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ENTRE LO SEXUAL INFANTIL Y LO CULTURAL:


LO PUBERAL, FUNDADOR DE PROCESOS PSÍQUICOS

Alberto Konicheckis

Emilio, la pubertad, vector del devenir psíquico


Emilio, adolescente de 16 años, presenta una sintomatología atípica y personal. Otros
profesionales antes que yo, le diagnosticaron un autismo de Asperger. Se le pueden reconocer
aspectos autistas porque se aísla, no tiene amigos, evita toda relación social con sus pares. En
casi dos años de psicoterapia conmigo, me habló de un solo acercamiento, reciente y
súmamente tímido, hacia una chica. Del punto de vista de la sintomatología autista, se puede
agregar que cuando está solo, Emilio emite sonidos extraños e incomprensibles, que oscilan
entre graves y agudos. Hay veces que se ríe solo. Por momentos esos ruidos se transforman en
palabras, y se nota que se cuenta historias que le hacen gracia o adquieren tonos dramáticos.
No emite esos ruidos cuando está directamente conmigo. Los escucho cuando llega a mi
consultorio. El aspecto Asperger se evidencia en el modo de utilización de sus palabras, que
se parece al estilo que emplearía un sabio. Por momentos, Emilio habla como si estuviese
recitando un texto literario escrito.

En el contacto durante la sesión, Emilio no es ni autista ni Asperger. A su manera, está


presente afectivamente en la relación conmigo y no está solo consigo mismo. Cuando habla,
no adopta ese estilo escrito, a excepción de cuando cuenta algunas de sus historias. En sesión,
no relata sueños, ni habla de sus dibujos, a pesar que, desde hace mucho tiempo, hace varios
por día. Podríamos decir que, eventualmente, Emilio sufrió de un autismo de Asperger infantil
que después se suavizó y mitigó.

Durante varios años de su infancia, Emilio hizo una terapia psicoanalítica de por lo menos
cuatro sesiones semanales. Durante mucho tiempo, asistió también a sesiones de
psicomotricidad y a terapia de grupo. Dejó la región parisina a los nueve años. Se instaló
luego con sus padres en otra ciudad durante cinco años donde no recibió ninguna atención
particular. Durante esos años, sufrió bastante de bromas de parte de sus compañeros de clase.
Cuando la familia se instaló en Aix-en-Provence, donde tengo mi consulta, tomaron contacto
conmigo. Emilio me fue derivado por quien fue la psicoanalista de su infancia.

En el despliegue de su terapia, me parece importante que nos interesemos en su devenir


adolescente y no tanto a atender su patología infantil. Más precisamente: lo puberal (Gutton,
1991) se da como una nueva fuente y un nuevo recurso, que pueden asustar y sumergir al
joven en síntomas más o menos característicos, pero que permiten también superar patologías
infantiles, incluso las muy graves, como las que sufrió Emilio de niño. Podríamos decir que
“el adolescente” acude entonces a curar lo infantil. Potencialmente, posee una función
terapéutica respecto a los sufrimientos del niño. El sujeto no tiene un origen único. Estos son
numerosos. Lo puberal se da como un nuevo origen que contiene nuevas posibilidades
psíquicas. En condiciones favorables, éstas son susceptibles de transformar propiciamente la
estructuración del psiquismo.

En la cura con adolescentes, se encuentra a menudo, una especie de tensión entre la


transferencia procedente de lo sexual infantil y la que emana de lo puberal. En el caso de
terapias con adolescentes, me parece importante prestar una particular atención a la
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transferencia pubertaria. Podemos agregar que en el caso de Emilio, nos beneficiamos con los
logros obtenidos por su terapia psicoanalítica de cuando era niño, a la cual le debemos
probablemente una buena parte de la atenuación significativa de su patología.

