente a un virtual extraño sobre este viñedo, pero mientras miraba sus oscuros
rasgos, sintiéndome más y más atraído por su imposible belleza, sabía que no era
eso…
… era… ella.
Era exquisita.
Era adorable.
Ella era…
Me giré abruptamente, desesperado por escapar de su atención y mis
obstinados pensamientos. Mi corazón estaba tartamudeando simplemente por
seguir a su lado. No estaba acostumbrado a estos sentimientos.
No estaba acostumbrado a este tipo de atención de nadie, punto.
—No puedo creerlo —murmuró Caresa detrás de mí. Mis hombros tensándose.
La siguiente cosa que supe es que ella había caminado a mi alrededor. A
regañadientes encontré sus ojos y estuve sorprendido por la intensidad de la
fascinación que vi ahí —. Achille —murmuró. Mi nombre sonando como una plegaria
en sus labios—. No puedo creer que realmente esté aquí, contigo.
—¿Yo? ¿Por qué?
Ella retrocedió, un ceño fruncido estropeando sus cejas.
—Mi padre es copropietario de estos viñedos, aunque él no sabe quién hace el
Reserva Bella Collina. Como la hija de un distribuidor de vino, específicamente del
merlot Bella Collina, conocerte es… —Negó. Su mirada bajando, y entonces,
tímidamente echándome un vistazo a través de sus largas pestañas, dijo—: Achille
Marchesi, tengo tres amores en mi vida: la psicología, los caballos y el vino. —
Encogió sus hombros, y la adorable acción casi me destruyó—. Especialmente el
merlot Bella Collina. No hay nada como eso para mí. Eso es, en una palabra… —Hizo
una pausa, entonces orgullosamente anunció—: Perfección.
No estaba seguro qué clase de respuesta merecía ese elogio.
Caresa esperó a que hablara. Cuando no reaccioné, echó una larga mirada
alrededor del viñedo.
—No puedo creer que esté en el viñedo donde se hace el merlot, se cultiva y se
cuida. —Se estiró para alcanzar un racimo de uvas junto a nosotros—. ¿Cosechas a
mano todo esto?
—Sí —respondí, observando con ojos evaluadores que ella delicadamente
levantaba la fruta en su mano. Deseaba ver si sabía lo que estaba haciendo. Esa
pregunta fue respondida cuando dijo:
—Estas no están listas todavía, ¿no? Puedo decirlo por el color de su piel. ¿No
son de un rojo suficientemente pronunciado? —Su ansioso rostro mirándome por
confirmación. Estudié las uvas en cuestión, entonces sentí una pequeña sonrisa tirar
de mis labios.
—Estás en lo correcto.
—¿Sí? —dijo entrecortadamente.
Asentí.
—¿Achille? —preguntó Caresa—. ¿Haces todo esto solo? La recolección, la
trituración, la fermentación, el embotellamiento… ¿todo?
Una repentina punzada de dolor rebanó mi pecho. Aclaré mi garganta y
carraspeé.
—Lo hago ahora.
Simpatía inundó su bonito rostro. No me presionó por una respuesta más larga,
por lo que estaba agradecido. La verdad era, que había estado por mi cuenta por los
últimos dos años. Con su enfermedad, papá no había sido capaz de hacer mucho
excepto aconsejar. Había estado demasiado enfermo para intentar el trabajo manual,
pero él siempre estaba a mi lado, instruyéndome, manteniéndome a raya. Nunca me
di cuenta cuánto había confiado en su consejo hasta que se fue.
La vida para mí ahora era sólo tan… silenciosa.
—¿Cómo puedes estar seguro que están listas? —preguntó Caresa, trayéndome
de vuelta al aquí y ahora—. La presión para hacer un vino tan codiciado debe ser muy
difícil de manejar.
Me encogí de hombros.
—¿No lo es? —Sus ojos eran amplios mientras esperaba mi respuesta. Sus
negras pestañas eran tan largas que eran como abanicos mientras parpadeaba, su
linda nariz retorciéndose mientras una hebra suelta de cabello cosquilleaba en la
punta.
Apenas podía apartar la mirada.
—No. —Me agaché y tomé un racimo de uvas del balde a mis pies. Arranqué
una sola uva y la sostuve—. Ésta está lista. Sé esto por la forma, el peso, el color, y
por el sabor.
—¿Cómo “sólo lo sabes”? —inquirió ella, estudiando la uva en mi mano como si
fuera el más incomprensible rompecabezas del mundo.
—Porque las uvas son mi vida. Mi abuelo fue el primer vinicultor de esta
cosecha, después mi padre, y ahora yo. No uso maquinaría en ninguna parte del
proceso porque todo lo que sé se mantiene aquí. —Apunté a mi corazón, después a
mi cabeza, luego a mis ásperas manos—. No ha habido un día en mi vida que no haya
estado aquí afuera con estas vides, cosechando o produciendo el vino. Es todo lo que
he conocido. Este viñedo… es mi casa, en cada sentido de la palabra.
La sonrisa de Caresa llegó lentamente a su boca. Y cuando lo hizo, estuve
atrapado en su tirón, fascinado por la piel dorada de sus mejillas.
—Esto es la pasión de tu corazón. Tu por qué en la vida —dijo ella, su voz un
poco más que un susurro.
Pensé en la felicidad que encontré aquí afuera cada día, sabiendo que no había
nada más en el mundo que preferiría estar haciendo. De hecho, sin este viñedo en mi
vida, no estaba seguro cual sería mi propósito, cómo encontraría paz y alegría.
—Sí.
—Es el por qué tu vino es el mejor. Pasión fusionada con conocimiento siempre
da nacimiento a la excelencia.
Una repentina calidez estalló en mi pecho con sus palabras. Tu vino es el
mejor…
—Gracias —dije sinceramente. Seguido de un pesado silencio. Necesitaba
volver al trabajo, pero no quería ser grosero por marcharme. Mientras intentaba
hacerme hablar, para explicar, me di cuenta que en realidad no quería que se fuera.
La conmoción se apoderó de mí. Levanté mi mano y la pasé por mi cabello.
—¿Achille?
Dejé caer mi mano a mi costado.
Los ojos de Caresa fueron al balde de uvas a mis pies, después de vuelta a mí.
—¿Podría… sería posible, si yo… ayudara?
Desconcertado, aclaré:
—¿Quieres ayudar a recolectar las uvas?
Caresa sonrió y asintió.
—Siempre he querido entender tu vino. Cómo se hace, el proceso. —Respiró
profundo—. Sería un honor ver tu trabajo.
Eché una mirada a mis sucias manos y mis aún más sucios jeans. Me permití
echar una mirada a Caresa.
—No permanecerás limpia —le advertí—. Es trabajo sucio. Es trabajo duro.
—Lo sé —respondió ella—. Cuando viví en Parma cuando era joven, o cuando
lo visitaba por el verano, ayudaba en el viñedo de nuestra familia. Conozco el
esfuerzo que conlleva. —Estaba sorprendido por el silencioso duro borde en su voz.
Ella era de la aristocracia. No conocía mucha gente de la clase alta, pero los que había
conocido o visto no eran el tipo de gente de pasar sus días en los campos, trabajando
desde la aurora hasta el atardecer.
Caresa debió haber tomado mi silencio como una negativa. Sus brazos
envueltos alrededor de su cintura, y un destello de dolor en su rostro fue casi mi
perdición.
—Está bien, de verdad —dijo ella y forzó una sonrisa—. Entiendo. Es un proceso
sagrado, y uno reservado además. —Negó y se movió más allá de mí—. No debí haber
preguntado.
Caminó hacia el final de la hilera de vides, y me encontré diciendo:
—Eres la duchessa. Eres la señora de la casa. Ésta pronto será tu tierra. Puedes
hacer lo que desees.
Caresa se detuvo en seco. Su espalda tensada. Sus hombros rígidos, luego
cayeron, y me miró, sus brillantes ojos apagados.
—Preferiría que aceptaras no porque soy la futura esposa del príncipe, sino
porque soy una autentica amante del vino y estoy absolutamente fascinada por ti y
tu trabajo. —Mi estómago rodó por el sonido de la tristeza en su dulce voz. Lucía tan
pequeña y frágil.
Entonces recordé que no tenía mucho tiempo de haber llegado a Italia desde
América. Tal vez no conocía a nadie.
No tenía experiencia con este tipo de situación. La había molestado. Podía ver
eso. Nunca quise hacer que alguien se entristeciera.
Desvié mis ojos para mirar al suelo bajo mis pies.
—Entonces quédate por favor.
Escuché la rápida inhalación de aire de Caresa. Cuando levanté la mirada ella
me estaba observando atentamente. Me balanceé en mis pies.
—Te mostraré. No por quien eres, sino porque quieres saber y amas mi vino.
Caresa no se movió por varios segundos. Mientras el color llenaba sus mejillas
y una feliz sonrisa regresaba a su rostro, caminó de vuelta y se detuvo frente a mí.
—Así que ¿dónde comenzamos?
Confundido por la sensación embriagadora de sangre bombeando rápidamente
alrededor de mi cuerpo, me giré y arrastré el balde a mis pies a la siguiente sección
de vides. Caresa estuvo a mi lado al instante. Me agaché y me incliné hacia un racimo
de uvas. Como me enseñó mi papá, las estudié, sintiendo su peso, calibrando su
color.
La sensación de su cálida respiración envió escalofríos por mi columna,
trayendo carne de gallina a mi piel. Mis manos congeladas en las uvas mientras el
calor golpeaba mi nuca. Me di la vuelta; Caresa estaba muy cerca, observándome por
encima de mi hombro, clara fascinación en su expresión. Con mi movimiento, sus
ojos fueron de mis manos sobre las uvas y colisionaron con los míos.
No me moví.
Tampoco ella.
Sólo nos quedamos inmóviles, respirando el mismo aire.
Una ligera brisa despeinó su cabello, soplando las hebras sueltas a través de su
rostro. El viento rompió cualquier hechizo que había en nosotros. Caresa retrocedió.
Empujó su cabello de sus ojos y, avergonzada, se disculpó.
—Lo siento, estaba intentando ver lo que estabas haciendo.
Aclaré mi garganta, ignorando el pulso golpeando en mi cuello.
—Comprobando la calidad de la fruta —expliqué. Desplazándome para permitir
que se acercara, apunté a las uvas—. Por favor, acércate más.
Caresa no dudó, tomando solo un segundo para agacharse a mi lado,
concentrándose en mis manos. La brisa sopló en su cabello de nuevo, y la esencia de
durazno y vainilla llenaron el aire.
—¿Estás comprobando la coloración y el peso? —preguntó Caresa, inconsciente
de que la estaba mirando… que mi corazón estaba latiendo demasiado rápido. Su piel
era perfecta, tan suave y pura. Su cabello era oscuro y brillante como el más fino
chocolate de Perugia.
Caresa se volvió hacia mí, y yo inmediatamente me enfoqué en las uvas.
—Sí. —Levanté el racimo en mis dedos—. Deben estar pesadas. Eso significa
que están llenas de jugo y deberían contener la perfecta cantidad de dulzura. La piel
roja debe ser de un tono intenso, sin manchas o piel más clara.
Caresa asintió, bebiendo cada palabra. Un arrebato de algo irreconocible tomó
control mientras ella escuchaba, mientras ella aprendía… mientras ella compartía
esto conmigo. Empujé mi mano de vuelta a las uvas.
—¿Te gustaría sentirlas?
Las cejas de Caresa se levantaron, pero rápidamente asintió, ansiosa por ser
enseñada. Colocó su mano debajo de ellas.
—¿Cómo debo hacerlo? ¿Cómo sabré lo que estoy buscando?
No estaba seguro de cómo explicarlo. Tenía que mostrarle. Tenía que guiarla.
Sintiendo mis mejillas inundarse con calor, llevé mis manos bajo las suyas y,
con mi palma y mis dedos, la guié a las uvas. Me incliné más cerca, tan cerca que
nuestras mejillas estaban separadas solo unos centímetros.
—Siente la pesadez en tus dedos —instruí—. Permite a las yemas de tus dedos
presionar ligeramente en la carne para probar su plenitud —Suavemente, y con una
delicadeza innata, Caresa hizo lo que dije.
—¿Así? —susurró, sotto voce, como si el sonido de nuestras voces pudiera
perturbar a las uvas, actualmente tan felices en casa en la vid.
—Sí. —Guiando su mano más lejos, deslicé mis dedos por una sola uva y,
tomando control de uno de sus dedos, lo usé para rotar la uva en un círculo para
comprobar la coloración. Caresa era tan metódica y paciente como la tarea lo
requería, extra cuidadosa para no partir la preciosa fruta de su tallo.
—Es perfecta —murmuró ella y giró su rostro hacia mí. Parpadeó, una vez, dos
veces—. Lo es, ¿no? ¿Perfecta?
—Sí. —Carraspeé, inseguro de si mi respuesta se estaba refiriendo a la uva o a
ella.
La respiración de Caresa se enredó.
—Así que ¿está lista para recogerse?
Usando la mano todavía sobre la suya, tomé la uva de su tallo.
—La última prueba es el sabor. —Coloqué la uva en la palma de su mano.
Tomando otra uva para mí, la traje a mi boca y mordí su madurez carnosa. La
explosión de dulzura intensa inmediatamente me dijo lo que necesitaba saber.
Caresa observaba cada uno de mis movimientos, entonces cuando incliné mi
cabeza hacia ella en aprobación, metió la uva dentro de su boca. Sus ojos ampliados
cuando el sabor golpeó su lengua. Un ligero gemido dejó su garganta, y
momentáneamente cerró sus ojos. Cuando tragó, abrió sus ojos y susurró:
—Achille… ¿cómo haces que sepan de esta manera?
—¿Qué notaste? —pregunté, fascinado por su primera experiencia con el
proceso.
Sus cejas bajaron pensativas, sus mejillas hundidas mientras examinaba el
regusto en su boca.
—Extremadamente dulce. Jugosa y suave —dijo—. ¿Es eso correcto?
Sentí un aleteo de orgullo por ella y no pude evitar sonreír.
—Sí. Esto significa que estas uvas están listas.
Una risa feliz se deslizó de sus labios mientras miraba las uvas.
—Ahora lo veo —dijo reverentemente—. Veo por qué haces esto manualmente.
Las máquinas no podrían darte estos momentos, ¿cierto? No podrían medir lo que
nuestros sentidos son capaces de decirnos. —Su mirada encontró la mía—. De verdad
lo veo, Achille.
Asentí bruscamente, arrancando mis ojos de su exultante rostro. Tomé las
tijeras de podar del balde.
—¿Te gustaría cortarlas?
—Sí, por favor —dijo Caresa. Como antes, me dejó guiar su mano con la mía.
Mi brazo rozó el de ella mientras tomaba las uvas de la vid. Retirándome, arrastré el
balde cerca de donde ella se agachó. Tan cuidadosamente como había desempeñado
todo lo demás, puso las uvas en el balde.
Exhaló profundamente, luego con fuego en sus profundos ojos marrones,
preguntó:
—¿Y ahora lo hacemos de nuevo?
Mi labio se curvó en una sonrisa de superioridad.
—Debo terminar tres hileras para el final del día.
—Entonces definitivamente puedo ayudar con eso —dijo, su voz mezclada con
emoción.
Me arrastré hasta el siguiente racimo, Caresa mi impaciente sombra. Y justo
como antes, le hablé a través de cada paso. Sin duda la estudiante perfecta,
inmediatamente absorbió cada palabra y cada movimiento. Mientras la observaba
comer otra uva, evaluando el sabor y la textura, no podía evitar pensar que mi padre
la habría amado. Él no era un hombre complejo. Nunca entendió por qué la gente
complicaba sus vidas. Él me amó, había amado a mi madre y amó lo que hizo. Pero
tanto como eso, él amó estas vides.
Su corazón se habría hinchado si pudiera haber visto a Caresa, la futura señora
de esta tierra, compartir tan apasionadamente el trabajo de su vida.
—Están listas —dijo Caresa, sacándome de mis cavilaciones. Tomé una uva de
la misma vid, solo para asegurarme que ella estaba en lo correcto. Mientras el intenso
sabor honraba mi paladar, los niveles de dulzura al máximo, me volví hacia una
silenciosa y observante Caresa.
—Tienes razón.
Me senté de nuevo mientras Caresa cortaba el racimo y lo colocaba en el balde.
Y por las siguientes tres horas, sus sonrisas venían frecuentemente mientras
clasificaba las uvas maduras de sus verdes vecinas.
Con Pavarotti reproduciéndose al fondo cortesía del antiguo reproductor de
casete de mi padre, completamos las tres hileras antes de tiempo. Y por primera vez
en siete meses, me di cuenta de cuánto disfruté no hacer la recolección solo.
Era… agradable compartir con alguien estos momentos.
Y me gustaban las sonrisas de Caresa.
Eran casi igual de dulces que las uvas.
Caresa
Me levanté, estirando mis doloridos músculos. Mis piernas temblaron por estar
agachada durante tanto tiempo. Aun así, a pesar de las molestias y dolores, me sentía
bien. Mejor de lo que había hecho en un largo tiempo.
El sonido de botas en el suelo se aproximó por detrás de mí. Cuando me volví,
Achille se acercaba. Había llevado el último cubo de uvas al granero. Me había
quedado detrás para asegurarme que no se hubieran perdido racimos de uvas en la
hilera. No lo habían hecho. En realidad no había creído que Achille hubiera cometido
ese tipo de error de nuevo.
Sus ojos estaban en mí y cuando alcé la mirada, nuestros ojos se encontraron.
Achille rápidamente llevó su atención al suelo y pasó su mano por su nuca. Me di
cuenta que lo hacía cuando estaba nervioso. A lo largo de la mañana, Achille se había
mantenido en su mayoría en silencio. No era de los que desperdiciaban sus palabras.
Todo lo que decía era directo y ofrecido con un propósito… una instrucción o
explicación o, mi favorito, elogio porque había hecho algo bien. Pero no había
incomodidad en nuestra falta de conversación. Las palabras no habían sido
necesarias. En el silencio, exhibía su excelencia. A veces, había estado totalmente
atónita por lo mucho que sabía sobre vino, cuán cuidadosa y bellamente se
preocupaba por cada valioso paso. Se sintió como si el ruido y la charla ociosa sólo
estropearían el proceso.
No sabía su edad. No parecía mucho mayor que yo, tal vez veinticuatro o
veinticinco. Pero lo que sabía sobre la cosecha era sorprendente.
No había duda de que Achille era hermoso. Pensé que incluso más ahora, con
su torso desnudo reluciendo bajo la brillante luz del sol, su oscura barba incipiente
ensombreciendo su cincelado rostro. Pero más atractivo todavía era el amor que
dedicaba a su trabajo. En las pocas horas que habíamos pasado aquí en el campo, vi
más de su corazón de lo que él podría haber expresado jamás con palabras. Su mejilla
se torcía con orgullo cuando yo hacía algo bien. Sus fosas nasales se ensanchaban un
poco, sus ojos yendo a la deriva hasta cerrarse, sus largas pestañas besando la parte
superior de sus mejillas, cuando saboreaba una perfectamente uva. Sus labios se
apretaban un poco con concentración mientras tocaba un racimo con su áspera
mano, sus ojos naufragaron para que pudiera simplemente sentir. Su confianza en
sus instintos le mostraba el camino. Era la simplicidad encarnada, y tan completo al
mismo tiempo. Quería meterme en la mente de este maestro de vinicultura. Quería
oír sus pensamientos en alto.
Quería entender cómo se sentía la verdadera excelencia.
—¿Tienes… tienes hambre? —preguntó Achille, devolviéndome al presente.
Abrí mi boca para hablar y mi estómago gruñó. No pude evitarlo. Me reí,
colocando mi mano encima de mi estómago. Mi risa fue por la brisa e hizo eco
alrededor del viñedo.
Achille estaba mirando fijamente mi boca, con sus labios un poco separados.
La vista rápidamente me despejó. Me puse seria y Achille pareció salir del trance en
el que había entrado.
—Tengo comida. —Se dio la vuelta, dirigiéndose hacia el granero. Lo seguí,
preguntándome por qué mi risa lo había mantenido tan cautivado. Cuando pasé por
los árboles bajos hacia el granero, noté los caballos pastando en el prado.
Cuando entré en el granero, mis ojos se ampliaron ante la vista. Los barriles
estaban llenos hasta arriba, hileras e hileras se extendían a lo largo del vasto espacio.
El granero parecía grande desde fuera, pero por dentro era enorme. Al lado había un
par de tinas de fermentación y a su lado una vieja prensa de jaula. No debería haber
estado sorprendida de ver que todas sus herramientas estaban hechas de madera.
En los días modernos de la vinicultura, todas las herramientas por lo general se
habían movido a lo mecánico. Las prensas eran mayormente neumáticas. Esto
aceleraba el proceso, era fácil de manejar, y daba consistentes y mensurables
resultados.
Producción más rápida equivalía a más beneficio.
El equipamiento de madera y la cosecha a mano eran vistos por muchos como
una tradición innecesaria. Nunca había sido persuadida. Para mí, las maneras
antiguas mostraban la verdadera habilidad humana, usando el conocimiento y el
juicio sobre ordenadores y medidores. Mostraba que el vitivinicultor se preocupaba
por su oficio, criando a su vino como los padres criaban a sus hijos.
Una poética y venerada existencia, en mi libro.
La pata de una silla arañó el suelo de piedra detrás de mí. Miré por encima de
mi hombro; Achille había traído una desvencijada silla de una esquina sin cortinas
de la habitación. La colocó ante el pequeño quemador luego tomó un paño y empezó
a limpiar el grueso polvo que se había reunido en el asiento.
Cuando había terminado, me hizo un gesto para que me sentara. Tomó dos
platos de un mostrador de madera en el lado de la habitación y los puso sobre la mesa
junto a nosotros. Mi estómago gruñó.
—Arancini —exclamé—. Son mis favoritas.
Achille trajo dos vasos de vino. Una era de un profundo color rojo, que
desprendía esencia a roble, y supe al instante qué estábamos a punto de saborear.
—Tu vino —murmuré y tentativamente tomé un sorbo. Mis ojos se cerraron
cuando el divino sabor explotó en mi boca.
Cuando los abrí de nuevo, Achille estaba mirando atentamente. Su mano
sostenía rígidamente el tallo de su copa de vino. Lamí mis labios.
—No importa cuánto lo beba, todavía soy cautivada por su sabor.
Achille alejó la mirada, tomando un sorbo de su propia bebida.
—¿De qué año es?
—2011 —respondió Achille, bajando su copa. Me entregó un tenedor.
—Gracias. —Gemí cuando di un bocado de mi arancini. Negando, declaré—:
¿Por qué todo sabe mucho mejor aquí en Italia? —Di otro bocado; sabía incluso
mejor que el primero—. Juro que mi mamma es una asombrosa cocinera. Mi nonna
era incluso mejor. Cuando nos mudamos a Nueva York, cocinaban tanto como lo
hacían en Parma, pero nada, nada, nunca supo como lo hace aquí.
—Es Italia —replicó Achille—. La tierra. Hay algo en nuestra tierra que hace que
todo sepa mejor.
—¿Alguna vez has salido de Italia?
—No, pero no puedo imaginar ningún lugar más hermoso o mágico que nuestra
casa. No puedes mejorar la perfección.
Sus palabras causaron que mi corazón se derritiera.
—No —acepté—. Supongo que no puedes. He viajado a muchos países y lugares,
he vivido la mayor parte de mi vida en América, pero estoy empezando a darme
cuenta de que nada se compara con Italia. Me he sentido nostálgica desde que llegué,
pero creo que es más por mi familia y amigos que por los rascacielos y el siempre
presente ruido.
Comimos el resto de nuestro alimento en silencio. Achille reunió los platos y
los llevó a un pequeño fregadero. Tomó dos tazas de espresso de un armario alto y
de su olla moka, vertió dos caffè. Justo cuando los puso sobre la mesa entre nosotros,
vi una pila de periódicos en una mesa de trabajo a lo largo de la pared del granero.
Mi estómago se revolvió. Mirando desde el periódico de arriba estaba… yo.
Rápidamente me levanté de mi asiento y recogí el periódico desvanecido. Había
astillas de madera en la parte superior… los periódicos obviamente no habían sido
leídos. Soplé los restos y me vi el año pasado en el baile de víspera de Año Nuevo en
Manhattan. Llevaba una tiara en mi cabeza y un vestido con cuentas de plata de
Valentino. Era un baile diseñado con el tema de los cuentos de hadas. Esta foto
astutamente tomada me había hecho parecer cada centímetro de la aristocracia.
Leí el titular: “Una Princesa para un Príncipe”.
No me había dado cuenta que había gemido en voz alta hasta que Achille tosió
detrás de mí. Me volví y alcé el periódico.
—¿Has leído esto?
Cada músculo del cuerpo de Achille pareció tensarse antes de que
silenciosamente negara. Revisé la fecha, era de la semana pasada.
—Otros vitivinicultores a menudo traían periódicos aquí para que los
leyéramos. Mi padre solía leerlos cada día cuando estaba enfermo. No pudimos salir
mucho durante el pasado año debido a su enfermedad. Creo que la gente los sigue
trayendo ahora por hábito.
Suspiré y regresé a mi silla. Una vez que me derrumbé, miré a Achille, extendí
el periódico y dije:
—¿Lo lees y me cuentas lo que dice? Odio leer sobre mí en la prensa. Evito todos
los artículos sobre mí o mi familia si es posible. Pero quiero saber qué dicen los
periódicos italianos. Tanto si es bueno como si no.
No sabía por qué, pero una repentina tensión se materializó entre nosotros
hasta que se volvió sofocante. Los brillantes ojos azules de Achille estaban enormes,
lo blanco contrastando con la baja luz del granero sin ventanas.
—¿Achille? —pregunté, inclinándome hacia delante—. ¿Estás bien?
Asintió, pero su rostro pálido me hizo pensar lo contrario. Estaba a punto de
presionar más cuando temblorosamente tomó el periódico de mis manos y se sentó
en el borde de su silla. Miré, preocupada, mientras sus ojos repasaban el texto. Sus
cejas se fruncieron con concentración cuando empezó a leer la parte larga. Bebí mi
café y esperé ansiosamente.
—Es… —dijo Achille finalmente con la garganta obstruida—. Sólo habla sobre
el príncipe y que en los círculos aristocráticos ahora será visto como su rey. Hablaba
sobre ti viniendo a Italia y quedándote en este estado hasta la boda.
Fruncí el ceño, preguntándome cómo sabía un periodista de Florencia que el
príncipe había planeado traerme aquí, en lugar de al Palazzo Savona en Florencia
como predijo. Achille se levantó abruptamente, lanzando el periódico en un enorme
cubo de basura. Se dirigió a las puertas del granero.
Se detuvo en seco, con las manos apretadas a sus lados.
—He completado mis tres hileras de vides por hoy. No voy a aplastar las uvas
hasta esta noche. —De repente, estaba actuando extrañamente distante. Me miró
todavía sentada en la silla y bajó la cabeza cortantemente—. Gracias por tu ayuda
hoy, duchessa. Espero haber respondido a todas tus preguntas acerca del vino, pero
tengo mucho que hacer esta tarde y no puedo retrasarme más.
Con eso, rápidamente salió del granero, dejándome sola y sin palabras.
Duchessa, pensé, escuchando los débiles sonidos de los caballos moviéndose fuera y
una puerta siendo abierta y cerrada. Me había llamado duchessa. Se había dirigido a
mí como Caresa toda la mañana… justo hasta ahora.
¿Qué acababa de pasar? Mi estómago se hundió un poco mientras reproducía
sus palabras. Fueron una despedida. Quería que me fuera.
Me puse de pie, herida por el comportamiento inexplicable de Achille, y salí del
granero. No pude verlo al principio. Pero cuando pasé por el prado, lo vi ensillando
a Niko mientras Rosa observaba.
Sintiéndome un poco entumecida, me dirigí a la puerta de su casita de campo
para regresar a casa, cuando la culpa me atacó. Debía haberlo herido de alguna
manera. ¿Tal vez pensó que estaba presumiendo de mi riqueza y estatus? ¿Tal vez lo
molesté esta mañana con demasiadas preguntas?
Pensé en nuestro tiempo recogiendo las uvas. No podía recordar nada más que
su paciente guía y sonrisas alentadoras. En ningún punto pareció frustrado o molesto
por mi presencia. Tímido, sí, pero no incómodo o enojado.
Era obvio que lo había herido justo ahora. Necesitaba disculparme. No sabía
por qué, pero había sido la amabilidad misma conmigo hoy y ayer. Por alguna razón,
una que no me permitía pensar obsesivamente, no podía soportar mi conjetura de
que Achille ahora pensaba mal de mí.
Antes que tuviera tiempo de cambiar de idea, me apresuré hacia el prado justo
cuando Achille estaba llevando a Nico por la puerta. Sus hombros se desplomaron
cuando vio que había vuelto. Eso me cortó, me mató.
Él… verdaderamente no me quería cerca.
Un bulto obstruyó mi garganta ante su repentina frialdad y mis manos se
movieron nerviosamente delante de mí. Parpadeé para alejar el brillo de las lágrimas
que se habían acumulado en mis ojos.
—Lo siento si te he herido de alguna manera. Esa no era mi intención, Achille.
Has sido gentil y amable conmigo, consintiendo mi curiosidad sobre tu vino,
dándome tu tiempo y comida. —Tragué el bulto y forcé mi debilitada voz a añadir—:
Pero lo siento por invadir tu espacio. No pretendía nada malicioso. Sólo… —suspiré
y dejé que mi estúpida boca dijera—: Estoy sola aquí. No conozco a nadie. Zeno está
lejos. Entonces, por casualidad, te descubrí, a este lugar, y dejé que mi entusiasmo
me dirigiera. —Hice una mueca avergonzada ante mi derroche emocional. Pasé mi
mano por mi rostro—. Por favor, acepta mi disculpa por lo que sea que hice mal. No
te molestaré de nuevo. —Le di una tensa sonrisa—. Espero que te vaya bien con la
cosecha de este año. Aunque sé que no lo necesitas. Será impecable, como siempre.
Agachando mi cabeza, me di la vuelta y me apresuré a alejarme. Casi había
llegado al camino de piedra gris de la idílica casita cuando oí a Achille llamar
nerviosamente:
—¿Ca-Caresa?
Su ronco tartamudeo me hizo parar. Pero lo que me hizo cerrar mis ojos, una
pizca de felicidad instalándose en mi aflicción, fue mi nombre saliendo de sus labios.
Caresa, no duchessa…
Caresa.
Aspiré tres bocanadas de aire, luego miré por encima de mi hombro. Achille
estaba agarrando el extremo de las riendas de Nico. Su cabello oscuro estaba
alborotado del trabajo de la mañana. Y sus ojos, sus hermosos e impresionantes ojos
azules, estaban fijos en mí… tan abiertos y honestos, tan crudos y expuestos.
Apenas pude respirar ante la vista.
—¿Sí? —susurré, el aire frío se envolvió alrededor de mis húmedas pestañas.
Achille pasó su mano por el cuello de Nico para calmarlo, luego miró atrás a
Rosa en el prado. La yegua andaluza apoyaba su cabeza sobre la valla, sus ojos negros
enfocados en su dueño mientras se alejaba de su compañía.
Si eso era posible, parecía… triste.
Achille exhaló intensamente.
—¿Te… te gustaría unirte en un paseo? —Sus amplios hombros estaban en
ángulo un poco hacia Nico, como si se protegiera de mi esperado rechazo—. Tengo
que revisar el resto de las vides. Yo… pensé que podrías querer venir. Sé que te
encanta montar y ya has aprendido mucho sobre el proceso de la cosecha.
La sorpresa me dejó sin palabras; mi corazón latió como el zumbido de un
ventilador. Era la última cosa que pensé que pudiera decir. Miré mis leggings,
zapatillas y camiseta de manga larga. Quería gritar sí, y aceptar su oferta. En su lugar,
balbuceé:
—No tengo pantalón de montar o botas para ponerme. —Cerré mis ojos por un
segundo después de haber hablado. ¿Por qué estás siendo idiota?
Pero para mi asombro, cuando dirigí mi mirada de nuevo a Achille, una
inesperada sonrisa se había formado en sus labios. Y no era una sonrisa de
suficiencia ladeada o una suave curva de su boca. Esta sonrisa era amplia, libre y
verdadera. Con los dientes al desnudo y los ojos brillantes.
Y había un indicio de una risa.
Una simple risa gutural de abandono deleite. Un pedazo de felicidad sin
censura que sentí hasta el tuétano de mis huesos.
Achille estaba divertido por mí. Su timidez fue momentáneamente olvidada, y
era…
…divino.
La risa de Achille voló lejos como el breve paso de una hoja cayendo, aun así
con la felicidad todavía grabada en sus impresionantes facciones latinas, murmuró:
—Es solo un breve paseo por el campo. Estoy seguro de que estarás bien.
Había una pizca de burla en sus palabras. Incapaz de ofenderme por su seco
humor, me reí en respuesta, bajando mi cabeza en derrota. Lo miré a través de mis
pestañas.
—En una escala de uno a diez, ¿cuán pretenciosa acabo de parecer?
No esperaba que jugara o respondiera. Así que casi me caí de la sorpresa cuando
arrugó su nariz, entonces dijo:
—Mmm… ¿un cien?
Mi boca se abrió por el insulto burlón. Pero nuestra mutua ligereza rompió la
tensión que nos había plagado durante los pasados quince minutos. El
redescubrimiento de nuestra calmada paz permitió que mis piernas funcionaran y
seguí a Achille por el prado. Ató las riendas de Nico a un poste y sacó un ronzal del
cuarto de aparejos para enganchar a Rosa. Mientras hacía eso, me agaché en el
cuarto de aparejos y quité la montura restante del montón y la brida colgando a su
lado.
Estaba a punto de salir del cuarto de aparejos cuando noté un exceso de
premios sujetos a una pared de madera. Inspeccionando más de cerca, pude ver los
títulos. El primer lugar en algunas de las más grandes competiciones de Italia en
adiestramiento. Algunos eran de salto ecuestre. Todos estaban fechados alrededor
de hace treinta años. El último que pude encontrar fue ganado hace veinticinco años.
El primer lugar en la nacional en adiestramiento y salto ecuestre clásico en Milán.
Estaba más que impresionada. Todos eran eventos altamente competitivos con
títulos prestigiosos. Revisé varios de los recortes de periódicos sujetos a la pared;
uno estaba enmarcado, mostrando una pequeña foto en blanco y negro de una
hermosa mujer vestida en una elegante chaqueta de exhibición y pantalón de montar
blanco. La cámara capturó su medio salto en los campeonatos regionales de Roma.
El texto era breve, pero hablaba de su triunfal victoria. Abrielle Bandini. Ese era su
nombre. Y se veía joven, tal vez no mayor que yo.
Estaba fechado en agosto de hace veinticinco años.
Un movimiento en la entrada captó mi atención. Achille estaba observándome
revisar esta impresionante pared de éxitos. Quien quiera que fuera la mujer, fue muy
amada por quien hubiese hecho esta exposición. Un destello de algo se apresuró por
el rostro de Achille cuando vio lo que estaba mirando. Sin querer molestarlo de
nuevo, levanté la montura en mis brazos y dije:
—Me alegra que montes en sillas inglesas. Soy inútil en una Western.
Los hombros de Achille debían haber estado tensos; al escuchar mi jovial
comentario, cayeron con alivio. Lo seguí fuera del cuarto de aparejos hacia Rosa,
quien estaba ahora atada junto a Nico.
—Mi padre creyó que uno debería montar en silla inglesa. —El labio de Achille
se curvó ante el afectuoso recuerdo—. Decía que a menos que tus piernas sintieran
los efectos de tu montura el día siguiente, no lo hacías apropiadamente. —Su mirada
se perdió en la nada—. Decía que cualquier cosa que hicieras en la vida, debería ser
hecha correctamente. Debería ser hecha con todo el corazón y orgullo. Así que
montamos en silla inglesa. Fue una disciplina que solía despreciar cuando era más
joven y estaba aprendiendo, pero ahora, no puedo montar de otra manera.
—Me gusta como suena tu padre —dije, cada palabra la verdad.
Mi comentario pareció sacar a Achille de su mente. Dio un paso adelante, con
los brazos extendidos para tomar la silla y las bridas de mis manos. Las débiles líneas
alrededor de sus ojos se habían relajado por mi cumplido.
Tiré de la silla contra mi pecho.
—Puedo ser una mimada y rica pequeña duchessa, Achille, pero puedo ensillar
un caballo como la mejor. —Lo rodeé y dije—: Sólo observa. —Le guiñé
juguetonamente y luché para esconder mi sonrojo cuando Achille se inclinó contra
la valla de madera a mi lado, perezosamente observándome colocar la mantilla sobre
el lomo recién cepillado de Rosa—. ¿La cepillaste para mí?
—Mientras estabas en el cuarto de aparejos. Te tomaste mucho tiempo —dijo
de manera casual, pareciendo disfrutar observarme amarrar la cincha de Rosa,
ponerle su gamarra y después moverme hacia su brida. Esta brida era simple, la
embocadura gentil, indicando que no iba a tener un paseo difícil. Rosa tomó la
embocadura con facilidad, sus dientes mascando el metal mientras una vez más se
acostumbraba a tenerla en su boca—. Ha pasado un tiempo desde que ha sido
montada —explicó Achille. Se enderezó y se movió delante de Rosa. Pasó sus dedos
por su orificio nasal—. Puede que esté impertinente al principio, pero está bien
educada y responde a la pierna.
Me moví al lado de Achille, notando la piel morena de sus brazos tensarse un
poco ante mi cercanía. La repentina ola de felicidad que vino con ese conocimiento
debería haberme hecho alejarme.
Me quedé quieta.
Aparté el copete de Rosa de sus ojos, aflojándolo de la simple cinta de cuero de
su brida. Resopló, golpeando mi brazo con su nariz.
—Estaremos bien, ¿verdad, Rosa? —dije con voz calmante. Sonreí hacia
Achille—. Soy un buen jinete, Achille. Lo prometo. Está en buenas manos.
Achille me miró por más tiempo del normal. Me pregunté qué pasaba en su
cabeza cuando me miraba así. Cuando buscaba tan profundamente en mis ojos. No
revelaba mucho. Sus acciones eran firmes. Sus respuestas eran breves y
entrecortadas. Y sus expresiones trababan duro para permanecer neutrales. Aun así,
nunca me había sentido tan cómoda alrededor de alguien que acababa de conocer
como hacía con Achille.
Mi padre siempre decía que la manera en que un hombre era con su familia,
decía mucho sobre cómo estaba construida su alma. Y si era bueno con los animales,
demostraba paciencia y gentileza, y una comprensión de lo que era ser puro y
amable. Era divertido en realidad. Mi padre siempre había querido que estuviera con
alguien que tuviera esas características.
Me pregunté si Zeno las poseía también. Me pregunté si mi padre siquiera lo
sabía.
—¿Estás lista? —preguntó Achille.
Bajé los estribos de Rosa y tomé sus riendas con mi mano derecha. Levanté un
pie hacia el estribo y eché un vistazo a Achille, que estaba de pie en silencio detrás de
mí.
—Podría necesitar ayuda hoy. Ha pasado un tiempo desde que he hecho esto.
Sin una palabra, Achille acunó sus manos juntas, se agachó y las enganchó
alrededor de mi pie. Usé su fuerza para levantarme por encima de la silla y encontré
mi sitio. Achille era alto, noté distraídamente. Cuando me senté sobre Rosa, su
cabeza estaba casi en línea con mi muñeca.
—Gracias —dije, y metí mis pies en los estribos. Tensé la cincha. Una vez que
había ajustado mi agarre en las riendas, miré a mi izquierda.
Achille montó en Nico sin esfuerzo y algo se revolvió en mi estómago cuando
preparó su posición para el paseo. Nico era fuerte y robusto, y la ancha y musculosa
estructura de Achille se veía incluso más impresionante encima del caballo mestizo.
Achille ni siquiera me notó mirándole. Y estuve contenta de que no pudiera detectar
la repentina aceleración de mi pulso y el temblor de mi respiración.
Serían difíciles de explicar.
Achille hizo retroceder a Nico de la valla y me echó un vistazo.
—¿Lista?
Imposiblemente, eso hizo que mi ya acelerado pulso aumentara su velocidad.
Me dije que era la emoción de estar sobre un caballo de nuevo.
Este autoengaño era muy fácil de ocultar.
—Lista.
Al minuto en que sentí a Rosa impulsarse hacia delante, desencadenó un
sentimiento de llegar a casa. De pertenencia. De alegría.
Achille dirigió el camino, los músculos de su espalda apiñándose con el esfuerzo
de manejar sus riendas. Sabía que estaba sonriendo. Mis mejillas dolían por lo
mucho que sonreía. Mis pulmones tomaban largas y profundas bocanadas de aire,
aun así mi pecho se sentía ligero. La brisa ondulaba los mechones sueltos de mi
cabello y el sol besaba mi piel.
Sentí como si estuviera perdida en el más hermoso de los sueños mientras
rodeaba el borde de su casita de cuento de hadas, los arbustos brotando sus flores,
ardientes naranjas y verdes profundos, y los árboles bajos. Afiancé mi asiento y dejé
que Rosa sintiera mi calma.
Era difícil creer que sólo había pasado en Italia unos pocos días. Había esperado
que este periodo de cortejo fuera más frenético, la presión social sobre mí más
grande. Y no había sido ingenua. Sabía la locura que era, aun así vine. Este breve
aplazamiento era simplemente el preludio de mi futura vida de casada, de mi
esperado deber real para el aspirante a la corona. Por ahora, dejé que este misterioso
y fascinante vinicultor me guiara por sus vides ganadoras de premios. Haciendo la
cosa que más amaba, en el más sereno de los alrededores.
Esto no está tan mal, pensé. De hecho, el abrazo de pasiones con una hermosa
y parecida alma… era como un sueño hecho realidad.
Así que intenté disfrutar cada momento, por tanto como pudiera.
Con Rosa, Nico y Achille, y la esencia de la dulce libertad en el aire.
Achille
Las orejas de Nico estaban moviéndose en todas las direcciones mientras
pasábamos por la entrada del viñedo. Sus pesados cascos golpeteaban como un
trueno distante en la tierra. Pero eso no era lo que estaba tranquilizando mi dolor
siempre presente en ese momento. Eso era debido al segundo par de cascos
presionando contra la misma tierra y el otro jinete acompañándome en este paseo.
Miré detrás de mí, mi respiración se entrecortó cuando vi a Caresa pasando sus
grandes ojos marrones sobre mi tierra y las ondulantes colinas de Umbría más allá.
Me permití mirar su cuerpo. No había mentido, ni siquiera exagerado. Incluso con
este ligero trote, podía ver que sabía montar, excepcionalmente bien, diría yo. Su
asiento era sólido y sus piernas estaban en un perfecto ángulo, sus talones
presionaban los estribos. Su espalda estaba derecha, y sus manos sostenían las
riendas de una forma que solo venía con los años de práctica.
Y era incluso más obvio que era muy capaz para el adiestramiento. Toda su
postura era elegante de una forma delicada. Incluso Rosa, quien no había sido
montada por más de un año y siempre alrededor del potrero, estaba tranquila. Se
había rendido naturalmente al control de Caresa, confiando en ella para mantenerla
controlada.
Caresa debió sentir el peso de mi mirada y sus ojos observadores se volvieron
para estrellarse con los míos. Necesitaba decir algo. Necesitaba hablar, así que
simplemente hice una pregunta.
—¿Bien?
La sonrisa en respuesta de Caresa fue tan brillante como el sol de la tarde.
—Más que bien —contestó. Medí su tamaño con la estructura y el cuerpo de
Rosa. Eran una pareja perfecta. Rosa era de buen metro sesenta, fuerte, pero no muy
pesada. Y suponía que Caresa medía un metro sesenta o sesenta y cinco, delgada y
atlética, perfectamente proporcionada en sus curvas italianas. Mi piel picó mientras
me permitía notar eso en ella.
Giré a Nico a la derecha al final de la primera fila. Un amplio camino extendía
acres y acres frente a nosotros. Era el camino principal de mi tierra. Los cascos de
Nico golpetearon con más fuerza, queriendo la oportunidad de estirar sus piernas en
el campo abierto.
Caresa llegó a mi lado; el aumento de su trote era impresionante. La emoción
aleteó en sus ojos. Miró el campo ante ella y el nivel del camino, el cual era derecho
y muy desgastado. Una sonrisa conocedora tiró de su boca.
—¿Entonces, Achille? —dijo, con un aire de ligereza en su suave voz—. ¿Qué tan
buen jinete eres tú? —Mis ojos se entrecerraron mientras inclinaba su cabeza a un
lado, esperando mi respuesta.
—Bueno —dije, sintiendo la contagiosa emoción de su jugueteo penetrar mis
huesos—. Muy bueno.
Asintió lentamente y frunció los labios. Apretó el agarre en sus riendas.
—Entonces veamos si puedes seguir el ritmo.
La última palabra de su frase apenas había dejado su boca antes de que sus
piernas apretaran a Rosa y mi ansiosa andaluza saltara en un rápido trote, seguido
inmediatamente por un medio galope. Me tomó un momento perseguirla, pero lo
único que necesité hacer fue permitir que Nico tomara un buen paso. Ver a Rosa,
ahora a todo galope, fue el único ánimo que necesitó.
Enterré mis talones y me incliné hacia adelante, la sangre bombeando más y
más rápido a través de mis venas. Nico era bueno corriendo y estaba en forma, así
que nos tomó poco tiempo alcanzar a Caresa. Miró sobre su hombro y sonrió. En ese
momento, la belleza de su rostro provocó un extraño movimiento en mi asiento
siempre estable. Caresa rió con fuerza mientras me tambaleaba. Ahora mirando al
norte, me incliné más, instando a Nico ir más rápido.
El eco de su alegría me atravesó, las notas agudas viajando hacia el granero. El
desafío fue establecido. Alzando mis riendas sobre el cuello de Nico, lo presioné hasta
la máxima velocidad, viendo el final del camino al frente. Caresa verbalmente animó
a Rosa a seguir; hice lo mismo con Nico.
No pasó mucho tiempo antes de que el buen estado físico y las zancadas de Nico
nos pusieran al lado de Caresa y Rosa. Me miró, con una máscara de competitividad
rodeando su rostro. Llegamos al final del camino al mismo tiempo, Caresa hizo girar
a suave trote a Rosa a la izquierda, y yo lo hice a la derecha. Puse a Nico en un suave
galope, y luego a un estable trote, antes de ponerlo a caminar. Estaba respirando
pesadamente, pero sus orejas estaban apuntando al frente, sus ánimos elevados por
el arduo ejercicio.
Lo hice girar. Caresa estaba trayendo a Rosa hacia nosotros a un lento trote.
Cuando llegó, su risa fue fuerte y ligera.
—¡Achille Marchesi, eso fue lo más divertido que he hecho en mucho tiempo!
Continuamos lado a lado en una lenta caminata, permitiendo que los caballos
recuperaran el aliento. Una ligera capa de sudor cubría el pelaje de Rosa. Caresa
debió ver lo que estaba mirando porque dijo:
—¿Cuándo fue la última vez que fue montada?
—Hace un año, pero sólo fue con una rienda guiándola. La última vez que
cabalgó de verdad fue hace dos años. Traté de sacarla yo mismo, pero luchaba bajo
mi peso. La sacaba por el potrero, pero sabes que nunca es lo mismo que con un
jinete guiándola.
Caresa se estiró para acariciar el cuello de Rosa. Cuando se enderezó, me
estudió con los ojos entrecerrados.
—Eres muy buen jinete, Achille. De hecho, excelente.
—También tú.
—¿Qué edad tienes?
—Veinticuatro —contesté, viendo las esquinas de la boca de Caresa levantarse.
Apunté al conjunto de vides más lejanas.
—Podemos empezar ahí. Planté esas vides una fecha más tarde que las que
hemos estado cosechando. Lo hago con días de diferencia o de acuerdo al pH de la
tierra, la calidad y la cantidad de exposición al sol que tiene el área. Debo medir el
tiempo con exactitud para que cuando coseche las uvas, estén en su perfecta
madurez. —Me encogí de hombros—. No siempre es una ciencia exacta, así que si
termino la recolecta unos días antes, salgo a cabalgar y me aseguro de que ninguna
de las filas necesite cuidados extra. O si necesito cambiar mi itinerario y cosechar
estas primero. —Estudié un par de manojos de uvas, a juzgar por su color y tamaño
mi estimación de cuando estarían listas iba bien.
—Nunca imaginé que fuera necesaria una atención tan detallada. Sabía que el
método tradicional era mucho más intenso, por supuesto, pero creo que ver tan solo
herramientas mecánicas usadas en el campo, me ha arruinado por completo. —
Negó—. Tu forma es mucho más inspiradora, Achille. En serio.
—Gracias.
Minutos de un amigable silencio pasaron. Caresa me permitió revisar la fila sin
interrupciones. Mientras íbamos a la siguiente, dijo:
—¿Es por eso que montas? —Apuntó a la tierra—. ¿Para que todo se mantenga
tan puro como sea posible?
—Sí —contesté, estirándome para pasar mis dedos por la melena de Nico—. Un
enólogo no es un buen enólogo a menos que respete la tierra que cosecha su fruta.
Los tractores pueden provocar que la tierra se suelte. Con caballos, no hay químicos
filtrándose a la tierra ni obstruyendo el aire. El suelo de Bella Collina es
impresionante, probablemente por su distancia con tantas fuentes de
contaminación. —Tomé una bocanada del limpio aire fresco del que estaba
hablando—. Pero este camino, esta pequeña área mía, hay algo mucho más especial
aquí. La tierra de alguna forma es diferente. No se puede comparar con nada cerca.
Es sagrada, y, como tal, merece un enólogo que nutra y atesore el regalo que da. Sería
un sacrilegio recompensarla metiendo gases y aceites. El casco de un caballo es suave
y amable. No castiga, e… entiende.
No me di cuenta que Caresa se había detenido hasta que el rítmico sonido de
los cascos de Rosa en el suelo se había desvanecido a un silencio.
—¿Caresa? —la llamé, preocupado. La encontré inmóvil, mirándome con una
expresión intensa en su rostro. Tiré de las riendas de Nico y caminé lentamente hasta
donde estaba—. ¿Caresa? ¿Estás bien?
—Te preocupas mucho —susurró, tan suave que casi no escuché sus palabras.
Parpadeó dos veces—. Todo esto, lo que has creado, lo que has logrado cada
temporada… es… arrebatador. Más que inspiradora, tu gracia y tu devoción es…
majestuosa. —Negó como si estuviera buscando las palabras correctas. Finalmente
se decidió—. Debes estar muy orgulloso. —Se detuvo, inclinó su cabeza hacia un lado,
con una expresión arrebatadoramente honesta, añadió—: Tu padre… debió de haber
estado muy orgulloso de ti. Y todavía debe de estarlo, sonriendo desde el cielo al
hombre en que te has convertido.
Estuve feliz que el viento hubiera elegido ese momento para arremolinarse a
nuestro alrededor, porque entonces podía culpar de la repentina humedad en mis
pestañas a la brisa. Podría culpar de la visión borrosa a las frías olas del viento
bañando mi rostro.
—Solo debía decírtelo —dijo Caresa. Mi cabeza estaba girada a un lado,
evadiendo su atenta mirada. Mantuve mi atención en la mancha de tierra en el dorso
de mi mano mientras agarraba las riendas con fuerza.
Habló de nuevo.
—Mi padre siempre decía que cuando alguien merece un elogio, debe dársele.
Que cuando algo te deja tan increíblemente atónito, deberías explicar la razón. —
Contuvo el aliento por un momento—. Y te merecías escuchar eso, Achille. Eso y
mucho, mucho más. No podía dejar pasar otro segundo sin decirlo en voz alta.
No sabía lo mucho que había necesitado escuchar tal sentimiento hasta ese
momento. No me había dado cuenta lo desprovista de afecto y amabilidad que había
estado mi vida hasta que su halago excavó profundamente en mi corazón.
No me había dado cuenta de lo solo que estuve hasta que tuve a alguien
caminando a mi lado, riéndose conmigo bajo el sol.
Segundos pasaron antes de respirar fácilmente de nuevo. Hasta que pude
mirarla a los ojos. Caresa me sonrió suavemente. Volteé a Nico y le dije.
—Debemos revisar el resto de las vides.
Caminamos más despacio esta vez, como si el sol no estuviera empezando a
ponerse en el cielo. Incliné mi cabeza hacia atrás, notando las nubes grises
acercándose. El aire olía más fresco, el viento se hizo más frío. Sin duda un aguacero
caería en las próximas horas.
No me importó. La lluvia siempre creaba mejor sabor en las uvas.
Caresa puso a Rosa a nuestro lado. En silencio buscamos fila tras fila. Cuando
llegamos de nuevo al camino para ir a la siguiente sección, preguntó:
—¿Achille?
—¿Sí?
—¿Quién era la mujer en la foto enmarcada del cuarto de arreos? —Me tensé
un poco ante su pregunta. Al crecer, solo habíamos sido mi padre y yo. Siempre había
sido tranquilo, reservado, sin estar acostumbrado a hablar mucho de mí. Mi padre
sabía eso, pero nunca me presionó. Podía hablar lo suficiente por ambos.
La pregunta de Caresa me hizo ver eso, en mi vida, apenas había hablado con
alguien fuera de esta tierra.
—Mi madre —respondí, viendo su rostro en esa foto claramente en mi mente.
Caresa suspiró.
—Es tan hermosa.
—Era.
Caresa dejó de respirar por un momento, luego dijo:
—Oh, Achille, lo siento mucho.
—No la conocí. —Miré a Caresa de reojo. Estaba mirándome fijamente—. Murió
en mi parto. Tuvo una hemorragia. Fue un parto en casa, aquí en la hacienda, así que
los paramédicos no pudieron llegar a tiempo para salvarla.
—Eso es muy triste —dijo. El sonido de un tractor interrumpió en la distancia.
Los otros enólogos de los vinos producidos en masa en Savona usaban mecanismos
en sus cosechas. Hasta donde sabía, yo era el único que no lo hacía—. Debió haberla
extraño demasiado —dijo Caresa, apagando el tractor en mis oídos. Me giré para
mirarla—. Tu padre —explicó—. Guardó todos sus premios y publicaciones del diario
en el cuarto de arreos. —Sus expresivos ojos marrones había pasado de brillantes a
tristes—. Debió amarla mucho.
Imaginé a mi padre cada noche antes de su muerte. Por las últimas semanas,
cuando sabíamos que su tiempo estaba cerca, sostuvo la foto de mi madre en sus
brazos mientras se acostaba en la cama. Con cada día que pasaba, la abrazaba con
más fuerza; sabía que el tiempo de estar con ella de nuevo estaba cerca.
Mi padre no sintió miedo de morir. Porque…
—Estaría completo de nuevo —dije, sin pretender terminar mi pensamiento en
voz alta.
Mis mejillas ardieron mientras Caresa me miraba.
—¿Qué?
Negué, queriendo olvidarlo, pero Caresa me sorprendió estirando su mano y
apoyándola en mi antebrazo. Al momento en que sus dedos tocaron mi piel desnuda,
una calidez subió por mis brazos. Sus dedos eran pequeños y delgados, y no podía
apartar mis ojos de sus uñas. Estaban perfectamente formadas y pintadas en un
ligero tono lavanda.
Alcé la mirada; cuando lo hice, sentí el pulgar de Caresa rozar mi brazo. Solo
fue una vez, y fue tan ligero como una pluma, pero me gustó su suave caricia.
Se quedó inmóvil. Había sido una acción inconsciente, pero una que hizo que
mi piel despertara por su toque.
