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¿Puede un Dios omnipotente cambiar el pasado?

Las respuestas de Pedro Damián y Santo


Tomás

Numerosas son las aporías y paradojas que se han planteado a lo largo de la historia de la teología
filosófica acerca de la omnipotencia divina. Una de las más célebres es aquella que se presenta en la
pregunta “¿puede Dios crear una roca tan grande que ni Él mismo pueda levantarla?”. Sin embargo,
en esta ocasión se tratará una cuestión diferente. La pregunta es la siguiente: ¿puede Dios hacer que lo
pasado no haya sido? Con el propósito de resolver esta dificultad, en primer lugar se expondrá la
opinión del monje benedictino Pedro Damián, luego se revisará la respuesta dada por Santo Tomás y,
finalmente, se intentará una defensa de la propuesta tomista y una refutación al planteamiento de
Pedro Damián.

I. La tesis de Pedro Damián

La noción de omnipotencia

Pedro Damián (1007-1072) fue un monje benedictino nacido en Rávena. Se le reconoce como doctor
de la Iglesia, santo y reformador. En el ámbito de la teología, se le caracteriza como un antidialéctico,
nombre que se atribuye a aquellos teólogos que se opusieron al advenimiento de la escolástica.
Rechazaban el método dialéctico, basado en la lógica y la razón natural, por considerar que constituía
un peligro para la fe. La admisión de las ideas de Aristóteles y Boecio generaba preocupación entre
los pensadores cristianos de la época, especialmente a causa de los desafíos que la filosofía de ambos
autores planteaba frente a las verdades reveladas en las Sagradas Escrituras. En particular, un dogma
de fe que los antidialécticos temían que fuera negado por la razón humana era la afirmación de que
Dios es omnipotente.

El concepto de omnipotencia defendido por Pedro Damián es uno de los más extremos de la historia
de la teología cristiana. Este pensador entendía la omnipotencia como un poder absoluto o irrestricto.
Es por esto que se empeñó en combatir las propuestas dialécticas que trataban de limitar el poder de
Dios y someterlo a reglas superiores, como el principio de no contradicción. En particular, uno de los
obstáculos que, a juicio de Pedro Damián, la razón natural oponía a la afirmación de la omnipotencia
divina era la inmutabilidad del pasado. En efecto, Aristóteles había negado en la Ética a Nicómaco
que la divinidad tuviera la potestad de cambiar los hechos acaecidos, en los siguientes términos:

“Nada que haya ocurrido ya es objeto de elección, por ejemplo, nadie elige que Troya
haya sido saqueada; porque tampoco se delibera sobre lo pasado, sino sobre lo futuro
y posible, y lo pasado no puede no haber ocurrido; por eso dice bien Agatón: ‘De esto
sólo se ve privado hasta Dios: de poder hacer que no se haya producido lo que ya está
hecho”​1​.

En una línea similar, también San Jerónimo y San Agustín rechazaron que el poder de Dios se
extendiera a revocar los acontecimientos pasados. El argumento filosófico aducido por San Agustín
consistía en que afirmar que Dios puede hacer que el pasado no haya existido sería equivalente a
afirmar que Dios puede hacer que lo verdadero se transformara en falso, de modo que el uso por parte
de Dios de esa facultad ocasionaría una contradicción.

1
​Ética a Nicómaco, VI, 2, 1139 b.
El interlocutor de Pedro Damián en la polémica acerca de si Dios puede cancelar el pasado era el
dialéctico Desiderio, quien, siguiendo a San Jerónimo y a San Agustín, fundaba la posición negativa
en la conexión que se da entre el poder divino y la voluntad divina. Creía que la razón por la que Dios
no puede eliminar los sucesos pretéritos es que no quiere hacerlo. Esta relación de dependencia que se
postula entre ambos atributos divinos obedece a la concepción agustiniana de la omnipotencia, que
lleva a definirla como el poder de hacer todo lo que uno quiere que sea hecho. Pedro Damián rebate
esta opinión deduciendo las consecuencias lógicas que se siguen de aceptarla. Si Dios no puede hacer
nada más que lo que quiere, entonces su voluntad limita o condiciona su poder. En su opinión, esto
conduciría a un necesitarismo absoluto y a la negación de la libertad de Dios al crear. He aquí sus
conclusiones:

“Dios hoy no hace llover porque no puede, no cura a los enfermos porque no puede,
no hace perecer a los malvados por la misma razón, y por la misma razón no libera a
los santos de sus perseguidores. Todas estas cosas, y muchas otras, Dios no las hace
porque no las quiere, y porque no las quiere no las puede”.

