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www.titania.org
atencion@titania.org
ISBN: 978-84-17981-39-6
Para Erin, Julia, Sara, Tamara y las demás mujeres que conocí gracias al
destino.
Menos mal que reservé un asiento junto al pasillo, porque soy la última en
subir al avión. Sabía que llegaría tarde al vuelo. Llego tarde a casi todo.
Por eso decidí reservar un asiento en el pasillo. Detesto hacer que los
demás se levanten para abrirme paso. Esa es la razón por la que nunca voy
al baño en el cine, aunque siempre tenga ganas de ir en medio de una
película.
Camino por el estrecho pasillo, con la maleta de mano cerca del cuerpo,
intentando no darle a nadie. Golpeo el codo de un señor y me disculpo,
aunque no parece que se haya dado cuenta. Cuando apenas le rozo el brazo
a una mujer, me fulmina con la mirada, como si la hubiese apuñalado.
Abro la boca para disculparme, pero cambio de opinión.
Enseguida oigo el rugido de las turbinas y siento que las ruedas comienzan
a girar. La señora de al lado se aferra al apoyabrazos mientras despegamos.
Parece petrificada.
—Me temo que no —dice con sonrisa contrita—. No suelo salir de Nueva
York. Es la primera vez que vuelo a Los Ángeles.
—¿Y tú?
—Gracias.
—De nada.
—No, no, está bien —río con ella. No me mudo de una ciudad a otra a
propósito. Vivir como una nómada no es algo que haga de forma
consciente. Aunque sé que cada mudanza es una decisión propia, basada
nada más que en esa sensación, cada vez más fuerte, de que no pertenezco
al lugar en el que estoy, e impulsada por la esperanza de que, tal vez,
exista un sitio que al final pueda llamar mío, un sitio en el futuro cercano
—.
Pero luego, como sé que no volveré a verla después de este vuelo, voy un
paso más allá. Le revelo algo que hace poco me dije a mí misma.
—A veces me preocupa no encontrar jamás un sitio al que pueda llamar
hogar.
—Al final del vuelo, durante los cinco minutos feos de aterrizaje, tal vez
podamos hablar de mi falta de opciones laborales —comento mientras río
Corro hacia ella y, mientras me acerco, veo que ha hecho un dibujo mío al
lado de mi nombre. Es solo un boceto, pero no está tan mal. La Hannah del
cartel tiene ojos grandes y pestañas largas, una nariz pequeña y una línea
por boca. Lleva el pelo recogido en un moño alto exagerado. Y el único
detalle que destaca en el cuerpo con forma de palo es un par de tetas
enormes.
Preferiría que me retrataran con mi pelo castaño oscuro y mis ojos verde
claro, pero comprendo que no puedes usar mucho color cuando dibujas con
un bolígrafo Bic.
A pesar de que hace dos años que no estoy cara a cara con Gabby, desde el
día de su boda, últimamente la he estado viendo todos los domingos por la
mañana, a través de la videollamada que nos hacemos, sin importar los
planes que tengamos para ese día o la resaca que suframos. De algún
modo, es el factor más constante que tengo en la vida.
No va maquillada y, aun así, es una de las mujeres más guapas del lugar.
ver quién es más bonita. Tiene razón, por eso omito el comentario.
Conozco a Gabby desde los catorce años. El primer día de instituto nos
sentamos juntas en la clase de ciencias sociales. Enseguida entablamos
una amistad eterna. Éramos Gabby y Hannah, Hannah y Gabby, rara vez se
decía un nombre sin que estuviera acompañado del otro.
Me fui a vivir con ella y con sus padres, Carl y Tina, cuando mi familia se
mudó a Londres. Carl y Tina me trataron como si fuera una hija. Me
ayudaron con las solicitudes de las universidades y se aseguraron de que
hiciera los deberes y que cumpliera el toque de queda. Casi todos los días,
Carl intentaba convencerme de que estudiara medicina, al igual que él y su
padre. Por aquel entonces, él sabía que Gabby no seguiría sus pasos. Ella
ya tenía claro que quería trabajar en servicios sociales. Creo que Carl me
vio como su última oportunidad. Tina, por el contrario, me animó a
encontrar mi propio camino. Por desgracia, todavía no sé muy bien cuál es
ese camino. Pero en ese momento me limité a suponer que todo sucedería
sin más, que las cosas importantes de la vida se arreglarían por sí solas.
Cuando fuimos a la universidad, Gabby en Chicago y yo en Boston,
seguimos hablando mucho, pero empezamos a embarcarnos en nuestras
nuevas vidas. El primer año, ella se hizo amiga de otra estudiante de color
llamada Vanessa. Gabby me hablaba de sus excursiones al centro
comercial y de las fiestas a las que iban. Mentiría si dijera que, en ese
momento, no me preocupó la idea de que, de algún modo, Vanessa pudiera
acercarse a Gabby más de lo que yo podría, de que Vanessa pudiera
compartir con ella algo de lo que yo nunca formara parte.
—¿Crees que las personas blancas te entienden mejor que yo porque son
blancas?
Y le hice caso. Si hay algo que me encanta de Gabby es que siempre sabe
cuándo debo callarme. De hecho, es la única persona que demuestra con
frecuencia conocerme mejor que yo misma.
—En mi defensa diré que me estoy mudando desde el otro lado del país
—señalo.
Íbamos al centro comercial juntas y olíamos todas las lociones de todas las
tiendas. Pero siempre compraba la misma. Orange Ginger. Hubo un
momento en que llegué a tener siete botellas.
Gabby no aparta la vista del camino, pero veo que asiente, orgullosa de mí.
Al principio no sabía que estaba casado. Y por alguna razón, pensé que eso
significaba que estaba bien. Él nunca lo admitió. Nunca llevó puesta una
alianza. Ni siquiera tenía una línea más blanca en el dedo anular, como
—Creo que está casado —le confesé finalmente hace cosa de un mes.
—Debes terminar con esta estupidez, Hannah. Lo digo en serio. Eres una
persona maravillosa que tiene mucho que ofrecer al mundo. Pero esto está
mal. Y lo sabes.
miércoles por la noche. Nunca voy a Bushwick. Y casi nunca salgo los
miércoles por la noche. ¡Y él tampoco! ¿Cuántas probabilidades hay de
que dos personas se conozcan así?
—Está casado.
—Lo está.
—Mira, ni siquiera sé si está casado —dije. Pero sí. Sí lo sabía. Y esa era
la razón por la que quería desentenderme de todo aquello lo antes posible.
Por eso agregué—: ¿Sabes, Gabby?, aunque esté casado, eso no significa
que yo no sea mejor para él que esa otra persona. En la guerra y en el
amor, todo vale.
No lo sabía.
Es muy fácil racionalizar lo que haces cuando no conoces los rostros y los
nombres de las personas a las que podrías hacer daño. Es muy fácil elegir
ponerte por encima de otros cuando es tan abstracto.
Había estado jugando al «bueno, pero». Al juego de «no estamos del todo
seguras». Al juego de «aunque así fuera». Había visto la verdad a través de
mi pequeña lente, una que era estrecha y de color rosa.
De pronto, fue como si la lente se cayera y por fin pudiera ver lo que
estaba haciendo en un blanco y negro abrumador.
¿Importa si, una vez que enfrenté la verdad, me comporté de forma digna?
¿Importa si, cuando oí la voz de su esposa, en cuanto supe los nombres de
sus hijos, no volví a hablarle?
¿Importa que pueda ver, tan claro como el agua, mi propia culpabilidad y
que esté completamente arrepentida? ¿Que una pequeña parte de mí me
odie por ignorar a propósito la verdad para justificar algo que ya
sospechaba que estaba mal?
Gabby cree que sí. Cree que me redime. Yo no estoy tan segura.
Por eso llamé a Gabby. Y lloré. Reconocí que la situación en Nueva York
era peor de lo que jamás le había dejado entrever. Reconocí que no estaba
funcionando, que mi vida no iba por el camino que quería. Le dije que
necesitaba un cambio.
Tardé un minuto en darme cuenta de que lo que quería decir era que debía
volver a Los Ángeles. Hacía mucho tiempo que no veía a mi ciudad natal
como mi hogar.
—Pero Ethan está allí —comenté—. Creo que volvió hace unos años.
—Allí hace más calor —señalé, mirando por la pequeña ventana la nieve
sucia que cubría la calle debajo de mi apartamento.
Gabby asiente.
Me río. Estoy intentando ver esta mudanza como una victoria en lugar de
una derrota.
Por fin llegamos a la calle de Gabby y ella aparca el coche junto al borde
de la acera.
fila de casas y busco el número cuatro para ver cuál es la suya. Puede que
no haya estado aquí antes, pero hace meses que le envío postales, dulces y
regalos. Me sé su dirección de memoria. Justo cuando distingo el número
en la puerta bajo la luz de la calle, veo a Mark salir y venir hacia nosotras.
Mark es alto, guapo en un sentido convencional, musculoso y muy
masculino. Siempre he tenido debilidad por los hombres con ojos bonitos
y barba incipiente.Y creí que a Gabby también le gustaban así. Pero
terminó con Mark, tan equilibrado y pulcro. Él es el tipo de persona que va
al gimnasio para cuidar de su salud. Yo jamás he hecho eso.
Abro la puerta del coche y saco una de las maletas. Gabby toma otra.
—Tu habitación está arriba —dice ella. Los tres subimos las estrechas
escaleras hasta la segunda planta. Hay un dormitorio principal y otro más
al otro lado del pasillo.
Es tarde, y estoy segura de que Gabby y Mark están cansados, así que me
doy toda la prisa que puedo.
Insisto.
—Me hace muy feliz que estés aquí —me confiesa—. Cada vez que te
mudabas, siempre esperaba que volvieras. Aunque solo fuera durante un
tiempo. Me gusta tenerte cerca.
—Bueno, aquí estoy —digo con una sonrisa—. Tal vez mucho más cerca
de lo que estabas pensando.
Estiro la piel, negando de algún modo lo que veo. Dejo que vuelva a su
sitio. Fijo la mirada e inspecciono.
Tengo arrugas.
Puede que mi vida sea un poco desastre. Puede que a veces no tome las
mejores decisiones. Pero no voy a quedarme aquí mirando el techo,
preocupándome toda la noche.
En vez de eso, voy a dormir a pierna suelta, con la convicción de que
mañana estaré mejor. Mañana las cosas irán mejor. Mañana encontraré la
solución.
—Sí —contesta, su voz áspera suena aún más ronca por teléfono—. Pero
todavía estás acostumbrada al horario de la costa este. Para ti es mediodía.
***
Terminé yendo sola, no porque quisiera ir, sino porque mi padre se burlaba
de mí porque jamás iba a ningún sitio sin ella. Así que decidí demostrarle
que estaba equivocado.
Me pasé casi toda la noche junto a la pared, haciendo tiempo hasta que
pudiera marcharme. Estaba tan aburrida que pensé en llamar a Gabby y
convencerla de que viniera cuando terminara de trabajar. Pero Jesse Flint
se había pasado toda la fiesta bailando canciones lentas con Jessica
Campos en medio de la pista. Y Gabby estaba loca por Jesse Flint, iba
detrás de él desde que empezamos el instituto. No podía hacerle eso.
Mientras avanzaba la noche y las parejas comenzaban a besarse bajo las
luces tenues del gimnasio, miré a la única persona que estaba contra la
pared. Era alto y delgado, tenía el pelo revuelto y la camisa arrugada. Se
había aflojado la corbata. Me devolvió la mirada. Y luego se acercó hasta
donde yo estaba y se presentó.
Era estudiante de tercer año en otro instituto. Me contó que estaba allí para
hacerle un favor a su vecina, Katie Franklin, porque no tenía una cita.
Yo conocía bastante bien a Katie. Sabía que era lesbiana, pero que todavía
no estaba lista para decírselo a sus padres. Todo el instituto sabía que ella
y Teresa Hawkins eran más que amigas. De modo que supuse que no haría
daño a nadie si coqueteaba con el chico que ella había traído de tapadera.
Ethan dio una fiesta en la casa de sus padres el fin de semana siguiente y
me invitó. Gabby y yo no solíamos ir a grandes fiestas, pero la obligué a
que me acompañara. En cuanto entré por la puerta, se le vio más animado.
Cuando Gabby me encontró una hora más tarde, sentía los labios
hinchados y sabía que tenía un chupetón.
con alguien que tampoco sabía lo que estábamos haciendo. La primera vez
que tuve sexo, hice el amor. Por ese motivo, Ethan siempre ha ocupado un
lugar especial en mi corazón.
Pero nuestra historia no fue diferente a lo que sucede cada otoño en todas
las universidades.
Comencé a plantearme la posibilidad de estudiar en algunas universidades
de Boston y Nueva York, ya que me resultaría más fácil viajar a Londres si
vivía en la costa este. Cuando Ethan volvió a casa en Navidad, yo estaba
saliendo con un chico llamado Chris Rodriguez. Cuando Ethan regresó en
verano, él salía con una chica llamada Alicia Foster.
Incluso después de superar nuestra ruptura, nunca pude apagar el fuego por
completo, como si todavía quedara una llama interior, pequeña y
controlada, pero siempre viva.
que me parta un rayo si voy a permitir que estés otras doce más sin verme.
Me río.
—Bueno, creo que vamos a andar un poco justos de tiempo. Gabby dice
que hay un bar en Hollywood al que deberíamos ir esta noche. Ha invitado
a unos cuantos amigos del instituto para que pueda volver a verlos. Lo ha
llamado fiesta de inauguración de la casa. Lo que no tiene ningún sentido.
No sé.
—Oye, Hannah…
—¿Sí?
Puedo ver que Mark se ríe de mí. Sabe que a veces no hago exactamente lo
que prometo. Seguro que cuando Gabby le preguntó si me podía quedar, le
advirtió de antemano diciendo: «Lo más probable es que deje sus cosas
por todas partes». Tampoco tengo ninguna duda de que él no le puso
ninguna objeción. Así que no me siento tan mal.
Pero no creo que esa sea la razón por la que Mark se ríe.
Llevo las dos cervezas a la mesa y regreso para traer el vino de mi amiga.
Cuando me siento, veo que se les ha unido una mujer. Recuerdo haberla
conocido en la boda de Gabby y Mark hace un par de años. Su nombre es
Katherine, creo. Hace unos años corrió el maratón de Nueva York. Suelo
acordarme muy bien de las caras y de los nombres de la gente. Me resulta
fácil recordar detalles de las personas, aunque solo las haya visto una vez.
—¿En serio?
También vienen algunos amigos del trabajo de Mark con sus mujeres.
La gente empieza a pedir bebidas para otros. Las rondas corren a cuenta de
esta persona o de aquella. Yo bebo cerveza y algunas cocacolas bajas en
calorías. Bebía demasiado en Nueva York. Bebía demasiado con Michael.
—Hola —dice.
Lo vuelvo a abrazar.
—Qué alegría volver a verte, de veras —dice—. Estás tan guapa como
siempre.
—Muchas gracias.
De pronto, la música está demasiado alta y el bar está tan lleno de gente
que cuesta mantener una charla.
Estoy intentando oír lo que Caitlin está diciendo cuando Ethan llega a la
mesa. Se para junto a mí, con un brazo rozando el mío, sin un ápice de
inseguridad. Le da un sorbo a su cerveza y se vuelve hacia Katherine, los
dos intentan hablar por encima de la música. Echo un vistazo y lo
encuentro mirándola atentamente, haciendo gestos como si estuviera
bromeando con ella. Katherine echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
Gabby pone los ojos en blanco. Lanzo una carcajada, y luego veo a
Katherine girando. Ethan es quien la hace girar.
Mientras lo miro recuerdo cómo eran las cosas cuando estábamos juntos,
lo mucho que me gustaba estar con él, lo bien que se sentía el mundo y mi
lugar en él cuando Ethan estaba a mi lado, lo doloroso que fue cuando se
fue a la universidad. Recuerdo lo que se siente cuando amas a alguien de
—¡Un poco de aire! —me grita, señalando el patio. Se abanica con las
manos. Suelto una carcajada y la sigo al exterior.
—Vaya. Ahora me siento más vieja que cuando me dijiste que tenía casi
treinta.
Asiente.
Nos miramos, ninguno aparta la vista. Tiene los ojos posados en mí, fijos
en los míos, como si fuera la única persona en el mundo. Me pregunto si
mira a todas las mujeres de ese modo.
Sentir esos labios en mi piel hace que me dé cuenta de que llevo años
buscando esa sensación y nunca la he encontrado. Me he conformado con
relaciones casuales, aventuras a medias y un hombre casado, solo para
intentar conseguir ese instante en el que el corazón quiere salirse del
pecho.
—Tú eres Mark, ¿no? —ríe Ethan y se pone de pie para darle la mano—.
—Me acabo de enterar de que mañana tengo que madrugar para una cosa
—cuenta Mark.
Veo una tímida sonrisa en el rostro de Gabby que dura una milésima de
segundo.
Al volver a Los Ángeles, no solo estoy intentando construir una vida mejor
con el apoyo de mi mejor amiga. También he vuelto a hacerme la pregunta
de si todavía hay algo entre Ethan y yo.
El destino me encontrará.
No quiero precipitarme.
Pero no lo hago.
Él sonríe y suspira muy sutilmente, con una mirada que refleja que ha
aceptado la derrota.
que si tiene que suceder algo entre Ethan y yo, será a su debido tiempo. No
hace falta apresurar las cosas.
—¡No lo sé! —exclamo—. ¿Tal vez? ¿En algún momento? Creo que
debería estar con un chico honesto, estable y simpático como él. En lo que
a hombres se refiere, Ethan parece un paso en la dirección correcta.
Cuando llegamos al coche, Mark nos abre las puertas y le dice a Gabby
que volverá a casa por el Boulevard Wilshire.
—Es el camino más fácil, ¿no? ¿El que tiene menos tráfico?
—Siempre se dice que en Los Ángeles no hay cultura. Así que voy a
demostrar que esa afirmación no tiene razón de ser para que te quedes.
