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López y Costa (2012) - Manual de Consejo Psicológico PDF
López y Costa (2012) - Manual de Consejo Psicológico PDF
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ISBN: 978-84-975679-6-1
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A Cinzia,
per la rosa rossa e il bacio,
per il mistero delle quattro vite,
per l’amore e la nostalgia.
Ernesto
A Zoe y Aitana,
mis hijas del alma,
por vuestra sonrisa y amor incondicional.
Miguel
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Índice
Prólogo
Introducción
Parte I
Despatologizar la vida y los problemas de la vida
1. Los problemas de la vida no son enfermedades
1.1. Tratamos de resolver problemas, no tratamos una patología
1.2. Un cambio radical de paradigma frente a la patologización de los problemas
psicológicos
1.3. La profunda experiencia humana de los problemas psicológicos
1.3.1. Castigo del pecado y posesión diabólica
1.3.2. De la posesión diabólica a la “enfermedad del entendimiento”
1.4. La patologización formal de los problemas psicológicos
1.4.1. El modelo anatomoclínico y fisiopatológico: la sede y la causa de la
enfermedad
1.4.2. “Esto es una enfermedad”, una metamorfosis declarativa
1.4.3. La consolidación de la “patología mental” y de la nosología
1.5. Un grave error lógico y epistemológico
1.5.1. Una desalentadora falta de evidencia
1.5.2. Una logomaquia, una enfermedad inventada
1.5.3. Una profesión de fe y un modelo “sobrenatural”
1.6. “Como el demonio metido en el cuerpo”
1.6.1. La cosificación de las palabras
1.6.2. Una enfermedad de los sesos
1.6.3. Los delirios como secreción
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1.6.4. La “virtud dormitiva” del opio y el “impedimento de la volición”
1.6.5. La retórica del síntoma y el desafío como síntoma del trastorno desafiante
1.7. Un diagnóstico ficticio, pero inapelable
1.7.1. La perspectiva sindrómica
1.7.2. ¿Enfermo o bribón?
1.7.3. Una patologización caótica y desenfrenada
1.7.4. Una fuente de indefensión y de pasividad
1.7.5. Un estigma que puede marcar para siempre
1.8. Expulsar demonios, curar enfermedades
1.8.1. Sanguijuelas en la yugular contra la manía
1.8.2. “Dejar de buscar la hierbecita”
1.8.3. Tratamientos a la fuerza
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2.8. El modelo patológico y la quimera de la “eficacia terapéutica”
2.8.1. La administración de sustancias químicas
2.8.2. Sangría y psicofármacos
2.8.3. Psicofármacos como creadores de psicopatología
2.8.4. Sedación, calma, docilidad y obediencia
2.9. Problemas psicológicos con “denominación de origen” y significado
2.9.1. Las raíces de una fobia y su significado
2.9.2. El paje que quería volver a la locura
2.9.3. Oír la voz de Dios
2.9.4. Denominación de origen y de trayectoria
2.10. Control social del comportamiento y de los problemas psicológicos
2.10.1. El etiquetado de anormalidad
2.10.2. La coartada ideológica del diagnóstico psicopatológico
2.10.3. Una poderosa herramienta de control social
RESUMEN DE LA PARTE I
Parte II
Empoderar para resolver los problemas de la vida
3. Principio estratégico 1. Construir una fuerte alianza de
trabajo
3.1. Empoderar: despatologizar y compartir poder y control
3.2. Acompañarles a lo largo del camino
3.2.1. Adoptar una perspectiva biográfica, histórica y transaccional
3.2.2. Promover y equilibrar afiliación y autonomía
3.2.3. Potenciar las dos funciones de la alianza: contexto y principio activo
3.2.4. Promover y equilibrar contenido y relación
3.3. Gestionar el poder de la interdependencia
3.3.1. Lo que hacen y dicen depende de lo que hacemos y decimos
3.3.2. Tenemos capacidad de influencia
3.3.3. Asumir nuestra responsabilidad
3.3.4. Nuestra capacidad de influencia depende de su capacidad de influencia
3.3.5. Participan si les compensa
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3.3.6. Promover la comunicación bidireccional
3.4. Lograr que nos franqueen la puerta
3.5. Fortalecer la seguridad, la certidumbre y la confianza
3.5.1. Confianza que va más allá del encuentro
3.5.2. Confianza que se construye
3.6. Proporcionar una experiencia de exposición
3.7. Ampliar la perspectiva con valor preventivo
3.8. Tomar en consideración las conductas relevantes
3.8.1. Conductas relevantes de los consultantes
3.8.2. Nuestras conductas relevantes
3.9. Gestionar el poder de las palabras y sus riesgos
3.9.1. Tomar en consideración su discurso y hacer un análisis crítico del lenguaje
3.9.2. Gestionar las palabras de la alianza
3.10. Gestionar el poder de nuestro ejemplo