Estas consecuencias le parecían inadmisibles. Pensaba que era evidente que el poder de Dios tenía una
extensión mucho más amplia que su voluntad. Dicho de otra manera, el conjunto de las cosas
comprendidas en el poder absoluto de Dios sería mucho más vasto que el conjunto de cosas que Dios
efectivamente elige crear. Para apoyar esta tesis emplea un argumento a fortiori:​ si incluso los seres
humanos no realizamos actos que tenemos la capacidad de ejecutar, con mucha mayor razón Dios,
quien es la plenitud del poder, puede hacer mucho más que lo que de facto hace alguna vez.

Al entender la omnipotencia como el poder de hacerlo absolutamente todo, sin límites ni restricciones
de ninguna especie, Pedro Damián afirma que la potencia divina no puede ser condicionada por lo que
Dios fácticamente ha decidido crear. En este punto, conviene hacer notar que la definición de
omnipotencia propuesta por este autor surge en contraposición a la concepción agustiniana, de manera
que sus críticas no se dirigen propia y directamente a la noción tomista, según se verá más adelante.

Los argumentos a favor de que Dios puede anular el pasado

Respecto al problema acerca de si Dios puede alterar el pasado, el argumento metafísico más sólido y
profundo presentado por Pedro Damián se basa en la distinción entre el orden del tiempo y el orden de
la eternidad. El teólogo lo formula de esta manera:

“Podemos decir que Dios puede hacer, en su invariable y siempre constantísima


eternidad, que lo que había sido hecho, ante este transcurrir nuestro, no haya sido
hecho; digamos por ejemplo: Roma, que ha sido fundada en la antigüedad, Dios
puede hacer que no haya sido fundada. Y cuando decimos «puede» usamos la palabra
con propiedad en tiempo presente, en tanto que se refiere a la inalterable eternidad de
Dios omnipotente”​2​.

En armonía con lo sostenido por la generalidad de los autores del teísmo clásico, también Pedro
Damián concibe la eternidad divina en clave de atemporalidad y simultaneidad. En Dios no se da el
devenir ni la sucesión, en Él no hay pasado ni futuro, sino únicamente un presente simple. Es por esta
razón que los eventos que se dan en el tiempo están presentes al conocimiento divino despojados de

2
De divina omnipotentia, cap. 17, 619B-C.
las modalidades de la preteridad y la futuridad. En palabras del eremita, Dios “contempla con una
única y simple mirada todas las cosas, constituidas en su presencia, de modo que para él nunca pasan
del todo las cosas pretéritas ni sobreviven las futuras”​3​.

La mayoría de los teístas convienen en que el mundo es contingente y en que Dios crea libremente.
Por consiguiente, pocos negarán que los sucesos ocurridos, considerados en sí mismos, podían tanto
existir como no existir. Corresponde atribuir al decreto divino el hecho de que hayan venido
efectivamente a la existencia. Esto es lo que nos permite afirmar la siguiente proposición, siguiendo el
ejemplo de Pedro Damián: "Dios pudo haber hecho que Roma no hubiera sido fundada". Sostener lo
contrario, esto es, que no estaba en poder de Dios decidir que la fundación de Roma no hubiera
ocurrido, sería caer en el fatalismo o necesitarismo y, de paso, negar la libertad de Dios. Sin embargo,
el siguiente paso de la argumentación del monje benedictino es uno que no todos los teólogos estarían
dispuestos a dar. Si Dios conoce y crea en un eterno presente, entonces hemos de purificar de toda
referencia a la temporalidad los juicios que prediquemos de Él. De esta manera, no diremos que Dios
pudo hacer que Roma no hubiera sido fundada, sino que diremos que Dios ​puede hacer que Roma no
haya sido fundada. En conclusión, pertenece a la omnipotencia divina la potestad de revocar o anular
el pasado.