Retiró su mano. Aclarándose la garganta, dijo:
—Por favor, continúa. Me gustaría escuchar acerca de tu padre. Sobre lo que
sea que fueras a decir. ¿Dijiste algo sobre que estaría completo de nuevo?
Coloridas hojas de una rama que colgaba baja rozaron mi mejilla mientras
pasábamos. Respiré profundamente.
—Sí.
Esperó pacientemente a que continuara. Me moví nerviosamente en mi silla.
Nico debió sentirlo; su cabeza se alzó y resopló un largo suspiro. Caresa se rió
suavemente ante el cambio rápido de humor de mi caballo.
No pude evitar sonreír en respuesta.
—No tienes que contarme nada si te hace sentir incomodo —dijo Caresa—.
Acabas de conocerme. No debería estar preguntando tanto.
Negué.
—No, no es eso. Es sólo… —Me detuve, tratando de decir las palabras
correctamente.
—¿Qué?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Es casi una tontería, supongo. Mi padre… era un romántico sin
remedio. Aun así, amó verdaderamente a mi madre. Nunca volvió a casarse, nunca
miró a ninguna otra mujer en todos los años que vivió después de su muerte. —Miré
alrededor de los campos verdes—. Tenía unas creencias únicas sobre el amor y los
asuntos del corazón. Tal vez irrealistas. Y yo no… no podría soportar…
—¿Qué su recuerdo sea ridiculizado? —completó cuando no pude terminar mi
frase.
Asentí.
—Era mi padre. Él… era todo lo que siempre tuve.
—Nunca lo ridiculizaría, Achille. Sería la última cosa que consideraría.
Entonces busqué en sus ojos. En realidad miré en sus profundidades más
oscuras. Y todo lo que vi fue la verdad que brillaba de nuevo. Aceptación y
comprensión.
Y tal vez… ¿afecto?
Nos dirigí a la derecha, alrededor de la pista del perímetro. Podía ver mi cabaña
en la distancia, los colores del otoño creando una obra maestra de mi casa, la casa de
mi padre.
—¿Has oído hablar de Platón?
—¿El filósofo griego?
—Sí.
Caresa parecía confundida, pero no me presionó. Mi estómago se aligeró. Ella
no era lo que pensaba que sería. Bueno, yo nunca le había dirigido muchos
pensamientos antes de que apareciera en mi viña, pero había asumido que sería
como el príncipe. Arrogante y grosera con cualquiera, excepto con los de su nivel de
posición social.
No era así en absoluto.
—A mi padre le gustaba leer —continué, sintiendo mis labios elevarse con los
recuerdos que rodeaban mi mente—. Leía todo el tiempo, cualquier cosa que pudiera
conseguir en sus manos. Solía leerme Tolkien cuando era un niño. Esa era mi
favorita. —Caresa se agachó para acariciar el cuello de Rosa—. Le gustaba casi todo,
pero su favorito era, de lejos, la filosofía. —Solté una risa nerviosa—. Extraño para
un simple enólogo, lo sé.
—Para nada —dijo Caresa con vehemencia. Su fuerte respuesta me
sorprendió—. Veo todas las razones para entender por qué le gustaría la filosofía. La
filosofía contempla el mundo en cada faceta: su creación, su belleza, sus defectos, su
significado. Un enólogo toma las semillas de una fruta sencilla, usa la tierra para
nutrirla, y luego le da una nueva vida de la manera más hermosa. Puedo ver
exactamente por qué tu padre amaba la filosofía. Él la vivió, como tú. No creo que
mucha gente pueda decir eso sobre el trabajo de su vida.
Miré a Caresa. No podía apartar la vista. Sus palabras eran un bálsamo para
una herida que nunca supe que tenía. No consideraba lo que hacíamos aquí, en esta
tierra, algo humilde como los demás. Ella veía su valor.
Veía el mío.
—Mi padre estaba obsesionado con Aristóteles. Pero su favorito era Platón. Me
leyó el Simposio de Platón cuando era niño. —Mi garganta se cerró ante el recuerdo—
. Él… Él me leía especialmente las partes sobre el amor. —Mi cara y cuello parecían
encenderse con fuego. Nunca antes había hablado con alguien sobre el amor. Mucho
menos con una duchessa.
—¿Amor? —preguntó Caresa—. ¿Qué dice Platón sobre el amor? Me temo que
mis conocimientos de filosofía son limitados.
Aflojé las riendas de Nico, permitiendo a su cabeza más libertad mientras
caminábamos por la pista larga y perezosa.
—A mi padre le gustaba tanto Platón porque propuso la teoría de “la otra
mitad”. Así veía a mi madre, su vida juntos. Es por eso que la amó tanto durante
tanto tiempo, incluso mucho después de que muriera. Ella le completó.
—Lo siento, todavía no lo entiendo. ¿Cuál es la teoría de “la otra mitad”?
—Aquí es donde se convierte en fantasía, creo. Platón escribió que
antiguamente, según la mitología griega, los seres humanos fueron creados como un
ser entero con cuatro brazos, cuatro patas y una cabeza compartida con dos caras.
Pero comenzaron a desafiar a los dioses, quienes temieron que los seres humanos
pudieran un día llegar a tener éxito y derrocarlos. Zeus lanzó un rayo, dividiéndolos
en dos partes: dos partes de un todo. Las dos partes fueron enviadas a diferentes
áreas del mundo.
Miré a Caresa para comprobar si todavía estaba escuchando. Tenía los ojos
clavados en mí, las pupilas dilatadas.
—¿Y luego qué? —preguntó suavemente—. ¿Qué pasó con ellos? —Pensé, en ese
momento, que parecía tan conquistada por el concepto de la otra mitad como mi
padre lo había estado.
—Estaban rotos, con dolor, sin sentirse completos sin su otra mitad. Zeus, en
un intento de mantener el poder, había condenado a las dos mitades a pasar sus vidas
en busca de sus homólogos. No podían desafiar su poder cuando solo tenían media
alma.
—Y tu padre… —Caresa se calló.
—Él creía que la historia era realmente ficción, mitos antiguos, pero que la
teoría no lo era. Dijo que cuando nacemos, también tenemos a la otra mitad de
nosotros, nuestra otra mitad, esperando por nosotros allá afuera en el mundo. No
todos encontrarán el suyo. Encontrarlos también puede ser muy malo. Algunos de
los que encuentran su mitad faltante se vuelven tan consumidos por la otra persona,
tan adictos a ellos, que la bendición se convierte en su maldición, su amor es
demasiado consumidor, obsesivo, insalubre. Pero para otros, es un destino puro.
Está destinado a ser. Es perfecto y benevolente. Dijo que explicaba la circunstancia
del amor instantáneo. Y de los amores que desafían las probabilidades y duran toda
una vida.
—Como el de él y tu madre —dijo suavemente. Sus ojos brillaban, y las
manzanas de sus mejillas eran rosas.
—Sí. —Suspiré—. Él dijo que una vez que encuentras a esa persona, tu otra
mitad, estás tan envuelto por tal pertenencia, tal deseo, que nunca querrás estar sin
él… Como dijo Platón, “y no quieren estar separados uno del otro, ni siquiera por
un momento”.
Seguimos la dirección de la pista hasta una parte del camino de tierra bordeado
por altos e imponentes cipreses. Estábamos casi de regreso en mi casa. Mientras veía
el humo de la chimenea de mi hornilla de madera que se levantaba en el cielo que
oscurecía, deseé que este paseo durara al menos un poco más.
—Yo… —Me encontré con la mirada de Caresa. Parpadeó alejando el brillo de
sus ojos y continuó—: Creo que es la versión más poética y desgarradora de almas
gemelas que he escuchado.
Mi corazón latía con fuerza. Mis manos se humedecieron, y los escalofríos
recorrieron mi espina dorsal.
—¿Sí? —Cuando mi padre había contado esto a sus amigos a través de los años,
la mayoría lo había ridiculizado por ser demasiado sentimental.
En secreto, siempre había pensado que mi padre tenía razón. Vi cada día el
amor eterno que tenía por mi madre en sus ojos. Ella había sido su todo.
La mano de Caresa fue hacia su pecho, justo encima de donde estaba su
corazón.
―Tener a alguien que se sienta de esa manera por ti. Tener a alguien que te ame
tanto por tanto tiempo. —Negó—. ¿Cómo podría alguien desear algo más?
—El príncipe puede sentirse así por ti. —No sabía por qué lo decía. Pero ante la
mención del príncipe, la expresión de Caresa se endureció y apartó los ojos. Las
palabras infundieron mi boca con un sabor amargo.
—Veremos —contestó Caresa después de un latido, pero incluso yo, un hombre
que no tenía experiencia con las mujeres, ni siquiera con la gente, podía oír la duda
entrelazando sus palabras. Ella creía que el príncipe no era su otra mitad.
Él nunca haría que su espíritu se sintiera completo.
Dimos la vuelta a la esquina final en una pista más estrecha que llevaba a casa.
Justo cuando llegamos a la puerta, Caresa dijo:
—¿Cómo vivió tu padre todos esos años sin ella?
Esta vez fue mi turno de encontrar lágrimas en mis ojos.
—Dijo que una parte de su alma vivía dentro de mí. La veía todos los días a
través de mí. Me parecía a ella y tenía su personalidad. Y sabía que la encontraría de
nuevo en la otra vida. Dijo que los años en la tierra no eran nada por esperarla. No
cuando el lazo eterno de las almas gemelas fueron prometidas después de esta vida.
Hasta entonces, él estaba contento de ser un devoto y amoroso padre… y para sus
viñas.
Una lágrima solitaria había escapado por la suave y bronceada mejilla de
Caresa. Quería estirarme y limpiarla. Caresa la ahuyentó con la mano.
—Nos da esperanza, ¿no? —susurró—. ¿Que podríamos tener una mera pizca
de ello?
—Mi padre dijo que lo sabrías cuando lo encontrases. Puede que no sea
evidente al principio, pero al final, una abrumadora sensación de paz se asentaría en
tu corazón, y lo sabrías… Sabrías que estarían unidos de por vida.
—Abrielle —susurró el nombre de mi madre, inclinando la cabeza hacia el cielo
como si pudiera quizá escucharla en el paraíso. Debe de haber leído algunos de los
artículos que mi padre había colocado en la pared de la habitación. Bajó la cabeza—
. ¿Era campeona nacional de doma?
—Sí. Cabalgó hasta que quedó embarazada… Entonces nunca volvió a cabalgar.
Estableció sus rutinas de doma en ópera, sinfonías o música coral.
—Yo también. Cuando la competencia lo pide —señaló Caresa con cariño.
Cuando la miré esta vez, nos tomó más tiempo alejar nuestras miradas.
Llegamos al potrero y paramos a nuestros caballos. Señalé el pequeño campo
de práctica donde mis caballos ahora pacían la mayoría de los días.
—Mi padre construyó esto para mi madre. Él cuidaba las vides y ella montaba.
Después de su muerte, aprendió cómo domar caballos en su honor. Incluso entrenó
a Rosa a un alto nivel antes de enfermarse. Creo que le ayudó a mantener viva su
memoria.
Caresa sonrió mientras miraba la arena. Desmonté de Nico y pasé las riendas
sobre su cabeza, listo para llevarlo lejos, cuando ella dijo:
—¿Achille? —La miré sobre la espalda de Nico—. ¿Tienes la música que
escuchas por aquí cerca?
Mis cejas se juntaron en confusión, pero asentí.
—¿Supongo que no tendrás por casualidad “Sogno” de Andrea Bocelli?
—Sí.
Caresa apretó sus piernas y condujo a Rosa por la puerta del potrero. Se volvió
hacia mí.
—¿Podrías ponerlo para mí, por favor?
No la cuestioné más. Até las riendas de Nico a la cerca y me agaché al entrar al
granero. Mi viejo reproductor de casetes estaba en el mostrador donde siempre lo
dejaba. Saqué el casete de Andrea Bocelli de su carcasa y lo metí.
Cuando salí y vi a Caresa en la arena, me detuve. Estaba instruyendo a Rosa,
calentando.
Estaba adiestrándola.
Pero no solo lo hacía, sino que era una ejecución impecable cuando instó a Rosa
en un trote suave y extendido. Caresa estaba perfectamente sentada en su asiento,
más aún cuando giró a Rosa y la llevó a un piaffe, un elegante y complejo movimiento
diagonal, directamente a través del potrero. La yegua estaba un poco oxidada en sus
movimientos, pero podía ver que había retenido algunos recuerdos de la formación
de mi padre.
Caresa me vio mirando y se acercó al borde de la valla.
—Presiona el play cuando te dé la señal.
Me senté en un banco de piedra justo detrás de la valla y la vi moverse hacia el
centro. Cerró los ojos, inclinándose hacia delante para pasar su mano por el cuello
de Rosa. Parecía que Caresa le estaba susurrando algo. Cuando se enderezó, me miró
y bajó la cabeza. Presioné play. La música comenzó.
Entonces me senté, hipnotizado, cuando Caresa comenzó una rutina
obviamente bien practicada al lento ritmo de la voz de Andrea Bocelli. Sus
movimientos eran fluidos y equilibrados, como una primera bailarina en el
escenario. Rosa respondió a todas las sutiles órdenes que le daba, el andaluz
haciendo lo que su raza hacía mejor, danzando con una gracia que dejaba sin aliento.
Era casi tan bella como el angelical jinete que llevaba a sus espaldas.
Incluso en ropa de deporte, con su cabello oscuro alejado del rostro, la belleza
de Caresa era una luz brillante, un faro. Su sonrisa era suave en sus labios
exuberantes mientras ejecutaba cada movimiento con la tranquilidad de un experto.
Su piel estaba enrojecida por el ejercicio. O tal vez fue por hacer algo que amaba.
Cuando la música se apagó, volvió a llevar a Rosa al centro de la arena. Mi
mandíbula cayó cuando movió las piernas y Rosa se inclinó. Vi la explosión de alegría
de Caresa mientras Rosa completaba el difícil movimiento.
Cuando Rosa enderezó su postura, Caresa dirigió un elegante arco hacia mí.
Las únicas cosas de las que yo era consciente fueron su felicidad, mi admiración y las
aves cantando cerca.
Desmontó y quitó el remate de Rosa. Después de que hubiera sido llevada a
pastar, Caresa regresó, llevando la silla en sus manos y la brida sobre su hombro.
Cuando se acercó a mí, no tenía absolutamente ninguna palabra.
—Es un caballo excelente —comentó Caresa—. Tu padre la ha entrenado bien.
Es natural en la doma, pero la mayoría de los andaluces lo son.
Asentí. Quería decirle que solo un jinete de su calibre podía obtener tal
rendimiento de un caballo nuevo. Pero no lo hice. Algo dentro de mí de repente se
sentía diferente, alejando mi confianza.
No sabía lo que era… Me hizo sentir vacío y lleno al mismo tiempo.
El sonido de un trueno retumbó a lo lejos. Caresa miró las nubes grises que se
aproximaban.
—Se aproxima una tormenta. Es mejor que me vaya. —Todavía no dije nada
mientras agarraba el arreo del trastero entonces, con una ligera despedida con la
mano, se encaminó por el camino hacia la casa principal.
Un relámpago iluminó el cielo.
—¿Caresa? —Se volvió-. Tú… eres bienvenida a volver mañana… Si lo deseas, si
no tienes ningún compromiso al que asistir. Para cosechar, y tal vez enseñar a Rosa,
si quieres. Ella… no tiene a nadie más para montarla. —Agaché la cabeza, incapaz de
mirarla a los ojos. Mi corazón latía increíblemente fuerte, tan fuerte que me froté la
mano sobre el pecho, buscando alivio.
—Me gustaría eso —respondió en voz baja. No la miré de nuevo. No la vi salir.
En su lugar quité el arreo de Nico y metí a los caballos en sus establos. Les di agua
fresca y una red de heno cada uno, y luego los cielos se abrieron.
Tomando el reproductor de casetes, estaba a punto de ir a aplastar las uvas en
el granero. Pero cuando miré hacia la sala cambié mi plan. Entré en la pequeña
habitación, caminé hasta el armario cerrado en la parte trasera y abrí la puerta. Un
rocío de polvo y el distintivo aroma de cuero rancio asaltaron mis sentidos. Encendí
la luz, el viejo equipo de equitación de mi madre de repente revelada.
Saqué las piezas, una por una, evaluando lo que podía salvar y lo que había
perecido más allá del recuerdo. Luego encendí un fuego y me senté al lado, jabón
para silla de montar y cera a mis pies.
Contra las altas llamas naranjas del quemador y la fuerte lluvia que golpeaba el
techo, comencé la difícil tarea de restaurar los instrumentos de un sueño perdido, de
devolverlos a la vida.
Cuando el reproductor a mis pies inundó la habitación con “Sogno”, pensé en
Platón y en las vides. En la otra mitad y en las almas gemelas…
…Y en una única y solitaria lágrima cayendo por una piel enrojecida y perfecta.
Caresa
Faltaban dos días antes de que pudiera volver con Achille. Maria había
regresado temprano de Asís, y no teníamos nada más que reuniones para llenar cada
día. Ahora había elegido la vajilla, el esquema de colores y el menú para la boda.
Las horas se hacían eternas. Cada minuto que pasaba en la gran sala,
saboreando la exquisita comida y pasando mis manos por terciopelos y sedas lujosas,
mi mente había regresado con Achille en su viña. Me preguntaba cuánto habría
avanzado con la cosecha.
Me preguntaba cuántas veces habría cabalgado por su tierra. Me preguntaba si
me habría echado de menos.
El solo pensamiento no debería haber cruzado jamás por mi mente, pero era la
pregunta más entretenida que tenía.
—Hemos acabado por hoy —dijo Maria—. El almuerzo es mañana al mediodía.
Algunas de las mujeres de las familias más grandes vienen de Florencia. Debería
haber alrededor de veinticinco en total. —Maria se puso de pie—. Tu atuendo está en
tu armario.
—Gracias —dije y me puse de pie. Acompañé a Maria hasta la puerta—. ¿Alguna
noticia sobre cuándo volverá Zeno? No he tenido noticias de él desde mi llegada.
Maria trató de esconder la compasión en sus ojos. No, no compasión, lástima.
Su mano aterrizó suavemente en mi brazo.
—Estará de regreso para el festival de machacado de uvas de Bella Collina, que
es también el día en que los Premios Internacionales del Vino notificarán a los
ganadores. Luego, esa noche, será su cena de coronación. Las familias más
importantes de todo el país asistirán. —Maria soltó mi brazo—. Luego tenemos que
prepararnos para el baile de máscaras a principios de diciembre, y las fiestas
navideñas de ese mismo mes. —Me dio una sonrisa apretada—. Luego tu boda. Mi
consejo sería que duermas ahora, duchessa, mientras todavía puedas.
Maria se fue, y cerré las grandes puertas detrás de ella. Apreté la espalda contra
la madera y cerré los ojos. El reloj de péndulo empezó a sonar a las tres en punto.
Mis ojos se abrieron y se dirigieron hacia la pintura al óleo de la tierra de Achille.
Antes de que tuviera tiempo de meditar mi decisión, estaba subiendo
apresuradamente las escaleras a mis habitaciones, donde me cambié rápidamente a
mi pantalón de montar, botas y camisa de manga larga que había traído de Nueva
York. Agarrando mi sombrero de montar y la fusta en mis manos, decidí salir por las
puertas dobles de mi balcón. El personal aquí nunca cuestionó nada de lo que hice,
pero por alguna razón me encontré deseando mantener mi paradero libre de miradas
indiscretas.
El cielo estaba nublado, y el sol estaba parcialmente oculto por las nubes.
Aceleré el ritmo cuando pasé por un atajo que había encontrado. Mi caminata fue
rápida, y en sólo la mitad del tiempo que usualmente tomaba, llegué a la casa de
Achille. Había estado ausente sólo dos días, pero cuando mis ojos vieron la cabaña
de piedra gris y el majestuoso jardín, el mismo sentimiento de admiración creció.
Cuando llegué al granero, no había música de ópera sonando, ningún Verdi a
todo volumen como una sirena para señalar dónde trabajaba Achille. Busqué en las
vides, pero no pude verlo en ninguna parte. Finalmente vi a Rosa sola en el prado; él
debió haber salido a dar un paseo a caballo.
Decidí aprovechar la oportunidad para entrenar a Rosa. Me volví hacia la
habitación de la bodega, y entonces oí el sonido de los cascos galopando más allá de
los árboles. Mientras me agachaba entre las ramas, mis pies instintivamente me
llevaban adelante, no me di cuenta que tenía una sonrisa en mi rostro hasta que mis
mejillas dolieron en una ola de frío del viento. Los árboles estaban sobre una colina
levemente elevada, y la altura me concedió una visión perfecta de Achille que corría
con Nico hacia casa.
Como cualquier otro día, Achille estaba sin camisa, con su uniforme de jeans
de trabajo desgastado cubriendo sus piernas. Pero lo que me mantenía cautiva era la
expresión de felicidad en su rostro mientras el viento azotaba a través de su cabello
negro. Cada músculo bien tonificado se flexionaba mientras controlaba las riendas.
Tanto así que la sensación de mariposas que se abalanzaba en mi estómago me robó
el aliento y separó mis labios. El agarre del barboquejo de mi sombrero de montar se
volvió increíblemente apretado, y sentí el calor subir a mis mejillas.
Achille se acercaba con Nico a medio galope, luego a un lento trote sentado. Al
girar a la derecha hacia la puerta cerrada de la parte residencial de su propiedad, sus
ojos chocaron con los míos, y se tambaleó en su silla de montar.
Debe haber pensado que había decidido no volver.
Lo esperé junto al sendero de la puerta. Se acercó a mí y desmontó, dejándose
caer a pocos centímetros de donde yo estaba. Moví mis piernas cuando ellas de hecho
se debilitaron en su proximidad. Su olor me asaltó, todo aire fresco y un almizcle
terroso.
—¿Volviste? —dijo, su voz se quebró. Su hermoso rostro dibujaba una
expresión seria. Mi corazón tartamudeó.
Él era hermoso. Achille era absolutamente impresionantemente hermoso.
Debo haberme quedado mirándolo demasiado de cerca o durante demasiado
tiempo, porque sus cejas se levantaron y comenzó a mecerse torpemente sobre sus
pies. Retiré mi cabello de mi cara en un intento de romper la repentina tensión. Sin
embargo, mi mano temblaba mientras recorría las hebras hasta mis hombros.
No sabía si él quería hacerlo. Por la expresión perdida en su rostro después
supuse que no. Cuando dejé caer mi mano, Achille extendió la mano y agarró un
mechón de mi cabello entre su dedo y el pulgar. Sus labios se separaron y una
respiración lenta escapó.
—Tu cabello está suelto —dijo con tanta reverencia que no dudé que le gustaba
más que mi moño.
Me quedé inmóvil, luchando contra el tirón natural de mi cuerpo, como imanes,
pensé. Así de cerca, mi cuerpo estaba atraído, tratando de acercarme. Yo... no tenía
idea de qué hacer con esta sorprendente verdad.
Achille debió darse cuenta de lo que estaba haciendo. Dejó caer mi cabello como
si fuera fuego. Dio un paso atrás, su cara bronceada se sonrojó. Se dio vuelta y
condujo a Nico hacia el potrero. Me detuve por unos segundos para volver de acero
mis nervios deshilachados. Miré la hierba bajo mis pies. Pero cuando levanté la vista
y vi la tensión de Achille, la espalda desnuda resaltada tan perfectamente a la luz del
sol de la tarde, mi corazón se aceleró de nuevo.
No puedes hacer esto, Caresa, me dije, no, me ordené. En ese momento, Achille
miró por encima de su hombro. Cuando su mirada se fijó en la mía, mi orden huyó
con lo último de mi sensatez.
Sus fosas nasales se ensancharon y sus bíceps se tensaron, me permití un
momento para admirarlo, sin culpa y sin censura. Pude ver que estaba haciendo
exactamente lo mismo conmigo.
Tomó un chillido impaciente de Rosa para liberarnos del hechizo.
Decidiendo actuar como la mujer adulta que era, me recuperé y fui al potrero.
Me apoyé contra la cerca mientras Achille liberaba a Nico. Antes de hacerlo,
preguntó:
—¿Has venido a montar a Rosa?
—Sí —respondí—. Pero si es demasiado tarde, lo entiendo. Me han mantenido
los últimos días con reuniones. Esta fue la primera oportunidad que tuve para
escapar.
Era leve, pero vi que la expresión de Achille se suavizaba. Me di cuenta que
debía haber respondido a su pregunta tácita: ¿por qué no había vuelto antes?
—No es demasiado tarde —dijo suavemente, alejando a Nico de la puerta del
potrero hacia su establo. Llevó al caballo castrado dentro, luego llevó sus arreos hacia
el cuarto de arreos. Seguí para tomar los de Rosa.
Me acerqué hacia la montura y la brida que había utilizado en Rosa un par de
días antes. Luego, a la izquierda, vi un equipo que no había visto antes. La luz era
tenue en la habitación oscura, así que me acerqué. Mi mano voló a mi boca. En un
pedestal de madera había una exquisita silla de montar y brida. Eran viejos, pero su
condición era inmaculada.
Me arrodillé para examinarlos más y vi el blasón real de Savona grabado en la
falda de la silla de montar. Lo sentí cerca. No tuve que mirar alrededor para saber
que él estaba allí.
—Achille, estos son impresionantes.
Lo oí respirar hondo. Entonces sentí el calor de su cuerpo mientras se acercaba.
Le tomó varios largos segundos decir:
—Eran de mi madre.
Mi corazón se derritió en el suave borde de su profundo gruñido. Cuando dijo
las palabras “de mi madre” se distinguía del resto, como si no estuviera
acostumbrado a decir esa palabra en voz alta. Supuse que así era. Nunca la había
conocido.
Ni siquiera un poquito.
—¿Estos fueron sus arreos de campeonato?
—Sí. Mi padre lo guardó todos estos años. Se ocupaba de él cada semana
durante todo el tiempo que puedo recordar, jabonar, encerar y lubricar el cuero. No
lo he tocado desde su muerte... pero entonces... cuando tú... el otro día... —Tropezó
con sus palabras y levanté la vista. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, su
postura tensa exudaba malestar.
—Es hermoso. —Cuando miré hacia atrás a los arreos, sus palabras anteriores
finalmente se hundieron en mi cerebro. No lo he tocado desde su muerte... pero
entonces... cuando tú... el otro día...
Un súbito impulso de emoción me invadió como la cresta de una ola. Mis dedos
temblaron mientras corrían por el borde de la silla. No lo había tocado en varios
meses... hasta ahora.
Hasta mí.
—Yo... pensé que si te gustaba el adiestramiento, tal vez querrías usar esto. —
Encogió un hombro torpemente—. O no. No tienes que hacerlo, si no quieres, yo...
—Me encantaría —interrumpí, cortando su creciente nerviosismo.
Acercándome a pocos centímetros de él, miré directamente a sus brillantes ojos color
mar y puse mi mano sobre la suya—. Sería un honor para mí.
Achille exhaló un suspiro profundo y aliviado. Nos quedamos así por lo que nos
pareció una eternidad, simplemente compartiendo el mismo aire, abrazando nuestra
nueva paz. Luego retrocedió y desapareció en un armario. Cuando regresó, llevaba
un par de altas botas de cuero. Como los arreos, habían sido pulidas a la perfección.
—No sabía qué tamaño usabas o si ya tenías botas… —Se detuvo cuando ambos
miramos las botas de mis pies.
Sus hombros se hundieron, así que dejé escapar:
—Calzo un 37 europeo.
Achille me entregó las botas, y las incliné boca abajo. La impresión de la talla
se había desgastado de la suela.
—¿Puedes probártelas si quieres?
Me acerqué a la silla, me senté y puse las botas a mi lado. Traté de quitarme las
botas, pero no pude pasarlas por mis talones. Estaba sin aliento ante el esfuerzo. Oí
un estallido de risa tranquila y levanté mis ojos para ver a Achille observándome con
una diversión sin disimulo en su rostro. Sus brazos se cruzaron de nuevo frente a su
pecho.
En una rara muestra de humor, dijo:
—¿Normalmente tienes un sirviente para que te las quite?
Quedé boquiabierta ante su broma. Eso sólo pareció hacerlo reír más. Mi pecho
se congeló ante la vista de él relajándose, y escalofríos se filtraron sobre mi piel ante
su risa en tono grave.
—Para su información, señor Marchesi, por lo general tengo un calzador de
botas. Supongo que no tienes uno de esos tirado por ahí, ¿verdad?
Negó.
—No. Pero tengo esto. —Achille levantó sus manos en el aire y se arrodilló ante
mí. Lo miré sin pestañear. Achille levantó una rodilla y golpeó su muslo—. Dame un
pie.
Recé para que no sintiera el ligero temblor de mi pierna cuando la puse en su
muslo. El músculo era tan duro y definido que podía sentir las montañas a través del
cuero de mi bota. Las manos de Achille se envolvieron alrededor de la punta y el
talón de mi bota. Tiró suavemente. La bota se deslizó, y sorprendiéndome, tomó mi
pie y pasó sus manos sobre el arco. Apenas me tocó, puso mi pie en el suelo. Levantó
mi otro pie y repitió el proceso. Prácticamente me derretí en el asiento de la silla.
Sólo me había tocado los pies, y sobre mis calcetines, pero sus manos eran casi
mi ruina. Todo lo que hizo, lo hizo con tan increíble intensidad que fue adictivo. No
hablaba mucho, pero sus acciones mostraban el tipo de hombre que era.
Honesto y puro.
Achille no parecía haber notado mis reflexiones internas. Levantó una de las
botas de su madre y la deslizó en mi pie. El cuero era suave como la mantequilla
mientras se deslizaba por mi pantorrilla. Estaba apretado, pero Achille empujó con
más fuerza hasta que quedó perfectamente alrededor de mi pie. Sonreí mientras
miraba mi pantorrilla. Como con la silla de montar, el blasón real de Savona estaba
grabado en el cuero en la parte superior de la bota.
Achille captó mi sonrisa y me concedió una a cambio. Cuando ambas botas
estaban puestas, Achille se puso en pie mientras yo doblaba los dedos de los pies,
probando la sensación.
—Mis pies se han quedado dormidos. Lo hacen cuando me pongo mis botas de
montar, quedan demasiado apretado —le dije cuando presioné mi suela contra el
duro suelo de la sala—. ¡No estoy segura de poder levantarme!
Una de las manos de Achille estaba de repente frente a mi cara, la palma hacia
arriba.
—Te ayudaré —ofreció. Coloqué mi mano en la suya. Achille me haló
suavemente para ponerme de pie, pero en el momento en que estuve en posición
vertical, el entumecimiento aumentó diez veces, haciendo que perdiera el equilibrio.
Grité cuando tropecé. Una dura pared de carne detuvo mi caída, dos fuertes
brazos se envolvieron alrededor de mi espalda para mantenerme firme. Mis palmas
se extendieron, tratando de encontrar agarre en algo, sólo para aterrizar en el pecho
firme de Achille.
Sabía que debería haberlas retirado inmediatamente. En el momento en que
sentí la cálida piel bajo la mía, debí haberme alejado o insistido en sentarme.
Pero no lo hice.
En cambio, dejé que las yemas de mis dedos bebieran del calor del pecho de
Achille. Les di permiso para moverse, una concienzudamente lenta caricia sobre sus
pectorales y hasta la parte superior de sus definidos músculos abdominales.
Cuanto más exploraban los duros montículos, más tensos se volvieron los
brazos de Achille sobre mi espalda.
Él respiró.
Yo respiré
El calor entre nosotros se disparó.
Sin embargo, ninguno de los dos se alejó.
No había urgencia de separarse, sólo un deseo sobreentendido de permanecer
cerca.
Imanes.
Mi cabeza se acercó a su pecho, mis labios apenas rozando su piel ardiente. Su
esencia fresca y terrosa invadió mis sentidos tomándome como rehén. Las manos de
Achille en mi espalda me acercaron más, su abrazo una prensa inescapable. Exhaló,
el aire caliente navegando por mi nuca y por toda mi espina dorsal. Alcé mi cabeza,
como si tuviera hambre de ver los ojos de Achille. La punta de mi nariz bordeaba la
parte de abajo de su cuello y hasta la barba incipiente de su mandíbula.
Sentí su corazón palpitante presionando tan cerca contra el mío. Cantaban la
misma sinfonía, exactamente, precisamente, imágenes especulares del mismo latido.
Achille levantó las manos, con los dedos envolviéndose sin apretar en los
mechones de mi cabello. Mis labios pasaron por su barbilla, hasta la esquina de su
boca. No me atreví a levantar la mirada. No estaba segura de que mi corazón pudiera
soportar la reacción que el mar de azul suscitaba.
El sabor de café y menta besaban el perfecto arco de mi boca mientras rodeaba
los bordes de mis labios sobre los suyos, la promesa de nuestras bocas juntas
colgaban en un precipicio.
Cerré los ojos, necesitaba sentir sus labios contra los míos más de lo que
necesitaba respirar, cuando de repente una voz gritó desde el exterior.
—¿Achille?
La llamada de fondo de su nombre fue todo lo que hizo falta para que Achille
se alejara. Sus brazos me liberaron de su protección, y se tambaleó hacia atrás. Sus
ojos bien abiertos, como un ciervo atrapado en los faros. Su pecho subía y bajaba,
traicionando su pánico.
—¿Achille? —La voz del hombre sonó de nuevo, más cerca de nosotros esta vez.
Achille salió corriendo de la bodega, dejándome sola.
Oí a Achille saludar al hombre y llevarlo lejos, y me desplomé de nuevo en el
asiento y puse mis manos en mi cabeza.
—¿Qué diablos estás haciendo? —susurré en voz alta, cerrando mis ojos, pero
rápidamente los abrí de nuevo cuando todo lo que vi en la oscuridad fue los labios de
Achille a un centímetro de los míos, sus manos presionándome contra su torso y el
sabor de su piel en mi lengua.
No supe cuánto tiempo permanecí en el asiento, luchando con mi conciencia.
Pero necesitaba moverme. Necesitaba hacer algo para ocupar mi mente. Tomé los
nuevos arreos que Achille me había entregado para Rosa en el potrero, y en poco
tiempo, la había ensillado. La entrené durante una hora, exprimiendo los últimos
rayos de la luz del sol. Y cabalgué duro. Cuando me quité el sombrero, mi cabello
estaba húmedo por el esfuerzo; me dolían las piernas y los brazos al controlar la
fuerza de Rosa.
Dejé a Rosa en su establo y, después de alimentar a los dos caballos y darles
baldes de agua fresca, decidí encontrar al hombre que casi había besado.
El sonido melódico de “Primavera” de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi vino a
la deriva desde el granero. Me detuve en la puerta, mirando dentro. Achille estaba
junto a la prensa de jaula, trabajando duro, pero con la misma minuciosidad y
cuidado que había visto en los días desde que nos conocimos.
Como si empezara a ser tan consciente de mí como yo lo era de él, levantó la
cabeza. Un rubor escarlata floreció en sus mejillas cuando me vio rondando junto a
la entrada. Retiró la mirada, recomenzando su trabajo sin una palabra. Pero sólo
unos segundos más tarde se apartó de la prensa de madera, con los brazos a un
costado y los hombros caídos.
Me destrozó el corazón.
—Achille —dije en voz baja, entrando en la habitación.
Achille caminó hacia una pequeña caja que debió haber sido entregada por el
hombre que nos interrumpió en el cuarto de arreos. Tomó la hoja superior de papel
de la caja abierta y pasó los ojos por la página.
Sacó un bolígrafo de su bolsillo y dibujó torpemente un visto en la parte inferior
del papel y la volvió a colocar. Tenía el bolígrafo apretado en el puño en vez de con
los dedos; lo pude ver temblando. Era obvio por la forma en que apartó los ojos de
mí que no quería hablar de lo que había sucedido entre nosotros.
—Los arreos estuvieron hermosos —dije, intentando que al menos reconociera
mi presencia—. Gracias por dejarme usarlos.
Achille miró en mi dirección brevemente, luego asintió. Volvió a la prensa. Por
curiosidad natural, bajé la mirada para ver qué había sido entregado. Reconocí el
familiar dibujo en escala de grises de Bella Collina y escritura en cursiva del conocido
título.
—¿Las etiquetas para la cosecha de este año? —Mi propia pregunta fue
contestada cuando vi la fecha de este año escrita en la parte inferior de la etiqueta de
la muestra.
—Sí —dijo Achille, sin volverse.
Agarré la hoja y recorrí el texto. Achille había marcado la casilla que aprobaba
la muestra. Su visto era un garabato desordenado, apenas legible. Recordé su
temblorosa mano e inmediatamente me sentí culpable. Lo había desorientado por
completo. Tanto así que ni siquiera podía escribir.
Volví a mirar el texto. Dos. Conté dos errores de ortografía en la etiqueta. Un l
faltaba en “Bella” y la r de “Merlot”.
—¿Achille? —pregunté—. ¿Has autorizado las etiquetas?
Dejó de hacer lo que estaba haciendo y se acercó. Tenía una mirada cautelosa,
casi temerosa en su rostro. Lo estudié mientras su mirada azul corría por encima de
la etiqueta. Sus cejas oscuras estaban arrugadas y sus labios estaban fruncidos.
Señalé los errores.
—Hay dos letras que faltan, aquí y aquí.
Achille parpadeó y parpadeó otra vez, luego me pasó el bolígrafo del bolsillo
trasero.
—¿Podrías encerrarlos en un círculo, por favor? —Su mano seguía temblando.
Obviamente lo había sacudido por completo.
Incluso había afectado su trabajo. Trabajo que era toda su vida, detalles que yo
sabía que nunca habría pasado por alto si no hubiera estado distraído.
Tomé el bolígrafo de su mano.
—¿No los viste? —pregunté, tratando de conversar—. Fue un error tonto que
tuvieron los impresores. Deberían haber sido más cuidadosos.
Achille no respondió. Encerré en un círculo los errores, escribiendo una nota a
lo largo de la parte inferior de la muestra para explicar a los impresores lo que estaba
mal. Levanté la cabeza para ver a Achille de pie junto a la encimera, agarrando el
borde con fuerza.
Su espalda parecía temblar, y su cabeza estaba abatida.
—¿Achille? —pregunté tentativamente, sólo para retroceder cuando Achille se
giró para enfrentarme con una expresión tan severa que mi sangre se enfrió.
—Necesito que te vayas —dijo, sin una inflexión de emoción en su monótona
voz.
—¿Qué? —susurré, sintiendo que el color dejaba mi rostro.
Achille echó un vistazo de las puertas del granero al cielo oscuro.
—Necesito que te vayas. Necesito que te vayas y nunca vuelvas.
Pedazos de dolor se propagaban a través de mi pecho. Me preguntaba si yo
estaba sintiendo físicamente los efectos de un corazón quebrándose, de las grietas
rompiendo a través de la carne.
—¿Por qué? ¿Qué hice?
—Te vas a casar con el príncipe. Soy un fabricante de vino en medio de la
cosecha para la vendimia más importante de esta finca. Yo... me distraes. Tú... no
deberías estar aquí. No puedo pensar...
—Achille —traté de protestar, pero levantó una mano para interrumpirme.
—Sólo... por favor, vete. —Esta vez su voz no admitió ningún argumento. Una
vez más, no tenía idea de lo que había hecho para herirlo, para hacer que se sintiera
así de molesto. Y me odiaba porque me importaba. Debería prestar atención a las
palabras de Achille, pensar en Zeno. En cambio, todo lo que quería hacer era
extender la mano y presionar mis labios en los suyos, sólo para ver cómo se sentiría—
. Por favor —susurró, no, me rogó. Las lágrimas llenaron mis ojos mientras lo
observaba doblándose sobre sí mismo, como si un devastador dolor interno le hiciera
retirarse del mundo.
No quería verlo herido. Así que cuando me miró a los ojos, y todo lo que vi en
sus profundidades azules fue tristeza sin tapujos, hice lo que me pidió. Dejé el establo
sin una segunda mirada. No miré hacia atrás mientras corría a casa, las preciosas
botas de Abrielle Bandini todavía en mis pies.
Incluso cuando entré por las puertas de mi balcón y llegué a mis habitaciones,
no me volví para mirar a la casa de Achille a lo lejos. Me senté en el extremo de mi
cama y me dejé absorber lentamente por la verdad.
Durante la última semana, me encontré cada vez más atraída por el tímido
fabricante de vino del merlot de Bella Collina. Me froté el pecho, notando por
primera vez que cuando no estaba en su adictiva presencia, un dolor sordo brotaba
en mi corazón y no se calmaría hasta que estuviera de regreso a su lado.
Recé para que este nuevo acontecimiento se desvaneciera tan rápidamente
como apareció. Porque Achille nunca quiso que regresara. Ni para montar a Rosa, ni
para ayudarlo a cosechar el vino o reírme con él entre las viñas.
Y eso tenía que estar bien conmigo.
Porque yo era la duchessa de Parma, lista para casarme con el príncipe.
Sólo tenía que recordarle a mi corazón la realidad.
Sencillo.
Caresa
—Me gustaría agradecer a todas por venir aquí hoy. —Miré a cada una de las
damas de sociedad a los ojos mientras sostenía mi copa de champagne en el aire—.
Conozco a muchas de ustedes de cuando era niña, y espero con ansias recuperar la
familiaridad ahora que soy una adulta y no estoy en pañales. —Mi chiste fue recibido
con educadas risas. Alzando más mi copa, dije—. ¡Por Italia!
Las mujeres repitieron el brindis, y luego la campana sonó desde el opulento
comedor señalando el comienzo de nuestro almuerzo. Nuestro aperitivo fue puesto
frente a nosotras. Mientras levantaba mi tenedor para comer mi affettati misti, pude
sentir las pesadas miradas de las damas de la aristocracia sobre mí.
—Entonces, duchessa —preguntó una de las damas. Alcé la mirada para ver a
la baronesa Russo mirándome fijamente. Estaba a mediados de sus veinte, con un
largo cabello rubio y brillantes ojos azules. Sus ligeros rasgos mostrando su
ascendencia; era una ciudad cercana a la frontera con Austria—. ¿El príncipe está en
casa?
Mi estómago dio un vuelco mientras la mesa quedaba en silencio. Forcé una
sonrisa.
—No, ha estado ocupado con los viñedos en Turín. Este mes lo toma ocupado
con la cosecha de los vinos de Savona; llegará para el festival de las uvas aplastadas.
La baronesa Russo inclinó su cabeza. Pensé ver una pizca de triunfo en sus ojos.
—Qué raro —dijo—. Recientemente estuve en Florencia y me encontré con el
príncipe para una cena privada en el palazzo… —Puso sus rasgos en una expresión
dramáticamente pensativa—. ¿Oh, tal vez hace dos días?
Entendía el mensaje oculto; había estado con él para más que sólo una cena.
No dejé que mi sonrisa desapareciera. En cambio, asentí.
—Va y viene a donde se le necesite más. Florencia es su hogar. Es su base de
negocios.
—¿Aun así usted se queda aquí? —preguntó la condesa Bianchi con curiosidad.
Recordaba su rostro de las fotografías que Maria me había hecho memorizar antes
del almuerzo.
—Lo prefiero —dije suavemente—. Me encanta el paisaje de Umbría. Es
pacífico. —Reí—. La paz es bienvenida. Sé que mi vida se volverá más caótica cuando
se acerque la boda.
Por supuesto era una mentira. Cada mujer aquí sabía que era mentira, pero una
buena mujer de sociedad era adepta a falsificar verdades y a ignorar el brillante
subtexto a cualquier cosa dicha en voz alta.
—Una fecha de boda, pero todavía no un anillo. —Observó la baronesa Russo,
sosteniendo su copa de champagne para que un miembro del personal la rellenara.
—Seguramente viene en camino —dijo la mujer a mi lado—. El príncipe es un
hombre ocupado con una gran empresa exitosa. Estoy segura que cuando regrese
mimará terriblemente a la duchessa. —Algo de la tensión se liberó de mis hombros
cuando todas menos la baronesa asintieron estando de acuerdo. La mayoría tenían
la envidia grabada claramente en sus rostros por mi matrimonio con el príncipe.
Me gustaría decirles que no hay nada que envidiar.
Mientras los sirvientes empezaban a limpiar la mesa del primer plato, me
incliné más cerca a la mujer que me defendió. Estudié su rostro, buscando en mi
cabeza por su nombre… condesa Florentino.
—Gracias, condesa —susurré para que nadie más pudiera escuchar.
La bonita y pequeña morena con grandes ojos verdes hizo un gesto con la mano
restándole importancia.
—No es problema. —Se inclinó más cerca, girando su cabeza del resto de la
mesa—. Me temo que este almuerzo es más como una guarida de serpientes para
usted, duchessa. No sé qué tanto sabe del príncipe, pero muchas de estas mujeres lo
conocen muy bien. Afortunadamente, no soy una de ellas. —La condesa nunca
rompió mi mirada. Era directa y valiente. Me gustaba mucho eso en los conocidos. A
menudo en la sociedad italiana, o incluso entre aquellos en Manhattan, las personas
rara vez decían la verdad a la cara. Preferían hacerlo a espaldas, porque
aparentemente es más femenino.
Las políticas de sociedad eran un juego peculiar.
Tomé un sorbo de mi champagne.
—Soy muy consciente de la reputación de Zeno, condesa. Pero gracias por ser
tan comunicativa. Es más que bienvenido.
Sonrió.
—Llámame Pia.
—Entonces llámame Caresa.
Choqué mi copa con la suya.
—¿Supongo que la baronesa es una de las conquistas de Zeno?
Pia asintió.
—Vivo en Florencia, Caresa. Y siento ser la portadora de malas noticias, pero es
solo una de tantas.
—Eso pensé. Ha estado mirándome desde que llegó.
—Al menos no estás llorando encima de tu pasta por las noticias de que tu
prometido es un granuja. Pero entonces, uno debería ser inocente para creer que
estos elaborados matrimonios a los que entramos son por amor, ¿no?
—Sabía que me caerías bien —dije a Pia y me reí cuando echó su cabeza hacia
atrás.
Las otras mujeres estaban viéndonos, profundamente intrigadas.
—Pia acaba de contarme una historia divertida acerca de mi prometido —dije.
Las mujeres parecieron satisfechas por mi vaga explicación.
—Todas tenemos historias, duchessa —dijo la baronesa Russo en voz baja. La
incómoda tensión de las mujeres era palpable.
—Sospecho que así es —respondí rápidamente, dejándola saber que había
escuchado. Su vergüenza, y sus mejillas rojas no fueron más que una pequeña
victoria.
—¿Qué tal estás disfrutando la vida en el campo? —preguntó Pia, lo
suficientemente fuerte para que la mesa escuchara.
—Es hermosa. La hacienda sin duda alguna es el lugar más mágico que he visto.
—¿Qué haces para divertirte? —preguntó la condesa Bianchi.
Mi mente viajó a Achille. Sin poder refrenarme de decir la verdad, contesté:
—Montar. Más que nada adiestrar. Me gusta caminar. Trotar. Paso una gran
cantidad de tiempo haciendo eso. Y por supuesto, cuido la cosecha.
—El rey tiene un equipo de doma, ¿sabías? Frecuentemente han sido
campeones nacionales. El rey Santo era un loco por los caballos —informó Pia; mi
interés fue atraído.
—Qué pintoresco. Pero no estoy segura que cuidar de la cosecha sea divertido,
duchessa —dijo la baronesa Russo, apartando mi atención de Pia.
—Al contrario —repliqué—. Esta es la joya en los vinos de la corona de Savona.
Mi familia está en el negocio, así como usted sabe. He sido parte de esta industria
toda mi vida. —Escondí una sonrisa mientras añadía—: Zeno ha estado muy feliz por
mi interés. Pronto tendrá una esposa que entiende todo su mundo; tanto su estatus
como su negocio. Puedo compartir todas sus victorias.
Un suspiro colectivo vino de todos menos de la baronesa Russo y Pia. La
baronesa Russo porque había pretendido que sus palabras fueran un desaire. Y Pia
porque sabía el juego que jugaba.
—¿Trabajaba con su padre en Manhattan, duchessa? ¿Con los vinos de Savona?
—preguntó la vizcondesa Lori.
Negué.
—No, estaba en la universidad. Acababa de termina mi maestría cuando vine
aquí.
—¿En qué? —preguntó Pia.
—Psicología educacional. Me hubiera encantado perseguir una carrera en la
educación. Trabajar con niños y adultos para que superen sus dificultades.
—Hay muchas caridades bajo el nombre del rey que promueven trabajos como
ese. Estoy segura de que ahora que ha fallecido, las tareas de esas caridades serán
tomadas por la futura reina —me dijo la vizcondesa Lori. La emoción iluminó mi
corazón. No había sabido sobre ese lado de los negocios del rey.
—Gracias, vizcondesa —dije sinceramente—. Buscaré esas posibilidades
inmediatamente.
La entrada de tortelli di zucca fue puesta ante nosotras, e inhalé el aroma del
aceite de oliva de la Bella Collina esparcido sobre la pasta fresca rellena de calabaza,
rizos de queso parmigiano-reggiano estaban suavemente en la cima.
—Un platillo de mi casa —dije, apuntando el plato—. Sé que estamos en
Umbría, pero quise traer un poco de Parma a la mesa. Por favor, coman.
Comí mi cena, escuchando a las mujeres hablar sobre las caridades en las que
estaban involucradas o sobre sus esposos y prometidos. La condesa Bianchi tenía la
mesa cautivada con una historia de un “plebeyo” con quien se había fugado una vez.
—¿Caresa? —dijo Pia en voz baja.
—¿Sí?
—¿Conoces métodos para ayudar a aquellos con problemas para escribir o leer?
¿Con dificultades de aprendizaje?
Su comentario me tomó por sorpresa.
—Sí —contesté—. Trabajé para muchas caridades y escuelas durante mis
estudios, y ayudé a uno de los mejores psicólogos educacionales en Manhattan. No
llegué tan lejos como me hubiera gustado en el campo, pero soy eficiente.
Pia miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchara. Me miró a los ojos.
—Mi sobrino. —Se aclaró la garganta—. No siempre le va bien en la escuela. Mi
hermana está casada, y su esposo está avergonzado de que su hijo luche para leer y
escribir. Amo a mi sobrino; cuando hablo con él es brillante e inteligente. Pero
académicamente, es débil. Muy débil. Lucha con tareas tan sencillas como sostener
un lapicero. Apenas puede escribir, y peor, nos confió a mi hermana y a mí que
cuando lee, las palabras saltan en toda la página. Nunca puede concentrarse lo
suficiente para descifrar una sola frase.
Mi corazón se rompió por Pia y su hermana.
—Suena a que es disléxico y tal vez tiene dispraxia. Es aterrador para una
persona al principio, mientras todos hacen estas cosas con facilidad, pero hay
métodos para ayudar a superar los desafíos.
Los ojos de Pia se llenaron de lágrimas.
—¿En serio? —Asentí—. Su padre, no ayudará. No dañará su reputación porque
su hijo sea considerado como lento. Está amenazando con enviarlo a una escuela en
Suiza.
Cubrí la mano de Pia.
—Si quieres mi ayuda, Pia, es tuya. Nadie necesita enterarse.
—¿Lo harías?
—Claro —le aseguré. Apretó mis dedos con afecto. No habló por un rato después
de eso. Podía ver que todavía estaba llorosa.
Mientras el postre de helado de limón era puesto ante nosotras, Pia dijo:
—Eran sólo pequeñas cosas al principio. Inventaba las historias de los libros
que debía leer como tarea para la escuela. Se molestaba cuando se le preguntaba por
errores pequeños en su tarea. No fue hasta que mi hermana le dio un libro que
conocía de memoria y le pidió que lo leyera y le contara, que se dio cuenta que estaba
inventando las historias sobre lo que se suponía que debía leer. Se rompió después
de eso y explicó sus problemas. Es… —Pia suspiró—. Ha sido todo un desafío. Pero
la peor parte es ver la frustración que tiene. Es un niño bueno y tímido, pero explota
con ataques de agresión cuando su orgullo es amenazado.
Sabía que Pia seguía hablándome. En alguna parte en el fondo de mi cabeza
escuché su voz contándome más sobre el problema de su sobrino. Pero no podía
saber lo que había dicho. Porque estaba muy ocupada sintiendo mi cara palidecer
cuando una fría comprensión comenzó a golpearme.
La historia de los diarios… las etiquetas… las tildes ilegibles… cómo sostenía
el bolígrafo… el temblor… pidiéndome que encerrara en círculos los errores…
pidiéndome que me fuera… el dolor y el miedo en sus hermosos ojos…
Luchaba para leer y escribir. O… tal vez no podía leer ni escribir en absoluto.
Achille, pensé, una punzada de simpatía golpeándome como un cuchillo en el
vientre. ¿Cómo no lo vi? Caresa, estúpida, estúpida chica.
—¿Caresa? —La voz cuestionadora de Pia me apartó de mi agitación interna.
Fingí una sonrisa, de alguna forma, por las próximas dos horas, me las arreglé para
conversar un poco mientras las mujeres y yo íbamos a la gran sala para beber algo.
Estaba segura que acepté más cenas y funciones de caridad que a las que podía de
verdad asistir, pero no podía recordar ninguna.
Pia fue la última en irse, llevándose con ella mi promesa de que vería a su
sobrino pronto. Al minuto en que se fue, le dije a Maria que necesitaba recostarme…
un repentino dolor de cabeza, le expliqué. Sólo necesitaba descansar después de tan
larga función.
Ni siquiera me molesté en cambiarme de mi vestido de manga corta de Roland
Mouret o mis tacones a juego de Prada. No me quité los pendientes de diamante de
Harry Winston que colgaban de mis orejas, o el cabello recogido que estaba rizado
al estilo de los cuarenta y suelto cayendo en ondas por mis hombros. En cambio, al
minuto en que la puerta de mi cuarto se cerró, volé por la salida del balcón y corrí
hacia la casa de Achille.
El ritmo del furioso latido de mi corazón iba a tiempo con mis pies apresurados.
Un crujido de un trueno rugió en el cielo y gruesas gotas venían cayendo del cielo.
Corrí hacia el granero para encontrar a Achille de pie en el centro, dejando una
cubeta de uvas recién cortadas al lado del barril para aplastarlas.
Se sorprendió cuando me vio entrar, mientras una cortina de torrencial lluvia
caía de las oscuras nubes afuera. Sus ojos azules estaban sorprendidos por mi
intrusión, pero el calor explotó en mi vientre cuando Achille, completamente
congelado en el sitio, pasó su mirada sobre mi vestido. Y no había nada inocente o
tímido en el repentino aleteo de pasión en sus ojos. La necesidad y el deseo estaban
ahí, tan claro como el día. Los músculos de su pecho desnudo tensos y abultados, sus
manos apretándose a los lados. Salpicaduras de suciedad y jugo de uvas estaban
sobre su piel bronceada, su cabello negro despeinado y desarreglado.
Me imaginé la impresión que daríamos. Yo, una duchessa, con estilo y vestida
elegantemente y él, un enólogo, sucio y áspero por un día de trabajo honesto.
Aparté la mirada cuando ya no pude soportar el hambre en sus ojos. Me esforcé
por encontrar mi compostura, por encontrar el valor para hablar. Pero cuando mis
ojos aterrizaron en el basurero en el rincón de la habitación, en el periódico arrugado
que era el único ocupante, me precipité hacia delante. Saqué el periódico y leí el
artículo, ya no me importaba si la historia sobre mí era buena o mala. Sólo tenía que
saberlo. Leí cada palabra, y con cada frase, mi corazón se rompió un poco más.
¿Cuánto tiempo mantuvo esta farsa? ¿Cuánto tiempo guardó este secreto?
Entonces mi alma se quebró por completo. Había estado sin su padre durante meses.