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4.8. Validar la apertura al cambio
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6.6. Cooperar en el fortalecimiento de los escenarios del entorno
6.7. Coordinar escenarios y establecer coaliciones
6.8. Cooperar en la disponibilidad y accesibilidad de recursos y oportunidades
6.9. Promover los factores de protección y de recuperación y amortiguar los factores
de riesgo y las fuentes de estrés
6.10. Contribuir a remover las barreras y obstáculos
RESUMEN DE LA PARTE II
Parte III
El Análisis Funcional de la Conducta (AFC): una
hermenéutica para comprender los problemas psicológicos
y orientar su solución
7. Características del Análisis Funcional de la Conducta
(AFC)
7.1. Escudriña los puntos sensibles para desvelar el enigma de los problemas
7.2. El AFC, una semiología psicológica
7.3. El AFC no es un análisis de los “rasgos” de la personalidad
7.4. El AFC no distingue entre conducta normal y conducta “anormal”
7.5. El AFC no es un sistema de clasificación categorial
7.6. El AFC tiene un foco biográfico integral
7.7. El objeto del AFC son las transacciones
7.7.1. Naturaleza de las transacciones
7.7.2. El AFC nos revela interdependencia y secuencias encadenadas
7.7.3. El AFC nos revela posibilidades de cambio
7.7.4. El AFC, el análisis crítico del lenguaje y el distanciamiento
7.7.5. El AFC promueve la “despatologización” de los problemas
7.7.6. El AFC como exposición
7.7.7. El AFC y los sistemas de control social
7.7.8. EL AFC, un análisis dinámico que se construye y reconstruye
7.8. El AFC se orienta a la solución del problema
7.8.1. Más un “cómo” que un “porqué”
7.8.2. No basta “comprender” para cambiar
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7.9. El proceso de exploración del AFC se orienta hacia el futuro
7.10. Propósitos del AFC y plan específico de intervención psicológica
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Caso 4. Mujer que evita salir a la calle por temor a perder el conocimiento
Caso 5. Joven “desbordada” por el estudio
Caso 6. Mujer que afirma ver a su marido, fallecido recientemente
10.3. Una hermenéutica universal
RESUMEN DE LA PARTE III
Parte IV
Técnicas instrumentales para resolver problemas
psicológicos
11. El sentido de las técnicas instrumentales
11.1. Tocan puntos sensibles de las transacciones
11.2. Una tecnología que empodera
11.2.1. Crear una atmósfera segura
11.2.2. Elegir, decidir hacerlo y hacerlo
11.2.3. Un ejercicio de autodeterminación y de dominio
11.2.4. Chequear y suscitar la autoeficacia y la fuerza de la decisión
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12.5. La inoculación de estrés como exposición
12.5.1. Justificación
12.5.2. Procedimiento
12.6. La prescripción paradójica como exposición
12.6.1. Justificación
12.6.2. Procedimiento
12.6.3. Condiciones y criterios para la prescripción
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15. Técnicas de intervención sobre reglas verbales y sobre
conducta verbal
15.1. Justificación
15.2. Procedimiento
15.2.1. Identificar, clarificar y analizar críticamente el repertorio verbal
15.2.2. Validar y respetar las reglas verbales
15.2.3. Aceptar y cambiar, según convenga
15.2.4. Deliberación sobre el cambio: el diálogo socrático
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17.5.5. Facilitar la aceptación y la inutilidad de combatir las experiencias privadas
17.5.6. Exponerse a uno mismo
17.5.7. Valor del rediseño ambiental y ayudas que nos depara
17.5.8. El valor de la carga
RESUMEN DE LA PARTE IV
Parte V
El consejo psicológico, un proyecto compartido de cambio
y de solución de problemas
18. Deliberar para decidir, actuar y cambiar
18.1. Prolongar el afrontamiento y la dialéctica entre estabilidad y cambio
18.2. Crear nuevas experiencias, nuevas funciones, nuevos significados
18.2.1. La suma de cuatro fuerzas
18.2.2. Una poderosa experiencia de aprendizaje que enriquece la vida
18.3. Un proceso de cambio sistemático y estructurado
18.3.1. Un acompañamiento flexible
18.3.2. Habilidades para el acompañamiento
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20.5. Averiguar a qué lo atribuyen
20.6. Ventajas e inconvenientes del problema
20.7. Averiguar qué han tratado de hacer hasta ahora para resolverlo.
20.8. Recapitular la narración autobiográfica
20.8.1. Identificación inicial de conductas relevantes.
20.8.2. El AFC incipiente
20.9. Deliberar sobre su disposición al cambio y su decisión de emprenderlo
20.9.1. Deliberar no es dar consejos
20.9.2. ¿Cuánto les importa?