Para ahondar más en el planteamiento de Pedro Damián, expondremos otro argumento que presenta
en apoyo de su tesis. Tal como se apreciará al revisar la respuesta de Santo Tomás, los teólogos que
acogieron el legado de Aristoteles parecen conceder cierta necesidad al pasado, a la vez que reservan
el carácter de contingencia e indeterminación para el porvenir. En particular, los aristotélicos
reconocen a los eventos pretéritos una necesidad hipotética o condicionada. Todas las verdades
históricas son de este tipo. Por ejemplo, supuesto que César ha cruzado el Rubicón, luego es necesario
que lo haya hecho. Ahora bien, al modo de entender de Pedro Damián, la necesidad hipotética no
mide a Dios, no limita o condiciona su poder absoluto. La realidad creada no puede imponer
necesidad al Creador. Dios es el autor de la naturaleza, así como también del orden y de las leyes que
ha impreso en ella, de modo que no es Dios quien se encuentra sometido a la naturaleza, sino que es
esta la que se encuentra sometida a Él.

Puesto que Dios es inmutable y atemporal, su omnipotencia no puede ser limitada por el mundo
creado “después” de haberlo creado, sino que es preciso afirmar que el poder de Dios para obrar en un
sentido o en el contrario permanece siempre incólume. Sostener lo contrario, vale decir, que Dios no
puede alterar los eventos pasados después de haber decidido crearlos, presenta al menos tres
dificultades. En primer lugar, atentaría contra la noción de eternidad, que antes hemos analizado,
porque equivaldría a sostener que existe un momento A en el que Dios puede hacer tanto que un
evento ocurra como que no ocurra y un momento B, que adviene después de que Dios ha decidido
producir ese evento, en el que Dios ya no puede elegir que ese evento no hubiera sucedido. En
segundo lugar, se opondría también a la inmutabilidad divina, toda vez que el paso de un poder
absoluto (antes de decidir qué mundo crear) a un poder limitado por el mundo efectivamente creado
implicaría un cambio en Dios mismo. Por último, también sería contrario a la trascendencia y a la
soberanía divina, puesto que la realidad creada limitaría o condicionaría el poder de Dios, como
hemos expuesto antes.

Finalmente, merece la pena destacar que la primacía que Pedro Damián y los demás antidialécticos
confieren a la fe y al dato revelado sobre la razón humana los lleva al extremo de negar que el

3
De divina omnipotentia, cap. 6, 604C.
principio de no contradicción constituya un límite para la omnipotencia divina. En su comprensión, el
poder divino es absoluto, no está sometido a ninguna regla o ley. Desde esta perspectiva, el principio
de no contradicción sería una ley del pensamiento humano que solo tendría aplicación respecto del
universo de cosas creadas, pero no sería vinculante para Dios.

Siguiendo esta línea de pensamiento, ya en la época de la escolástica, Guillermo de Auxerre sostendrá


que, cuando se niega que lo que ha sido hecho pueda no haber sido hecho, esta imposibilidad o
contradicción lo es desde el punto de vista de las cosas, pero no desde el punto de vista de Dios, de
modo que bien podría decirse que Dios puede obrar de modo contrario a como lo ha hecho, no
obstante esto sea algo que en sí mismo no puede ser hecho. Por su parte, el teólogo dominico Hugo de
Saint-Cher reflexionará que, aun cuando ello resulte incomprensible para la inteligencia humana, es
preciso afirmar que Dios puede hacer verdaderas dos proposiciones contradictorias al mismo tiempo.
A juicio de este autor, lo contrario supondría negar la omnipotencia divina, porque esta potencia
absoluta sería limitada por el principio de no contradicción.

II. Respuesta de Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás trata este asunto en diversos pasajes de su vasta obra. Hemos seleccionado tres textos
que nos servirán de guía en la resolución de este problema. La referencia más breve la encontramos en
la Suma contra gentiles, donde se lee: “Esto manifiesta igualmente que Dios no puede hacer que el
pretérito no haya sido, pues esto incluye también contradicción, porque la misma necesidad implica
que algo sea mientras es, como que algo fuese mientras fue”​4​. Dos son las afirmaciones fundamentales
que componen la solución del doctor angélico: 1) que lo pasado no haya sido es un imposible lógico y
2) que los imposibles lógicos no están comprendidos en la omnipotencia divina, porque no pueden ser
hechos en absoluto.