Un hombre que lo había ayudado. Un hombre que le leía cuando él no podía hacerlo
por sí mismo.
Achille… estaba tan solo.
Tan completamente perdido.
Lo sentí detrás de mí. Seguía en el mismo lugar al otro lado de la habitación.
Levanté la mirada; sus ojos atónitos se enfocaban en el periódico en mis manos.
—Achille —susurré, sintiendo lágrimas en mis ojos—. Esto no hacía ninguna
mención sobre mi estancia en Umbría. O cualquier cosa sobre el príncipe, como tú
dijiste. Era una pieza sobre mi vida en Nueva York, sobre mi familia y el negocio.
Su piel se volvió ceniza. Alejó la mirada hacia la lluvia que danzaba más allá de
la puerta abierta del granero.
—Las etiquetas. —Dejé el periódico en el suelo—. Los errores sin notar, la
muestra incorrecta… no lo sabías, ¿verdad?
—No lo hagas —espetó Achille cuando estaba a menos de un metro de él—. No
hables de cosas que no sabes, duchessa.
—Achille…
Esperaba que gritara, que mostrara la agresividad que sabía que albergaba tan
profundamente en su interior, la que me había mostrado dos veces antes. La
violencia nacida de la frustración.
Pero en su lugar bajó la cabeza con cansancio, su cuerpo perdiendo la voluntad
de luchar.
—Por favor… no lo hagas… —Respiró profundamente—. No tú… no de ti…
Mi labio inferior tembló ante la derrota en su voz, en su estatura. Mi alma gritó
con simpatía por el tormento que afligía la suya. Fue debido a esa reacción, a esa falta
de voluntad para discutir, que me confirmó lo que necesitaba saber.
Realmente no podía leer ni escribir. Podía hacer el mejor vino del mundo, podía
ser un hombre muy amable y gentil, pero no podía leer las etiquetas del premiado
Merlot que hacía con sus propias manos.
Era el chiste más cruel de Dios.
—No me tengas lástima. —Mi respiración se detuvo ante su suave petición—.
No quiero tu lástima.
—No te tengo lástima —dije, mi voz temblaba por la tensión del momento—.
Estoy enojada por ti. Estoy tan enojada porque nunca te dieron la ayuda que deberías
haber tenido.
Achille se estremeció, como si mis palabras lo hirieran físicamente. Una
expresión de dolor desfiguró sus hermosos rasgos.
Evitó mis ojos, mirando el granero en su lugar. Sus manos temblaban a los
costados, pero no con ira. No quedaba ira en ese espacio vacío. Solo podía sentir su
abatimiento, su falta de comprensión sobre qué hacer ahora que su más grande
secreto fue expuesto a la dura luz del día.
Vi las cubetas vacías extendidas alrededor de sus pies, solo una seguía llena. Vi
el resto de las uvas en el barril, listas para ser aplastadas. Los ojos de Achille brillaban
como la más hermosa vidriera mientras el desamparo se acumulaba en sus
profundidades.
Nunca quise hacerle daño, o avergonzarlo. Solo quería ayudar. Mi alma
adolorida no quería nada más que verlo curado de esta injusticia.
Necesitaba hacerlo sentir cómodo.
Necesitaba encontrar a este niño perdido.
El viejo reproductor de casetes estaba en la encimera. Rodeando a un inmóvil
Achille, presioné reproducir… y mis ojos se cerraron cuando una ola de emoción me
atravesó. Los compases iniciales de “Sogno”, mi música de adiestramiento,
adornaban el aire húmedo y tormentoso con su sonido perfecto.
Achille escuchaba esa música hoy. Los viejos altavoces del reproductor seguían
calientes. Estuvo escuchando esta canción. Mientras Andrea Bocelli cantaba sobre el
sueño y los sueños, me giré y vi una gota de sudor recorrer la espalda de Achille. Su
piel se estremecía en su estela y sus músculos se tensaban.
Me acerqué lentamente, como si me aproximara a un animal salvaje. Me paré
delante de él, y sus fosas nasales aletearon. Sus ojos seguían desenfocados.
—¿Estabas a punto de aplastar las uvas?
Mi táctica de distracción funcionó, sus cejas bajaron con confusión y sus ojos
cayeron a los míos.
—Sí —dijo.
—Entonces vamos a aplastarlas. —Me agaché para quitarme los zapatos. Achille
me observó mientras pateaba mis tacones. Miró dudosamente mi vestido, pero no
dejé que eso me detuviera. Era solo tela, reemplazable. Él era un ser humano
sufriendo. No había comparación—.
¿Tenemos que lavar nuestros pies? —pregunté, mirando alrededor del granero
en busca de suministros de limpieza. Achille tardó un rato en moverse. Me llevó a
una cubeta metálica llena de una solución de olor astringente. Cuando entré en el
líquido frío, él se agachó para deshacerse de sus botas y doblar sus jeans hasta las
rodillas.
Salí de la cubeta. Achille lavó sus pies, entonces echó la cubeta final de uvas en
el barril. Levantando el dobladillo de mi vestido, enganché el material en mis muslos
y traté de subir, pero los lados eran demasiado altos. Justo cuando iba a pedirle
ayuda, rodeó mi cintura con sus manos y como si no pesara más que una pluma, me
puso en el barril. La capa superior de las uvas explotó debajo de mí, los jugos
deslizándose entre mis dedos y fluyendo sobre mis pies y tobillos.
Achille me observó fascinado. La nota final de “Sogno” sonó desde el
reproductor de casetes. Un chasquido repiqueteó a través de los altavoces, y luego
otra canción comenzó a reproducirse.
—¿Vas a entrar? —pregunté.
Fui recompensada con una sonrisa tímida. Entonces Achille entró, su figura
alta y ancha arrinconándome en el barril. Grité cuando perdí el equilibrio al cambiar
la masa de uvas bajo nosotros. Achille extendió la mano y me estabilizó. Sus manos
se envolvieron alrededor de las mías, haciendo que el dobladillo de mi vestido
volviera a mis rodillas. Su mirada bajó, y la mía la siguió. La parte baja de mi vestido
estaba cubierta de jugo rojo.
—Estás arruinando tu vestido.
—Sí, supongo que sí —respondí. Una risa ronca escapó de sus labios. Era el
sonido más celestial—. Así que —pregunté, ignorando su preocupación por mi
atuendo—. ¿Cómo hacemos esto?
—Tenemos que pisotear. —Comenzó a levantar sus pies, aplastando lentamente
las uvas por debajo. Aferrándome a él con fuerza, imité sus movimientos, el jugo
pegajoso fluyendo más rápido en cuanto más pisábamos.
—Se siente extraño —dije, bajando la vista al jugo de uva elevándose por los
lados del barril—. El jugo es pegajoso, la carne de uva es suave, pero los tallos son
duros. Siguen apuñalando las plantas de mis pies.
—Dejamos los tallos para fortalecer los taninos y profundizar el color del vino.
—Mientras más hablaba de vino, más regresaba la confianza a su voz. Él sabía sobre
vino. Nunca podría ser atrapado con la guardia baja cuando se trataba de su amado
Merlot. Seguía un sistema en el cual se destacaba. Una rutina que conocía tan bien
como a sí mismo. No había ninguna amenaza, ningún sentimiento de inferioridad.
—¿Cuánto tiempo tenemos que hacer esto? —pregunté mientras rodeábamos
el barril, asegurándonos que cada uva recibiera la misma atención.
—Mientras sea necesario —respondió—. Puedo estar aquí por una hora yo solo.
Contigo, será menos. —A medida que pasaban los minutos y el jugo subía, las
salpicaduras llegaron más arriba, alcanzando mi pecho y su estómago—.
Creo que tu vestido está más allá de la salvación —dijo Achille, con un ligero
jadeo en su voz profunda. Comprobé mi vestido, y por supuesto, ahora estaba
mojado con jugo de uva hasta la cintura. El material una vez blanco se había vuelto
transparente debido a la humedad del jugo.
Mientras levantaba la cabeza avergonzada, una gota de jugo de uva salpicó del
barril y cayó a un lado de mi cuello. Y entonces todo ocurrió a la vez. Chillé por la
sorpresa. Las manos de Achille soltaron las mías, moviéndose a mi cintura. Y bajó la
boca a mi cuello, sus suaves labios posándose en mi piel mientras besaban la dulce
gota de jugo.
Sentí como si estuviera en un sueño, una experiencia surrealista extra corporal
donde la boca de Achille se hallaba sobre mí. Podía sentir su aliento cerniéndose
sobre mi piel y su duro pecho presionado contra el mío. Quería que este sueño fuera
real. Quería estar en su cálido abrazo. Quería que me quisiera lo suficiente para dejar
caer su guardia y dejarme entrar.
Quería que me quisiera, y punto.
Entonces, cuando un leve gemido alcanzó mis oídos, y sentí el suave roce de
una lengua que lamía el jugo derramado, supe que no me perdí en una fantasía.
Estaba aquí. En el granero… envuelta firmemente en los brazos de Achille.
Tenía la boca en mi cuello.
Estaba contra mí, cuerpo contra cuerpo… sintiéndose exactamente como sabía
que sería: perfecto, como siempre lo había sido.
Los labios de Achille se detuvieron de repente. Sus manos se apretaron en mi
cintura, luego apartó su cabeza lentamente, deteniéndose a sólo centímetros de mi
cara. Sus pupilas parecían dilatadas, el negro casi eclipsaba el azul, mientras sus ojos
cautelosos y conmocionados se fijaban en mi rostro. El calor ruborizaba sus mejillas,
y su boca se movía como si quisiera hablar pero no pudiera encontrar palabras para
decir. Su respiración era pesada. La mía se detuvo por completo.
Lo miré fijamente.
Me miró fijamente.
El aire entre nosotros crepitaba por la tensión.
No estaba segura de quién se movió primero. Al igual que la última vez que
estuvimos así, algo nos acercó, una atracción inexplicable que se apoderaba de
nuestras mentes, nuestros corazones, y nuestras almas. Un momento estuve
atrapada en sus ojos, y al siguiente su boca se fundía con la mía, sus suaves labios
contra los míos, sus grandes manos en mi cabello.
Mis manos aterrizaron en su espalda, agarrando su piel desnuda, tratando de
acercarlo aún más. Lo necesitaba más cerca, necesitaba sentirlo contra mí, dentro de
mí, tomándome. Era irracional e incorrecto, pero no podía persuadirme a detenerlo.
Mis uñas raspaban la carne de su espalda, y Achille siseó en mi boca, seguido
por un profundo gemido. Sus manos se apretaron en mi cabello, y hundió su lengua
para encontrar la mía. Su sabor explotó en mis papilas gustativas, afrutado y dulce,
con el más leve indicio de vino.
Esta vez fui yo quien gimió, el calor surgiendo de mis venas, músculos y huesos.
Me sentía en llamas, bailando en el precipicio de algo de lo que no estaba segura de
poder regresar. Pero, como cualquier cosa adictiva, tomé y tomé hasta que mis labios
se sentían magullados y mi deseo era crudo.
Me separé para recobrar mi aliento perdido. Los labios de Achille no se
detuvieron, pasando por mis mejillas, por mi cuello y por la parte superior de mi
pecho. Eché la cabeza hacia atrás, mis ojos cerrándose mientras me quemaba con su
toque, incendiando mi sangre.
Mis manos vagaron por sus brazos, luego fueron a su cabello. Su nariz corrió
por mi cuello hasta que su frente se apoyó contra la mía.
—Caresa —murmuró en un tono lento y grave—. Te siento dentro de mí. Aquí y
aquí y aquí. —Sus manos se movieron a su cabeza, su boca, y su corazón.
Debí detenerlo. Sabía que debería detenerlo. Pero me acerqué, presionando mis
pechos contra su pecho, jadeando mientras él siseaba y soltaba un gemido.
Y eso fue todo lo que tomó.
Eso fue todo lo que tomó para convertir al tímido y retraído enólogo en un alma
indomable. Achille se agachó y agarró la parte trasera de mis muslos, levantándome
hasta que mis piernas se envolvieron alrededor de su cintura. Mi vestido ya
arruinado se rompió en la parte de atrás, pero no me importó. Todo lo que me
importaba era el hombre al que me aferraba, la cálida piel que quemaba la mía, y los
labios que se unían a los míos, deseándome, necesitándome, tomándome, justo como
anhelaba.
Cerré los ojos mientras explorábamos con urgencia la boca del otro, como si el
tiempo fuera un frágil reloj de arena, la arena burlándose de nosotros, queriendo
robar este momento, recordándonos que nuestros corazones no podían entrelazarse.
Achille salió del barril y me llevó hacia la lluvia torrencial. El agua era un
bálsamo refrescante mientras caía del cielo tempestuoso, empapándonos, sin
embargo, nuestros labios no se separaron.
No podíamos separarnos…
…ni siquiera por un momento.
Los pies de Achille chapoteaban en el suelo inundado, y los sonidos restantes
de la voz hipnotizante de Andrea Bocelli se perdían en la distancia mientras me
llevaba a su casa.
Bajé mi cabeza con un jadeo, parpadeando mientras el rímel rodaba por mis
mejillas. Los labios de Achille estaban rojos por mi lápiz labial, sus ojos bailando con
luz. Claramente no le importaba como me veía. En ese segundo, tampoco me
importó. Nuestros movimientos eran rápidos y rudos y torpes… estábamos
enredados, una perfección caótica, un impecable desorden frenético.
El fuego rugía adentro, iluminando el pequeño salón con un naranja quemado,
amarillo y rojo. La madera crujía y se partía, y su olor terroso llenó cada centímetro
del aire.
La mirada de Achille se encontró con la mía y, durante un breve momento
suspendido, simplemente nos miramos. Bebí su belleza como él lo hizo conmigo. No
hablamos, pero nos comunicamos con facilidad.
Sus labios entreabiertos me decían que me quería. Sus mejillas ruborizadas me
decían que tenía hambre de mí. Pero su mirada abierta y honesta me dijo que me
necesitaba más que el aire.
—Sí —susurré. Fue todo lo que necesitaba decir.
Achille me sacó de la sala de estar, bajó por un pequeño pasillo y entró en un
dormitorio. Todo el tiempo, pasé mis manos por su cabello grueso, negro y húmedo,
sobre sus mejillas y el cuello tenso. Tenía que tocarlo.
No pude dejarlo ir, ni siquiera por un segundo.
Era una droga a la que no podía renunciar. Deseaba saborearlo, por el calor de
su cuerpo.
Achille se detuvo frente a una sencilla cama de tamaño normal. La habitación
era pequeña, solo estaba la cama y una mesita de noche. En la ventana había una
lámpara encendida de aceite, una luz curiosamente anticuada, pero perfectamente
adaptada a esta cabaña. El cálido resplandor proyectaba un tono dorado de puesta
de sol sobre la habitación, la ventana ligeramente abierta que permitía que el
chapoteo de la lluvia fuera nuestra serenata.
Podía oír su corazón palpitar junto al mío. Luego, en un movimiento que hizo
temblar mis piernas y una intensa ligereza llenar mi pecho, Achille pasó la yema del
dedo tan lentamente por mi mejilla que causó que se humedecieran los ojos. Me
estaba acariciando... memorizándome. Me estaba adorando como si fuera la
respuesta a sus oraciones.
En ese momento, él se sintió como la respuesta a todas las mías.
Sus manos se movieron de la parte superior de mis hombros a mi nuca.
Desabrochó mi vestido. El aire fresco besó mi piel húmeda mientras el material
arruinado se deslizaba delicadamente de mi cuerpo. No quité mis ojos de Achille todo
el tiempo. Así que, cuando mi vestido se deslizó al suelo, alrededor de mis pies, y mi
sujetador de encaje blanco y bragas se expusieron a su mirada desnuda, lo presencié
todo: el ardiente deseo llenando cada parte de su bello rostro, su mandíbula apretada
y ruborizada mientras dejaba caer su mirada para estudiar mi cuerpo descubierto.
Un gemido salió de mis labios, mis pestañas revoloteando cerradas, mientras
sus dedos vagaban por mis pechos. Que me tocara tan de cerca, tener a Achille
Marchesi acariciándome con la misma reverencia que nutría su vino, era la sensación
más arraigada.
Abrí los ojos un poco, muy lentamente, mientras la calidez crecía en mi núcleo.
Achille se agachó para desabrochar el broche delantero de mi sujetador. Con un
suave tirón, el sujetador se unió al vestido a mis pies.
Mis pezones dolían cuando mi piel húmeda estuvo expuesta al aire caliente.
Achille tomó mi carne en sus manos, y un siseo rasgó su garganta. Gemí ante la
sensación de que me tocara tan íntimamente. Se acercó y presionó la piel desnuda
de su pecho contra mí.
La sensación era casi imposible de soportar. Cada célula de mi cuerpo rugía a
la vida, un gran dolor en mi pecho que me llevaba cada vez más lejos de Achille, pero
anhelando acercarme aún más. Se moldeó a mi cuerpo como una segunda piel. Sus
manos en mi espalda me atraparon en su agarre, su mejilla corriendo a lo largo de
mi mejilla, su almizcle terroso calentando mi piel.
Nuestros labios se rozaron, y toda la ternura se desvaneció, junto con cualquier
preocupación que tuviera porque este acto entre nosotros estuviera equivocado.
Su lengua se deslizó a lo largo de la mía. Nuestras manos vagaban y marcaban,
agarrándose unas a otras con una urgencia desesperada. No quedó más paciencia.
Mis manos se movieron por sus duros abdominales, sintiéndolos flexionarse y
contraerse, antes de ir a la cintura de sus jeans. Mis dedos temblaron al desabrochar
el botón y bajar la cremallera, rozando su dureza.
Gruñó cuando mi mano fue dentro, temblando como una hoja con anticipación.
Hice el mismo sonido de dolor cuando mi mano se encontró con su carne, sin ropa
interior bloqueando mi camino.
Era duro, grande y tan cálido al tacto. Mi mano libre tiró de la cintura que caía
de sus jeans y ayudó a bajarlos por sus musculosas caderas. Achille en toda su altura
me dominaba, se elevaba sobre mí, haciéndome temblar donde estaba.
Cuando le di una suave caricia, desató algo salvaje dentro de él. Sus manos
cayeron a los lados de mis bragas y, con un solo tirón, las arrancó de sus costuras. El
delicado cordón francés revoloteaba como plumas de gasa al suelo.
Y ahí fue cuando nos tomamos una pausa. Expuestos, vulnerables: dos
corazones, almas y cuerpos sin máscaras. La respiración de Achille resonó en mi
oído, rugosa como un viento crujiente que pasaba a través de las hojas caídas del
otoño.
Achille, con una fuerza fácil, me levantó del suelo y me tomó en sus musculosos
brazos. Me mantuve firme, queriendo que este sentimiento jamás se terminara.
Jamás queriendo alejarme de la seguridad de su abrazo, y nunca querer separarme
de este hombre que estaba enterrando su bondad en mi sangre y huesos.
Se giró y me bajó hasta que mi espalda aterrizó en el suave colchón de abajo.
Cuando el peso de mi cuerpo golpeó el edredón de hilo, su olor en la tela me envolvió.
Esta era la cama donde dormía cada noche, donde soñaba y desesperaba, descansaba
su cuerpo agotado y su alma gentil.
Achille retrocedió mientras se liberaba de los jeans en los tobillos en el
resplandor de la lámpara de aceite. Y no podía respirar ante la vista. Su cuerpo estaba
tonificado a la perfección, no demasiado musculoso, pero atlético y fuerte, con la más
impresionante piel oliva dorada, solo rogando mi toque. Me miró, desnudo y
expuesto en su cama, con nada más que fuego y deseo en sus ojos.
Para mí.
Solo para mí.
—Caresa... —murmuró, acercándose. Por primera vez desde que nos habíamos
entregado a nuestra lujuria, vi nerviosismo grabado en su hermoso rostro. Se
congeló. El miedo le había robado el coraje.
Extendí mis brazos, guiándolo hacia mí, persuadiéndolo a acercarse.
—Tengo que tener esto —dije suavemente, un leve temblor a mi voz—. Tengo
que tenerte, Achille.
—Caresa —gimió de nuevo, pero esta vez se acercó, sus manos aterrizando a
ambos lados de mi cuerpo.
En el momento en que estuvo sobre mí, con los brazos a ambos lados de mi
cabeza y su cuerpo cubriendo el mío, nos miramos fijamente: azul y marrón. Apartó
un rizo húmedo de mi rostro, una sonrisa suave y contenta en sus labios. Una
emoción omnipresente me atravesó, una comprensión de la paz encontrada en el
abrazo de otro.
Achille me dio el más dulce beso en el centro de mi frente y susurró:
—Hermosa... hermosa… —El calor voraz del momento anterior, en un segundo,
se disipó. Se acabó la necesidad hambrienta, desesperada, y en su lugar quedó una
serenidad tranquila compartida en la vulnerabilidad del otro.
Antes que Achille pudiera ver la lágrima escapando por el rabillo de mi ojo, pasé
mis manos por su cabello y llevé sus labios a los míos. Se derritió como hielo bajo el
sol de Umbría. Este beso era lento, profundo y verdadero.
Fue como un tatuaje en mi corazón.
La mano de Achille se deslizó por mi cintura, aterrizando en mi muslo,
empujándolo hacia un lado. Deslizó sus caderas entre mis piernas, colocando su
cuerpo contra el mío. Estómago a estómago, pecho a pecho, besándonos.
Sentí su dureza contra mi centro y gemí en su boca. Rodó sus caderas,
tocándome donde más lo necesitaba.
—Caresa —dijo con voz ronca contra mi boca, su piel escaldando las palmas de
mis manos exploradoras.
Bajé la mano entre nosotros cuando nuestras temperaturas subieron,
acariciándolo. Siguió mi ejemplo, pasando sus dedos por mi parte más sensible. Mi
espalda se arqueó y mi piel empezó a picar.
Me besó a lo largo de la mandíbula y por mi mejilla, hasta que tuve una
necesidad repentina. Grité su nombre, apretándome contra sus dedos hasta que cada
gota de placer había sido drenada de mi cuerpo.
Pero quería más.
Necesitaba más.
Apartando la mano de Achille con la mía, me moví hasta que él estaba en mi
entrada, exactamente donde pertenecía. Me miró a los ojos, con la mandíbula
apretada mientras lo tomaba en mi mano una vez más. Su piel oliva brillaba bajo la
tensión de mantener su compostura.
—Te quiero tanto… —susurré. Achille cerró los ojos y empujó. Mi cabeza se
inclinó hacia atrás cuando su longitud me llenó, hasta que me consumió su olor,
devorada por su toque. No podía ver dónde terminaba él ni dónde comenzaba yo. Lo
sentía dentro de mí, tanto física como espiritualmente, la conexión simultáneamente
maravillosa y aterradora.
Se tensó mientras me llenaba hasta la empuñadura, su respiración
entrecortada y cruda. Sus brazos se tensaron mientras me abrazaba. Miré su rostro
y me derritió. Sus ojos me miraban como si fuera un sueño, como si en cualquier
momento pudiera desaparecer, dejarlo solo de nuevo. Tenía los labios rojos y
ligeramente abiertos, y su piel suave estaba enrojecida y cálida. Levanté mi mano y
la presioné contra su mejilla. Se curvó en mi tacto tanto como un girasol sigue el
calor del sol a través del cielo.
Su boca encontró el centro de mi palma y presionó un solo beso. No estaba
segura por qué, pero ese gesto puro y dulce hizo estallar mi corazón. Era como si
fuera un agradecimiento silencioso. Por qué, solo podía adivinar.
Entonces, como si no pudiera esperar más, rodó sus caderas, moviéndose
dentro de mí. Mi mano, todavía ardiendo por su beso, se envolvió en la suya, sus
dedos se entrelazaron con fuerza entre los míos. Sus labios buscaron los míos. En
segundos no había nada sin conexión entre nosotros. Éramos dos mitades de un
todo, agarrados y aferrados, desesperados el uno por el otro.
Achille aumentó su velocidad, los músculos duros de su pecho rozando mis
pechos, escalofríos de placer dirigiéndose directamente a mi corazón.
—Achille —jadeé una y otra vez cuando el sentimiento de él dentro de mí se hizo
demasiado, pero no lo suficiente.
Se movía más y más rápido, gruñidos roncos escapaban de sus labios. El calor
entre nosotros se elevó hasta que la condensación se acumuló en la ventana y nuestra
piel estaba manchada de sudor.
Cuando no estaba segura de poder soportarlo más, una tensión tan grande, tan
increíblemente hermosa, comenzó a surgir en mi núcleo y correr a través de mis
venas.
—Achille —grité, mis uñas clavándose en la carne de su espalda.
Sabía que estaba tan cerca como yo cuando sus movimientos se hicieron más
fuertes y más irregulares, con la cabeza metida en mi cuello. Mis ojos se cerraron y
sonreí, sintiendo que tomaba tal consuelo en mí, una felicidad tan absoluta.
Y luego llegó. El placer, como nada que había sentido antes, me envolvió como
una llama, tomando cada parte de mi cuerpo como rehén mientras ardía a través de
todos mis sentidos, solamente para restaurarlos con felicidad, luz y vida.
Achille gruñó. Su cuerpo se detuvo y me llenó de su calor. Los músculos de su
espalda se tensaron y se sacudieron, luego se calmaron lentamente junto con su
corazón palpitante.
Pasé las puntas de los dedos sobre su espalda, más que contenta de quedarme
exactamente así: unidos en todos los sentidos posibles, tranquilos en la paz después
de la tormenta.
El aliento cálido de Achille estaba sobre mi cuello, hasta que levantó la cabeza.
Lo había considerado hermoso desde el día que lo vi por primera vez trabajando en
su viñedo, con el torso desnudo y las piernas cubiertas por jeans. Pero cuando su
rostro saciado encontró el mío, el temor y la reverencia tan claros en su expresión,
supe que me había equivocado. Porque nada podría superar este momento.
El momento en que me di cuenta que no se trataba solo de hacer el amor. Sino,
algo más grande, más profundo creciendo entre nosotros. Y entonces, mi corazón se
rompió, porque cualquier chispa que acababa de encenderse dentro de nosotros, no
debía darse la oportunidad de florecer.
Las lágrimas me llenaron los ojos. Esto nunca podría suceder. Éramos de dos
mundos completamente diferentes. No estábamos escritos en las estrellas.
—Lo sé —dijo Achille con voz agónica y grave. Giré la cabeza y me permití
mirarlo a los ojos. Su pecho se expandió cuando respiró hondo—. Lo sé. —Se deslizó
a un lado y me envolvió en sus brazos, acunando mi rostro en la curva de su hombro
y cuello—. Nunca puede haber más que esto...
—Achille —susurré dolorosamente, oyendo la tristeza y resignación en su tono.
—No eres parte de este mundo, y yo no soy parte del tuyo. —No tenía nada más
que decir. Era la verdad, y ningún sentimiento frívolo o promesa vacía cambiaría las
cosas.
Así que me relajé en su pecho, saboreando cada segundo que nos quedaba. Las
manos de Achille corrían perezosamente por mi cabello, y miré a través de la ventana
ante la lluvia que caía.
La lámpara de aceite parpadeaba en la brisa, los reflejos dorados bailando sobre
las paredes pintadas de blanco. Mis ojos se perdieron en trance, tanto, que casi no vi
a Achille tomar un largo suspiro, luego suavemente decir:
—Dijeron que yo era lento.
Tenía un nudo en el estómago. Me quedé quieta, cada músculo de mi cuerpo se
ponía rígido.
—Dijeron que era tonto y que nada cambiaría eso.
Me estremecí. Mi pecho se quebró en dos por la vergüenza de su voz. No hablé.
No quería empujarlo ni decir nada que pudiera impedir que se abriera.
Ya no tenía a su padre. Nadie para compartir su dolor.
Sería esa persona para él esta noche. Necesitaba esto de mí. No podría darle mi
corazón, así que esto tendría que ser suficiente.
Cuando el sol saliera, todo esto sería un sueño lejano.
Así que oré a Dios y le supliqué que mantuviera a raya la oscuridad mientras
pudiera. Para mantener a nuestras estrellas brillando y la lluvia cayendo... Así
tendría tiempo para decir adiós.
Achille
Caresa se había vuelto una estatua en mis brazos. Estaba carcomido por los
nervios mientras mostraba mi vergüenza. Mi padre siempre me había dicho que no
era tonto, que mi deficiencia académica no me definía o decía cuán inteligente era.
Pero estaba seguro de que sólo había dicho eso para hacerme sentir mejor.
No era como todos los demás. Los maestros, incluso el rey, se habían asegurado
de que supiera eso. No está hecho para estudiar, sino para el campo, le había dicho
el rey Santo a mi padre.
Siempre me pareció extraño que pudiera usar mis manos para hacer el vino,
pero al minuto en que trataba de sostener un lápiz o un bolígrafo, mis dedos fallaban.
Ni siquiera podía escribir mi nombre.
—Cuando yo... cuando miro las palabras en una página, nunca tienen sentido.
Las líneas se ponen borrosas y las letras saltan alrededor. —Mi aliento quedó
atrapado en mi garganta—. Mis ojos no ven lo que otras personas ven cuando leen.
Mi cerebro no funciona de la misma manera que el de todos los demás. —Me reí sin
humor—. Hablo de los libros de Platón y Tolkien, sin embargo no he logrado leer
más que unas cuantas páginas en toda mi vida. Mis ojos se cansan de intentar
descifrar cada palabra, y me siento tan frustrado que tengo que alejarme. —Suspiré,
mi estómago hundiéndose—. Tal vez soy tonto después de todo. Tal vez los maestros
y el rey Santo estuvieran en lo cierto: los estudios nos son para mí.
La cabeza de Caresa se alzó ante mis palabras. Su piel estaba todavía enrojecida
de cuando hicimos el amor. Pero su suave expresión se había transformado en una
tan severa que me tomó por sorpresa.
—Ellos estaban equivocados —dijo—. Todos estaban tan equivocados que me
enfurece. —Parpadeé mirándola sorprendido. Caresa se arrastró de debajo de mis
brazos, se giró sobre su estómago y apoyó sus brazos cruzados en mi torso—. Achille,
no eres tonto. Solo hay que estar en tu presencia durante unos minutos para ver que
eres una de las personas más brillantes y con más talento que camina en este mundo.
—Cerró los ojos, calmándose. No le quité los ojos de encima, su cumplido penetrando
profundamente en mis huesos.
Abrió sus ojos.
—No estoy totalmente capacitada. No tengo poder oficial para diagnosticarte.
Pero creo que eres disléxico y quizá dispráxico. Los dos generalmente van de la
mano. —Sus ojos se estrecharon—. Así que vamos a dejar las cosas claras. No eres
tonto. Tu vocabulario es extenso, tu comprensión de cualquier tema es amplia y
buena. No eres tonto, Achille, y te estás menospreciando al permitir que esa mentira
se arraigue.
—¿Qué es dis... disle...? —Negué, incapaz de recordar los nombres.
—Dislexia es cuando tu cerebro se esfuerza para conectar las palabras. No es
poco común y puede ser ayudado enormemente con programas personales
especializados. La dispraxia tiene muchas formas. Es cuando algunas de tus
habilidades motoras no son tan fuertes como otras. Puede ser el porqué luchas
sosteniendo un bolígrafo sin embargo eres capaz de mantener fácilmente las riendas
y hacer vino. No hay un modelo. Cada persona es diferente. Algunas tareas que crees
que serán difíciles vienen fácilmente, otras tareas sencillas pueden parecer la cosa
más imposible del mundo.
—Embotellar el vino también lo encuentro difícil. Nada más, pero me esfuerzo
cuando se trata de embotellar —admití tímidamente—. Las pequeñas piezas que se
usan en el proceso se me hacen difíciles de controlar. —Caresa asintió como si tuviera
sentido. Nada de esto había tenido sentido para mí, pero ella comprendió mi
problema en cuestión de segundos.
—Es un caso de cables cruzados. Imagínatelo como si el camino del cerebro por
lo general limpio está bloqueado con ramas caídas. Simplemente tenemos que
encontrar otra ruta, pero esa ruta se puede encontrar, sin importar lo desesperante
que parezca. —Ella apretó los dientes, viéndose tan adorablemente feroz—. No
permitiré que te consideres indigno o insignificante. No lo eres. No aceptaré eso y tú
tampoco debes aceptarlo.
Se detuvo bruscamente. Ni siquiera mi padre había luchado tanto por mí.
Caresa deslizó su mano en la mía y unió nuestros dedos. Parecía fascinada por la
unión. Los apretó una vez, dos veces y luego dijo:
—Déjame ayudarte.
Me quedé inmóvil.
La oferta me aterrorizó. Caresa parecía de alguna manera engañada por mí;
pensaba que yo era algo más de lo que realmente era. Sabía que ella tenía experiencia
con este tipo de cosas. Pero no quería que me viera así, atascado en libros y
escribiendo en papel como un niño pequeño. Quería que me recordara como me veía
ahora.
No quería su lástima.
Abrí la boca para darle las gracias, pero que declinaría. Pareció anticipar mi
respuesta y llevó mis dedos a sus labios. Rozó un suave beso por cada uno de mis
nudillos y susurró:
—Por favor, Achille. Por favor, déjame hacer esto por ti. Me has dado mucho.
Por favor... por favor déjame por lo menos intentarlo.
Apoyé la cabeza contra la almohada y cerré los ojos. Pensé en mi padre sentado
al lado del fuego, leyéndome. Me agarraba a cada una de sus palabras, deseando
poder seguir mis ojos por la página con la misma facilidad que él. Deseando poder
ser transportado a tierras lejanas y otros mundos, sentado junto al fuego, un vaso de
vino a mi lado.
Deseaba que no fuera tan difícil.
—¿Por qué tiene que ser tan difícil? —pregunté, encogiéndome de vergüenza
cuando me di cuenta que había pronunciado mi deseo en voz alta. Mi voz contenía
un temblor y mi garganta estaba seca.
—¿Qué? —preguntó Caresa suavemente.
Me encogí de hombros, pensando en las últimas semanas que estuve con mi
padre, viéndolo marchitarse ante mis ojos, mi héroe dejándome día a día.
Observándolo mirar cada noche a la imagen de la madre que amé pero nunca conocí.
Y pensé en todas aquellas noches en las que él había tratado de ayudarme a leer, pero
se sintió impotente y triste cuando nada de lo que hizo funcionó.
Hasta que no intentó más.
Hasta que yo no intenté más.
—Todo —dije en voz baja—. Todo siempre parece... difícil. Nada viene fácil. —
Mi mirada se dirigió a Caresa, desnuda y conmigo en mi cama, e inmediatamente
quise refutar mi afirmación. Todo con ella era confuso, pero llegaba fácilmente al
mismo tiempo.
Pero nuestra situación no era fácil. Se casaría con el príncipe. Sólo había
regresado a Italia para casarse en la casa Savona, para tomar su lugar como la
próxima “reina” en la así llamada sucesión real.
Nuestra situación era compleja, sin embargo sabía que enamorarse de ella sería
la cosa más fácil del mundo.
—Achille —murmuró Caresa. Se acercó y pasó su mano por mi mejilla—.
Déjame tratar de facilitar algo de esto para ti. Por favor... Te ruego que me dejes
intentarlo. Puedes leer y escribir, sólo tenemos que encontrar un camino a través de
la niebla.
Miré por la ventana, viendo a las nubes de lluvia comenzar a alejarse. El cielo
tempestuoso se apartó, permitiendo que los rayos de luz de luna inundaran las vides.
Las estrellas comenzaron a aparecer en el cielo oscuro, manchas de plata en un mar
de terciopelo negro.
—Incluso después de esta noche, todavía deberías venir y montar a Rosa. —Me
centré en Caresa de nuevo—. Veo la pasión en tu rostro cuando practicas tu
adiestramiento. Te ilumina. Hace a tu corazón feliz.
Un dolor sordo se formó en mi pecho ante la idea de alejarme de ella, de esta
noche. Pero fue peor cuando pensé en ella perdiendo la alegría que había ganado al
cabalgar al tesoro andaluz de mi padre. Perdiendo la sonrisa en su hermoso rostro
cuando bailó alrededor del campo, libre de preocupaciones.
—Está bien —respondió ella. Podía decir por la aspereza de su voz que la había
tomado por sorpresa. También era una oferta egoísta. Porque no sabía cómo pasó
tan fuerte, tan rápido, pero no podía imaginar pasar una semana sin ver a Caresa,
encontrándome entre las vides... el sonido de su trote alrededor del campo mientras
yo aplastaba las uvas.
Por difícil que fuera, podría vivir sin tocarla de nuevo. No podría vivir sin ser
testigo de vez en cuando de su brillante sonrisa.
—¿Y la vinicultura? —añadió. Mis cejas se levantaron sorprendidas. Una
expresión tímida en su rostro—. Todavía hay mucho más del proceso que puedo
observar. Yo... no sé si lo has notado, pero me apasiona tu vino.
No pude evitarlo. Me reí y cuando se rió a cambio mi corazón se sacudió contra
ella un poco más.
—Lo sé —dije, pasando el pulgar por su labio inferior, tratando de memorizar
exactamente cómo se veía en este momento—. Sé lo mucho que te encanta mi vino.
—No sólo adoro tu vino —susurró y por el rubor en sus mejillas, supe que no
había querido decir eso.
Dejó caer su frente en mi estómago, luego después de una respiración
profunda, levantó su mirada.
—Me estás permitiendo montar tu caballo, permitiéndome estudiar el proceso
de tu galardonado vino. Por favor, Achille. Sólo dame unas semanas para tratar de
ayudarte con tu lectura y escritura. Permíteme la oportunidad de mostrarte que no
es una causa perdida. Sólo... por mí. Por favor, si no por ti mismo, haz esto por mí.
Mi pulso se aceleró con nervios y malestar. Ella vería todos mis defectos. Me
vería completamente expuesto. Pero…
Determiné que lo haría por ella.
Caresa esperó, con la respiración contenida, por mi respuesta. Con un suspiro
derrotado, asentí, dándole la respuesta que tanto deseaba.
—Gracias —susurró ella. Se arrastró por encima de mí y presionó sus labios
contra los míos. El sorpresivo acto de afecto me tomó desprevenido, pero no lo
suficiente para no responder. Mi mano ahuecó su nuca mientras el inocente beso se
profundizaba con nuestra creciente necesidad.
Deseando tenerla de nuevo, ansiando otro momento de estar unido tan
estrechamente, la rodé sobre su espalda, arrimándome al espacio donde ella yacía.
Caresa se separó de mi boca y me miró a los ojos.
—Solo podemos tener esta noche.
—Lo sé. —Me volví para mirar por la ventana a la luna alta, luego de nuevo a
ella—. Pero la noche aún no ha terminado. El sol todavía duerme.
Los dedos de Caresa me rozaron el cabello.
—Entonces, bésame otra vez.
Hice lo que me pidió, explorando más de ella que antes. Besé cada parte de su
piel, acaricié cada mechón de su cabello. Esta vez fue más lento. Saboreamos cada
segundo, sin apresurarnos, todo sin prisas.
Pero finalmente el sueño vino por Caresa. No por mí. La abracé fuerte contra
mi pecho, respirando el melocotón y la vainilla de su cabello, las notas florales de su
costoso perfume. Miré al indeseado sol comenzando a levantarse detrás de las
colinas verdes distantes de Umbría y oí los pájaros traer su canto matinal. Con cada
rayo de luz persiguiendo las sombras de mi pequeño dormitorio, murió un pedacito
de mí.
No podía quedarme aquí.
No podía estar aquí cuando despertara. No podía ver las motas doradas en sus
ojos que nunca había sabido antes que estaban allí, ni las pecas salpicando sus
mejillas cada vez más prominentes con cada día que pasaba conmigo en los campos
bajo el sol.
Pero peor aún, no podía oír su adiós.
La volvería a ver, por supuesto, cuando hubiera pasado esta noche. Cuando no
tuviera su olor en mi piel y el fresco recuerdo de cómo se sintió debajo de mí, en mi
cama, acunada en mis brazos.
Tan suavemente como pude, teniendo cuidado de no despertarla del sueño, la
acosté sobre el colchón, tirando del edredón sobre su desnuda piel bronceada para
evitar el frío de la mañana.
Me vestí con jeans y una camisa de franela roja y luego la dejé dormir.
Necesitaba aire fresco. Me puse las botas y salí. En el momento en que la puerta se
cerró, Inhalé una respiración profunda muy necesaria. Eché mi cabeza hacia atrás,
bebiendo el cielo del amanecer. Los púrpuras y rosas rompieron a través del negro
desvanecido, las estrellas se vieron obligadas a acostarse. Oí el lejano sonido de
tractores ya en los campos; el día de los vinicultores y los agricultores ya había
comenzado. Sacudí las manos y comencé la penosa tarea de abotonarme la camisa y
los jeans, otra tarea sencilla que nunca se me hacía fácil.
Diez minutos más tarde, había montado a Nico y pasé el perímetro de mi viña
y hacia el montón de acres de la propiedad más allá. Raramente dejaba la seguridad
de mi casa. No podía recordar la última vez que había estado aquí. Siempre estaba
aquí cuando niño, jugando en los árboles con mi mejor amigo, o pescando en el lago
artificial totalmente abastecido.
Llegué al final de otra viña. Dejé pasar mi mirada sobre los viñedos ya
recolectados. Este era uno de los rojos producidos en masa. Negué mientras apretaba
a Nico en un trote constante. No me podía imaginar ser un vinicultor. Sin ser uno
con la tierra y las vides.
Nunca podría ser tan distante o desagradecido de nada en mi vida.
Ese pensamiento trajo a mi mente la imagen del príncipe. No había hablado
con él en años. Ni siquiera había venido al funeral de mi padre. En algún lugar a lo
largo de los años había cambiado de divertido y amable a frío y engreído. Miraba
desde arriba a todos los que estaban en esta finca. Miraba desde arriba a Umbría.
Ignoraba la ruda belleza descuidada de la región en favor de la bonita Toscana, con
paisajes perfectos. El rey había pasado la mayor parte de sus días aquí. Zeno pasaba
todos sus días en Florencia.
No sabía nada del lado comercial de Vinos Savona. Pero sabía que mi vino era
esencial para la riqueza y el estatus de la familia real en el mundo del vino. Me
pagaban un pequeño salario digno, aunque rara vez toqué algo de lo que ganaba.
Sabía que no era nada para los beneficios que el rey y ahora el príncipe, estarían
haciendo con mi sangre, sudor y lágrimas. Pero yo apreciaba mi casa, mis caballos y
mis viñas. La mayor parte de lo que comía era de aquí. No necesitaba mucho más.
Al menos el rey nos visitaba dos veces al mes, pidiéndome que le mostrara el
trabajo que mi padre y yo habíamos estado haciendo. Se sentaba conmigo y
almorzaba mientras mi padre continuaba su trabajo en el campo. No hablaba mucho,
pero no me importaba su compañía, tenía un temperamento frío, distante, pero no
cruel. Al menos le importaba conocer a sus empleados y se interesaba por el trabajo
que hacíamos en su tierra.
Al príncipe Zeno no podía importarle menos.
No se merecía este lugar. No sabía nada de esta joya rara que ahora poseía. Mi
cabeza me convencía que me estaba refiriendo a estos viñedos en expansión, pero mi
corazón sabía que me refería a algo, alguien, más.
Porque tampoco la merecía a ella. Conocía su reputación. Incluso cuando era
un niño había sido engreído y arrogante. Nunca conocería el valor de Caresa. Ella
sólo sería otro juguete brillante para añadir a su creciente pila.
La idea de que ella fuera tratada de esta manera casi me hizo gritar de
frustración.
Merecía más.
Merecía a alguien que la quisiera y le apreciara... que nunca se separaría de su
lado... ni siquiera por un momento.
Necesitando sentir la ráfaga de aire fresco en mi rostro, empujé a Nico a un
medio galope. Aceleramos a lo largo de la pista de tierra, levantando el barro aún
húmedo a nuestro paso. Seguimos adelante hasta llegar al final de la larga pista. Lo
ralenticé a un trote, y vi que habíamos llegado a los jardines botánicos. Invernadero
tras invernadero se extendía por la longitud de la tierra. Nico nos pasó por delante
del invernadero más cercano, y noté las filas y filas de rosales dentro, llenas de flores
blancas que se alzaban orgullosamente sobre los tallos de color verde oscuro. Estos
invernaderos proporcionaban flores frescas tanto para la casa principal como para
la florería de Savona en Orvieto.
Escaneé la zona. No había nadie a la vista.
Actuando por impulso, desmonté a Nico, lo amarré a un poste de la cerca y salté
sobre la cerca. Corrí hacia el invernadero y deslicé la puerta de cristal. El intenso olor
de las rosas golpeó mi nariz como una marea. Había un par de tijeras sobre una mesa
de madera; las tomé y corté la más pura rosa blanca de un arbusto. Me escabullí
nuevamente del invernadero y corrí deprisa de nuevo a Nico como un ladrón en la
madrugada.
Metí la rosa en mi camisa y fui a medio galope todo el camino de regreso a casa.
Cuando llegué, el cielo estaba pasando de púrpura y rosa a azul. Nubes blancas
mullidas ahuyentaban el gris restante, prometiendo un día brillante y cálido. Le quité
los arreos a Nico y dejé que él y Rosa salieran al potrero.
Cuando me acerqué a mi casa, miré a través de la ventana de mi habitación. Mi
pecho se tensó. Caresa todavía estaba acostada en el lugar donde la había dejado, con
su cabello oscuro y ondulado extendido sobre la almohada, su pecho suavemente
subiendo y bajando mientras dormía. Nunca había visto algo más hermoso.
Agarré la rosa en mi mano mientras simplemente la observaba dormir.
Ordenando que mis pies se movieran, entré en la cabaña y me acerqué
silenciosamente al dormitorio. Mis manos temblaron mientras me sentaba en el
borde de mi cama, con cuidado de no despertar a Caresa. Ella murmuró en su sueño,
el edredón se deslizó para revelar sus llenos pechos desnudos.
Mis mejillas se encendieron al ver su cuerpo de esta manera a la luz del día. Me
recordó que lo que había pasado anoche fue real. Nos habíamos besado, explorado y
hecho el amor. Me había sonreído, llorado por mí, y me dejó mantenerla cerca.
Mientras colocaba la fragante rosa blanca sobre la almohada a su lado, me
pregunté si ella también sabía lo que me había hecho. Me pregunté si ella podía decir
que había sido mi primera vez. Me pregunté si sabía que nunca había tocado a nadie
de la manera en que la había tocado a ella. Que lo que me había dado era más de lo
que yo jamás podría haber pedido.
Ella había dejado que las barreras alrededor de mi corazón finalmente
cayeran... tan rápido como yo estaba enamorándome de ella.
Caresa movió su brazo, sus delicados dedos con sus uñas púrpuras aterrizando
justo al lado de los pétalos blancos de la flor. Era un símbolo apropiado, pétalos
blancos para mi inocencia, junto a la mano que la había tomado como suya.
Tuve que dar la vuelta cuando el dolor punzante en mi estómago se hizo
demasiado. La rosa era un lamentable símbolo del regalo que me había dado. Pero
nada que pudiera darle alguna vez sería suficiente. Ella era una duchessa. Yo sólo era
yo, sin títulos, sin dinero.
Solo yo.
Un Marchesi nunca sería suficiente para un Acardi. Era un sueño tonto incluso
fantasear con un pensamiento semejante.
Eché mi cabeza hacia abajo, pasando mi mano callosa por mi rostro. Mis ojos
cayeron sobre el cajón de mi mesita de noche. Antes de darme cuenta, mi mano se
movió hacia el cajón. Lo abrí, retirando a su solitario ocupante. La carta de mi padre
se posaba pesadamente en mis manos. Y como lo hacía una vez al día, la saqué
torpemente del sobre y lo desdoblé.
La misma ola de frustración y rabia se apoderó de mí mientras mis ojos
intentaban en serio leer la escritura en cursiva. Y como todos los días, podía
distinguir unas cuantas simples letras antes de que todo se convirtiera en un
desastroso revoltijo de confusión en la página.
La carta temblaba junto con mis manos. No tenía idea de lo que mi padre me
había dejado en esta carta. Varios meses de preguntarse y adivinar y rezar por la
capacidad de sólo escuchar de él de nuevo. Él sabía que yo no podía leer, pero me
había dejado una carta. Luché por entender lo que había estado pensando. ¿Por qué
se burlaría de mí así?
Mi padre era el hombre más amable que había conocido; no había un hueso
cruel en su cuerpo. Nada de esto tenía sentido.
Desvié mis ojos de la carta, buscando un poco de calma. Mis ojos cayeron sobre
Caresa, durmiendo. La vista era un bálsamo instantáneo para mi ira. Mientras sentía
las hojas de papel entre mis dedos y el pulgar, me preguntaba si podía hacer que me
lo leyera. Yo... confiaba en ella. Sabía que lo haría si le preguntaba.
Pero sabía que yo no lo haría.
Si mi padre necesitaba decirme algo en una carta, quería que fuera yo quien lo
leyera.
Entonces pensé en su oferta. Pensé en lo que ella dijo que podría estar mal
conmigo. Que los cables en mi cabeza simplemente estaban cruzados, mi camino
bloqueado con ramas caídas. Que podríamos encontrar una manera de rodearlos,
para ayudarme a ver las palabras y escribirlas, juntos.
—Está bien —susurré, tan silenciosamente que ni siquiera ella se movió—. Está
bien, Caresa. Quiero que me muestres el camino.
Pasaron varios minutos antes de poner la carta en el sobre y me obligué a
abandonar el santuario en el que se había convertido mi habitación. Cayendo de
nuevo en mi vieja rutina, fui a mis viñas, con mi reproductor de casetes y mis uvas.
E hice lo que mejor hacía.
Sólo con la fragancia de Caresa todavía en mi piel...
...y el recuerdo de sus labios contra los míos.
Sabiendo que, por un breve momento en el tiempo, habíamos sido dos mitades
de un todo.

c
Dos días llegaron y pasaron sin una palabra de Caresa. Luego, al tercer día,
cuando llegué al granero para comenzar a aplastar las uvas de las últimas dos hileras
de viñas, la encontré cerca del fuego, una mesa larga tirada cerca de su calidez, dos
asientos escondidos debajo.
Una pizarra móvil estaba de pie frente a la mesa; lapiceros, lápices y pilas de
papel estaban apilados sobre la mesa.
Mi sangre se enfrió cuando vi todos los útiles de lectura y escritura. Luego se
calentó cuando Caresa levantó su cabeza, tan hermosa como siempre, si no más.
Destellos de nuestra noche juntos instantáneamente llenaron mi mente.
Ociosamente me pregunté si le había gustado la rosa. Cuando regresé aquella noche,
Caresa se había ido. No había venido a despedirse de mí entre las viñas.
Pero la rosa ya no estaba sobre la almohada.
No sabía por qué, pero me hizo sentir de tres metros de altura.
—Achille —dijo Caresa en un saludo, su voz ligeramente sin aliento, su rosada
piel bronceada. Estaba casualmente vestida con jeans, botas de tacón marrón y una
sencilla blusa blanca. Su cabello recogido en una cola de caballo alta, mechones
cortos enmarcando los bordes de su rostro. La hacía parecer más joven que de
veintitrés.
Debe haberme visto mirando su cabello, porque levantó su mano y explicó:
—Pensé que hoy habías pedido una potente cola de caballo. —Se rió de su
propia broma.
No tenía idea de lo que era una poderosa cola de caballo. Sin embargo, sonreí
ante la diversión que había encontrado en sí misma. Coloqué el balde cerca del barril
demoledor, necesitando arrancar mis ojos de su rostro. Pensé que este momento
habría sido más fácil de lo que se sentía actualmente. Me encontré deseando nada
más que marchar hacia donde ella estaba y tomarla en mis brazos. Quería que sus
latidos palpitaran en tándem con los míos, y sus cálidos labios de nuevo en mi boca.
—Lamento no haber estado aquí durante los últimos dos días —dijo—. Tuve que
ir a Roma. Allí hay una escuela americana. Era el único lugar donde podía encontrar
lo que necesitaba. Mi antiguo profesor es colega del director, y me consiguió una
reunión con él.
Mi espalda se tensó mientras hablaba. Me enderecé y la enfrenté.
—No tenías que ir a Roma para conseguir estas cosas. No es tan importante.
Su expresión cayó.
—Es muy importante, Achille. Y no importa cuántas veces intentes desviarme
de hacer esto contigo, no funcionará.
Mis hombros se hundieron en derrota.
Caresa se acercó hasta que estuvo justo delante de mí. Tuve que apretar mis
manos en puños a mis lados para impedirme alcanzarla. Podía ver el tormento
parpadeando en su rostro también, la comprensión en sus ojos cuando cayeron a mis
tensos brazos.
Ninguno de nosotros dijo nada en voz alta. Ambos estábamos tratando de
cambiar los polos en la atracción magnética que siempre pulsaba cada vez que
estábamos cerca el uno del otro. Si era posible, era aún más fuerte hoy. Ahora tenía
una muestra por lo que nos sentíamos como unidos, negándose a tener las cosas de
cualquier otra manera.
Nunca podría suceder.
—¿Estás casi terminando? —Caresa rompió el silencio primero, retrocediendo
para señalar el balde de uvas.
—Es casi la hora de poner los vinos fermentados en los barriles de
envejecimiento.
—Estoy emocionada por eso —dijo Caresa y sonrió. Y fue una sonrisa genuina.
Podía distinguir por la forma en que dos líneas diminutas se arrugaron en la esquina
de sus ojos—. ¿Cómo está Rosa?
—Extrañándote —dije sin pensar, el aire entre nosotros espesándose de nuevo.
Ambos entendimos el subtexto. Yo la extrañaba. La extrañaba más de lo que me
había imaginado posible, como si un agujero se desplomara en mi corazón un poco
más con cada día que se había ido.
Caresa bajó su cabeza y con tanta tristeza en su voz, confesó:
—También la extrañé.
Alzó su cabeza. Sus hermosos ojos oscuros atraparon mi mirada y la
sostuvieron por un largo momento.
—¿Moka? —le ofrecí, caminando a mi cafetera, desesperado por poner un poco
de espacio entre nosotros.
—Gracias. —Caresa se acercó a la mesa que había preparado. Cuando volví, con
el café en la mano, dijo—: Espero que puedas tomar un descanso ahora y podamos
empezar esto. —Su hermoso rostro estaba tan esperanzado.
Era la última cosa que quería hacer, pero me encontré aceptando. Me
preguntaba si ella tenía alguna idea del efecto que tenía sobre mí.
—Bien —dijo emocionada—. ¿Entonces tal vez puedo ayudarte a aplastar las
uvas más tarde esta noche?
Mi mano se congeló mientras mi taza de café estaba en mis labios. Los
recuerdos de estar en el barril unos días antes eran repentinamente todo en lo que
podía pensar.
—No est... —Me aclaré la garganta—. No estoy tan seguro de que sea una buena
idea, Caresa.
Su rostro resplandeció de enrojecimiento, y una risa nerviosa escapó de sus
labios.
—No —suspiró—. Supongo que no lo es.
Se sentó y palmeó la silla a su lado. Me senté cautelosamente, con mis ojos
clavados en las hojas de papel que había traído. Miré los bolígrafos y lápices, y las
extrañas cubiertas de goma colocadas sobre ellos.
—Son trípodes de sujeción. Están diseñados para ayudar a tu agarre cuando
escribes —explicó Caresa. Me tensé, dándome cuenta que debe haber estado
observándome detenidamente. Agarró un lápiz y lo sostuvo en su mano, como todos
los niños de la escuela habían hecho con facilidad.
Era realmente patético, pero la envidiaba. Envidiaba a cualquiera que tomara
estas pequeñas y simples cosas por sentado.