Me vuelvo hacia la ventanilla del coche y veo pasar las calles. Son calles
que no frecuentaba de adolescente. Estamos en una parte de la ciudad que
no conozco muy bien.
—¿Qué va a pasar?
—En tu móvil.
—Nada.
—Dámelo.
Me río en un gesto de defensa, como si cuanto más fuerte me ría, más fácil
será tirar por la ventanilla la pena que mi amiga está sintiendo por mí en
este momento.
—Es un gran chico, no digo que no lo sea. Pero, ya sabes, si así es como
van a ser las cosas estando con él, no es lo que necesito.
—Lo sé —digo—. Aun así, deja claro que es mejor que lo nuestro se
quede en el pasado. Ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos juntos.
No pasa nada.
—Claro —contesta.
—Le gustan los rollos de canela —explica Gabby al mismo tiempo que yo
digo: «Me gustan los sitios donde sirven rollos de canela».
Farola tras farola, unas detrás de las otras, en filas sucesivas y encendidas.
No son las típicas farolas que se ven hoy en día, las que se alzan hacia el
cielo y luego se curvan sobre la calle. Son antiguas. Parece como si Gene
Kelly se hubiera columpiado en ellas mientras cantaba bajo la lluvia.
puede que también encierre una metáfora, algo sobre la luz en medio de…
—Bien —dice Gabby— ¿por qué no salimos? ¿Te parece bien, Mark?
¿Podemos aparcar y sacarnos una foto rápida al lado de las luces? Para
recordar la primera noche de verdad de Hannah de vuelta a Los Ángeles.
Vuelo por los aires hacia el otro lado de la calle. El mundo gira. Y luego
todo se sume en un silencio sepulcral.
Miro las luces. Miro a Gabby y a Mark. Ambos corren hacia mí,
boquiabiertos y con los brazos extendidos. Creo que están gritando, pero
no puedo oírlos.
Creo que me están llamando. Veo a Gabby llegar a mi lado. Veo a Mark
—¡Oh, por supuesto que no, adelante! —me anima mientras me despido
de Mark con otro abrazo. Gabby esboza una sonrisa traviesa que solo yo
puedo ver. Pongo los ojos en blanco, pero también se me escapa una
sonrisilla en el último segundo. Luego Gabby y Mark se dirigen a la
puerta.
Ethan sonríe y abre la puerta del bar. La sostiene para que pueda pasar.
—Vamos —contesta.
Queda poco más de un minuto para que termine la canción y empiece otra.
La nueva es de estilo español, tiene un ritmo latino. Mis caderas empiezan
a moverse por voluntad propia. Se balancean un momento, hacia delante y
hacia atrás, para tantear el terreno. Enseguida me dejo llevar y permito que
mi cuerpo se mueva solo. Ethan desliza un brazo por la parte más baja de
mi espalda. Su pierna roza ligeramente la parte interna de la mía. Da unos
pasos hacia delante y hacia atrás y después me acerca rápidamente hacia
él. Nos olvidamos de todos los que nos rodean, y continuamos así canción
tras canción, moviéndonos a la par. Nuestros
—He venido andando. Vivo a cinco manzanas. Por aquí —me dice—.
Me inclino y me quito los zapatos. La acera está sucia. Puedo ver chicles
que llevan tanto tiempo allí que ahora son manchas negras sobre el asfalto.
Un poco más adelante, las raíces de un árbol se han abierto paso por la
acera, rompiéndola y formando grietas y bordes afilados. Pero los pies me
duelen demasiado. Recojo los zapatos y sigo a Ethan.
Él me mira los pies y se detiene.
—Me duelen los pies. No puedo andar con esto. No pasa nada. Sigamos.
Me pongo a reír.
—Obviamente.
—Un poco.
—Eh… Supongo.
—¿Qué?
—Comer.
Comienzo a percibir un aroma. Algo ahumado. Corro con él, mis pies
golpean el asfalto sucio con cada paso, hasta que llegamos a una multitud
congregada en la acera.
—Huélelo.
Le hago caso.
—¿Alguna vez has olido algo tan bueno a estas horas de la noche en
cualquier otra ciudad en la que hayas estado?
La calle tiene una fila de palmeras tan altas que tienes que echar la cabeza
hacia atrás para verlas enteras. Se expanden por toda la manzana y por las
adyacentes, al norte y al sur. Ethan camina hacia una de ellas y al césped
que la rodea. Se sienta sobre el bordillo estrecho que separa los árboles de
la calle. Apoya los pies en el asfalto y la espalda contra la palmera. Lo
imito y me siento a su lado.
A estas alturas, tengo la planta de los pies negra. Me imagino lo sucia que
voy a dejar la ducha de Gabby mañana.
Él obedece.
Ahora que hemos salido del bar, el mundo empieza a hacerse más nítido.
Puedo oír mejor. Puedo ver mejor. Y quizá lo más importante, puedo
degustar este delicioso perrito caliente con su maravillosa envoltura de
beicon.
—Sí —digo—. Seguro que le ponías beicon a las rosquillas por el año
2003.
—¿De dónde crees que surgió la idea de hacer las rosquillas con glaseado
de beicon y sirope de arce o el caramelo de beicon? La gente lleva años
poniendo al beicon sirope de arce por todo el país y les encanta.
Ethan me sonríe.
Vuelvo a reír.
—Eh, vamos. Estás hablando con una mujer sin carrera, sin casa, casi sin
dinero y sin potencial. No toquemos el tema de los logros personales.
Ethan mira hacia adelante durante un momento, sus ojos se posan sobre el
—Dispara.
—Bueno, creo que eso es lo que hacen los adolescentes de dieciocho años.
Se separan.
La tensión no disminuye.
—¿Perdón? Oh, no, no, no. Tú me rompiste el corazón a mí. Yo fui a quien
la dejó el novio cuando se fue a la universidad.
—¿Pruebas?
—Chris no significaba nada para mí —me río y pongo los ojos en blanco
Me mira y sube y baja las cejas, una versión visual del Oh, sí, nena.
—Bueno, de todos modos, daba igual, ¿no? Porque entonces tú estabas con
Alicia.
—Porque pensaba que tú estabas con Chris —dice—. Es la única razón por
la que salí con ella.
—¡Eso es horrible!
—No.
—Nunca me acosté con Chris —le confieso mientras nos adentramos cada
vez más en el área residencial.
—No… No podía soportar la idea de compartir algo tan íntimo con nadie
más que contigo. No me parecía bien hacerlo con cualquiera.
Tenía veintiún años cuando volví a mantener relaciones sexuales con otra
persona. Fue con Dave, mi novio de la universidad. La razón por la que me
acosté con él no fue porque creyera que él iba a significar tanto para mí
como Ethan. Lo hice porque no hacerlo estaba empezando a parecer raro.
Si soy sincera, con el tiempo perdí esa sensación de que la persona tenía
que ser especial, de que el sexo era algo sagrado.
el dolor.
—Sí, lo sé.
Abre la puerta y me hace un gesto para que pase. Vuelvo a mirarlo y entro
al apartamento por delante de él. Es un apartamento tipo estudio grande,
por lo que se ve acogedor, pero sin parecer abarrotado. Está ordenado,
aunque no necesariamente limpio, lo que significa que todo está en su
sitio, pero con pelusas en los rincones y la marca del borde de una taza en
la mesa de café de madera oscura. Las paredes son de un tono azul oscuro
discreto.
Una televisión de pantalla plana cuelga de la pared que hay frente al sillón
y se pueden ver estantes llenos de libros por todas partes. Las sábanas de
su cama son de un sufrido gris oscuro. ¿Sabía en ese momento que se
convertiría en un adulto de este tipo? No lo sé.
Me doy cuenta de que estoy jugando con el moño que tengo sobre la
cabeza y que tengo que dejar de arreglarlo.
—Bien.
—Orange Ginger.
Está tan cerca que también puedo sentir su olor, una mezcla de detergente
para ropa y sudor.
—Quiero besarte.
Respiro hondo.
—De acuerdo.
—Pero no quiero hacerlo si… No quiero que sea una cosa de una sola
noche.
Sonríe y se acerca.
Sus labios se mueven como antaño y entre sus brazos me siento del mismo
modo que antes. Hacemos todo lo posible para retroceder el reloj, para
borrar el tiempo.
—Primero, del uno al diez, ¿cuánto dolor sientes? Diez es tan atroz que no
crees poder soportarlo ni un segundo. Y uno es que te encuentras
perfectamente bien.
—Responde con los dedos. No los levantes. No muevas los brazos. Solo
responde con las manos donde ahora las tienes.
Asiento. Ahora duele menos. Lo que sea que haya hecho, ahora duele
menos.
—Has estado inconsciente durante tres días. En parte por el golpe que te
diste en la cabeza a causa del accidente y porque tuvimos que operarte.
Quiero contestarle.
—Por lo visto, estabas embarazada desde hace diez semanas. ¿Lo sabías?
Siento que el corazón comienza a latirme más rápido. Niego con la cabeza.
—Lo lamento. Imagino que es muy difícil asimilar todo esto de golpe. El
hospital cuenta con algunos recursos para ayudarte a lidiar con lo que ha
sucedido. Las buenas noticias, y espero de verdad que puedas verlas, es
que muy pronto te recuperarás físicamente.
¿Perdí un bebé?
Un bebé.
calma. Empieza con una o dos palabras a la vez, ¿de acuerdo? Asiente o
niega con la cabeza cuando puedas.
Asiento, pero no puedo resistirme.
Sonrío y asiento.
Duele, pero mi brazo izquierdo se levanta como una flecha, más alto de lo
que creía poder.
—Llevas sin comer un rollo de canela desde que estás aquí. Eso son por lo
menos tres días enteros sin rollos de canela. —Está con el torso desnudo
debajo de las sábanas. Tiene el pelo alborotado y despeinado. La barba de
tres días ahora es más poblada. Le huelo el aliento mientras cubro la
escasa distancia que hay entre su almohada y la mía. Deja algo que desear.
—Te apesta el aliento —digo para molestarlo. No tengo dudas de que el
mío debe de oler igual. Después de decir esa frase, me pongo una mano
sobre la boca y hablo por el espacio que hay entre los dedos—. Tal vez
deberíamos lavarnos los dientes.
Saco la cabeza de las sábanas para inhalar aire fresco, y después vuelvo a
meterme debajo de las sábanas.
Se nos ocurrió este juego el domingo por la noche. ¿Qué podría estropear
lo que hay entre nosotros? ¿Qué podría arruinar esto tan maravilloso que
tenemos?
—Perdón, pero no. Tendrás que superarlo. Si te hace sentir mejor, jamás
volveremos a hablar de murciélagos, ¿te parece bien?
Me levanto y me pongo los pantalones. Me dejo su camiseta puesta, pero
recojo el sujetador del suelo y me lo pongo por debajo de la camiseta. Un
movimiento tan raro y complicado que, en mitad de la acción, me
pregunto por qué no me la quité primero.
Comienzo a reír.
—Date prisa, campeona. —Ya está completamente vestido y listo para irse
—. No tengo todo el día.
Se encoge de hombros. Tomo el bolso y salgo por la puerta tan rápido que
él tiene que darse prisa para alcanzarme. Cuando bajamos al garaje, va por
delante de mí por poco y me abre la puerta del copiloto.
—¡A por los rollos de canela! Y si es posible, unos que tengan mucho
glaseado.
Sonríe y conduce por el camino de entrada.
Gabby vino con ellos hace una hora. Al principio fue la única que me miró
a los ojos. Después de darme un abrazo y decirme que me quería, comentó
que iba a dejarnos solos para que hablásemos. Prometió que volvería
pronto. Se fue para que mi familia pudiera tener algo de privacidad, pero
creo que también necesitaba un poco de tiempo para recomponerse.
Cuando se dio la vuelta, la vi limpiarse los ojos y sorber por la nariz.
Noto que mis padres y Sarah han estado llorando todo el día. Tienen los
ojos vidriosos. Se les ve cansados y pálidos.
La última vez que nos vimos fue en las Navidades del año pasado. Me
resulta raro tenerlos aquí ahora. Están en Estados Unidos. En Los Ángeles.
—La doctora dice que podrás andar de nuevo en breve —comenta Sarah
mientras juega con la barrera de mi cama—. Creo que son buenas noticias,
Le sonrío.
descubrir que tenía que volver a la peluquería cada seis semanas para que
no se me notaran las raíces. ¿Quién tiene tiempo y dinero para eso?
Sarah tiene veintiséis ahora. Supongo que se parecería más a mí, que
tendría más curvas, si no estuviera bailando todo el día. En cambio, es
musculosa y esbelta a la vez. Mantiene una postura tan rígida que, si no la
conocieras mejor, pensarías que es un robot.
Es el tipo de mujer que hace las cosas siguiendo las reglas, de la manera
correcta. Le gusta la ropa elegante, la comida refinada y el arte
sofisticado.
—Te hemos traído revistas —dice ahora—. Las británicas, que son las
buenas. Supuse que, si yo estuviera en una cama de hospital, querría tener
lo mejor.
Mi padre tiene el pelo negro azabache, tan grueso y brillante que solía
decirle que deberían poner su foto en las cajas de tintes para hombres.
Hasta que no estuve en la universidad no se me ocurrió pensar que
seguramente estaba usando tinte. Me ha estado apretando la mano desde
que se sentó.
Ahora, la aprieta más fuerte durante un segundo, para apoyar la frase que
ha dicho mi madre.
Ellos son mi familia y los quiero. Pero no diría que estamos especialmente
unidos. Y, a veces, cuando los veo a los tres juntos, con esas afectaciones
que no son norteamericanas y sus revistas británicas, siento como que
sobro.
—Dejaré esto por aquí —dice Sarah, sacando una pila de revistas de su
bolso. Las coloca sobre la bandeja al lado de mi cama—. Ya sabes, por si
te despiertas y quieres ver fotos de Kate Middleton. Eso es lo que yo haría
todo el día si pudiera.
Le sonrío.
Salen de la habitación.
Y ya no lo estoy.
¿Cómo lloras una pérdida así? ¿Cómo puedes estar de luto por algo que
jamás supiste que tenías? Algo que nunca quisiste, pero que era real e
importante. Una vida.
He perdido un bebé.
Cierro los ojos y dejo que las emociones me inunden. Presto atención a lo
que me dicen el corazón y la mente.
Respiro tan fuerte que termino agotada. Estoy mareada por el oxígeno y la
angustia.
Y luego giro la cabeza para mirarla. Noto que ella también ha llorado.
No comprendo por qué me dice esto hasta que me percato de que estoy
conteniendo la respiración. Tengo el aire atrapado en el pecho. Lo
mantengo dentro de los pulmones. En cuanto me doy cuenta de lo que
estoy haciendo, exhalo. El aire sale disparado, como si se hubiera roto un
dique.
Y por primera vez desde que desperté, me siento viva. Estoy viva.
Hoy estoy viva.
—Es la primera frase real que digo desde que me desperté. Ahora puedo
sentir lo mucho que me destruía por dentro, como una bala rebotándome
en las entrañas.
Ya lo sabe. Gabby siempre lo sabe. Y tal vez lo más importante, sabe que
no hay nada que decir.
Y eso es lo que hago. Porque estoy viva. Puede que esté rota y asustada,
pero estoy viva.
—Por cierto, ¿cuándo vas a ir a trabajar? —le pregunto. Llamó dos veces
para avisar de que estaba enfermo.
No quiero que vuelva mañana al trabajo, a pesar de que, bueno, está claro
que lo tiene que hacer. Sin embargo… he disfrutado de esta tregua del
mundo real. Me gusta mucho esconderme en su apartamento, vivir en una
crisálida de cuerpos tibios y comida para llevar.
—¿Qué pasa si como muchos rollos de canela y gano ciento ochenta kilos?
¿Entonces?
Se ríe de mí.
—Sigue intentándolo todo lo que quieras, Hannah. Pero no vas a dar con
ningún factor determinante.
—No hace falta que me lo digas. Odio esta ciudad cada vez que doy
vueltas a la manzana como un buitre.
—Bueno, lo que quiero decir es que en Nueva York hay metro. Y en Austin
puedes aparcar donde quieras. El metro de Washington D.C. está tan
limpio que podrías comer en el suelo.
—Ningún sitio es perfecto. Así que no empieces a buscar razones para irte.
—Bueno, mejor.
Nos ponemos a la cola en una fila que se enrosca alrededor del mostrador
de la panadería como una serpiente. Veo los rollos de canela en el estante
más alto. Son del tamaño de la mitad que mi cabeza. Cubiertos de
glaseado.
—Vaya —exclamo.
—Perdón —le dice al cajero mientras ríe—. Deme dos rollos de canela.
Discúlpeme.
—Escucha, fui a ese bar deseando que nos quedásemos a solas, poder
hablar contigo, ver cómo te sentías. Me probé diez camisas distintas hasta
encontrar la adecuada. Compré chicle y lo guardé en el bolsillo trasero por
si me olía el aliento. Me miré al espejo e intenté que pareciera que no me
había peinado. Por ti. Eres la única. Bailé con Katherine porque estaba
nervioso por hablar contigo. Y como quiero ser sincero contigo, admito
que no sé lo que habría hecho si me hubieras rechazado el sábado, pero
fuera lo que fuese, habría sucedido porque habría creído que no te
interesaba. Si tú estás interesada, yo estoy interesado. Y solo en ti.
—Puede que me haya pasado todo este tiempo buscando un hogar —le
digo a Ethan—, y no me haya dado cuenta de que mi hogar está donde
haya rollos de canela.
—Bueno —ríe Ethan—, si vas a viajar por todo el país buscando el sitio al
que perteneces, te podría haber dicho hace años que tu lugar está frente a
un rollo de canela.
Sacudo la cabeza.
Y puede que así sea en el resto del hospital, pero aquí, en la planta en la
que sea que esté, a nadie parece importarle. Mis padres y Sarah se
quedaron hasta las nueve. Se fueron solo porque insistí en que volvieran al
hotel. Mi enfermera, Deanna, estuvo entrando y saliendo durante todo el
día y jamás les dijo que se marcharan.
