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Desde edades muy tempranas el cerebro humano tiene la capacidad de realizar procesos
cognitivos de orden superior, como por ejemplo, transferir lo que conoce para interpretar una
situación nueva, comparar, establecer relaciones de causa-efecto, deducir, argumentar, e
incluso generar ideas propias.
Si queremos llevar a cabo una enseñanza competencial, aquella que favorece el desarrollo de
la capacidad de activar y utilizar los conocimientos y estrategias para resolver un problema
contextualizado, plantear actividades centradas en recordar un conocimiento no será suficiente:
necesitamos enseñar a utilizarlo, analizar su contexto o evaluar su significado. Para ello, la
clasificación propuesta en la Taxonomía de Bloom es una herramienta útil para asegurarnos de
que trabajamos todos y cada uno de los niveles cognitivos activos durante el aprendizaje.
No se considera una teoría de aprendizaje: la clasificación que propone se deriva del análisis real
de cuáles han sido los objetivos de aprendizaje diseñados por un número muy elevado de
docentes. Esta clasificación es ampliamente conocida en el sector educativo: muchos docentes
la consideran idónea para evaluar el nivel cognitivo adquirido en una asignatura por cada uno
de sus alumnos.
En primer lugar, para favorecer el desarrollo del pensamiento complejo de nuestros alumnos
debemos conocer los 6 niveles de habilidades cognitivas propuestos por Bloom. Estos son:
Esta gradación nos puede ayudar a evaluar objetivos de aprendizaje; también lo que pedimos
a los alumnos que hagan en una actividad concreta. Los niveles nos sirven para analizar en qué
nivel se encuentran la mayoría de las actividades que diseñamos a lo largo de un curso, proyecto
o unidad, y para identificar cuáles son aquellos que no estamos aplicando.
En segundo lugar, cuando diseñamos programas, unidades o proyectos de aprendizaje,
debemos empezar a plantearnos qué queremos que aprendan los alumnos y en qué grado de
profundidad. Si desde un principio diseñamos objetivos competenciales, es decir, que permitan
abordar los diferentes niveles (especialmente los de mayor complejidad cognitiva), nos
aseguraremos que, tanto las actividades como el aprendizaje de los alumnos, serán
competenciales.
Este diseño de objetivos no tiene por qué seguir necesariamente siempre la misma secuencia.
Podemos plantear actividades de niveles como Aplicar o Crear, sin necesidad de esperar a que
los alumnos hayan memorizado o comprendido todos los conceptos implicados en esa
aplicación o creación. Los alumnos podrán poner en práctica también las habilidades de bajo
nivel, precisamente gracias a esa actividad que tendrá por objetivo crear, puesto que esas
habilidades cognitivas de orden inferior serán necesarias para resolver la actividad.