Lo cultural
La familia de Emilio se presenta como una familia aglutinada. Emilio es hijo único y está
fecuentemente en compañía de su padre y de su madre. Hacen juntos una gran cantidad de
actividades. Transmiten tener poca vida social fuera del círculo familiar propio. El padre se
muestra muy próximo, casi pegado, en identificación adhesiva con Emilio, y eso desde que
nació. Tengo la impresión que el padre le impediría toda posibilidad de crecimiento y de
madurez a su hijo. Lo atrae hacia algo infantil muy primario, desexualizado, con el riesgo de
impedirle el acceso a sus experiencias puberales. En contraste con el padre, la madre se
muestra más firme y alejada de Emilio. Hay una especie de inversión de los caracteres
habitualmente denominados paternos y maternos entre el padre y la madre: el padre se
muestra más bien maternal y la madre paternal.

La historia transgeneracional es extremadamente compleja tanto por el lado del padre como
del de la madre. Sería justo abordar la situación de Emilio y de sus padres en referencia a las
transmisiones transgeneracionales. Los eventos que las componen están en gran parte
reconocidos, pero sus efectos podrían ser identificados e interpretados más y mejor aún. La
concepción y el nacimiento de Emilio tuvieron también peripecias dramáticas. Pero prefiero
dejar de lado esos aspectos ligados a las transmisiones transgeneracionales y a los eventos que
rodearon la venida de Emilio al mundo, para no alejarme demasiado del material de las
sesiones que presentaré a continuación.

Veo a Emilio una vez por semana desde hace casi dos años. Tengo una sesión con los padres
de Emilio una vez cada tres semanas. Ese seguimiento familiar, fuera de los horarios
habituales de las sesiones individuales con el joven, me parece necesario para, primero,
sostener los padres frente a la patología desconcertante de Emilio; segundo, para favorecer la
individuación de los miembros de la familia y, tercero, para tratar de las historias trans e
intergeneracionales que los recorren. Emilio está convocado a esas sesiones, pero hasta ahora
no vino nunca. Su silla quedó siempre disponible, pero vacía.

En cada una de sus sesiones, Emilio me habla de personajes salidos de series de televisión, de
historietas, de dibujos animados. Estos soportes pueden ser de muy variada alcurnia. Pueden
venir de una revista como Mickey Parade, o de las últimas películas como Godzila, La
Momia 3 o Men In Black, o de historietas como Titeuf, Iznogoud o Cusco. Le gusta también
contarme historias de películas fantásticas, o de terror, o en las cuales aparecen muertos
vivientes. Frecuenta YouTube, donde encuentra personajes como Gumball, Darwin o Penny.
En algún momento gustaba hablarme de la serie Les Petits Diables (Los pequeños diablos)
donde niños se divierten en hacer chascos a los padres y entre ellos. Últimamente, Emilio
descubrió una serie de dibujos animados en la cual los héroes se llaman Tony y Alberto.

Frente a ese cortejo de personajes, me pregunto: ¿cómo lo cultural es parte constitutiva del
psiquismo individual? ¿Cómo interviene en la formación de la gama identitaria que iría de lo
más auténtico del ser hasta las confusiones más alienantes con los objetos del mundo exterior?
En un primer tiempo, me refiero a lo cultural en el sentido que le atribuyó Winnicott (1971),
el de una zona potencial de ilusión, en continuidad con los fenómenos transicionales. La
experiencia en el área de lo cultural implica el encuentro y la coincidencia ilusoria entre el
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individuo y su entorno, entre el objeto subjetivo y el objeto percibido objetivamente, y en


particular de lo objetivamente percibido por un colectivo de personas.

Más precisamente, aquí, me pregunto: ¿qué importancia posee la experiencia de lo cultural


para el acceso al devenir adolescente? ¿Por qué durante la adolescencia el vínculo entre el
individuo y lo colectivo constituye un elemento esencial en la formación de la subjetividad?
Los perfiles de la identidad adolescente se dibujan a través del sentimiento de pertenencia a
historias colectivas que ofrecen al joven la esperanza de vivir sus pulsiones pubertarias
incipientes. Como en la experiencia de lo cultural, en la adolescencia también se trata de un
encuentro entro lo interno y lo externo.