20.10. Propuestas iniciales para el cambio
20.11. Encuadre o estructuración del proyecto: ¿qué vamos a hacer y cómo?
20.11.1. Hacer explícito el foco del proyecto: análisis y solución del problema
20.11.2. Las reglas de juego y los roles y responsabilidades respectivos
20.11.3. Marco temporal provisional
20.11.4. Escenarios de las sesiones del CP
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23. Fase 5. Diseño y despliegue del Plan de Acción
Compartido (PAC): pasar de los dichos a los hechos
23.1. Promover y preparar elecciones y decisiones responsables
23.1.1. Comprender las ventajas de la estabilidad y de la conformidad
23.1.2. Deliberar, confrontar y crear discrepancia para despejar la ambivalencia
23.1.3. Hacer visibles y tangibles los beneficios del cambio y cooperar para
aumentarlos
23.1.4. Cooperar para reducir los costes e inconvenientes del cambio
23.1.5. Cooperar para reducir las ventajas y beneficios del problema
23.1.6. Hacer visibles los costes de la conformidad
23.2. Identificar las opciones alternativas para la acción
23.3. Chequear el grado de autoeficacia y confianza para realizar las acciones
23.4. Preparar y organizar el desarrollo de las acciones
23.4.1. Anticipar la viabilidad y las consecuencias probables
23.4.2. Anticipar y gestionar situaciones de riesgo y obstáculos y prevenir recaídas
23.4.3. Informar del contraste entre la evolución esperada y la probable evolución
real
23.5. Pasar a la acción
23.5.1. Aplicar las técnicas instrumentales apropiadas
23.5.2. Deliberar sobre la intervención farmacológica
23.5.3. Otras acciones
23.6. Gestionar las resistencias al cambio
23.6.1. Comprender el sentido de las resistencias
23.6.2. No crear resistencias con nuestra intervención
23.7. Asegurar la generalización y el mantenimiento
23.8. Evaluar y revisar el plan de acción
23.8.1. Evaluar la capacidad de afrontamiento y la autosuficiencia
23.8.2. Evaluar y fortalecer la autoeficacia y el control interno
23.8.3. Evaluar el grado de progreso
23.8.4. Ayudarles a gestionar fallos y recaídas
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24.1.1. Empoderar para terminar
24.1.2. Mirar hacia atrás para seguir adelante
24.1.3. Gestionar la terminación prematura por parte del consultante
24.1.4. Gestionar la terminación no prevista por parte del consultor
24.2. FASE 7. Seguimiento del proyecto
RESUMEN DE LA PARTE V
Bibliografía
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Prólogo
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trata de un libro de divulgación de los que tanto abundan hoy día en el mercado sino de
un texto universitario de calidad a través del cual el estudiante, el estudioso, puede
aprender, paso a paso, el encuentro que se desarrolla en los consultorios y otros
contextos psicológicos, así como las razones que lo justifican; y el profesional, analizar,
pulir y mejorar su actuación.
Para que podamos apreciar el texto en toda su integridad, a mi juicio, es necesario
que nos adentremos en sus páginas con el convencimiento pleno de que: a) el dualismo
cartesiano –denostado verbalmente pero todavía vigente en la práctica diaria de muchos
hospitales, clínicas y consultorios– debe ser enterrado bajo siete sellos y, a ser posible
olvidado de inmediato en las páginas de los libros de historia; y b) el objetivo de todo
profesional de la salud, sea psicólogo, médico, enfermero o trabajador social es atender a
la persona única e irrepetible que demanda ayuda. Los que sufren no son los cuerpos, ni
las mentes, ni los cerebros; son las personas.