Se quedó dormida hace media hora. Ha estado roncando desde hace por lo
menos veinte minutos. Me encantaría quedarme dormida, pero tengo
demasiados cables y sondas encima y estoy demasiado inquieta. No me he
movido o puesto de pie desde que estuvimos frente al museo hace cuatro
días. Quiero levantarme y caminar. Quiero mover las piernas.
Pero no puedo. Apenas puedo levantar los brazos por encima de la cabeza.
Enciendo una pequeña luz al lado de la cama y abro una de las revistas de
Sarah. Hojeo las páginas. Fotos brillantes de mujeres con atuendos
absurdos en sitios extraños. Una de las sesiones de fotos parece haberse
hecho en Siberia y muestra a modelos usando bikinis con lunares.
habitación.
Es alto y fuerte. Tiene el pelo y los ojos oscuros, sin barba. Su uniforme es
azul oscuro y tiene la piel muy bronceada. Debajo, lleva una camiseta
blanca.
Deanna hizo lo mismo antes y ni siquiera me di cuenta. Pero ahora, con él,
lo siento como algo íntimo, casi inapropiado. Aunque por supuesto, no lo
es. No, obviamente, no lo es. Aun así, me da un poco de vergüenza. El
enfermero es atractivo, tiene la misma edad que yo y su mano está sobre
mi pecho desnudo. De pronto, me doy cuenta de que no llevo sujetador.
Giro la
cabeza para no mirarlo. Huele a gel de ducha para hombres; uno que
podría llamarse Avalancha alpina o Brisa ártica.
—Uh, desde que me mudé a Los Ángeles hace dos años —susurra
mientras observa la historia clínica—. Nací en Texas.
—¿En dónde?
—¿La semana pasada? —Intenta disimular, pero veo cómo se le abren los
ojos.
Sacude la cabeza.
—Vaya.
—Puede que tengas razón —le sonrío. Luego cierro los ojos. La
conversación requiere más energía de lo que pensaba.
—Está bien… Pero no tengo que hacerte una trenza, ¿verdad? Eso parece
complicado.
Le sonrío.
—Sí.
Parece ser el tipo de hombre que conoce a una mujer en una isla exótica,
se casa con ella, tienen cuatro hijos hermosos y viven en una casa que
tiene una cocina con todos los lujos. Seguro que su mujer le prepara cenas
deliciosas que incorporan todos los grupos alimenticios y tienen árboles
frutales en el jardín. Pero no solo crecen naranjas. También tienen
limones, limas y aguacates. Creo que me subió demasiado la dosis.
—Gracias.
Cuando se vuelve y se va, por fin puedo echar un buen vistazo al tatuaje.
Isabelle.
Hombres, todos los que merecen la pena están con alguna Isabelle.
—Entonces, ¿todos? ¿Te gustan todos los sabores? —dice con burla.
—Chocolate —río—. El de chocolate está bien.
Sonrío y asiento.
La planta está tranquila y a oscuras. Gabby ronca tan fuerte que estoy
convencida de que no podré dormirme, que estaré completamente
despierta cuando Henry vuelva.
Soy el tipo de persona que actúa por instinto. De esas que se deja llevar
por la vida. Pero esa actitud no me ha dado muchos resultados. Solo he
conseguido pagar las facturas trabajando de camarera y acostarme con
hombres casados. Ya no quiero seguir así. Quiero conseguir el orden en
lugar del caos.
Puedo hacerlo. Puedo ser una persona organizada. ¿No es cierto? A ver,
hoy he limpiado todo el apartamento. Ahora está ordenado y limpio. No
hay rastro del huracán Hannah. Quizá porque no tengo que ser un huracán.
Quiero forjarme una vida aquí. En Los Ángeles. Así que comienzo a hacer
una lista.
Es Gabby.
—Hola. ¿Estás lista para recibir una noticia impactante? Estoy haciendo
una lista. Una auténtica lista para llevar una vida organizada.
—¡Oye! —río.
Pero luego decido que no, que lo añadiré. No esperaré a ver qué sucede.
Coche.
Trabajo.
Apartamento.
Escrito así, en orden, parece muy simple. Por un momento, mientras
observo la lista, pienso: ¿Eso es todo? Después me doy cuenta de que
simple no es lo mismo que fácil.
—Tú y Ethan.
—Entonces, ¿puedo dar por sentado que, aparte de algún que otro viaje en
coche y alguna comida de vez en cuando, te he perdido por tu recién
descubierto novio?
—No, esta vez no. Ya no tengo diecisiete años. Tengo que forjarme una
vida aquí. El amor está muy bien, pero es solo una parte de la vida.
¿Entiendes?
Gabby se pone las manos sobre el corazón y sonríe para sí misma. Me
pongo a reír. No estaba intentando tranquilizarla. Es que no creo que tener
un buen novio solucione todos mis problemas.
Sabiendo lo grave que fue el atropello, es difícil creer que me pondré bien.
Que no podré andar durante algunas semanas, hasta que no me cure del
todo la pelvis. Que incluso entonces, tendré que empezar muy despacio y
con mucho cuidado. Que necesitaré fisioterapia para ejercitar los músculos
dañados, y que me dolerá… casi todo el tiempo.
—Creo que eso es lo que dijo, sí. Que si no empiezas a entrenar para el
maratón de Los Ángeles en este mismo segundo, tu vida será un fracaso y
ya te puedes ir dando por vencida.
—Bueno, la doctora Winters puede ser una bruja. —Nada más decirlo oigo
un golpe en la puerta. Durante un instante, me aterra que sea la doctora
Winters. No quise decir eso. Era una broma. Ella es muy amable. Me cae
bien.
Es Ethan.
Ethan se acerca y me entrega las flores. Las tomo y las huelo. Me sonríe
como si fuera la única persona en el mundo.
Casi me besa, y después se fue a casa con otra chica—. Huelen fenomenal.
—Bueno —repongo.
—Estoy bien.
No quiero creer lo que una persona dice e ignorar lo que hace. No quiero
ver solo lo que quiero ver.
Por una vez en la vida, quiero ser realista. Quiero tener los pies en el
suelo. Quiero tomar decisiones inteligentes.
—En serio, estoy bien —contesto—. No te preocupes. Solo son unos pocos
huesos rotos. Pero estoy bien.
—¿Te han dicho cuánto tiempo vas a estar ingresada? Quiero saber cuándo
podré llevarte a dar una vuelta por la ciudad.
—Voy a estar una temporada —digo—. Podrías encontrar otra chica con la
que salir a divertirte por la ciudad.
No, no lo haces.
Sigo esperando a que Gabby vuelva con las flores, pero no la veo por
ningún lado.
—Está bien —dice Ethan—. Debería irme. Seguro que necesitas descansar
y yo tengo que volver a trabajar…
—Sabes que haría cualquier cosa por ti, ¿verdad? Si necesitas algo, lo que
sea…
—Gracias —asiento.
—Está bien —comento mientras pone las flores sobre la encimera al lado
de la puerta. Me pregunto de dónde sacó el jarrón. Es bonito. Las flores
son preciosas. La mayoría de los hombres habrían traído claveles.
—¿Te vas?
—Sí, tengo que volver a la oficina por una reunión. Pero tu familia está a
punto de llegar. Me enviaron un mensaje hace unos minutos diciéndome
que estaban aparcando. Estarás un rato con ellos y luego yo saldré del
trabajo, iré a por una muda de ropa para mañana y volveré aquí para otra
fiesta de pijamas.
no tiene por qué quedarse nadie. De verdad. Vete a casa. Pasa un rato con
Mark. Estoy bien.
—Bueno —río.
Mi padre se ríe.
—Está claro que nunca has ido a visitar a alguien a un hospital. Los
precios son una locura.
—Estoy bien.
la cara.
—No imaginas lo feliz que me siento al verte y saber que estás bien. Oír tu
voz. —Se da cuenta de que mi madre está a punto de llorar—. Pero la mala
noticia es que tienes el moño hecho un desastre. A ver. —Coloca las
manos sobre mi cabeza y tira del pelo para soltarlo de la goma.
—Tranquila —le digo—. Que debajo de ese pelo hay una persona.
—Necesitas que te peinen un poco. ¿Es que nadie te cepilla el pelo aquí?
—De todos modos —continúa ella con énfasis—, en una ocasión fuiste a
la cocina cuando no te estaba viendo y te cortaste el pelo.
—Te lo dejaste tan corto. ¡Por encima de las orejas! —se queja—.
Cuando entré en la cocina y te vi, dije: «¿Por qué has hecho eso?» y me
contestaste: «No sé, porque quise».
¡Llamen a la policía!
Sí, eso es lo que recuerdo, ver fotos mías con el pelo bien corto.
—Ve al grano, mamá —comenta Sarah—. Para cuando termines con esta
historia, tendré noventa y cuatro años.
Ellos me sonríen.
—Quizá haya gente que vea el moño de Hannah y algún día pueda hacerle
uno a Angelina Jolie —bromea Sarah para tomarle el pelo a mi madre.
A veces creo que las anécdotas de mi madre deberían venir con una guía.
Me pregunto cuántas veces tendré que decirlo hasta que alguien me crea.
No puedo recordar la última vez que sentí que pertenecía realmente a este
grupo. Desde hace más de una década, tengo la sensación de que soy una
invitada en mi propia familia. Apenas puedo recordar cómo éramos
cuando vivíamos en la misma ciudad, en la misma casa, en el mismo país.
Pero ahora que los tengo delante de mí y que me están mostrando las
fisuras de sus armaduras, siento que de verdad formo parte de esta familia.
Que soy la persona que necesitan para completar la manada.
—Te echamos de menos todos los días. Cada día. ¿Lo sabes?
Luego, apoya una mano sobre mi rodilla. Me mira a los ojos, me sonríe y
dice:
***
Carl y Tina se fueron a vivir a Pasadena hace unos años. Vendieron la casa
que tenían cuando estábamos en el instituto y se mudaron a una casa más
pequeña de estilo Craftsman en una calle tranquila con un montón de
árboles.
Son casi las ocho cuando Gabby, Mark y yo llegamos a la casa. Mark vino
tarde de la clínica. Parece que muchas veces se le hace tarde o debe
trabajar hasta bien entrada la noche. Cabría pensar que el trabajo de un
dentista es bastante previsible. Pero siempre le surge algún problema en el
último momento.
Aparcamos en el camino de entrada y nos dirigimos a la casa. Gabby no se
molesta en llamar a la puerta. Entra directamente.
Tina se asoma desde la cocina y viene hacia nosotros con una sonrisa
enorme y deslumbrante y los brazos abiertos.
Entro y dejo a Gabby y a Mark con Tina. Carl está en el patio, sacando un
filete de la parrilla. Sin duda, esta es una de la ventajas de Los Ángeles:
puedes hacer una barbacoa los doce meses del año.
—¿Pero qué ven mis ojos? —pregunta mientras deja el filete en un plato y
cierra la parrilla—. ¿Tengo frente a mí a la auténtica Hannah Martin?
Carl lleva un polo verde y unos pantalones de color caqui. Casi siempre
parece ir vestido para jugar al golf. No estoy segura de si alguna vez ha
practicado este deporte, pero tiene el atuendo adecuado.
—La misma que viste y calza —contesto, extendiendo los brazos para
enfatizar la frase. Me abraza. Es un hombre corpulento y me sostiene con
fuerza. Casi no puedo respirar. Durante un segundo, echo de menos a mi
padre.
—Azucenas.
—Casi —dice y me las quita de las manos—. No sé nada de flores. Las
Me hace un gesto para que tome el plato con el filete. Le hago caso y
vamos dentro.
Entramos por la cocina. Tina está sirviendo vino a Gabby y a Mark. Carl
los interrumpe.
—Barker.
—¿Barker?
—¡Barker! —grita Carl. Por la escalera veo bajar hasta la cocina a un San
Bernardo enorme.
—¡Bueno! —anuncia Tina—. Esta noche toca filete y patatas. Pero como
ibais a venir, Carl ha decidido sacar la artillería pesada y habrá filetes con
—Bueno. —Abro los ojos como platos y suspiro. No estoy segura de por
dónde empezar—. ¡He vuelto! —digo, alzando los brazos y moviendo las
manos para dar más énfasis. Durante un segundo, espero que sea
suficiente.
—Sí, Gabby nos contó que estabas viviendo en Nueva York —comenta
Tina, cortando un trozo de filete—. ¿Es tan fabulosa como parece? ¿Viste
algún espectáculo en Broadway?
—¿Sabéis? Hannah es una chica de la costa oeste. Su lugar está aquí con
nosotros.
—¡Muy bien! —ríe Mark. Parece que la cerveza le interesa mucho más
que el vino que le dio Tina, pero no sé si solo finge por Carl. También se
rasca con demasiado ímpetu las muñecas y la nuca. Debe de ser por
Barker.
Es irrelevante.
—¡Gabby! Esta chica vivió con nosotros casi dos años. Es como si fuera
mi hija. Puedo preguntarle si necesita dinero para un coche. —Carl se
vuelve para mirarme—. ¿O no?
La relación que tengo con los Hudson es un poco rara. Por un lado, no son
mis padres. No me criaron y no me llaman a menudo para saber cómo
estoy. Por otro lado, si necesitara algo, siempre he sabido que estarían allí
para ayudarme. Me cuidaron durante uno de los momentos más
importantes de mi vida. Y la verdad es que mis padres no están aquí. Mis
padres no han estado aquí desde hace mucho tiempo.
—Entonces estás diciendo que tienes unos cinco mil dólares —concluye
Carl.
Gabby sacude la cabeza. Mark sonríe. Tal vez se alegra por no ser hoy el
centro de atención de su suegro.
Tina se me adelanta:
—Carl, ¿por qué no reservas las preguntas difíciles para después de la
cena?
¡Vamos! ¿Qué se supone que debo decir? Sí, hablar del poco dinero que
tengo y lo poco preparada que estoy para la vida me incomoda un poco.
Pero, ¿quién en este planeta reconoce que no se siente cómodo con algo
cuando se lo preguntan directamente? Es una pregunta imposible. Te
obliga a hacer que la otra persona se sienta bien aún cuando está
invadiendo tu espacio personal.
—¿Ya has terminado? —Tina mira mi plato. Todos los demás están
prácticamente vacíos, salvo algún que otro bocado. El mío también lo está,
excepto por las coles de Bruselas—. Tengo un postre fabuloso.
Sé que es pueril, pero me preocupa que a ella le siente mal que me tome el
postre sin haber terminado las verduras. Empiezo a comérmelas
rápidamente, pero haciéndome la distraída.
Bebo otro sorbo de agua. Puede que me haya pasado con las coles de
Bruselas. Empiezo a notarme el estómago hinchado y revuelto.
Tina y Carl regresan, Tina con vino, Carl con una tanda de rollos de canela
muy grande, muy empalagosa y muy fragante.
Empujo la silla hacia atrás y corro hacia el baño del vestíbulo, cerrando la
puerta detrás de mí. Estoy justo delante del retrete cuando toda la comida
me sube a la garganta. Estoy débil y un poco mareada. Agotada.
Me siento delante del retrete. La sensación del frío de los azulejos contra
mi piel es bastante agradable. No sé cuánto tiempo llevo allí. Vuelvo a la
realidad con un sobresalto cuando Gabby llama a la puerta del baño.
—Sí. —Me pongo de pie. Me siento mucho mejor ahora—. Estoy bien.
luego se pasa los cinco minutos siguientes explicando todos los síntomas
que sufre y cuáles mejoran y cuáles no con las pastillas. Por la manera en
la que habla, cualquiera diría que ser alérgico a los perros es como si te
diagnosticaran una enfermedad incurable. Dios, hasta yo estoy cabreada
con su alergia ahora.
—Compra el coche, y quédate a vivir con Gabby y Mark hasta que puedas
reunir dinero para la fianza.
Lo miro.
El gracias que sale de mi boca es para ambos, pero sería imposible que esa
palabra exprese toda la emoción que siento en este momento.
Abrazo a Carl; Tina hace otro tanto con Gabby y Mark. Instantes después
de las despedidas, incluida una muy cariñosa de Gabby a Barker, salimos
por la puerta.
Mark se sienta en el lado del conductor. Gabby, en el del copiloto. Y yo me
recuesto en el asiento trasero.
Hoy a Henry se le ve aún más atractivo que ayer. Seguro que no es el tipo
de atractivo que gusta a todas las mujeres. No tiene la cara simétrica. Y
creo que la nariz es un poco grande para su cara. Sus ojos son pequeños.
Pero tiene algo que… llama la atención.
—Ah —digo.
—No, no, no hay problema —ríe Henry—. Creo que si alguien lleva un
nombre enorme tatuado en el antebrazo, la pregunta está justificada. Para
ser honesto, me sorprende que no me lo pregunten más a menudo.
—Ah —digo.
—No, no pasa nada. Es muy raro, ¿no? Porque es lo primero que piensa el
cerebro. ¿Murió? ¿Cómo murió? Pero al mismo tiempo es un tipo de
pregunta insensible.
—No has hecho nada malo —se ríe de mí—. Tenía dieciséis años. Se dio
un golpe en la cabeza en una piscina.
hermana.
Una se pasa tanto tiempo molesta por estar en el hospital que es casi una
conmoción ver que muchas personas no salen de aquí. Podría haberme
pasado lo mismo que a su hermana. Podría no haber despertado jamás.
Eso significa que hoy estoy aquí, viva, porque tomé las decisiones
correctas, por muy breves e insignificantes que parecieran en ese
momento.
—De hecho, esa es la razón por la que soy enfermero. Cuando estaba en el
hospital, esperando a todas horas noticias con mis padres, sentía que
quería estar en la habitación, ayudando, haciendo algo, involucrándome,
en lugar de esperar a que alguien hiciera o dijera algo. Quería asegurarme
de que estaba haciendo todo lo posible para ayudar a las personas que
estaban en la misma situación que mi familia en ese momento.
—Tiene sentido —comento. Me pregunto si sabe lo mucho que le honra.
Vuelvo a reírme.
—No sé si soy del tipo de personas que se tatúa. Soy demasiado indecisa.
Aunque tengo que reconocer que el tuyo llama la atención. Fue lo primero
en lo que me fijé cuando entraste.