Chapelier (2000) recuerda que el adolescente necesita espacios identificatorios transversales,


en los cuales el grupo de adolescentes intenta afirmar la diferencia entre las generaciones. La
subjetividad se crea a través de la interiorización de esas experiencias compartidas con los
pares. Las pertenencias adolescentes crean un movimiento de ilusión en el cual la subjetividad
queda como suspendida. Como lo propone Winnicott, lo cultural puede constituir espacios de
coincidencia entre lo de adentro y lo de afuera. Lo cultural puede adquirir un valor de
realización personal a condición justamente que puede ser lo objetivamente percibido de la
experiencia vivida subjetivamente. De otro modo, solo vehicularía vacío e insignificancia. Lo
cultural nos resulta entonces a la vez una promesa y un refugio, un recurso y un asilo, una
apertura y una protección.

En el área de lo cultural, el adolescente puede también encontrar simbólicamente los objetos a


los cuales renunció en la esfera de lo privado. Puede tener la esperanza de acceder y de
compartir con otros, lo que se encuentra fuera de sí mismo. Se abre así la posibilidad de vivir
una especie de Superyó anónimo y cultural que lo libera de un Superyó parental que puede ser
a veces sumamente inhibidor y dominador.

Lo sexual puberal
Durante un largo período de su terapia, el discurso de Emilio me provocaba una somnolencia
inevitable durante sus sesiones. Luchaba intensamente para no dejarme llevar a ese estado.
Me sentía como una amenaza hacia él, y que él necesitaba crear una zona de demarcación
entre nosotros. Todo exceso relacional parecía hacerlo entrar en pánico. En un momento de
ese período de su terapia, llegué a preguntarle si lo que ocurría en torno a su sexo le
interesaba. Para mi gran sorpresa, me dice tranquilamente que desde hace un par de meses
empezó a jugar con su sexo hasta la eyaculación. Emilio me dice también que en You Tube
mira películas eróticas. “Pero -me hace constar- las mujeres están vestidas, ¿eh? ¡Además, no
lo piense, no soy un obsesionado!”. En su casa se aísla durante largos momentos. Un día, su
madre me dice: “¿Sabe? es nuevo, pero ahora Emilio cierra la puerta de su cuarto con llave”.

A partir de ese momento, la atmósfera de las sesiones cambió radicalmente. A posteriori, el


estado de sueño durante las sesiones anteriores reveló ser también como una operación anti
genitalidad. A Emilio nunca le gustó hacer deporte. Pero a partir de ese período de su terapia,
cambió completamente su aspecto corporal. Anteriormente, se mostraba más bien regordete,
fofo, fláccido, como un bulto sin formas. Desde ese momento, se puso a dieta y su cuerpo se
afinó, se hizo más esbelto. Emilio se verticalizó.

En un primer tiempo, sus prácticas masturbadoras parecían relevar una descarga de tipo acto
reflejo. Pero atestiguaban sin duda también de sus tentativas de integrar su cuerpo
genitalizado, lo que puede producirse únicamente a partir de la pubertad (Laufer y Laufer,
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1984). La apropiación de su propio cuerpo se realiza a través de la experimentación orgásmica


que le aporta un sentimiento de identidad sensorial, de vivir un sí mismo en relación con las
experiencias corporales (Konicheckis, 2000). No se trata de un momento pasajero, sino de un
momento originario, fundador, que no pudo existir anteriormente. Durante este período de su
terapia, Emilio evoca seguido al personaje de Titeuf. Se trata de un personaje de unos diez,
once años, entre la escuela y el liceo, momento en que el niño en período de latencia empieza
a hacerle un lugar a las preocupaciones de la sexualidad pubertaria incipiente.

Durante las primeras evocaciones de sus prácticas masturbadoras, Emilio no expresa


manifiestamente puestas en escena fantasmáticas. No aparece otro objeto que su placer de
órgano. Durante sus evocaciones, no se ve tampoco rastros de su Edipo infantil que la
pubertad vendría a despertar diferentemente. Las figuras del Edipo no aparecen claramente
diferenciadas.

