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II.
Una inveterada discusión:
No es nueva la controversia doctrinaria y jurisprudencial
vinculada a la posibilidad de instruir sumario criminal cuando se tiene por
base el anoticiamiento formulado por un profesional del arte de curar que
haya conocido el hecho perpetrado por el paciente, en el propio ejercicio de
la profesión.
En el ámbito capitalino la problemática se debatió hace mucho
en esta Cámara del Crimen en ocasión del fallo plenario dictado en el caso
“Natividad Frías”, del 26 de agosto de 1966, en el que predominó la tesis
negativa por una muy ajustada mayoría (nueve votos contra ocho). Allí se
dejó sentada la doctrina según la cual “no puede instruirse sumario criminal
en contra de una mujer que haya causado su propio aborto o consentido en
que otro se lo causare, sobre la base de la denuncia efectuada por un
profesional del arte de curar que haya conocido el hecho en ejercicio de su
profesión o empleo –oficial o no- , pero sí corresponde hacerlo en todos los
casos respecto de sus coautores, instigadores o cómplices”.
Tan discutida es la cuestión que, hasta hoy, a más de las
distintas posiciones doctrinarias, existe jurisprudencia absolutamente
divergente. Así, en el sentido análogo al criterio fijado en “Frías”, por caso,
puede citarse el plenario de la Cámara Penal de San Martín del 5-7-1985, en
autos “L., D.B.” (J.A. 1985-III-282); el pronunciamiento del Tribunal Superior
de la Provincia del Neuquén, por ajustada mayoría, causa “M., M.E.”, del 14-
4-1988 (E.D. 129-388); el del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de
Buenos Aires, Sala I, causa n° 6353, del 26-11-2002; el pronunciamiento de
la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, en “E., A.T.”, por mayoría,
del 7-6-2006 (L.L. 2006-D-181); y recientemente el de la Cámara de
Apelación en lo Penal, Sala Tercera, de la ciudad de Santa Fe
–“D.,R.B.s/aborto”, del 22-12-2006.
De igual modo, como postura contraria al criterio sentado en
“Frías”, puede verse el plenario de la Cámara de Apelación en lo Penal de
Lomas de Zamora, del 2-7-1981, en la causa “Marturano” (J.A. 1981-IV-454);
el plenario de la Cámara Penal de Morón, en los autos “R.,R.”, del 8-5-1986
(J.A. 1986-III-593); y lo sostenido por la Corte Suprema de Justicia de la
Provincia de Santa Fe, por unanimidad, en el caso “Insaurralde”, del 12-8-
1998 (L.L. 1998-F-547).
Esta Cámara del Crimen ha sostenido en numerosas
oportunidades la doctrina elaborada en el plenario “Frías” (sólo por caso, de
los últimos años, de la Sala I, causa “Katz”, del 8-3-2004 –inclusive con
mayores alcances, como se verá-; de la Sala IV, causa “Ferrara”, del 19-3-
2004; de la Sala V, causa “Sautu”; del 8-2-2007; y de la Sala VI, causa
“Ayardu”, del 8-2-2005).
Cierto es que el temperamento adoptado por la mayoría en
“Frías” es reiteradamente aplicado por nuestros tribunales, como lo es
también que su falta de obligatoriedad viene dada por el dictado de la ley
24.050 (art. 10), en tanto es la Cámara Nacional de Casación Penal, en todo
caso, la habilitada para uniformar la doctrina, sin que en tal sentido exista un
pronunciamiento plenario al respecto por ese Tribunal en torno al tema que
aquí se abordará.
Así, puesto que se trata a juicio del Tribunal de uno de los
denominados “casos difíciles”, donde las argumentaciones en favor de una u
otra postura pueden adquirir relevancia (en tal sentido, ver Bidart Campos,
Germán J., Denuncia de un delito que tuvo noticia el médico por evidencias
corporales de su paciente, en La Ley, 1999-B-164, donde recomienda para el
caso la lectura del trabajo de Ricardo Lorenzetti, El juez y las sentencias
difíciles. Colisión de derechos, principios y valores, en La Ley, 1998-A-1039),
bien vale ingresar nuevamente en el estudio de la cuestión en aras de
establecer la doctrina aplicable al caso, aun cuando no pocos de los
argumentos ya han sido desarrollados en las posturas habidas desde antaño
sobre el tópico.
