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Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, o en el lenguaje del salmo, hay dos
caminos: el que escucha la ley del Señor y la obedece, es justo, o el camino del impío
que no tiene conciencia ni tiene nada y que acaba chocándose en su propio pecado. No
es que el Señor lo vaya a castigar como afirmamos con ese lenguaje tan nuestro: “te va a
castigar Dios” (tan vengativo el lenguaje, tan pagano en el fondo), sino que es uno
mismo el que se va preparando el camino para chocarse a gusto. Los pecados son
piedras que ponemos nosotros, y una encima de otra, construimos un muro y nos
pegamos contra el muro. Somos nosotros los que hemos construido el muro y los que
nos chocamos contra él. ¡Cada uno construye su propio muro de pecados y se choca con
él! No es el Señor el que nos va a castigar. ¡Dios no juega a esas cosas!
“Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos”. Los impíos en la Escritura,
normalmente, son los que no temen a Dios, los que no obedecen a Dios. Saben que Dios
existe, ¡eso no lo niega nadie!, pero como si Dios no contara o no sirviera para nada, al
margen de Dios y, por tanto, ignorando la ley de Dios. Son los impíos quienes actúan
así. Entonces “dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos”. Pongan la
radio mientras están en la cocina preparando la comida, “consejo de los impíos”; lean
la prensa, “consejo de los impíos”; vean programas de televisión entretenidos y, ¿qué
escuchamos?: "consejo de los impíos".
Es la mentalidad mundana, el que no teme a Dios y, claro, sin Dios, no hay referencia
de ningún género. “Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la
senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos”, que todo lo juzgan,
todo lo critican, pero que nunca se juntan para hacer el bien. “Dichoso el que no se
sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley
día y noche”. Nos tiene que preocupar sólo Dios y el meditar la ley del Señor día y
noche. A veces al confesar nos excusamos sobre la oración de cada día diciendo: “¡No
tengo tiempo!” El día tiene veinticuatro horas. Nuestro gozo ¡meditar la ley del Señor
día y noche!, porque es la que nos da sabiduría para no escuchar el consejo de los
impíos, para no entrar por la senda de los pecadores, para no sentarnos en la reunión de
los cínicos.
“Será como un árbol plantado al borde de la acequia”. Israel en los salmos le da
mucha importancia al agua, porque es un país muy seco, debe aprovechar al máximo los
recursos hidrográficos y encontrarse un oasis o un pozo con agua es una bendición;
imaginaos lo que es un árbol plantado al borde de la acequia con las pocas que hay en
Israel. Es toda bendición. “Plantado al borde de la acequia, da fruto en su sazón y no
se marchitan sus hojas y cuanto emprende tiene buen fin”, porque el Señor bendice al
justo, porque el Señor bendice a su pueblo.
¿El camino del malvado? “No así los impíos, no así: serán paja que arrebata el
viento”. No tienen consistencia. El malvado no es el grano de trigo que cuando se
aventa con la paja, el grano cae y la paja sale volando, y así se hace la selección. Los
malvados no tienen consistencia. Sí, rugen mucho, parece que se lo van a comer todo,
nos pueden amenazar, asustar, con mala intención porque son más astutos que los hijos
de la luz. Sin embargo no son nada, son poca cosa, “como paja que arrebata el
viento”.
“Pero el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaban
mal”. ¡Cuántos reyes, cuántos emperadores, cuántos políticos, cuántos millonarios!, en
su momento parecían que eran el no va más, que no iban a caer nunca. Todos han
muerto generación tras generación. El único que permanece es Jesucristo, Cristo “es el
mismo ayer y hoy y siempre”, y si estamos unidos a Él por la oración, nosotros no
seremos paja que arrebata el viento; nosotros con Cristo “el mismo ayer y hoy y
siempre” daremos frutos de vida eterna.