Cuenta Ryle que, un día, un amigo extranjero le comentó que le gustaría conocer la
universidad. Ante esta demanda, Ryle le invitó a visitar con él el campus universitario del
que era profesor: le presentó al rector, pudo hablar con profesores y estudiantes, visitar
bibliotecas y laboratorios, presenciar clases, entrar en el salón de actos, pasear por los
jardines y presenciar algunas competiciones deportivas. Al terminar la visita, el amigo le
comentó: “Ha sido muy interesante, pero ¿dónde está la universidad?”. Es fácil, en estos
casos, cometer lo que Ryle llama error categorial. En efecto, todo lo que Ryle había
mostrado, edificios, profesores, alumnos, aulas, bibliotecas, etc., permite que exista la
universidad pero no son la universidad. La universidad pertenece a otra categoría.
Con la persona ocurre algo similar. La persona no es el cuerpo, no es el entorno, no
es la interacción, no es la conducta, no son los pensamientos, no son las emociones, no
son los genes, no es el cerebro. Sin ellos, la persona no existiría pero la persona es de
otra categoría, no tiene res extensa. La persona es su biografía; la persona es este viaje
único e irrepetible, dinámico y cambiante, que iniciamos al nacer y sólo termina con la
muerte. El encuentro entre el psicólogo y el consultante, como señalan Costa y López,
es, esencialmente, un encuentro integral y holístico de biografías para resolver
problemas.
Y lo mismo ocurre, o debería ocurrir, en los hospitales, nos atrevemos a decir, entre
el equipo sanitario y el enfermo. Este libro nos permite vislumbrar cuál puede ser la gran
aportación del psicólogo a los equipos sanitarios de los hospitales, para, desde una visión
diferente y complementaria a la de médicos y enfermeros, luchar contra la ansiedad, la
depresión, la soledad y el sufrimiento que aquejan a muchos enfermos oncológicos,
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neurológicos y demenciados, y a sus familias. Un punto de vista, enriquecedor y distinto,
que debería impregnar en alguna medida el buen hacer de todos los sanitarios. Lo
patológico es el cáncer, no el miedo, tristeza o ansiedad que produce el cáncer; lo
patológico es la enfermedad de Alzheimer; no el olvido.
Este no es un libro para leer; es un libro para trabajar. Y trata de abrirnos, desde la
psicología, a un mañana mejor.
Ramon Bayés
Doctor Honoris Causa por la UNED
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Introducción
Como nos recuerda Ramón Bayés (2010), un “psicólogo que busca la serenidad”, la vida
es un trayecto que no tiene el itinerario definido de antemano, porque, en palabras del
poeta, “se hace camino al andar”. Experimentar problemas, crisis y conflictos en el curso
de ese trayecto es un acontecimiento que pertenece a la esencia misma de la vida
humana, como pertenece también el hecho de pedir ayuda parar afrontarlos de manera
efectiva, para aliviar el sufrimiento que producen y para experimentar bienestar. Ayudar
de manera efectiva a quienes experimentan problemas en el trayecto de la vida pertenece
también a la esencia de la vida humana y es también un trayecto que se ha de ir
haciendo, un camino que se hace al andar, momento a momento. Este Manual está
escrito pensando en los dos trayectos, en el de quienes experimentan problemas y crisis
vitales y buscan dar significado a sus vidas, y en el de quienes aceptan la responsabilidad
profesional, o se preparan para ello, de acompañarles durante un tiempo en su trayecto y
buscan también dar sentido a su propia vida con ese acompañamiento. El Manual
pretende ofrecer orientaciones para hacer el camino a quienes asumen esta
responsabilidad, de manera que su ayuda sea útil a quienes deciden afrontar sus
problemas, comprender sus significados y resolverlos mientras hacen el camino de la
vida.
Pero el Manual habla además de otras dos trayectorias. Una de ellas tiene ya una
larga historia y un caudaloso patrimonio. Es el caudal de los saberes teóricos,
metodológicos y tecnológicos de la psicología aplicados a la comprensión de los seres
humanos, de su comportamiento, de sus experiencias vitales, de sus problemas y del
dolor y del sufrimiento que les pueden acarrear. El Manual recoge el caudal fecundo de
esa tradición y lo vierte en el terreno que labra la práctica profesional del Consejo
Psicológico (CP) que, en su sentido etimológico y profundo, consiste en deliberar juntos
para tomar una determinación, en un encuentro de comunicación recíproca, en una
suma de fuerzas, en un poder compartido, y en modo alguno, en “dar consejos” de
manera unidireccional. La otra es la trayectoria vital de los autores del Manual. En sus
respectivas biografías personales y profesionales, se han ido destilando una historia,
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digamos que larga si se habla de años, un caudal de saberes, siempre escaso todavía, una
preocupación genuina por todo aquello que empodera a las personas, les otorga bienestar
y da significado a sus vidas, y por todo aquello que les hace vulnerables y les crea
problemas y sufrimiento, además de un compromiso sincero por ofrecer a otros
profesionales el acervo limitado de la experiencia profesional vivida.