Las dos últimas sesiones


La primera
La semana anterior, Emilio no vino a su sesión porque hacía una pasantía en París.

Habitualmente, cuando Emilio llega a su sesión va al baño. El tiempo que se queda ahí varía
de sesión en sesión. Esta vez no tarda demasiado. Regularmente, vuelva al baño durante la
sesión. Pero no lo hará en ésta. Me es difícil no asociar el tiempo que pasa en el baño con el
tiempo de aislamiento por sus actividades masturbatorias.

Sistemáticamente también, desde el momento que entra a la sesión me extiende el cheque con
el pago. Solo después me da la mano para saludarme y decirme “buen día”. Cuando entra al
consultorio, se sienta y me dice nuevamente “buen día”, como si no nos hubiéramos visto
antes o como si todo empezara de nuevo. Ahí me pregunta cómo estoy. Le contesto según lo
que siento a su respecto durante la sesión y después sistemáticamente me pregunta: “¿de qué
quiere que hablemos?”.

Al comienzo de la sesión me dice que está de vacaciones, que terminó su año del liceo, que
pasó de curso (al anteúltimo año antes de terminar el bachillerato) pero que no conoce aún sus
notas. El pasaje al anteúltimo año del bachillerato fue una cuestión central durante todo el
año. Algunos de sus profesores, desconcertados por su sintomatología, temían de verlo pasar
de año y que se quede en el mismo establecimiento. Un dispositivo se puso en marcha en el
cual un equipo pedagógico, que depende del sector de psiquiatría infantil, tomó la iniciativa
de contactar al liceo para asegurarle su sostén escolar. Yo también me puse en contacto con el
director del liceo, sobre todo para que los temores de los profesores no se conviertan en
elementos persecutorios hacia ellos y hacia Emilio. Un interés suplementario del dispositivo,
es el de aliviar a los padres de tener que hacer la tarea extra escolar con Emilio. Durante el
tercer trimestre del último año, el padre de Emilio lo “ayudó” a hacer los deberes por el cual
obtuvo un 2/20, mientras que cuando Emilio preparó solo un trabajo para esa misma materia
sacó un 18/20.

Me habla de lo que hace durante las vacaciones. Va a la playa con sus padres y, dentro de dos
semanas, sale de viaje con ellos, por quince días, a Italia. Pienso que durante esas dos
semanas no vendrá a sus sesiones, pero no intervengo en ese sentido. Le pregunto cómo
piensa que se van a dar las vacaciones. Me dice que está contento y distendido.
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En este momento lee libros de la colección “Chair de poule” (“Carne de gallina”). Se trata de
una colección de libros policíacos para niños. Me parece significativo que se interese en
contenidos culturales que hablan sobre el miedo y el temor. Quisiera sentirse contento y
distendido, pero hay en él razones de tener miedo y temor. Las defensas de tipo autísticas le
permiten evitar sentir estos afectos.

Entre los libros de la colección “Chair de poule” me habla del que trata del títere maléfico.
Este lleva colgada una etiqueta, y cuando alguien pronuncia la fórmula que aparece en la
etiqueta, retoma vida. Su maleficio consiste a transformar a los otros en esclavos. O sea que
transforma la pasividad del obedecimiento en actividad despótica. El títere maléfico hace a los
otros lo que habitualmente los otros le hacen a él. En la historia, llega otro títere que logra
controlar al títere maléfico y lo transforma nuevamente en una criatura inanimada.

El guión trata del control absoluto que alguien puede ejercer sobre otra persona. Pero Emilio
no propone asociaciones espontáneas a partir de él. Es difícil saber dónde él se sitúa.
Probablemente tanto en el lugar del títere maléfico -que desearía someter absolutamente la
alteridad en los otros-, como en el que le gustaría encontrarse sometido y en dependencia
absoluta a otro. Emilio cultiva formas de regresión, pasividad y dependencia como las que se
pueden esperar en un bebé feliz que no pide, y a quien no se le pide nada.