Más adelante desarrollaremos estas nociones y nos haremos cargo de las objeciones de Pedro Damián
acerca del peligro de que el principio de no contradicción y las cosas efectivamente creadas limiten el
poder absoluto de Dios. Por ahora, continuemos leyendo al santo de Aquino, quien amplía sus
consideraciones en torno a este complejo asunto en la Suma teológica. He aquí su respuesta a la
pregunta acerca de si Dios puede hacer que lo pasado no fuera:

“Como ya se dijo anteriormente (a.3; q.7 a.2 ad 1), bajo la omnipotencia de Dios no
cae lo que implica contradicción. Que lo pasado no haya sido implica contradicción.
Como contradicción implica decir que Sócrates está sentado y no está sentado, como
que estuvo sentado y no estuvo sentado. Decir que estuvo sentado indica algo pasado.
Decir que no estuvo sentado indica algo que no fue. Por eso, que el pasado no fuera
no cae bajo el poder divino. Y esto es lo que señala Agustín en Contra Faustum: El
que diga: Si Dios es omnipotente, que haga que lo hecho no haya sido, no se da
cuenta que está diciendo también: Si Dios es omnipotente, que haga que lo verdadero,
por lo mismo por lo que es verdadero, sea falso. Y el Filósofo en VI Ethic. dice: Sólo
esto no puede hacer Dios: convertir lo hecho en no hecho”​5​.

Además del mayor desarrollo de la tesis, cabe destacar en esta cita las referencias a San Agustín y a
Aristóteles, ambas mencionadas con anterioridad en este artículo. De este modo, Santo Tomás se

4
Suma contra gentiles, libro II, capítulo XXV.
5
Suma teológica, I, cuestión 25, artículo 4.
inscribe en el círculo de teólogos que adoptan una postura más bien racionalista frente al problema
acerca de si Dios puede anular el pasado, lo que responde al hecho de que no entienden la
omnipotencia como un poder absoluto, ilimitado e irracional o ilógico, sino en armonía con el
principio de no contradicción.

El último de los textos del Aquinate que revisaremos está tomado del ​De Potentia Dei.​ Este pasaje
añade al análisis de la cuestión la distinción entre imposible ​per se​ e imposible ​per accidens:​

“Se ha de decir que se dice imposible por accidente que Sócrates no haya corrido, si
ha corrido. Que Sócrates corra o no corra, en sí mismo considerado, es contingente,
pero por esta implicación, ya que ha pasado, se hace imposible por sí mismo que no
haya pasado. Y, en consecuencia, se dice imposible por accidente, como si lo fuera
por alguna cosa que se le añade. Por otro lado, eso que se le añade es imposible en sí
mismo e implica claramente contradicción, pues, en efecto, decir que fue y no fue es
contradictorio y se sigue que (también lo es que) el pasado no haya pasado”​6​.

III. Defensa de la respuesta tomista

A continuación, procuraremos realizar una defensa de la posición sostenida por Santo Tomás y, a la
vez, resolver las objeciones planteadas por Pedro Damián contra la tesis que niega que la
omnipotencia divina se extienda a la posibilidad de revocar los hechos pasados.

La noción de omnipotencia

Para disipar algunos errores que entorpecen la comprensión de este asunto, en primer lugar hemos de
referirnos al modo en que Santo Tomás entendía la omnipotencia. Ya antes hemos advertido que la
noción de omnipotencia a la que se oponía Pedro Damián era la de San Agustín, que formulamos en
estos términos: “omnipotencia es el poder de hacer todo lo que uno quiere que sea hecho”. La manera
en que Santo Tomás define este atributo es la siguiente: “omnipotencia es el poder de hacer todo lo
absolutamente posible”​7​. Como se puede comprobar, este concepto queda a salvo de las críticas
formuladas por Pedro Damián, porque no establece una conexión entre la potencia activa divina y la
voluntad divina, de manera que lo que Dios puede hacer no se encuentra limitado por lo que
efectivamente quiere o elige crear. De hecho, dos artículos después de definir omnipotencia, Santo
Tomás contesta afirmativamente a la pregunta acerca de si Dios puede hacer lo que no hace.