Cada una de las partes del Manual con sus respectivos capítulos encierra y concreta un
propósito general y varios objetivos y despliega los contenidos correspondientes.
La Parte I, con los capítulos 1 y 2, define y delimita el campo de intervención propio del
CP (Consejo Psicológico) como una alianza de trabajo en la que consultores y
consultantes deliberan juntos para promover los cambios que pueden conducir a la
solución de los problemas que los consultantes experimentan. Al hacerlo, plantea un
radical cambio de paradigma, una rebelión epistemológica y ética contra la vieja doctrina
que impregna fuertemente la práctica profesional de la psicología y de la psiquiatría y que
patologiza los problemas y dramas vitales, que dice de ellos “esto es una enfermedad”, y
que dictamina que algunas personas, por el hecho de experimentarlos, están enfermas,
son enfermas, tienen una enfermedad, un trastorno “mental” o un “desequilibrio de los
neurotransmisores” que necesita ser curado. El CP trata de resolver un problema, pero
no trata una psicopatología, ni una enfermedad mental, ni los síntomas de una
enfermedad. Se curan las enfermedades, pero no se curan los comportamientos ni los
problemas de comportamiento que no son enfermedades ni desequilibrios bioquímicos.
El Modelo ABC se muestra como un sólido enfoque, biográfico y transaccional, que
incorpora y organiza en su arquitectura el acervo conceptual, metodológico y tecnológico
de la psicología, que analiza y comprende en profundidad la génesis y el significado de
los problemas psicológicos y que se ofrece como una alternativa a la ortodoxia del
modelo psicopatológico, permitiendo así despatologizar la vida y los problemas de la
vida.
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La Parte II, con los capítulos del 3 al 6, presenta y desarrolla un enfoque estratégico para
el CP, el Modelo de Potenciación o de Competencia que se inspira también en el cambio
de paradigma y en la despatologización planteada por ABC. De acuerdo con este
enfoque, el CP tiene el propósito de deliberar juntos, compartir poder con los
consultantes, empoderarlos, para que puedan afrontar de manera efectiva los problemas
que les afligen y hacer en su vida y en su comportamiento los cambios que la solución de
los problemas requiere. El Modelo se estructura en torno a 4 principios estratégicos que
dan marco y sentido a la alianza de trabajo y a todo el proceso de solución del problema,
y conforman además un estilo de vida profesional, una pedagogía de la potenciación.
El Principio Estratégico 1 tiene el propósito de compartir con los consultantes la
construcción de una alianza fuerte que tenga por sí misma fuerza transformadora y sea
además el escenario idóneo para desplegar, desde el acompañamiento y la deliberación,
toda la fuerza transformadora del proceso de cambio personal. El Principio Estratégico 2
subraya el poder de la validación de las biografías personales, con sus luces y sus
sombras, como condición necesaria para que se pueda producir el compromiso
responsable con las decisiones y acciones de cambio (Principio 3), contando con el
necesario rediseño del contexto y el fortalecimiento de los recursos (Principio 4).
La Parte III, con los capítulos del 7 al 10, despliega la herramienta hermenéutica del
Análisis Funcional de la Conducta que, fundamentada en ABC, es capaz de hacer una
disección analítica y una la reconstrucción dinámica de la secuencia de transacciones que
han determinando y siguen determinando la experiencia vital del problema y sus
significados, identificando los puntos especialmente sensibles de esas transacciones. Es,
en esa medida, una clara alternativa a los sistemas diagnósticos basados en el modelo
psicopatológico. Para este modelo, los problemas psicológicos, como una profunda
depresión, una fobia, una crisis de pánico, una experiencia alucinatoria o delirante, una
grave automutilación, resultan a menudo un “enigma psicológico” (Kräpelin), un
“misterio antropológico” (Kurt Schneider), “incomprensibles psicológicamente” (Vallejo-
Nágera). Para el AFC no son psicológicamente incomprensibles. El cometido cardinal del
AFC es justamente hacerlos comprensibles, escudriñando con cuidado las experiencias
vitales que les otorgan significado. Al hacerlo, orienta también las intervenciones
transformadoras y de cambio requeridas para la solución del problema.