En el mismo contexto, Emilio me habla de Chloé, otro personaje de la serie de “Chair de


poule”, ventrílocua, que logra sacarle formulas extrañas a través de la boca del muñeco que
lleva en los brazos. La relación amo-títere se vuelve a encontrar en la relación Chloé
ventrílocua-muñeco, en la cual es ella quien tiene la palabra. En esas circunstancias, difícil no
pensar en la relación transferencial, en la cual el paciente Emilio haría declamar
interpretaciones al analista.

Emilio evoca también otro episodio de “Chair de poule” que trata de niños traviesos. Pero no
desarrolla el contenido de ese episodio.

Cabe destacar que por primera vez durante una sesión, Emilio me pide permiso para hacer un
dibujo. Entonces realiza el siguiente grafismo: el títere maléfico.

[incluir gráfico adjunto en doc. Dibujo artículo Konicheckis]

Una vez que las tramas de los episodios de “Chair de poule” fueron suficientemente
expresadas, le menciono que esta serie de libros habla de cosas que dan miedo. Asocia
entonces con su temor a catedrales. Le dan miedo los techos altos, la profundidad del espacio
que en ellas se abren frente a él.

Pienso en cómo él siente la tercera dimensión del espacio, la de la profundidad psíquica de las
emociones que tanto atemoriza a niños que sufren de síntomas autistas. El espacio que se abre
frente a él es también el de la separación de los objetos primordiales. Me parece que en la
realidad exterior, se encuentra en una relación de exceso de proximidad, y entonces de
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dificultad a separarse, sobre todo con su padre, más que con su madre con quien guarda una
mejor distancia.

Durante su terapia, nos encontramos en un momento en el cual Emilio comienza a abrirse


hacia esa tridimensionalidad del espacio, en la cual pueden existir tanto las experiencias
emocionales agradables como las angustias, miedos y temores. El espacio externo comporta
una proyección de su espacio interno. Encontramos entonces una forma esencial de fobia que
organiza el psiquismo.

Durante esta sesión, asociando con la evocación de miedos, me dice que cuando entra en una
iglesia, y que la altura del techo le da miedo, se esconde en el confesional. En su momento, no
pensé en la significación que se le puede atribuir al encierro en un confesional. Durante la
sesión, me dice que él no es religioso y que no cree en dios. El sentido de pecado no tiene
para él connotación religiosa. En ese momento me dije que se encierra en un confesional
como conmigo en el consultorio, junto con lo que siente de pecaminoso en él. Estar en un
confesional le permite también escuchar lo que los otros le van a confesar.

Le recuerdo que la semana pasada no vino a su sesión. Me dice que no se acuerda. Pienso que
evita hablar de la separación entre nosotros, como de la separación próxima por las
vacaciones de verano. De repente dice recordarlo: hizo una pasantía en lo de un abogado,
amigo de su padre. Fue a ver un proceso en un tribunal correccional. Se acusaba a una mujer
de haber violentado a otras personas. Dice que el juez no actuó bien, y los abogados tampoco.
Fue su padre que le dio ese dato. Por sí mismo, no se hubiese dado cuenta.

En París fueron también con el padre a la piscina. Es la misma a la que iban cuando vivían en
París. Es un gran espacio, y por lo tanto siente la obligación de aclararme: “no tuve miedo
como en una catedral”. Fueron también al jardín de Luxembourg, donde iba cuando era niño.
Pasaron cerca del área de juegos donde jugaba de chico, le vinieron recuerdos, pero no ganas
de ir a jugar como en la época en que era más pequeño.

Empieza a hablar entonces de una película de horror, Saw, término que quiere decir
motosierra. Es una película prohibida para los menores de 16 años. En la película, dos
hombres se despiertan encadenados a una pared de un baño. Ignoran dónde están y no se
conocen entre ellos. Solo saben que deben matar al otro, sino, en menos de ocho horas serán
ejecutados los dos. Emilio me explica que Saw, un amo criminal maléfico, impone esas
situaciones inextricables. Me dice también que algunos personajes logran sobrevivir, pero
pagando el alto precio de amputaciones o destrucciones de partes de sus cuerpos.