Ello, con la aclaración de que no se trata sino exclusivamente
de examinar si se puede instruir sumario en las condiciones aludidas, más
allá de las particularidades que cada caso pudiere ofrecer en torno a la
responsabilidad penal de los intervinientes.
De modo que se impone revisar la doctrina del plenario “Frías” y
los criterios jurisprudenciales habidos a su amparo, como en el supuesto del
sub examen, no por el mero hecho de haber transcurrido más de cuarenta
años desde ese pronunciamiento, sino fundamentalmente a partir de los
valores reconocidos desde el año 1994 en la Constitución Nacional – en
particular los instrumentos de derechos humanos-, los criterios de su más alto
intérprete judicial y las pautas procesales y reglamentarias actuales, de las
que, como se dijo, surge la falta de obligatoriedad de la doctrina establecida
en el caso “Frías”.
2. La argumentación afín al plenario “Frías”:
Cuando los tribunales adoptan el criterio según el cual en la
situación aludida no puede instruirse sumario en contra de la mujer, como en
“Frías”, generalmente se invoca que la regla es el secreto profesional y la
excepción resulta ser el deber de revelarlo frente a una justa causa; que debe
aplicarse la primacía del derecho material (prohibición de la revelación de un
secreto por la ley sustantiva) sobre el derecho formal (obligación de
denunciar salvo que el profesional hubiera accedido a ese conocimiento
mediante el secreto); que no puede fundarse una sentencia en una denuncia
que trasunta un hecho (la revelación) que la ley reputa delito; que la
presentación de una persona en un hospital público revelando haber
cometido un delito, implica una autoacusación forzada para preservar su
propia vida, en detrimento de la respectiva garantía reconocida en el art. 18
de la Constitución Nacional; que no puede presumirse que quien viola la ley
penal asuma como riesgo el tener que renunciar a un derecho o garantía
constitucional, al acudir a un hospital o manifestarle al médico el origen de la
afección; que la atención médica ocurre en una situación de necesidad y por
lo tanto no existe el deber de denunciar y sí el de guardar secreto, porque la
denuncia expone a ese necesitado a un proceso penal y a la privación de su
libertad, de modo que debe priorizarse la salud del paciente; o que las
mujeres de escasos recursos son discriminadas, en la medida en que los
abortos clandestinos tienen menores expectativas de higiene y salubridad y
que su concurrencia a un hospital público las enfrenta a una denuncia penal,
mientras que quienes abortan en clínicas privadas resultarán beneficiadas
con el secreto de los profesionales.
El derecho a la vida:
Las disposiciones constitucionales aludidas anteriormente no
dejan margen de duda alguno en torno a la relevancia del bien de la vida
como superior al resto de los bienes en el ordenamiento jurídico.
Por ello se ha dicho que el derecho a la vida -que debería ser
llamado “derecho a la inviolabilidad de la vida humana”- es el derecho
fundamental paradigmático, en razón de su peculiar contenido, puesto que el
bien humano básico que constituye su objeto –la vida- no es uno más, sino
que tiene una importancia radical. De ahí que se ha insistido desde todo
punto de vista en que posee una centralidad o imperatividad tal que lo hace
trascender a otros derechos (Toller, Fernando, Jerarquía de derechos,
jerarquía de bienes y posición de la vida en el elenco de los derechos
humanos, en J.A. 2006-I-1025/1036).