Sin embargo, aun cuando esta crítica sea inaplicable a la concepción tomista de este atributo
operativo, todavía es blanco de aquella objeción que señala que, si Dios no puede obrar lo que es
imposible o contradictorio, entonces el principio de no contradicción limitaría su poder absoluto. Dios
estaría sometido a esta ley del pensamiento humano y a la necesidad impuesta por las cosas creadas,
lo que es inadmisible.

Para responder a esta objeción, dividiremos el análisis en dos partes. Primero nos haremos cargo de la
acusación de que el principio de no contradicción limitaría o condicionaría el poder absoluto de Dios.
A continuación intentaremos determinar si la revocación del pasado encierra contradicción y si, por
consiguiente, las cosas creadas imponen necesidad al Creador.

6
De Potentia Dei, q.1, a. 7.
7
Suma teológica, I, cuestión 25, artículo 3.
El principio de no contradicción como límite al poder absoluto de Dios

Frente a esto, cabe responder, en primer lugar, que, si bien el principio de no contradicción es llamado
primer principio de la razón especulativa, es en primer término un principio ontológico o del ser que
el intelecto humano encuentra y reconoce en el seno de la realidad conocida. En consecuencia, cuando
se niega que Dios pueda hacer lo que es intrínsecamente contradictorio no se trata de que la razón
humana, que es finita y creada, pretenda someter al Creador o imponerle sus estrechas categorías.

El hecho de que el intelecto creado, a causa de su constitutiva limitación y de la herida que el pecado
original ha dejado en nuestras potencias cognoscitivas, no sea capaz de comprender cabalmente el ser
supremo e infinito de Dios no es impedimento para que pueda reconocer algunos de los límites a su
poder. Es la distinción entre lo supra-racional y lo irracional. De manera análoga, cuando los teólogos
se proponen defender los dogmas de fe, son conscientes de que el misterio excede la capacidad de
comprensión de la mente humana, pero al mismo tiempo su labor intelectual descansa en la confianza
de que entre fe y razón no existe oposición, de tal manera que se esfuerzan por mostrar que en ellos no
hay ninguna contradicción ni nada que sea absolutamente imposible.

En segundo lugar, no cabe concebir el principio de no contradicción como una instancia externa o una
regla superior que mide y subordina a Dios, puesto que no es más que un principio del ser, y Dios es
el ser por esencia o la plenitud del ser. En consecuencia, resulta sumamente artificioso plantear una
relación de subordinación entre Dios y este principio. El principio de no contradicción simplemente
manifiesta la radical oposición entre el ser y el no-ser. Si se quiere presentarlo como una ley que rige
el obrar divino, impidiendo que Dios actúe contra su propia naturaleza o de modo irracional, entonces
hemos de entender que esa ley no es algo distinto de Dios, sino que existe en armonía o unificación
con Él. Todavía más: Dios es su propia ley.

En tercer lugar, es preciso hacer notar que, contra lo que temían autores como Pedro Damián, negar
que Dios pueda hacer lo contradictorio no supone rebajar o disminuir su perfección. Por el contrario,
atribuir a Dios el poder de obrar de modo irracional es indigno de Él. Aunque al tratar este tema
hablamos de límites al poder de Dios, lo cierto es que el poder de Dios no es menos absoluto por
excluir la contradicción. Dios es la plenitud del poder, de manera que, cuando afirmamos que hay algo
que Dios no puede hacer, esta no es más que una manera humana de expresar que tal obra no
constituiría una auténtica manifestación de poder. El propio Pedro Damián parece estar de acuerdo
con esta comprensión cuando recibe de San Agustín la idea de que el mal no es ente para negar que
Dios pueda pecar.

En línea con lo anterior, cuando Santo Tomás sostiene que aquello que en sí mismo y
simultáneamente contiene el ser y el no-ser no está sometido a la omnipotencia, aclara que esto no se
debe a insuficiencia o defecto del poder divino, sino a que los absurdos lógicos no tienen razón de
factibles ni de posibles. A partir de esto, concluye que es más correcto decir que aquello no puede ser
hecho que decir que Dios no puede hacerlo.