Como si se tratase de la imagen de un sueño, la evocación de esta película condensa


numerosas determinantes. Podemos interrogarnos sobre lo que existe como violencia
destructora en Emilio, que le permite identificarse al personaje de Saw ¿Qué hay en él de una
fuerza violenta, anónima, indiferenciada y originaria que busca dominar completamente a los
otros? ¿Cuál es la naturaleza de esa violencia? ¿Se refiere al sadismo primario, a lo que
Bergeret (1984) denomina la violencia fundamental, a la violencia que lo puberal provoca en
lo sexual infantil? ¿Está él mismo bajo la dependencia de ese personaje terrorífico, como si él
mismo fuese el títere de deseos destructores? ¿Qué pone en escena del temor y de la angustia
de castración la evocación de esta película?

Al final de la sesión, después de haber evocado a Saw, Emilio me habla de Polgergeist, otra
película de horror, que trata de experiencias con muertos vivientes.
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Durante la sesión, me pareció importante de señalarle la diferencia entre “Chair de poule”,


que habla de los miedos en niños, y Saw o Polgergeist, que trata del espanto en los adultos.

La fobia de los espacios que se abren frente a él como en una catedral de techos altos me
parece ser la de su espacio interno, habitado por sustos, angustias y temores. Se presenta
como una quiebra, una grieta, una brecha en una coraza de tipo autista. Apertura que implica
un doble sentido: por un lado, le permite tener acceso a una experiencia más auténtica, y, por
otro lado, de experimentar el sufrimiento, lo que pone en riesgo la posible ruptura de defensas
hasta ese momento herméticas. Lo cultural se encuentra en ese espacio, entre dos, y se
propone como un tejido que permite las idas y venidas entre el mundo interno y el mundo
exterior.

Durante algunas sesiones en las cuales me cuenta episodios que pueden causar temor, Emilio
se para, se acerca a mí y juega al personaje terrífico sobre mi persona. Es una escena que se
parece a las que se pueden vivir en una sesión de psicodrama. En esa escena, soy el que
supone tener miedo. Se divierte conmigo convirtiéndome en su títere. Puede expulsar así a
través de mí, lo que vive como temor en él.

La segunda
Después del tradicional rito de reencuentro, pero durante el cual no se quedó mucho tiempo
en el baño, Emilio me dice que en este momento se interesa por el dibujo animado “Regular
Show”, que -me aclara-, no se dirige a niños sino a adolescentes. La serie trata de guardianes
de un parque que “están de vagos” todo el tiempo pero que provocan toda suerte de
catástrofes. Más precisamente Emilio me cuenta un episodio que le hace mucha gracia: Pops,
uno de los personajes de la serie, sale desnudo de la ducha y así lo sorprende Mordecai, uno
de los guardianes. Emilio se ríe mucho. Imita la escena levantándose de su sillón y tapándose
su sexo como Pops saliendo de la ducha en el dibujo animado.

Trato de suscitar asociaciones a partir de esta escena. ¿Que podía estar haciendo Pops solo en
la ducha? ¿Por qué mostrar su sexo puede causar gracia en los otros y vergüenza en el que es
sorprendido desnudo? No es fácil hacer vínculos entre la escena y su propio sexo. Le recuerdo
que a veces me habla de lo que descubre a partir del juego con su sexo.

En ese momento, Emilio habla espontáneamente por primera vez en una sesión, de escenas en
las cuales una pareja hace el amor. Admite que mira películas en las cuales un hombre y una
mujer tienen relaciones sexuales. Es nuevo que hable de escenas de tipo escenas primitivas.
Me habla de sus padres. Imagina que sus padres tienen relaciones sexuales, pero prefiere no
pensarlo. Asocia con el pudor. “Eso se hace en la intimidad. No se muestra a los otros”. Ahí
podemos pensar, que da también una respuesta a las asociaciones anteriores respecto a la
desnudez de Pops.