—Conseguí estos en Roma. Ayudan a tus dedos a encontrar un mayor agarre en
un lápiz o un bolígrafo. Podemos evaluar si estás mostrando signos de dispraxia. Si
es así, esto será de ayuda. —Me ofreció el lápiz. Mientras lo hacía, vi sus ojos
concentrarse en la forma en que yo estaba sosteniendo mi taza. Mis dedos no estaban
en el asa como deberían estar; en vez de eso, estaba agarrando la pequeña taza de
cerámica con toda mi mano.
Torpemente
Como para resaltar cuán duro era tener esta pequeña taza para mí, mis dedos
se deslizaron de sus lados y se estrelló contra el suelo. Se rompió en pedazos en el
suelo de concreto, salpicando las últimas gotas de mi café bajo la mesa.
Salté de mi asiento, las patas de la silla raspando fuertemente en el suelo. Mi
corazón golpeó contra mis costillas en vergüenza. Me volví en mis talones, tratando
de escapar, sólo para tropezar con la silla que había empujado detrás de mí.
—¡Achille! —gritó Caresa mientras me enderezaba y salía corriendo del
granero. Mi pecho estaba tan apretado que sentí como si no pudiera respirar. El
golpe de aire fresco ayudó. Odiaba estar dentro. No me gustaba estar encerrado.
No me gustaba tratar de engañarme de que las cosas que Caresa había traído
harían un ápice de bien.
—Achille. —La voz sin aliento de Caresa sonó suavemente detrás de mí.
Mis manos estaban enroscadas a mis lados mientras trataba de calmarme. Sin
mirar atrás, le dije:
—Yo... yo no creo que pueda hacer esto. —Mi voz se cortó cuando mi garganta
se atascó demasiado para hablar. Tragué, tratando de empujar el bulto sofocante—.
Es inútil, Caresa —susurré—. Sólo... déjalo ser. He llegado hasta aquí. Estoy... bien.
Una fuerte ráfaga de viento azotó a mi alrededor. Los días se estaban enfriando
rápidamente ahora, el tiempo de otoño acercándose. Tomé la camisa de mi cintura y
me la puse, luchando para abrochar los broches por el frente. Siempre era un desafío,
pero mis manos estaban temblando más de lo habitual, haciendo la maldita tarea
casi imposible. Cuando el temblor se convirtió en demasiado para hacerle frente, sólo
dejé que la camisa permaneciera abierta, la brisa fría mordiendo mi torso.
Pasos ligeros sonaron detrás de mí, y Caresa se metió en mi visión periférica.
Seguía sin mirarla. No podía... Estaba... estaba humillado.
Pero no me dejó retirarme. Se metió en mi línea de visión, fuerte y audaz.
Cuando puso su mano sobre mi pecho, no pude evitar bajar la mirada. Sus ojos
estaban enfocados en los broches mientras sus dedos delgados y sin prisa los
abrochaban. Cuando cerró el último, sus largas pestañas revolotearon y finalmente
encontró mis ojos. Su mano todavía estaba presionada contra mi camisa de franela,
justo sobre mi corazón.
—Achille Marchesi, creo que esta es la primera vez desde que nos conocimos
que te he visto usar algo en tu torso. —Mi estómago estaba tenso, la mortificación
todavía corría espesamente en mi sangre, sin embargo, a su ligera burla, me encontré
sonriendo. No era una gran sonrisa, pero por un momento, ella había ahuyentado mi
dolor.
Una expresión de burla jugó en su rostro, antes que cayera al decir:
—No usas mucho una camisa por los botones, ¿verdad?
Toda la lucha dejó mi cuerpo.
—Tengo muchas camisas que no tienen botones, que son fáciles de poner. Pero
a través de los años me encontré incapaz de rendirme. Dejé de intentar escribir, dejé
de intentar leer. Mi padre siempre llevaba estas camisas. Y no sé por qué, pero estaba
empeñado en usarlos también. Siempre lo logro al final. Compré los broches de
presión para hacer las cosas más fáciles.
—¿Los botones normales son demasiado desafiantes?
Asentí secamente.
—Tus jeans tienen ese broche también —afirmó—. Inusual en jeans. Lo pensé
así la otra noche.
Suspiré.
—Eliza... ella los modifica para mí. Lo ha hecho desde que era niño. Ella y su
esposo, Sebastian, saben que tengo... limitaciones.
Caresa se acercó. Quería besarla en la frente. Quería ser la persona a la que se
le permitiera besar libremente sus labios y confiar en ella mis mayores temores. Pero
no lo era, así que seguí estando inmóvil.
Un silencio pesado se extendió entre nosotros. Lo rompí diciendo:
—Soy un caso perdido, Caresa. Monta a Rosa, ayúdame con el vino, pero deja
ir esto. Lo he aceptado. He llegado a un acuerdo con el hecho de que algunas cosas
en la vida simplemente no puedo hacerlas, y no las haré.
—No —discutió, una indirecta de fuego en su endurecida voz—. No te rindas,
Achille. Sé que es aterrador, enfrentar a algo que te ha agobiado por tanto tiempo.
No sé quién te animó a dejar de intentarlo, pero puedes hacerlo. Sólo tienes que
confiar en mí. —Caresa dio un paso más cerca hasta que estaba presionada contra
mí. Cerré mis ojos ante la sensación de su calor, su olor de melocotón llenando mi
nariz—. ¿Confías en mí, Achille?
Oí el temblor nervioso en su voz.
Me di cuenta que quería que confiara en ella.
Ella estaba preocupada de que no lo hiciera.
—Sí —hablé honestamente—. Confío en ti.
Abrí los ojos y vi alivio y luego la felicidad inundó el hermoso rostro de Caresa.
Sus manos corrieron por mi pecho hasta que cayeron de mi cuerpo. Pero antes de
que pudiera perder su toque, su mano se envolvió alrededor de la mía.
—Vuelve al granero. Confía en que puedo ayudar.
Miré sus delicados dedos, tan delgados y suaves, enjaulados por las mías
grandes y ásperas.
—Estoy tan avergonzado —le confesé, sintiendo a mi orgullo tomar el duro
golpe de esta confesión—. Vas a pensar que soy estúpido.
La mano de Caresa apretó la mía con más fuerza.
—Achille, viéndote frente a un demonio que te ha mantenido en su agarre desde
la infancia no me hará pensar que eres estúpido. De hecho, todo lo contrario.
Tomando esto, aceptando un desafío tan grande como esto será… es lo más
impresionante que podrías hacer. Eres un mago cuando se trata de tu vino, un
maestro; cualquiera puede ver eso. Pero hazme un favor. Sólo… sólo cierra tus ojos.
Me quedé perplejo, pero hice lo que me pidió.
—Imagínate en tu granero cuando lleguen las etiquetas para la cosecha del
próximo año. Imagínate leyendo la hermosa escritura, leyendo orgullosamente
Reserva Bella Collina. Imagínate el momento en que veas las palabras que
anunciarán al mundo que este es tu vino. —Podía verlo. Podía verlo tan vívidamente
en mi mente que casi creí que era real. Y sentí la avalancha de felicidad que trajo,
realmente ser capaz de leer las palabras por mí mismo—.
Ahora imagina estar en tu casa, junto al fuego. —Se detuvo. Me pregunté por
qué. Entonces volvió a hablar y lo supe—. Imagina tener a tu esposa a tu lado, tendida
frente al fuego, su cabeza acurrucada en tu regazo. Imagínate que le estás leyendo a
la luz del fuego, la madera chisporroteando en la chimenea y el olor del roble
ardiendo llenando la habitación. Estás acariciando su cabello mientras lees tu
historia favorita. Y ella tiene sus ojos cerrados, apreciando el momento, sabiendo
que es la mujer más feliz de la tierra.
—Platón —dije, mi voz gruesa y rasgada—. Estoy leyendo el Simposio de Platón,
sobre las almas separadas y completadas.
Caresa guardó silencio, silencio absoluto, pero mi mente estaba viva con el
pensamiento. Porque en mi visión, la que estaba pintando tan perfectamente, sólo
podía haber una mujer escuchándome hablar. Tenía cabello oscuro y ojos oscuros y
el alma más amable y pura. Era ella. Caresa, como mi esposa, acostada junto a mí
cerca del fuego crepitante, escuchando a Platón, mi mano corriendo por su cabello.
Mi mitad faltante.
La respiración de Caresa se enganchó. Justo cuando fui a abrir mis ojos, ella
instruyó:
—Entonces imagina a tu hijo, un niño pequeño, igual que tú. Le estás leyendo
Tolkien, como tu padre había hecho contigo. Imagina qué tan lleno de vida, orgullo
y alegría te sentirás. Porque has superado tus problemas de lectura por él y por ella,
quienquiera que pueda ser.
La voz de Caresa se cortó. Abrí mis ojos y sus ojos estaban vidriosos.
—Lo veo tan claramente —dije—. Los veo a los dos tan claramente. —Dejé de
lado que era a ella a quien podía ver, y al niño hecho por nosotros.
—Bien —dijo con voz vacilante—. Entonces aférrate a esa imagen. Cuando
sientas ganas de darte por vencido, deja que la imagen de este futuro te dé la fuerza
para seguir adelante. Porque es posible, Achille. Todo el mundo merece la
oportunidad de leer y escribir. Especialmente tú.
Mi cabeza cayó hacia adelante. No podía seguir mirándola. Tenía miedo de
besar sus labios si lo hacía.
—Vuelve adentro —dijo Caresa—. Permíteme evaluar dónde estamos, entonces
permíteme comenzar a ayudar. —Solté un largo suspiro, pero asentí, permitiendo
que Caresa me llevara de vuelta al granero.
No soltó mi mano hasta que nos sentamos a la mesa. Agarró de nuevo el
bolígrafo y lo sostuvo para que lo tomara. Con mi corazón latiendo violentamente y
el sudor recubriendo mi palma, lo tomé en mi mano. Me concentré en mantenerlo
correctamente. Caresa movió mis dedos hasta que estuvieron en la posición correcta.
Una sacudida de sorpresa me atravesó cuando el bolígrafo no se deslizó. Cuando,
ayudado por la carcasa de caucho que Caresa había puesto, el bolígrafo se quedó en
mi mano. No se sentía exactamente bien. Pero tampoco se sentía exactamente mal.
—¿Eso ayuda? —preguntó con cautela.
Parpadeé; mi visión se había vuelto repentinamente borrosa.
—Sí —dije, moviendo mi muñeca, sintiendo el agarre adicional del lapicero
entre mis dedos.
—¡Bien! —exclamó Caresa. Tomó el bolígrafo de mi mano y la colocó sobre la
mesa. Luego colocó un trozo de papel delante de mí. Pude ver las palabras escritas
en ella.
Caresa se acercó más.
—Intenta leer la primera palabra.
Miré hacia otro lado, odiando que la palabra escrita me hiciera sentir así. Una
cálida y reconfortante mano cubrió la mía, ahuyentando algo de mis nervios. Me
armé de coraje y volví a la página. Pasé la mirada por la primera palabra. Pude ver
que la primera letra era una V, pero luché con la segunda. En unos instantes mis ojos
se tensaron. Me senté detrás de la mesa y pasé mi mano por mi rostro.
—Puedo ver las letras, pero no entiendo cómo suena la palabra. No puedo oírlo
en mi cabeza. Sin oírlo, no lo entiendo. —Miré a Caresa, quien estaba escuchando
atentamente—. ¿Eso tiene algún sentido?
—Completamente —dijo—. Pero podemos ayudar con eso. Podemos usar el
enfoque multi-sensorial. —Se acercó más—. Las personas con dislexia a menudo
obtienen una mayor comprensión de las palabras usando tres cosas. —Caresa levantó
su mano, y tragué cuando tocó con su dedo índice mi párpado—. Viendo la palabra.
—Movió su mano a mi boca, y mi sangre corrió más rápido a través de mis venas—.
Diciendo la palabra en voz alta. —Finalmente, pasó su mano por mi oreja, y
escalofríos estallaron en mi piel—. Y oyendo la palabra repetida.
Retiró su mano y llevó diferentes marcadores de colores a la página. Pasó un
marcador rojo sobre dos letras.
—También podemos marcar con colores las vocales y las letras que dan a la
palabra su sonido. Podemos ayudarte fonéticamente. Podemos ayudarte a identificar
las sílabas. Eventualmente entenderás las palabras sonando en tu cabeza.
—¿En serio? —pregunté dudoso.
Caresa empujó de nuevo el papel ante mí. Pasé mi mirada sobre las letras: V I
N O. No sabía muy bien lo que decía, pero los diferentes colores me ayudaron a
distinguir las diferentes letras.
—¿Puedes descifrar las letras? —preguntó Caresa. Le dije lo que eran, usando
mi dedo como guía en el papel.
La sonrisa de respuesta de Caresa era amplia y brillante y libre.
—Achille —susurró—. No eres analfabeta. Entiendes las letras. Tú puedes leer
letras.
—Asistí a la escuela hasta que tenía trece, antes de que el rey me sugiriera
retirarme.
El rostro de Caresa se convirtió en una masa de confusión.
—¿El rey te animó a que abandonaras la escuela?
—Sí. Los maestros dijeron que necesitaba más ayuda de la que me podían dar,
la escuela no estaba equipada. Era una pequeña escuela de pueblo. Mi padre le pidió
ayuda al rey, ya que no teníamos el dinero para pagar un tratamiento especializado
por nuestra cuenta. El rey se puso de parte de algunos de los maestros que estaban
de acuerdo en que yo era simplemente lento. Él pensó que sería mejor que yo siguiera
los pasos de mi padre y me dedicara a aprender el oficio de la elaboración del vino,
especialmente el merlot. Prometió a mi padre que me traería tutores para que me
ayudaran mientras trabajaba. Pero nunca sucedió. Para cuando mi padre ya había
tenido suficiente y exigió al rey que cumpliera su promesa, había pasado demasiado
tiempo.
»Si hubiera regresado a la escuela normal, habría estado dos o más años
atrasado, y simplemente no podía soportar la idea de eso. Luché con mi padre por
ello. Fue la única vez que peleamos. Al final, aceptó enseñarme en casa. Lo intentó,
pero al final, mis problemas estaban más allá de su alcance. Él tenía un viñedo que
manejar, y el tiempo sólo se escabulló. Nunca supe por qué el rey hizo lo que hizo.
Era como si quisiera que me mantuviera fuera de la vista. Eventualmente, mi padre
y yo nos acostumbramos a mi falta de habilidades académicas. Me lancé
completamente a la vinificación, y unos años más tarde me convertí en el vinicultor
principal. A los dieciséis años hice mi propia cosecha. Lo hice todo yo mismo; mi
padre simplemente miró.
—2008 —murmuró Caresa, esa misma señal de asombro en su voz que había
tenido el primer día que nos conocimos.
—Sí. ¿Cómo supiste?
—Ese año es histórico para el merlot Savona Bella Collina. Es el año en que el
vino se volvió mejor que nunca. Achille, la cosecha del 2008 es la botella de merlot
más cara del mundo.
—¿Lo es? —dije con sorpresa, sin atreverme a creer que era la verdad.
—¿Cómo puedes no saber eso? —preguntó con asombro.
—Porque esa parte del proceso no me interesa. Para mí se trata de la
elaboración y el envejecimiento del vino, no el precio.
Una expresión amorosa floreció en el rostro de Caresa.
—Lo sé —dijo en voz baja—. Entonces no sabes que el ganador del premio
Internacional del Vino será anunciado a las 3 p.m. el día del festival de trituración
de uvas de Bella Collina. Bien podrías ganar otra vez. No has perdido en años.
—El rey siempre ha aceptado los elogios. —Me reí para mí mismo—. Ni siquiera
he visto los premios. El rey Santo siempre los mantuvo en la finca principal.
—Achille, eso es horrible. —Caresa estaba horrorizada, y no creí que ella
hubiera siquiera notado que había vuelto a poner su mano en la mía.
—No me importa. No me gusta ser el centro de atención. El rey Santo fue bueno
en ello. El príncipe Zeno no será diferente. Si ganamos, él tomará las alabanzas y el
premio. Y me conformaré con saber que he producido el mejor vino posible. Estoy
contento con mi vida tranquila, Caresa. No nací para bailes y fiestas, multitudes y
grandes eventos. De hecho, no podría imaginar algo peor.
No quise molestarla. Pero sabía que lo había hecho cuando Caresa volvió su
cabeza y señaló la palabra en la página.
—¿Caresa? —pregunté, queriendo saber qué había hecho mal.
Agitó su mano delante de su rostro y sonrió. Era falsa. Podía ver que era falsa.
Me pregunté si esto era el rostro pulido de la duchessa di Parma, que estaba
presenciando.
Decidí entonces que si lo era, prefería mi Caresa.
La mirada de Caresa se desplazó fuera de las puertas del granero, luego volvió
a las hojas de papel sobre la mesa.
—Vamos a seguir con esto. No quiero que tengas que sacrificar demasiado
tiempo con tu amado vino.
Minutos más tarde, y después de un largo proceso de pronunciar las letras
como suena, sonreí.
—Vino. La palabra es vino.
—El aprendizaje más auténtico viene cuando hay una conexión entre el
estudiante y el tema. De esta manera, las palabras son familiares para ti y por lo tanto
te ayudará a entender mejor las reglas de ortografía y sonidos. Eres hasta el último
centímetro un vinicultor, hasta tu alma. Tenía sentido para mí que debiéramos usar
estas palabras familiares.
Mi pecho se oprimió a cuánto pensamiento y energía Caresa había puesto en
esta tarea. Una tarea de la que no obtuvo nada.
—Gracias —dije, sabiendo que esta palabra era inadecuada para describir la
profundidad de mi gratitud.
Caresa me pasó otra hoja y el bolígrafo de antes. Dos horas más tarde, había
completado una hoja de trabajo donde tuve que trazar la forma de las letras.
Habíamos ido a través de once palabras en la hoja de lectura, y ahora era el orgulloso
dueño de un iPod.
—Está llena de audio libros por lo que por la noche puedes leer junto con los
libros reales. —Caresa me había traído una pila de libros que quería que tratara de
leer una frase o dos cada noche. El audio libro leería junto a mí para que pudiera ver
y escuchar las palabras. Después yo las pronunciaría, ojos, labios y oídos—. Tiene
control de voz para que puedas pedir el libro en lugar de tener que encontrarlo por
el título escrito. Los he puesto en el mismo orden que los libros para que no leas
accidentalmente el incorrecto.
El iPod, me dijo, también tenía en él cada pieza de ópera y concierto que yo
pudiera imaginar. Me dijo que sería más fácil para escuchar en los campos que el
viejo reproductor de casetes.
Más de una semana después, después de días y días de intensos estudios, trajo
su laptop y subió algo más de música. Mientras la Quinta Sinfonía de Beethoven se
reproducía a través de los altavoces portátiles que había traído, se volvió hacia mí.
—¿Alguna vez has escuchado esta sinfonía de Beethoven antes?
—Sí —dije, escuchando la música vagamente familiar.
—¿Sabes que esta sinfonía es considerada como la mejor de Beethoven? —
Negué. Caresa se sentó a mi lado mientras escuchábamos las cuerdas bailando—.
Quería compartir esto contigo. —Me empujó cariñosamente—. Sé lo mucho que
amas la ópera, pero nunca te he oído reproducir música fuera de los grandes
italianos. —Me guiñó el ojo—. Algunas personas podrían pensar que muestras una
fuerte tendencia a nuestros compatriotas.
Resoplé una carcajada.
—Algunas personas pueden tener razón.
Caresa soltó una risita, el dulce sonido llenando tanto la habitación como mis
venas.
—Cuando estaba investigando más técnicas para intentarlo, de repente me
acordé de Beethoven. —Asintió hacia el altavoz—. Beethoven escribió nueve
sinfonías. Esta es la más compleja, la más celebrada y la más famosa. Fue el trabajo
destacado de su vida.
—Es hermoso —estuve de acuerdo.
Caresa se volvió hacia mí.
—Beethoven perdió su audición, Achille. Uno de los más grandes compositores
del mundo perdió su audición. Un compositor, un hombre que escribía música,
escuchaba música, vivía para la música, perdió el sentido esencial de su trabajo.
—Eso es horrible —dije, sacudiendo mi cabeza con simpatía.
—No —dijo Caresa con fuerza—. Al final, fue sin duda su mayor bendición.
Achille, escribió esta sinfonía cuando era sordo. Su más grande obra maestra se
produjo sin la capacidad de oír el sonido. ¿No lo ves? —Esperé conteniendo la
respiración a que continuara—. Lo que nos desafía, lo que debe rompernos, puede al
final ser nuestra mayor bendición. Porque nuestros fracasos pueden hacernos
grandes. Nuestras más básicas adversidades humanas pueden inspirar dentro de
nosotros una fuerza casi sobrehumana. Nuestras debilidades son simplemente
nuestras alas no probadas esperando ser voladas.
En la semana que siguió, con cada nueva frase aprendida y nueva palabra
escrita, escuché la sinfonía, permitiendo que las palabras de Caresa rodearan mi
mente.
Una noche, mientras trataba de leer junto al fuego, con Beethoven sonando de
fondo, me di cuenta de lo qué y de cómo Caresa me estaba enseñando estaba
funcionando. Me dejé imaginar el futuro que Caresa me había ayudado a visualizar
ese día fuera del granero.
Y sabía que ella tenía razón. Mis alas simplemente no habían sido probadas,
pero todos y cada uno de los días, se estaban preparando para volar un poco más.
Volar hacia Caresa, la mujer que se estaba convirtiendo rápidamente en mi
sol...
...hacia Caresa, la mujer que estaba iluminando mi camino desde la oscuridad.
Caresa
—Será de manga larga, como todos los vestidos reales deberían ser, ¿sí?
¿Mangas de encaje, un escote en V y una falda de seda? —Estaba de pie en un
pedestal elevado mientras Julietta, mi diseñadora del vestido de boda, tomaba mis
medidas. Se movía alrededor como un ciclón mientras medía mis piernas, mi
cintura, mi pecho y finalmente mis brazos. Cuando terminó, unió nuestros brazos y
me llevó a la mesa y sillas en mi sala de estar.
Cambió a otra página de su cuaderno de bocetos sobre la mesa. Sus perfectos
diseños para el vestido de mis sueños habían estado en la primera página. Sus ideas
para mi cabello y maquillaje estaban en la página dos. Y cuando pasó la tercera
página, sentí las lágrimas llenar mis ojos de inmediato.
—El velo de tus sueños, ¿no? —preguntó Julietta en inglés. Desde que había
llegado, había insistido en hablar en inglés. Decía que necesitaba la práctica. Yo sólo
había hablado italiano durante semanas. Solo por teléfono con Marietta usaba el
inglés. Era agradable sentir mi lengua envolverse en torno a tan familiares palabras.
Mi dedo pasó por el diseño, esbozado en carboncillo, excepto por las sedosas
vides que estaban dibujadas en brillante plata. El largo era hasta el suelo con una
larga cola, exactamente como siempre había soñado. Tenía encaje español alrededor
del frente, perfectamente adecuado para una ceremonia en una catedral católica.
Era todo lo que alguna vez había querido.
—¿Y bien? —dijo Julietta—. ¿Es bueno?
Asentí, mi garganta luchando con sacar algunas palabras. Pero no era porque
estuviera sin palabras por el diseño; a pesar de que era como si hubiera tomado una
foto directamente de mi mente, sino por el intenso dolor que sentí en mi corazón
mientras miraba al velo que me había imaginado llevando desde que era una niña.
El velo que llevaría cuando me casara con mi príncipe.
Se estaba volviendo realidad. Iba a ponerme el velo. Tenía al príncipe… pero
sabía la razón para el dolor en mi corazón.
No me iba a casar con el príncipe correcto.
La verdad era que ni siquiera quería un príncipe en absoluto.
—¡Bene! —exclamó Julietta, volviendo al italiano—. Llevaré estos de vuelta a mi
estudio en Florencia, y empezaremos a montarlos. Tendremos una prueba en un par
de semanas, luego otra un par de semanas antes del gran día.
No me había dado cuenta que estaba mirando a la nada hasta que Julietta
movió su mano frente a mi rostro. Parpadeé y forcé una sonrisa.
—Lo siento tanto, estuve completamente deslumbrada por un momento.
Julietta rió.
—Sin duda imaginando casándote con el príncipe Zeno en sólo un par de meses.
Eres la envidia de Florencia.
—Sí. Eso he oído. —Fue todo lo que dije en respuesta.
Julietta me deseó un buen día con un movimiento casual de su mano y me dejó
sola en mis habitaciones. Necesitaba aire fresco. Salí al balcón. La fría brisa revolvió
mi cabello y envió estremecimientos por mi espalda. Era principios de noviembre y
el aire tardío de verano parecía haberse enfriado finalmente. Me dirigí al borde del
balcón y, como hacía cada vez que salía, dejé que mi mirada fuera a la deriva hacia el
pequeño viñedo de Achille, apartado en el valle en la distancia. Y como todos los días,
sentí el impulso de bajar corriendo las escaleras y seguir por los campos hasta llegar
allí. Incluso podía oler el roble quemado de su chimenea y oír la ópera cantando en
su granero. Me asombraba que a pesar de que sólo lo había conocido por cuatro
semanas, me sintiera extraña al no verlo cada día. Ese primer par de semanas que
pasé a su lado; cosechando, montando y aplastando las uvas, fueron algunos de los
mejores y más felices momentos de mi vida.
Y esa noche… la noche que hicimos el amor…
Una sinfonía de prisa y ajetreo sonó alrededor de la propiedad, sacándome de
ese intenso recuerdo. Me hizo preguntar qué hacía Achille en ese momento. Me hizo
preguntar si se las había arreglado para leer anoche.
Estaba tan orgullosa de él. No creía que alguna vez hubiera estado más
orgullosa de nadie en mi vida. Cada vez que trabajamos en su lectura, se esforzó. A
veces, las palabras eran tan frustrantes para él que mi corazón lloraba. Sabía que
estuvo cerca de rendirse a veces, pero, una y otra vez, me probó cuán fuerte era
cuando se reenfocaba, respiraba hondo y lo intentaba de nuevo.
Y odiaba que no pudiera estar allí más. Yo… lo extrañaba. Sentía como si
apenas pudiera respirar sin él cerca.
Debería haber decidido alejarme hace tiempo. Debería haber cortado todos los
lazos desde ese segundo día cuando me había enseñado a cosechar a mano las vides.
Pero como la tonta que era, seguí volviendo, una y otra vez. Había intentado
engañarme con que regresaba simplemente para ayudarlo a leer y a escribir.
Pero tanto Dios como yo sabíamos que era mentira.
Estaba segura de que Achille también lo sabía.
Salté ante el sonido de un plato rompiéndose en el suelo. La mansión era un
caos. Había sido un caos durante los pasados ocho días, mientras el personal de
afuera preparaba el festival de aplastar las uvas y el personal de adentro preparaba
la sala principal para el banquete de coronación de Zeno.
El banquete era esta noche.
El festival era hoy.
Zeno todavía tenía que regresar.
Hoy también era el día que los jueces de cada categoría de los premios
internacionales del vino nombrarían, a las tres, al ganador del más prestigioso
premio.
Como Achille había predicho, el premio sería para Zeno y éste públicamente
recogería los frutos. Pero sabía que si el afamado merlot de Bella Collina ganaba hoy,
ese honor iría a una y tan solo una persona.
Y sabía que no vendría. Achille realmente nunca dejaba su casa aparte de
cuando tenía que comprar algunos comestibles en Orvieto. Apenas siquiera dejaba
el viñedo salvo para montar ocasionalmente fuera de los perímetros de su tierra.
Sabía por su expresión y tono cuando habíamos hablado de los premios que no
estaría aquí hoy.
Envolví mi cárdigan de cachemir blanco más apretado alrededor de mi cuerpo
para protegerme del frío. Un golpe sonó en mi puerta. Supuse que sería Maria, para
ordenarme que me vistiera para el festival o prepararme sobre todos los nombres y
rostros importantes que asistirían a la cena de coronación de Zeno.
Abrí la puerta y mi boca se abrió con sorpresa. Zeno estaba de pie ante mí, tan
guapo como siempre, arreglado y acicalado hasta la perfección. Llevaba un traje de
diseñador azul oscuro, camisa blanca y corbata roja. Y en sus manos había una
docena de rosas rojas como la sangre.
Mi pensamiento inmediato fue que no eran blancas. Que estas doce rosas
costosas no estaban a la altura de la sola rosa blanca que Achille había dejado en mi
almohada la mañana después de hacer el amor. La que ahora estaba presionada entre
las páginas del Simposio de Platón. Había encontrado el libro en la biblioteca del rey
Santo en el segundo piso.
Extrañamente, todavía había estado sobre su escritorio, las páginas
desgastadas y bien leídas. Era curioso. Nunca había oído de ese libro antes de venir
a Italia; de repente, todos parecían estar interesados en él.
Había llevado el libro de vuelta a mi habitación, donde lo había leído de
principio a fin. Cada vez que leía sobre la otra mitad y las almas perdidas, anhelaba
a Achille hasta que se volvía casi insoportable.
—Zeno —dije finalmente con sorpresa cuando sus cejas negras habían
empezado a fruncirse por mi silencio.
Empujó las rosas en mi mano.
—Duchessa. —Se inclinó para besarme en ambas mejillas. Cuando sus labios
encontraron mi piel, quise apartarlo. No lo quería tan cerca. Se sentía como si mi
cuerpo repeliera su afecto. Achille y yo éramos magnéticos; Zeno y yo éramos polos
opuestos.
—Al fin has vuelto —dije, adentrándome en mi habitación y poniendo las flores
en un enorme jarrón que había en el centro de la mesa; las arreglaría después.
—Acabo de regresar —dijo tensamente. Había un borde en su voz que me hizo
girar y mirar en su dirección. Zeno había caminado medio metro en mi sala de estar.
El hombre relajado y confiado que había conocido esa primera noche aquí, se había
ido. En su lugar, había un hombre tenso y frío.
Incluso parecía… triste.
Me obligué a sonreír.
—Me alegra que hayas vuelto. Pensé que iba a tener que encargarme del festival
de la uva y tu coronación sola. El festival podría haberlo manejado. ¿Pero la
coronación? Bueno, creo que podrían haber detectado a un rey impostor.
Zeno caminó hacia las puertas abiertas del balcón y salió. Lo seguí, insegura de
qué pasaba con él. Sus manos descansaban en la balaustrada de piedra ornamentada,
su espalda y brazos estaban tensos mientras miraba su tierra.
Me detuve a su lado, una vez más encontrando mi paz con la vista del viñedo
de Achille. Zeno apuntó al camino que usaba la mayoría de días.
—Solía jugar en ese camino cuando era niño. Estos campos eran mi hogar cada
verano cuando era más joven. Entonces mi madre dejó a mi padre y se mudó de
nuevo a casa de sus padres en Austria, y fui enviado a Florencia permanentemente.
Sabía que la madre y el padre de Zeno habían estado casados sólo sobre el
papel. Sin embargo era otra verdad que la aristocracia fingía que no era real, que la
madre de Zeno había dejado a su marido e hijo y nunca regresó. Por supuesto, el
divorcio no era una opción en nuestros círculos, ciertamente no en nuestra sociedad
devotamente católica. Mi corazón lloró por Zeno en ese momento. Su madre lo había
dejado. Estaba segura de que mis propios padres habían dicho que no eran tan
cercanos.
—¿Tu madre va a asistir esta noche? —pregunté.
Zeno me miró y se rió. Una dura y dolorosa risa.
—No, duchessa. No lo hará. Mi madre no ha honrado a Italia con su presencia
en casi una década.
—Pero eres su hijo. —Me encontré discutiendo.
La risa de Zeno paró.
—Soy el hijo de mi padre. —Alzó una ceja—. ¿No has oído de mi reputación,
Caresa? Soy el “Príncipe Playboy de la Toscana”, siguiendo los pasos de mi
igualmente promiscuo padre.
—Nunca he oído que se refieran a tu padre de tal manera —dije,
convenientemente dejando fuera de eso, por supuesto, que lo había oído de Zeno.
—Lo era —comentó Zeno simplemente—. En su vida anterior, e incluso cuando
se había casado con mi madre, su vicio fueron las mujeres. Fue sólo después de que
ella nos dejara por Austria que se estableció, ocupándose de los viñedos y la
producción de vino. Pero éramos parecidos en más formas de las que puedo contar.
Estaba sorprendida. Conocía muchas cosas del rey Santo, pero que era
mujeriego no era una de ellas.
—No lo sabía.
Zeno asintió, pero no dijo otra palabra sobre el tema.
—¿Estás emocionado por el banquete de coronación de esta noche? —pregunté,
sólo para intentar cambiar de tema. El tema del matrimonio de sus padres era
claramente un punto doloroso.
—Extasiado —dijo con sarcasmo. Zeno aflojó su corbata en su cuello y se volvió
para apoyar su espalda contra la barandilla. Me miró con los brazos cruzados—. ¿Qué
has estado haciendo desde que me fui? El personal parece pensar que eres un poco
salvaje en tus maneras, prefiriendo pasear por los viñedos durante horas que asistir
a almuerzos y cenas.
El pánico surgió. No quería que supiera dónde había estado y lo que había
estado haciendo. Pero entonces pensé en Rosa y el hecho de que la mayoría del
personal me había visto montarla a diario.
—Prefiero estar en el exterior —dije con un encogimiento de hombros
despreocupado—. Y uno de los vinicultores tiene un caballo que monto. Un andaluz.
Me han permitido educarla en doma clásica. Los conocí en mis primeros días y
acordamos que podía montar su caballo ya que necesitaba el entrenamiento.
Zeno sonrió con suficiencia y negó, presumiblemente a alguna broma interna.
—¿Otra entusiasta de la doma clásica? Mi padre era igual. Siempre lejos con la
doma clásica de Savona y salto equino cuando no estaba aquí.
Estaba contenta de que no me presionara por más información sobre el
vinicultor. No quería que sospechara nada de Achille. Por otro lado, no estaba segura
si Zeno incluso sabía el nombre del hombre que hacía el vino de esta hacienda
ganador de premios.
—Caballos sobre almuerzos, ¿mmmm? —dijo Zeno—. Tal vez traerte aquí a
Bella Collina fue una buena idea, después de todo.
—Oh, fui a un par de almuerzos con damas locales. Y fui anfitriona de un
almuerzo. Fue interesante, por decir lo menos. —Pretendí pensar duro, luego dije—:
La baronesa Russo habló de ti muchísimo.
Cada parte de Zeno se congeló y luego suspiró.
—Estoy seguro que lo hizo. —Se inclinó tan cerca que mis fosas nasales se
llenaron con su costosa colonia—. Estoy seguro que lo hizo —dijo de nuevo, luego,
sus ojos se iluminaron con curiosidad y preguntó—: ¿Te pusiste celosa?
Zeno me había dicho que deberíamos decir la verdad siempre, así que contesté:
—Ni siquiera un poquito.
Sus ojos se ampliaron ante mi descarada honestidad, luego se rió. Con la cabeza
echada hacia atrás, se rió con fuerza. Movió la cabeza y se volvió de nuevo para mirar
los campos.
—Vaya par hacemos, Caresa. —Caresa. Encontré interesante que había
abandonado el “duchessa” y ahora me llamaba por mi nombre. El silencio cayó. Sentí
como si él quisiera decir algo, hablar de lo que fuera que estuviera en su mente. Pero
al final, se enderezó sin confiar ni una palabra—. Mejor me voy y me preparo. Los
invitados del festival llegarán pronto.
—Sí, yo también —estuve de acuerdo. Aun así, quería preguntarle más a Zeno.
Quería preguntarle si también creía que todo este compromiso era una farsa. Pero
me mordí la lengua. Ya se veía derrotado, por alguna razón. No quería añadir a sus
problemas. Y pensé en mi padre, pensé en cuán decepcionado estaría si cuestionaba
mi deber.
Había nacido para esto.
Zeno asintió en despedida y se fue. Me vestí en un vestido Versace hasta la
rodilla que había sido seleccionado para mí, deslizando mis brazos en las largas
mangas y alisando la tela color burdeos sobre mis caderas. Lo emparejé con mi par
favorito de tacones, unos que sabía que no me causarían dolor. Maria vino un poco
después con un estilista y maquillador. En menos de una hora, lucía un maquillaje
inspirado en el otoño y mi cabello estaba recogido hacia atrás en un elegante moño
bajo.
—El príncipe la espera abajo. —Maria me dirigió fuera de mis habitaciones.
Mientras caminábamos por los largos pasillos a las escaleras principales, dijo—: Esto
consistirá mayormente en gente local, pero algunos invitados, entusiastas del vino,
sommeliers, vienen de todo el mundo sólo para decir que han machacado vino en la
famosa tierra de Bella Collina. Y por supuesto, acudirán varios aristócratas. Algunos
han venido antes para la coronación y quieren ver el festival. Han sido adjudicados
a habitaciones en el ala este de la casa o en alojamientos en el patio.
Asentí, intentando respirar a través de la arremetida de nervios que fluían en
mi estómago.
—El príncipe y usted empezarán la competencia de cosecha de la uva y después
premiarán a los ganadores en el escenario en el jardín. Hemos planeado todo
alrededor de la llamada telefónica a las tres por parte de la premiación de vinos. Por
supuesto, esperamos y rezamos ganar. He organizado para los invitados del festival
tener una copa de merlot si ganamos el codiciado premio. —Se rió—. Estoy segura
que es por eso que todos están aquí, de todos modos, así que pueden tener una copa
sin dejarse un ojo de la cara por una botella entera.
Llegamos a la cima de las escaleras; Zeno estaba abajo esperando. Se había
cambiado a un nuevo pero similar traje azul. Lucía cada centímetro como un príncipe
mediterráneo. Maria sonrió cuando se movió a la parte inferior de las escaleras.
Antes que descendiéramos, Maria colocó su mano en mi brazo.
—Asegúrese de sonreír mucho hoy. Escuche atentamente a cualquiera con
quien hable. Es la primera salida pública del príncipe y usted. Queremos la atención
de los medios y que sus invitados los vean como una pareja fuerte. —Se inclinó
incluso más cerca—. También ayudará a aliviar las preocupaciones de los
compradores ver a una Acardi del brazo de Zeno. Créame, necesitamos toda la ayuda
que podamos conseguir en este momento.
Fruncí el ceño, a punto de preguntarle qué quería decir, pero Maria se había
retirado y saludó a Zeno antes de que pudiera.
¿Era por eso que Zeno estaba tan triste? ¿Tan deprimido? ¿Las cosas iban
incluso peor que antes?
Cuando llegué al último escalón, Zeno me ofreció su brazo.
—¿Estás lista?
—Sí —respondí. Caminamos por la enorme casa hasta que alcanzamos la salida
hacia el jardín. Podía oír el mar de voces procedente del exterior. La música de una
banda en vivo que estaba tocando y podía oler la embriagadora esencia de suculentas
carnes asadas, ajo y hierbas flotando en el aire.
Zeno me dio una última mirada. Inhaló profundamente, puso una sonrisa en
su rostro y salió por las puertas. Al minuto en que entramos al jardín, sentí como si
hubiésemos sido transportados de vuelta a hace cien años antes de la abolición de la
familia real. Todos se volvieron para mirarnos entrar. Mi mano apretó el brazo de
Zeno mientras mis piernas de repente se sentían un poco inestables.
Estaba acostumbrada a los eventos elegantes, pero no a estar tanto bajo el
microscopio. Evitando las miradas, observé alrededor del jardín. Arbustos verdes y
vibrantes flores escalaban por las paredes de piedra. El rico aroma de los árboles
otoñales llenaba el aire y el sol brillaba en el suelo adoquinado como un foco dorado.
Mientras Maria guiaba el camino a un pequeño escenario en el lado norte del
jardín, revisé la multitud. Vi un montón de invitados sonrientes que habían acudido,
algunos en vestidos elegantes y algunos en camisetas para la competición. Los
aristócratas eran incluso más fáciles de localizar. Se mantenían lejos de los locales y
turistas, mirando con expresiones divertidas. Unos pocos rostros los reconocí del
almuerzo. No me sorprendió ver a la baronesa Russo aquí, pero una genuina sonrisa
se formó en mis labios cuando Pia me saludó desde su lugar a la izquierda. Su
hermana, Alice, estaba con ella, al igual que Gianmarco, su sobrino.
Saludé con la mano al niño y me dio un pequeño saludo en respuesta. Había
trabajado con él varias veces en el pasado par de semanas. Pia lo había traído a la
hacienda en lugar de que yo fuera a Florencia. Como predije, él sufría de dislexia,
pero ya estaba haciendo progresos. Era un dulce y tímido chico que simplemente
había necesitado un poco de ayuda.
Cuando mis ojos se quedaron en su tímido rostro, mi corazón se apretó. Me
pregunté si así era Achille de niño. Un pequeño niño detrás de las piernas de su padre
porque el mundo fuera de la comodidad de su viñedo era demasiado abrumador y
sobrecogedor.
Gianmarco estaba luchando por estar en tan grande multitud; podía verlo. Pero
estaría bien. Me pregunté, si se le hubiera dado a Achille la ayuda que necesitaba a
esa edad, también habría sido lo bastante valiente para venir a festivales como este,
en lugar de esconderse del mundo, privando a la gente de su hermosa personalidad
y mirada.
Un gentil apretón en mi mano me forzó a dejar de pensar en Achille de nuevo.
Me di cuenta de que lo hacía demasiado a menudo. Nunca estaba lejos de mi mente.
O mi corazón.
Me encontré con los ojos de Zeno y levantó una ceja inquisitiva. Sonreí para
dejarle saber que estaba bien. Oí a algunas de las mujeres en el frente comentando
cuán amorosamente lo miraba. Cuán adorablemente.
Si tan sólo supieran.
Zeno caminó hacia el micrófono al frente del escenario. Los invitados se
callaron.
—Mis amigos, mi prometida y yo les queremos agradecer a todos por asistir al
festival anual de la uva de Bella Collina. —Los invitados aplaudieron. Claramente
acostumbrado a años de ese tipo de atención, Zeno sonrió con una sonrisa real y
asintió ante los gritos y alegrías. Cuando el ruido se calmó, dijo—: Hoy no sólo se
trata del premio de mil euros, ¡sino de celebrar el excepcional vino de esta región y
todo el trabajo que está detrás para hacerlo el mejor que hay! —Zeno esperó a que la
multitud se callara de su más reciente alegría. Su sonrisa cayó un poco, y su voz se
hizo tensa y sombría—. Mi padre... mi padre amaba esta propiedad. Eligió pasar su
tiempo aquí sobre nuestro palacio en Florencia. Y le encantaba este festival. Le
encantaba ver su atesorada tierra llena de una efusión de amor de sus invitados. —
Zeno hizo una pausa, entonces dijo en voz áspera—: Y no soy diferente. —Me señaló,
esperando detrás de él—. Mi prometida adora esta tierra y ha pasado todos los días
desde su llegada explorando su belleza. Hoy los dos les damos la bienvenida aquí.
¡Así que vamos a empezar este concurso!
Zeno se alejó del micrófono mientras una contagiosa emoción empezaba a
recorrer el patio. Zeno me tendió el brazo de nuevo, y pasé mi brazo por el suyo. Me
condujo a la apertura de un campo de vides. Los organizadores del evento se
apresuraron a colocar a los concursantes en sus filas. Tenían ocho cubos de uvas para
llenar, y el equipo más rápido de los dos ganaría dinero y una caja de cada uno de los
vinos de Savona. Después de la competencia, la multitud fue invitada a pisar las uvas
para celebrar la cosecha. El vino producido ahí sería donado a la iglesia en Orvieto.
Maria nos condujo a un punto central y le entregó a Zeno una bandera
adornada con escudo de armas de Savona. Pero Zeno me pasó la bandera y me dijo:
—¿Por qué no haces los honores, Caresa?
Sentí cada par de ojos en mí mientras asentía y caminaba hacia el lugar que
Maria había marcado en la hierba. Levanté la bandera, sosteniéndola en alto en el
aire, y luego la dejé caer. Los concursantes se precipitaron a sus cubos y se
abalanzaron por las hileras de vides.
Me reí de la agitada lucha cuerpo a cuerpo antes de retroceder a una esquina
para ver a los concursantes competitivamente recolectar las uvas. Zeno se puso de
pie a mi lado.
—Lo hiciste bien —dijo, palmeando mis manos mientras un grupo cercano era
el primero en dejar caer dos baldes llenos en sus marcas de salida.
—Esto es bueno. —Hice un gesto a la cantidad de personas que animaban y
observaban a los concursantes—. Deberías alentar más este tipo de eventos. Bella
Collina es querida. Por supuesto que debes proteger las secciones más privadas de
los viñedos, pero esto, involucra tanto a las comunidades locales y de vino en el
mundo en lo que hacemos aquí, que solo los haría más dedicados a ti.
—¿Eso crees? —dijo Zeno. Al principio pensé que estaba siendo seco y
rechazaba mis ideas, pero cuando miré su rostro pude ver que su expresión era
contemplativa.
—Sabes, los antiguos monarcas no caían bien por una buena razón —continué—
. No eran uno con el pueblo. Se mantenían a raya. Tal vez por eso ocurrió la abolición,
porque sus grandes haciendas eran tesoros nacionales, pero mantenidas alejadas del
ojo público.
Zeno me dirigió una mirada y luego la apartó de nuevo sin decir una palabra.
No estaba segura de haber cruzado una línea arbitraria al sugerirlo, pero era cierto.
Además, lo que Maria me había dicho antes se repetía mucho en mi mente. Sabía
que la situación con Zeno y los compradores era tensa, esta apresurada boda era el
resultado de eso, pero me pregunté qué tan terribles se habían vuelto las cosas en
verdad.
Zeno se alejó para hablar con algunos de los duques y barones que acababan de
llegar al banquete esta noche. Alguien se movió a mi lado, y me sentí aliviada cuando
vi que eran Pia y Gianmarco. Besé las mejillas de Pia y alisé el cabello de Gianmarco.
Me agaché, derritiéndome cuando el tímido chico de cabello oscuro se apretó
fuertemente a las piernas de Pia.
—Hola, Gianmarco —dije en voz baja.
—Hola, duchessa —respondió él, su voz pequeña, fuerte y valiente. Miró a Pia.
—Vamos, dáselo—dijo ella.
Gianmarco metió la mano en su bolsillo y sacó un pedazo de papel. Miré el
desordenado mensaje de una palabra escrito en lápiz azul: Gracias.
Las lágrimas se precipitaron a mis ojos cuando recorrieron el desordenado
garabato. Gianmarco me miraba con ojos enormes.
—¿Hiciste esto? —dije suavemente. Él asintió—. Entonces lo atesoraré siempre
—susurré a través de la apretada garganta.
La madre de Gianmarco se acercó para llevarlo de vuelta al jardín para tomar
helado. Cuando se fue, Pia dijo:
—Cuando le dijimos que veníamos aquí hoy, preguntó si podía escribirte esta
nota. —Su mano cayó sobre mi brazo—. Estamos muy agradecidos por la ayuda que
nos diste. Y a Sara. —Sara era una psicóloga educativa americana que conocí en
Florencia. Me había encargado que le diera a Gianmarco una tutoría más intensa de
la que jamás podría tener. Con la boda acercándose, mi tiempo era cada vez más
limitado.
—De nada —dije, mi voz finalmente despejada de la emoción.
Pia soltó mi brazo y dirigió su mirada a Zeno, que estaba hablando con un
caballero alto y rubio.
—Entonces, ¿regresó?
Suspiré.
—Llegó esta mañana para el festival y el banquete, pero estoy segura que se irá
de nuevo poco después. Este lugar lo hace sentir incómodo por alguna razón.
—A este ritmo, Caresa, puede que solo hayas pasado unos días en compañía de
tu marido para cuando se casen.
—Lo sé —respondí. Me sentí entumecida.
—¿Cómo está la yegua que has estado cabalgando? —preguntó Pia. Mi cabeza
se despertó con sus palabras, y mi corazón comenzó a correr. Le había contado a Pia
en confianza sobre el viñedo de Achille y Rosa. No le había hablado de Achille... nada
sobre nosotros… sobre lo que había sucedido.
—Está bien —contesté evasivamente.
Pia entrecerró los ojos.
—¿Y el vinicultor?
Sabía que mi rostro debía de haber palidecido. Podía sentir la sangre caliente
abandonando mis mejillas.
—Yo no... no estoy segura... —Tropecé con mis palabras. Mi extraña respuesta
pareció ser toda la confirmación que Pia necesitó. Sus ojos se suavizaron y asintió
entendiendo.
—¿Vendrá hoy aquí?
Debería habérmelo guardado. Debería haberlo negado todo, todas sus
sospechas, pero algo dentro de mi corazón no me dejó. No podía negar a Achille. Me
dolía hacerlo. Había sido rechazado toda su vida; no estaba en mí añadirme a ese
rechazo.
Negué.
—No sé cómo ocurrió —susurré—. Pero de alguna manera se incrustó en mi
corazón y se conectó a mi alma. Eso... no sé cómo sucedió...
—Oh, Caresa —dijo Pia suavemente—. ¿Lo amas? —Me congelé,
completamente quieta, abriendo mi boca para negar con toda seguridad esa
afirmación.
Pero mi boca y mi corazón parecían estar de acuerdo en tampoco negar eso.
Porque... yo... lo amaba.
Mio Dio, amaba a Achille...
—No creo que te hayas dado cuenta, pero cada vez que venía aquí con
Gianmarco, siempre hablabas del caballo al que estabas adiestrando, pero más, del
vinicultor. No decías nada obvio. Estoy segura de que nadie sospecha nada. Pero oía
algo diferente en tu voz cuando hablabas de cómo te enseñaba acerca de su vino.
Sobre cómo cabalgaban y hablaban durante horas. El tono de tu voz y la felicidad de
tus ojos demostraban tu afecto por él.
—No puedes decir nada —dije con severidad—. Lo terminé. Sucedió una vez, y
sabíamos que era todo lo que podíamos ser. Ambos estuvimos de acuerdo en que
teníamos que dejar esa noche como un solo momento en el tiempo.
—Yo no diré nada —dijo Pia, con vehemencia. Suspiró y, tomándome por el
codo, me sacó de la vista detrás de una pared. Estaba nerviosa, mi cuerpo consumido
por una abrumadora necesidad de proteger a Achille. No tenía a nadie que cuidara
de él. Era todo lo que tenía. No podía permitir que los chismes de la sociedad lo
lastimaran—. Primero —dijo con firmeza—, te considero una amiga. Puede que solo
te haya conocido un poco, pero me caes bien. Compartimos los mismos puntos de
vista sobre ciertas cosas y, en nuestro mundo, eso es algo que aprecio; gente como tú
son muy pocas y distantes. —Me relajé un poco, mis manos temblando un poco
menos que antes—. Y en segundo lugar, lo siento por ti. Encontraste a alguien que tu
corazón pide, pero estás atrapada en esta farsa de compromiso. Eso es desgarrador
para los estándares de cualquiera.
—No tengo elección. —Dejé caer la cabeza con derrota—. Creo... creo que Vinos
Savona está en peor condición de lo que sabía. Es el sustento de nuestra familia. Este
matrimonio tiene que suceder.
—Si el negocio está peor de lo que pensabas, entonces no estoy tan segura de
que tu matrimonio sea la solución. Zeno está a la cabeza de Vinos Savona ahora.
Depende de él mantener esa posición o darla a alguien que realmente quiera hacerlo.
Quien conozca esta industria y conozca el vino que produce. No me sorprendería si
Zeno no distinguiera su Shiraz de su Chianti, aunque se vertiera sobre cualquiera
nueva cazafortunas que estuviera compitiendo por su atención esa semana. Tu
matrimonio no es la solución; él necesita serlo.
Parpadeé al oír su pelea tan dura por mí y Achille. Me miró a los ojos.
—Me enamoré de un profesor hace dos años, Caresa. Estuve en la costa de
Amalfi durante el verano, y él también. —Bajó su mirada, pero no antes de que viera
el dolor en sus ojos—. Me enamoré demasiado, tanto que mi corazón se rompe ahora
al pensar en él. Como si algo faltara en mi alma.
—Separada en dos —susurré.
Pia frunció el ceño ante mi críptica observación, pero continuó.
—Cuando le dije a mi padre que quería estar con Mario, que me mudaría a su
casa en Módena para estar con él, me lo prohibió. Me dijo que si me casaba tan
debajo de mi rango, sería expulsada de nuestra familia. —Se encontró con mis ojos
—. Adoro a mi familia, Caresa. A mi hermana, al pequeño Gianmarco. Así que al final
los escogí. Lo perdí a él y los elegí a ellos.
—Pia —murmuré, estirándome para sostenerle la mano.
—Tanto como quiero a mi familia, si tuviera que hacerlo de nuevo, me habría
ido. Habría estado con él. Habría escogido no vivir con este dolor en mi pecho como
lo hago ahora. Respirar, existir, pero no vivir. Asistir a estas ridículas ceremonias y
almuerzos como si algo de eso importara.
—Entonces encuéntralo —dije—. Ve y encuéntralo. Quédate con él.
—Ahora tiene a alguien más —dijo ella, con voz entrecortada. Una lágrima cayó
por su mejilla—. Rompí tanto su corazón. Maté la posibilidad cuando dejé que este
patético título se interpusiera en el camino de nuestra felicidad. Ahora alguien más
lo está haciendo feliz, reparando el agujero que causé en su corazón.
Apreté su mano mientras ella miraba lejos a la distancia y secaba de su rostro
las lágrimas.
—La gente piensa que entiende nuestro mundo, Caresa. Ven los títulos, el
dinero y las historias familiares y piensan que lo tenemos fácil. No soy una chica rica
y mimada llorando porque no se salió con la suya. Sé que la gente tiene más
dificultades en la vida que nosotros, sería tonto intentar decir lo contrario. Pero estos
títulos son una correa, una correa estrecha a nuestra felicidad. Mira al difunto rey.
Fue miserable la mayor parte de su vida, su esposa se refugió en Austria, viviendo
como una ermitaña para no ser juzgada por querer otra vida. Zeno parece querer
escapar de este festival, y lo ha hecho desde el momento en que ustedes entraron al
jardín. Y tú, estás tan rígida al lado de Zeno, con una falsa sonrisa en tu rostro porque
no es a quien tu corazón quiere.
Sus palabras eran un puñal para mi corazón.
—Dime —dijo Pia y se movió justo delante de mí—. ¿Tus padres son felices?
Supongo que ellos estuvieron arreglados también. ¿Tu madre mira a tu padre con
nada más que adoración? ¿Tu padre adora a tu madre?
Imaginé a mis padres e inmediatamente supe la respuesta.
—No. —Me callé—. Se aman, se respetan y me quieren. Pero no están
enamorados. Ni siquiera duermen en la misma habitación. No lo han hecho desde
que era una niña.
Pia se apoyó contra la pared del jardín.
—¡Qué enredo!
Me quedé en silencio un momento.
—¿Te vas a quedar a cenar esta noche? —pregunté eventualmente. Pia me miró
y vi la decepción en su rostro. Pude ver que la había decepcionado al no seguir con
este tema.
Me soltó la mano.
—Por supuesto. No puedo faltar a la coronación oficial del nuevo rey, ¿verdad?
Me acerqué para decirle algo, para decirle que mi mente era un lío
desordenado, dividido entre el amor y el deber y el pánico y la preocupación. Pero
mientras lo hacía, sonó una bocina, anunciando que había un ganador del concurso.
—¿Caresa? —Maria salió corriendo por la esquina, en el constante alboroto en
el que siempre parecía estar—. Tenemos que llegar al escenario principal para dar el
premio. —Miró su reloj—. La llamada telefónica llegará dentro de unos diez minutos.