Es una locura. Seguro que es amable con todos sus pacientes. Seguro que
les dice a todas las mujeres que son bonitas. Simplemente estoy aburrida y
sola en este sitio. Desesperada porque pase algo interesante y divertido.
Apago la luz que está al lado de mi cama y me deslizo un poco hasta que
apoyo cómodamente la cabeza sobre la almohada.
Pero esta noche me siento mucho más ligera que esta mañana.
Llamo a Ethan desde la cama para darle las buenas noticias. Está muy feliz
por mí. Luego le cuento cómo ha ido el resto de la noche.
—Tengo que ser alérgica a las coles de Bruselas —indico—. Apenas pude
llegar de la mesa al baño antes de vomitar toda la cena.
—Pero quiero ir. Es una buena excusa para verte. Voy para allá. No puedes
detenerme.
—Bueno, sí, sí, sí, ¡ven a buscarme! —exclamo—. Tengo ganas de verte.
Así que, a los treinta minutos de llegar a casa, voy de camino a la puerta
para subirme al coche de Ethan.
—Lo sabía —señala—. Aunque creí que nos pedirías que te dejáramos en
su casa. Te has quedado más tiempo del que pensaba.
—Yo no diría eso —me dice mientras giro hacia la puerta—. Espera. —
—Sí, bueno —comenta—. Allá por donde vas, atraes rollos de canela. No
puedo vivir así.
Gabby me mira como si fuese la idea más tonta que haya escuchado.
—Sería un insulto —apunta—. Como si yo les enviara una para darles las
gracias por criarme. Déjalo.
Esbozo una sonrisa y enseguida me pongo a reír ante la idea de que Gabby
haya podido oírlo. Me la imagino abriendo la ventana y gritando hacia la
calle: «¡Bueno, pero no hay que juzgar a una mujer por su belleza!».
—Nunca —admito.
Me siento yo misma cuando estoy con él. Y me gusta cómo soy con él.
Hasta ahora, me gusta cómo soy en esta ciudad. Siento que soy una versión
de mí que había olvidado hace mucho, una versión con la que me siento
más cómoda que con la de Nueva York.
—Tenemos que encontrar a ese perro. —Al mismo tiempo que dice eso, yo
ya estoy con la mano en la puerta, a punto de salir y perseguirlo. Ambos
salimos del coche y corremos hacia el perro, mirando por si se aproxima
algún coche.
—Eh, perrito —dice cuando se aproxima. El animal brinca por la calle, sin
preocupaciones. Ethan se acerca sin hacer ruido, intentando atraparlo, pero
en el momento en que el perro lo ve acercarse, trota en la otra dirección.
Corro un poco más rápido e intento interceptarlo por el otro lado, aunque
no consigo atraparlo por poco. El perro es de color marrón y blanco, más
grande de lo que parecía desde la distancia, pero de tamaño pequeño de
todos modos. Debe de tratarse de algún tipo de terrier. Peludo, pero de pelo
corto; pequeño, pero enérgico.
—Bueno, está claro que esta perra está entrenada para matar —dice Ethan.
—Exacto —asiento.
Ethan se ríe.
—Sí —contesto.
—bromea.
—Probablemente, no.
Se encoge de hombros.
—Bueno —dice sin apartar los ojos de mí—. Supongo que esta relación
tendrá que basarse en algo más que en el sexo. ¿Qué te parece?
—Esto es lo menos sensual que puedo ser —dice—. Bueno, sé que sigo
siendo increíblemente sensual, pero…
—Será lo mejor.
—Puf, si crees que ahora mismo estoy pensando en lo bien que le quedan a
tus tetas mi camiseta, estás completamente equivocada. No tener sexo
contigo es la cosa más sencilla que he hecho en la vida.
—Uf. —Me mira—. Por favor, mete esas piernas debajo de las sábanas,
donde no pueda verlas. Son incluso más bonitas que tus tetas.
Gabby los sigue detrás con una mirada de disculpa en su cara. Tina ha
traído un jarrón con las flores más bonitas que he visto.
Flores, flores, flores. ¿A quién tengo que matar para que me traigan
bombones?
—Es mejor una sorpresa —Se inclina y me abraza suavemente. Tina está
justo detrás de él. Cuando su marido se aparta, ocupa su lugar. Huele a
vainilla.
—¿Estás de broma? —se ofende Tina—. Gabby tuvo que pararnos los pies
para que no viniéramos a visitarte antes. Si hubiera sido por mí, habría
venido hace días y no me habría apartado de tu lado.
¿Qué se supone que debo responder? ¿Sí, estás haciendo que me sienta
incómoda? Pues mira, sí. Da igual. La vida es demasiado corta para andar
mintiendo.
—Sí —admito—. Un poco. Estar en esta cama, lidiar con este cuerpo tal y
como está ahora mismo, es un suplicio. Me gustaría olvidarme de los
dedos de los pies durante unos minutos.
—Cuando salgas de aquí —dice Tina—, y te sientas lista para lidiar con
ello, quiero que hablemos sobre interponer una demanda.
—¿Una demanda?
—Sí… —comento.
—agrega Tina—. Estoy segura de que has hablado del asunto con tus
padres y no queremos entrometernos, pero queremos que sepas que te
ayudaremos, si necesitas ayuda para pagar la factura.
—¿Cómo? —digo.
—Sí —contesto—. Sí. Tus padres son… Quiero decir, son… son
increíbles.
—No soy del tipo de personas que interpone demandas —indico, aunque
no sé exactamente qué significa esa frase.
Seguro que sabría tanto del tema que podría representarme a mí misma.
Gabby suelta una carcajada y se pone de pie al ver entrar a mis padres y a
Sarah. Sarah va vestida con unos pantalones de lino negros con una
camiseta de algodón y un suéter que se transparenta. Aunque no llevara
una maleta, sabría que va de camino al aeropuerto.
Indirecta.
—Mi vuelo sale en unas horas, pero todavía tengo tiempo para quedarme
un rato —dice Sarah.
Ojalá pudiera cambiar de canal. No quiero ver Jeopardy! Quiero ver Ley y
orden.
—¡Jamaica!
Mi madre niega con la cabeza.
—Doug, dijeron que el nombre tiene dos palabas. Jamaica solo tiene una.
—Correcto.
Poco después de que termine Jeopardy! , el coche de Sarah está listo para
llevarla al aeropuerto. Recoge la maleta y se acerca para abrazarme
despacio. Es un abrazo desanimado, no porque no quiera abrazarme, sino
porque no puedo abrazar a nadie en este momento.
Después se vuelve hacia mis padres. Los abraza a ambos para despedirse.
—Sí.
Hay una oleada de preguntas sobre la logística y frases del tipo de ¿Te has
acordado de…? , seguidas de varios Te echaremos de menos y te queremos.
Quiero a mis padres. En serio. Pero los quiero del mismo modo en que
quieres a una abuela a quien no te sientes muy cercana, de la manera en
que quieres a un tío que vive en la otra punta del país.
—También deberíais iros a casa —digo, con el tono más amable que me
permite la voz.
Vamos a acompañarte en cada paso del camino que tienes por delante.
—No —me contesta—. Está bien. —Se seca las lágrimas—. ¿Me
disculpas un momento? Solo… necesito un poco de agua.
Luego, desaparece en el pasillo.
Menuda vida.
—Yo…
—No tienes que decir nada. A tu madre le cuesta más lidiar con todo esto
que a mí, pero me alegra que hayas dicho algo, en serio. Deberíamos
hablarlo con total libertad, ser sinceros el uno con el otro. —Se acerca y
me toma de la mano—. Tu madre y yo nos equivocamos. Metimos la pata.
—
Mi padre tiene unos ojos verdes impresionantes. Es mi padre, así que rara
vez le presto atención, pero cuando te mira con la intensidad con la que me
está mirando en este momento, es difícil ignorarlo. Son verdes como las
briznas de hierba, como esmeraldas oscuras—. Cuando nos mudamos a
Londres, tu madre y yo nos dimos cuenta del enorme error que habíamos
cometido al no llevarte con nosotros. No tendríamos que haber permitido
que te quedaras en Los Ángeles. Nunca deberíamos haberte dejado.
—Claro —contesto.
—Pero, mirando hacia atrás, veo que eso no significaba que estuvieras
bien.
—Pero habría sido bajo tus condiciones, tomando tus propias decisiones.
Y habrías sabido que, sin importar lo que sucediera, podías volver a casa.
—Bueno…
—¿Yo?
Así que hago lo que hago siempre que estoy perdida. Evado la respuesta.
Está bromeando. No tiene ni idea del significado que algo así podría tener
para mí.
Luego me doy cuenta de lo raro que es que jamás se me ocurriera esa idea
a mí sola. En todos mis viajes, en todas mis mudanzas de una ciudad a
otra, jamás se me pasó por la cabeza irme a la ciudad donde vive mi
familia.
¿Significa eso que no es el sitio correcto para mí? ¿O es una señal de que
Londres es precisamente el lugar al que pertenezco? Quiero seguir mi
destino, pero una parte de mí no quiere irse a vivir a Londres.
—De acuerdo.
—¿Sería más sencillo para ti si nos fuéramos? —Habla con una seriedad
que me toma por sorpresa.
—Bueno, entonces nos decimos adiós por ahora —dice—. Sé que eso no
significa que no nos quieras.
—Y nosotros a ti.
Nos lo hemos dicho muchas veces, pero esta vez, esta vez en particular,
puedo sentirlo en lo más profundo de mi corazón.
Sale al pasillo. Ahora que vuelvo a estar sola un rato, estoy nerviosa y al
borde de las lágrimas.
Al poco rato, se abre la puerta y entran mis padres. Mi madre no puede
decir nada. Me mira y corre hacia mí, envolviéndome los hombros con los
brazos.
—Te quiero —dice mi madre—. Te quiero mucho. El día que naciste lloré
seis horas sin parar, porque no había querido tanto a nadie en mi vida. Y
—Gracias, papá.
Levanta una caja que había dejado en la mesa cuando entró. Me la entrega.
Y yo me quedaré aquí.
Tengo que reconocer con total sinceridad que, hasta este momento, jamás
me había dado cuenta de lo mucho que siempre me han querido mis
padres.
Desde que Ethan se ha ido a trabajar, he estado sentada aquí con Calígula,
intentando decidir a qué veterinario llevarla y qué autobús tomar.
Llevaré a este perro a una clínica veterinaria aunque sea lo último que
haga.
Vuelvo al supermercado. Entro otra vez con la cabeza bien alta, con
Calígula en brazos. Me dirijo directamente a la sección de artículos
escolares y compro una mochila. Voy a la misma cajera, la que sé que no
me dirá nada, pero ahora me llama la atención.
—No puede entrar con perros aquí —me dice—. Son catorce con ochenta
y nueve.
Clavo la vista en las puertas, deseando que las abran ya. Pero no lo hacen.
Todos me están observando. Puedo sentir sus ojos en mí, pero me niego a
mirarlos para confirmarlo.
Veo al conductor volverse para encontrar el origen del sonido, pero las
puertas se abren y bajo corriendo del autobús. Cuando estamos en la acera,
saco a Calígula de la mochila. Algunos de los pasajeros del autobús nos
observan desde la ventanilla. El conductor me fulmina con la mirada. Pero
el vehículo se aleja, deslizándose por las calles de Los Ángeles a la
velocidad de un caracol, mientras Calígula y yo somos libres como
pájaros, justo a una manzana de la clínica veterinaria.
Hay perros en todos lados. Huele como una perrera. ¿Por qué los gatos y
los perros tienen ese olor almizcleño? Individualmente no es tan malo,
pero cuando se juntan en grupo, es… intenso.
—¿Sí?
—¿Las seis?
para que hagan sitio en los caniles. Porque entonces ya sabemos que
volverá.
—¿Me está diciendo que quiere una garantía? —le pregunto con un ligero
tono jocoso.
Luego, guardo la cartera y voy hacia la puerta principal sin mirar a nadie a
los ojos, porque esa es la frase más estúpida que he dicho en mi vida. El
problema no es que no quiera confundir al perro. El problema es que no
quiero confundirme a mí misma.
Aunque llevo mucho tiempo sin estar en la misma ciudad que Gabby,
ahora ya no me imagino viviendo tan lejos de ella otra vez.
Me he dormido.
—Estás bien. Creo que mañana te pondrán en una silla de ruedas para que
puedas moverte.
—¡Vaya! —comento—. ¿En serio? —Con qué rapidez cambian las cosas.
Un día das por sentado que puedes caminar, y al siguiente te maravilla que
te permitan sentarte en una silla de ruedas.
—Sí —digo. No puedo creer que me haya olvidado. Me hago con la caja
de inmediato—. Mi padre me ha traído un rollo de canela.
—Oh, no, tengo debilidad por ellos —admite Henry—. No soy muy
goloso, pero me encantan los rollos de canela.
Tengo tantas ganas de expresar lo mucho que me gustan también a mí, que
se me traban las palabras.
—Lo que quiero decir es que adoro los rollos de canela. Tengo un
problema con ellos —confieso.
—¿Quieres? —pregunto.
—Ah, no, gracias —contesta Henry.
de canela.
—Tal vez debería soltar alguna indirecta a mis visitas para que sepan que
quiero más rollos de canela. Podría conseguirnos una buena cantidad de
provisiones.
—Si te gustan los rollos de canela tanto como a mí, apuesto a que también
te gustan los churros. ¿Los has probado?
Me pongo a reír.
—¿Señorita insolente?
Me río tan fuerte que se me llenan los ojos de lágrimas. Me tiembla todo
el cuerpo. Cuando tienes el cuerpo destrozado, te das cuenta de cuántos
músculos usas para reír. Pero no quiero detenerme. No quiero dejar de
reírme.
Todo va a ir bien.
Mi cuerpo se relaja.
Henry me suelta las manos y las desliza por mis brazos hasta los hombros.
—Sí —digo.
—Lo has hecho muy bien.
—Gracias.
—Si vuelve a suceder, solo tienes que pulsar el botón y estaré aquí al
instante. —Aleja sus manos de mí. Con un movimiento rápido, tan sutil
que casi no estoy segura de que haya sucedido, me retira un mechón de la
cara
Pero cuando se va, pienso: «¿Y si no es así? ¿Y si solo me dice ese tipo de
cosas a mí?».
—Si te lo vendo por menos de ocho mil quinientos, no ganaré dinero con
esta venta —dice—. Y ya sabes, tenemos que ganar algo. No podemos
regalar coches.
Esta es la razón por la que Gabby tiene que seguir hablando de los
derechos de las mujeres y de la igualdad de género. Por estúpidos como
este.
Carl siempre nos ha repetido que las personas que no regatean son tontas.
—Hoy voy a comprarme un coche. Aunque no tiene por qué ser aquí —le
digo al gerente.
—Está bien, está bien. —El gerente pone los ojos en blanco—. Ocho mil
cien. ¿Trato hecho?
—Acepto el trabajo.
Ella te informará del día que comienzas, el sueldo, los beneficios y todas
esas cosas. Si no consigues que te suba el sueldo a, por lo menos, cuarenta
y dos mil, me voy a llevar una decepción contigo.
—Acabo de pagar ocho mil cien por un coche de nueve mil quinientos
—Muy bien —río—. Estoy ansiosa por empezar a trabajar contigo… jefe.
—¿Tienes un minuto?
—¿Qué pasa?
Ethan se ríe.
—Exacto.
—No pueden verla hasta las seis —explico—. Así que he comprado un
coche y ahora tengo que volver. Creo que voy a hacer tiempo en la sala de
espera, a ver si el veterinario puede atendernos antes.
—Sí. Ella está allí ahora. Tuve que dejar la tarjeta de crédito para que se la
quedaran hasta que vuelva.
—Dios, eso está lejos de mi casa. ¿Has ido hasta allí en autobús?
—Sí —contesto.
—¿Con Calígula?
—¿Por qué no voy y cenamos temprano? Busca algún sitio con happy
Que es lo mismo que decir que creo que es muy probable que Ethan sea el
indicado para mí. Pero preferiría estar muerta antes que decirlo en voz
alta.
—Comprendo.
Creo que una parte importante de que las cosas estén empezando a
funcionarme es que tengo a personas que creen en mí. Gabby y la familia
Hudson y Ethan me incentivan tanto que me hacen sentir que puedo hacer
todo lo que me proponga. En otras ciudades, nunca tuve un auténtico
círculo de apoyo. Tenía muchos amigos y, en ocasiones, novios que se
preocupaban por mí. Pero no sé si llegué a tener a alguien que de verdad
creyera en mí, incluso cuando yo misma no lo hacía. Ahora sí. Tal vez soy
una de esas personas que necesita tener a alguien a su lado para sacar lo
mejor de sí. Que necesita a gente a su alrededor. Como mi familia se fue y
en ese momento no me fue mal, siempre pensé que era más parecida a un
lobo solitario. Supongo que pensaba que no necesitaba a nadie.
Ahora entiendo por qué todo me estaba yendo tan bien. El universo lo
estaba ordenando todo a la perfección para que luego yo pudiera
derrumbarlo y arruinarlo como de costumbre.
Estoy embarazada.
—¿Henry? —pregunto.
Una figura emerge del suelo.
—Me resulta raro pensar que estás aquí, rondando alrededor mío mientras
duermo —le comento.
—¿Qué puedo decir? —Me encojo hombros—. Siempre fui un paso por
delante del resto.
Se ríe.
Le sonrío.
—Sin espasmos.
Ninguno de los dos tiene nada más para decir, sin embargo, él no se va.
Soy la primera en apartar la vista. Me distrae una luz azulada y débil que
comienza a titilar a un ritmo lento.
—¡Eureka! —exclama.
Instintivamente, estiro el brazo para tocarlo del mismo modo que haría
con un amigo. Pero enseguida recuerdo que él no es un amigo, que tocar su
brazo o mano con ternura podría parecer raro. Así que finjo que quiero
chocar los cinco. Me sonríe y choca mi mano con entusiasmo.
¿Es una locura pensar que él me saludaría y se presentaría? ¿Es una locura
pensar que me pediría para bailar?