Sin embargo, por primera vez, la escena primitiva se transforma en escena pubertaria (Gutton,
1991). Emilio me dice que ahora, cuando juega con su sexo, piensa en tener relaciones con
una mujer. Hasta ahora, en sus evocaciones manifiestas, los juegos con su sexo eran un puro
placer de órgano, acto funcional próximo de lo biológico, desvinculado de toda relación. En la
escena que cuenta Emilio en esta sesión, aparece un otro, de otro sexo. No es más un simple
espectador de una escena de la cual está excluido. Su cuerpo sexuado, genitalizado, se integra
a una escena de relación con otra protagonista. Su genitalidad toma un lugar en una trama
fantasmática y en la relación con otro cuerpo.
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Emilio habla después de la película Intensamente, que fue a ver con su padre. Me explica que
en esa película los personajes representan estados emocionales: la dicha, el miedo, la cólera,
la tristeza, la aversión. La dicha dirige el conjunto. Hablando de la película, Emilio repite
varias veces que se busca excluir a la tristeza, mientras que él piensa que la tristeza es
importante en la vida. Le pregunto entonces qué le da tristeza a él. Evoco sus miedos del
espacio abierto, el temor en las catedrales con altos techos.

Me habla también de un momento de tristeza que vivió en el cual tuvo incluso ganas de morir.
Fue el año del pasaje del primero al segundo año del liceo. Estaba de viaje en Italia con sus
padres y de repente, se puso triste y pensó en su muerte. Es el momento de la vida en que,
desde el interior, la pubertad puede impedir la existencia de la infancia. Esto ocurre a los once
años, la edad de Haley, la heroína de Intensamente. Pero ocurre también durante un viaje en
Italia, como el que va a efectuar Emilio a partir de esta semana. Pienso que la tristeza tiene
también que ver con la separación conmigo.

Emilio habla después de los diferentes estados emocionales representados por los personajes.
Interpreta de diferentes maneras cómo vive personalmente cada uno de esos estados
emocionales. Nos ponemos de acuerdo en pensar que los problemas aparecen cuando uno de
los estados emocionales domina completamente a los otros.

Para concluir
Como lo vemos a través de las secuencias de la terapia de Emilio, la ilusión transicional, entre
lo subjetivo y lo cultural, permite al adolescente transferir sobre los contenidos del mundo
exterior experiencias de integración de las sensaciones puberales. El adolescente puede sentir
entonces una continuidad entre lo de adentro, potencialmente violento y devastador, y lo de
afuera cultural, compartido con los otros pares y en donde se encuentran también rastros de
herencias transgeneracionales.

A través de un juego complejo de identificaciones proyectivas, de los vínculos del adolescente


con los otros del grupo de pares y con sus ancestros, el joven puede instaurar a su vez los
vínculos con su pubertad incipiente. El caso de Emilio nos muestra que ésta necesita la
transición a través de los lazos sociales y visibles de la realidad exterior para devenir luego
experiencias psíquicas subjetivas. El cuerpo genitalizado de lo puberal toma así el relevo del
cuerpo de las formaciones culturales.

Bibliografía

Bergeret, J.: (1984). La violence fondamentale. París: Dunod.

Chapelier, J.-B.: (2000). Emergence et transformation de la groupalité interne à l’adolescence.


En Chapelier, J.-B. (dir.) Le lien groupal à l’adolescence. París: Dunod.

Gutton, P. (1991). Le pubertaire. París: P.U.F.

Konicheckis, A. (2000). Identité sensorielle chez le bébé et à l’adolescence. En Gutton, Ph. y


Godenne, G. Troubles de la personnalité, troubles de la conduite. Monographie ISAP. París:
GREUPP.
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Laufer, M.; Laufer, M.E. (1984). Adolescence et rupture du développement. París: P.U.F., Le
fil rouge, 1989.

Winnicott, D. W. (1971). La localisation de l’expérience culturelle. En Jeu et Réalité, cap.


VII. París: Gallimard, 1975.

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