Sin mirar atrás, seguí a Maria hasta el escenario, felicitando al resto de los
concursantes por sus esfuerzos en mi camino. Sus rostros eran brillantes por el
esfuerzo de la competencia, con vasos de vino en sus manos, aún sin el codiciado
merlot.
Cuando llegué al escenario, Zeno ya estaba allí, charlando tranquilamente con
la pareja ganadora. Se movió al micrófono y presentó a los ganadores. Entregué el
cheque, y todos posamos para la foto que se publicaría en el periódico de mañana.
Cuando los ganadores salieron del escenario, un silencio cayó sobre la multitud.
Todos los ojos se posaron en el teléfono que estaba en la pequeña mesa frente al
escenario.
Dejé que mis ojos se movieran a través de la multitud reunida mientras
esperábamos que el reloj diera las tres. Entonces, al fondo del jardín, escondido en
el túnel que conducía hacia los campos, vi una figura familiar. Una figura tan
conocida para mí que mi corazón bombeó más rápido en el minuto que mis ojos
cayeron sobre su desordenado cabello negro y brillantes ojos azules. Estaba vestido
como siempre, con jeans y camisa de franela verde.
Quería correr hacia él. Estar a su lado cuando la llamada entrara. Quería que
cada persona aquí supiera que el vino que estaban celebrando todos aquí pertenecía
a ese genio de hombre.
Sin embargo, no me moví.
Pero vi el momento en que supo que lo había visto. Achille se apartó de la pared
y se acercó a la luz. Mis pulmones se esforzaron por encontrar aire mientras sus
cálidos ojos se encontraron con los míos. Entonces mi estómago cayó cuando vi el
dolor en lo más hondo, profundo dolor y tristeza. No lo entendí hasta que sentí a
Zeno a mi lado, con la mano en mi espalda. Me moví, tirando debajo de su mano,
cuando el teléfono comenzó a sonar.
En mi visión periférica vi a Zeno contestar el teléfono, pero mi mirada se
mantuvo trabada en Achille.
Y la suya sobre mí.
Oí la profunda voz de Zeno al fondo, pero en mis oídos, sonaba como si
estuviera bajo el agua, palabras silenciadas y borrosas. Entonces la multitud lanzó
fuertes gritos de celebración, y lo supe.
El vino de Achille había vuelto a ganar.
Achille parpadeó y lanzó sus atónitos ojos alrededor de la multitud que
celebraba. Y lo vi, vi el momento en que se dio cuenta de que había ganado, y vi el
orgullo y la pasión arder en su hermoso rostro.
Pero mi corazón se rompió de nuevo cuando miró a su alrededor, mientras
estaba solo, sin nadie para compartir su alegría. Nadie diciéndole que se lo merecía,
que estaba orgulloso de él por todo lo que había logrado.
Que era digno de toda esta adoración.
Parecía perdido y tan solo, tropezó de nuevo en las sombras. Se volvió y bajó
por el túnel. La multitud fue a los meseros que habían aparecido con pequeñas
muestras del galardonado merlot. Actuando por instinto, salí del escenario y corrí
hacia el túnel.
Pia estaba junto a la boca del túnel. Encontré sus ojos mientras pasaba. Se
estrecharon ante mi precipitada retirada hacia los campos. Pero no me detuve. Seguí
corriendo por el túnel hasta llegar a un campo y vi a Achille desapareciendo a través
de una hilera de vides.
Sin darme por vencida en mi persecución, trastabillé sobre el suelo irregular
hasta que llegué a la hilera. Él estaba casi en el otro extremo.
—¡Achille! —grité. Él se quedó paralizado.
No se volvió cuando me apresuré a encontrarme con él, pero tampoco huyó.
Cuando lo alcancé, sin aliento, sus hombros estaban tensos.
—Achille —dije de nuevo. Extendí mi mano y la presioné contra su espalda.
Achille soltó un largo suspiro y se volvió. Mi mano se deslizó hasta su estómago. Pero
sus ojos nunca se encontraron con los míos. Permanecieron enfocados hacia los
sonidos de la risa y la música que venían del jardín.
Distante.
—Achille —repetí una última vez, acercándome a él. Quería cerrar los ojos y
saborear su adictivo aroma. Pero mantuve mi compostura—. Ganaste, Achille. Tu
merlot ganó de nuevo. —Él no pareció reaccionar. Su rostro estaba en blanco, sólo
las ligeras arrugas alrededor de sus ojos que mostraban que había oído mis palabras.
Su piel debajo de mi palma estaba hirviendo, los músculos duros. Estaba tan
cerca como había estado de él en semanas. Cuando habíamos estudiado
últimamente, me había forzado a mantener mi distancia, por difícil que fuera. Pero
justo entonces, no quería nada más que estar cerca. Quería que me mirara y sonriera.
Quería compartir este momento especial con él.
Pero eso fue aplastado cuando su mandíbula se apretó y dijo:
—Te veías bien en ese escenario, Caresa.
Sus ojos finalmente encontraron los míos. El dolor, el dolor crudo y sin censura,
brilló.
—Achille —susurré, oyendo mi voz romperse. Él se obligó a sonreír, pero si algo
era aún más devastador, era eso. Porque había visto a Achille cuando estaba feliz.
Esto no era nada de eso.
—Será mejor que vuelvas a tus invitados —dijo Achille—. El príncipe te buscará.
Se movió para alejarse, pero me encontré envolviendo mis brazos alrededor de
su cintura y sosteniéndolo tan cerca como quería desde el momento en que lo vi en
el túnel. Apreté mi mejilla contra su pecho y me rehusé a dejarlo ir. Achille era una
estatua en mis brazos, hasta que, con un doloroso suspiro, envolvió sus brazos
firmemente alrededor de mi espalda.
—Estoy muy orgullosa de ti —susurré en la cálida tela de su camisa de franela.
Cerré los ojos y reprimí el nudo en mi garganta mientras sus labios daban un
suave beso en la parte superior de mi cabeza. Lo sostuve con más fuerza. No estaba
segura de cómo lo dejaría ir ahora que me había dejado caer una vez más en la
seguridad de sus brazos.
—Te mereces esto. Estoy muy orgullosa.
—Gracias —murmuró, con un gruñido de voz. Y luego se apartó. Mis brazos
cayeron a mis costados mientras me daba una última mirada larga y agonizante y
dejaba la hilera de viñas por la protección de su pequeño y aislado viñedo.
Sentí frío sin su calor.
Dejé caer las lágrimas que había sostenido. Me permití enfrentarme a la verdad;
estaba completamente, con el alma, enamorada de Achille Marchesi.
Y eso simplemente había complicado las cosas exponencialmente.
—¿Caresa? —Me volví para mirar hacia el patio, sólo para ver a Zeno en el fondo
de la fila con expresión confusa. Mientras caminaba hacia él, acomodé mis atributos,
una vez más la duchessa acercándose a su prometido—. ¿Qué haces aquí? —
preguntó, buscando pistas en las vides ahora vacías.
—Sólo necesitaba alejarme un momento. La atmósfera allí se hizo muy
abrumadora.
Pude ver a Zeno evaluando cuidadosamente mi respuesta. Pero luego se
encogió de hombros.
—Se espera que estés presente para mezclarte con los invitados. Algunas de las
damas de los puntos más alejados de Italia estaban buscándote. Maria dijo que
tenemos una hora para prepararnos para la cena de esta noche.
—Por supuesto, la coronación —repliqué dulcemente mientras caminábamos
por el túnel que, momentos atrás, me había llevado directamente a Achille. Ahora
me estaba guiando de nuevo a la vida de una duchessa, la futura reina.
Una futura reina cuyo corazón se arrastraba en ese momento detrás de su
contraparte mientras él caminaba solo, de regreso a su vida sencilla, con lágrimas en
los ojos y, al parecer, con una fractura en su corazón.

c
—Tu padre era un gran rey, un verdadero líder para aquellos de nosotros que
todavía consideramos la verdadera historia italiana y el patrimonio como una
prioridad.
Temí que mi rostro se contrajera con el esfuerzo de sostener mi sonrisa. Cuando
miré a Zeno a mi lado, pude ver que estaba viviendo la misma mentira.
La mentira de que éramos felices.
El barón De Luca estaba en el asiento junto a Zeno, sosteniendo su copa de
champagne. Había por lo menos cincuenta personas en nuestra mesa. Las
decoraciones eran magnificas y muchos platos. El gran comedor estaba envuelto en
rojo y oro, con pinturas al óleo que databan desde el Renacimiento y antes. Esta
habitación había visto muchos monarcas.
Me pregunté cómo habrían sido esos días. Las coronaciones de entonces habían
sido públicas, por supuesto, pero entonces el rey o la reina habrían sido llevados de
vuelta para celebrar tranquilamente en propiedades como ésta. Me pregunté qué nos
dirían esas pinturas al óleo de esas coronaciones, si pudieran hablar. ¿Hablarían de
dinero y política y coronas y joyas elegantes? ¿Hablarían de palacios construidos, de
capas de terciopelo rojo y de tronos de oro?
Por supuesto, en esta reunión relativamente modesta, no había nada de eso. No
se colocaba una corona sobre la cabeza de Zeno. No había orbe hecho de oro en el
regazo de Zeno. Ni había cetro de oro en su mano, ni ninguna ampolla ni cuchara
ungiendo su cabeza, declarándole a Dios y al país que era el nuevo rey escogido.
En cambio, hubo una cena, discursos que recordaron a los monarcas de antaño.
Había vino y risas, y se habló de los “buenos viejos tiempos” antes de que el pueblo
derrocara a la familia real. Pero no era nada como imaginé que sería esta noche. En
realidad me sentí triste por Zeno, sentado en la parte superior de la mesa,
escuchando lo grande que fue su familia una vez, sabiendo que estaba fallando en el
negocio de su familia ahora.
—Tu padre era un gran hombre, Zeno. Y estoy seguro de que serás igual. El país
puede haber olvidado los caminos verdaderos de Italia, pero nosotros en esta sala no
lo hemos hecho. Nos inclinamos ante ti como nuestro verdadero rey. —El barón alzó
su copa—. Il re è morto, lunga vita al re!
¡El rey ha muerto, larga vida al rey!
Cada vaso se alzó, el brindis se hizo eco y todos tomamos un sorbo. El barón De
Luca se sentó de nuevo. Zeno hizo señas para que la mesa se levantara, y lentamente
nos fuimos a la gran habitación de al lado. Pia cayó al lado de mí. Sabía que la tensión
que había surgido entre nosotras había pasado.
Pia unió su brazo con el mío. Estaba vestida con un elegante vestido Chanel
blanco y negro con el cabello recogido en un rollo francés. Mi vestido de manga larga,
hasta el piso era plateado y tenía incrustados cristales Swarovski. Me había agarrado
el cabello a los lados con dos delicados clips de diamante de 1920. La bata estaba
perfectamente ajustada y brillaba como un cristal a la luz de los candelabros de poca
altura, la parte baja del vestido dejaba mi piel completamente desnuda hasta el fondo
de mi espina.
—Te ves hermosa —dijo Pia. Miró a la baronesa Russo, que estaba moviendo
las manos por todo Zeno, desesperada por su atención—. Es por eso que está
actuando así, estoy segura —dijo Pia, inclinando la cabeza en dirección de la
baronesa.
Pero cuando la miré, todo lo que sentí fue compasión. No había duda de que
había sido criada para creer que podía casarse un día con el codiciado príncipe.
Todos los días que estaba aquí sus posibilidades caían más.
—Lo siento por ella —dije en voz alta. Pia se rió y negó.
Pia y yo nos sentamos frente a la chimenea con la condesa Bianchi. Los
invitados empezaron a caminar por la habitación, haciendo ociosa conversación.
Después de un rato, Zeno se movió hacia el rugiente fuego, y el sonido de una cuchara
golpeando una copa de champán de cristal resonó alrededor de la habitación. El
parloteo se detuvo, y cuando levanté la vista, vi que Zeno tenía la cabeza agachada,
esperando que la habitación se callara.
Alzó la cabeza y miró a sus invitados.
—Esta noche no es sólo una noche memorable para mí, sino también para mi
prometida. —Mis músculos se volvieron bloques de hielo, y un hilo de inquietud
recorrió mi espina. En mi visión periférica, vi la cabeza de Pia girarse para mirarme
con alarma, pero mis ojos estaban clavados en dirección de Zeno.
Zeno sonrió y me miró a los ojos.
—La fecha de la boda está fijada, y nuestras dos casas pronto se unirán. —Hizo
una pausa... para efecto, estaba segura—. ¿Podrías venir aquí, duchessa?
Silenciosos murmullos corrieron por la habitación como una lenta ola. Pero me
levanté y me dirigí a su lugar al lado del fuego. Él se volvió hacia mí. Estaba segura
de que mis ojos estaban abiertos mientras esperaba lo que sucedería después.
Zeno tomó mi mano.
—Duchessa, hemos estado prometidos desde que éramos niños, y ahora
tenemos una boda fijada a sólo unas semanas. —Tragué mientras buscaba mi mano,
mi mano izquierda.
Mi mano izquierda desnuda.
El pulgar de Zeno pasó por encima de mi dedo anular. Sonrió.
—Estamos comprometidos, pero todavía tienes que recibir un anillo para que
todos sepan que eres mía. Creo que esto viene muy atrasado. —Me estremecí cuando
dijo la palabra “mía”. Era como si mi corazón rechazara físicamente su afirmación.
Y por supuesto lo hacía. Ya pertenecía a otro.
La habitación estaba tensa, el aire engrosado con expectativa. Zeno metió la
mano en el bolsillo y, frente a la chimenea, cayó sobre su rodilla y me miró a los ojos.
—Caresa Acardi, duchessa de Parma, ¿me harías el honor de convertirte en mi
esposa, la mujer que vivirá su vida a mi lado?
Zeno abrió la caja de terciopelo rojo en su mano, y las damas de la habitación
jadearon. Dentro había un anillo de diamantes con corte estilo princesa. El oro de la
banda brillaba como el más refulgente de los soles, y el enorme diamante lanzaba su
reflejo alrededor de la habitación como un rocío de perfecto arco iris.
Era de al menos cinco quilates.
Pero todo lo que pude ver cuando bajé la mirada a ese anillo más que
impresionante fue a Achille. Todo lo que vi cuando miré el rostro de Zeno fue los ojos
azules de Achille mientras me elogiaba por elegir un racimo de uvas correctamente.
Vi su tímida sonrisa mientras se permitía reírse de una de mis bromas, en los
momentos en que mi crianza de clase alta me hacía decir algo superficial y Achille,
con su ingenio y sarcasmo rápidos, me recordaba lo tonta que sonaba. Pero más que
eso, cuando Zeno se arrodilló ante mí, todo lo que vi fue el sueño de que fuera Achille
quien me estuviera pidiendo que fuera su novia. Ser la mujer que le ayudara a
cosechar las uvas y luego acostarse con él por la noche delante del fuego. Y que me
leyera...
...a Platón y de partes separadas.
Mi garganta era gruesa mientras la visión en mi cabeza se hizo tan real que
engañó a mi corazón. Las lágrimas corrían por mis mejillas, pero no por la razón que
creían los invitados.
Porque este momento era mi ruina.
Este momento, donde la realidad de lo que mi vida llegaría a ser golpeó en mi
cabeza.
Este anillo, este símbolo de amor eterno e interminable, por hermoso que fuera,
se sintió como un collar de prisión cuando Zeno lo deslizó por mi dedo. Un collar
costoso, pero, no obstante, un collar.
La habitación rompió en un eufórico aplauso, interpretando mis lágrimas como
una señal de estar abrumada de felicidad. La duchessa finalmente recibiendo una
demostración de amor del príncipe.
No podrían haber estado más equivocados.
Los ojos de Zeno se entrecerraron mientras se ponía en pie. Él sabía que no me
importaba de una forma romántica, y yo sabía que sentía sospecha por mis lágrimas.
—¡Bacio! —gritó un miembro de la multitud, incitando murmullos de acuerdo
con el resto de nuestros invitados.
¡Beso!
No quería. Nunca quise que sus labios removieran el sabor de Achille de mi
boca. No quería traicionar la noche que había pasado con Achille con esta farsa. Pero
entonces Zeno tomó mi rostro y presionó su boca contra la mía, abruptamente
erradicando a Achille de mi carne… erradicando todo lo que me quedaba del hombre
que amaba.
Y lo odié. Odié cómo su boca se movió contra la mía. Odié cómo su lengua
barrió alrededor de mis labios y se hundió ligeramente en mi boca. Odiaba el agarre
de Zeno sobre mi rostro. Pero peor, mientras nuestros pechos se tocaban, odié cómo
latía su corazón. Fuera de ritmo con el mío; no en sintonía, no a un ritmo
sincronizado… sólo desigual y distante.
Zeno se retiró y soltó sus manos de mi rostro. Estaba pálido, como si la realidad
de nuestra situación también lo hubiera golpeado.
Se apartó mientras las mujeres corrían alrededor, sosteniendo en alto mi anillo
para su inspección. A Zeno le daban palmaditas en la espalda, pero se veía un poco
perdido bajo su usual máscara de confianza.
—¡Duchessa! —gritaron las mujeres—. ¡Es el anillo más hermoso que he visto
en mi vida! ¡Tiene tanta suerte!
Sonreí, asintiendo y dándoles respuestas de memoria cuando pude encontrar
la fuerza. Y desempeñé el papel por otras dos horas, hasta que al final pude inventar
excusas para irme. Dije mi última despedida y corrí escaleras arriba.
Con cada paso, mi corazón pareció drenarse, hasta que estuvo desierto y seco,
muriendo de hambre por la vida y sediento por cualquier clase de alivio. El anillo se
sentía como si pesara diez toneladas en mi dedo, tirándome al suelo. Y con cada paso,
el beso de Zeno se hacía más y más caliente en mis labios, arrancando el recuerdo
del beso de Achille al que me había aferrado, con una fuerte desesperación, durante
semanas.
Y ahora se había ido. Había apartado a Achille, dándonos sólo esa única noche
especial, pero ahora en lo único en que podía pensar era estar en sus brazos. Lo
quería de cada forma posible. Quería sus brazos y labios y su piel en mi piel. Lo quería
dentro de mí, amándome tanto como lo amaba a él, los corazones latiendo al
unísono, la sangre acelerándose por el toque vital del otro.
Mientras llegaba a mi cuarto, dejé que las lágrimas cayeran. Pero también cedí
a mi corazón. Corrí por las puertas del balcón, permitiendo que mi sangre acelerada
guiara mis pies. La fría brisa se estrelló contra mis mejillas húmedas mientras corrí
tan rápido como mis tacones me permitieron a la casa de Achille.
La noche estaba oscura, las estrellas creaban un manto de diamantes en dorado
brillante. Era tarde, demasiado tarde, pero debía de llegar a Achille. Como
Cenicienta, estaba huyendo del príncipe a medianoche. Pero mientras que ella había
regresado a sus harapos y vida simple, yo estaba corriendo hacia el hombre que
alardeaba de lo mismo. Cenicienta podía quedare con las joyas, el carruaje y el
príncipe. Yo quería el viñedo, los jeans desgastados y el toque dorado de un hermoso
vinicultor.
Pasé por la puerta de la cabaña de Achille, las lámparas solares guiándome a su
entrada de madera. Sacudí la manija, luchando por agarrarla con mis manos
temblando hasta que se abrió y me invitó dentro. Corrí directamente a través de esta,
hacia la sala de estar. El fuego estaba ardiendo, una sola silla estaba ante este. Los
libros que le había dado a Achille para leer estaban apilados al lado, junto con un
bolígrafo fijado al trípode y un cuaderno.
Mi pecho dolió ante la visión.
¿Se sentaba aquí cada noche, aprendiendo e intentando?
Solo, siempre estaba solo.
Pavarotti sonaba suavemente en la vieja grabadora en el rincón. Las lámparas
parpadeaban y los carbones naranjas de la chimenea cubrían las paredes blancas de
cal con un suave brillo.
Esta era la vida de Achille. Música, vino y soledad. Se merecía más. Se merecía
más de lo que cualquiera podía darle.
—¿Caresa? —La ronca voz de Achille vino desde la puerta. Me robó el aliento;
estaba húmedo de la ducha, su cabello negro mojado, agua goteando por su espalda.
Una toalla estaba alrededor de su cuello, y tenía el pantalón de un pijama negro.
Sentí una repentina oleada de paz atravesarme por sólo estar cerca de él. Tal
paz que era como un bálsamo sanador en mi adolorida alma. Una paz que sabía, con
todo lo que era, que sólo Achille podía darme.
Algo había sucedido en el universo el día que nos conocimos. Hubo un cambio
cósmico, una alteración destinada hasta la misma tela de lo que estábamos hechos.
El sol y la luna se habían alineado y se habían proyectado en el corazón de cada uno,
para nunca ser apartados.
—Decía que una vez que encontrabas a esa persona, tu “parte faltante”, era
poseído por tal pertenencia, tal deseo, que nunca querrás estar sin ella… como
Platón dijo, “…y ellos no quieren ser separados el uno del otro, ni siquiera por un
momento”. —El recuerdo de las palabras de Achille rodaron por mi mente.
Pertenencia.
Deseo.
No quieren ser separados… ni por un momento.
¿Éramos esas almas perdidas reunidas al final?
—¿Caresa? ¿Qué pasa? ¿Qué sucedió? —Achille dio un paso al frente, la
preocupación rodeaba su perfecto y hermoso rostro.
Me arrojé contra él. Mis brazos envueltos alrededor de su cintura, y me aferré
con fuerza. Sentí su piel cálida contra la mía, nuestros cuerpos perfectamente
alineados, así como las estrellas que nos habían guiado a este momento.
A este viñedo.
Al otro.
—¿Caresa? Me estás asustando —susurró mientras me sostenía con fuerza
contra él. Quise castigarme a mí misma. ¿Cómo pude haberme alejado de esto?
¿Cómo pude haber dejado alguna vez este sentimiento? ¿Cómo pude haber dejado a
este hombre?
Había visto el dolor en sus ojos hoy mientras Zeno me estaba tocando. Había
visto cómo buscaba a alguien que le sonriera mientras su merlot era premiado como
el mejor del mundo.
Debí haber sido yo. Todo debí haber sido yo.
Pero no tenía idea de cómo algo de esto podría suceder. Estábamos destinados
a caminos diferentes. Éramos de mundos diferentes, aun así compartíamos la misma
alma. Todo parecía tan imposible.
—Sólo abrázame —susurré mientras giraba mi mejilla para presionarla contra
su calidez. Cerré mis ojos, y sólo permití que este hombre me abrazara. Permití que
sus manos pasaran por mi cabello mientras presionaba suaves besos contra mi
cabeza.
Eventualmente, Achille me guió para mirarlo de nuevo y acunó mis mejillas con
sus palmas. Buscó en mis ojos mientras una lágrima caía por mi mejilla. Atrapó la
lágrima con su pulgar.
—¿Qué ha provocado estas lágrimas? ¿Por qué estás tan triste?
No pensé bien mis acciones. No pensé en nada en absoluto. En cambio me
levanté en las puntas de mis pies y presioné mi boca contra la de Achille. Achille
gruñó mientras acercaba nuestras bocas en súplica, mis manos presionando con
adoración sus mejillas. Apenas y había probado sus labios o absorbido su calidez
antes de que se apartara y tropezara alejándose.
Sus ojos azules eran salvajes y temerosos. Sus brazos estaban rígidos a sus
lados. Sus fosas nasales se ensancharon mientras tomaba bocanadas de aire. Di un
paso hacia él, pero él alzó una mano.
—Caresa —dijo, el pequeño susurro de mi nombre era una reverente bendición
y una maldición—. No. —Negó, sus emociones en conflicto destellaban en su rostro;
dolor, desesperación, pasión y confusión. Cada una de ella era una puñalada en mi
corazón.
—Achille —rogué, físicamente sintiendo mi corazón romperse.
—Dijiste que debíamos dejar esto. —Negó, sus ojos perdidos y llorosos—. Dijiste
que sólo podíamos tener una noche… no puedo hacer esto… mi corazón no puede…
no puedo soportarlo.
Me dio la espalda, alejándose de mi vista, y me encontré confesando lo que
yacía en mi alma.
—Te amo.
Achille se detuvo en seco, como si mis piernas fueran látigos en sus piernas.
Mi corazón se aceleró cuando la realización de lo que acababa de admitir
penetró en mis huesos. Pero no podía lamentar las palabras. Eran ciertas.
Achille necesitaba escucharlas tanto como necesitaba decirlas. Cada día que las
mantenía guardadas era un día lleno de dolor.
Vi cada músculo en su espalda abultarse por la tensión. Esperé en silencio a que
se diera vuelta y me enfrentara. Para mirar mis ojos y ver la verdad de mis palabras
reflejadas. Y ahora que esas palabras habían sido liberadas, saliendo al aire de la
noche, sentí una sensación de libertad.
Como si mi alma hubiera llegado a casa.
Achille se volteó. Parpadeó, y dos lágrimas gemelas rodaron paralelas por sus
mejillas sin afeitar.
—¿Lo… lo haces?
Dejé salir un sollozo ante la visión de su incrédula expresión. Como si no
pudiera creer que alguien pudiera amarlo. Pero lo hacía. Mi amor por él estaba
incrustado en cada célula; inspiraba cada respiración y latido.
Era yo, y yo era él.
Algo completo.
—Sí —susurré, dando un paso adelante.
Entonces abrió sus ojos, y, justo cuando estaba por decir algo en respuesta, su
mirada cayó a mi mano.
Mi mano izquierda…
… y lo que sea que estuviera a punto de confesar se perdió en el silencio.
Cualquier trozo de esperanza al que había estado aferrándome se evaporó en el
aire cuando sus pupilas se dilataron ante la visión de ese anillo. Sus pálidas mejillas
se sonrojaron. Sus pies encontraron vida y tropezaron alejándose. Traté de ir tras él,
pero salió de la sala de estar, y escuché la puerta trasera abrirse. El frío aire creció
dentro de mí y me rodeó. Las llamas de la chimenea rugieron y ardieron a la vida
cuando el frío aire invadió su espacio.
El golpe de la puerta me empujó a la acción. Corrí detrás de Achille, con el
corazón latiendo con miedo; miedo que lo hubiera perdido. Entré en su jardín y lo vi
desaparecieron hacia sus viñedos.
Lo seguí, pasando junto a Rosa y Nico en sus establos. Entré a los arboles por
los que había entrado corriendo y lo encontré en la tercera fila ahora vacía de vides,
echó su cabeza hacia atrás mientras miraba a la luna.
Su aliento era blanco cuando chocaba contra el frío de la noche. Su húmeda piel
bronceada se movía y temblaba, y los dedos de sus pies se curvaban en la tierra
debajo de sus pies desnudos.
Fui a hablar, buscando las palabras correctas para decir, explicar, pero habló
antes de que pudiera hacerlo.
—Mi… mi corazón no puede aguantar más esto.
Sus palabras me despedazaron, me cortaron donde estaba de pie. Todavía no
se había girado a mirarme. No estaba segura de sí podía. Su dolor era evidente en su
voz.
—Sabía… —dijo, tan suave y roncamente—. Sabía que vi algo en ti no mucho
después de que nos conociéramos. Luego tontamente le permití a mi corazón
enamorarse, tan fuerte y tan rápido. Dejé que sucediera. Dejé que sucediera porque
eras tú y era yo. Así es como lo vi en mi cabeza. Estos viñedos, los caballos, tú y yo.
Su respiración se entrecortó y su voz se rompió y se hizo áspera.
—Cuando estabas a mi lado me sentía fuerte y completo. Cuando no estabas,
me sentía triste y vacío. Había un vacío en mi pecho, y encontraba difícil respirar. —
Dejó caer su cabeza, evadiendo la tranquilizadora luz de la luna—. Entonces hicimos
el amor. —Alzó su mano, y aunque no podía verlo, sabía que su dedo estaba sobre
sus labios—. Nos besamos, nuestras bocas se tocaron, y cambió algo dentro de mí.
Lo sentí suceder. Lo sentí como siento el caliente sol en mi rostro cada día, como
siento las vides en mis manos y sé que están maduras… Me preguntaste una vez cómo
sabía que las vides en mis manos estaban listas para cosechar, y te dije que sólo lo
sabía. —Se giró para mirarme. Levantó los dedos a su cabeza, su corazón y
finalmente hacia mí—. Lo sé porque lo sé en mi cabeza, lo siento en mi corazón y lo
toco con mis manos.
Sentí mis labios temblar ante la inocencia de su explicación, la tristeza en su
voz.
—Contigo fue exactamente lo mismo. No lo vi al principio, me engañé pensando
que mi alma no te había descubierto como suya, pero cuando hicimos el amor,
cuando te sostuve en mis brazos, en mi cama, piel contra piel, lo supe. Estaba
cambiado. Lo supe en mi cabeza, lo sentí en mi corazón, y lo supe por tus caricias…
estaba… estaba… destinado.
—Achille —sollocé. Quería acercarme hacia él, tocarlo como había acabado de
describir. Pero negó ligeramente, rogándome que no me acercara.
—Esa noche, supe que sería todo lo que tendríamos alguna vez. Incluso antes
que dijeras esas palabras y llegaran a mis oídos, lo supe. —Bajó la mirada, y la derrota
en su hermoso cuerpo rompió mi corazón—. Estamos hechos de la misma alma, pero
no de la misma vida. Supe que éramos unas de las causas perdidas de las que mi
padre me habló. No esos incontenibles, no esos que encuentran su paz para siempre
en el otro, sino esos cuyas circunstancias no se alinean. Los desafortunados que en
un universo alterno serían los corazones más felices, pero están para siempre
perdidos y rotos en este. —Finalmente me miró a los ojos—. Así que no puedo
escuchar eso de tu boca, Caresa… no puedo hacer esto… duele… —Puso la mano
sobre su corazón—. Duele tanto que no puedo soportarlo.
Apuntó a mi anillo de compromiso.
—No estás hecha para mí de todos modos. Estas cansándote con el príncipe.
Me he permitido fingir que no está sucediendo, pero pronto, estarás casada con el
príncipe. Te convertirás en suya bajo los ojos de Dios. Nunca mía.
—No. —Arranqué el anillo de mi dedo. Achille me miró con los ojos como platos
mientras lo sostenía ante él—. Me dio esto esta noche. —Apunté a mi vestido—. Me
dio esto para impresionar a sus invitados. Es una promesa vacía, no por amor
verdadero. No me importa este anillo, o este maldito matrimonio. —Arrojé el anillo
al suelo.
Achille estaba fijo en el suelo. Pero a la luz de la luna, pude ver su rostro
enrojeciéndose, sus manos empuñándose a sus lados. Levantó un puño y lo presionó
contra su frente con frustración.
—Achille…
—No puedo darte lo que él puede —dijo, su voz era dura y profunda. Su mano
volvió a caer a su lado—. Él puede darte joyas y banquetes y festivales en una
mansión. —Estrelló su mano contra su pecho desnudo—. Yo puedo darte mis viñedos
y a mí mismo, pero eso es todo. Tengo poco dinero. No sé nada del mundo por el que
has viajado. Conozco Umbría e Italia, y conozco mi pequeña casa y los caballos. —Su
rostro se retorció con dolor, y jadeó—. Ni siquiera puedo leer o escribir. No soy lo
que deberías tener.
—Eres suficiente —susurré, mis suaves palabras parecieron dagas para su
corazón. Porque no cayeron en oídos aceptadores, fueron combustible para un fuego
que ya ardía.
Achille alcanzó una vid a su lado y la arrancó de su rama. Marchó hacia mí y
tomó mi mano izquierda. Envolvió la parra marrón alrededor de mi dedo tres veces
y la amarró.
La amarró.
Las manos con las que luchó tanto para movimientos pequeños habían atado
un anillo en mi dedo.
—Toma —dijo ásperamente—. Eso es lo que puedo ofrecer. Un anillo de vides y
tierra, no diamantes y oro. ¿Es suficiente para usted, duchessa? ¿La vida simple es
suficiente?
Quería gritarle en respuesta. Quería golpear su pecho y soltar mi frustración
ante su tono cortante. Pero me miró a los ojos y no vi nada más que vergüenza y
agonía, y supe que esto era igual que cuando descubrí el secreto de su lectura. Esta
rabia era su escudo, la forma de lidiar con una verdad que lo hería profundamente,
irreparablemente… era como planeaba empujarme lejos.
Achille me observó, enfadado, esperando que me fuera, que lo dejara solo. Pero
en cambio, me estiré y arranqué otro zarcillo de vid. Levanté su áspera mano
izquierda en la mía y envolví el hilo castaño en su dedo.
Su dedo que estaba temblando.
Temblando mucho.
Achille contuvo la respiración mientras ataba el nudo, acomodando la parra en
su lugar. Incluso cuando terminé no solté su mano. Acaricié sus nudillos, luego guié
su mano hacia mis labios y rocé el delicado anillo de vid con un beso.
Una exhalación escapó de sus labios ante mi toque, su calidez abanicando mi
rostro. Sin levantar los ojos de sus manos ásperas, dije:
—Si mi anillo está hecho de una simple vid nacida de esta tierra, entonces el
tuyo también. —Un sonido tenso salió de la garganta de Achille. Levanté los ojos,
asegurándome de tener su atención—. Te amo, Achille Marchesi, vinicultor del
merlot Bella Collina. Te encontré, mi parte perdida, aquí entre las vides, y nada de lo
que digas cambiará ese hecho.
—Caresa. —Los párpados de Achille se cerraron mientras la lucha dejaba su
cansado cuerpo. Me acerqué, tan cerca que mis labios vacilaron sobre su pecho.
Necesitaba probarlo, tener a Achille erradicando la sensación de los labios de Zeno,
rocé un beso sobre su pecho... exactamente donde estaba su corazón.
Latía en sincronización perfecta con el mío.
Achille siseó ante mi toque, y como si una represa se rompiera dentro de él, sus
manos se enroscaron en mi cabello e inclinaron mi cabeza hacia atrás. Su boca chocó
con la mía y un fuerte gemido salió de su garganta. En el instante en que su sabor me
golpeó la lengua, mi sangre corrió con fuerza y mis manos se deslizaron hacia la
espalda de Achille para rozar su piel desnuda.
Gimió mientras intentaba acercarme lo más que podía. Estábamos frenéticos e
incontrolables mientras nos bebíamos el uno al otro, hambrientos por el contacto.
Dejé la boca de Achille, buscando aire, y su boca continuó hacia el sur, depositando
besos en mi mandíbula y mi cuello.
—Te necesito —susurré—. Te necesito ahora. Te necesito cerca.
Achille retrocedió y me miró a los ojos. Los de él eran casi negros, sus pupilas
dilatadas erradicaban el azul. Al minuto siguiente estaba en sus brazos mientras él
caía de rodillas, colocándome suavemente en el suelo plano y frío. Pero no me
importaba. Lo habría dejado llevarme a cualquier parte, sólo para sentirlo dentro de
mí otra vez. Sólo para sentir su pecho contra mis pechos y su cuerpo sobre el mío.
Achille se arrastró sobre mí, su cálida piel se filtró a través de la tela de mi
vestido. Los cristales de mi costoso vestido brillaban a la luz de la luna, joyas en un
lecho de tierra.
Achille se quedó quieto mientras me miraba fijamente. Me moví, sintiéndome
nerviosa por la forma en que me estudiaba. Como si yo fuera todo en su mundo.
Yo estaba en su cabeza, su corazón y sus manos.
Achille levantó su mano y acarició mi mejilla. Presionó su frente contra la mía.
—¿Sabías que fuiste mi primera vez? Esa noche, cuando hicimos el amor,
¿sabías que eras tú por la que había estado esperando?
No creía que fuera posible que quisiera o necesitara a Achille más de lo que lo
hacía. No creí que fuera posible que mi corazón se expandiera aún más. Que mi alma
se moldeara más cerca de él.
Pero estaba equivocada. Estaba tan equivocada. Porque mientras sus mejillas
se ruborizaron cuando él echó hacia atrás su cabeza, todo se magnificó en una escala
imposible. Como un sueño, mi amor por él era interminable e infinito. Y como el
simple anillo de vid que envolvía mi dedo, sabía que era eterno.
—Lo sabía —dije mientras pasaba el pulgar por sus labios hinchados por el
beso—. Lo sabía, y me sentí honrada. Yo... Todavía no puedo creer que fue a mí a
quien elegiste. Fui yo quien recibió un regalo. Tu corazón.
Achille volvió su rostro hacia mi mano, su mejilla acariciando mi palma. Se
inclinó y rozó sus labios en los míos.
—Mi amore. Mi amore per sempre.
Mi amor. Mi amor por siempre.
Presioné los labios contra los de Achille. Me estremecí mientras levantaba la
falda de mi vestido. Se movió hasta que estaba completamente encima de mí. Y
entonces me estaba llenando. Me estaba tomando, nuestras almas y corazones
desnudos, y no quedaban secretos en el interior. Mi espalda se arqueó cuando me
llenó completamente. Sus brazos temblaron al lado de mi cabeza mientras sus ojos
se cerraron.
Y luego se movió. Se metió en mí, lentamente, en el suelo que cuidaba, bajo la
luna y las estrellas. El rico olor de las vides se fundió con el olor fresco de su piel y el
olor a melocotón de mi cabello.
Mis manos exploraron su espalda desnuda, mis dedos corriendo a través de su
cabello mientras su ritmo aumentaba y su respiración se intensificaba. Sus ojos se
abrieron, y me miraron con una admiración tan intensa que las lágrimas se
construyeron en mis ojos.
—Te amo —dije, necesitando que él oyera esas palabras otra vez.
Achille gimió y me tomó más profundo, haciéndome suya.
—Mi amore —murmuró una y otra vez mientras aumentaba su velocidad, mis
manos se aferraron a su cabello cuando una conocida presión se construyó en el
fondo de mi columna. Los escalofríos explotaron a través de mi cuerpo, y Achille se
detuvo.
Cabezas, corazones y manos.
Cuando abrí los ojos, Achille me miraba, su piel brillando a la luz de la luna.
—¿Cómo lo dices? —preguntó. Parpadeé, insegura de lo que quería decir—. En
inglés —preguntó—. ¿Cómo dices “ti amo”?
Sonreí.
—Te amo —dije en inglés, lentamente, para que pudiera escuchar cada palabra.
—Te... amo... —repitió, con su pesado acento italiano llevando tal vida a
palabras tan bellas.
—¿Por qué querías saberlo en inglés? —pregunté mientras levantaba mi mano
izquierda y pasaba la punta de su dedo por el anillo de vid.
—Porque quería poder decirlo en ambos idiomas. —Su sonrisa burlona familiar
llegó a su boca—. Aunque creo que suena mejor en italiano. —Dejó de sonreír—. Te
amo por siempre —dijo con ternura.
Ti amo per sempre.
Estaba de acuerdo, sonaba mejor en italiano.
—Yo también te amo. —Quería que no tuviera duda de cómo me sentía. Pero
podía ver la incredulidad en cada parte de su rostro. Podía ver la duda deslizándose
en sus ojos. Me prometí hacerlo para que nunca volviera a verla.
Acarició mi cabello.
—Quiero llevarte delante de mi fuego, en mi casa.
Asentí. Achille se puso en pie y luego me levantó en sus brazos.
—No se pueden ensuciar los pies de la duchessa —bromeó.
Me reí, decidiendo que este lado juguetón de Achille era mi favorito. Porque era
tan raro como una estrella fugaz, pero no menos memorable.
—Creo que ya lo están.
Achille se encogió de hombros mientras me llevaba con facilidad hacia su casa.
—Entonces te sostendré en mis brazos. Estás perfecta allí. Te sientes bien
también.
Dejé caer mi cabeza contra su hombro y mis brazos le rodearon el cuello cuando
entramos en su bonito jardín. No me bajó hasta que estuvimos delante del fuego. Mis
pies aterrizaron en la suave alfombra de piel de oveja que estaba frente a la chimenea.
Achille desapareció en su dormitorio y regresó con su edredón y dos almohadas. Los
puso delante del fuego. Fui a sentarme, pero él tomó mi mano y me llevó a donde
estaba. Silenciosamente, apartó las mangas de mi vestido de mis hombros y la
delicada tela cayó al suelo. No llevaba ropa interior, el vestido estaba diseñado para
que se llevara nada debajo.
Los ojos de Achille se encendieron cuando su mirada vagó sobre mi cuerpo
desnudo. Llevó los pulgares al cinturón del pantalón y se despojó.
Ambos estábamos desnudos, tanto en cuerpo como en alma, enfrentándonos y
delante del fuego.
Era perfecto.
Pateé mi vestido a un lado. Achille se sentó en el suelo frente al fuego y me
tendió la mano. Me acerqué a él en un instante, dejándome tirar hasta que mi espalda
se apoyó en su pecho. Él colocó el edredón sobre nosotros y amontonó las almohadas
detrás de su espalda.
Envuelta por el fuego, Achille y su calidez, me quedé mirando las llamas y vi
cómo bailaban, remolinos anaranjados, amarillos y rojos. No estaba segura de
cuánto tiempo estuvimos allí sentados en silencio, pero podría haber sido eternidad.
Nunca había estado más satisfecha que simplemente sentarme en silencio
contemplativo.
La mano de Achille se deslizó hacia mi estómago. Me quedé quieta, se parecía
a cómo un padre expectante sostendría el estómago de su esposa embarazada.
—¿Caresa?
—No te preocupes, estoy en control de natalidad.
Achille exhaló un largo suspiro.
—No me sentiría preocupado si llevaras a mi hijo —dijo en voz baja.
Mi corazón se hinchó.
Achille movió la mano, y lo siguiente que supe fue que un libro se colocó en mi
regazo. El título decía: Los mejores vinos del mundo. Alcé la mirada desde donde mi
cabeza estaba metida en el hueco entre el hombro y el cuello de Achille. Sus largas
pestañas negras rozaban la parte superior de sus mejillas. Se mordió el labio como si
estuviera nervioso. Pero esperé, con el corazón acelerado, para averiguar por qué
había sacado este libro.
Achille había mejorado tan dramáticamente en las semanas que le había estado
ayudando con su dislexia. Pero después de haber visto su montón de libros, sabía
que eso lo deprimía. Debía haber estado leyendo todas las noches, buscando las
palabras que habían estado fuera de su alcance durante toda su vida.
Él era un luchador.
No se daría por vencido esta vez.
Achille se aclaró la garganta, y con una concentración cuidadosa, abrió el libro
en una página con marcadores. Levantó el libro, colocando su dedo en la frase elegida
para poder seguir las palabras. Lo sentí tragar, y luego respirar profundamente.
Sostuve la respiración y mis ojos abiertos, y escuché mientras leía.
—Se... de... debate... —Hizo una pausa y recogió sus pensamientos—. Que... el
mejor... Mer... Merlot... del mundo... no... no es de Francia... sino de... Um... Umbría,
Italia. —No me moví cuando recogió su compostura otra vez y continuó—. El más
des... deseado vino... pro... proviene de... Vino Savona... de Bella Collina. —Achille
leyó la parte final de la oración en silencio y luego dijo—: 2008 es con... considerado
la mejor... co... cosecha... hasta la fecha.
Achille soltó un profundo suspiro y bajó el libro abierto. Su barbilla descansó
sobre mi hombro mientras se agachaba y pasaba el dedo bajo las palabras “Bella
Collina”.
—Bella Collina —dijo orgulloso, ganando cada pizca de ese orgullo en su voz—.
Bella Collina. Mi hogar. Puedo leer el nombre de mi casa.
Esta vez no había escondido las lágrimas en mis ojos, ni la espesa emoción en
mi voz. Me volví en los brazos de Achille y me puse de rodillas, oyendo el libro golpear
el piso. Apreté las manos contra sus mejillas y observé mientras miraba mis ojos.
—Te amo —susurré, luego llevé mis labios a los suyos—. Estoy tan orgullosa de
ti, Achille. Tan orgullosa que apenas puedo respirar.
Achille me devolvió el beso, e hicimos el amor largo y dulce ante el fuego, las
llamas calentando nuestros cuerpos mientras se unían a la alfombra de piel de oveja.
Dormimos uno en brazos del otro, una paz recién descubierta se asentaba en
nuestros corazones.
Me desperté con los dulces labios de Achille presionando besos en mi cuello.
—Mmm... —murmuré, arqueando mi cuello para que pudiera acariciarme más.
—Mi amore —susurró, su aliento mentolado llenando mi nariz—. Ven conmigo.
Luché para abrir los ojos, sin querer nada más que hacer que esta mañana
durara unas horas más. No quería dejar este fuego, ni esta alfombra, ni sus brazos.
—Por favor —suplicó suavemente, moviendo sus labios a los bordes de mi boca.
—¿Adónde vamos? —pregunté, frotándome los ojos.
—Quiero mostrarte algo. —Me senté. Achille ya estaba vestido con sus jeans y
una camisa. Me entregó un viejo pantalón de montar negro y una de sus conocidas
camisas rojas de franela. Un par de botas de cuero estaban a mi lado.
—Eran de mi madre. La camisa es mía. No pensé que pudieras montar en tu
vestido.
Juguetonamente le saqué la lengua a Achille y fui recompensada con una risa y
amplia sonrisa. Estaba completamente despierta ahora.
Achille me entregó la ropa. Incluso había incluido calcetines y bóxer. Rió entre
dientes mientras me los ponía. El pantalón de montar encajaba bastante bien, al
igual que las botas, pero la camisa de Achille me quedaba grande, y las mangas
ahogaban mis manos. Las enrollé hasta mis muñecas. Me paré ante Achille y extendí
mis brazos.
—¿Todavía te parezco una duchessa?
Estaba bromeando. Sabía que estaba bromeando. Pero cuando avanzó y me
besó en los labios, siguió diciendo:
—Tú siempre serás duchessa. Pero ahora eres mi duchessa. Y con eso puedo
vivir. —Tendió la mano—. Vamos, ya he preparado a los caballos.
Achille me llevó fuera. Nico y Rosa nos esperaban al lado del prado. Miré hacia
el cielo.
—Achille, todavía está oscuro —dije—. ¿Qué hora es?
—Temprano. —Me ayudó a montar a Rosa y luego se volvió sobre la espalda de
Nico—. Pero quiero que veas algo. Yo... quería compartir un momento contigo.
—Está bien —respondí con la expresión de esperanza en su rostro.
Juntos caminamos con los caballos fuera de su viña y hacia el camino. Los
pájaros comenzaban a despertar en los árboles que nos rodeaban, pero el resto del
mundo seguía dormido. Allí estaba yo, Achille, los caballos y sus viñas. Todo lo que
él afirmaba que podía ofrecer, pero en ese momento, no necesitaba nada más.
Caminamos uno al lado del otro hasta que giramos a la derecha y comenzamos
a subir una colina. Subimos y subimos a un ritmo lento hasta que los caballos estaban
sin aliento y llegamos a la cima.
Antes que tuviera la oportunidad de ver, Achille había saltado de Nico y lo había
atado a un árbol cercano, deslizando la embocadura de su hocico para que pudiera
pastar. Se acercó a mí y Rosa y movió la cabeza.
—Vamos. —Sonreí ante la emoción en su rostro, y esperé mientras amarraba a
Rosa junto a Nico.
Me puso las manos sobre los ojos.
—Déjame mostrarte por qué esta finca tiene su nombre.
Me reí, con el pulso acelerado, mientras Achille me conducía hacia adelante.
—Mantén tus ojos cerrados hasta que yo lo diga —dijo mientras me guiaba para
sentarme. Se sentó detrás de mí y me envolvió en sus brazos.
—¿Ya puedo abrir los ojos? —pregunté mientras me derretía contra su calor. La
camisa de franela olía tanto que él era todo lo que podía sentir en todos mis sentidos.
Nunca había estado tan feliz en mi vida.
—Aún no... Sólo... espera... —dijo como si esperara impacientemente algo. Así
que esperé, con los ojos cerrados, mientras él me acercaba más, manteniéndome a
salvo—. De acuerdo, mi amore —susurró—. Abre tus ojos.
Abrí los ojos y parpadeé con absoluto asombro. Estábamos en lo más alto de las
colinas, Achille apoyado en un espeso árbol. Teníamos una vista panorámica perfecta
de la campiña de Umbría que nos rodeaba. Vastas colinas ondulantes, que parecían
interminables, se extendían a kilómetros de distancia, los valles pintados con los
marrones de otoño de la madre naturaleza y los bosques verdes.
—Bella Collina —susurré.
—Por eso se llamó Bella Collina, debido a esta vista. Por este lugar, aquí mismo.
Hermosa colina.
—Es perfecto —dije, en voz baja, para no perturbar la paz de la madrugada.
Achille señaló sobre una colina lejana, y jadeé cuando vi el frente dorado del sol
levantándose para traer el día. El horizonte resplandecía mientras el sol arrojaba sus
rayos rojos y anaranjados, aún no amarillos, mientras despertaba del sueño.
Mientras veía el sol elevarse en el cielo, la mano de Achille aterrizó en la mía y
acarició suavemente el anillo de vid.
Estaba tan preocupado que no podía darme lo que Zeno podía, que no tenía
dinero ni estatus ni una mansión. Pero ni siquiera las más grandes riquezas del
mundo podrían darme esto.
Sólo Achille podía darme este momento. Traerme aquí en la parte posterior de
mi caballo de ensueño. Ser sostenida firmemente en sus brazos. Despertar después
de una larga noche de hacer el amor con la otra mitad de mi alma delante de su fuego.
El dinero, los títulos y las mansiones no tenían absolutamente ningún lugar en
mi felicidad. Incluso si pudiera tener sólo esto, seguiría siendo la mujer más rica de
la tierra.
Nos quedamos de esa manera hasta que el sol estaba a la vista, un orbe dorado
que rondaba en el cielo azul.
—Tengo que tener esto —dije en voz alta. Achille se tensó detrás de mí. Volví la
cabeza para mirarlo. Tenía la mandíbula tensa mientras observaba el sol... mientras
evitaba mi mirada.
—¿Por qué te vas a casar con el príncipe? —preguntó, sin mirarme a los ojos.
Entrecerré los ojos ante su pregunta. Esta vez fue mi mano la que buscó su
anillo de vid. Dejé que mi dedo vagara sobre él. Dejé que me diera consuelo cuando
los nervios repentinos y la duda se acercaron a mi corazón.
—Fue un acuerdo desde nuestra infancia, pero ahora es principalmente debido
al rey. —Inhalé, sintiendo que la intrusión del resto del mundo levantaba la cabeza—
. Vinos Savona no ha estado bien desde la muerte de Santo. Mi padre sólo puede
hacer algo para ayudar. Mi matrimonio con Zeno ayudará a fortalecer y estabilizar el
negocio aquí en Italia. Pero también es lo que hacemos en nuestro círculo, Achille.
El estatus se casa con el estatus.
—¿Entonces es para ayudar a tu familia?
—Supongo —dije en voz baja.
Achille apoyó la cabeza contra el árbol. Me apresuré a sentarme y enfrentarme
a él. Esta vez no tuvo más remedio que mirarme a los ojos.
—Achille, amore —murmuré repitiendo su palabra de cariño. Sus ojos se
suavizaron al oírlo—. Te quiero a ti. Ayer, anoche, el anillo, el banquete, el festival,
me hicieron comprender que no quiero esto. Nada de esto. Te quiero a ti y sólo a ti.
—Agarré su mano izquierda y la llevé a mis labios—. Zeno no me ama. Y ciertamente
no lo amo.
Cuando todavía no hablaba, ni siquiera reaccionaba, insistí:
—Dime. Me estás asustando. ¿Por qué no me hablas?
—¿Y mi vino? ¿Mi hogar? ¿Mis caballos? ¿Mis viñas?
Parecía tan perdido que sus ojos azules buscaban en los míos las respuestas.
Me senté hacia atrás, mirando a los caballos pastando más allá del pico de la colina.
—No lo sé. No sé qué pasará cuando les cuente a mis padres, a Zeno. Pero no te
voy a negar.
Una expresión cariñosa envolvió su rostro, seguida rápidamente por una
expresión tan temerosa que mi corazón cayó.
—La familia Marchesi ha hecho vino en esa tierra durante décadas. Era la casa
de mi padre. Es mi hogar. Esa tierra está en mi sangre. Yo... —Hizo una mueca—. No
sabría qué hacer con mi vida si no hiciera el merlot.
No sabía qué decir. Traté de imaginar a Achille sin su tierra y su vida sencilla
pero digna aquí en Bella Collina. Lo devastaría perderlo. Y Vinos Savona nunca se
recuperaría si el merlot se perdiera.
—Entonces compramos más tiempo —dije, desesperada por intentar pensar
bien. En un plan. En algo…—. Hablaré con Zeno. Hablaré con mis padres. Les haré
entender. Tan duro como suena, este matrimonio es sobre el dinero. Tu merlot es
esencial para mi padre y los negocios de Zeno. No te dejarían ir... Ni siquiera por
esto, creo.
La mano temblorosa de Achille me acarició la mejilla.
—No me voy a meter entre tú y tu familia. La familia es lo más importante. No
lo sabrás hasta que tengas que vivir sin ella.
—Achille —susurré tristemente.
—Espera hasta que la cosecha de este año esté completa. Yo... necesito
concentrarme este mes en terminar el proceso. Luego viene el embotellado...
entonces...
—Entonces podremos decirles —dije, dándome cuenta de que eso me daría
hasta mediados de diciembre. Estaba cerca de la boda, pero odiaba lo temeroso que
Achille estaba de perder todo lo que conocía. Así que esperaríamos. ¿Qué eran unas
semanas de todos modos?
—De acuerdo —dije calmantemente, presionando mi frente contra la de él—.
Esperaremos. Pero ahora no hay vuelta atrás, Achille. —Dejé besos en sus mejillas,
en su cabeza y finalmente en sus labios. Cuando me separé, con sus manos
recorriendo mi cabello, le dije—: Necesito besarte, tocarte y hacerte el amor. Te
ayudaré con el vino, tu lectura y escritura, y los caballos. Y encontraré una manera
de amarte cada noche, hasta que pueda tenerte para siempre.
—¿Lo prometes? —dijo, tan quedamente que perdí el corazón por él otra vez.
—Con todo lo que soy.
Achille llevó su boca a la mía, y lo besé contra el impresionante fondo de un
amanecer de Umbría. Lo besé hasta que los rayos del sol comenzaron a acariciar la
parte posterior de mi cuello y el cielo iluminado nos dijo que era hora de irnos.
Cuando volvimos a su casa, pasamos por el jardín botánico. Achille desmontó
bruscamente a Nico y saltó la valla. Me entró pánico, preguntándome qué estaba
haciendo, mientras desaparecía dentro de un invernadero. Pero esa pregunta fue
contestada cuando salió con una sola rosa blanca. Su labio se elevó tímidamente de
un lado mientras se paró junto a mí y me ofreció la rosa.
La tomé, como siempre lo haría.
—Gracias —dije, oliendo los delicados pétalos.
Achille saltó sobre Nico y continuamos nuestro viaje de regreso a su viña.
Agarró el anillo de compromiso de Zeno del campo.
—Necesitarás esto por ahora. —Fue todo lo que dijo mientras lo metía en el
bolsillo. Entonces dejé a Achille con un largo y lento beso, una promesa de que lo
vería pronto.
Mi caminata esta mañana fue lenta. Me permití el lujo del tiempo, absorbiendo
el campo alrededor. Sostuve la rosa en mi mano, respiré el perfume de Achille de su
camisa. Pateé el polvo del camino e intenté imaginar a Zeno jugando en él cuando
era niño. Me preguntaba si conocía a Achille. Si alguna vez había hablado con él. Y
traté de imaginar lo que diría, en semanas a partir de ahora, cuando le contara a mi
familia que no iría a través de este matrimonio. Cuando le dijera a Zeno que elegí mi
corazón en vez de la riqueza.