—Bueno, debería irme —dice—. Pero volveré pronto para ver cómo estás.
No me gusta que pasen muchas horas sin asegurarme de que todavía
respiras. —Y se va antes de que pueda despedirme.
No lo sé. Si hubiera conocido a Henry en alguna fiesta, puede que tal vez,
solo tal vez, nos habríamos pasado la noche entera hablando y, al final, se
hubiera ofrecido a acompañarme a mi coche.
—Perfecta —repito—. Puede que todavía esté indispuesta por las coles de
Bruselas.
—Está bien —contesta—. Bueno, tal vez deberíamos volver a casa.
—¿Estás segura?
corazón empieza a latirme con más calma. Puede que al final sea una falsa
alarma. «Pero algunas mujeres tienen sangrado vaginal durante el
embarazo».
Mierda.
Con cada nacho que como y cada broma que hago, voy arrinconando las
Soy muy buena fingiendo que todo está bien. Soy muy buena ocultando la
verdad. Y durante un minuto, casi me lo creo. Para cuando terminamos
nuestros burritos, cualquiera pensaría que lo he olvidado.
***
—Bueno, aún no le han salido todos los dientes, así que todavía es un
cachorro.
—No tiene más de cuatro meses, tal vez cinco —dice—. Sospecho que
vive con alguien que no le presta mucha atención…
—Claro —contesto.
Me cuesta creer que lleve un tiempo ahí fuera. Los perros que no tienen
dueños no corren por el medio de la carretera. Eso parece desafiar el
mismísimo concepto de supervivencia del más fuerte. Si eres un perro y
vas tan tranquilo en medio de la calzada, sobre todo en plena noche, es
probable que no dures mucho en las calles de… ningún sitio.
¡Ja!
Por Dios.
Miro a Ethan que, sin saber lo incómodamente cerca que está dando el
veterinario en el clavo, parece perturbado por toda esta situación. Lo que
es lógico. Yo también estoy consternada. Sé que las personas son horribles
y hacen cosas terribles, sobre todo a los indefensos, en especial a los
animales indefensos. Pero cuando miro a Calígula, me cuesta entenderlo.
Apenas la conozco y ya empiezo a pensar que podría hacer cualquier cosa
por ella.
—Así que no tenemos ningún medio —dice Ethan—, para averiguar quién
es su dueño.
Parece que fue hace una eternidad—. No puedo tener un perro en casa, en
serio.
—Lo sé —contesto.
—Exacto.
Puede que cometa muchos errores, que actúe sin pensar y que sea el tipo
de mujer que ni siquiera se da cuenta de que está embarazada cuando
debería ser completamente obvio, pero también sé que, a veces, me meto
en
líos y los resuelvo. Tal vez puedo sacarnos a Calígula y a mí de este
embrollo, zambulléndonos directamente en él.
—No dejaré que vuelva con las personas que la han maltratado —
No se me escapan las similitudes. Tal vez este es, en parte, el motivo por
el que estoy haciendo esto. Quizás es una manifestación física de lo que
estoy viviendo emocionalmente en este momento.
—En serio, será mejor que duerma allí. A ella no le importará que
Calígula se quede una noche. —Claro que le va a importar. Mark es
alérgico a los perros. Llevar a Calígula a su apartamento es un detalle muy
feo por mi parte. Pero tengo que distanciarme de Ethan. Necesito estar
sola.
No me responde. Ni me mira.
lloro.
Me pregunto si seré una madre soltera para siempre. Si Ethan alguna vez
volverá a hablarme. Si mis padres vendrán a conocer a mi hijo o si tendré
que tomar un vuelo internacional con un bebé en vacaciones.
Y caigo en la cuenta.
***
—Hola —dice en un tono tan bajo que casi parece un susurro—. ¿Puedo
entrar?
Pero eso no quiere decir que dejemos de ser importantes el uno para el
otro, que no podamos ser amigos.
Me hace caso.
Hago un gesto con la mano. Bien. Estoy bien. A veces mejor, otras peor,
pero ahora me has pillado en un buen momento. Dicen que hoy probaré mi
silla de ruedas. —Veo que el semblante de Ethan cambia. Por un segundo,
puedo ver lo triste que debe ser escucharme hablar tan emocionada por una
silla de ruedas. Pero me niego a dejar que eso me desanime. La vida me ha
puesto en esta tesitura. Necesito una silla de ruedas. Está bien. A por ello.
Ethan mira hacia un lado y después al suelo. Mira a todos los lados menos
a mí.
—Nada de esto tiene sentido —dice, mirándome por fin—. La idea de que
te haya atropellado un coche. Casi perderte. Cuando me enteré de lo que te
había sucedido, pensé de inmediato… ya sabes, que deberías haber estado
conmigo. Si hubiese podido convencerte para que te quedaras en el bar, no
habrías estado en medio de la carretera cuando… Lo que quiero decir es,
¿y si todo esto se hubiera podido evitar si… hubiera actuado de manera
diferente?
tiene sentido centrarse en una sola. A menos que uno quiera castigarse.
—He estado analizando lo sucedido desde todos los ángulos —le comento
—. Llevo días acostada en esta cama, preguntándome si todos nosotros
deberíamos haber hecho algo distinto.
—¿Y?
—Digo que las cosas suceden por una razón. Que tienen un significado
más profundo. Esa noche no me quedé contigo porque no debía suceder.
Esto es mejor. De esta forma, podemos ser amigos por fin. Buenos amigos
de verdad.
Me mira, con la vista fija en mis ojos. Nos quedamos callados durante un
momento.
—Hannah, yo…
Ahora son casi las nueve de la noche y estoy aparcando frente a la casa de
Gabby. Debe de oír el coche, porque mira por la ventana. La veo y río.
Parece una señora mayor cascarrabias. Casi espero que grite: «¿Qué es
todo ese barullo?».
—¿Dónde está Mark? —le pregunto. Calígula está detrás de mí. No creo
que Gabby la pueda ver.
—¿Tienes un perro?
—¿Más?
—Yo lo necesito.
—Estoy embarazada.
Decirlo en voz alta, oír esas palabras saliendo de mi boca, libera una
oleada de emociones. Empiezo a llorar. Entierro la cara entre las manos.
—Sí.
Vuelvo a llorar.
Sollozo y la miro.
—Nos encargaremos de esto y estaremos bien.
—¿Nos?
—Bueno, no dejaré que pases por todo esto sola, tonta —dice. La forma en
que dice tonta me hace sentir más querida de lo que me he sentido en
mucho tiempo. Lo dice como si fuese una completa idiota por pensar que
estaba sola. Y también me alegra saber que la idea de dejarme sola le
parece un disparate tan grande que por eso me ha llamado tonta—.
¿Sabes?, dentro de unos cuantos años recordarás este momento como lo
mejor que te ha pasado en la vida.
¿Tienes idea del amor que va a recibir ese bebé? El amor que le brindará
su tía Gabby eclipsará el sol.
—Eso debería de haber sido un primer indicio para tu padre. —Para ser
sincera, tendría que haberlo sido para mí.
—¿Sí?
—¿Crees que hay un destino? —le pregunto. Por alguna razón, creo que
me sentiré mejor si las cosas estuvieran predestinadas. Me libra de la
culpa,
—¿Bromeas? Por supuesto que sí. Hay una fuerza allí afuera, llámala
como quieras. Yo creo que es Dios —explica—. Y nos empuja en la
dirección adecuada, nos mantiene en el camino correcto. Si Ethan no
puede lidiar con el hecho de que estés embarazada, no es el indicado para
ti. Otra persona será la indicada. Y también lidiaremos con eso juntas.
—Tranquila —la oigo decir—. No pasa nada. Son cosas que suceden. No
estabas borracha. Te vi.
—Es una larga historia —río—. En la que tomo una decisión repentina,
que ahora me doy cuenta de que fue impulsada por las hormonas.
—Bueno, es preciosa —dice Gabby y ríe—. Me gusta tenerla en casa.
—Eso espero.
—Todo va a ir bien.
—Sí —confirma—. Puede que nos animemos pronto. Podría darme prisa y
quedarme embarazada. Tendríamos hijos de la misma edad.
Me río.
—Pero piénsalo. Este bebé podría ser criado por una pareja lesbiana
interracial. Entraría en todas las escuelas buenas.
—Piensa en el linaje.
Río y la corrijo:
—La doctora Winters dice que puedes probar la silla de ruedas —me
informa con voz solícita. Como si estuviésemos haciendo algo prohibido.
—¿Ahora? —pregunto—. ¿Tú y yo?
—Bueno, las enfermeras no pueden levantar tantas pesas como yo. Así
que, sí, yo te levantaré hasta la silla.
—Quién sabe —digo—. Quizá cada una de esas enfermeras puede levantar
el mismo peso que tú y no lo sabes porque jamás se lo has preguntado.
—Uno —dice.
—Oh, venga. Quiero salir de esta habitación. Llevo días orinando en una
bacinilla. Quiero ver algo.
Mira su reloj.
En este momento, Henry podría haber sentido pena por mí. Pero no lo
hace. Eso me gusta. Me gusta mucho.
Le miro indignada.
—¿Les hablas a todos tus pacientes de ese modo? —pregunto. Ahí está.
Después aparta muy despacio las manos de la silla y me deja vía libre.
Se encoge de hombros.
Sigo haciendo girar las ruedas para avanzar. Tengo los brazos cansados.
—¿Y si lo atravieso?
Henry se ríe.
—Deberías dejar de mirarme y ver por dónde vas —dice, justo cuando
embisto el marco de la puerta con una rueda.
—Muy bien, Magallanes —dice Henry, tomando las asas del respaldo de
mi silla—. Ya has explorado lo suficiente por hoy.
—Ni lo menciones.
Me acerca a la cama.
—¿Lista? —pregunta.
—Adelante —contesto.
Coloca los brazos debajo de mis piernas. Me dice que le rodee el cuello
con los brazos y me sujete a él con fuerza. Se inclina hacia mí, poniendo
un brazo alrededor de mi espalda. Le rozo la barbilla con la frente y puedo
sentir su barba.
Caigo de espaldas en la cama con un ruido seco. Me ayuda a estirar las
—Es un placer —dice—. Nos vemos por la noche. —Y, de pronto, parece
ponerse nervioso—. Si estás despierta, claro.
—Te he entendido —respondo con una sonrisa. No puedo evitar pensar que
quiere verme esta noche. Podría estar equivocada. Pero no lo creo—.
Estoy tan nerviosa que no puedo quedarme quieta, pero es lo único que
puedo hacer. Así que enciendo la televisión. Me siento y espero que ocurra
algo interesante. Pero no tengo suerte.
Deanna entra algunas veces para asegurarse de que estoy bien. Aparte de
eso, no sucede nada.
No me despierto hasta que Gabby entra a eso de las seis y media. Viene
con una pizza y una pila de revistas estadounidenses.
—Vaya una forma de roncar —dice Gabby—. Te juro que podía oírte
desde la otra punta del pasillo.
—¿Quién es Henry?
—Bueno…
—Gracias —le digo—. Pero quiero llegar a casa antes de que Calígula se
haga pis por todos lados.
—¿Qué sentido tiene ser la dueña de una casa si no puedes permitir que un
animal se haga un poco de pis en ella? —dice Gabby.
—¿Sabes? —digo—, ya que estamos aquí, debería pedir una cita para que
me hagan una limpieza bucal.
—Si hubiera sabido que el ascensor iba a parar diez veces, habría sugerido
comer primero —me susurra. Yo río.
Alrededor de las diez, Gabby se fue a casa con Mark. No he visto a Mark
desde que me ingresaron en el hospital. Tampoco es nada raro, porque el
marido de mi amiga y yo nunca hemos tenido una relación muy estrecha.
Pero me resulta extraño que Gabby pase tanto tiempo aquí por las noches y
durante las comidas y Mark no haya venido ni una sola vez. Gabby repite
que a menudo trabaja hasta muy tarde. Por lo visto, esta semana tenía que
asistir a una conferencia de odontología en Anaheim. No sé mucho sobre
qué clase de vida llevan los dentistas, pero siempre pensé que eran de los
que llegaban a tiempo a casa para la cena. Supongo que no es el caso de
Mark. De todos modos, su trabajo me beneficia mucho, ya que Gabby pasa
tiempo conmigo, que es lo que de verdad quiero.
Desde que se fue, he leído las revistas que me trajo. Me gustan mucho más
que las británicas. Eso es bueno, porque hoy he dormido durante casi todo
el día y no creo que me canse pronto.
—Ah —exclamo.
procedimiento que esta mañana, solo que más rápido, más fácil, más
conocido. En unos segundos estoy en la silla.
Bajo la vista, tengo las piernas delante de mí, en la silla. Henry toma una
manta y la coloca en mi regazo.
—Bueno, eso también, pero no lo quería decir. —Se para detrás de mí,
sujeta la bolsa de morfina a la silla y empuja hacia adelante.
Salimos al pasillo.
—¿A la cafetería?
ríe.
—¿Por qué no? Es una pregunta válida. Lo que pasa es que no tengo una
respuesta.
—Sí —contesta—. Pero lo has adivinado por mi uniforme, así que no vas
a convencerme de que eres telepática.
Pongo los ojos en blanco, aunque él no puede verme. Tiene razón. Es tan
frustrante.
Se ríe.
Observo todo. Apuesto a que a Henry le gustan las Oreos. A todo el mundo
le gustan las Oreos. Literalmente, a todos los humanos.
—Oreos —digo.
—Gracias —dice.
unos Reese.
—Tonto —digo.
En ese momento caen los Reese. Los tomo y le vuelvo a ofrecer uno.
En este instante, podría preguntarle por qué es tan bueno conmigo. Por qué
me dedica tanto tiempo. Pero tengo miedo de que todo termine si se lo
menciono. Así que no digo nada y le sonrío.
Empujo y él me sigue.
Empujo.
Y empujo.
Y empujo.
Respiro hondo.
Puedo oír pasar a los coches. Puedo ver las luces de la ciudad. Puedo oler
el alquitrán y el metal. Por fin no hay ninguna pared ni ventana entre el
mundo exterior y yo.
A pesar de que intento evitarlo con todas mis fuerzas, se me llenan los
ojos de lágrimas.
El aire que entra y sale de mis pulmones es mejor, más vívido que todo el
que llevo respirando desde que me desperté. Cierro los ojos y oigo el ruido
del tráfico. Cuando me caen algunas lágrimas, Henry se agacha a mi lado.
—Eso espero. Me encanta este trabajo. Es para lo único que siento que
estaba destinado.
Puede que este sea el momento más romántico de mi vida y llevo puesta
una bata de hospital.
—Gracias. En serio…
Gabby lanza cosas por toda la casa. Cosas grandes. Cosas de porcelana.
Cosas que caen y se rompen en mil pedazos. Calígula está a mis pies.
—Gabby, hablemos.
—Vete a la mierda.
Cosas de porcelana.
Retrocede.
—Te vas a mudar —le dice Gabby a Mark mientras la abrazo. Comienzo a
acariciarle la espalda, intentando tranquilizarla, pero me aparta. Está
armándose de valor—. Recoge tus porquerías y vete.
—Lo sé —responde.
Se sienta en la mesa del comedor, de nuevo catatónica. Calígula se dispone
a caminar hacia nosotras, pero Gabby la ve antes que yo.
Por fin Mark entra en el salón. Lo observamos desde la mesa del comedor.
Gabby no le responde.
—Calígula, no —digo. Tengo que repetírselo dos veces hasta que se queda
quieta.
—No importa —dice. Su voz también suena firme. Pero está llena de
vergüenza, eso está claro.
—¿Desde cuándo?
Gabby me mira.
—Pero te dije que eso no significaba que fueras una mala persona —
señala—. Te dije que podías seguir siendo una persona maravillosa y bella.
Quiero aclarar que esta situación es distinta. Quiero decir que lo que hice
con Michael no es tan malo como lo que esta otra mujer ha hecho con
Mark. Una vez más, quiero esconderme detrás del hecho de que no lo
sabía.
En este momento me doy cuenta de que tengo que afrontar las cosas. Que
debo reconocer las cosas para poder avanzar.
—Sí —contesto—. Hice algo horrible. Igual que Mark y esa mujer te
hicieron algo horrible.
—Cometí un error. Y cuando lo hice, viste que seguía siendo una buena
persona y te guardaste tu opinión, porque tenías fe en mí. Eso fue un
regalo maravilloso. Creíste en mí. Y eso logró que yo también creyera en
mí. Hizo que empezara a cambiar todo lo que necesitaba cambiar. Pero no
tienes que hacer eso con ellos. Puedes odiarlos.
Me mira.
—Lo siento —dice por fin—. No quise meterte en esto. Yo… Lo siento.
—Ni siquiera es alérgico a los perros —dice—. Hace años que quiero un
perro y no podía tenerlo por su culpa, pero te lo juro, es todo mental.
—Bueno, ahora tienes una —respondo—. Eso es algo positivo. ¿Por qué
no nos quedamos aquí sentadas y pensamos en todas las cosas positivas?
Gabby me mira.
Gabby suelta una carcajada; una carcajada que le sale desde las entrañas.
—Ay, Dios, Hannah. La primera vez que lo vi, pensé: ¿Dónde está el
resto?
—No —niega, alzando las manos hacia el aire como si estuviera jurándolo
por Dios—. Tiene un pene horrible.
Ambas reímos tanto que se nos caen lágrimas. Pero luego, de repente, nos
detenemos. Y me doy cuenta de que nuestro estado de ánimo cambia del
mismo modo que cuando el verano se convierte en otoño. Un día todavía
hace sol, y al siguiente no.
—No estoy segura de que eso sea cierto —dice contra mi pecho.
Levanta la vista para mirarme, tiene los ojos rojos y vidriosos. La cara
congestionada. Se la ve desesperada y cansada. Jamás la he visto así. Ella
a mí, sí. Pero yo a ella, nunca.
—Sé que todo va a ir bien porque eres Gabrielle Jannette Hudson. Eres
invencible. La mujer más fuerte que conozco.
—La persona más fuerte —dice.
—Soy la persona más fuerte que conoces —repite, secándose los ojos—.