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Tocar los puntos sensibles para crear otras transacciones, otros significados
La Parte IV, con los capítulos del 11 al 17, presenta las técnicas más importantes que
utiliza el CP para resolver problemas, unidas al potencial transformador de la propia
alianza de trabajo y al potencial transformador que tiene sobre todo el compromiso activo
y responsable de los consultantes con el cambio y la solución del problema. Estas
técnicas no son tratamientos o “curas” de supuestas entidades patológicas. Son
herramientas que, en la atmósfera segura y contenida de la alianza de trabajo, promueven
cambios en los puntos sensibles de las experiencias transaccionales asociadas al
problema, y facilitan nuevas experiencias biográficas transaccionales con nuevos
significados.
En la Parte V, con los capítulos del 18 al 24, confluye todo el bagaje conceptual,
metodológico y tecnológico desarrollado en los capítulos precedentes para construir y
diseñar junto con los consultantes el proyecto de cambio y de solución del problema y
desplegar, desde el acompañamiento, la deliberación y la responsabilidad compartida, el
paso a paso de un proceso sistemático orientado a la solución eficaz del problema.
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diferentes y para el diseño y el despliegue coordinado de intervenciones que sean eficaces
para comprender y resolver los problemas psicológicos.
28
PARTE I
29
1
Según la raíz etimológica de “consejo” (consilium, deliberar consigo mismo o con otro,
resolver, tomar una determinación) (véase Costa y López, 2003), el Consejo Psicológico
(CP), o lo que otros autores denominan consultoría (Froján, 1998) psicológica, es una
alianza de trabajo entre consejeros o consultores y consultantes en la que ambos
deliberan juntos en los procesos de cambio que conducen al afrontamiento y solución de
los problemas psicológicos (cuadro 1.1) (Krumboltz y Thoresen, 1981).
Se podría definir problema psicológico como una experiencia biográfica integral, de duración y
gravedad variables, que se origina y tiene lugar durante el afrontamiento de diversas circunstancias,
demandas y dificultades de la vida, y especialmente de sucesos adversos (muerte de allegados,
experiencias traumáticas, sucesos vitales estresantes, demandas y cambios importantes), en el
curso del cual las decisiones y acciones adoptadas resultan inapropiadas, ineficaces o
contraproducentes y dan lugar a dificultades y desajustes en el desempeño de otros quehaceres de la
vida (escolares, familiares, laborales, relaciones sociales) que son significativos para la persona y
sobre los que ésta tiene responsabilidades. Pérez Álvarez define el trastorno psicológico como “la
conducta que se vuelve problemática para el propio sujeto en su esfuerzo adaptativo ante
situaciones conflictivas o de fracaso” (2003: 27). Por ser una experiencia biográfica integral, están
implicadas y afectadas en mayor o menor grado todas las dimensiones biográficas en el curso del
afrontamiento que define el problema (hiperalerta, preocupaciones, hiperreflexión, ansiedad,
depresión, dolor, sufrimiento). Por sí solos, los pensamientos recurrentes y persistentes que se
experimentan como intrusivos y que son juzgados como absurdos por la propia persona no
determinan un “problema psicológico obsesivo compulsivo”. Ha de haber además malestar
emocional y acciones compulsivas (lavarse las manos, rituales de comprobación, etc.) que
interfieren con los quehaceres y responsabilidades diarias. Por sí solos, el miedo y la ansiedad ante
una amenaza o una demanda exigente no determinan un problema o “trastorno de ansiedad”, a
menos que el afrontamiento de la amenaza o de la demanda se acompañe de acciones de ataque o de
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huida que interfieren en quehaceres significativos de la persona. La tristeza experimentada ante una
pérdida significativa no constituye por sí misma un problema psicológico de depresión, a menos
que, además de esta experiencia emocional, el afrontamiento de la pérdida se acompañe de
pensamientos (hiperreflexión) y acciones (prolongación de la queja, quedarse en casa) que
interfieren con la asunción de las responsabilidades que la persona tiene contraídas. Por ser una
experiencia que implica un afrontamiento transaccional, en la configuración de la misma no está
implicada solamente la persona que experimente el problema, sino también las demás circunstancias
y personas que intervienen en la transacción. Por ser una experiencia contextual, en la experiencia
del problema, en su gravedad, en su curso y en la caracterización de la misma como problema,
como trastorno o como psicopatología desempeña un papel importante el juicio que el contexto
social y profesional hace del afrontamiento realizado y de las dificultades a las que da lugar.