Y rezaba para que, pase lo que pase, Achille no se arrepintiera de mí.
Eso sería un castigo peor que la muerte.
Cuando entré en mis habitaciones, fui directamente al baño y me duché. Tenía
hambre por la noche larga, sin dormir, así que decidí bajar y conseguir un desayuno
temprano.
Avancé por el pasillo y bajé las escaleras, tomando el camino a través del
estudio hasta la puerta trasera de la cocina. Cuando entré en el estudio estaba oscuro,
las largas cortinas de terciopelo rojo bloqueaban la luz temprana.
Me preguntaba por qué el ama de llaves había olvidado abrirlas. Las tiré hacia
atrás, permitiendo la luz, cuando una voz desde detrás dijo:
—Déjalas.
Me di la vuelta, con la mano en el corazón, sólo para ver a Zeno inclinado en la
gran silla de cuero junto a la chimenea.
—Zeno, me has asustado —dije, tratando de calmar mi corazón.
Me acerqué a él y vi que estaba apretando un vaso lleno de whisky, había una
botella de vidrio casi vacía sobre la mesa a su lado. Todavía estaba vestido con el traje
de anoche, pero su corbata había desaparecido y su chaqueta estaba torcida. Su
cabello, por primera vez, era un desastre, los extremos oscuros estaban en todas
direcciones.
—Zeno —dije, moviéndome para estar de pie ante él—. ¿Has estado aquí toda
la noche? —Le llevó un tiempo levantar la cabeza. Cuando se encontró con mis ojos,
los de él estaban desenfocados—. ¿Estás borracho? —pregunté, empezando a
preocuparme.
—No lo suficiente —dijo con dificultad y bebió el resto del whisky en su vaso.
Rápidamente lo llenó con lo que quedaba en la botella.
—¿Por qué has estado bebiendo toda la noche? —Crucé mis brazos sobre mi
pecho.
Zeno levantó una ceja hacia mí con una sonrisa maliciosa.
—¿Por qué, duchessa? ¿De repente estás interesada en mí? ¿En mi bienestar?
—No seas absurdo, Zeno. Por supuesto que me preocupo por ti. Y quiero saber
por qué estás bebiendo hasta el estupor.
Zeno se estiró y acarició la silla junto a la suya.
—Siéntate, prometida.
Hice cautelosamente lo que dijo, oliendo el olor fuerte del licor en él, en el
minuto que estuve a su lado. Trató de sonreírme, pero fue otra sonrisa forzada.
Estaba cansada de fingir.
—Detente, Zeno. No hay nadie aquí para que mintamos ahora mismo. Sólo
dime qué es lo que piensas.
—Lo que está en mi mente... —Zeno se calló y se inclinó hacia delante. Lo vi
detenerse, luego me miró—. ¿Dónde está tu anillo? Me costó mucho, eso sí. Pero
tenía que asegurarme de que mi duchessa fuera impresionada. —Se inclinó más—.
Incluso te hice llorar. —Se apartó—. ¿O fue sólo un buen acto? Sé que no estabas
llorando de felicidad. ¿Te hice llorar de tristeza, duchessa? ¿Porque estabas atando
tu vida conmigo?
Había tenido suficiente de esto, así que cambié de silla para hacerle frente y
tomé el whisky de su mano. El rostro de Zeno se nubló de ira, pero levanté la mano
y dije:
—Dime por qué has estado aquí en esta habitación toda la noche. Y no trates de
bromear o encantar para salir de esta. Quiero la verdad.
Zeno trató de mirarme, pero luego se recostó en su silla y se pasó la mano por
el rostro.
—Sé qué piensas que he estado en Florencia todo este tiempo, jodiendo
cualquier cosa que se moviera, pero estás equivocada. —Permanecí en silencio,
esperando que continuara. Se inclinó hacia un lado de la silla, derrotado, apoyando
la cabeza en el reposacabezas. —No lo he hecho. Estuve allí un par de días cuando
tuve que estarlo. Pero he estado en Italia con nuestros compradores, tratando de
convencerlos de que se queden con Vinos Savona en vez de nuestros competidores.
—Se rió sin humor—. Resulta que no confían en mí. Me interrogaron, me hicieron
preguntas sobre nuestra producción que no podía responder. Me preguntaron acerca
de un plan para el futuro, uno que yo no tenía. Me preguntaron sobre todo, y no sabía
nada. Yo, el príncipe, fui puesto a prueba por los compradores de vino y los
comerciantes y me hice parecer un tonto.
Zeno suspiró, reprimiendo su ira.
—Y si tengo que oír a otra persona que no soy el hombre que mi padre fue, que
no estoy tan dedicado a estos viñedos como él, voy a gritar.
—¿Mi padre sabe? —pregunté, sintiendo que mi rostro palidecía de
preocupación—. ¿Sabe que estamos perdiendo negocios?
—¿Nosotros? —preguntó Zeno con condescendencia. Movió su mano—. Él sabe
algo. No he hablado del resto.
—Zeno. —Me froté la frente—. ¿Cuántos compradores has perdido?
—Mmm... Cerca del setenta por ciento —dijo, y al instante me sentí enferma.
—¿Pero cómo? ¡Eso es una locura! —exclamé—. ¿Y el merlot? ¿No está
vendiendo? ¿Creía que había una lista de espera?
—El merlot está bien —dijo Zeno, mirando el fuego apagado—. Es caro, pero
con las pequeñas cantidades producidas, no trae suficientes ingresos para mantener
este lugar. —Suspiró—. Caresa, tenemos once propiedades en toda Italia y poseemos
cientos de miles de hectáreas de tierra. Todos nuestros vinos deben venderse, no sólo
el merlot. Hemos perdido vinicultores por nuestros competidores. Tomaron otras
ofertas cuando murió mi padre porque no me conocían ni confiaban en mí.
—¿Por qué no trabajaste con tu padre para aprender el negocio? —pregunté,
sintiendo que mi ira se apoderaba de mí. Zeno era un hombre de veintiséis años.
¿Cómo pudo haber vivido tan descuidadamente?
—No me interesaba. Él quería que me involucrara, pero no me atraía. Al final
me dijo que tomara un descanso y se encargaría de las cosas. Así que lo hice.
—¿Pasaste tu tiempo bebiendo y festejando en vez de aprender el negocio
familiar? ¿Es de extrañar que los compradores estén abandonando?
Zeno apretó los brazos de su silla.
—¿Y qué demonios sabrías?
—Sé que desde que estoy aquí, has hecho una aparición en esta propiedad dos
veces —dije—. Sé que en esos días nunca habías caminado por tu tierra, conociendo
a la gente que puso su sangre, sudor y lágrimas en tus vinos. He estado aquí, pero
poco tiempo, y sé más de los agricultores y vinicultores que tú, que has tenido esta
propiedad en tu vida desde que naciste.
Me puse de pie, mirando a Zeno.
—Tienes un regalo en esta tierra, Zeno, en toda tu tierra. Tus vinicultores son
excepcionales, al igual que el producto. Si los compradores se van, es por ti. Estos
vinos son mejores que cualquiera de los que pueden proporcionar los competidores.
—Estaba temblando de rabia—. Quizá en lugar de viajar al sur de Francia con la
baronesa que te hubiera gustado esa semana, deberías haber estado aquí con tu
padre, compartiendo el negocio que te permitía vivir de esa manera. Mi padre se
mudó, Zeno. Dejó a su amada Italia para expandir el negocio que construyó con tu
padre. Como su hija, me avergüenza que todo lo que él sacrificó esté desapareciendo.
¡Y esta farsa de un matrimonio no va a arreglarlo!
—¿Has terminado? —siseó, su rostro enrojeciendo de furia.
—No, hay una cosa más. —Caminé hacia él hasta que pude mirar perfectamente
sus ojos—. Es hora que empieces a preocuparte por este negocio antes de que seas su
ruina. Muchas personas sufrirán, miles perderán su razón de ser si dejas que este
barco se hunda. —Inhalando una última respiración fortificante, lo señalé y solté—:
Es hora de que comiences a vivir para esta viña, en lugar de vivir de ella. Tú
felizmente cosechas las recompensas pero no haces nada para ganarlas. —Dejé caer
mi mano—. ¡Así que empieza a intentarlo!
Volví hacia mis habitaciones, mi cólera quitando mi hambre. Estaba echando
humo. Estaba tan enojada por cómo a Zeno le habían permitido vivir su estilo de vida
playboy cuando Achille había trabajado toda su vida, su alma creciendo en esta
tierra. Y podía perderlo por la falta de responsabilidad de Zeno.
Pensé en Achille esta mañana, en la devastación de su rostro ante la idea de
perder su pequeño viñedo, su casa y su tierra.
Así que le había advertido a Zeno. Porque la felicidad de Achille era ahora mía,
y su viña era la llave. No podía imaginar que sea sacado de su tierra, que no pudiera
escuchar su música ópera en el campo mientras cosechaba a mano las uvas.
Antes de Achille, nunca supe que pudiera haber tal belleza en el simple acto de
recoger uva de la vid. Era arte en vivo y en directo, gracia tan pura y verdadera. A
través de él, vi una divinidad tan impecable en los actos más subestimados, la forma
en que su mano estaba tan suavemente sobre la mía, haciendo que mi corazón se
detuviera en mi pecho. Sus labios rozando un beso contra mis labios, robando cada
gota de aire de mis pulmones. Y la forma en que su cálida respiración se reflejaba en
mi piel, iluminando mi cuerpo como brasas en fuego. Achille se consideraba inferior
a Zeno, pero lo conocía.
Era un mejor hombre. Punto.
Cerré la puerta de mis habitaciones y me desplomé en la cama. No tenía idea
de qué hacer. Achille quiso que esperara para cancelar este compromiso. Y ahora el
negocio estaba fallando, Zeno se desmoronaba.
Qué desastre.
Todo era un desastre.
No sabía qué podía hacer para ayudar, pero tenía que tratar de hacer algo. Tenía
que aprender más, estudiar el trabajo de Achille con mayor profundidad. Porque no
podía perder esto, ya fuera a través de Zeno o de mí.
Mientras mi dedo corría por el sencillo anillo de vid que yacía en mi mesita de
noche, el caro diamante de Zeno, aún en mi bolsillo, supe que tenía que encontrar
un camino.
Tenía que haber una forma en que todos pudiéramos salir de estas oscuras
sombras. Porque quería eso para siempre con Achille a mi lado.
Y así me quedé dormida.
Escuchando la suave voz de Achille resonando en mi mente...
...Mi amore por sempre...
Achille
Rasgué las vides innecesarias de sus tallos y las descarté en los cubos a mis pies.
Todo el vino ahora estaba envejeciendo en sus barriles. Se quedaría ahí hasta
diciembre, cuando tendría que ser embotellado.
Las nubes por encima eran grises, la lluvia amenazaba mientras terminaba de
podar, preparando la tierra para la plantación de los siguientes cultivos.
Caresa había venido a mi casa de nuevo anoche. Tenía una cita en la ciudad hoy
con su amiga, así que no podía estar aquí para ayudar. La extrañaba. Solo llevaba
fuera de mi vista seis horas, pero sentía su ausencia filtrarse en mi corazón.
Cuando el cubo se llenó, mis pensamientos fueron a la cosecha del próximo año.
Me congelé, mis ojos se quedaron fijamente a la tierra bajo mis botas mientras me
preguntaba cómo sería el próximo año. Cómo sería el siguiente mes. ¿Qué ocurriría
cuando Caresa le dijera a su familia sobre nosotros?
Levanté mis ojos y recorrí las vides ahora desnudas. No podía imaginar no tener
esto, no despertar cada día con el rico olor de las desbordantes hojas, o con el sol
saliendo sobre las distantes colinas.
Pero tampoco podía imaginar mi vida sin Caresa.
No entendía por qué todo esto tenía que ser tan difícil. La amaba y ella me
amaba. Eso debería ser suficiente.
Habían pasado cinco días desde la noche que Caresa había vuelto. Y cada noche
había venido a mí y le había leído junto al fuego. Habíamos bebido vino y cocinado y
hecho el amor toda la noche.
Mi estómago cayó. Porque no me había dado cuenta hasta esta semana de
cuánto me había estado perdiendo de la vida. No me había dado cuenta de cuán solo
había estado. No había comprendido por qué mi padre se había sentado mirando
fijamente la foto de mi madre cada noche cuando estaba creciendo, tenía solo la
mitad de un corazón sin ella. Y aunque me tuvo a mí, ahora entendía cuánto dolor
tuvo que haber sentido. Caresa y yo solo habíamos estado realmente juntos por poco
menos de una semana, aun así, la agonía llenó mi corazón al pensar en perderla.
Pero dejé entrar la luz de nuevo cuando pensé en cómo me había dejado esta
mañana, con un suave beso y una promesa de volver.
Beethoven sonaba por mis auriculares mientras trabajaba. Levanté el cubo para
llevarlo al montón de uvas muertas que más tarde quemaría y cuando me volví, me
detuve en seco.
Un hombre estaba al final de la hilera. Vestía un traje y miraba en mi dirección.
Saludó y me indicó que me quitara los auriculares. Dejé caer el cubo de uvas e hice
lo que pidió.
El príncipe —supuse que técnicamente era el rey ahora, pero no podía aceptar
ese hecho— estaba en mi viñedo.
Al minuto en que Beethoven fue silenciado y los familiares sonidos de mi
viñedo nos envolvieron, Zeno metió sus manos en sus bolsillos y caminó hacia mí.
No sabía qué pensar.
—Parece que la manzana no cae lejos del árbol. —Zeno se detuvo a unos metros
de mí. Cuando entrecerré mis ojos, preguntándome por qué estaba aquí, no pude
evitar pensar en Caresa. Él no la merecía.
No podía tenerla.
Esperé a que continuara. Zeno sonrió y alzó sus cejas. Apuntó alrededor del
viñedo.
—Tu padre y tú. Parece que lo que sea que corriera por su sangre, lo hace
también por la tuya. —Zeno ladeó su cabeza—. Aunque no te pareces en nada a él. Tu
padre era bajo con cabello rubio. Tú eres alto y moreno. Pero el gen vinicultor era
claramente más dominante que su color.
Me quedé en silencio. Zeno rió y negó.
—¿Qué, Achille? ¿No saludas a tu viejo mejor amigo? —Hizo un gesto en
dirección del camino más allá de los árboles—. Solíamos jugar por esos caminos
cuando niños, ¿aun así no tienes nada que decirme ahora?
—Príncipe —dije fríamente.
Zeno entrecerró sus ojos.
—Es Zeno y lo sabes. Eras el único a quien nunca le importó mi título cuando
éramos niños. No empieces ahora.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté, no interesado en rememorar nuestra
infancia, o que era mi mejor amigo y un día simplemente dejó de venir.
—Directo al punto, ya veo. —Se rió—. Bien, supongo que no has cambiado
mucho.
—Tú sí —espeté, luego me encogí de hombros—. O al menos, pareces haberlo
hecho. No lo sé. No te he visto o escuchado de ti en años. —Levanté el cubo y caminé
por su lado. Tiré las uvas en la pila que había hecho en los pasados días.
Lo escuché seguirme. Cuando me volví, estaba frotando su nuca como si
estuviera nervioso o incómodo. Cuando me atrapó mirándolo, suspiró.
—Mira, Achille. Sé que no he mostrado mucho interés, o cualquier interés, en
el vino o la gente aquí en este viñedo, pero quiero empezar ahora.
La sorpresa me recorrió. Zeno dejó caer su mano de su cuello y dijo:
—¿Cómo progresa la cosecha de este año? ¿Crees que será tan buena como la
última?
—Mejor —respondí y me dirigí hacia el granero. Zeno me siguió, sus caros
zapatos de cuero pulido sin duda rayándose por la áspera tierra.
Cuando entramos al granero, apunté a los barriles que se extendían por la
longitud del edificio.
—Están envejeciendo ahora, luego pueden ser embotellados. Este año fue uno
bueno.
—Bien —replicó Zeno.
Hice un gesto a la olla de moka.
—¿Caffè?
Zeno asintió y caminó hacia las dos sillas junto al fuego. Se sentó en la que
ahora era de Caresa. Me pregunté si tenía alguna idea de que ella había venido aquí
todos los días. Me pregunté si incluso le importaría.
Por lo que Caresa había dicho, estaba seguro que no.
Le llevé la pequeña taza y me senté. Era extraño e incómodo. Podía hablar con
Zeno cuando era un niño, cuando era mi amigo. Pero ahora, como adultos que viven
dos vidas muy diferentes, busqué algo, cualquier cosa, que decir.
—Lo siento por lo de tu padre —dije finalmente.
La mano de Zeno se detuvo mientras llevaba la taza a sus labios. Se aclaró la
garganta.
—Gracias. —Se removió incómodamente en su asiento—. También lo lamento
por el tuyo.
Asentí en agradecimiento y tomé un sorbo de mi café. Zeno observaba el
granero.
—Realmente lo hiciste —dijo. Debió haber visto mi confusión, porque añadió—
: El merlot Bella Collina. Solías hablar de ser su vinicultor un día. Y lo hiciste.
—Hice mi primera cosecha a los dieciséis, Zeno.
—¿Sí? —Vi la comprensión aparecer en su rostro—. 2008 —murmuró. Movió
su cabeza con incredulidad—. ¿Tú eras la diferencia? ¿Eres la razón por la que
cambió? ¿Por la que es mejor?
—Ese fue el año que me hice cargo —dije—. Aunque mi padre me guió por
muchos años… hasta el día que murió.
Zeno se terminó su café y dejó la taza en el suelo junto a su silla.
—Mi padre habría amado que fueras su hijo. Le encantaba el vino, todo el vino,
pero especialmente este vino, tu vino.
—Lo sé.
—¿Lo sabes?
Asentí.
—El rey vino a vernos frecuentemente. Esta era su parte favorita del viñedo.
Zeno se recostó, desanimado.
—Debería haberle dejado su negocio a alguien como tú. No a mí.
No podía creer lo que escuchaba.
—Puedo hacer vino. No sé nada sobre venderlo o promocionarlo.
—Pero ves —dijo Zeno—, eso es todo lo que me han preguntado desde que me
he reunido con los compradores. Querían saber qué entendía yo, cómo funcionaba
todo. No lo hacía. No lo hago. —Se sentó hacia delante, con los codos sobre sus
rodillas—. Es por eso que estoy aquí ahora. Quiero conocer a los vinicultores que
producen los vinos. Quiero entender el negocio. —Se enderezó—. Produces nuestro
vino más famoso, Achille. Y… y te conocí una vez. Éramos mejores amigos. Así que
quería empezar contigo. —Soltó una breve risa—. Se me ha dicho recientemente que
debería empezar a vivir para el negocio en lugar de por él. Digamos que el mensaje
fue captado.
—Los trabajadores apreciarán que te intereses.
Zeno asintió, luego se puso de pie.
—Te dejo con eso. –Salió del granero y lo seguí. Cuando pasó el prado, Nico y
Rosa se acercaron trotando. Él fue a ellos. Nico le dio a Zeno su atención por un
minuto antes de alejarse, pero Rosa se quedó cerca.
Zeno palmeó su cuello, luego fue hacia la puerta. Justo cuando llegó a mi jardín,
se detuvo en seco. Me echó un vistazo por encima de su hombro con una extraña
expresión en su rostro.
—¿Ese caballo gris? ¿Es una andaluza?
—Sí —respondí, preguntándome por qué parecía tan curioso sobre su raza.
Nunca había sabido que a Zeno le importaran los caballos en su juventud.
Una ilegible mirada destelló en su rostro.
—¿Algo va mal? —pregunté.
Los ojos de Zeno se endurecieron, sus hombros se tensaron, pero puso una
sonrisa en sus labios y negó.
—No, acabo de recordar algo, es todo. Algo particularmente interesante.
Con eso, Zeno se alejó, pero no me moví. No me gustaba la extraña mirada en
sus ojos cuando se fue.
Sintiendo la lluvia empezando a caer, terminé tanto de mi trabajo como pude
antes de que el cielo se abriera. Para el momento en que volví a casa, una tormenta
rabiaba fuera. Sabía que si seguía, Caresa no sería capaz de venir aquí. Hoy estuvo
afuera hasta tarde y no quería que tuviera que caminar bajo la lluvia.
Encendí mi chimenea, me hice algo de comer y entonces fui a mi dormitorio.
Me senté en el borde de la cama y miré la mesita de noche. Mi lectura fue mejor hoy.
Las cosas que Caresa me había enseñado me habían ayudado más que nada en mi
vida. Todavía luchaba; sabía eso. Escribir aún era difícil. El bolígrafo en mi mano
nunca se sentía correcto, pero practicaba cada día. Era… una mejora, pero no genial.
Nunca me atrevería a escribirle nada todavía. Pero tal vez algún día.
Abrí el cajón y vi la carta de mi padre. La saqué y la dejé en mi regazo. Mis
manos estaban húmedas y mi corazón ardía en mi pecho cuando miré el sobre y,
después de centrarme en eso por un tiempo, vi la escritura de mi padre.
Vi y leí la escritura de mi padre.
Ahogué un sollozo cuando, por primera vez, entendía lo que estas, una vez
liosas, letras decían. Escribían mi nombre. En mi regazo, ante mí, estaba la escritura
de mi padre, deletreando mi nombre.
—Papá —susurré, pasando la punta de mi dedo sobre la letra cursiva—. Leo mi
nombre —añadí, como si pudiera escucharme—. He… he conocido a alguien, papá.
—Sonreí a través de las lágrimas que llenaban mis ojos mientras traía el rostro de
Caresa a mi mente—. Me enseñó que no era lento después de todo. Mi cerebro
simplemente trabaja diferente a la mayoría. Y ella me está ayudando, papá. Puedo
leer un poco ahora. Va lento, y a veces me frustro, pero puedo ver las palabras mejor.
Caresa me ha ayudado a aprender a leer.
Limpié las lágrimas de mis mejillas y la carta en mi mano tembló. Quería leerla,
quería finalmente saber lo que había en su interior, pero… respiré profundamente.
No estaba listo todavía. Lo sabía. La carta era larga y mi lectura aún no era perfecta.
Cuando leyera las últimas palabras de mi padre, quería ser capaz de leerlas sin tener
que concentrarme en cada palabra.
Y si estaba siendo honesto, no estaba listo para decir adiós. Esta carta era la
última cosa que mi padre me diría alguna vez. A pesar de que se había ido por todos
estos meses, atesoraba esta carta. Porque después de esto… no habría más de él.
Realmente se habría ido.
Visiones de sus últimas horas llenaron mi mente y no pude respirar…
Caminé a su cama y me senté en el borde. El cáncer había arrasado su cuerpo.
Siempre había sido pequeño, pero ahora su ligera figura estaba marchita y débil.
Sus ojos oscuros que siempre habían sido tan brillantes, estaban apagados y
cansados. Apenas podía levantar su mano para sostener la mía.
Su respiración era lenta y laboriosa y el doctor me había dicho que sería
pronto. Mi padre no había querido morir en el hospital. Había querido venir a casa
y pasar a la otra vida en su tierra. Esta tierra lo era todo para él.
Él era todo para mí.
Su mano tembló en la mía cuando la sujeté con fuerza.
Tosió.
—¿Cómo fue… el trabajo hoy? ¿Está… todo casi… listo para la plantación en…
primavera?
—Sí, papá —respondí, extendiendo la mano para apoyar sus almohadas más
altas bajo su espalda cuando empezó a toser y luchar por respirar—. Todo irá bien.
He planeado todo tal como me enseñaste. Tendremos una buena cosecha este año.
Los ojos de mi padre parecieron vidriarse con pena.
—Tendrás una buena cosecha, Achille. Este año dependerá totalmente de ti.
Un hoyo se talló en mi estómago y un agujero se cavó en mi corazón. Asentí
cuando mis palabras me fallaron. No quería perderlo, no quería decir adiós, pero
estaba demasiado enfermo. No quería que sufriera más.
Miré la foto que mi padre sostenía en su otra mano, metida de forma segura
contra su costado. Mi madre. Mi madre sonriendo a la cámara mientras estaba
junto a su caballo. Acababa de ganar un campeonato de doma y cualquiera podía
ver en su rostro que era feliz.
—Será la que me reciba —dijo mi padre, claramente viéndome mirar la foto
de la mujer que nunca conocí—. No hay nadie más que me gustaría que me diera la
bienvenida, salvo ella. —Mi padre sonrió, las lágrimas llenaron sus ojos—. Imagino
que el cielo es mucho como nuestro pequeño viñedo en Bella Collina. Un lugar
donde todavía puedo atender los viñedos mientras tu madre monta en el prado
detrás de mí, bailando con su caballo al son de Verdi.
Apreté su mano; mi pena era demasiada barrera para mis palabras. Mi
padre movió su rostro hacia mí.
—Y le contaré sobre su hijo. Le diré el hombre en el que se convirtió y cuán
orgullosa debería estar de él. Cuán orgulloso estoy de él. Un buen hombre que tiene
un gran corazón. Un hombre que es amable y cariñoso y el mejor vinicultor que
jamás he conocido.
—Papá —susurré tristemente.
—Es la verdad, Achille. Has superado todo lo que te podría haber enseñado.
Eres más talentoso y natural en esta vida que cualquier hombre que jamás haya
visto. —Mi padre se movió y sujetó mi mano tan fuerte como pudo, su toque no era
nada, probando cuán débil estaba realmente—. Achille, cuando me vaya, debes
salir más. Estás tan atado a esta tierra tanto como yo, pero yo los tenía a tu madre
y a ti. Esta vida es dura a veces, y tienes la habilidad de amar tan profundo. Hay
una mujer ahí fuera para ti, hijo. Tu otra mitad, la mujer que tu alma recordará,
la que amarás toda tu vida. —Me acercó más—. Prométemelo, Achille. Prométeme
que vas a vivir.
—Lo prometo.
—Y aprende a leer y escribir. Desafíate a aprender. Te encanta la literatura.
Te encantan los libros. Y creo… creo que te he protegido demasiado. Debería haber
insistido para que tuvieras ayuda cuando la necesitabas. Debería haber insistido
para que el rey cumpliera su palabra.
Mi padre tosió de nuevo, pero esta vez, verdadero miedo me recorrió. Era peor
que antes y podía verlo luchar por permanecer consciente. Pero nunca dejó ir mi
mano. Incluso cuando sus ojos rodaron, luchando por dormir, dijo:
—Vives una vida solitaria, Achille. Y no es la manera. Cuando… cuando la
encuentres, asegúrate de luchar por ella. Prométemelo… prométemelo…
—Te lo prometo —dije con voz ahogada, y esa respuesta llevó una sonrisa al
rostro de mi padre.
Cuando sus ojos se cerraron, por lo que sería la última vez, susurró:
—Tu madre sonreirá cuando le cuente eso, hijo… tu madre sonreirá…
Cuando volví al presente, las lágrimas caían por mi rostro. Unas horas después,
conmigo sentado a su lado, mi padre había tomado su último aliento y se había unido
a mi madre, su mitad perdida.
Me había sentado con él un tiempo después de eso, incapaz de moverme de su
lado. Sabía que cuando me moviera significaría que de verdad se había ido. Y no
estaba seguro de poder enfrentar el mundo sin él. No estaba seguro de cómo se
sentiría nuestra pequeña casa sin su música, su café, su voz leyendo en voz alta sus
preciados libros.
Entonces, semanas después, el abogado de mi padre me trajo un pequeño
cheque de herencia de una pensión que ni siquiera sabía que él tuviera y una carta
escrita a mano.
La carta que todavía estaba demasiado asustado para leer.
Respirando profundamente, miré afuera a la torrencial lluvia más allá de la
ventana. Puse la carta de nuevo en el cajón para leerla otro día. Me levanté de la
cama, la muerte de mi padre todavía clara en mi mente, y odié el silencio que llenaba
mi vacía casa. Cada día, durante los últimos cinco días, había trabajado y luego
Caresa había venido a mí en la noche.
Ya no estaba solo.
Aun así, hoy lo sentí. Las tormentas y la lluvia llegaban con más fuerza en esta
región durante esta época del año y había una buena posibilidad de nieve para
Navidad. Caresa y yo habíamos decidido que en días como hoy, debería no venir tan
tarde en la noche. Cuando miré por la ventana de nuevo, vi que la lluvia aún no
amainaba y supe que no vendría.
Pero necesitaba verla. El recuerdo de las últimas horas de mi padre y la extraña
visita de Zeno a mi viñedo hoy, tenían a mi mente acelerada.
Y no quería estar solo.
Me puse mis botas y me dirigí a la puerta. Una rosa blanca yacía en la mesa
lateral de la sala de estar. La había recogido hoy para cuando Caresa viniera esta
noche.
No vendría, así que se la llevaría.
Metiendo la rosa en mi camisa, salí a la lluvia. En cuestión de minutos, estaba
empapado, así que caminé, sin molestarme en correr, por el oscuro camino hacia las
habitaciones de Caresa. Me había contado cuáles eran y que un balcón privado
dirigía directo a su puerta.
Llegué a las escaleras de su balcón sin ser visto y escalé hasta la puerta. A través
de las cortinas ligeramente abiertas, en la tenue luz de la lámpara, vi a Caresa,
dormida en una enorme cama de cuatro postes. Era tan hermosa que ni siquiera me
importó que la lluvia me hubiera empapado hasta el hueso. Había valido la pena solo
para verla así.
Levantando mi mano, di un golpecito en el cristal de la ventana. Fui silencioso,
para no atraer atención, pero lo bastante alto para con suerte despertar a Caresa de
su sueño. Sus ojos oscuros se abrieron y cayeron en la dirección del golpeteo…
cayeron directamente sobre mí.
Parpadeó con confusión antes de que una amplia sonrisa apareciera en sus
labios y saltara de la cama. Caminó hacia la puerta y retiró la cortina. La miré por el
cristal. Llevaba un corto camisón de seda e, incluso estando su habitual perfecto
cabello un poco desarreglado, era perfecta. No podía creer que fuera mía.
La cerradura se movió en la puerta y Caresa la abrió silenciosamente, una
mirada de incredulidad en su rostro. Antes de que pudiera hablar, metí la mano en
mi ahora empapada camisa y saqué la rosa. Estaba también mojada, con los pétalos
flojos. Me encogí de hombros cuando se la entregué.
—Lucía mejor antes de la lluvia. —No pude evitar la pequeña sonrisa que curvó
mis labios cuando Caresa cubrió su boca para enmudecer su repentina risa.
Tomó la flor y la sostuvo contra su pecho.
—Me encanta —susurró—. Floja o no.
Extendiendo su mano libre, tomó la mía y me guió dentro. Me agaché para
entrar y mis ojos se ampliaron cuando asimilé el tamaño. Este era solo su dormitorio,
aun así, era al menos dos veces el tamaño de toda mi casa. Pinturas en marcos
dorados adornaban las paredes y los ricos suelos de madera estaban cubiertos con
caras alfombras.
Caresa inclinó la cabeza.
—¿Achille?
Eché un vistazo a mi ropa empapada. Caresa intentó persuadirme a avanzar,
pero me quedé quieto.
—Estoy empapado —dije, retrocediendo hacia la puerta—. Esta habitación…
Debería irme. Sólo quería verte y darte la rosa. —Bajé mi cabeza—. Te… te extrañé
esta noche.
—Oye —dijo Caresa, y colocó sus manos en mi rostro—. No te vas a ir. Acabas
de llegar. —Echó un vistazo detrás de nosotros al conjunto de puertas que asumía
debían llevar a otra habitación—. Las puertas están bloqueadas desde dentro. Nadie
puede entrar. Nadie nunca entra de todos modos. No seremos atrapados.
Me sentí fuera de lugar en esta habitación, en esta mansión. En todos los años
que había vivido en el terreno, nunca ni una vez había estado dentro. Otros
vinicultores habían estado aquí, en cenas y tal, pero mi padre y yo nunca habíamos
sido invitados.
—Mis ropas están demasiado mojadas. No quiero arruinar la habitación —dije.
El agua de lluvia ya estaba formando un charco a mis pies.
Caresa miró abajo al charco expandiéndose y dio un paso más cerca.
—Entonces vamos a quitártelas.
La seguí al baño. Como su dormitorio, era opulento y extravagante, todo
mármol blanco y acabados en oro. Me detuve junto a la bañera y Caresa puso una
toalla en el suelo. Di un paso sobre la esponjosa toalla blanca y moví la cabeza. El
agua goteó por mi rostro.
—¿Qué pasa? —preguntó Caresa mientras sus manos empezaban a desabrochar
los botones de mi camisa.
—Nada —dije con voz ronca mientras despegaba la camisa de mi espalda y la
tiraba a la bañera. Sus habitaciones, aunque vastas, eran cálidas. Sus gentiles manos
cayeron en la cintura de mi jean. Desabrochó el botón, bajó la cremallera, luego bajó
el jean por mis piernas hasta que estuve desnudo. Sus manos pasaron por la húmeda
piel de mis piernas, mi cintura y mi estómago. Siseé cuando se inclinó y presionó un
simple beso en el centro de mi pecho.
Tomó otra toalla y secó cada centímetro de mi piel desnuda. Y mientras lo
hacía, no pude dejar de mirar su rostro. Si ya no supiera que la amaba, lo habría
hecho en ese momento. La manera en que silenciosamente me cuidaba. La manera
en que adoraba mi cuerpo. La manera en que se puso de puntillas y pasó la toalla por
mi cabello húmedo. Quitó la toalla de mi cabeza y me apartó el cabello que había
caído delante de mi rostro.
—Ahí —dijo reverentemente—. Ahora puedo ver esos hermosos ojos azules que
tanto adoro.
Dios, también la amaba.
Ató otra toalla seca alrededor de mi cintura, sujetó mi mano y me llevó a su
cama. Era enorme, dos veces el tamaño de mi cama. Cuando había llegado a su
puerta esta noche y la había visto dormida, todo en lo que pude pensar fue que
parecía muy pequeña. La mujer que poseía mi corazón ahogada en un mar de blanco.
Caresa subió y alzó la sábana para que también subiera. Dejé caer la toalla y me
desplacé hacia delante hasta que estuve en sus brazos. Cerré mis ojos mientras mi
cabeza yacía en su pecho.
Su corazón latía rápidamente.
—¿Está todo bien? —preguntó mientras me acariciaba la frente con su mano.
La sostuve un poco más cerca.
—Necesitaba verte. Yo… —Tragué, intentando ahuyentar el resto de la tristeza—
. Estuve pensando en mi padre esta noche… en cuando murió. —Caresa contuvo su
respiración. Era la primera vez que le había mencionado su muerte—. Seguía
pensando en las cosas que había dicho. Seguí pensando en cuán débil y frágil estaba.
—Aspiré un rápido aliento—. Te… te necesitaba. Yo… no quería estar solo… no esta
noche.
—Achille —susurró Caresa, moviéndose en la cama hasta que se tumbó en su
almohada frente a mí. Sostuvo mi mano en el espacio entre nosotros. Su agarre sobre
mis dedos era de hierro—. Entonces estoy feliz de que vinieras —dijo e inclinó su
cabeza para besar mis nudillos. En un instante, me sentí mejor. Estar a su lado, estar
en su presencia, era todo el bálsamo que necesitaba mi alma para sanar.
—También estoy feliz de haber venido. —Miré alrededor de la habitación—. Es
bueno ver dónde te quedas cuando no estás conmigo.
—¿Nunca has estado en la mansión?
—No. —Negué y no pude evitar la sonrisa que apareció en mis labios—. Me
siento muy fuera de lugar aquí. Me asusta romper algo invaluable.
Caresa se movió aún más cerca, su cálido cuerpo se presionó contra el mío.
—La única cosa en esta habitación que es invaluable para mí eres tú. Así que no
tienes que preocuparte.
—Te amo. —Llevé mis labios a los suyos.
—Te amo —dijo Caresa cuando se retiró.
Yacimos en silencio por un tiempo, contentos solo con mirarnos.
—El príncipe vino a verme hoy —dije.
La sorpresa fue evidente en el rostro de Caresa.
—¿Zeno fue a tu viñedo?
Asentí.
—Dijo que quería conocer más a los vinicultores de su tierra. Quería entender
mejor los productos. —Pensé en nosotros compartiendo un café, en cuán incómodo
estaba—. Se veía diferente de cuando éramos niños. El mismo en algunos aspectos,
pero… diferente.
El ceño de Caresa se frunció.
—¿Cuando eran niños? ¿Conociste a Zeno de niño?
Exhalando un largo aliento, dije:
—Era mi mejor amigo. Zeno era el único amigo que alguna vez tuve. Venía a
Bella Collina en verano y jugábamos en las pistas y los bosques cercanos.
Pescábamos y montábamos en bici. —Me encogí de hombros—. Entonces, un día,
dejó de venir. Le pregunté a mi padre si podía ir a la mansión y preguntar dónde
estaba, por qué ya no quería ser mi amigo, pero mi padre me dijo que lo dejara. —
Parpadeé para alejar el recuerdo—. Nunca hablé con Zeno de nuevo hasta hoy. Me
tomó por sorpresa. Nunca pensé que alguna vez hablaría con él otra vez en mi vida.
—¿Eran mejores amigos? —Podía escuchar la incredulidad en su suave voz.
—Sí. Mi único amigo… hasta ti.
Los ojos de Caresa brillaron. Entonces los alejó y dijo:
—Nunca supe que conocías a Zeno, Achille. Nunca lo dijiste.
—Porque ya no lo conozco. Éramos niños. Se fue de la finca para Florencia y
nunca tuve contacto con él de nuevo… hasta hoy. —Presioné mi frente en la suya—.
Pero le estoy agradecido.
—¿Por qué?
—Porque te trajo a mí. Te dejó aquí en mi finca y Dios hizo que nuestros
caminos se cruzaran. Así que aunque ya no lo conozca, le estoy agradecido.
Los labios de Caresa encontraron los míos. Cuando rompimos el beso, dijo:
—No puedo creer que fue a verte. Estoy contenta. Me alegra que lo esté
intentando.
—Eso creo. —Puse mi cabeza sobre su pecho de nuevo. Mi brazo se envolvió
alrededor de su cintura y, justo cuando mis ojos empezaban a cerrarse, atraídos por
el sueño, vi un viejo libro en su mesita de noche. Un libro que conocía muy bien—.
El Simposio de Platón —dije y sentí a Caresa paralizarse.
—Lo he estado leyendo —confesó. Capté la vergüenza en su tono. Pero todo lo
que hizo fue provocar que mi corazón explotara.
—¿Mi amore? —pregunté.
—¿Mm?
—Lee para mí —le pedí. No se movió por varios segundos, pero luego se inclinó
sobre la mesa y recuperó el libro.
Cerré mis ojos mientras la calmante voz de Caresa me arrullaba hasta el sueño.
Mientras iba a la deriva, pensé en la habitación en la que se quedaba, en el caro
camisón que llevaba, y me pregunté si yo era suficiente.
Pero entonces, cuando habló de dioses celosos y almas a la deriva, dejé que
todas mis preocupaciones se alejaran. Estaba aquí conmigo ahora. Eso era todo lo
que importaba.
Los problemas que teníamos que enfrentar seguirían allí mañana. Así que por
ahora, dejé que sus palabras se apoderaran de mí hasta dormirme, completamente
feliz.
Achille
Unas semanas después…
Escuché la música saliendo de la mansión mientras volvía a meter a Nico y a
Rosa en sus establos. Incluso a través de los espesos árboles que bloqueaban la vista
de la casa, vislumbraba las luces de Navidad brillando contra el cielo nocturno. Podía
ver cada ventana de la casa iluminada, y podía escuchar la música resonando desde
el interior.
Era el primer día de diciembre, y el día del baile de máscaras anual de Navidad
de Bella Collina. Cada aristócrata de Italia había venido a la casa del príncipe por el
evento. Una tradición mantenida por los Savona por casi trescientos años. Una
donde los lores y las damas de Italia se reunían en sus vestidos renacentistas y
máscaras venecianas para bailar, beber y recordar que son alguien.
Caresa no había podido salir durante los últimos cuatro días. Así que había
esperado por ella en su cama cada noche, con una rosa en su almohada.
El último mes había trascurrido con la misma normalidad. Mi vino ya casi
estaba listo para embotellar, y luego… luego no sé.
Pero para Caresa, las cosas habían estado más ajetreadas. Cada día debió
discutir planes de boca, ir a almuerzos y atender cenas con Zeno… y cada día se ponía
más y más triste. Se aferraba a mí cada noche, me hizo el amor como si pensara que
me perdería. Y me mató.
Pero debía hacer el vino de este año. Y si era honesto, el pensamiento de ella
declarando a su familia y amigos que me estaba eligiendo por encima del príncipe
me asustó de muerte. No quería perder esta vida, pero tampoco quería perderla a
ella.
La idea me hacía sentir enfermo.
Mientras pensaba en Caresa ahora en la mansión, vestida en un hermoso
vestido de época, del brazo del príncipe. No quise nada más que estuviera del mío;
debería estar del mío, pero no tenía lugar en una fiesta como esa.
Una hora después, mientras me sentaba en casa tratando de leer, la música y
mi curiosidad tomaron lo mejor de mí. Colocándome mis botas y camisa, tomé una
sola rosa del jarrón siempre lleno que mantenía en la cabaña y salí al camino. Suave
nieve aterrizó en mi rostro mientras subía la colina hacia la mansión.
Cuando llegué al punto más alto, me detuve y bajé la mirada a la ajetreada
propiedad. Las luces de navidad colgaban por todas partes. Los jardines estaban
llenos de luces, iluminando su perfecto paisaje. Entonces mis ojos cayeron en lo que
sabía era el gran salón. Dentro, vi gente bailando, dando vueltas en rojos, dorados y
verdes.
Me obligué a moverme, queriendo una mirada más de cerca. Me agaché bajo
unos arbustos para evitar la atención de la seguridad aumentada que habían traído
para proteger a los exclusivos invitados. Fui a una gran ventana y me asomé dentro,
asegurándome de quedarme en las sombras.
Y mis ojos se ensancharon. El salón de baile era una masa de color. Máscaras
venecianas de todos los colores, formas y tamaños estaban dando vueltas alrededor
mientras los invitados bailaban con una orquesta en vivo. La risa resonaba sobre la
música. Nunca había visto nada parecido. Era como si hubiera sido transportado en
el tiempo. En este momento, la familia real estaba muy viva y bueno… y yo era un
vinicultor mirando una vida que no era la suya.
Y entonces la vi.
Y lo vi a él.
La multitud se movió a los lados del salón y aplaudió mientras una pareja
bajaba por las escaleras. Zeno estaba vestido de azul real con una elaborada máscara
plateada. Y Caresa… mi Caresa, usaba un profundo vestido rojo sin mangas, un corsé
se apretaba en su pequeña cintura. Su cabello estaba rizado y sujeto lejos de su
rostro. Usaba largos pendientes de oro y una bonita mascara veneciana dorada con
plumas rodeando los costados. Sus labios llenos estaban rojos brillantes… era una
visión.
Entonces mi estómago cayó. Pero esta era Caresa, la duchessa di Parma. Esta
era la mujer que había sido educada para ser. La música empezó, y como la pareja
más perfecta, ella y Zeno empezaron a bailar, sus movimientos eran tan perfectos
como parecían. La multitud observando aplaudió y se quedó atónita mientras la
realeza bailaba, mientras giraban en el suelo.
Una parte de mi alma murió.
Había sido una fantasía. Todo. Viendo a Caresa así, yo… no podía desgraciarla.
Porque lo haría. Si me elegía por encima de Zeno, no solo se enfrentaría a perder a
su familia, sino su título y su honor. Caresa se rió y sonrió mientras bailaba, incluso
aunque mi corazón se estaba rompiendo, me encontré sonriendo ligeramente
también.
Nadie nunca conocería mi corazón como Caresa. Pero eso no quería decir que
nosotros, como una pareja, fuera lo correcto para ella. Mis pies retrocedieron de la
ventana, y me obligué a apartar la vista de la mujer que amaba en los brazos de otro
hombre. Caminé lánguidamente a las escaleras que llevaban al balcón. Subí cada
escalón, sabiendo que la puerta a su habitación estaría abierta. Siempre la dejaba
abierta ahora, para poder subir a su cama en la noche, si no llegaba a la mía.
Me deslicé dentro, y como hice la primera noche que estuve ahí, miré la
habitación. El increíble cuarto que quedaba perfectamente con Caresa. Era casi, casi,
tan hermoso como ella.
Sentándome a un lado de su cama, el lado en que ella dormía, pasé mi mano
sobre la copia del Simposio de Platón en su mesita de noche, luego la almohada en
la que dormía. Dejé la rosa encima de su almohada y miré la delicada flor sobre la
prístina tela.
No estaba seguro de cuanto me quedé ahí, pero eventualmente me moví y dejé
su habitación. Esta vez no estuve tan estable en mi caminata de regreso a mi casa,
corrí. Corrí, necesitando el frío aire punzando en mi rostro y el viento helado
llenando mis pulmones jadeantes. Los viñedos rodeándome eran blancos por la
nieve recién caída, y el oscuro cielo estaba sin nubes, las estrellas como diamantes
estaban arriba.
En ese momento, ellas aparecieron brillando como el baile de máscaras. Tan
inalcanzables también. Demasiado lejos de mi alcance, inaccesibles en su belleza…
sólo tan alejadas de mi mundo como Caresa estaba de mí.
Corrí de regreso a casa, las pesadas suelas de mis botas aplastando la fría
mezcla de tierra y césped. Entré a mi cabaña, necesitando su familiar confort para
calmarme. Pero no ofreció nada. Durante meses, el fantasma de mi padre había
poseído estas habitaciones, su asiento junto al fuego, su voz tranquila en la noche.
Pero ahora, mientras miraba el fuego, mientras pensaba en mi cama, él había sido
reemplazado por Caresa. Día a día había consumido cada parte de mi vida justo como
había consumido de seguro mi alma.
Y dolía. Dolía porque sin importar los planes que habíamos hecho, sin importar
el amor que compartíamos y las necesidades de nuestros corazones, no podía
funcionar. Nada de esto podría funcionar alguna vez.
Habíamos sido tontos al creer que sí. Demasiado golpeados por nuestros
sentidos enamorados.
Y dolía. Dolía tanto que no podía respirar.
Tropecé en el cuarto y caí sobre el borde de mi cama. Mis codos aterrizaron en
mis rodillas, y me pasé las manos por el cabello. Mientras alzaba mi mirada, mis ojos
cayeron sobre la mesita de noche… y la carta dentro me llamó.
Necesitaba a mi padre ahora. Necesitaba escuchar su voz. Necesitaba su
ayuda… no tenía a donde más ir. Mi lectura había mejorado mucho durante el último
mes. Y yo… yo sabía que podía hacerlo.
Tenía que hacerlo.
Mis dedos temblaron al abrir el cajón y saqué el sobre. Respiré profundo, pero
me tomó cuatro inhalaciones y exhalaciones más antes de poder abrirlo y sacar las
cuatro páginas de su lugar.
Una ola de emoción me abrumó, y tuve que apartar la mirada. Cerré mis ojos e
imaginé el rostro de mi padre. Sonriéndome mientras intentaba enseñarme a leer y
escribir. Diciéndome que podía hacerlo. Diciéndome que podía hacer cualquier cosa
si lo intentaba.
Con esa imagen en mi cabeza, estabilicé mi mano y dejé que mis ojos miraran
la página. Y entonces leí, tratando de hacerlo sentir orgulloso.

Mi querido hijo,
Si estás leyendo esto, entonces tienes que saber una cosa; te amo. La mayoría
de los padres aman a sus hijos, pero siempre has sido especial para mí. Fuiste un
regalo que nunca esperé que me dieran. Pero mejor que eso, sobrepasaste cualquier
cosa que pude soñar.
Puede que te preguntes por qué te escribiría una carta. Puede que te hayas
preguntando, por qué, con los desafíos que enfrentas, sería tan cruel. Pero si estás
leyendo esta carta, sé que es porque has buscado la ayuda que siempre debieron
haberte dado. La ayuda por la que debería haber movido cielo y tierra para
conseguirte.
Y debes saber mientras lees estas palabras, que estoy estallando de orgullo.
Eres el mejor vinicultor que he conocido, una de las mejores personas, con tu buen
corazón y alma, pero tu lectura siempre te contuvo. Fallé en no adentrarte más al
mundo, en su lugar te mantuve cerca de nuestro viñedo. Sé, incluso cuando leas
esto, lo que tu día a día conllevará. Eres un hombre que vivirá una vida sencilla.
Siempre te las arreglarás porque siempre lo has hecho. Ordenas tu vida de una
forma en que no tienes que leer o escribir. Vivirás de la tierra o dependerás de Eliza
y Sebastian como siempre lo hiciste, para que tus viajes a la ciudad sean limitados
y no tengas que preocuparte por parecer lento o extraño frente a otros.
Y confieso que tuve mano en eso. No porque no quería que mejoraras, sí lo
quería, sino porque siempre estuve fuera de mi elemento con tus desafíos. Pero
también estaba protegiéndote. Asegurándome que nos quedáramos en el viñedo,
solo yo y mi hijo.
Y eso también fue por una buena razón.
Tal vez te preguntas qué razón fue esa. Y llegaré a eso, Achille, lo prometo.
Pero primero, hay algunas cosas que no sabes acerca de tu madre, acerca de tu
madre y yo. Cosas que he ocultado para protegerte. Para proteger el recuerdo de
tu madre.
Tu madre era todo para mí. Abrielle era la razón por la que respiraba. Era el
amanecer y el crepúsculo y todas las horas en medio. Éramos almas gemelas,
separadas, pero nunca estuvimos sin problemas.
Verás, Achille, cuando conocí a tu madre, éramos jóvenes. Al momento en que
puse mis ojos en ella, el tiempo se detuvo. Cuando la conocí en Orvieto, cantando
villancicos alrededor del árbol en la nochebuena, con nieve cayendo alrededor de
su hermoso rostro, supe que había encontrado mi hogar. Abrielle alzó la mirada de
su libro de canticos y miró al otro lado del árbol, y supe que había encontrado su
hogar en mí también. A la gente le gusta decir que el amor a primera vista es un
mito, ese amor instantáneo es para las páginas de los libros de fantasía.
Pero no es así. Yo lo viví. Tu madre y yo éramos la prueba de eso.
Nos casamos dos meses después, y se mudó a mi casa en el viñedo. Tu madre
era una campeona de adiestramiento, y rápidamente se convirtió en el más notorio
jinete en el equipo de salto y adiestramiento del rey Santo.
Amaba su vida, dedicándose a su pasión, y yo amaba la mía. No pasó mucho
tiempo antes de que quisiéramos un hijo propio. Queríamos a un hijo para
completar nuestra familia…
Pero eso no estaba destinado a ser. Lo intentamos, Achille. Por años lo
intentamos, y a pesar del amor que sentíamos por el otro, el hecho de que no
estuviéramos concibiendo un hijo se convirtió en una plaga entre ambos. La
depresión de tu madre se asentó y la llevó a un solitario y desesperado lugar. Un
lugar donde no podía seguirla.
Buscamos ayuda, respuestas a cual fuera el problema. Y las respuestas fueron
directas. El problema era yo. No podía tener hijos, Achille. Yo, el hombre que
amaba a tu madre con todo lo que era, no podía darle a mi alma gemela la única
cosa que más deseaba.
No pude darte a ella.
Te conozco, hijo. Sé que mientras lees esto te preguntas si has entendido
correctamente mis palabras. Y así es. No podía tener hijos, y mi corazón se rompió
mientras, sin poder hacer nada, observaba a tu madre alejarse más y más de mí,
ahogándose en olas de tristeza.
Perdimos nuestro camino. Vivíamos juntos, dormíamos al lado del otro cada
noche, pero no estábamos bien, no éramos nosotros. Estábamos perdidos en la
pesada lluvia… y fue entonces cuando tu madre se marchó a una gira de
campeonato con el rey.
No podía dejar el viñedo por la cosecha. Y ella no quería quedarse. Así que fue.
Asistió y ganó cada competición en la que entró, haciéndose renombrada en la
comunidad equina y aclamada en su deporte. Pero sus victorias, su hermosura y
su espíritu también lograron ganarse el afecto del rey. En ese año, el rey Santo
apenas vino a casa, en cambio eligió viajar con el equipo. La reina se quedó con el
joven príncipe.
El rey Santo nunca vino a casa por tu madre, Achille. El rey Santo se enamoró
perdidamente de mi Abrielle y, todavía me duele decirlo, ella también sentía afecto
por él.
No culpo a tu madre, Achille. Era joven y triste y estaba lejos de casa. Y
aunque nunca tuvo su corazón como yo, sabía que también lo amaba. Cuando tu
madre vino a casa me contó todo de una vez. Sus lágrimas eran gruesas y plenas
mientras confesaba su infidelidad.
Me tomó un tiempo, pero la perdoné. La amaba. Todavía era mi otra mitad.
Y yo era la suya. Y a pesar de la grieta en mi corazón que su aventura provocó, eso
hizo que tu madre volviera a mí. Se fue el dolor, y se fue la tristeza. Tenía a mi
Abrielle de regreso. Elegí perdonarla. Muchos no lo habrían hecho, pero era mi
corazón y mi dolor, y elegí la pesada ruta del perdón.
Ganó su último campeonato, luego vino a casa para siempre. Le dijo al rey
que habían terminado y finalmente la tuve de regreso.
Luego un mes después descubrimos que estaba embarazada. No fue un
milagro médico. Ambos sabíamos cómo quedó embarazada, y que no era yo quien
lo hizo. Ambos sabíamos el bebé de quién llevaba. Luché al principio, hijo. Fue una
daga a mi corazón. Pero cuando naciste, todo ese dolor fue llenado con la luz más
grande. Cuando te sostuve en mis brazos y me miraste a los ojos, sabía que era tu
papá. Eras mi hijo.
Y entonces mi Abrielle murió. Justo frente a mí, murió con lágrimas de tristeza
en sus ojos. Pero no antes de que te dijera que te amaba y que yo era tu padre. Sabía
que te amaría. Sabía que estarías a salvo. Creyó que su muerte, la razón por la que
estábamos siendo separados, era porque estaba siendo castigada. Pensó que la
muerte y no llegar a conocer a su hijo era el castigo por descarriarse.
Nunca creí eso. Y todavía no lo hago. Porque nada, ni siquiera la muerte,
podría apartarla de mí. Se quedó conmigo a través de ti. Te parecías tanto a ella,
hijo. Tus maneras, tu timidez, tu amabilidad… eran de tu madre. Aunque llevabas
los ojos de tu padre. Su altura y robustez. Mientras más crecías, más veía de él en
ti.
Y entonces te hiciste amigo de Zeno. Te convertiste en el mejor amigo de tu
hermano, como si el destino los hubiera empujado juntos, el hijo de un vinicultor y
el príncipe; como si el destino siempre hubiera sabido que deberían haber estado
cerca. Y amabas a Zeno como un hermano. Mi tímido niño había encontrado a
alguien con quien ser él mismo. Atesorabas sus visitas cuando jugaban en el
camino.
Entonces un día el rey apareció en mi viñedo y los vio a ambos jugando en el
campo más allá. Fue la primera vez que lo había visto desde que tu madre murió.
Una mirada a mis ojos y supo que sabía sobre su romance. Sabía que habíamos
tenido un hijo. Y cuando viniste corriendo hacia el viñedo, con Zeno atrás, vi el
momento en que sus ojos supieron que eras suyo. Tú y Zeno, riéndose lado a lado.
Similares en el color del cabello y los ojos. La misma estatura, la misma
constitución, la misma sonrisa.
Ambos Santo.