La revocación del pasado es imposible

Una vez establecido que lo contradictorio no puede ser hecho por Dios, es necesario demostrar que la
cancelación del pasado cae en esta categoría.
Un primer asunto a considerar es el de la necesidad, porque afirmar que los hechos pasados ocurrieron
y que no pueden no haber ocurrido equivale a afirmar que de algún modo son necesarios. Se
acostumbra a distinguir entre necesidad absoluta y necesidad hipotética o condicionada. La primera
corresponde a aquellos juicios en los que el predicado se halla contenido en la esencia del sujeto,
como es el caso de la proposición “Dios es”. La necesidad hipotética, en cambio, es aquella que se da
supuesta una condición. El ejemplo clásico es el juicio “es necesario que Sócrates esté sentado
mientras está sentado”. Los juicios verdaderos acerca de sucesos pasados dan lugar a este segundo
tipo de necesidad. En el ejemplo que hemos tomado de Leibniz, “supuesto que César haya cruzado el
Rubicón, es necesario que lo haya hecho”.

Si bien las cosas pasadas son entes en sí mismos contingentes, la circunstancia de que Dios haya
decidido actualizar ese estado de cosas da origen a una necesidad hipotética. La única manera de que
pudiera darse el resultado contrario (vale decir, que el pasado no haya existido) es negar la condición.
En otras palabras, para que el pasado no hubiera existido, sería preciso que Dios no quisiera crearlo, lo
que evidentemente no es el caso. Si bien un mundo en el que Roma no hubiera sido fundada o César
no hubiera cruzado el Rubicón es en abstracto lógicamente posible, supuesto que tales hechos han
ocurrido realmente, viene a ser imposible. En efecto, los juicios “Roma ha sido fundada” y “Roma no
ha sido fundada” son contradictorios, de tal manera que, supuesto que el primero es verdadero, el
segundo por fuerza ha de ser falso. En conclusión, que el pasado no haya sido es un absurdo lógico y,
por consiguiente, no es algo que pueda ser hecho por Dios, no por insuficiencia de poder, sino porque
falta la razón de factible o de posible, como antes hemos visto. Un razonamiento similar se encuentra
en la Teodicea de Leibniz, cuando se distinguen los conceptos de posible y composible.

¿Las cosas creadas imponen necesidad a Dios?

Una vez demostrado que la revocación de los hechos pasados es un imposible lógico, queda por
resolver la objeción planteada por Pedro Damián acerca de que las cosas creadas impondrían
necesidad o condicionarían el poder absoluto de Dios, lo que se opondría a su trascendencia y
soberanía. Aunque nos parece que comprobar la imposibilidad de cambiar el pasado es suficiente para
responder que esto no está comprendido en la omnipotencia divina, porque es algo que no puede ser
hecho, a continuación abonaremos algunas razones para mostrar que modificar los hechos pretéritos
no solo supondría una contradicción en las cosas, sino ante todo en Dios mismo.

Contrario a lo que pudiera parecer, atribuir a Dios la potestad de revocar el pasado no es alabar su
grandeza, sino imputarle una imperfección, porque no es propio del ser perfectísimo obrar de modo
contrario a como decide obrar. Ciertamente Dios es libre y soberano al crear, lo que significa que no
se encuentra determinado unívocamente respecto de un mundo posible, sino que se autodetermina en
su obrar. Sin embargo, supuesto que elige actualizar un determinado estado de cosas, habría
contradicción en Dios mismo si eligiera deshacer lo hecho. En consecuencia, dado que Dios es
perfecto y no se contradice, revocar el pasado es algo que no puede ser hecho por Dios.

La potestad de cambiar el pasado sería un signo de imperfección, porque supondría que Dios o bien se
equivoca o bien se arrepiente. No es nuestra intención entrar en este momento en el análisis de las
relaciones entre la ciencia, la voluntad y el poder de Dios. Baste con apuntar que, de acuerdo con la
doctrina de la simplicidad divina defendida por el Aquinate, Dios conoce en un único y simplísimo
acto los diversos modos en que puede participar el ser, e igual de simple es el acto por el que decide
actualizar un determinado estado de cosas. Ahora bien, si Dios se equivocara al elegir crear un mundo
y acto seguido decidiera corregir o rectificar su error anulando el pasado, además de que no sería
perfecto, tampoco sería simple, puesto que habría división en su ciencia y en su voluntad. En efecto,
en lo que refiere a su conocimiento, habría al menos dos momentos: uno en el que Dios ignora los
defectos de su obra y otro en el que adquiere conocimiento respecto a ellos. Lo mismo ocurriría con
su voluntad: habría un acto por el que quiere crear el mundo y otro por el que quiere no crearlo. Por lo
demás, si se tiene presente que en la eternidad divina no hay sucesión, como el propio Pedro Damián
admite, no cabe hablar de dos actos o dos momentos sucesivos, sino que habrá que decir que Dios
simultáneamente quiere hacer y no hacer el mundo. Como se ve, la contradicción no solo estaría en
las cosas, sino en la mente divina misma, de manera que se supera la objeción de que las cosas
medirían el poder de Dios.