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No obstante todo ello, en el curso de la historia los problemas psicológicos han sido
considerados, y siguen siéndolo, como enfermedades, como psicopatologías, han sido
patologizados y psicopatologizados. La práctica profesional en el ámbito de la
denominada “salud mental” está fuertemente impregnada de esta perspectiva patológica.
El Manual plantea, pues, una rebelión epistemológica y ética y un cambio radical de
paradigma que comporta un análisis crítico de la ortodoxia del modelo
psicopatológico, que es un análogo del “flogisto” de los alquimistas (cuadro 1.2). Plantea
rescatar los problemas psicológicos del mundo de la patología y restituirles su verdadera
naturaleza y su significado, despatologizarlos, emanciparlos de la vieja doctrina que dice
de ellos esto es una enfermedad, y que dictamina que algunas personas, por el hecho de
experimentar un problema vital, están enfermas, son enfermas, tienen una enfermedad
que necesita ser curada, y que sus comportamientos son un fenómeno patológico o son
indicios, síntomas y signos de la enfermedad que padecen. Plantea además acometer una
profunda regeneración de la psicología clínica, para lo cual es también preciso
despatologizarla. En ese caso, el CP podría ser considerado como una psicología clínica
regenerada, despatologizada.
Según la vieja doctrina de los alquimistas, el “flogisto” era una sustancia que se suponía que estaba
en las cosas y que hacía que éstas ardieran. La quimera del flogisto fue superada por las evidencias
aportadas por Lavoisier acerca de la combustión. El viejo modelo patológico de la enfermedad
mental, una sustancia que se supone está dentro de las personas, en su cerebro, en su sangre o en
su epigastrio, y que haría que “ardieran” en ellas sus delirios y sus alucinaciones, debe dar paso a
las explicaciones científicas y a las evidencias que aporta la psicología. Desde un punto de vista
epistemológico, no es una mera analogía bufa el comparar la quimera “flogística” de la enfermedad
mental con la opinión de Huarte de San Juan que consideraba que la manía era debida a un cambio
de temperatura en el cerebro, o con la de Maudsley, que consideraba que el flujo masivo de sangre
al cerebro podía determinar la excitación de las ideas, o con la que, en la actualidad, atribuye los
desequilibrios psicológicos a desequilibrios bioquímicos en el cerebro. Para Szasz (2007b), la
enfermedad mental es a la psiquiatría lo que el flogisto fue a la alquimia, en la medida en que el
flogisto se adujo como “explicación” de la combustión, del mismo modo que la “enfermedad
mental” se aduce como “explicación” de los problemas psicológicos.
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justamente eso lo que hace preciso desmantelar la retórica psicopatológica. El
reconocimiento de esos problemas y la ayuda para poderlos afrontar y resolver no han de
hacerse a costa de convertirlos en entidades clínicas patológicas y psicopatológicas.
Durante la Edad Media, y aún bien entrada la Edad Moderna, prevalece una concepción mágico-
religiosa, según la cual estos comportamientos podrían ser un castigo divino por los pecados
cometidos, como Burton (2006) en el siglo XVII opinaba de la “enfermedad de la melancolía”, o el
efecto de una posesión diabólica (“endemoniados” o “posesos”) por mediación de un maleficio de
las brujas, como se sostenía a finales del siglo XV en la obra El martillo de las brujas de los
dominicos Krämer y Sprenger (1976).
Es a lo largo de los siglos XVI y XVII cuando crece la concepción de la locura como una
enfermedad, si bien “enfermedad del entendimiento” (cuadro 1.4).
33
La novela de Cervantes El licenciado Vidriera, escrita en 1613, refleja las creencias que en la baja
Edad Media vincularon la locura con las prácticas de magos y curanderas, y su tratamiento, a los
exorcismos practicados por clérigos, pero se hace eco también de las concepciones hipocrático-
galénicas en relación con la alteración de la facultad del entendimiento asociada al cerebro. Tomás
Rodaja, después de haber comido membrillo toledano que tenía el veneno de un hechizo amoroso,
quedó con todos los sentidos turbados. “Sólo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no la del
entendimiento; porque quedó sano, y loco de la más extraña locura (...). Imaginóse el desdichado
que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles
voces, pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le
quebrarían (...). Un religioso de la Orden de San Jerónimo que tenía gracia y ciencia particular (....)
en curar locos, (...) le curó y sanó, y volvió a su primer juicio, entendimiento y discurso”.
