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EL PODER DE SU RESURRECCIÓN

Filipenses 3:1-16

Lambert C. Mims fue Alcalde de su ciudad, en Mobile, Alabama, EEUU, allá por el año 1965, y ese
mismo año fue nombrado el joven del año. A partir de entonces ocupó diferentes cargos a lo largo
de 20 años en su ciudad. Marcó un impacto en cuanto a la fe en su comunidad, pero para que eso
pasara Cristo tuvo que rescatarlo del alcoholismo.

Tenía un amigo de copas llamado José Monje, empleado de una tienda donde él surtía de harinas,
con él solía salir para embragarse. Pero un día José Monje le dijo que no tomaría más, que se había
convertido a Cristo en una campaña de avivamiento. A partir de ese día Lambert se burló de su
amigo llamándole el Santo Monje, José sólo le sonreía. Un día José le dijo a Lambert que debería
darle lugar a Cristo en su vida. Lambert le advirtió, que no necesitaba su religión.

José siguió testificándole a Lambert, siempre son una sonrisa en su rostro, hasta que seis meses
después de su conversión murió en un trágico accidente automovilístico. Su cuerpo estaba
destrozado, pero Lambert vio que su sonrisa seguía en su rostro. Él sabía el porqué.

Un día que regresaba de un viaje de negocios muy pasado de copas, no pudo más, se salió de la
carretera, se bajó de su auto y allí, de rodillas, se entregó a Cristo. Así fue como comenzó una
nueva etapa de su vida. Fe en ese año que Dios lo colocó como Alcalde de su ciudad.

¿Qué hace que un cristiano enfrente con una sonrisa la muerte? Es el hecho de que confiamos
nuestra vida a un Redentor vencedor de la muerte. Eso nos explica el apóstol Pablo.

1. CRISTO RESUCITÓ PARA CONCEDERNOS SU JUSTICIA. 9

En el juicio de Dios solo se presentarán dos tipos de personas, los que confían en su propia justicia
y los que hayan recibido la justicia de Cristo.

Los que confíen en su propia justicia deben escuchar esto: su justicia debe ser mayor a la justicia
de los escribas y fariseos (Mt. 5:20). Y si ellos lo que merecieron de Jesús fueron “ayes” de
condenación, imagine los que tengan una justicia menor.

La Biblia dice claramente que el hombre no puede limpiarse por sí mismo del pecado: “¿Puede el
etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer
el bien, acostumbrados como están a hacer el mal!” (Jer. 13:23).

Por esa razón Dios ha provisto de la vestimenta de la justicia de Cristo para los que tienen la fe en
Jesús: “pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son
justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un
sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia.” (Ro.
3:23-25).

Mediante su resurrección Jesucristo demostró que su vida justa y su sacrificio en la cruz, fueron
aceptables a Dios y estaba autorizado para otorgar su justicia a su pueblo.

2. CRISTO RESUCITÓ PARA HACERNOS SEMEJANTES A ÉL. 10


La constante amistad con Jesús nos hace semejantes a él. El poder de Jesús se hizo evidente en el
hecho de levantarse de la tumba. Eso es un poder que supera al de cualquier héroe terrenal o líder
espiritual. No hay religión comparable al cristianismo por el hecho central y fundamental de la fe
cristiana: la resurrección del Señor Jesucristo.

Mediante su resurrección el Señor obtuvo la facultad para concedernos su Espíritu que nos
transforma progresivamente a su imagen:

“Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es
el Espíritu.” 2 Co. 3:18

Hay una gran diferencia entre los sufrimientos que experimenta cualquier persona y los
sufrimientos que experimentan los creyentes en Cristo: sus sufrimientos tienen un propósito
definido por Cristo, son regulados por Dios, son permitidos dentro de la sabia providencia de Dios,
están administrados de acuerdo a la capacidad de cada persona, y están enfocados en moldear la
imagen de Jesús en nosotros.

“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido
llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los
predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo.” Ro. 8:28-29

La meta de nuestra madurez es ser semejantes a Cristo en su muerte. Eso es un gran reto, y una
magnífica obra de gracia de Dios en nosotros.

3. CRISTO RESUCITÓ PARA PARTICIPARNOS DE SU GLORIA. 11

La fidelidad en medio de la persecución, de los sufrimientos y al enfrentar la muerte, es el camino


a la gloria de Dios. Es el modo de alcanzar la resurrección, y con ella la final glorificación de nuestro
cuerpo y de nuestra alma. Jesucristo es llamado EL FIEL Y VERDADERO. Y los que están con él son
tenidos como “llamados, elegidos y fieles”. Seguimos las pisadas de nuestro Señor.

Si llega el momento en que nos sentimos hastiados de una vida de debilidades, de caídas en el
pecado, de fatiga por la enfermedad y de cansancio de las luchas, entonces podemos clamar como
lo hizo Pablo:

“¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios por medio de
Jesucristo nuestro Señor!” (Ro. 7:24-25).

Y podemos cantar victoria anticipadamente sabiendo lo que Cristo hizo en una mañana como esta:

“La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero
gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” 1 Co. 15:54-57

El proceso de nuestra paulatina transformación culminará en aquel maravilloso momento en que


Dios transformará nuestro cuerpo para que sea semejante al de Jesús:

“Él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el
poder con que somete a sí mismo todas las cosas.” v. 20. Que así sea.
Pastor Moisés Brito 21-ab-2019

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