Tampoco puede afirmarse que Dios se arrepienta. Esto sería contrario tanto a la perfección como a la
inmutabilidad de su conocimiento y su voluntad. Como precisa Santo Tomás, si bien Dios puede
querer el cambio de algunas cosas, su voluntad es inmutable. En consecuencia, no cabe establecer una
analogía entre suprimir el pasado, por una parte, y los milagros o el perdón de los pecados, por la otra,
porque estas últimas cosas son conocidas y queridas por Dios desde la eternidad, de modo que no
suponen variación alguna en su inteligencia ni en su voluntad. Por el contrario, decidir que lo creado
no haya sido creado supondría un cambio y una contradicción en el querer divino.

¿El poder absoluto de Dios pasa a ser limitado por el hecho de la creación?

Finalmente nos referiremos a la objeción que postula que, si en principio Dios puede tanto obrar de un
modo como del contrario, pero una vez que se ha determinado a obrar de un modo ya no puede actuar
en contrario, luego habría un tránsito de un poder absoluto a un poder limitado, lo que se opone a la
inmutabilidad divina. Santo Tomás resuelve esta objeción en el artículo de la Suma teológica que
hemos revisado. Responde que, si bien en principio o en abstracto está en el poder de Dios no
actualizar los eventos pasados, supuesto que de hecho los ha actualizado, la posibilidad de no
participarles el ser ha dejado de tener razón de factible o de posible, de manera que no debemos
entender que a la potencia activa divina sobreviene una limitación en virtud del acto creador, sino que
es la no ocurrencia del pasado lo que se torna imposible en razón del cumplimiento del supuesto o
condición. He aquí las palabras del Aquinate:

"Hay cosas que, antes de que fueron hechas tuvieron razón de posibles y, después de
hechas, dejaron de tenerla. Estas cosas son de las que se dice que no puede hacerlas
porque no pueden ser hechas."

IV. Conclusiones

Esperamos haber fundamentado suficientemente a lo largo de esta exposición la tesis de que Dios no
puede hacer que lo pasado no haya sido, o más bien, que esto es algo que no puede ser hecho por
Dios, por ser contradictorio. Admitir que Dios pueda obrar de manera irracional, en oposición al
principio de no contradicción, conduce a una serie de dificultades insalvables.

Al margen del asunto puntual acerca de si Dios puede revocar el pasado, la opinión de Pedro Damián
nos ha servido de ocasión para aprender la siguiente lección: ciertamente el poder, la grandeza y la
perfección de Dios exceden infinitamente nuestra capacidad humana de comprender, lo que lo hace
digno de toda gloria y alabanza. Sin embargo, no hemos de dejarnos seducir por la creencia de que
ensalzamos la fuerza del todopoderoso al atribuirle la capacidad de hacer obras indignas de su
sabiduría.
Bibliografía recomendada:

Para una introducción al estudio de la tesis de Pedro Damián de que Dios puede cambiar el pasado,
recomiendo “​De divina omnipotentia de Pedro Damián: La polémica respecto de los límites del poder
divino”, de Javier Martín Camacho. Para profundizar en el estudio de las distintas soluciones
planteadas en torno a este problema a lo largo de la Edad Media, recomiendo “La cuestión ​in
reparatione corruptae y el problema de la omnipotencia divina de Pedro Damián a Guillermo de
Rimini”, de Francisco León Florido. Por último, también recomiendo “Pedro Damián”, de Gloria
Silvana Elías, un curioso escrito que explora la influencia de la tesis del teólogo benedictino en el
cuento “La otra muerte” de Borges.

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