Así, la particular gravedad de los ataques a la vida viene dada
por distintas razones: 1) la tendencia a mantenerse o conservarse en el ser
(primera tendencia del ser humano); 2) la preeminencia de la vida se basa en
que dicho bien jurídico, que es el objeto del derecho a la vida, prácticamente
se confunde con el sujeto mismo de ese derecho, ello es, con la misma
persona humana que es su titular; 3) el bien de la vida es condición de
posibilidad de la efectiva titularidad, ejercicio, gozo y preservación de
cualquier otro bien humano –lo convierte en “el bien más básico”-; 4)
finalmente, el atentado que se lleva a cabo con éxito contra el bien de la vida
tiene un carácter particularmente irreparable, puesto que es posiblemente el
único atentado definitivo (Toller, Fernando, Jerarquía de derechos...).
En otras palabras, “es cierto que no pueden establecerse a
priori jerarquías objetivas entre los bienes y derechos humanos, pero con una
importante excepción: el derecho a la inviolabilidad de la vida. Es decir,
puede sostenerse la imposibilidad de establecer un orden de prelación entre
los derechos, pero siempre que se excluya de esta afirmación al derecho a la
inviolabilidad de la vida, el que se encuentra en un rango superior al del resto
de los derechos” (Massini, Carlos I., “El derecho a la vida en la sistemática de
los derechos humanos”, en Massini, Carlos I. y Serna, Pedro, El derecho a la
vida, Edit. Eunsa, Pamplona, 1998, pág. 207).
Por ello, nuestro más Alto Tribunal ha privilegiado el derecho a
la vida como el “primer derecho natural de la persona humana preexistente a
toda legislación positiva que, obviamente, resulta reconocido y garantizado
por la Constitución Nacional y las leyes” (Fallos: 302:1284; 312:1953;
326:4931, entre muchos otros).
Al propio tiempo y en lo atingente a la cuestión aquí suscitada,
la Corte Federal reeditó la preeminencia del derecho a la vida y reafirmó su
aseguramiento a partir de los tratados internacionales que tienen jerarquía
constitucional, “que resguardan la vida de la persona humana desde el
mismo momento de la concepción” (Fallos: 325:292).
De ahí que “existe una razón más fuerte que antes de la reforma
[constitucional] de 1994, para considerar que también en el derecho federal
argentino se reconoce la existencia de la vida humana desde la concepción”
(Gelli, María Angélica, El derecho a la vida en el constitucionalismo
argentino: problemas y cuestiones, La Ley 1996-A-1455/1467).
Ello, máxime frente a que bajo el influjo “del principio pro
homine, que informa todo el derecho de los derechos humanos…las
garantías emanadas de los tratados sobre derechos humanos deben
entenderse en función de la protección de los derechos esenciales del ser
humano” (Fallos: 325:292).
Justamente, si “el principio pro homine es un criterio
hermenéutico que informa todo el derecho de los derechos humanos, en
virtud del cual se debe acudir a la norma más amplia, o a la interpretación
más extensiva, cuando se trata de reconocer derechos protegidos e,
inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida cuando se
trata de establecer restricciones permanentes al ejercicio de los derechos o
su suspensión extraordinaria…esto es, estar siempre a favor del hombre…”
(Pinto, Mónica, “El principio pro homine. Criterios de hermenéutica y pautas
para la regulación de los derechos humanos”, en Abregú, Martín y Courtis,
Christian (compiladores), La aplicación de los tratados sobre derechos
humanos por los tribunales locales, Editores del Puerto, Buenos Aires, 1997,
pág. 163), entonces su aplicación también debe alcanzar a los casos de
protección del nasciturus, según las mandas constitucionales ya
referenciadas, que no dejan hesitaciones sobre tal inclusión.
En ese sentido, el Tribunal tuvo oportunidad de pronunciarse
por la posibilidad de formular imputación por imprudencia y a título de
homicidio culposo (art. 84 del Código Penal) –nuestra legislación no trae la
figura del aborto culposo- en los supuestos de la muerte del niño producida
durante el proceso de nacimiento, ello es, cuando la vida intrauterina
prácticamente ha finalizado sin que la extrauterina haya comenzado, en un
marco amplio de “protección de la persona y que resulta más afín a los
postulados constitucionales” (causa n ° 23.760, “Macías”, del 28-12-2004).