Me llevó a un lado y me exigió la verdad. Así que le dije. Fue el día más
aterrador de mi vida. Temí que te apartaría de mí. Vi en sus ojos que todavía
amaba a tu madre, todavía lloraba por ella. Ambos compartíamos ese dolor. Y
entonces ahí estabas tú, la mezcla perfecta. Una pieza de Abrielle en su tierra, con
su sangre corriendo por tus venas.
El rey Santo regresó a la mansión con Zeno. Días después, Zeno fue enviado
a Florencia, y una semana después de eso, la reina se marchó a Austria. Nunca
regresó.
Porque el rey Santo le contó sobre ti y ahora eras un príncipe por derecho. Le
dijo a su esposa que quería declararte como suyo públicamente. Quería que Zeno
tuviera a su hermano en su vida. Él… estaba feliz de que fueras suyo, hijo. Quería
conocerte. Quería amarte.
Pero su hermano Roberto y sus consejeros le advirtieron que no lo hiciera. Su
reputación estaría arruinada. Su esposa sería humillada. Estaba tan molesto con
él cuando eligió escucharlos a ellos y negarte. Pero entonces nunca dejó la casa.
Comenzó a visitarte con frecuencia. Y cada vez que venía, se sentía más y más
enamorado de ti. Y podía ver que también te caía bien.
Cuando la escuela se hizo muy difícil para ti, le pedí su ayuda. Los rumores de
cómo te parecías a él ya habían empezado a extenderse en la escuela a la que
asistías cuando intentó intervenir. Te sacó, y confié en él cuando dijo que era
porque quería lo mejor para ti. Rápidamente se hizo claro que estaba ocultándote.
Mi hermoso niño estaba siendo apartado, un secreto, para que su aventura no
fuera expuesta. Y tan avergonzado como estoy, lo permití. Sé que cedí a tu petición
de no volver a la escuela porque también quería proteger a tu madre. Pero estuve
muy equivocado al hacerlo. El rey te amaba, pero aun así no pudo levantarse
contra el mundo de sangre azul que reinaba y aceptarte.
Entonces te volviste indispensable para él porque eras mi heredero. Me
seguirías continuando con la elaboración del merlot de Bella Collina. Y eras mejor
que yo. Creía que el rey te amaba, pero él sabía que evitar que leyeras y escribieras
te animaría a quedarte en el viñedo. Podía ver que también querías eso. Pero te
fallé. Me gustaba que trabajaras a mi lado; atesoraba cada día. Así que dejé que
pasara. Me arrepentiré de eso por siempre. Algunas veces me pregunto si era tan
egoísta como el rey, manteniéndote protegido para poder tenerte como mi hijo.
Siempre seré tu padre, Achille. Eras mío y te eduqué lo mejor que pude, pero
tienes derecho a saber la verdad. Nunca te dije cuando estaba vivo porque no
estabas listo. Vivías en el pequeño mundo que el rey y yo habíamos creado para ti,
y sabía que no estarías listo para escuchar esta verdad hasta que tomaras por tu
cuenta buscar algo más. Sabía que algún día el chico que eduqué conquistaría sus
demonios. No sabía cómo ni cuándo, pero sabía que lo haría. Cuando ese día
viniera, sabía que finalmente estarías listo para escuchar la verdad.
Para aceptar tu derecho de nacimiento.
Achille, mi hijo, eres un Savona. Para todos los intentos y propósitos, eres un
príncipe ancestral de Italia. Siempre fuiste mejor que yo, más dulce, amable y más
talentoso. No eres simplemente el hijo de un sencillo vinicultor, sino un portador de
sangre azul de siglos de familia de reyes y reinas.
Para mí, siempre serás mi hijo. Pero necesitas saber la verdad.
Te amo.
Tu madre te amaba.
Así como el rey.
Se bueno, hijo mío. Sé el príncipe que naciste para ser.
Tu orgulloso padre.

Mientras leía la última palabra, mi corazón se rompió en pedazos. Me di cuenta


que no podía moverme. Así que me senté en la cama, con las manos temblando y las
lágrimas cayendo por mis mejillas. Porque todo lo que conocía era una mentira.
Por primera vez en semanas, deseé no haber conocido a Caresa nunca. Porque
Caresa me había traído el regalo de las palabras y los libros. Pero también me había
traído esta verdad, esta verdad que no quería.
Así que sólo me sentaría ahí por un rato más… y en algún momento, cuando
pudiera reunir el coraje, me movería…
…¿y hacer qué?
No tenía idea alguna.
Caresa
—Creo que los estás convenciendo. Brava —susurró Zeno mientras me daba
vueltas por el salón de baile, todos los invitados mirando con sonrisas en sus rostros.
Mis mejillas dolían por la sonrisa que llevaba mientras bailábamos por la habitación.
Quería dar un paso atrás y decirles que todo esto era una broma. Quería que
Achille caminara por las puertas principales. Usando un traje y corbata con una
máscara adornando su rostro. Quería bailar con él como si fuera mi príncipe. El
príncipe que amaba y adoraba y con quien quería estar comprometida.
Cuando la canción llegó a su fin, me incliné a Zeno mientras la multitud
aplaudía e inundaba la pista para bailar de nuevo. Mientras la gente se precipitaba
entre nosotros, todos girando en una dirección, me di la vuelta y caminé hacia la otra.
Zeno ni siquiera intentó detenerme mientras huía por las puertas.
Pia se apoderó de mi mano mientras pasaba, haciendo que me detuviera.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sólo necesito ir a mi habitación por un momento. Si alguien pregunta, diles
que he ido a tomar aire fresco.
—Caresa —empezó, a punto de decirme que no tenía que hacer esto. Pero
negué, pidiéndole silenciosamente que no comenzara. Me soltó el brazo.
Salí por las grandes puertas y me dirigí a mi habitación. Tan pronto como
estuve a salvo, presioné mi mano encima de mi corsé e intenté respirar. Entré a la
sala de estar, sintiendo una brisa que venía de mi dormitorio. Me trasladé a mi
habitación para ver las puertas de mi balcón abiertas. Mi corazón se aceleró.
—¿Achille? —susurré, buscando en mi baño y en el armario. Estaban vacíos.
Pero él había estado allí, estaba segura.
Entonces me encontré con una vista familiar en mi almohada. Una sola rosa
blanca colocada donde dormía. Pero mientras miraba alrededor de la habitación de
nuevo, algo no se sentía bien dentro de mí. ¿Por qué no se quedó? ¿Por qué no esperó
por mí?
Corrí a través del dormitorio y vi que la luz de su cabaña estaba encendida.
Debatí sobre qué hacer. El baile no estaba cerca de terminar. Estaba vestida con un
traje de gala y máscara. Pero me quité la máscara, y a pesar de la nieve y el hecho que
mis brazos estaban desnudos, salí corriendo del balcón hacia Achille.
Mi respiración eran ráfagas blancas mientras corría tan rápido como podía,
deslizándome en el suelo congelado con mis tacones estilo vintage, inspirados en el
renacimiento. Se sentía que tardaba una eternidad en llegar allí, y con cada paso que
daba, sentí una sensación ominosa en mi estómago. Algo no estaba bien con Achille.
Podía sentirlo. Era fácil de predecir. Normalmente, me habría esperado en mi
habitación. Pero no se había quedado, lo que me hacía pensar que algo estaba
definitivamente mal.
Pasé por su valla y puerta principal, mi pecho seco por respirar el aire de
invierno. Su fuego estaba apagado, haciendo que la pequeña habitación se sintiera
fría y oscura.
—¿Achille? —grité mientras corría a su habitación.
Me congelé en la puerta. Estaba sentado en el borde de su cama, sosteniendo
una carta en su mano. Mi estómago cayó cuando vi que estaba mortalmente quieto
excepto por el torrente de lágrimas que le caían por las mejillas. Su rostro estaba tan
pálido que estaba seguro que estaba enfermo. Me agaché y arrodillé frente a él.
—¿Achille? ¿Amore? ¿Qué pasa?
Extendí las manos y coloqué mis palmas a ambos lados de su rostro. Estaba
muy frío. Mis manos se empaparon por sus lágrimas. Lágrimas de simpatía se
formaron en mis ojos mientras esperaba conteniendo el aliento para que hablara.
Levantó lentamente la cabeza y movió la boca… pero no salió nada.
Lo vi luchando por encontrar algo que decir, cuando en lugar de eso, me entregó
la carta. La tomé de sus manos temblorosas.
—¿Quieres que la lea? —Achille asintió. Sus ojos se clavaron en los míos, como
si estuviera buscando algún tipo de alivio, un respiro de lo que le perseguía—. Está
bien, amore —lo tranquilicé. Me senté en el suelo y empecé a leer. Y con cada nueva
línea mis emociones se volvieron un caleidoscopio: dolor, felicidad, intensa sorpresa
y tristeza… y luego…luego…—. No —susurré cuando se reveló el secreto de su padre—
. Achille… —Leí del rey Santo y Zeno, sobre Achille siendo sacado de la escuela y por
qué, y con cada palabra leída, mi corazón se hizo añicos, huyendo de mi pecho pieza
por pieza dejando una oscuridad en su estela.
Cuando terminé la última línea, dejé caer la carta a mi lado. Achille seguía
siendo una estatua a mi lado. Pero sus ojos estaban en los míos, desesperados,
heridos y destrozados hasta el alma.
—Amore —dije mientras lo envolvía en mis brazos y lo sostenía cerca. Su
respuesta se retrasó, la sorpresa aún se asentaba. Luego, con un doloroso sollozo, se
lanzó hacia mí, sus brazos alrededor de mi cintura y su cabeza en el hueco entre mi
cuello y hombro. Se desmoronó mientras limpiaba el dolor de su cuerpo. El
conocimiento de que era el hijo del rey Santo.
Achille era un príncipe.
Mi Achille… nació siendo un príncipe.
—Shh. —Pasé una mano por su cabello. Estaba tan envuelta consolado a mi
Achille, que no escuché los pasos entrando a la casa. No oí a alguien moverse en la
puerta de la habitación de Achille hasta que una voz habló.
—Bueno, es bueno saber que mis sospechas eras correctas.
Achille y yo nos quedamos paralizados al oír la voz profunda de Zeno.
Achille sorbió y movió la cabeza para poder sentarse. Reuní mi compostura y
me puse de pie. Me volví hacia Zeno, que estaba llenando la puerta, sus brazos
cruzados sobre el pecho.
—No ahora —dije en seco, secando las lágrimas de mis ojos.
Zeno alzó una ceja.
—Dejas el baile de máscaras ni siquiera a mitad de la fiesta para venir y follar a
tu amante, ¿y crees que está bien?
—Detente —dije y vi una sonrisa en los labios de Zeno.
—A pesar que piensas que puedes hacer lo que quieras, Caresa, nuestros
invitados estaban preguntando dónde estaba la futura reina. No me tomó mucho
tiempo adivinarlo cuando las puertas de tu balcón estaban abiertas… de nuevo. —
Sentí toda la sangre abandonar mi rostro—. ¿Crees que no sabía que estabas
acostándote con Achille? Tengo cámaras de vigilancia, Caresa, y por no mencionar
que no eres exactamente discreta cuando te vas corriendo a su cabaña a medianoche,
o él a tu habitación. —Zeno alzó su barbilla—. Pero esto termina ahora. Nos
casaremos en cuestión de semanas, y eso tiene que terminar. Has tenido tu diversión
y yo la mía. Tenemos a los aristócratas de Italia esperando a que vuelvas. Es tu deber.
La sangre que corría por mis venas se puso caliente.
—No voy a volver. Puedes decirles lo que queras. Diles que estoy enferma, o lo
que quieras, pero no voy a volver. Achille me necesita.
Zeno abrió la boca para discutir, y sentí a Achille ponerse de pie detrás de mí y
tomar la carta de mi mano. Ni siquiera me había dado cuenta que aún la sostenía.
Zeno se enderezó y le dirigió a Achille una mirada interrogante. Volví a mirar a
Achille. Tenía los ojos rojos e hinchados de llorar.
—Léela —dijo Achille, ofreciéndole la carta a Zeno. Las cejas de Zeno se
juntaron. Me miró, luego a Achille. Y por primera vez, lo vi. Lo vi tan claro como el
día.
Su parecido, estaba allí. Su color de cabello era el mismo. El color de sus ojos
era exactamente el mismo. Incluso la forma en que la frente de Zeno se arrugaba en
confusión era la misma que la de Achille.
—¿Leer qué? —preguntó Zeno con recelo. Pensé en lo que estaba a punto de
descubrir. Sobre su padre, sobre por qué se lo llevaron, y el hecho de que Achille era
su hermano. No solo Achille iba a ser despedazado esta noche. El mundo de Zeno
también estaba a punto de estallar en pedazos.
—Léela —me encontré diciendo, después de que Zeno no se movió y el silencio
se hizo demasiado fuerte. Tomé la carta de Achille y se la di a Zeno—. Tienes que
leerla.
Zeno me miró escépticamente, pero luego acercó la luz y empezó a leer. Me
moví para estar junto a Achille, quien estaba congelado a mi lado. Pero nunca apartó
los ojos de Zeno. Pasé mi mano por la de Achille y la apreté con fuerza. Lo escuché
tomando aliento, pero me mantuve centrada en Zeno. Y vi el momento en que su
rostro se volvió blanco ceniza. Sus manos temblaron, luego se tensó, cada músculo
en él se tensó.
Luego lo volvió a leer. Leyó toda la carta dos veces antes de levantar la cabeza.
—No —dijo, su voz baja y llena de veneno—. ¿Qué es esto? —espetó y levantó la
carta—. Esto no es cierto. —Zeno negó y sentí a Achille comenzar a temblar. Pero no
era de miedo o dolor, era de rabia. Podía sentir el calor de rabia que irradiaba de él—
. ¡Esto es falso! —gruñó Zeno.
—Mi padre no miente —dijo Achille con los dientes apretados—. Nunca
mentiría.
Zeno sostuvo la carta en el aire mientras su rostro enrojecía aún más.
—Bueno, según esto, ¡él no es tu padre!
—¡Zeno! —grité, moviéndome para pararme frente a Achille, quien respiraba
demasiado rápido. Zeno seguía mirando fijamente a Achille y Achille a él. Miré entre
ellos. Había sido una tonta al no haber visto el parecido antes. Porque ciertamente
eran hermanos. Tan similares en ciertas maneras, tan parecidos en apariencia—.
Zeno. Míralo. Tienen los mismos ojos, la misma altura, estructura… Dios, Zeno, es
tu hermano. ¡Tienes que verlo! Su padre no mintió. ¿Por qué mentiría?
—¿Para obtener dinero? ¿Estatus para su único y lento hijo después de que
muriera? ¿Porque odia a mi padre? ¡Cualquiera de esas cosas!
—No lo haría —dijo Achille. Me estremecí ante lo bajo y amenazadora que
sonaba su voz. Era mi hombre callado, calmado y tímido. Nunca hablaba de esa
manera.
Zeno dio un paso adelante.
—¡No eres mi maldito hermano! ¡Tu padre era un mentiroso malicioso, y los
dos no son nada! —Arrugó la carta y la tiró al suelo.
Eso fue todo lo que necesitó para que Achille se rompiera. Cuando el papel
arrugado cayó al otro lado de la habitación, Achille corrió a mi alrededor y llevó a
Zeno al suelo. Golpearon el suelo con un ruido sordo, y Achille clavó el puño en el
rostro de Zeno. Pero estaban igualados en fuerza y altura, y en poco tiempo Zeno le
devolvió el golpe.
Sangre salpicó el suelo mientras se agarraban y golpeaban.
—¡Deténganse! ¡Alto! —grité, corriendo para separarlos. Pero Achille y Zeno
eran hombres poseídos, lanzando golpes sobre el otro—. ¡PAREN! —grité tan fuerte
como pude, atrapando el brazo de Achille lo suficiente como para empujarlo
ligeramente hacia atrás, separándolos.
Zeno se puso de pie y se limpió la sangre de su labio cortado y nariz. Su cabello
estaba desaliñado y su traje destrozado. Sus ojos salvajes cuando señaló a Achille y
chasqueó:
—Toma tus cosas y sal de mi tierra. ¡No eres mi hermano y no recibirás dinero
de mí! Tienes suerte que tu padre esté muerto, o lo demandaría por difamación.
Ahora, ¡vete a la mierda!
Zeno huyó a través de la puerta, y tuve que apoyarme frente a Achille para
impedir que corriera tras él. Se alejó de mi agarre, corrió a la esquina de la habitación
y recogió la carta de su padre. La colocó en la cama y trató de enderezar las páginas.
Y eso es lo que más me rompió. Un hombre confundido y magullado intentando
desesperadamente aferrarse al único padre que había conocido, el que acababa de
decirle que no era su padre después de todo. Manchas de sangre empezaron a
manchar las páginas. Me acerqué y con suavidad quité sus manos de la carta. Me
miró, sus ojos vidriosos y salvajes. Su labio estaba cortado, y un moretón ya
empezaba a formarse en su ojo hinchado.
—Mi carta —dijo con tono áspero, tan suavemente que me destruyó—. Tengo
que salvar la carta.
—Lo sé —dije suavemente—. Pero la estás manchando con sangre. —Achille
apartó las manos de la carta como si de repente fuera una página ardiente. Se paró
en medio de la habitación, mirando alrededor, completamente perdido. Se esforzó
por respirar mientras sus lágrimas seguían cayendo.
Dejando la carta, me paré frente a él y acaricié sus mejillas. No pudo mirarme
al principio, pero luego de respirar profundo, encontró mis ojos.
—Nos iremos —le dije. Me dirigió una mirada vacía—. Mi familia tiene una villa
a las afueras de Parma. Tomaremos el auto viejo de tu padre y nos iremos esta noche.
Necesitamos pasar algo de tiempo y averiguar qué hacer. Nos iremos lejos. Sólo tú y
yo. Haremos que Sebastian y Eliza vean a los caballos. ¿De acuerdo?
Achille respiraba con dificultad, pero asintió, acurrucando su mejilla en mi
palma. Me fundí, lágrimas corriendo por mis mejillas mientras él buscaba mi
consuelo. Me incliné hacia adelante y presioné mi frente contra la suya.
—Necesito cambiarme y tomar algunas cosas. Empaca una bolsa. Volveré
pronto, luego nos iremos. ¿Está bien?
—Está bien—susurró. Echó hacia atrás la cabeza y buscó mi rostro. El dolor en
su mirada azul era desgarrador.
—Superaremos esto, amore —dije. Lo besé en el lado no cortado de su labio y
susurré—: Te amo.
Me devolvió el beso.
—Te amaré por siempre.
Ti amo per sempre.
Me obligué a retroceder y corrí de vuelta hacia la casa. Me pregunté qué excusa
había dado Zeno a los invitados, si es que había regresado. Pero no me importaba;
simplemente seguí corriendo. Una vez en mi habitación, me puse unos jeans y un
suéter, y empaqué todo lo que pude en una bolsa. Pensamientos de Zeno tan enojado,
y Achille tan herido, se arremolinaban en mi cabeza a cada paso. Los dos peleando,
golpeándose mutuamente, estimulando el dolor mutuo.
Fue un desastre.
Todo era un desastre.
Cuando entré en la casa de Achille, estaba silencioso.
—¿Achille? —grité, corriendo a revisar todas las habitaciones. Corrí hacia al
granero, luego a los establos, buscando dónde podía estar.
Y entonces noté que el viejo auto de su padre no estaba en el garaje detrás del
granero. Negué, retrocediendo hacia la casa. No lo haría. Él no me habría dejado.
No se habría ido sin mí.
Entré de nuevo a su casa, mi corazón agrietándose cuando la verdad comenzó
a encajar. Y entonces vi un pedazo de papel sobre una almohada en su cama, la
almohada en la que dormí… al lado de una sola rosa blanca. Mis pies eran como
plomo cuando me acerqué, mi kilómetro verde personal.
Con mano temblorosa, me agaché y la volteé, y caí al suelo en un torbellino
confuso de devastación y orgullo. Achille había escrito, él nunca había escrito antes,
pero las palabras desordenadas me cortaron en dos.

Mi amor,
Lo siento,
Te amaré por siempre.
Achille.

Un sollozó salió de mi garganta mientras era arrasada por una tristeza tan
consumidora que no estaba segura de sí sobreviviría. Se había ido, la otra mitad de
mi alma se había ido, y también había llevado mi corazón con él. Todo lo que podía
pensar era en cuánto debió haber estado sufriendo cuando se fue. ¿Y dónde había
ido? ¿A quién más tenía? Estaba tan solo.
Lloré y lloré hasta que mi garganta estuvo áspera y mi pecho dolió.
Eventualmente, me levanté del suelo y regresé a la mansión. Cuando llegué a mi
balcón, Zeno estaba apoyado contra la barandilla. Echó un vistazo, a mi rostro
lloroso, y una extraña expresión brilló en su rostro. Casi creí que era una tristeza
compartida, y tal vez arrepentimiento también, pero cuando enseñó de nuevo su
habitual expresión fría, supe que debí estar equivocada.
Cuando pasé junto a él, dije:
—Se fue.
Estaba a punto de pasar por mis puertas cuando Zeno dijo:
—Bien. Tal vez ahora empezarás a cumplir con tu deber y lo olvidarás. Nos
vamos a casar ya sea que nos guste o no. Es lo que debemos hacer. Y es hora de que
dejes de engañarte pensando que podrías huir hacia el atardecer con un vinicultor
pobre. Nunca ocurrirá, duchessa, no para personas como nosotros.
Con eso se fue.
Achille también se fue.
Y mientras me acurrucaba en mi cama, agarrando la rosa que Achille me había
traído, releí la carta que me había escrito. La leí hasta que el sueño llegó, dándome
un indulto temporal del insoportable dolor en mi corazón.
Caresa
Una semana más tarde...
—Duchessa, te ves hermosa.
Miré mi reflejo en el espejo de cuerpo completo, pero no sentí nada. Estaba
entumecida. Había estado entumecida durante los últimos siete días, desde que él
me había dejado. Hoy era la última prueba de vestido para el día de mi boda. En
realidad, era muy extraño: estaba aquí vestida exactamente como siempre había
imaginado, en el vestido de encaje de mi sueño con mangas largas, cintura
encorsetada y una falda de seda que fluía. Y llevaba el velo hasta el suelo, adornado
con vides de seda que había querido desde que era una niña. Hoy debería haber sido
el día más feliz de mi vida.
Lo sentía como el peor. Estaba en una pesadilla de la que no podía escapar, y el
héroe que quería que viniera y me salvara, me había dejado sola. Había llorado
durante siete días seguidos. Ahora solo había un sentimiento profundo y oscuro de
nada.
Maria, Julietta y su asistente se perdieron en la emoción, tomando fotos para
cualquier cambio de última hora que se haría esta semana. Pero permanecí en
silencio. No estaba segura de qué decir de todos modos.
—¡Espere a que sus padres vean esto, duchessa! Ellos llegan la semana que
viene, ¿verdad? —preguntó Julietta mientras empezaba a desabrocharme el vestido.
—Sí —respondí. Me estaba asegurando de escucharlos lo suficiente para
responder a cualquier pregunta.
—¡Estarán encantados! —dijo Julietta alegremente, claramente satisfecha con
su trabajo. Como debía ser, el vestido y el velo eran maravillosos. Si estuviera de
humor para sentirme entusiasmada con tal cosa, compartiría su alegría por un
trabajo bien hecho.
Me cambié y me puse una bata mientras empacaban todo. Me senté, bebiendo
un caffè mientras miraba fijamente las llamas del fuego que había encendido en mi
dormitorio. Estaba llegando la Navidad ahora y el personal de la casa había decorado
mis habitaciones. Olían a pino y a canela del árbol excesivamente decorado, y el
fuego crepitante nunca se apagaba.
Maria vino y se sentó a mi lado.
—Contessa Florentino ha llamado, duchessa. A ella le gustaría organizar un
almuerzo en algún momento esta semana. —Pia. Pia quería verme.
Bajé mi taza y negué.
—No, gracias. Por favor, declina. No voy a tener ningún compromiso esta
semana.
Maria suspiró frustrada.
—Ha cancelado todas las de la última semana, duchessa. ¿Y ahora esta semana
también? Pronto es Navidad y la ciudad espera que usted haga una aparición.
Debería haber estado en Florencia hace días. Hay festividades para asistir. Nuestra
sociedad espera su presencia en estas funciones debido a que usted es su futura reina.
—Zeno puede ir en mi lugar —dije y acurruqué mis piernas en la silla. Me volví
hacia el fuego, abrazándome la cintura.
—El rey tampoco irá. Creo que la está esperando.
Me estremecí cuando Maria llamó a Zeno “rey”. La palabra me hizo pensar en
Santo y en el lío que hizo cuando sedujo a Abrielle Bandini y se la arrebató a su
marido. Cuando tuvo un hijo y se negó a reconocerlo como heredero, porque nuestra
preciosa sociedad lo consideraba inapropiado. Entonces, comprendí lo que ella dijo.
—¿Zeno todavía está aquí?
—No se ha ido en una semana tampoco. Ambos se fueron del baile y se han
estado ocultando en sus habitaciones durante una semana. Nos están preocupando
a todos. El rey solo ve a su secretaria. —Maria se acercó—. Dijo que lo habían herido.
Tal vez golpeado. No lo dirá.
—No lo sabría —dije vagamente y luego me volví para mirar de nuevo las
llamas.
—Bueno, sus padres deberían llegar la próxima semana. ¿Va a ir al palacio para
reunirse con ellos o seguirá escondida aquí?
—No quiero irme de aquí —murmuré. En caso que él regrese.
—El rey ha cancelado el banquete de Navidad en el palazzo, pero la boda se fija
para el Duomo en la víspera de Año Nuevo, y usted tendrá que estar allí algunos días
antes. Ese es todo el tiempo que puedo darles. —Maria se puso en pie y,
sorprendentemente, me puso la mano en la cabeza. El gesto cariñoso trajo lágrimas
a mis ojos. Había estado tan cerrada, tan desprovista de afecto desde que se fue, que
no me di cuenta de lo que me haría el contacto cariñoso de alguien.
Maria me besó la cabeza.
—Sé que estos matrimonios pueden ser duros, especialmente para una joven
como usted. Los matrimonios sociales tienen una forma de parecer fría y rutinaria.
Todo lo que cualquier novia quiere para su gran día es ser amada y tener mariposas
revoloteando en su estómago cuando sus ojos aterricen en su novio. —Se alejó,
dejando que las lágrimas encontraran mis mejillas—. Pero el rey es un buen hombre.
Y el hecho que se haya quedado aquí cuando usted se siente tan mal es un testimonio
de lo mucho que ha cambiado por usted.
Maria se volvió hacia la puerta.
—Voy a dejar sin compromisos su semana. Pero a partir de la próxima semana,
duchessa, debe esforzarse más.
En el momento en que me dejó sola, me quebré, preguntándome cómo había
llegado a este momento. ¿Y Zeno? ¿Por qué estaba todavía aquí? No había hablado
con él ni una vez desde aquella noche.
Al ver que eran casi las once de la noche, me levanté de la silla y me vestí. Me
puse el pantalón de montar de Abrielle, un par de botas cortas y un suéter.
Envolviéndome en una bufanda, abrigo y guantes, salí de mi balcón y comencé a
caminar hacia la casa de Achille. Como todos los días desde que se había ido, cuanto
más cerca estaba de la casa, más mis sentimientos se mezclaban. Me encantaba este
lugar, encontré comodidad en sus pequeñas murallas, pero no ver a Achille en los
campos o en el granero era una daga en el corazón.
Sin embargo, venía todos los días. Todos los días vivía con la esperanza que
regresaría.
Pasé por la puerta y revisé la casa. Estaba vacía, como todos los días de esta
semana, pero estaba limpio y esperando su regreso. Me había asegurado de ello.
No necesitaba quedarme allí, fui al granero y abrí las puertas. Escuché los
sonidos ansiosos de pezuñas en los pisos de las caballerizas, y una breve sonrisa llegó
a mis labios. Cuando llegué a los establos, Nico y Rosa tenían las cabezas sobre las
puertas. Les di palmaditas a cada uno en el cuello, besándoles la nariz.
—¿Están listos para salir? Siento llegar tarde hoy, tenía una cita que no podía
cancelar. —Los solté del potrero y puse un poco de heno. La hierba estaba escondida
debajo de una ligera capa de nieve y era difícil para ellos comer.
Cuando los caballos estuvieron contentos, entré en el granero y respiré hondo.
Hoy era el día en que Achille debía haber iniciado el embotellado del merlot. Él no
estaba aquí, así que yo tendría que hacerlo. Me había hablado del proceso hace varias
semanas y me prometió que me dejaría ayudarlo cuando llegara el momento. La
cosecha de este año, según la estimación de Achille, sería la mejor. No dejaría que
todo esto destruyera el vino.
Este vino era su pasión, su vida. Necesitaba hacerse.
—Bien. —Me quité mis guantes. Prendí el fuego y traté de calentar el vasto
espacio. Y entonces empecé. Ordené las etiquetas ahora corregidas y recogí las
botellas y los tapones vacíos que se utilizarían. Busqué el líquido de saneamiento y
el sifón, y comencé la ardua tarea de limpiar las botellas de vino. Me tomó horas,
pero no me detuve. Necesitaba seguir.
Cuando terminé de limpiar la última botella, alguien tosió desde la puerta.
Levanté la cabeza. Zeno entró en el establo, con las manos en los bolsillos de sus
jeans oscuros. Llevaba un suéter, bufanda y guantes. Así, lucía como cualquier otra
persona. Sin traje, sin actitud, sólo... normal.
Pero mi rabia hacia él seguía hirviendo a fuego lento. Por cómo trató a Achille,
llamándolo lento, insultando a su difunto padre con tanta brutalidad. Por intentar
arruinar la carta y por echarlo de su tierra como si no fuera nada.
—¿Qué quieres? —pregunté con frialdad.
Zeno se detuvo en seco. Esperé que dijera algo a cambio, pero inclinó su cabeza
en señal de derrota.
—No he venido a pelear contigo, Caresa. —No respondí nada. Zeno se adelantó,
mirando lo que había estado haciendo, a las botellas que había limpiado—. ¿Qué
estás haciendo?
—Embotellando —dije con fuerza, luego continué con mi tarea, lavando con
solución desinfectante y preparando el sifón para sacar el vino envejecido de los
barriles.
—¿Sabes cómo hacer esto?
Zeno se paró a mi lado, observándome con interés. Asentí.
—Achille me enseñó antes de... —Que se fuera, quería decir. Pero si lo hacía,
sabía que iba a perder el control de mi ira y caería sobre Zeno.
—¿Te enseñó todo el proceso del merlot?
Asentí de nuevo, luego dejé caer el sifón que estaba sosteniendo. Apoyé la
espalda contra el mostrador, recordando cuando Achille preparó el almuerzo y me
preparó café en aquellos primeros días. Tuve que apartar rápidamente esos
pensamientos. Si los dejaba, me ahogaría en la tristeza.
Y tenía un trabajo que hacer.
Zeno apoyó su espalda a mi lado y miró desde las puertas del granero a la nieve
que caía ligeramente.
—¿Vienes aquí todos los días?
—Sí —respondí—. Los caballos necesitan cuidado, y sabía que hoy era el primer
día de embotellado. Sabía... sabía que Achille querría que esto se hiciera. Se preocupa
por este vino como nadie lo entendería jamás. Es toda su vida. —Posé mi mirada en
Zeno—. Es todo lo que tiene en el mundo entero. Sin esto, estaría tan perdido. El
mundo exterior lo abruma. Tú… tú leíste en la carta que su padre lo mantuvo
protegido, y por qué. Así tu padre no sería sospechoso de ser el papá de Achille. —
Tragué el bulto que brotaba de mi garganta—. Si no vuelve... si jamás regresa…
querría que el vino de este año estuviera terminado.
Miré directamente a Zeno. Estaba mirando con una expresión ilegible en su
rostro.
—Él cree que este vino será el mejor de todos —dije—. Aunque estoy segura que
cualquier cosa que él produzca sería genial. —Negué—. No tienes idea del tipo de
hombre que es, Zeno. Le importa tanto, ama tanto y tan profundamente que nunca
he visto nada parecido. —Una lágrima cayó por mi mejilla mientras susurraba—:
Sólo quiere desesperadamente ser amado de nuevo. Se merece ser amado de nuevo.
No merece todos estos golpes que la vida sigue dándole, nunca conociendo a su
madre, a su padre muriendo joven y ahora todo esto. —Estudié a Zeno—. No eres tan
diferente, ¿sabes? Ambos perdieron a sus padres, nunca conocieron a sus madres. Y
ambos han tenido que asumir estas cargas solos. —Enjugué la lágrima y miré al
suelo—. Pero Achille no tiene las herramientas que tienes para hacer frente a las
cosas. Y debería tenerlas. Porque si alguien merece felicidad y amor, es él. Siempre
será él.
Zeno no dijo nada durante mucho tiempo, hasta que se pasó la mano por el
rostro y susurró:
—Tú lo amas, Caresa. Realmente amas a Achille.
Me reí sin humor y luché por no desmoronarme.
—Sí... es mi alma gemela.
Zeno parecía confundido, pero luego dijo:
—Me voy a ir por un par de días. Voy a ver a mi tío Roberto en Florencia. —Hizo
una pausa—. Tengo que saber la verdad. Yo… no he pensado en otra cosa la semana
pasada. Como solíamos ser tan cercanos de niños. —Zeno se rió, pero fue doloroso y
corto—. Creo… creo que fue el mejor amigo que he tenido. —Se aclaró la garganta—.
Resultó que podría haber habido una razón para eso. Puede que sea mi hermano. Mi
mejor amigo, a quien mi padre y mi madre me dijeron que nunca volvería a ver,
podría haber sido lo mismo que siempre había deseado: un hermano que se riera y
compartiera mi vida.
—Su padre no habría mentido sobre esto.
—Lo sé —dijo tristemente—. Conocí al señor Marchesi. Fue un buen hombre.
Como Achille.
—Y, sin embargo, lo echaste —dije en voz baja.
Zeno se quedó quieto.
—Sé eso también.
Se apartó del borde del mostrador y se dirigió hacia las puertas. Justo cuando
se estaba yendo, le dije:
—Nada de esto es real, ¿sabes?
Zeno se detuvo y, con hombros tensos, se volvió hacia mí. Me aparté del
mostrador también.
—Todo esto, el mundo en que vivimos. Todo es un espejismo. Vivimos como los
aristócratas de antaño, hablando de orgullo y honor ancestral, pero todo es falso. El
país ya no nos reconoce como nadie especial, solo los familiares de personas que
solían ser alguien una vez. Nuestros títulos son de nombres solamente, los papeles
oficiales del linaje que añadimos con cada nuevo nacimiento son prácticamente
forjados.
»Todos fingimos que vivimos en castillos hechos de piedra, pero en realidad
están hechos de arena, una explosión de viento que se desmorona en el mar del
pasado olvidado. Hablamos de las clases humildes debajo de nosotros como si no
fueran mejores que la suciedad en el fondo de nuestros zapatos. Pero como los dioses
de antaño a los mortales de la tierra, a decir verdad, los envidiamos, porque al menos
son libres. Dime, Zeno, ¿quién vive la mejor vida? ¿Nosotros, sentados en nuestros
tronos falsos solos, o ellos, que pasan cada segundo con sus almas gemelas a su lado,
criando familias y amando sin límites? Somos tontos porque nos vemos como
superiores, cuando realmente todos somos sólo peones miserables en el gran juego
de ajedrez que es nuestra herencia.
Zeno inhaló profundamente.
—Sin embargo, tú y yo seguimos comprometidos. Seguimos haciendo lo que
nuestros padres desean.
El mismo entumecimiento que había sentido todo el día me envolvió como una
manta protectora, evitando el dolor de la ausencia de Achille.
—¿Y no es eso lo más curioso? —dije cansadamente—. Lo más curioso de todo.
¿Que sabemos todo esto, pero no hacemos absolutamente nada al respecto?
—Nunca fue mi intención hacerte infeliz, Caresa —dijo Zeno suavemente y supe
que decía en serio cada palabra.
—Lo sé —susurré en respuesta—. Pero nunca estuvo en tu poder hacerme feliz
tampoco. Ese honor le pertenece a otra persona. Estaba escrito en las estrellas,
mucho antes que naciéramos.
Zeno inclinó la cabeza y se volvió para marcharse. Cuando le di la espalda
también le dije:
—Él sería un mejor príncipe de lo que jamás nosotros haríamos un rey o una
reina. Achille es el tipo de hombre que querrías que tenga el mando de la familia. Él
es el especial aquí, no tú ni yo.
Supuse que Zeno se había ido cuando no hubo respuesta. Pero entonces, justo
cuando tomaba el sifón para embotellar el primer vino, escuché un susurro:
—Lo sé, duchessa. Créeme, estoy empezando a ver eso también.
Las palabras susurradas de Zeno zarparon sobre el viento y golpearon mi
corazón. Y en ese momento deseé que el viento fuera más fuerte, porque entonces
podría llegar a dondequiera que Achille estuviera y llegara a sus oídos. Porque era el
tipo de sentimiento que debía escuchar.
De su hermano.
Su único amigo.
Alguien que debería haberlo amado toda su vida.
Y el hermano que tal vez ahora comprendió que quería que Achille regresara…
casi tanto como yo.
Achille
Sicilia, Italia
—¿Aún te están dado problemas esas manos, Achille?
Me quedé inmóvil, sosteniendo la botella de vino con torpeza en las manos. Mi
zia Noelia se detuvo a mi lado y puso las manos en sus caderas.
Me encogí de hombros, pero continué embotellando, utilizando las técnicas que
había adoptado a lo largo de los años para hacer frente a como a veces mis manos no
funcionaban de la manera en que deberían.
La mano de zia Noelia aterrizó en mi hombro y luego se unió a mí para
embotellar su vino Nero d'Avola. Cuando el primer frasco estuvo lleno, lo puse a la
luz. Este vino tinto era mucho más oscuro que mi merlot, el tono más rico y el sabor
más audaz. Era raro, y su viña era pequeña. No podía dejar de pensar que esto podría
lograr mucho más.
Zia Noelia era la hermana de mi padre. También había crecido en la finca Bella
Collina. Había conocido a su marido, mi tío Alberto, cuando llegó a trabajar en uno
de los otros viñedos en la propiedad, pero en poco tiempo él encontró empleo en su
ciudad natal en el norte de Sicilia. Zio Alberto era un experto en la uva Nero d'Avola.
Hacían un vino raro, único en esta región. Había seguido a su corazón, y mi tía lo
había seguido.
Mientras bajaba la botella, lo primero que pensé fue que a Caresa le hubiera
gustado haber visto este lugar. Desde la viña de mi tía se veía el Lago Arancio. Era
hermoso, tranquilo. El único lugar que tenía en el mundo para salir de Bella Collina.
Zia Noelia y zio Alberto eran la única familia que me quedaba.
Al menos por el lado Marchesi. Ahora estaba Zeno en el lado Savona, pero
trataba de no pensar en eso demasiado en este momento. Había estado aquí durante
ocho días. Cuando había aparecido, mi tía me había echado un vistazo al rostro y
supo por qué estaba allí. Ella no dijo nada excepto:
—Así que ahora ya lo sabes. —Pero eso fue principalmente debido a mí. Me
negué a hablar sobre huir de mi casa esa noche. No le había contado de Zeno, nuestra
lucha, o sobre mí, o mi Caresa.
Incluso al pensar en su nombre, un gran vacío cortaba mi pecho. Porque la
había dejado. Ella me estaba escogiendo, pero no podía ir a Parma con ella. No podía
dejar que huyera de su vida, no por mí. Cuando estuvo conmigo, hizo todo mejor. Me
hizo sentir seguro y completo.
Pero no quería sentir la comodidad o la seguridad en este momento. Quería
sentir cada emoción secreta que mi padre encendía dentro de mí. Quería sentir el
dolor y la herida. Necesitaba tiempo lejos de todo lo que amaba —mi viña, mi vino,
mi Caresa— pensar con claridad. Para averiguar lo que estaba destinado a hacer
ahora.
Así que trabajé al lado de mis tíos en su viña, metiéndome en un nuevo tipo de
producción de vino, un nuevo sabor, un nuevo proceso… sólo algo diferente.
Necesitaba un cambio.
Mientras la noche caía y el sol comenzaba a hundirse bajo las verdes colinas
distantes, cada músculo de mi cuerpo dolía. Llevé mi botella de agua y una copa de
un Nero d’Avola de dos años a la mesa del patio en la terraza de piedra de mi tía y
me senté. Aspiré el aire fresco mientras el reflejo del sol brillaba en el agua azul
cristalina del lago. No había ni un alma a la vista, ni un sonido para ser escuchado.
Solo estaba yo con mis pensamientos, mi tristeza y este vino.
Me había sentado aquí cada noche durante ocho días y nada era mejor. Y sabía
por qué. Estar sin Caresa, pensando en lo herida que debió haber estado cuando se
dio cuenta que me había ido, se aseguraba que no sintiera paz. Pensar en Zeno, cómo
me alejó, cómo me negó como su sangre, solo sirvió para hundir más profundamente
la daga de la tristeza.
Y no había ningún indulto de esta cueva hueca en mi estómago. El dolor seguía
rodando y rodando, oleada tras oleada, como si estuviera atrapado y se ahogara en
un mar salvaje y tempestuoso.
Un brazo pasó por mi hombro. Mi tía colocó mi cena de pasta ragù sobre la
mesa. Esperé a que me dejara en paz, como lo había hecho cada noche, solo que esta
noche no lo hizo. Se movió a mi lado, poniendo su propio plato en la mesa.
Miró por encima de la calmante vista panorámica y sin mirarme, dijo:
—Me acuerdo de esos días como si fuera ayer, Achille. —Mi espalda se tensó;
finalmente había tenido suficiente de mi silencio. Suspiró profundamente—.
Recuerdo el día en que mi hermano vio a Abrielle cantando himnos de Navidad en
Orvieto. Bromeé por su entusiasmo al principio, pero después de un tiempo pudimos
ver lo mucho que la amaba. Y no pasó mucho tiempo antes de que ella también lo
quisiera.
Mi corazón era un tambor, golpeando con fuerza en mis oídos mientras se
giraba hacia mí con sus ojos brillantes de color marrón.
—No ser capaz de concebir un niño hirió profundamente a tu madre. Abrielle
era tan dulce, tan amable y tenía un corazón tan grande. Y realmente se rompió
cuando descubrieron que tu padre era infértil. Lo hirió también, pero no tanto como
cuando descubrió que su esposa estaba embarazada del hijo del rey.
Me moví incómodo en mi asiento. Zia Noelia cubrió mi mano que estaba tensa
sobre la mesa.
—¿Pero sabes, Achille? A veces lo que creemos que es la peor cosa en el mundo
puede ser realmente una bendición disfrazada. Te convertiste en la razón de vivir de
tu padre. Y por mucho que apreciaba a Abrielle, creo que en realidad solo volvió a la
vida cuando naciste. Ya no importaba cómo llegaste a nacer, solo que encajabas tan
perfectamente en sus brazos. Y el rey te amaba, de eso estoy segura. No crecimos en
ese mundo, Achille. Es difícil para nosotros, creo, ponernos en sus zapatos. Tienen
reglas y formas que parecen extrañas para nosotros. Pero vi cómo el rey te adoraba
y también lo hizo su hijo. —Me apretó la mano—. Zeno te quería, Achille. Ambos eran
tan parecidos mientras jugaban todo el día. Hacía que mi corazón se hinchara de
alegría al verlos reír a los dos, hermano y hermano.
—Me sacó de la finca —corté y vi que el rostro de mi tía se llenaba de simpatía.
—Tu ojo negro y el labio partido —dijo ella con conocimiento.
Asentí.
—Leyó la carta y dijo que mi padre decía mentiras. Yo… yo le pegué cuando
trató de destruir la carta. Si… si no hubiera sido por Caresa, no sé si hubiera parado.
—La culpa fluía por mis venas—. Yo… yo nunca he estado tan enfadado en mi vida,
tan herido, como cuando me denunció en el acto. —Hice una mueca de dolor—. Me
llamó lento. Me humilló enfrente de ella. Yo… yo nunca me había sentido tan indigno
de ella como hasta ese momento.
—¿Ella? —preguntó mi tía—. ¿Esta chica, Caresa?
Mi pecho dolió.
—Sí.
—¿Achille? —dijo zia Noelia—. ¿Estás hablando de Caresa Acardi, la duchessa
de Parma? ¿La prometida del rey Zeno?
Sentí que mi garganta se espesaba.
—Ella me encontró en mi viña un día. Luego regresó al siguiente. Siguió
volviendo, y antes de darnos cuenta, nos habíamos enamorado. No estaba destinado
a pasar, pero… —Mi voz se apagó y luego, mirando a los ojos de mi tía, me di unas
palmaditas en el pecho y dije en voz baja—. Ella me completó. La encontré, zia… mi
otra mitad. Me enamoré al instante y no hubo vuelta atrás.
—Oh, Achille —dijo zia Noelia con tristeza—. ¿Y dónde está ahora?
—En la finca. Yo… ella quería huir conmigo, escapar, pero la dejé, zia. La dejé y
vine aquí solo. La dejé con sólo una simple nota. Una nota que nunca habría sido
capaz de escribir si no fuera por ella.
—¿Es la que te ha estado ayudando a leer y escribir?
Asentí y mi tía se sentó atrás en su asiento, conmocionada.
—¿Se casará con Zeno?
La pregunta hizo que mi estómago cayera al suelo.
—No lo sé. Nosotros… nosotros habíamos planeado decirle a su familia sobre
nosotros cuando terminara la recolección de este año. Pero ahora… ahora no sé. —
Aspiré profundamente—. No sé nada más. Pero sé que cada día que no estoy con ella,
se hace más y más difícil respirar.
—La amas —afirmó zia Noelia.
—Más que a la vida —le respondí con una sonrisa triste. Mi tía se acercó y tomó
mi copa de vino. Tomó un largo trago y colocó el vaso ahora casi vacío sobre la mesa.
No pude evitar sonreír, una sonrisa de verdad esta vez, mientras ella negaba, y decía:
—Necesitaba eso, carino. ¿Qué vas a hacer? —preguntó después de un minuto.
—No tengo idea.
Mi tía puso su silla a mi lado y su mano en mi brazo. Tan cerca, vi a mi padre
en sus ojos. Y mientras estudiaba su rostro, era obvio que no era de su sangre. Pero
nunca lo había visto antes.
—Achille Marchesi —dijo zia Noelia con severidad—. Voy a decirte algo, y
quiero que me escuches, ¿está bien?
Asentí.
—Quería a mi hermano, lo hice. Era un gran hombre y se preocupó por mí toda
su vida. Me devastó no estar allí cuando pasó. Eso es algo que nunca me perdonaré.
Pero una cosa que siempre he creído es que él no luchó lo suficiente por Abrielle. Vio
su desesperación y la vio hundirse en la depresión, pero, por amor, la dejó ir con la
caballería del rey. Sí, tenía la cosecha, pero ella se fue, y él nunca la siguió. Quería
darle tiempo, pero creo que debería haberla rastreado y asegurarse que sabía que era
amada. Le prometió que encontrarían una manera de tener hijos. Fue lo mismo
contigo. Cuando tu escolarización se convirtió en un reto, confió en que el rey
ayudaría. Cuando no lo hizo, mi hermano, por amor, lo dejó ir. Ninguna de estas
situaciones se solucionó por culpa de su naturaleza pasiva. Y Achille, te lo digo ahora,
si amas a la duchessa, si es tu otra mitad, debes luchar por ella. Has luchado toda tu
vida, carino. Y has salido victorioso de cada batalla que has librado. No te des por
vencido cuando te enfrentas a la guerra. Si quieres a la duchessa, debes ir tras ella.
Debes decirle cómo te sientes.
Mi corazón bombeó la sangre por mis venas rápidamente.
—Pero es una duchessa —dije—. Su padre no permitirá nuestro matrimonio. No
nos aceptará. Ella es de sangre azul. Es diferente a mí en todos los sentidos.
El rostro de zia Noelia se tensó.
—La última vez que lo comprobé, tú eras un príncipe de Italia. Eres un Savona
tanto como Zeno. Por tus venas también corre sangre azul.
Miré a mi tía, y ella me devolvió la mirada, nunca apartando sus ojos.
—Zeno no… él no quería saber o aceptar…
—¡Olvídate de Zeno! —discutió—. Si no quiere creer la verdad sobre ti, ¿a quién
le importa? El rey quería reconocerte como su hijo. Achille. Él te quería como a su
hijo, pero dejó que los demás te robaran el título que te corresponde. No te robes a
ti mismo tu derecho de nacimiento. No si eso significa que puedes mantener a tu
duchessa. Olvida a los que odian, olvídate de los que piensan que no perteneces. Si
vale la pena luchar por tu Caresa, entonces lucha.
—No sé nada acerca de ser un… un príncipe.
—Carino. —Mi tía me puso la mano en el rostro—. El mismo hecho de que crees
que no serías un buen príncipe es lo que asegura que lo eres. Te vendes mal, Achille.
Estás destinado a más de lo que la vida te ha dado. Así que tómalo. Agárralo con
ambas manos y no lo dejes ir.
Mi cuerpo se sacudió por la adrenalina corriendo y encendiendo cada una de
mis células.
—Está bien —dije finalmente y me puse de pie. Me pasé las manos por el cabello
mientras traté de calmarme.
Tenía que volver a casa.
Necesitaba a mi Caresa.
Me agaché y le di un beso en la mejilla a mi tía.
—Gracias —le dije y corrí hacia la casa.
—Te amaba, sabes.
Me detuve en seco y me volví.
—El difunto rey —dijo zia Noelia suavemente—. No hizo lo correcto al
esconderte, pero te quería. Él adoró a tu madre y al final, tuvo un gran respeto por
tu padre. La trágica historia de amor de Benito, Santo y de Abrielle fue compleja e
intensa. Estaba llena de amor, un tipo de amor complicado, pero amor, al fin y al
cabo. Sólo quiero que sepas que sea que te consideres un Marchesi o un Savona,
naciste de mucho amor. Tres corazones de orígenes muy diferentes se rompieron en
el camino, algunos sin poder repararse. Pero la luz en todos sus sufrimientos fuiste
tú. Nunca olvides eso, carino. Recuerda eso mientras tomas tu lugar por derecho en
la realeza de nuestro país. Fuiste una bendición para todos ellos. —Sonrió con
lágrimas—. Y serás también una bendición para ella. —Se encogió de hombros—. Es
curioso como la historia se repite. Un Marchesi, un Savona y una chica. Curioso, ¿no?
Solo asegúrate de que eres tú el que gana esta vez, sea cual sea la victoria.
—Te quiero —dije en voz baja, sus palabras disolvieron cualquier enojo que
hubiese quedado dentro de mí. Zia Noelia recogió la copa y se la llevó a los labios. Se
dio la vuelta para mirar los últimos rayos del sol al otro lado del lago.
Corrí a mi habitación y agarré mis cosas. Cinco minutos más tarde, con las
estrellas apareciendo en el cielo de la noche para guiarme a casa, estaba en el auto
de mi papá, apresurándome a casa para volver a ganar a mi otra mitad.
Ella era el premio.
Me aseguraría de que yo fuera el vencedor.

c
Me tomó un día llegar a casa. Solo me había detenido una vez a dormir un poco.
Dormí en el auto. Hacía frío y era incómodo, pero no quería perder el tiempo en
encontrar un hotel y en registrarme, solo para dejarlo después de unas horas.
Conduje toda la noche y ahora, mientras iba hacia una carretera secundaria familiar,
la noche estaba cayendo de nuevo. Pasé por la puerta trasera de la finca Bella Collina.
Tan pronto como entré, una sensación de paz me apoderó.
Estaba en casa.
Cuando pasé por el lado de la mansión en la distancia, esta vez realmente la
miré. Recordé los oros y los rojos y los muebles caros. Pero me negué a dejar que eso
me intimidara. Había acabado con el sentimiento de inferioridad. Como había dicho
mi tía, parte de mí vivía en esa casa, parte de lo que realmente era. La cabaña siempre
sería mi hogar, como mi padre siempre sería Benito Marchesi. Pero tenía que aceptar
que también había otros que me hicieron quien era. La sangre de Santo Savona corría
por mis venas. Era el producto de dos mundos muy diferentes.
Y simplemente tenía que acostumbrarme a ese hecho.
Cinco minutos más tarde llegué a mi casa. Mientras entraba con el auto al
garaje y apagaba el motor, respiré profundamente. Puedes hacer esto, me dije. Debes
hacerlo por ella.
Salí del auto y agarré el bolso. Di la vuelta a mi casa y abrí la puerta principal.
Por un momento, esperé que Caresa saliera de mi habitación, sonriendo y echándose
a mis brazos. Pero la casa estaba tranquila y fría.
Ya no había calor sin ella.
Dejé caer el bolso en el suelo duro y fui a la habitación. Mi corazón se derritió
cuando vi que la habían limpiado. No había evidencia de que hubiese habido una
pelea.
Me senté en la cama y puse la mano en el bolsillo de mi chaqueta. Mis dedos
encontraron de inmediato la carta de mi padre. La saqué y abrí el cajón de la mesita
de noche. Puse la carta en su interior, con las páginas todavía arrugadas por el toque
salvaje de Zeno y teñidas con mi sangre. Y luego cerré el cajón, sellándolo en su
interior. Siempre atesoraré las últimas palabras de mi padre, pero no necesitaba leer
más esa carta. Tenía la información que tanto me quería dar.
Estaba hecho.
Tenía que seguir adelante.
Me quedé en ese lugar, simplemente reuniendo la compostura, durante varios
minutos. Con el tiempo, me puse de pie, salí de mi casa y caminé hacia el establo. El
sonido de Nico y Rosa en sus establos me recibió. Fui hacia ellos, ambos viniendo
inmediatamente a verme. Los palmeé a ambos, viendo que habían sido atendidos en
mi ausencia. Esperaba que Sebastian hubiera pasado por allí, parecía que sí. No tenía
idea de cómo iba a explicarle mi ausencia.
Después de permanecer con los caballos por un tiempo, fui hacia la granja.
Había que hacer el embotellado. Iba con una semana de retraso. Abrí las puertas y
encendí la luz…
… y luego me quedé helado. Completamente congelado.
Miré los barriles recién desinfectados, apilados y listo para la próxima cosecha.
A la derecha estaban estantes y estantes de vino embotellado, de la cosecha de este
año. Me acerqué, las etiquetas habían sido puestas perfectamente en cada botella.
Estaban tapadas y terminadas.
Me quedé parado, preguntándome quién había hecho esto.
—Ella ha estado aquí todos los días desde que te fuiste.
Mi espalda se tensó mientras el timbre áspero de Zeno llegó a mis oídos. Traté
de controlar mi respiración, preparándome para otra pelea. Y entonces me di la
vuelta para ver a mi… mi… hermano, apoyado en el marco de la puerta. Estaba
envuelto en un abrigo largo, grueso, una bufanda alrededor de su cuello y guantes en
las manos. La nieve caía en pequeños copitos detrás de él.
Parecía cansado. Su cabello estaba desordenado y estaba pálido.
Sin embargo, al estudiar su expresión, no parecía enojado o molesto porque
hubiera vuelto. De hecho, si hubiera juzgado sus rasgos correctamente, él parecía…
aliviado.
—¿Dónde está? —pregunté, mi voz tan áspera como la suya.
Zeno se acercó más y se pasó una mano por el rostro.
—Está en Parma. Sus padres llegaron antes para la boda y su madre se la llevó
a casa para tratar de mejorar las cosas. Lo saben todo. Cuando todo salió a la luz,
Caresa se vino abajo. Ella está… —Se detuvo, haciendo que mi corazón golpeara en
el pecho—. No lo está haciendo muy bien. —Zeno se detuvo frente a mí. Me permití
mirarlo realmente. Miré sus ojos, su nariz, su estatura. Y estaba allí. Nuestra verdad
fraternal que había sido escondido a la vista.