El género es irrelevante.
—Tienes razón —admito—. Una razón más para saber que vas a superar
esto.
—Tal vez lo hizo por un buen motivo —dice—. O hay algo que no
comprendí.
Quiero decirle que puede que tenga razón, que quizá le falta información
que haga que esta situación parezca mejor de lo que es. Me gustaría
decírselo porque quiero que sea feliz. Pero también sé que no es verdad. Y
—Eso depende de ti. Tienes que decidir qué estás dispuesta a tolerar y si
puedes vivir con ello. ¿Por qué no intentas relajarte mientras te preparo
algo para cenar?
—Claro —contesto.
dice Gabby.
—A veces, sí —admito.
Me mira y sonríe.
***
—¿Lista? —pregunta.
—¡Ah, por Dios! —exclama Gabby, aplaudiendo como si fuera una niña
—Ah.
—Bueno —ríe—, estoy orgullosa de que hoy te hayas podido poner de pie.
—¡Lo sé! Antes de que te des cuenta, estaré gateando y comiendo sólidos.
—Bueno, ¡no lo hagas hasta que llegue! —me dice—. Sabes que me gusta
grabar esas cosas.
Algo no va bien.
—¿Qué sucede? —le pregunto.
—No, nada —dice—. Mark parece muy… No sé. Creo que el accidente,
toda esta locura, quizá le haya afectado. Está siendo muy dulce, muy
atento.
—En la televisión, siempre que un hombre vuelve a casa con flores o una
joya es porque ha invitado a su jefe a la cena de Acción de Gracias sin
preguntar antes o algo parecido —río.
Gabby ríe.
—No, en este momento, prefiero estar aquí. Estar contigo. Además, Mark
me ha dicho que hoy va a estar ocupado hasta bien entrada la noche. Creo
que tenía algunos problemas con la facturación.
—contesto.
Lo hace.
—¿Lista? —pregunta.
Termino con medio trasero asomando por la bata, pero estoy en la silla. Ya
me puedo mover.
Obedece.
—Lista —contesta.
—Sí —dice—. Creo que tengo uno o dos. ¿Por qué? ¿Vamos a ir a un club
de striptease?
—Pero soy incapaz de escoger una, aunque solo sea para mantener una
conversación.
—Henry dice que no se necesita la respuesta. Que basta con una respuesta
—río.
—Sí, mucha risa, pero estoy haciendo una pregunta sincera —le digo.
Sigo empujando la silla sola por el pasillo. Todavía tengo fuerza para
avanzar.
—Para tu película favorita, sí. Pero, a veces, solo hay una única respuesta.
—Como con quién te casas, por ejemplo. Ese es el ejemplo más grande
que me viene a la mente.
—Creo que Mark es la persona con la que estaba predestinada a estar, sí.
El único para mí. Si pensara que hay alguien mejor para mí, ¿por qué me
habría casado con él? ¿Comprendes? Me casé con él porque era el
indicado.
Lo piensa y contesta:
—Solo estoy planteando una hipótesis. Si hay una sola persona para cada
uno, ¿qué sucede cuando la relación entre dos almas gemelas no funciona?
—Si no funciona, no son almas gemelas —concluye.
—¿Qué?
—No tienes que encontrar la ciudad perfecta para vivir. Solo tienes que
encontrar aquella en la que te encuentres a gusto.
—Exacto —dice.
—Así que solo tengo que elegir una y listo —concluyo—. No tengo que
probarlas todas hasta que obtenga una señal.
—No —ríe.
—Sí, sé que siempre has buscado algo —señala ella—. Y siempre di por
sentado que lo sabrías cuando lo encontraras.
—No lo sé, empiezo a creer que quizás uno simplemente elige un sitio y se
queda allí. Eliges una carrera y trabajas en eso. Eliges a una persona y te
comprometes con esa relación.
—Creo que, mientras seas feliz y estés haciendo algo bueno con tu vida,
da igual si has encontrado la perfección o si has elegido lo que sabías que
podía irte bien.
—No lo sé. Supongo que porque la vida es corta. Y tienes que seguir
adelante como sea.
Me río.
—¿En serio?
Lo que significa que tengo el resto del día para llamar a Michael. Quiero
tener respuestas para las preguntas de Ethan cuando las haga. Quiero
tenerlo todo atado y bien atado. Si es que esto se puede atar.
Suena.
Y suena.
Y suena.
—Hannah —dice al mismo tiempo que digo hola. Habla con voz seria,
rozando el enfado—. Lo nuestro ha terminado. Tú misma lo dijiste. No
puedes llamarme. Por fin estoy solucionando las cosas con mi familia. No
volveré a estropearlo todo.
—De acuerdo.
—Hola —contesto.
—No lo sé —admito.
—No quiero nada. Solo he pensado que debías saberlo. Me parecía mal no
decírtelo.
—No puedo hacer esto —se queja—. Cometí un error al estar contigo.
Ahora me doy cuenta. Fue culpa mía. No debería haberlo hecho. Fue un
error. Jill sabe lo que pasó. Por fin nos llevamos bien. Amo a mis hijos. No
puedo dejar que nada lo eche a perder.
—No te estoy pidiendo nada —le digo—. De verdad. Solo he pensado que
debías saberlo.
—Está bien. —Se queda callado por un momento y después, con cierta
—Si me vas a pedir que aborte, Michael, por lo menos deberías pronunciar
la palabra. —Qué cobarde.
—digo—. Es tu problema.
—Supongo que es lo mismo que donar esperma —afirma. No me está
hablando a mí. Está hablando consigo mismo. Pero ¿sabes qué? No quiero
que me ayude a criar a este bebé, y él tampoco quiere hacerlo. Está claro
que lo único que busca es librarse de cualquier culpa o responsabilidad. Y
si eso es lo que hace falta para ponérselo más fácil, aportaré mi granito de
arena.
—Bueno —digo.
—Bueno —repite.
Justo cuando estoy a punto de colgar, agrego algo más, por mi hijo sin
nacer.
—No —contesta.
—No —repite—. Has decidido tener este bebé. Yo no quiero que lo tengas.
Si lo traes al mundo, tendrás que lidiar con el hecho de que el niño no
tiene padre. No viviré mi vida sabiendo que en cualquier momento puede
aparecer un niño.
—Qué elegante. —Es lo único que digo.
Pasamos por lo que parece una unidad neonatal, tal vez de cuidados
intensivos. Después, atravesamos una puerta doble y nos encontramos en
la zona de pediatría.
conversación.
La enfermera asiente.
—Sí —río—, Carl podría decir: «Quizá las enfermeras no sean las que te
curen, pero sin duda hacen que te sientas mejor».
—Díselo, por favor —ríe Gabby—. Tal vez use tu frase a partir de ahora.
Antes de salir por la puerta, me ofrezco, una vez más, a quedarme en casa
con Calígula y Gabby.
—Me quedo.
—Te vas. No me uses como excusa para evitar tus propios problemas. Tú y
yo tenemos muchas cosas que arreglar y es mejor para todos si sabemos lo
que pasa con Ethan lo antes posible.
Son las siete menos diez cuando aparco el coche frente al apartamento de
Ethan. He dado tres vueltas a la manzana hasta encontrar aparcamiento,
pero al final he visto un coche saliendo de un sitio justo delante de su casa.
¿Qué haces cuando tienes que hacer algo que no puedes hacer?
Llamo a la puerta de Ethan y él abre con un delantal puesto que dice «El
cocinero más sabroso» y tiene impresa la imagen de un muñeco de palo
con una espátula.
—Sé que mencionamos salir a cenar fuera, pero decidí prepararte una
Así que me convierto en mi versión de hace dos días. Soy Hannah Martin,
una mujer que no tiene ni idea de que está embarazada, que no sabe que
está a punto de perder lo único que podría haber querido en toda su vida de
adulta.
—No lo tengo muy claro —dice, riendo—. Pero incluye carne, así que…
—Y vuelvo a preguntarte, Hannah: ¿En qué ocasión crees que podría haber
probado abbacchio?
—¿Plátanos?
Pero tiene una mirada tan dulce y un rostro tan familiar. Y en este
momento mi vida está llena de cosas nuevas y aterradoras.
Me besa. Sucumbo a él de inmediato, a su aliento, a sus brazos.
—Espera —exclamo.
—Ah, no, no pasa nada —me dice—. El abbacchio tiene que hervir a
fuego lento durante un rato. No se quemará.
Hacia el final del día, la doctora Winters entra para revisarme. Gabby ya
se ha ido a casa.
—En realidad, no —me confirma—. Pero tengo asuntos más urgentes que
atender.
Sonrío agradecida.
—¿En serio?
—De acuerdo.
—Genial.
—Se volverá cada vez más frustrante —explica—. Tendrás que aprender a
hacer cosas que ya sabías hacer. Te enfadarás. Y te darán ganas de darte
por vencida.
—Ah, lo sé —dice—. Solo quiero que sepas que no pasa nada si quieres
rendirte. En este tipo de situaciones es normal llegar al límite. Deberás
tener paciencia.
—Dices que tendré que volver a aprender a andar —le comento—. Eso ya
lo sé. Estoy lista.
—Te estoy diciendo que tendrás que volver a aprender a vivir —explica
Antes de que ella entrara, me daba la sensación de que, hasta cierto punto,
tenía la situación bajo control. Ahora, sin embargo, creo que todo es un
desastre.
Solo me quedan unas pocas noches más en el hospital. Odiaría perder una
de ellas durmiendo.
***
—Hola.
—Hola —respondo.
—Tengo muchos pacientes a los que atender, así que no creo que pueda.
Levanta la mirada.
—¿Henry? —repito.
—Me han trasferido a otra planta con el turno de día. En esta se quedará
Marlene, una mujer muy amable que cuidará de ti las noches que te
quedan.
—Hannah. —Su voz es más sombría ahora, más seria—. No debería haber
sido tan… amable contigo. Es culpa mía. No podemos seguir bromeando y
pasando el rato juntos.
—De acuerdo.
—No es nada personal. —La frase queda suspendida en el aire. Pensé que
era personal. Supongo que ese es el problema.
—Hannah —dice.
Me mira y suspira.
—Te cuidaré por las noches hasta que te den el alta —explica—. ¡Me
sorprende que estés despierta!
Me gusta. Me gusta estar con él. Me gusta tenerlo. Me gusta cómo huele y
que siempre lleve barba de tres días. Me gusta que su voz sea un poco
áspera y grave. Me gusta la pasión que siente por su trabajo. Me gusta que
sea un buen enfermero. Simplemente me gusta. Del modo en te gustan las
personas, cuando te gustan. Por cómo me hace reír cuando menos me lo
espero. O cómo disminuye el dolor que siento en las piernas cuando me
mira directamente a los ojos.
La doctora Winters me ha dicho antes que quizá mañana pueda dar mis
primeros pasos.
Supongo que los corazones son como las piernas. Al final, se curan.
—No es tuyo —le digo a Ethan. Lo sabe, por supuesto, aunque solo sea por
el tiempo. Pero tengo que dejarlo absolutamente claro.
Inhalo y exhalo. Eso es todo lo que debo hacer. Inhalar y exhalar. El resto
es opcional.
—Se llama Michael. Estuvimos juntos cuando vivía en Nueva York.
Pensé que era una relación más seria de lo que fue. Al final fuimos un
poco descuidados. No quiere tener otro hijo.
—¿Otro hijo?
—No quiere tener un bebé. Yo, sí. Estoy lista para hacerlo sola.
Esa palabra, la palabra sola, hace que vuelva a poner los pies en la tierra .
—No —le contesto—. Pero tampoco te diré que esto no cambia las cosas.
—Quiero que mi bebé esté sano, feliz y que tenga una infancia segura y
estable. —Supongo que eso es lo único de lo que estoy segura.
—¿Y nosotros?
—No quiero perderte. Creo que tenemos algo de verdad, que esto solo es
el principio de algo bastante prometedor… Pero jamás querría ponerte en
una situación en la que te veas obligado a hacer algo para lo que todavía
no estés listo.
—Esto es mucho —comenta—. Primero tengo que asimilarlo.
Me detiene.
Me vuelvo a sentar.
—Tengo que creer que hay una estrategia detrás de toda esta locura —le
digo a Ethan—. Que hay un plan más grande. ¿No dicen que todo sucede
por una razón? Conocí a Michael y me enamoré de él, aunque ahora vea
con claridad que no era el hombre que yo pensaba. Y una noche, las cosas
discurrieron de tal modo que me quedé embarazada. Quizá todo sucedió
porque se suponía que debía tener este bebé. Prefiero verlo de esta forma.
—¿Y si no puedo hacerlo? ¿Si no estoy listo para asumir toda esta
responsabilidad?
Porque entonces tendría que ir por ahí cuestionando cada decisión que
tome y las que tomaré a lo largo de mi vida. Si nuestro destino está
determinado por cada paso que damos… Es demasiado agotador. Prefiero
creer que las cosas suceden porque deben suceder.
Quiero llorar. Quiero gritar y chillar. Quiero rogarle que se quede conmigo
durante todo este período. Quiero decirle lo asustada que estoy, lo mucho
que lo necesito. Quiero contarle que la noche que volvimos a encontrarnos,
la noche que estuvimos juntos, fue la primera vez que me
Pero luego pienso que, si estoy deseando estas cosas, tal vez debería
desear no estar embarazada. O que fuese su bebé. O que jamás me hubiese
ido de Los Ángeles. O que Ethan y yo nunca nos hubiésemos separado.
—Iba a decírtelo esta noche —continúa Ethan—. Antes de que pasara todo
esto.
—Pensé que debías saberlo ahora… por si… —No termina la frase. No
quiere decir las palabras y sabe que yo tampoco quiero oírlas.
Me pone los pies sobre el suelo. Esa parte ya sé hacerla. Después coloca el
andador delante de mí. Me levanta y me acerca a él, apoyando mis brazos
y mi pecho contra sus hombros. Está soportando mi peso.
—Era una broma —le digo, intentado retractarme al instante—. Usa todas
las analogías deportivas que te apetezcan.
Estoy medio de pie con una bata de hospital y con calcetines blancos,
apoyándome contra un hombre mayor, con las manos sobre un andador. Lo
último que diría es que «se me ve bien». Pero decido ser amable porque no
creo que la doctora Winters y Ted el fisioterapeuta compartan mi
sarcasmo.
Ted se aleja despacio, de modo que cargo más peso corporal en los pies.
Ted no se inmuta.
—Sí —contesto, aunque no estoy segura. Intento doblar las caderas, pero
no puedo controlar el movimiento del todo. Aterrizo en la cama con más
fuerza de lo que quería y reboto—. Debería disculparme con Ted.
dedos de los pies. Sé que es difícil, pero quiero hacerlo. Quiero empezar a
caminar.
—Ahora, grita.
—¿Qué?
Intento gritar.
—¡Vamos!
—¡Sí! —dice.
Grito hasta que no me queda más aire en los pulmones, ni más fuerza en la
garganta. Respiro y vuelvo a gritar.
Grito.
Grito.
Y estoy enfadada con Henry. Porque me hacía más llevadero todo esto y
ahora ya no está. Y porque hizo que me sintiera como una tonta. Porque
pensé que le importaba. Porque pensé que, tal vez, significaba algo para él.
—¿Para qué?
—Sí —respondo.
—Sí.
—¿Qué ha dicho?
—Entiendo —contesto.
Mi amiga asiente.
Creo que ese proceso nos ayuda a descargar un poco el miedo y el dolor
que sentimos, porque, cuando nos despertamos al día siguiente, nos
sentimos más fuertes, mejores y más preparadas para enfrentarnos al
mundo, sin importar lo que este nos depare.
—Me ha pedido perdón un millón de veces. Dice que jamás quiso hacerme
daño. Que se odia por lo que ha hecho.
—Bien —digo.
—Bueno…
—Dice que puedo quedarme con la casa. Que aceptará cualquier acuerdo.
Que me merezco todo lo que me pueda dar. Dice que me quiere, pero que
no está seguro de que haya estado enamorado de mí. Y que siente mucho
no haber sido lo suficientemente valiente para encarar la situación antes.
—¿Qué?
—Bueno, creo que, antes que nada, estoy aturdida —comenta—. Así que
no te tomes demasiado en serio lo que digo.
—Está bien…
—Pero siempre tuve la sensación de que quizás habría alguien mejor para
mí.
—¿En serio?
¿de dónde ibas a sacar tiempo para tener citas? Así que me quedé con él
porque… No encontré una razón de verdad para no hacerlo. Estábamos
cómodos juntos. Éramos lo suficientemente felices. Después, ya sabes,
llegué a la edad en la que sentí que debía casarme. Y desde entonces nos
ha ido bien. Siempre hemos estado bien.
—Cuestionable.
que quería casarse conmigo, comprar una casa y hacer todas las cosas que
se suponía que debíamos hacer. Sentía que era un 8. Y era completamente
feliz. Si esto no hubiese sucedido, creo que no habría sido capaz verbalizar
lo que te estoy contando. Simplemente no se me pasó por la cabeza. Era
feliz. De verdad. —Comienza a llorar de nuevo.
—¿Pero qué?
—Sí.
—¿Quién quiere un rollo de canela con muy poco glaseado? —le pregunto.
—Bien dicho.
—Claro.
Se encoge de hombros.
—De todos modos —le digo—. Si quiere estar conmigo, estará conmigo.
—¡No me digas!
—¡Sí! —exclama Gabby—. Y el otro día vino a casa con un perro que
decidió adoptar sin avisar.
Gabby está aquí para ayudarme a recoger mis cosas. Bastante tengo con ir
sola al baño. Pero estoy yendo hasta allí despacio. Quiero lavarme los
dientes.
Estoy deseando dormir en una cama de verdad y bañarme sola; puede que
hasta secarme el pelo. Por lo visto eso también conlleva algunos
preparativos. Mark ha tenido que instalar un asiento en la ducha, ¡para que
pueda bañarme sin ayuda! Estas son las cosas con las que siempre soñé.