En igual dirección, frente a cuestionamientos en torno al
derecho a la vida de la persona por nacer y desde una perspectiva diferente,
aunque de rigurosa entidad, conviene reportar el pensamiento de uno de los
más destacados académicos de la actualidad.
Así, en el marco de discusión del llamado “derecho penal de
enemigos”, el profesor Jesús-María Silva Sánchez ha sostenido que más allá
de la disminución de las garantías político-criminales de ciertos sujetos
activos que sugiere tal doctrina, se percibe una “radical desprotección de
ciertos sujetos pasivos, donde ‘enemigo’ para este derecho penal será aquel
ser humano al que, en la medida en que se le considere fuente de mal-estar
para quienes tienen el poder jurídico de definición, se le niega toda protección
penal (y aun jurídica)…mediante su definición como no-persona en
absoluto…”, circunstancias que concurren de modo esencial en el ser
humano concebido y no nacido. El nivel de desprotección en España es tal –
dice Silva Sánchez- que “ha acabado por atribuir a terceros (médicos)
deberes específicos que sólo se pueden eludir mediante el expediente
excepcional del recurso a la objeción de conciencia” (Silva Sánchez, Jesús-
María, “Los indeseados como enemigos: la exclusión de seres humanos del
status personae”, en Derecho penal del enemigo. El discurso penal de la
exclusión, Cancio Meliá-Gómez-Jara Diez (coordinadores), Editorial B de F,
Edisofer S.L., Montevideo-Buenos Aires, volumen II, págs. 985/1010
985/1010 ).
Como colofón en este aspecto, no puede perderse de vista que
el delito a investigar en este sumario no es otro sino el de aborto, cuyo bien
jurídico protegido es la vida de la persona por nacer y que, concordemente, la
obligación de denunciar lo es precisamente respecto de “un delito contra la
vida” (art. 177, inciso 2°, del Código Procesal Penal), de lo que se sigue la
impertinencia de no referir la problemática aquí ventilada al primero de los
derechos humanos y de reducir la cuestión a una mera puja entre el deber de
persecución penal del Estado –por un lado- y la violación a la fidelidad que
supone el secreto profesional, porque –como se verá-, siquiera el concepto
de “justa causa” de revelación podrá desentenderse del derecho a la vida del
concebido no nacido.
El derecho a la salud:
Así planteada la problemática, al propio tiempo, conviene
sostener sin ambages que el derecho a la asistencia del paciente, en todos
los casos que pudieren resultar análogos (abortante, persona que ingiere
cápsulas de cocaína, homicida o ladrón que concurren a la atención médica
al resultar heridos), debe quedar absolutamente asegurado, como garantía
implícita que también emerge del art. 33 de la Constitución Nacional y de las
aludidas normas de los instrumentos de derechos humanos.
En ningún caso de la experiencia común –así se desprende al
menos de los múltiples sumarios que se inician en la praxis- se niega la
debida atención médica de tales pacientes, con independencia de sus
implicancias jurídicas, que son justamente el tema nuclear aquí debatido.
Es que, precisamente como una derivación del derecho a la
vida, la propia Corte Suprema sostuvo que la autoridad pública tiene la
obligación impostergable de garantizar con acciones positivas el derecho a la
preservación de la salud, más allá de las obligaciones que deban asumir en
su cumplimiento las jurisdicciones locales, las obras sociales o las entidades
de la llamada medicina prepaga (Fallos: 323:3229) –en el mismo sentido, ver
Gelli, María Angélica, Constitución de la Nación Argentina, comentada y
concordada, La Ley, Buenos Aires, 2001, pág. 27-.
Como puede advertirse, porque no necesita mayores
desarrollos, la persona que requiere la atención médica cuenta con la
garantía de tal satisfacción, siempre que el derecho a la salud tiene previsión
constitucional. Ello, particularmente, en orden a la obligación impostergable
en cabeza de la autoridad pública de garantizar el derecho a la preservación
de la salud con acciones positivas (Fallos: 324:3569).