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SALMO 1: DOS CAMINOS

Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, o en el lenguaje del salmo, hay dos
caminos: el que escucha la ley del Señor y la obedece, es justo, o el camino del impío
que no tiene conciencia ni tiene nada y que acaba chocándose en su propio pecado. No
es que el Señor lo vaya a castigar como afirmamos con ese lenguaje tan nuestro: “te va a
castigar Dios” (tan vengativo el lenguaje, tan pagano en el fondo), sino que es uno
mismo el que se va preparando el camino para chocarse a gusto. Los pecados son
piedras que ponemos nosotros, y una encima de otra, construimos un muro y nos
pegamos contra el muro. Somos nosotros los que hemos construido el muro y los que
nos chocamos contra él. ¡Cada uno construye su propio muro de pecados y se choca con
él! No es el Señor el que nos va a castigar. ¡Dios no juega a esas cosas!

    En esta opción: vida-muerte, justicia-impiedad, se encuadra  esta meditación. 

“Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos”. Los impíos en la Escritura,
normalmente, son los que no temen a Dios, los que no obedecen a Dios. Saben que Dios
existe, ¡eso no lo niega nadie!, pero como si Dios no contara o no sirviera para nada, al
margen de Dios y, por tanto, ignorando la ley de Dios. Son los impíos quienes actúan
así. Entonces “dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos”. Pongan la
radio  mientras están en la cocina preparando la comida, “consejo de los impíos”; lean
la prensa, “consejo de los impíos”; vean programas de televisión entretenidos y, ¿qué
escuchamos?: "consejo de los impíos". 

Es la mentalidad mundana, el que no teme a Dios y, claro, sin Dios, no hay referencia
de ningún género. “Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la
senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos”,  que todo lo juzgan,
todo lo critican, pero que nunca se juntan para hacer el bien. “Dichoso el que no se
sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley
día y noche”. Nos tiene que preocupar sólo Dios y el meditar la ley del Señor día y
noche. A veces al confesar nos excusamos sobre la oración de cada día diciendo: “¡No
tengo tiempo!”  El día tiene veinticuatro horas. Nuestro gozo ¡meditar la ley del Señor
día y noche!, porque es la que nos da sabiduría  para no escuchar el consejo de los
impíos, para no entrar por la senda de los  pecadores, para no sentarnos en la reunión de
los cínicos.
    “Será como un árbol plantado al borde de la acequia”. Israel en los salmos le da
mucha importancia al agua, porque es un país muy seco, debe aprovechar al máximo los
recursos hidrográficos y encontrarse un oasis o un pozo con agua es una bendición;
imaginaos lo que es un árbol plantado al borde de la acequia con las pocas que hay en
Israel. Es toda bendición. “Plantado al borde de la acequia, da fruto en su sazón y no
se marchitan sus hojas y cuanto emprende tiene buen fin”, porque el Señor bendice al
justo, porque el Señor bendice a su pueblo.

    Primera aplicación, la aplicación cristológica, la que hace la liturgia. En el Oficio de


Lecturas de la I Semana del Salterio, la antífona de este salmo dice así: “El árbol de la
vida es tu cruz, oh Señor”. Cristo es el que está en el árbol de la cruz junto a las
corrientes de agua y ha dado fruto en su sazón, los frutos de la redención. “Y no se
marchitan sus hojas”. Nosotros estamos  incorporados al árbol de la cruz, hermanos
míos, cada uno con su cruz que no es mayor ni menor que la de otro, cada uno con su
cruz. Esas son las hojas del árbol de la cruz. “No se marchitan sus hojas y da fruto en
su sazón”, porque toda cruz madura, toda cruz es bendición. Es Cristo el justo; no echa
cuenta del Maligno, recordad la escena de las tentaciones, no entra por la senda de los
pecadores, habla claro, fuerte y preciso, sin contemporizar, aunque eso le acarree la
crítica de los demás, de los necios, de los mediocres; no se sienta en la reunión de los
cínicos, sino que se sienta en su trono para juzgar a vivos y muertos.

    ¿El camino del malvado? “No así los impíos, no así: serán paja que arrebata el
viento”. No tienen consistencia. El malvado no es el grano de trigo que cuando se
aventa con la paja, el grano cae y la paja sale volando, y así se hace la selección. Los
malvados no tienen consistencia. Sí, rugen mucho, parece que se lo van a comer todo,
nos pueden amenazar, asustar, con mala intención porque son más astutos que los hijos
de la luz. Sin embargo no son nada, son poca cosa, “como paja que  arrebata el
viento”.

    “Pero el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaban
mal”. ¡Cuántos reyes, cuántos emperadores, cuántos políticos, cuántos millonarios!, en
su momento parecían que eran el no va más, que no iban a caer nunca. Todos han
muerto generación tras generación. El único que permanece es Jesucristo, Cristo “es el
mismo ayer y hoy y siempre”, y si estamos unidos a Él por la oración, nosotros  no
seremos paja que arrebata el viento; nosotros con Cristo “el mismo ayer y hoy y
siempre” daremos frutos de vida eterna.

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