Ahora que me estoy yendo del hospital, me doy cuenta de lo mucho que
me ha retrasado el accidente. Hace unas semanas, habría pensado que a
estas alturas ya me habría comprado un coche o encontrado un trabajo. En
vez de eso, no solo no estoy donde empecé, sino mucho más atrás de mi
posición inicial.
—No lo sé —me dice—. Puede. Me gustaría creer que sí. Pero no estoy
segura. Cuando conocí a Mark, pensé que parecía un dentista.
Pues yo sí creo que puedes saberlo. Eso es lo que creo. Creo que siempre
lo pensé. Lo supe cuando vi a Ethan la primera vez. Creí que tenía algo
diferente, algo especial. Y tuve razón. Mira lo que tuvimos. No duró para
toda la vida, pero estuvo bien. Cuando sucedió, fue real.
—Sí —dice—. Puede que solo algunas personas. De todos modos, creo
que tú lo sabes. Eso es lo que importa.
—Sí —Giro la silla para darle la espalda—. ¿Qué le diré? —Lo pienso un
momento—. Debería ensayarlo. Tú eres Henry.
—Ah —dice mientras se pone de pie—. Perdón, quería ponértelo más fácil
porque estás…
—No —dice—. No empieces así. Nunca empieces con «sé que parece una
locura». Ten confianza. Tendría mucha suerte si estuviera contigo.
Asiento.
—Sí.
Le hago caso.
Le hago caso.
—Hola —digo.
—¿Cuál de las dos? ¿Que quiere venir y se quedará o que solo se pasará un
momento?
—¿Debería?
—Sinceramente, sí.
—¿Qué te parece el suéter rojo? —me grita desde las escaleras—. Y unos
vaqueros o algo así. Algo muy informal.
—Sí, está bien —contesto, asomando la cabeza para hablar con ella—.
—De acuerdo.
—¡Ya abro yo! —grita Gabby, pero en vez de ir hacia la entrada, la oigo
subir las escaleras corriendo y venir a mi encuentro—. Antes de abrir… —
—¿Sí?
Le sonrío.
—De acuerdo.
Entonces se vuelve y corre hacia la puerta. Oigo cómo le saluda. Salgo de
la habitación y bajo las escaleras.
—Claro.
Ethan me mira.
Se acabó.
Tengo que superar este momento. Eso es lo único que tengo que hacer. Y
—Llevo muchos años pensando que solo necesitaba recuperarte y todo iría
bien. —Está tan triste que no queda ningún resquicio para mi tristeza.
—Lo sé —digo—. Ven, siéntate. —Lo guío hasta el sillón. Me siento y él
hace lo mismo. Creo que sentarse ayuda a las personas tristes. Más tarde,
cuando se haya ido, cuando yo vuelva a ser la que esté triste, me sentaré.
—Lo sé —repito.
Sabía que diría esto, pero oír las palabras es como si me perforaran los
pulmones.
«Bueno, estás embarazada de otro; no pasa nada». Pero no soy ese hombre,
Hannah. Ni siquiera estoy listo para tener mi propio hijo, mucho menos
para criar al hijo de otro. Sé que dices que no tendría por qué ser su padre.
—Quiero formar una familia algún día. Y si te digo que sí ahora, si digo
que creo que podemos estar juntos cuando tengas este bebé, siento que me
estoy comprometiendo a formar una familia contigo. Estoy plenamente
convencido de que podríamos tener un gran futuro juntos. Pero no creo que
estemos preparados para esto, para tener un bebé juntos. Incluso aunque
fuera mío.
—Bueno, uno nunca sabe para qué está preparado hasta que tiene que
enfrentarse a ello —comento. No intento convencerlo de nada. Es algo de
lo que me he dado cuenta hace poco.
—Te habría dicho que era una locura. —Odio que tenga razón—. Que no
estaba preparada.
—No estoy listo para hacerme cargo del hijo de otro hombre —dice—. Y
Y con ese único movimiento, deja de ser el que está afligido. Ahora soy yo
la que está triste.
—Lo siento, señorita, no puedo ayudarla. ¿En qué planta está ingresada?
—Pulsa el botón para llamar al ascensor. Creo que es para mí.
—Correcto —contesta.
Asiento.
—Está bien. —Por fin me doy cuenta de que hoy no voy a tener suerte.
Aunque esta mujer me dejara pasar, Henry sigue sin estar aquí. A menos
que… ¿me esté mintiendo? Quizá sí que está aquí.
Me han pillado.
—No —responde.
—Supongo que estas cosas pasan todo el tiempo. —Río con nerviosismo,
intentando quitarle hierro al asunto.
—No.
—No.
Empuja mi silla, entramos juntas al ascensor y presiona el botón para ir a
la quinta planta.
—Hannah tiene razón —ríe Deanna—. Está justo ahí. —Señala la puerta y
la enfermera Ratched me lleva hasta mi habitación, donde me espera
Gabby.
Mi amiga nos ve a las dos sin saber muy bien qué sucede.
—¿Qué ha pasado?
—Hannah —dice.
—No parece estar teniendo su mejor día —explica Gabby. Creo que esto es
lo máximo que dirá para defenderme. Así que aprecio el gesto.
—Solo quería decirle que siento haberla metido en problemas. Hice mal.
—¿Cómo?
Asiente y se retira. No estoy segura del todo de que me haya creído, pero
lo que he hecho permite concluir que, cuanto menos, estoy un poco loca.
—Bueno, supongo que ya has tenido bastante drama por hoy. La doctora
Winters vino mientras no estabas. Dijo que ya está todo listo para irnos.
—Sí.
—Quizá —respondo.
Mi memoria motriz hace que ponga las manos por instinto sobre los
apoyabrazos de la silla de ruedas, como si fuese a ponerme de pie. Pero
después recuerdo quién soy. Y lo que sucede.
Luego recuerdo que soy una persona a la que le dan sillas de ruedas.
Olvida esto último.
Mark aparca el coche. Se baja y corre hacia mí. Me doy cuenta de que es la
primera vez que lo veo desde el accidente. Es un poco raro, ¿no? ¿No
debería haberme visitado? Yo lo hubiese hecho.
Su marido solo ha venido una vez desde que se mudó para buscar unos
trajes y otras nimiedades. No estábamos ni Gabby ni yo y, si soy sincera,
nos asustamos un poco cuando llegamos a casa y la encontramos revuelta.
Gabby cambió las cerraduras después de ese episodio. De modo que ahora
Mark necesita que alguna de nosotras esté aquí mientras saca sus cosas.
Obviamente me ha tocado a mí.
Sin embargo, la voz que escucho al otro lado del teléfono, la voz que dice
Sé que es una broma. Pero me irrita que dé por sentado que soy yo la que
siempre tiene que ir hasta allí. Por una vez, quisiera ser lo suficientemente
importante para que sean ellos los que vengan. Solo una vez.
—Bueno, ahora estoy en Los Ángeles —digo—. El vuelo será un poco más
largo. Pero iré. En algún momento.
—Está bien, de acuerdo —le dice a mi padre—. Hannah, tengo que irme.
—Deja el teléfono antes de que pueda despedirme.
¿O no?
—¿Papá?
—Estoy embarazada.
Otra vez silencio. De pronto oigo un chillido agudo; uno tan fuerte y
El teléfono pasa de mano en mano. Oigo que todos se pelean por tomar el
auricular. Al final gana mi madre.
Oh, no.
Esta es una de las cosas más divertidas que he oído en mi vida. Me pongo
a reír hasta que me caen las lágrimas por las mejillas.
—No hay ningún padre —respondo entre ataques de risa—. Seré una
madre soltera. Ha sido un accidente.
—¿En serio? —Bueno, sí lo es. Pero, ¿ellos piensan igual que yo?
Sonrío.
—En realidad, sí importa. Claro que importa. Pero lo harás tan bien que no
importará.
—Gracias —digo.
—Bueno, tal vez debería serlo —agrega—. Necesitas una familia para
criar un bebé. Seguro que no quieres hacerlo sola. Y a tu padre y a mí nos
encantaría ayudarte, nos encantaría tenerte aquí. Deberías estar aquí con
nosotros.
—No sé…
—¿Por qué no? Te acabas de mudar a Los Ángeles, así que no puedes
decirme que ya tienes una vida allí. Si no hay un padre de por medio, no
hay nada que te ate allí.
—Por supuesto, debería hacerlo —le oigo decir. Después coge el teléfono
Para cuando cuelgo, mis padres están convencidos de que voy a mudarme
allí lo antes posible, a pesar de que fui muy clara cuando solo les prometí
que lo pensaría. Para poder terminar la llamada, tuve que jurarles que
hablaría con ellos mañana. De modo que eso hice. Y entonces se
despidieron de mí.
—Claro —respondo.
Veo que su mirada baja hasta Calígula; ambos son rivales en el sentido
más convencional de la palabra. La casa no es lo suficientemente grande
para que quepan los dos.
Por alguna razón, tengo ganas de llorar. Tal vez son las hormonas. Quizás
es porque nunca quise que Gabby pasara por todo esto. No lo sé. A veces
es difícil descifrar la verdadera razón por la que lloro, río o me paralizo.
Cuando termina, llama a la puerta de mi habitación.
—Bien —respondo.
—Oh, por supuesto que sé que terminará con alguien mejor que tú —
—Ya lo sé…
—Solo quiero que Gabby sepa que jamás quise hacerle daño.
—Bueno, está bien —respondo solo para que se vaya. La verdad es que no
está bien. No está bien para nada.
Debemos afrontar esas consecuencias con la cabeza bien alta, para bien o
para mal. No podemos borrarlas diciendo que no fue nuestra intención.
Gabby se ríe con todas sus fuerzas y se inclina para darle un abrazo.
¿Quieres mudarte?
—¿Soy yo? —pregunta Gabby con recelo—. Porque si no soy yo, sería una
historia un poco rara.
—Mmm… ¿Qué? No, sí, estoy bien —contesta—. Solo voy pendiente de
la carretera.
Veo que le tiemblan las manos. Parece que le falta el aire. Empiezo a
preguntarme si me estoy perdiendo algo, si no quiere que viva con ellos, si
me ve como una carga.
Si así fuera, si él le hubiera confesado a Gabby que no quiere hacerse
cargo de mí, sé que mi amiga le habría persuadido. Lo sé. Ella jamás me
abandonaría. También lo sé. Así que es perfectamente posible que esté
siendo una molestia para ellos sin ni siquiera saberlo.
—Eh, bueno…
Cuando abre la puerta y los tres entramos en la casa, siento que la tensión
es palpable. Algo malo sucede y los tres lo sabemos.
—explica Mark.
Me está hablando a mí, pero mira a Gabby. Quiere que ella sepa todo el
trabajo que ha hecho.
No me muevo.
—¿Has hecho todo eso esta mañana? ¿Y dónde está nuestra mesa?
Mark inspira.
—Mark, ¿qué diablos sucede? —La voz de Gabby es tensa y seria. No hay
flexibilidad, no tiene paciencia.
—¡No! —dice Gabby, perdiendo los nervios—. Apenas puede moverse por
sí sola. No le pidas que se vaya de la habitación.
—No pasa nada, en serio. —Pero justo cuando termino de decirlo, Mark se
pone a hablar.
—He conocido a alguien. Y creo que ella es mi alma gemela. Así que me
voy. Os dejo todo lo que podáis necesitar. A Hannah no le faltará de nada.
—Lo siento —se disculpa él—. Pero no. Deberíamos hablar de esto en
unos días, cuando hayas tenido tiempo de asimilar la información. Siento
hacerte daño, de verdad. Nunca fue mi intención. Pero estoy enamorado de
otra persona y no me parece justo continuar de este modo.
—Eso fue… una equivocación por mi parte. —Mark niega con la cabeza
—No está inválida, Mark. Con el tiempo volverá a andar. Quiero mi mesa
de vuelta.
—Hice lo que creía que era lo mejor. Será mejor que me vaya.
Él se acerca a la puerta.
—Jamás debí haberme casado contigo —continúa Gabby. Y se nota que lo
dice en serio. Completamente en serio. No como si se le acabara de ocurrir
ahora mismo o como si quisiera herir los sentimientos de Mark. Lo dice
como si estuviera sufriendo porque sus peores miedos se hubieran hecho
realidad delante de sus propios ojos.
dejado abierta para que sea Gabby la que tenga que cerrarla.
—¡Te odio!
Se recompone lo mejor que puede, pero sin mucho éxito. Le brotan las
lágrimas, está congestionada, tiene la boca abierta y le cae saliva.
—Quiero que entienda que estoy haciendo todo lo que está a mi alcance
para facilitarle las cosas. Que me importa. Lo entiendes, ¿no?
—¿Entender qué?
—Que el amor te hace cometer locuras, que a veces tienes que hacer cosas
que, desde fuera, parecen equivocaciones, pero que sabes que están bien.
Pensé que lo entenderías. Por lo que me contó Gabby que pasó entre tú y
Michael.
Solo puedes perdonarte los errores que has cometido en el pasado cuando
sabes que nunca los volverás a cometer. Y sé que nunca repetiré ese error.
Así que dejo que esas palabras me traspasen y se vayan con el viento.
—Vete, Mark. Le diré que la casa es suya.
Tenemos que afrontar esas consecuencias con la cabeza bien alta, para bien
o para mal No podemos borrarlas diciendo que no fue nuestra intención.
Con destino o sin él, nuestras vidas siguen siendo el resultado de nuestras
decisiones. Empiezo a creer que, cuando no nos hacemos cargo de ellas, no
somos nosotros mismos.
—No sé si alguna vez he sentido un dolor igual a este —dice—. Creo que
sigo aturdida. Empeorará, ¿no? El dolor se volverá más profundo y agudo,
y
Por primera vez desde lo que parece una eternidad, estoy más alta que
Gabby. Debo mirar hacia abajo para encontrar su mirada.
—No vas a pasar por esto sola —le aclaro—. Estaré aquí todo el rato.
Haría cualquier cosa por ti, ¿lo sabes? ¿Te ayuda saber que movería
montañas por ti? ¿Que dividiría el mar en dos?
Me mira.
—Te quiero —le digo—. Y creo en ti. Creo en Gabby Hudson. Creo que
ella puede conseguir cualquier cosa.
Es Gabby.
Gabby dice que de noche es espectacular. Hay una instalación de luces que
brillan mucho en la oscuridad. Me la quiere enseñar.
El mío es de hierbas porque Gabby leyó un artículo que decía que las
mujeres embarazadas no deben consumir cafeína. Hay otros diez artículos
que dicen que puedes consumir cafeína con moderación, pero Gabby es
muy persuasiva.
Gabby no quiere que hablemos sobre Mark y yo no quiero hablar del bebé.
Últimamente parece que lo único que hacemos es hablar de Mark y del
bebé. Así que decidimos hablar sobre el instituto.
Gabby ríe.
Tienes que hablar de ello, incluso cuando no estás hablando de eso. Tal vez
está bien. Quizá lo importante es que tengas a alguien que te escuche.
—No es tan inteligente —me río de ella—. Esta mañana empezó a correr y
se chocó contra una pared. La quieres y por eso crees que es lista. En lo
que a ella se refiere, lo ves todo de color rosa.
Gabby ladea la cabeza y mira a Calígula.
Está claro que Mark no arruinaba todo lo bueno de este mundo, pero no la
contradigo. La ira forma parte del proceso de curación.
—¡Ah, por favor! —me río de ella—. Era muy bajito. Ni siquiera recuerdo
si era más alto que tú.
—Ah, sí, sí lo era —asiente—. Era tres centímetros más alto que yo y era
perfecto. Pero la imbécil de Jessica Campos volvió a salir con él un día
después de nuestra cita y terminaron casándose después de la universidad.
—Sí. Quizá los dos podríais hablar sobre lo que es pasar por un divorcio y
todo eso.
—¿Qué?
Así que él no es el indicado para mí. Hizo que me sintiera mejor con la
decisión que había tomado. Creo que supuse que Mark era lo mejor que
estaba disponible para mí.
—Es como si lo que de verdad querías era una chocolatina, pero alguien
compró la última y solo quedaban barritas de cereales, así que te dijiste:
—Bueno —le contesto—. Un día de estos, cuando estés lista, seguro que
acabas llamando a don chocolatina.
Está hecha con farolas de calle antiguas, de las que parecen salidas de un
set de rodaje. Las luces son bonitas, todas juntas formando filas y
columnas.
Giro la cabeza para mirarla y empujo el torso con los brazos para poder
sentarme. Siento el cuerpo tenso, más tenso de lo que lo he sentido cuando
estaba en el hospital.
Luego mete los brazos debajo de los míos y me levanta. Estar de pie
parece tan simple, pero es increíblemente difícil. Gabby está soportando
casi todo mi peso. No puede ser fácil para ella. Es mucho más pequeña que
yo. Pero logra ayudarme. Me deja apoyarme en el andador y me suelta.
Ahora estoy de pie sin ayuda, gracias a ella.
Cuando regreso al salón, tengo frío. Así que busco entre las cosas que
Gabby trajo del hospital. Hurgo en la bolsa, buscando mi sudadera.
Cuando por fin la encuentro y la saco, veo que un sobre cae al suelo. En él
solo está escrito el nombre de «Hannah». No reconozco la letra, pero sé de
quién es.
Hannah:
Estoy seguro de que lo sabes, pero es muy poco profesional que alguien
del equipo de enfermería tenga una relación personal con un paciente, sin
importar el alcance. No se me permite intercambiar información de
contacto personal contigo. Tampoco me dejan intentar contactar contigo
después de que te hayas ido del hospital. Si nos llegamos a encontrar por
la calle, ni siquiera debería saludarte, a menos que me saludes tú primero.
Podrían despedirme.
No tengo que decirte lo mucho que significa para mí este puesto, este
trabajo.
Hago todo esto para decirte que ojalá nos hubiéramos conocido en
circunstancias distintas.
Con cariño,
Henry.
—Me ha dejado la casa —la oigo decir desde el sillón. Guardo la carta en
la bolsa y me vuelvo para encontrarme a Gabby llorando y mirando la
mesa de café. Tiene la escritura de la casa en las manos.
—Sí —digo.
—Sí.