Pude ver que estaba haciendo lo mismo. Cuando nuestros ojos se encontraron
de nuevo, él se separó de mi mirada e hizo un gesto hacia los asientos frente al fuego
apagado.
—¿Te importa si nos sentamos?
—¿No me estás echando de la propiedad? —pregunté, esperando que este
reencuentro demasiado tímido se desmoronara.
Él negó y se rió pero sin humor.
—No. Ahora, ¿podemos?
Se dirigió a los asientos y se sentó. Con cautela fui y tomé asiento junto a él. Me
preguntaba si debería iniciar el fuego, pero estaba demasiado cansado. No sabía lo
que quería, o…
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Tenía a seguridad en estado de alerta por si volvías. Sabía que vendrías a
través de la entrada privada trasera —dijo.
—¿Cómo supiste que regresaría?
Zeno me miró directamente a los ojos.
—Porque ella está aquí.
—Sin embargo, ahora encuentro que está en Parma —dije.
—Solo está allí por unos pocos días con su madre. Su padre está aquí, en la
mansión. —Su rostro traicionó el estrés que estaba sintiendo—. Él está aquí tratando
de ayudar con los Vinos Savona también. Para ver cómo podemos recuperar los
compradores y los negocios que hemos perdido.
—¿Es malo?
Zeno se rió, pero forzadamente.
—No conozco el vino. Es mi culpa, lo sé, pero me encuentro perdido. Yo… es
muy duro hacer esto solo.
Miré a Zeno y lo vi todavía observándome. Su expresión hizo que una sensación
extraña apareciera en mi pecho. Algo parecido al cariño. Algo que me imaginaba que
los hermanos compartían, algo que me recordaba a la cercanía que tuvimos en algún
momento, hace mucho tiempo.
—No es fácil hacer nada solo —dije, apartando la mirada para mirar al fuego
apagado—. No me di cuenta de lo solo que estaba hasta que Caresa irrumpió en mi
vida. —Sonreí, recordando el día en que apareció en mi viña, toda nerviosa y fresca
por su carrera—. Ella me hizo querer más de mi vida. —Suspiré—. Me hizo quererla.
Y solo a ella, para siempre. —Corrí el riesgo de mirar a Zeno. Sus ojos estaban muy
abiertos—. No creo que sepas lo que se siente. He escuchado que no deseas la
atención femenina. —Algo cruzó su rostro, algo que no pude reconocer.
—Sólo porque uno siempre esté rodeado, no significa que no esté solo.
—Eres rico y siempre tienes personas a tu entera disposición. ¿Qué sabes de
estar solo?
Zeno se volvió hacia mí esta vez y verdaderamente me miró a los ojos.
—La riqueza no protege de la soledad. Es muy fácil estar rodeado de mucha
gente y todavía sentir que estás atrapado solo bajo la lluvia. Yo… —Se detuvo de todo
lo que estaba a punto de decir y se echó hacia atrás en su silla. Cuando se recompuso,
dijo—: Creo que la única vez que nunca me sentí solo en este mundo fue cuando
éramos amigos. —Sonrió y esta vez fue genuino—. ¿Recuerdas cuando te caíste en el
lago de pesca? Acabé saltando después de ti cuando pensé que te habías ahogado.
No pude evitar reír al recordarlo.
—Tu padre estaba tan enojado contigo por romper su caña de pescar cuando al
final tuviste que ayudarme a mí a salir. ¿Recuerdas? —preguntó Zeno.
—Si —dije—. Me prohibió ir a ese lago durante un mes.
Zeno se secó los ojos y luego negó. La ligereza se alejó, sustituida por un pesado
silencio una vez más. Tenía un millón de preguntas que flotaban por mi cabeza, pero
tuve problemas para decir siquiera una. Entonces Zeno habló por mí, y respondió
alrededor de una docena.
—Hablé con mi zio Roberto esta semana. Fui a Florencia. Me mantuve solo
durante una semana y pensé en nada más que en la carta de tu padre y nuestra pelea.
Yo… —Respiró profundo—. Seguía repitiendo esa noche en mi cabeza. Estaba tan
enojado. Estaba herido, pero luego… —Se inclinó hacia adelante y se frotó la frente—
. Zio Roberto confirmó todo. Trató de mentirme al principio, pero vi a través de su
engaño. —Sus ojos se encontraron con los míos. Se veían tristes—. Fue él, Achille. El
zio Roberto. Él fue el que convenció a mi padre para que no te reconociera
públicamente. Mi padre te quería. Incluso cuando mi madre se fue porque se enteró
que te quería. Pero fue Roberto quien le contó lo que estaba en juego. Tu madre no
era de noble cuna. Él… él le dijo que eras un bastardo y afirmó que mancharías el
nombre Savona.
El dolor me golpeó con la fuerza de un rayo. Él pensó que era un bastardo…
que mancharía el nombre de Savona.
—Lo golpeé también —dijo Zeno, y levanté mi rostro para mirarlo. Se encogió
de hombros—. Nunca he luchado en mi vida, sin embargo, he golpeado a dos
personas en el espacio de una semana. —Sonrió, pero la sonrisa cayó rápidamente—
. Mi padre te quería, Achille. Roberto me confesó que mi padre nunca lo perdonó por
persuadirlo de lo contrario, pero a medida que crecías, pensó que era demasiado
tarde.
»Él confirmó que el rey venía a verte cuando eras un niño, sólo así podía
conocerte de alguna manera. Le pidió a tu padre que no dijera la verdad para aplastar
el riesgo de chismes. —Zeno se hundió en su asiento—. Pero ya ves, no es siquiera
sobre el dolor de mi padre. Era un hombre adulto que debería haber luchado más
por ti. Fue… fue que me ocultaron el hecho de que eras mi hermano. Lo mantuvieron
en secreto, que mi mejor amigo compartía mi sangre. Y cuando me enviaron lejos y
protesté, me dijeron que no eras lo suficientemente bueno como para estar en mi
vida. Te llevaron lejos, mi… hermano… para proteger sus reputaciones.
Escuché cada palabra que decía, rompiéndome en silencio cada vez más. Pero
la única palabra que mi cabeza escuchó fue “hermano”. Hermano, hermano,
hermano…
Él me había llamado su hermano.
Él me habría querido como su hermano.
—Yo… —Mi voz apenas era audible—. Quisiera… me hubiera gustado tenerte
como hermano también.
Mantuve la mirada en el suelo, pero sabía que Zeno me estaba mirando. Podía
sentir sus ojos mirándome de manera ardiente. Finalmente, levanté la cabeza y vi el
brillo de felicidad en su expresión. Tosió para aclararse la garganta. Cuando ninguno
de los dos nos precipitamos a hablar, al final, dijo:
—Nunca he visto a nadie en mi vida añorar a alguien como vi a Caresa añorarte
esta semana.
Ante la mención de Caresa, todo el dolor que había evitado momentáneamente
regresó con venganza. Luché por respirar mientras mis pulmones se constriñeron.
—Yo… también la extrañé. Más de lo que puedo explicar.
Zeno suspiró.
—¿También la amas?
Esta vez no hubo ninguna duda en mi respuesta.
—Más de lo que puedas saber. —Cuadré mis hombros—. No voy a estar sin ella.
Volví por ella. Incluso si renuncias a mí y tomas mi tierra, no me iré sin ella. Nunca
más.
Me preparé para una discusión, que Zeno me dijera que su matrimonio estaba
preparado y que no había nada que él pudiera hacer. Pero en su lugar asintió.
—Lo sé. Y no te preocupes, Caresa y yo no caminaremos por el pasillo de la
iglesia. Su padre solo tuvo que verla desmoronarse y ser testigo de mi dolor personal
para ver que este matrimonio nunca funcionaria. Así que le conté todo.
—¿Le constaste de mí? —Sentí miedo, verdadero miedo ante la idea que le
desagradara al padre de Caresa. Sabía lo mucho que ella apreciaba su relación.
—Y también Caresa. Nunca lo supo. Fue uno de los mejores amigos de mi padre,
sin embargo, nunca supo acerca de ti. Estaba enfadado.
Sentí mi rostro ponerse blanco.
—¿No quiere que su hija esté conmigo?
—No —dijo con vehemencia Zeno—. Estaba enojado porque tú nunca fuiste
reconocido. Estaba enojado con Roberto. Y entonces, cuando pensó en aquellos días,
se culpó a sí mismo por ser un mal amigo. Dijo que sabía que algo estaba mal con
mi... —Zeno me miró con cuidado—, nuestro padre. Nunca supo por qué mi madre
se fue. Y nunca lo empujó para buscar respuestas.
No sabía qué hacer con eso. El padre de Caresa pensó que debería haber sido
reconocido como hijo de Santo. ¿Eso significaba que… le importaría si…?
—La sociedad espera un matrimonio entre los Savona y Acardi en la víspera de
Año Nuevo. —Me hizo callar—. Eso todavía puede suceder. Solo que el novio Savona
será diferente. —Mi pulso se aceleró y mis ojos se abrieron.
Zeno se encogió de hombros.
—Me gustaría anunciarte públicamente como un Savona, por supuesto. Y
tendría que hacerlo pronto. —Zeno alzó la mano y, después de algunas dudas, la puso
sobre mi hombro—. Te reconocería como un príncipe de Italia. Te reconocería como
mi hermano. Achille, quisiera anunciarte como parte de la Casa Savona.
Mi corazón latió fuera de control mientras miraba a Zeno. No estaba preparado
para esto. No sabía nada de ser un príncipe. Todo lo que sabía era sobre vino. Todo
lo que sabía…
—Entonces también deberías anunciarme como el fabricante de merlot de Bella
Collina.
Las cejas de Zeno se juntaron en confusión.
—Sé sobre vino, Zeno. Puede que no sepa sobre el lado del negocio todavía,
pero… —Me sentí lleno de orgullo, confiado que lo que estaba a punto de decir era la
verdad—. Pero puedo aprender. He estado trabajando en mi lectura y la escritura. Y
estoy… estoy mejorando. Dijiste que los compradores y los accionistas querían que
el matrimonio Savona-Arcadi sucediera para asegurar el negocio. Bueno, también
podemos decirle que soy el vinicultor de tu merlot más codiciado. Diles que las casas
todavía se unirán y voy a ayudar con el negocio también.
—¿Harías eso? —preguntó, con la voz cargada de emoción—. ¿Me ayudarías con
los vinos? ¿Con el negocio? ¿Te asociarías conmigo?
—Sí. —Aspiré profundamente—. Me he escondido durante mucho tiempo.
Pero… —Puse una expresión severa en mi rostro—. Quiero seguir haciendo vino.
Quiero permanecer en esta propiedad. Para mantener a Caresa voy a hacer lo que se
necesita de mí, pero tendré esto. El vino es mi vida. Tengo que mantenerlo.
—Hecho —dijo Zeno y parpadeó como si estuviera conmocionado.
Su mano se deslizó de mi hombro. Se levantó. Parecía nervioso, una emoción
que no había visto en él antes. Luego con cautela tendió su mano. Me quedé mirando
sus dedos extendidos, sabiendo que, si me ponía de pie, mi antigua vida estaría en el
pasado. Pero luego pensé en Caresa, pensé en tomar su mano en la mía en una iglesia,
delante de Dios, y fue fácil. Le tendí la mano y permití que Zeno me ayudara a
ponerme en pie.
Dudó por un segundo, luego torpemente me llevó hacia su pecho. Me abrazó
por un momento y luego retrocedió. Se metió las manos en sus bolsillos.
—¿Quién habría pensado que estaríamos aquí un día? Hermanos. Y tú, un
vinicultor convertido en príncipe.
Príncipe… la palabra me dio vueltas en la cabeza, pero era demasiado grande
para mí como para comprenderlas.
—Yo no.
—Pero estás listo para aceptarlo, ¿verdad? —preguntó Zeno.
Me quedé inmóvil, mirando alrededor del granero que fue una vez mi vida
entera. Suspiré con alivio. Después de esta noche ya no estaría solo.
Yo ya no estaría solo… tenía que aferrarme a ello con ambas manos.
—¿Achille? —presionó Zeno—. Estás listo, ¿verdad?
—Lo estaré —dije con una respiración constante—. Por ella, lo estaré.
Zeno sonrió ampliamente, siendo cada centímetro de un príncipe italiano.
—Bien. Porque vas a venir conmigo. Hay un hombre en la mansión que tienes
que conocer. Y tendrás que pedirle permiso para casarte con su hija. —Golpeó mi
espalda—. Sin presión, hermano.
Hermano, pensé de nuevo y esta vez permití que el sonido llenara mi corazón.
Hermano, hermano, hermano…
—No me siento presionado —dije con confianza—. Amo a su hija con todo mi
corazón. —Le di un codazo al igual que lo hacía cuando éramos niños—. Y te tengo a
mi lado abogando por mi caso… ¿no es así? —pregunté vacilante.
—Eso lo tienes —dijo Zeno en voz baja y caminamos en un silencio amigable
desde el granero.
A medida que entramos en el camino que conducía a la mansión, incliné mi
cabeza hacia atrás y me quedé mirando las estrellas del cielo, sabiendo que estaban
por fin, después de todos estos años, alineándose a mi favor.
—Gracias —les susurré en voz alta y al que estaba mirando desde arriba. Luego,
rápidamente y sin girarme hacia Zeno, añadí—: Gracias a ti también… hermano.
Zeno contuvo su aliento y luego lo dejó escapar en una larga exhalación que
liberó su alma. Y seguimos nuestros pasos hacia nuestra nueva vida, en ruta a pedirle
al duca di Parma la mano de su hija en matrimonio.
Y mi corazón se sentía completo…
…porque ya no estaría solo.
Achille
Tres días después…
—¿Está de vuelta? —susurré mientras entraba en el estudio de Zeno.
El signor Acardi se levantó de su silla y asintió.
—A última hora de la noche. —Se acercó lentamente a la ventana y contempló
el cielo aún oscuro—. Echa un vistazo por ti mismo.
Me puse de pie junto a él y entrecerré la vista hacia el distante camino. Mi pecho
se constriñó. No podía verla correctamente, pero, a la luz de la luna desvaneciéndose,
pude distinguir su silueta caminando por el camino hacia mi casa.
—¿Ella va a buscarme?
El signor Acardi asintió de nuevo.
—Cuando llegamos, no era la chica que conocía. —Suspiró—. En mi segundo
día aquí, no podía dormir. Vine al estudio para retomar algo de trabajo y fue entonces
cuando la vi. Vi a mi hija saliendo a hurtadillas de su habitación y siguiendo ese
camino. No tenía idea de lo que estaba haciendo, así que la seguí. La seguí todo el
camino hasta tu casa y luego otra vez mientras ella se subía a un caballo y se dirigía
hacia la oscuridad. Terminó sentada en una colina, mirando la salida del sol con
lágrimas recorriendo su rostro.
Me miró directamente a los ojos.
—Eso… eso me rompió el corazón.
Cerré los ojos mientras la silueta de Caresa se desvanecía detrás de un conjunto
de árboles.
—No fue mi intención hacerle daño —dije con voz ronca.
Una mano se posó sobre mi hombro. Luego apretó suavemente.
—Nadie se ha salvado de la herida en el lío que Santo causó. Ella solo te quiere,
hijo. No hay verdad más fuerte que esa.
Dejó escapar un pequeño resoplido de risa.
—Sabes, Achille, cuando mi hija probó el merlot por primera vez, tenía dieciséis
años. Le permitimos tomar una copa con su cena. Nuestros amigos estadounidenses
lo desaprobaron, pero somos italianos. En el momento en que lo probó, sus ojos se
abrieron y me dijo que era el mejor vino que había probado nunca. Se volvió hacia
mí y dijo: “¿Lo has conocido, papá? ¿Al vinicultor?”. No lo había hecho, por supuesto.
Cuando le dije eso, sonrió y dijo, “Un día me gustaría conocerlo. Necesito conocer al
hombre que puede crear tal perfección”.
Me quedé sin palabras
—Ve. —Su mano se deslizó de mi hombro—. Sabes que tienes mi bendición.
Corrí a través de la mansión a las habitaciones en las que me había alojado
durante los últimos tres días. Recuperé mi abrigo, abrí la puerta principal de la casa
y fui hacia el camino. Puse la mano en el bolsillo y pasé los dedos sobre el suave
terciopelo de la caja. Tragándome mis nervios, seguí hacia adelante hasta que llegué
a mi casa. Miré dentro por las ventanas; Caresa no estaba allí. Pero había encendido
el fuego, era como un faro llamándome a casa.
Corrí por mi viña y salté la valla perimetral, aterrizando en el camino que abría
paso a la colina. Caminé lentamente, viendo que el cielo empezaba a aclarar, y pensé
en lo que diría. No sabía si estaría enojada o molesta. No sabía si había roto su
corazón más allá de cualquier reparación.
Pero tenía que intentarlo.
Al pasar junto a los jardines botánicos, una pequeña sonrisa tiró de mis labios.
Subí la valla, y tal como lo había estado haciendo durante semanas, me colé en uno
de los invernaderos y corté una sola rosa blanca de su planta. Una espina se clavó en
mi dedo, extrayendo sangre. Era apta, pensé. Una penitencia de sangre por el hecho
de que había roto el corazón de Caresa.
En el momento en que llegué a la parte inferior de la colina, estaba totalmente
nervioso. Me di la vuelta al escuchar el sonido de un resoplido familiar y vi a Rosa
atada a un árbol. Al pasar al lado del andaluz le di una suave palmada en su cuello,
subí la empinada colina, tomando una ruta más larga para ver a Caresa antes de que
ella me viera.
Y luego la vi, y, como un milagro, el hueco que me apretaba y que había sentido
en mi corazón durante la semana pasada se calmó.
Por primera vez en varios días, pude respirar de verdad.
Se veía tan pequeña sentada en el suelo frío. Se veía más pálida y parecía haber
perdido peso. Pero fue la tristeza que emanaba de su figura encogida lo que fue
realmente mi perdición. Porque sabía que mi ausencia la había devastado, justo
como yo había estado devastado por la suya. Y sabía que todo lo que mi padre había
hecho por mi madre, el perdón por su aventura, el aceptarme, era porque sentía esto
por ella. Su amor era tan profundo.
Platón tenía razón. Las mitades separadas existían. Y sólo estaban completas
cuando se encontraban la una a la otra.
Un rayo de sol rebelde salió de detrás de la colina y besó el rostro de Caresa,
iluminando su belleza. Necesitando sentirla entre mis brazos, di un paso hacia
delante y susurré:
—Mi amore.
Caresa se tensó. Casi no se movía, pero ahora su pecho estaba congelado
mientras contenía su respiración. No se giró para mirarme, pero vi que sus manos
juntas empezaron a temblar.
Cuando no habló, cuando sus ojos se cerraron y su rostro se contorsionó por el
dolor, me moví delante de ella y me dejé caer al suelo.
—Caresa…
Los labios de Caresa se estrecharon, sus ojos se apretaron más, y solo cuando
un sollozo escapó de su boca, sus ojos se abrieron de nuevo. Me quedé quieto. No me
moví ni un centímetro mientras esos grandes y hermosos ojos marrones buscaron
los míos y las lágrimas corrieron por su rostro.
Los segundos parecieron horas mientras se quedaba mirándome como si fuera
un fantasma. Mi estómago se revolvió por miedo, miedo a que fuera demasiado
tarde, que al alejarme la hubiera perdido para siempre. Pero se lanzó a mis brazos.
Sus brazos rodearon mi cuello y su agarre era fuerte como el acero. La sostuve, mis
brazos deslizándose por su cintura.
Quería hablar. Quería derramar mi corazón, decirle lo mucho que la echaba de
menos. Pero mientras lloraba y sollozaba, enterrando su rostro en mi cuello, la
tristeza me robó la voz. Así que sólo apreté mi abrazo, mostrándole sin palabras que
había regresado por ella. Que le pertenecía. Que me pertenecía.
—Achille —gruñó, con la garganta seca por la emoción—. Mi Achille. Mi corazón
—susurró una y otra vez mientras sus lágrimas caían por mi cuello y su cálido aliento
flotaba sobre mi piel.
—Mi amore —le susurré, y dejé que sacara toda su tristeza. La abracé durante
mucho tiempo, con los ojos cerrados, mientras el amanecer nos iluminaba. Fue solo
cuando sentí el calor del sol calentado mi espalda, que Caresa se apartó. Juntó
nuestras frentes, manteniendo sus labios apenas a un centímetro de los míos y me
preguntó con su dulce y suave voz:
—¿Has vuelto realmente? ¿No estoy soñando?
Me moví hacia adelante y tomé su boca. Probé sus lágrimas en mi lengua, pero
entonces era solo ella. Toda ella mientras invadía cada una de mis células, su toque
y gusto encendiendo mis sentidos. Deslicé mi lengua contra la suya, ansiando más y
más de ella mientras gemía en mi boca.
Pero aminoré el beso. Este no era el momento para lo salvaje y desesperado.
Este era yo mostrándole que había vuelto por ella.
Éste era yo declarando mis intenciones.
Rompí el beso, sin aliento, en busca de aire. Nos separé un poco y miré sus ojos
rojos e hinchados.
—Lo siento, mi amore. Lo siento mucho.
Ella negó y acunó mi rostro.
—No, cariño —susurró—. Yo lo siento. Todo es un desastre. Debes haber estado
tan herido. Yo sólo… sólo te echaba tanto de menos que sentía que estaba muriendo.
—Puso una mano sobre su pecho—. No podía respirar, Achille. No podía respirar sin
ti a mi lado.
—Yo tampoco —le dije, sintiendo cada una de mis sinapsis estallando de
felicidad—. Te amo, mi amore. Te amo por siempre. —Le di un beso en la mejilla—.
Y para siempre. —Otro beso en la comisura de la boca—. Y para siempre. —Y por
último en los labios—. Por toda la eternidad.
—Te amo demasiado, Achille. Por siempre.
La abracé de nuevo… y sonreí a través de mis lágrimas cuando la sentí. Cuando
sentí nuestros corazones cayendo al mismo paso, latiendo a su mutuo ritmo.
Y cuando me alejé y vi una pequeña sonrisa en sus labios, me incliné hacia
adelante y la capturé con la mía.
—¿Estás de vuelta? —preguntó contra mi boca. Sus manos se deslizaron por mi
cabello, agarrando firmemente los mechones.
—Sí.
Pasé mi nariz por su cuello hasta que escuché que jadeaba.
—Achille —murmuró. Me agaché y agarré la rosa blanca que había colocado en
el suelo. Sus ojos se posaron sobre la flor, y se rió de pura alegría, tomando la flor de
mi mano.
Llevó los pétalos a su nariz e inhaló, sus párpados revolotearon hasta cerrase y
metí mi mano en mi bolsillo. Me temblaban.
Saqué la caja de terciopelo. La sostuve entre nosotros y esperé a que volviera a
abrir los ojos. Cuando lo hizo, su mirada se fijó inmediatamente en la caja. Contuvo
un jadeo, entonces sus ojos color chocolate colisionaron con los míos.
Tragué saliva, tratando de encontrar las palabras perfectas para hacerle justicia
a lo que sentía.
Respiré profundo y decidí simplemente decir lo que estaba en mi corazón.
—Sé que no soy el tipo con el que pensaste que te casarías. Sé que no estoy
completamente en tu mundo. Pero te prometo, Caresa, que nadie va a amarte como
yo. Viviré cada día para hacerte feliz y, si me dejas, nunca estaré sin ti a partir de hoy.
—A medida que las lágrimas caían por el rostro de Caresa, dije en voz baja—: Cásate
conmigo, mi amore. Haz que estemos completos.
Caresa se lanzó hacia adelante y presionó sus labios contra mi boca.
—Sí —dijo suavemente contra mis labios—. ¡Sí, sí, sí, sí, sí!
Sonreí contra sus labios y la besé con todo, profundamente, con respeto, con
pasión. Cuando nos separamos, abrí la caja, revelando un viejo anillo de oro con un
único pequeño diamante en el centro.
Sentí mis mejillas arder.
—Sé que no es grande y caro, pero... —Respiré profundo—. Era de mi madre.
Mi padre… es el anillo que mi padre le dio a mi madre.
—Achille —susurró Caresa y pasó la mano por el pequeño y desgastado
diamante.
—Conozco su vida, su historia de amor, no resultó como debía ser, como se
merecían. Pero la nuestra lo hará. Quiero que este anillo vea unas almas gemelas
viviendo una vida feliz. —Mi voz se rompió—. Quiero darles a mis padres el felices-
para-siempre que deberían haber tenido a través de nosotros. Lo quiero todo…
contigo.
—Es perfecto. —Caresa tomó el anillo de la caja. Yo hubiera tenido dificultades
con eso. Y ella lo sabía. Tomé el anillo de su mano y por una vez no me preocupé por
mis torpes dedos, lo metí en el dedo anular de su mano izquierda—. Es el ajuste
perfecto —dijo mientras miraba con amor al sencillo anillo.
Un anillo sencillo para un hombre sencillo que amaba a esta mujer con su
sencillo corazón.
Ella parpadeó y luego volvió a parpadear.
—Quiero lo que has dicho. Quiero que este anillo nos vea, felices. Quiero que tu
madre y tus padres, estén donde estén, vean que su devastadora historia salió bien.
—Me miró a los ojos y apretó su palma contra mi mejilla—. Lo quiero todo contigo.
Achille, mi vinicultor. Mi corazón.
—Y príncipe —dije y vi sus ojos abrirse.
—¿Qué?
Apoyé la espalda contra el árbol y la atraje hacia mí, su espalda contra mi frente.
Envolví mis brazos alrededor de ella y miré la colina y al sol naciente. Mientras el
valle bailaba con naranjas, amarillos y rosas, dije:
—He hablado con Zeno. He… he hablado con tu padre.
La cabeza de Caresa se dio la vuelta para mirarme, con sorpresa en su rostro.
Besé la punta de su nariz y sonreí.
—Yo… —No podía creer lo que estaba a punto de decir, pero lo dije de todos
modos—. Voy a aceptar mi título. Yo… voy a ser un hermano para Zeno. —Saqué un
mechón de cabello de su rostro. Sonreí más ampliamente cuando vi sus mejillas
llenándose de nuevo de color. Mi presencia estaba curando su corazón roto—. Voy a
ser el hombre que necesitas. Voy a ser un príncipe. Y me casaré con mi duchessa.
Caresa estudió mi rostro, luego volvió su cuerpo hacia mí.
—Me casaré contigo independientemente. Voy a renunciar a mi título, Achille.
Viviré cada día contigo en la viña, a tu lado y seré la mujer más feliz que haya existido.
No necesito que tomes ese título por mí. Te quiero de todos modos. Rico o pobre.
No pude resistirme a ella, así que le di un beso. Pero cuando me separé, le dije:
—Te amo más de lo que nunca sabrás, por decir eso. Pero voy a hacerlo. He
vivido en la sombra durante demasiado tiempo. Me he ocultado del mundo, y ahora
es el momento que me libere. —Negué ante lo extraño que sonaba todo a mis propios
oídos—. Zeno… Zeno me necesita. Tu padre, él me necesita también. Y necesito esto.
Cuando estuve lejos, no hice más que pensar. —Moví a Caresa para que se sentara
contra mi pecho y le di un beso sobre su cabello—. Mi tía me dijo más de lo que
ocurrió. Y los entendí más. Comprendí que todo lo que… —Traté de luchar contra el
nudo en mi garganta, pero no tuve éxito—. Todos ellos me querían —dije con voz
ronca—. Y… y sólo quiero que se sientan orgullosos. —Una lágrima cayó por mi
rostro—. Quiero hacerte sentir orgullosa.
—Cariño —murmuró Caresa, girando su cabeza hacia mí—. Eso no es posible.
Ya estoy tan orgullosa de ti como puedo estarlo.
Dejé que sus palabras cayeran sobre mí.
—¿Mi amore?
—¿Sí?
—Quiero llevarte a casa. —Me incliné y dejé que mi boca pasara sobre la piel de
su cuello—. Y quiero hacer el amor contigo.
—Lo quiero también —respondió Caresa con un suspiro entrecortado.
Me levanté y la ayudé a ponerse de pie. Sostuve su mano mientras caminamos
por la colina. Caresa montó a Rosa de camino a casa y yo caminé a su lado, sin soltar
su mano.
Entonces, cuando dejamos a Rosa en el establo, llevé a mi prometida a casa y
nos encerramos en la cabaña, en el único lugar que sabía que sería casa para
nosotros. El calor del fuego llenaba la habitación. Caresa se giró en mis brazos y me
quitó el abrigo de los hombros. Siguió con mi camisa y luego mis jeans, y con cada
movimiento que hacía, veía el anillo brillante en su dedo, las llamas atrapando el
diamante en su luz.
Nunca me había sentido tan completo.
Cuando me quitó la ropa, fue mi turno de desnudar a Caresa. Y con cada prenda
de ropa que cayó al suelo, besé una parte recién descubierta de su cuerpo, su hombro,
su cadera, la parte inferior de su cuello. La piel de Caresa se estremeció con cada uno
de mis toques, y cuando estuvo desnuda, vulnerable ante mí, la levanté en brazos y
caminé hacia la alfombra frente al fuego.
La felicidad brillaba en las profundidades de sus ojos mientras la hice
descender sobre la piel suave de oveja y me arrastré por encima de ella. Las manos
de Caresa se deslizaron a lo largo de mi espalda y me acariciaron la piel. Rodé mis
caderas contra ella, cerrando los ojos mientras sentía su calor debajo de mí. Bajé la
cabeza y uní mi boca a la suya.
—Ti amo per sempre —susurré.
—Te amaré por siempre también —dijo con una sonrisa. Llevé mi cuerpo hacia
abajo sobre el de ella y la besé en cada centímetro de su piel oliva. Pasé la lengua por
sus pechos, Caresa arqueándose ante mi tacto. Seguí hacia el sur hasta llegar al
vértice de sus muslos.
La espalda de Caresa se arqueó mientras llevé mi boca entre sus piernas y la
besé en su parte más sensible. Un grito salió de su boca. El sonido, su sabor y su calor
me espolearon, mi lengua siguió lamiendo y mis labios chupando mientras sus
manos agarraban mi cabello. Mis manos recorrieron su vientre plano y fueron hacia
abajo sobre sus muslos mientras la acerqué más y más al borde. No quería parar. No
quería que sus gritos de placer pararan. Con un gemido ahogado, Caresa inclinó su
cabeza atrás y apretó su agarre sobre mi cabeza. Mantuve mi lengua sobre ella
mientras se rompía de placer, saboreándola hasta que sus manos guiaron mi cabeza
de nuevo al norte.
Los ojos marrones de Caresa estaban vidriosos, con las mejillas enrojecidas.
—Te quiero —instó mientras me guió para ponerme sobre mi espalda. Se subió
encima de mí y se sentó a horcajadas sobre mis muslos. Mis manos se posaron en su
cintura mientras me colocó en su entrada, a continuación, se hundió lentamente. Mis
ojos se cerraron mientras la llenaba, centímetro a centímetro, hasta que estuve muy
adentro. Caresa se inclinó hacia adelante y buscó mi boca con sus labios. Gemí
cuando su lengua se deslizó sobre la mía, entonces se movió, sus caderas rodando
lenta y profundamente. Su boca se apartó de la mía y abrí los ojos para ver su rostro
justo delante de mí. Tenía los labios entreabiertos y sus ojos estaban pesados, pero
susurró—: Te amo, Achille Marchesi. Con todo mi corazón.
—Te amo demasiado —gemí en voz alta cuando sus caderas aumentaron la
velocidad. Mis manos en su cintura guiaron sus movimientos mientras sentí la
presión de mi liberación creciendo dentro de mí—. Mi amore —susurré mientras su
respiración se entrecortaba y su cuerpo se estremecía.
—Achille. —Caresa se quedó sin aliento cuando mis manos agarraron sus
caderas como una presa. Y luego se quedó quieta, gritando de placer, llevándome al
borde con ella. La luz explotó detrás de mis ojos mientras gemía por mi liberación,
tratando de recuperar el aliento.
Caresa cayó encima de mi cuerpo húmedo, su piel caliente por el calor del fuego
y el cabello húmedo por el esfuerzo. Respiró contra el hueco de mi cuello, mis manos
todavía se negaban a dejarla ir.
Después de unos minutos, la moví a un lado, su cabeza apoyada sobre mi
hombro. Pasé los dedos por su brazo, feliz por el hecho de que la tenía de vuelta. Que
la tenía a mi lado de nuevo, en mi casa, al lado del fuego que ella había mantenido
encendido para mi regreso.
—¿Mi amore? —le pregunté, mi voz apenas un susurro.
—¿Mmm? —dijo Caresa somnolienta.
—Embotellaste por mí.
—No estabas aquí —dijo en voz baja—. No iba a dejar que la cosecha de este año
fallara. Yo… —Respiró profundamente, ahogando un bostezo—. Nunca te dejaré
fallar.
Antes de quedarse dormida, le dije:
—¿Amore?
—¿Sí?
—Todavía hay una fecha de boda para la víspera de Año Nuevo.
La cabeza de Caresa se elevó ante mis palabras.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó.
Levanté su dedo anular izquierdo y presioné un beso en el diamante. Sonreí.
—Esto se ve mejor que el anillo de vid que te di hace semanas.
—No sé nada de eso —dijo, y luego bajó la mirada—. Yo… todavía lo tengo,
Achille. Lo guardo debajo de la almohada, para que esté siempre cerca.
—Caresa —dije con la voz ronca. Entonces me reí—. Todavía tengo el mío
también. En mi billetera. Lo guardo conmigo siempre.
—¿En serio? —preguntó en voz baja.
—Siempre. —Me giré sobre la alfombra para ponerme frente a ella y pasé un
dedo por su rostro—. Cásate conmigo en la víspera de Año Nuevo. Como un Sa…
Savona —tartamudeé, el apellido sonando peculiar en mis labios—. Cásate conmigo
en el Duomo, un príncipe y una duchessa delante de Dios y de toda la sociedad.
Cásate conmigo porque no quiero estar lejos de ti otra vez. Cásate conmigo porque
eres mi otra parte y nunca te dejaré ir. —Mis labios se curvaron en una pequeña
sonrisa—. Tus padres ya están aquí, las invitaciones han sido enviadas. Y ya tienes el
vestido.
Sus ojos brillaron.
—Y mi velo de vides.
—¿Tienes vides en tu velo? —le pregunté, mi corazón golpeando en mi pecho.
—Siempre soñé con que lo tendría. —Sonrió—. De niña me imaginaba vides de
seda tejidas en un velo de encaje español. —Respiró profundamente y apoyó la
cabeza sobre mi hombro—. Porque Dios sabía que un día te encontraría. Te encontré
cuando volví a casa, entre las viñas.
Justo cuando pensé que se había quedado dormida, susurró:
—Y sí, me casaré contigo en la víspera de Año Nuevo. Me casaría contigo hoy
mismo si pudiera. No quiero esperar para ser tu esposa.
Caresa no podía verme, pero sonreí ampliamente. No podía sentirlo, pero mi
corazón se disparó en mi pecho. Y nunca lo sabría, pero me había devuelto la vida.
Me dio la esperanza, me dio la gracia y mejor aún, me dio a ella.
Una vez le pregunté qué podría darle; ella me dijo que simplemente me quería.
Y yo la quería.
Caminando hacia mí en una iglesia con un vestido de encaje blanco.
Con el velo de vides.
Como siempre estuvo destinado a ser.
Caresa
Florencia, Italia
Víspera de Año Nuevo
—¡Et voilà! —anunció Julietta extravagantemente en francés mientras
apartaba la manta del espejo de cuerpo entero. Parpadeé mientras contemplaba mi
reflejo. Había visto el vestido muchas veces antes de este día. Pero hoy era diferente.
Porque hoy me casaba con Achille, un recién anunciado príncipe de Italia. El amor
de mi vida que recientemente había ocupado su lugar en los libros de historia del
legado de la Casa Savona.
Dejé que mis ojos estudiaran mi vestido de encaje blanco de manga larga
perfectamente ajustado y el sencillo anillo que llevaba en mi mano izquierda. Tenía
el cabello recogido en un intrincado moño. Mi maquillaje era perfecto, mis ojos
sombreados con matices marrones, mis labios y mejillas sonrosadas. Llevaba
grandes aretes de diamante en las orejas, pero el único elemento que robó el
espectáculo fue mi velo.
Mi velo perfectamente diseñado de vides.
—Te ves hermosa, Caresa —dijo mi madre a mi lado. Levantó mi mano y
presionó un beso en el dorso.
—Gracias, mamá —dije, esforzándome más para no llorar.
Marietta se puso de pie a mi lado y colocó su brazo alrededor del mío.
—¡Mi Caresa! —dijo dramáticamente—. Te ves estupenda. —Sonreí a mi mejor
amiga. Su cabello rubio estaba atado en un moño bajo, y lucía radiante en su vestido
de seda lavanda de dama de honor.
—¿Estás lista, Caresa? —preguntó Pia. Ella también era una dama de honor,
luciendo hermosa en lavanda—. Los autos han llegado.
Respiré profundamente y, sonriendo a mi reflejo, anuncié:
—Estoy lista.
El personal detuvo sus preparativos del desayuno de bodas para verme
mientras caminaba por el pasillo. Les sonreí mientras pasaba, asintiendo en
reconocimiento de su apoyo.
El pasado par de semanas había sido una locura. Pocos días después de nuestro
compromiso, justo antes de Navidad, Zeno había reunido a las familias más
importantes de Italia en la propiedad de Bella Collina. Allí declaró a Achille su
hermano. Allí informó a la conmocionada multitud que Achille era un Savona. Y que
él era también el fabricante del merlot de Bella Collina.
Y Achille se había puesto junto a su hermano, vestido impecablemente con un
traje de Tom Ford, luciendo cada centímetro del príncipe que Zeno decía que era.
Zeno me explicó que el matrimonio seguiría en pie, pero que ahora estaba
comprometida con Achille. Sabía que los rumores estarían en pleno vuelo,
pretendiendo ser el escándalo de la década: el engaño ilícito del rey Santo con la
madre de Achille, Achille siendo reconocido como Savona y nuestro compromiso
repentino. Pero no me importaba.
Que todos hablen.
Cuando rodeé el pasillo hasta la cima de la escalera, mis ojos se posaron sobre
un retrato del viejo rey, pintado a los veinticinco años. Y allí estaba él, mi Achille me
miraba desde el lienzo. Zeno siempre se había parecido al rey. Pero mientras miraba
a un joven rey Santo, que parecía orgulloso en una pose real tradicional, solo vi a
Achille. Estaba claro por qué lo había mantenido oculto. Cualquiera que conociera al
rey de joven, habría visto el parecido en un latido de corazón.
Un movimiento desde la parte inferior de las escaleras me llamó la atención.
Sonreí cuando vi a mi padre, mi ramo de rosas blancas de Bella Collina en su mano.
Las flores eran tan hermosas como todas las rosas que Achille me había dado. Sin
embargo, la mejor parte del ramo eran las vides que se entrelazaban entre las rosas;
vides de la tierra de Achille.
Coincidían perfectamente con mi velo.
Bajé las escaleras, mis damas de honor y mi madre caminando detrás de mí.
Cuando llegué al final, tuve que girarme de espalda rápidamente cuando vi lágrimas
en los ojos de mi padre.
—Papá —susurré—. No llores. Me harás llorar también.
Lo oí sorber por la nariz y aclarar su garganta. Cuando volví a mirarlo, sus ojos
todavía brillaban, pero se había compuesto. Se acercó para tomar mi mano y la metió
en su brazo.
—Te ves tan hermosa, Caresa —dijo, y presionó un beso a un lado de mi
cabeza—. Como un sueño.
—Gracias, papá.
Cuando mi padre me entregó mi ramo, y el aroma familiar y reconfortante de
las rosas llenó mis sentidos, sentí que una calma me invadía.
Te estás casando con Achille. En poco más de una hora, habrás unido tu alma
a la suya en todas las maneras posibles.
Los autos antiguos estaban esperando fuera. El fotógrafo salió de uno mientras
me metía en otro. Mi padre se metió a mi lado y me apretó la mano con fuerza.
Fue un viaje corto al Duomo desde el palazzo. Estacionamos detrás de la Piazza
del Duomo y bajamos del auto. Los destellos de los paparazzi me cegaron mientras
mi padre me tomó la mano y me guió por la calle. Mi madre y damas de honor se
unieron, y lentamente, nos dirigimos a la Cattedrale di Santa Maria del Fiore, el
enorme duomo que dominaba el centro de Florencia. El aire estaba fresco por el frío
penetrante del invierno, copos de nieve blancos delicados cayendo alrededor de
nosotros como confeti. Los sonidos de las celebraciones tempranas de la víspera de
Año Nuevo navegaron en el viento a nuestros oídos, y el sol brillaba intensamente en
el cielo sobre el Duomo, el reflector cegador de Dios bendecía nuestro día especial.
Cuando nos acercamos a la entrada principal, los turistas y los lugareños cenando y
bebiendo se detuvieron para vernos pasar. Muchos gritaron sus buenos deseos, solo
atrayendo más atención a nosotros.
En el momento en que llegamos a la entrada, una gran cantidad de gente se
había reunido, tomando fotos y videos en sus teléfonos. Mi corazón estaba latiendo
a un millón de kilómetros por hora cuando mi madre me besó en la mejilla y se metió
en el cuerpo principal de la iglesia para tomar su asiento.
Podía escuchar la masa de gente dentro. Pero mis pensamientos solo iban a una
persona: Achille. Todo lo que pude imaginar fue Achille en su traje, de pie delante de
cientos de personas reunidas aquí hoy para presenciar nuestra unión.
Esperamos detrás de las puertas cerradas. Mi padre mantuvo la cabeza hacia
adelante, pero en cuanto la música empezó a sonar, “Sogno” de Andrea Bocelli,
apretó mi mano y susurró:
—Estoy muy orgulloso de ti, carina. Muy orgulloso.
Se me hizo un nudo en la garganta cuando se movió delante de mí y colocó el
velo sobre mi rostro. Las puertas se abrieron lentamente, y al igual que ensayamos,
mis damas de honor comenzaron su caminata por el largo pasillo.
Luego, fue mi turno de dar ese paso adelante. Mis piernas temblaron y mi
corazón martilleó una sinfonía mientras comenzábamos nuestra lenta caminata por
el pasillo. Mantuve los ojos fijos, tratando de concentrarme en la respiración, cuando
pasamos por la primera fila de invitados. A través del delgado velo pude ver un mar
de rostros, todos borrosos. Oí sus jadeos de asombro, sus susurrados buenos deseos
que resonaron en las enormes paredes de la catedral. Era todo un torbellino, hasta
que mi padre me apretó la mano y dijo:
—Levanta la mirada, carina.
Ni siquiera me había dado cuenta que había bajado la mirada. Inhalando
profundamente, escuchando la voz perfecta de Bocelli en un crescendo, hice lo que
mi padre me dijo. Y en el momento en que lo hice, mi cuerpo se llenó de alegría, luz
y vida sin censura.
Porque delante de mí, esperándome con una pequeña sonrisa de adoración en
su rostro, estaba Achille. Y todo lo demás desapareció. Mis pies se sentían más
ligeros, mi corazón se calmó de su latido irregular y el aire llenó mis pulmones.
Porque este era mi Achille.
Mi corazón, mi conciencia y mi alma.
Llegamos al final del pasillo. Mi padre puso mi mano en la mano de Achille
expectante… y yo estaba en casa.
Cerré los ojos y envié una silenciosa oración a sus dos padres y a su madre por
regalarme este hermoso hombre. Todo su dolor, todos sus sufrimientos, se
convertirían ahora en nada más que felicidad y amor. Les prometí que cuidaría a su
hijo.
Estaría a salvo en mis brazos.
Lo sentí moverse a mi lado. Cuando abrí los ojos, Achille estaba levantando mi
velo... mi velo de vides, las vides que sabía que siempre habían representado la otra
mitad de mi alma. Mi dulce vinicultor del merlot de Bella Collina.
Apartó el velo de mi rostro y aspiré un profundo suspiro. Mis ojos bajaron hacia
el cuerpo alto y amplio de Achille. Estaba vestido con un traje de diseñador, y su
cabello negro generalmente desordenado, estaba peinado apartado de su rostro,
mostrando la belleza de sus ojos color turquesa, del color del mar Mediterráneo.
Y cuando nuestras miradas se cruzaron, reproduje la historia de nosotros en mi
mente. Desde el primer día en el viñedo, a él pasando su mano por la mía, nuestro
beso, haciendo el amor, y finalmente volviendo a sus brazos después que nos
separamos. Lo recordé todo: los recuerdos eran una huella digital en mi alma.
Porque a veces, sólo a veces, el sol y la luna se alinean, llevando a dos personas
al mismo lugar y al mismo tiempo. A veces, el destino los guía hasta donde
exactamente están destinados a estar. Y sus corazones siguen un mismo ritmo y sus
almas se funden como una sola.
Mitades separadas.
Almas gemelas.
Dos mitades, ahora forman un todo…
…Achille y Caresa.
Per sempre.
Achille
Umbría, Hacienda Bella Collina,
Tres años después…
—Santino, ven aquí, carino —dije, riendo mientras mi hijo de dos años, soltaba
la mano de su madre y corría por la larga hilera de vides para llegar a mí. Mientras
caminaba por la tierra desigual, su rostro era brillante, y su risa contagiosa se la
llevaba el viento. No pude evitar sentirme bendecido.
Santino cayó en mis brazos, y lo llevé a mi pecho. Me quedé con él en mis brazos
y besé su mejilla rechoncha. Tomé su mano y la pasé por encima de un montón
completo de uvas, calientes por el sol, y le pregunté:
—¿Ya están listas, carino? —Los dedos pequeños de Santino pasaron por
encima de la piel de las uvas—. ¿Y bien?
—¡Sí! —gritó. Le hice cosquillas en la cintura y se echó a reír.
—¡Muy bien! —lo elogié y lo hice girar mientras se reía más fuerte. Miré a
Caresa, que nos miraba desde el final de la hilera con una mirada de felicidad en sus
ojos. Sus manos estaban acariciando su estómago embarazado mientras su cabello
largo se arremolinaba alrededor de ella en la cálida brisa.
Íbamos a tener una niña. Y no podía esperar a conocerla.
—¿Corremos hacia tu mamá? —le pregunté a Santino, y él aplaudió.
Empecé en un trote constante mientras nos dirigíamos a Caresa.
—¡Mamá! —gritó Santino y le tendió los brazos.
Ella lo levantó por un momento, pero luego lo colocó de nuevo en el suelo.
Señaló hacia la cabaña.
—¡Mira quién ha venido a verte!
Santino se volvió al mismo tiempo que yo. Zeno estaba de pie junto a los
árboles, vestido con su traje y corbata. Me saludó con la mano, luego se agachó al
suelo.
—¡Santino! ¡Tu tío favorito ha venido a verte!
—¡Zio Zeno! —gritó Santino y aceleró sus pequeñas piernas a su máxima
velocidad mientras corría a través del campo y a los brazos de Zeno. Me reí cuando
Zeno lo dejó en el suelo y comenzó a perseguirlo por la hierba.
—Es tan bueno con él —dijo Caresa cariñosamente.
Asentí y luego me dirigí a mi esposa. Le acaricié su rostro con las manos y la
atraje para besarla. Cuando me aparté, presioné mi frente contra la suya.
—Te amaré por siempre.
—También te amaré por siempre —murmuró en respuesta, luego pasó su mano
por mi pecho desnudo—. Me encanta esta época del año, porque puedo verte vestido
así todos los días mientras traes la cosecha.
—Entonces, siempre estaré esperando octubre —le dije y besé a mi esposa otra
vez, porque podía.
Le pasé el brazo por los hombros y caminamos hacia Zeno y Santino. Cuando
Zeno nos vio, recogió a Santino en sus brazos. Zeno besó a Caresa en ambas mejillas
y luego me abrazó.
—¿Vas a cenar? —pregunté.
—Por supuesto —respondió. Todos regresamos a la cabaña. Desde que había
tomado el título de príncipe y me convertí en parte de Vinos Savona, Caresa y yo nos
habíamos quedado aquí en la propiedad de Bella Collina. La casa principal era
nuestra, pero principalmente nos alojábamos aquí en la cabaña. Especialmente
durante la recolección.
Esta casa era nuestra verdadera casa.
Zeno pasaba la mayor parte de su tiempo en el Palazzo Savona en Florencia,
pero venía aquí a menudo. Juntos dirigíamos el lado italiano del negocio, y juntos
habíamos hecho que el negocio floreciera. Vinos Savona era mejor ahora que nunca,
ni bajo el mando de nuestro padre, el difunto rey. Y Zeno me escuchó como le dije
que hiciera. Confiaba en mi juicio sobre los vinos que debíamos producir o sobre los
viñedos que debíamos adquirir. Y estaba orgulloso de Zeno. Se habían ido los días de
playboy. En cambio, se había metido en el negocio cien por ciento y se había hecho
realmente bueno en lo que hacía.
Y una vez más, era mi mejor amigo.
Era mi hermano.
Nos sentamos en la cubierta mientras los caballos pastaban en el potrero.
—Así que —le dije a Zeno cuando Caresa entró a buscar la comida—. ¿Cómo
están las ventas del Nero d'Avola?
—Mejor imposible —dijo Zeno con una sonrisa—. Tenías razón otra vez,
hermano. El vino es un éxito. ―El primer año que había subido a bordo, sugerí que
Vinos Savona adquiriera el vino de mi zia Noelia. Habían ido tan lejos como podían
solos, y ahora, con nuestro respaldo, mejoraban.
—¿Y tu vida amorosa? —preguntó Caresa, que salía de la casa con platos de su
cioppino casero. Era mi favorito.
Zeno se echó a reír. Caresa colocó a Santino en su trona y se sentó.
—Estoy casado con mi trabajo, duchessa. Sabes eso.
Su mano cubrió la de él.
—Tan orgullosa como estoy por ti, Zeno, también necesitas amor.
Zeno se encogió de hombros.
—Un día. Tal vez. Pero por ahora, estoy… —Suspiró satisfecho—. Estoy feliz.
Por primera vez en mucho tiempo.
Comimos nuestra comida y nos reímos hasta llegada la noche. Mi hermano y
yo discutimos negocios, y cuando la energía de Santino se agotó, Zeno se fue con la
promesa de volver mañana.
Quería ayudarme con la cosecha. Como lo había hecho el año pasado.
Juntos.
Al entrar a la casa, Caresa fue a acostar a Santino. Pero cuando la puerta se
cerró detrás de nosotros, tomé a nuestro hijo de sus brazos.
—Lo llevaré a la cama. Espérame junto al fuego.
El rostro de Caresa se fundió en la expresión más hermosa y cariñosa, y se
dirigió a los grandes cojines que yacían ante las brasas.
Santino bostezó. Lo besé en la mejilla mientras lo llevaba a su habitación. Lo
cambié a su pijama y lo acosté en la cama. Antes de siquiera sentarme, se movió
sobre su cama hacia la pila de libros y me dio uno para que lo leyera. Mientras leía el
título, juguetonamente puse los ojos en blanco.
—¿Este otra vez?
Santino rió y se acomodó bajo el edredón. Acomodándome a su lado, abrí la
primera página. Como siempre tenía que hacerlo, me concentré en las palabras y les
permití tener sentido en mi cabeza. Y luego leí. Santino apoyó su cabeza en la
almohada a mi lado, su brazo alrededor de mi cintura. Se rió cuando hice los ruidos
apropiados del animal en el momento adecuado, pero cuando la risa se detuvo y bajé
la mirada, mi niño estaba profundamente dormido.
Mi corazón derritiéndose por sus labios rechonchos entreabiertos y su
desordenado cabello oscuro, me deslicé de la cama y lo besé en su cabeza,
susurrando:
—Te amaré por siempre.
Volví a colocar el libro en su estante, sabiendo que un día le leería Tolkien, igual
que mi padre había hecho conmigo.
Cerré la puerta de su habitación y regresé a mi esposa. Caresa estaba tendida
junto al fuego, con la mirada perdida en las llamas. Ella sonrió.
—¿Se quedó dormido?
—Casi de inmediato. Ni siquiera leímos un cuarto del libro —dije y me senté a
su lado. Caresa se movió hasta que su espalda estuvo contra mi pecho. Cuando se
acomodó, apoyé mi espalda contra una gran almohada.
Un segundo más tarde, un libro estaba en mi mano, el Simposio de Platón. Bajé
la mirada para ver a Caresa observándome, sus largas pestañas besando sus mejillas
mientras parpadeaba.
—Léemelo.
Mi corazón explotó en mi pecho ante la cantidad de amor en sus ojos. Amor que
sólo parecía aumentar día a día, tan imposible como parecía.
—Siempre —dije y abrí el libro en nuestra parte favorita, la parte que le leía
cada noche. Caresa se acurrucó en mi pecho, y puse mi mano libre sobre su
estómago. Entonces, le leí. Contra la luz del fuego, en nuestra casa, con nuestro hijo
en su cama y nuestra hija escuchando, hablé de almas perdidas vagando por el
mundo que se encuentran con sus partes faltantes y son sorprendidas en sus sentidos
por el amor. Y cuando eché un vistazo a mi hermosa esposa, mi otra mitad, con su
mano presionada sobre la mía, hablé de pertenecer el uno al otro, sabiendo que
Platón hablaba de parejas como nosotros.
Porque desde el momento en que la vi y me permití enamorarme, mi alma la
reconoció como mía. Y… nunca querríamos estar separados el uno del otro…
…ni siquiera por un momento.
Shadow — Birdy
Sirens — Cher Lloyd
Love Like this (Acoustic) — Kodaline
Ships In The Rain — Lanterns on the Lake
Set Fire To The Third Bar — Snow Patrol
Atlas: Touch — Sleeping At Last
Talk Me Down — Troye Sivan
Happiness (Acoustic) — NEEDTOBREATHE
All Again — Ella Henderson
Lost Boy — Troye Sivan
Dark Island Sky — Enya
Dusty Trails —Lucius
Say You Won’t Let Me Go — James Arthur
Wishes — RHODES
Autumn — Paolo Nutini
Follow the Sun (Acoustic) — Caroline Pennell
When We’re Fire (Cello Version) — Lo-Fang
I Could Never Say Goodbye — Enya
Sogno (Extended Version) — Andrea Bocelli
BITE — Troye Sivan
Tillie Cole originaria de Teesside un
pequeño pueblo del nordeste de Inglaterra.
Creció en una granja con su madre inglesa, padre
escocés, una hermana maya y una multitud de
animales recogidos. En cuanto pudo, Tillie dejó
sus raíces rurales por las brillantes luces de la
gran ciudad.
Después de graduarse en la Universidad de
Newcastle, Tillie siguió a su marido jugador de
Rugby Profesional alrededor del mundo durante
una década, convirtiéndose en profesora de
ciencias sociales y disfrutó enseñando a
estudiantes de secundaria durante siete años.
Tillie vive actualmente en Calgary, Canadá
dónde finalmente puede escribir (sin la amenaza de que su marido sea transferido),
adentrándose en mundos imaginarios y las fabulosas mentes de sus personajes.
Tillie escribe comedia Romántica y novelas nuevos adultos y felizmente
comparte su amor por los hombres-alfa masculinos (principalmente musculosos y
tatuados) y personajes femeninos fuertes con sus lectores.
Cuando no está escribiendo, Tillie disfruta en la pista de baile (preferentemente
a Lady Gaga), mirando películas (preferiblemente algo con Tom Hardy o Will Ferral,
¡por muy diversas razones!), escuchando música o pasar tiempo con amigos y
familiares.

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