—Se siente mal. Sabe que lo que está haciendo es una locura y lo sigue
haciendo. Eso es lo que me extraña de esta situación. Él no es así.
Gabby me mira.
La tomo de la mano.
dice.
—¿Por qué te hace sentir mejor? —No puedo siquiera concebir cómo le
puede hacer sentir mejor.
—¿Quién?
—Jesse Flint.
Pero… No lo sé, hasta ese momento, siempre pensé que podíamos tener
algo.
—Te prometo que hay alguien mejor para ti. Lo grabaría en piedra. —Le
sonrío.
—Bueno, estos últimos días han sido una mierda, Hannah —responde.
—Pero todo está bien, ¿no? ¿No estamos bien? ¿No tenemos ambas
esperanzas por el futuro?
—. Voy a hacerlo lo mejor que pueda y viviré bajo la conjetura de que hay
cosas en la vida que debemos hacer. Si hay personas en este mundo a las
que debemos amar, las encontraremos. A su debido tiempo. El futuro es
tan increíblemente impredecible, que intentar planificarlo es como
estudiar para un examen al que no te presentarás. Por el momento, estoy
bien. Estamos juntas. Aquí. En Los Ángeles. Si ambas estamos tranquilas,
podemos oír a los pájaros piar. Si nos tomamos un momento, podemos
sentir el olor a cebolla del restaurante mexicano de la esquina. En este
momento, estamos bien. Así que me concentraré en lo que quiero y en lo
que necesito ahora mismo y confiaré en que el futuro se ocupará de todo él
solo.
sugirieron que serían ellos y Sarah los que vendrían a Los Ángeles cuando
nazca el bebé. Ellos vendrán a visitarme a mí. A nosotros.
Acabo de empezar a trabajar en el consultorio de Carl; un empleo que me
ha dado una gran estabilidad y que me ha hecho abrir los ojos. Todos los
días veo a madres y padres que vienen al consultorio porque tienen un niño
enfermo, o un bebé recién nacido o están preocupados por una cosa u otra.
Ves el amor profundo que sienten por sus hijos, todo lo que estarían
dispuestos a hacer por ellos, para que sean felices, para mantenerlos sanos.
Es Ethan.
Dudo por un momento. En realidad dudo durante tanto tiempo que, cuando
decido responder, se corta la llamada.
Y ahora, sabiendo que está al otro lado de la puerta, siento que está mal.
Para mirarte.
Se queda callado. Está sin emitir sonido alguno durante tanto tiempo que
creo que se ha ido. Pero luego dice:
Sonrío y niego con la cabeza, pero me doy cuenta de que no puede verme.
—No me digas.
—Creo que quise echarte la culpa porque no quería admitir que podría
haber evitado todo esto si en ese momento hubiese actuado de otra
manera.
—Oh.
Recuerdo pensar que jamás me acostaría con otra persona. Que nunca
besaría a otra chica. Que nunca haría ninguna de las cosas que mis amigos
de la universidad estaban haciendo; cosas que yo quería hacer. Porque ya
te había conocido. Ya había conocido a la chica de mis sueños. ¿Y sabes?,
en un alarde de estupidez propio de la edad, durante un instante pensé que
era algo malo. Así que, te dejé ir. Si te soy completamente sincero, aunque
hace que parezca un auténtico idiota, siempre creí que te recuperaría.
Pensé que podía cortar contigo, divertirme y ser joven, y después, cuando
terminara, volvería contigo. Jamás se me ocurrió que tenía que proteger
algo como lo nuestro.
—Lo sé, porque jamás te lo conté. Por supuesto que después me di cuenta
de que no quería ninguna de esas tonterías de universitarios, que te quería
a ti, pero cuando volví a casa en Navidad para decírtelo, ya estabas
saliendo
debería haber peleado por ti, pero no lo hice. Me sentí rechazado y busqué
a otra persona.
—Lo siento.
—No es tan simple, Ethan. Volvimos a salir, pero a las dos semanas te dije
que estaba esperando el bebé de otro hombre. Son circunstancias
atenuantes.
—Quiero decir que te amo y que quiero estar contigo. Y que, si tú quieres
estar conmigo, no hay nada que me detenga. Ni el momento, ni bebés,
nada.
Llevo años echándote de menos. No digo que esta sea una situación ideal,
pero sí es la situación en la que quiero embarcarme contigo, si me aceptas.
—No estoy seguro de que eso marque una gran diferencia —admite—.
Apoyo las manos sobre la puerta para acabar con el temblor. Siento como
si me fuera a caer.
—Claro.
—¿En serio?
—Sí —contesto—. Quizás debía tener a este bebé y también debía estar
contigo. Y todo salió como se suponía que tenía que ser. —Lo que
considero que está predestinado parece encajar a la perfección con lo que
quiero que se haga realidad en un determinado momento. Pero creo que
está bien. Creo que hay esperanza—. Caóticas. Antes, dijiste que las
relaciones eran caóticas y tienes razón. Lo son.
—Sí. —Las lágrimas corren por mis mejillas—. Podemos lidiar con eso.
—¿Hannah? —pregunta.
—Eres la mujer más guapa que he visto jamás. —Después entra en la casa
y me besa. Y por primera vez en mi vida, sé que lo he hecho todo bien.
Ahora puedo caminar. Sin andador. Sin ayuda. A veces uso un bastón,
cuando estoy cansada o dolorida. Pero eso nunca me detiene. De vez en
cuando voy hasta el supermercado de la calle a comprar una chocolatina,
no porque quiera una, sino porque me gusta caminar.
Gabby todavía no está lista para tener una cita; sigue nerviosa por lo que
pasó, pero está en ello. Es feliz. Trajo un perro. Un San Bernardo como el
que tienen Carl y Tina. Le llamó Tucker.
Así que acepté el trabajo. Prácticamente acabo de empezar, solo llevo unas
semanas, pero confirmó lo que ya sabía: voy en la dirección correcta.
—No quiero esperar hasta Navidad para volver a verte, y si te soy sincero,
echo de menos las barbacoas del cuatro de julio.
Le respondí que sí. Que no me iría a ningún sitio. Dije que me quedaría
aquí. Ni siquiera lo pensé dos veces. Lo afirmé.
Porque es cierto.
Ethan comenzó a salir con una mujer muy agradable llamada Ella. Es
profesora de instituto y una ávida ciclista. Él se compró una bicicleta el
mes pasado y ahora están participando en una carrera de tres días para
recaudar dinero para la investigación del cáncer. Se le ve tremendamente
feliz. El otro día me dijo que no podía creer que hubiera vivido tantos años
en Los Ángeles sin haber visto la ciudad desde una bicicleta. Ahora lleva
mallas de ciclista. Unas mallas cortas tan ajustadas que provocan risa y
que usa con una camiseta a juego y un casco. La otra noche cenamos
juntos y fue en bicicleta desde su casa; unos treinta minutos de trayecto.
La sonrisa que lucía cuando entró por la puerta habría empequeñecido al
sol.
Se está portando genial conmigo. Me envía mensajes cada vez que ve una
tienda que vende rollos de canela que no he probado. Cuando pude subir
las escaleras por mí misma, vino a casa y nos ayudó a Gabby y a mí a
subir mis cosas a la planta de arriba. Gabby y él han hecho buenas migas a
su modo.
La única forma que tengo de reconciliarme con esto es saber que todavía
no estaba lista para ser madre. Pero algún día lo estaré. Intento no cavilar
demasiado sobre el pasado o lo que podría haber sucedido.
Henry.
—Hola —responde, sonriendo—. Supuse que algún día te vería por aquí.
—Con todos los sitios donde venden rollos de canela, has tenido que venir
justo al mío —lo acuso.
Se ríe.
—¿Cómo dices?
—Pensé que si algún día quería volver a verte, encontrarte y empezar una
conversación como dos personas normales, la mejor opción que tenía era
ir a un sitio donde vendieran rollos de canela deliciosos.
—Sí —respondo.
—Y nunca me encontraste.
—Hasta hoy.
Él sonríe.
—¿Bromeas? ¿La chica más guapa que has conocido en tu vida recorre
desesperadamente todo el hospital en silla de ruedas intentando
encontrarte?
—Te digo que sí —río—. Suena bien. Ah, pero esta noche no puedo.
—¿Ahora?
—Sí.
—Nada.
—¿Me tomas el pelo? Llevo meses yendo a todas las panaderías posibles,
deseando encontrarte. Algo tan nimio como un bastón no hará que cambié
de opinión.
—Por los accidentes de tráfico —ríe—. Y por todo lo que nos trajo hasta
aquí.
Al fin y al cabo, sabe a rollo de canela, y nunca he besado a nadie con ese
sabor.
Gabby odia las sorpresas, pero Carl y Tina insistieron en hacerle una fiesta
sorpresa. Les dije que seguiría su plan, pero la semana pasada se lo conté
para que no la pillara desprevenida. Después de todo, a mí me habría
gustado que me avisaran. Así que aquí estamos, en su trigésimo segundo
cumpleaños, yo, Ethan y cincuenta de sus amigos más cercanos,
acurrucados en la sala de estar de sus padres, sumidos en la oscuridad
absoluta, esperando sorprender a alguien que no quiere sorprenderse.
Oímos que sus padres aparcan el coche en la entrada. Cuando veo que los
faros se apagan, doy un último aviso para que todos se queden en silencio.
—¡Feliz cumpleaños! —le dice y la gira para que quede frente a nosotros.
Tina decoró la habitación con muy buen gusto. Champán y una mesa de
dulces. Globos blancos y plateados.
—La dejé con Paula. —Paula es la mujer que la cuida. En realidad es más
que una niñera. Es una mujer mayor que trabajaba en el consultorio de
Carl.
—Paula dijo que se quedará toda la noche, así que, por lo que a mí
respecta, ¡que empiece la fiesta! —dice Ethan, de pie junto a mí—. ¡Y
feliz cumpleaños! Eso también. —Le entrega a Gabby una botella de vino
que elegimos para ella.
—A mí no me metáis en esto.
—Pero los dos habéis hecho tanto por mí. No sé cómo podré pagároslo.
—No nos tienes que pagar nada —explica Tina—. Somos tu familia.
aunque Carl dijo que no era necesario. Pero Carl quería invitar a todos
excepto a Yates. Así que… Creo que hice lo correcto.
Estamos cansados la mayor parte del tiempo. No salimos tanto como nos
gustaría. Pero nos queremos con locura. Estoy casada con un hombre que
se convirtió en padre porque me ama y me ama porque lo convertí en
padre. Y
me hace reír. Además, está muy guapo cuando se arregla, como es el caso
de esta noche.
—Primer día en clase de Geometría. Segundo año. Miré hacia el frente del
aula y divisé a la chica más interesante que había visto en mi vida. —
—El doctor Yates está allí atrás. Iré a saludarlo. Volveré en un segundo.
—Así es —río.
—Ah, no. No quise decir eso en absoluto. Me refiero a que parece que han
pasado eones desde que empecé a trabajar.
—No pasa nada. —Me hace un gesto con la mano—. Pero gracias de todos
modos. Recuerdo estar en el hospital de niño y ver lo mucho que hacían
los enfermeros para cuidarla, para que estuviera cómoda, para que todos
estuviéramos a gusto y, no sé, supongo que siempre quise hacer eso.
—Vaya, con una historia así, ahora no hay forma posible de que rechace a
este hombre.
podríamos habernos conocido en Texas hace años. Tal vez en una cola para
comprar rollos de canela.
Gabby y Tina me abrazan. Ethan estrecha las manos con Carl y Jesse.
Tal vez tengo otras vidas allí afuera, pero no puedo imaginarme siendo tan
feliz en ninguna como lo soy aquí en este momento.
Tengo que pensar que, aunque existan otros universos, ninguno es tan
bueno como este.
Gabby odia las sorpresas, pero no pude convencer a Carl y a Tina de que
hicieran otra cosa, y tampoco iba a ser yo la que se lo contara. Así que
aquí estamos, en su trigésimo segundo cumpleaños, yo, Henry y cincuenta
de sus amigos más cercanos, acurrucados en la sala de estar de sus padres,
sumidos en la oscuridad absoluta.
Oímos que sus padres aparcan el coche en la entrada. Cuando veo que los
faros se apagan, doy un último aviso para que todos se queden en silencio.
Gabby abre los ojos como platos. Parece asustada de verdad. Se vuelve de
inmediato hacia el pecho de Jesse. Él ríe, abrazándola.
—¡Feliz cumpleaños! —le dice y la gira para que quede frente a nosotros.
—No —le digo—. Pero beberé contigo en espíritu. ¿Has visto a los Flint?
Están en… —Miro alrededor hasta que los encuentro al fondo, saludando a
Gabby con la mano y hablando con Jesse. Ella ya va hacia ellos.
—No soy buena guardando secretos —admito—. Pero creía que este era
importante. Así que… ¡ta-chán! —Levanto las manos en el aire, como si
hubiese hecho un truco de magia.
Henry se ríe.
Carl ríe y Tina se abre camino entre la multitud para hablar con nosotros.
Muchas mujeres lo hacen. Creo que solo estoy ansiosa porque todo va a
cambiar.
—No quiero que sientas que tienes que ofrecerme un puesto de enfermera
—Además, esa bebé es lo más cercano que tengo a una nieta —dice Tina
—De nietos —dice Tina, lanzando a Gabby y Jesse una mirada llena de
significado.
ahora mismo.
—Perdón por el retraso —dice Ella—. Salí tarde del trabajo y ya os
imagináis. ¡Felicidades! —le dice a Gabby. La abraza y se vuelve hacia
Ethan, que también abraza a Gabby y sonríe. Después da un apretón de
manos a Henry, le da una palmada a Jesse en la espalda y me abraza.
—Primer día en clase de Geometría. Segundo año. Miré hacia el frente del
aula y divisé a la chica más guapa que había visto en la vida. —Jesse ha
contado esta historia muchas veces y siempre comienza igual—. Aunque
Gabby diría que eso no es lo primero en lo que debería haberme fijado. —
la moneda, que ve que sale cruz. Esto sucede cada segundo de cada día. El
mundo se divide cada vez más y se convierte en un número infinito de
universos paralelos donde todo lo que puede suceder está sucediendo. Hay
millones, trillones o cuatrillones, supongo, de diferentes versiones
nuestras viviendo las consecuencias de nuestras decisiones. Lo que quiero
decir es que sé que tal vez hay universos en los que tomé decisiones
distintas que me llevaron a otro sitio, con otra persona. —Mira a Gabby
—. Y mi corazón se rompe por cada versión mía que no terminó junto a ti.
Tal vez es el momento. Quizás son las hormonas. Pero comienzo a llorar.
Gabby me mira y noto que también tiene los ojos húmedos. Jesse termina
de hablar, pero nadie puede apartar la vista. Todos observan a Gabby. Sé
que debo hacer algo, pero no sé qué.
—Me gustaría que hicieras mejor los rollos de canela —comento—. Pero
no, estoy muy a gusto en este universo.
están de pie junto a las mini tartas de queso. Sobre todo, me interesan las
tartas, pero me impide pasar un hombre que parece un defensa de fútbol
americano. Le pido que se mueva, pero no me oye. Estoy a punto de darme
por vencida.
—Señor —escucho que alguien dice detrás de mí—. ¿Puede dejarla pasar?
—Ah, lo siento mucho —dice el defensa—. Soy un glotón con las tartas de
queso. Cuando estoy frente a una tarta, desaparece todo lo que me rodea.
—Le creo —ríe—. Estoy seguro de que te dije que, después de separarnos,
no podía oler un rollo de canela sin deprimirme.
Sigue riéndose.
—A mí también —digo.
—¿Bromeas? Después de eso estuve años sin acostarme con nadie porque
seguía pensando en ti. Seguro que no puedes decir lo mismo.
significó nada.
—¿Qué? —pregunto.
—Cuando volviste a Los Ángeles, justo antes del accidente, pensé que tal
vez…
Recuerdo esa época. Fue un período difícil. Puse buena cara en todo
momento. Me esforzaba de verdad para no derrumbarme, pero, viéndolo
en retrospectiva, pienso en lo doloroso que fue. Me acuerdo del bebé que
perdí y me pregunto si… Me pregunto si tuve que perder a ese bebé para
llegar hasta aquí. Me pregunto si debía perder a ese bebé para tener este.
—Supongo que no. —Veo que Henry vuelve del baño. Lo veo detenerse y
hablar con Carl. Adora a Carl. Si pudiera poner un busto de bronce de Carl
en nuestro salón lo haría—. ¿Quién sabe? —añado—. Si la teoría de Jesse
sobre los universos es correcta, tal vez hay uno en el que encontramos la
forma de que sí pudiera ser.
—Sí —ríe Ethan—. Tal vez. —Levanta la tarta como si fuese a brindar.
Ahora está formando un corrillo con Gabby, Jesse, Carl y Tina. Me uno a
la conversación.
—Te amo —dice con la boca llena. Apenas puedo comprender las palabras
por separado, pero sé exactamente lo que ha dicho. Me besa en la frente y
me acaricia la barriga.
Así que debo pensar que, aunque existan otros universos, ninguno es más
dulce que este.
Agradecimientos
casado con alguien que tiene una familia maravillosa. Os quiero a todos.
Y, finalmente, a Alex Reid: Este libro no es sobre nosotros. Pero, hay una
frase que escribí solo para ti. «Sé que tal vez hay universos en los que
tomé decisiones distintas que me llevaron a otro sitio, con otra persona. Y
mi corazón se rompe por cada versión mía que no terminó junto a ti.»
3. ¿Por qué crees que Gabby se esfuerza tanto en explicar con detalles su
feminismo?
4. Hay algunas decisiones que Hannah debe encarar en las dos historias.
¿Puedes identificarlas? Comenta si sus decisiones finales son iguales o
diferentes en cada trama. ¿Qué significan?
12. ¿Prefieres un final más que el otro? ¿Tienes una opinión sobre si
Hannah debería estar con Henry o con Ethan? Si fueses Hannah,
Comparad y contrastad la novela con Quizás en otra vida. ¿Qué dicen las
novelas anteriores de Reid sobre el destino y las almas gemelas?
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Preguntas y temas de debate
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