El médico Huarte de San Juan es uno de los máximos exponentes de la ortodoxia hipocrático-
galénica en el siglo XVI español, entreverada, en su caso, con la ortodoxia católica, política e
ideológica del reinado de Felipe II. Para Huarte, todas las habilidades humanas, todas las virtudes y
vicios y la variedad y diferencia de ingenios son “disposiciones naturales”, nacen de la naturaleza
concretada en el temperamento, de forma que la posición, la función y los privilegios que cada uno
ocupa en el cuerpo social vienen impuestos, de manera hereditaria y determinista, por el
temperamento que a cada uno le asigna la naturaleza que es, a su vez, vicaria de la voluntad divina.
Si Felipe II es rey, lo es, no sólo por ser hijo de Carlos V, sino también porque la naturaleza lo ha
dotado del temperamento “perfecto” que le hace digno de la función real. En su obra Examen de
ingenios para las ciencias, publicada en el año 1575, y que tuvo una amplia difusión en toda Europa
y probable influencia en la concepción cervantina de la locura (a don Quijote “se le secó el cerebro,
de manera que vino a perder el juicio”), considera que el cerebro, los “sesos”, es el asiento del alma
racional y el “instrumento que naturaleza ordenó para que el hombre fuese sabio y prudente”
(Huarte de San Juan, 1989: 280), y fuese capaz de entender y de producir los conceptos, razonar,
imaginar y recordar, para todo lo cual es preciso que su temperamento se mantenga “bien templado,
con moderado calor” (pág. 285). Pero, “si el hombre cae en alguna enfermedad por la cual el
celebro de repente mude su temperatura (como es la manía, melancolía y frenesía), en un momento
acontece perder, si es prudente, cuanto sabe, y dice mil disparates; y si es necio, adquiere más
ingenio y habilidad que antes tenía” (págs. 304–305).
34
1.4. La patologización formal de los problemas psicológicos
Para responder al encargo, la medicina toma como marco de referencia los modelos de la
patología humana, en un momento en el que no se disponía de otros modelos capaces
de explicar aquellas experiencias. Al amparo de una pujante corriente científico-natural,
se están consolidando por entonces los modelos anatomoclínico, fisiopatológico y
etiopatológico, que van a permitir poner las bases científicas de la patología humana
(García Guerra, 1987; Granjel, 1987) (cuadro 1.6).
El modelo anatomoclínico emerge a partir de la disección de los cadáveres, muy vinculada con el
gran auge renacentista de la anatomía humana, y que tenía, entre otras, la finalidad de poder
confirmar el diagnóstico clínico con el diagnóstico post mórtem: poder ver con los propios ojos en
la sala de autopsias la lesión que es “la sede y la causa” de la enfermedad y del cuadro clínico. Este
empirismo culminará, a finales del siglo XVIII, de la mano de Bichat y de Morgagni, y en pleno
siglo XIX con la patología celular de Virchow, en el modelo anatomoclínico de enfermedad, que
supera el humoralismo hipocrático-galénico de los siglos pasados. El modelo se complementará
además, a partir de entonces, con el modelo fisiopatológico, tan vinculado a Claude Bernard, y para
el que los fenómenos patológicos son funciones fisiológicas alteradas, y con el modelo etiológico, y
ya en pleno siglo XX, con el modelo bioquímico, para el que la lesión se sitúa en el nivel molecular
y genético y que abría el campo de la patología molecular. De acuerdo con este modelo, que tan
importante papel ha tenido en la evolución teórica y práctica de la medicina y de la patología, la sede
y la causa de la enfermedad y las señales de la dolencia padecida hay que buscarlas dentro del
cuerpo, y se hacen visibles en la necropsia, a través del microscopio, o mediante la utilización del
laboratorio y de una adecuada tecnología. No obstante, no siempre y en todos los casos se
35
resolverá de manera clara la cuestión de si las lesiones encontradas son la sede y la causa de la
enfermedad o el resultado de las alteraciones producidas en el proceso morboso.
Por otra parte, muchos cuadros clínicos que afectan al sistema nervioso central,
como ocurría con la sífilis, presentan alteraciones en el comportamiento, lo cual parecía
avalar la virtualidad explicativa de estos modelos en los problemas psicológicos.
36
Por otra parte, esta aplicación reduccionista del modelo anatomoclínico al
comportamiento quedará pronto contaminada por el dualismo cuerpo-mente (cuadro
1.7), y así la entidad patológica será una “patología de la mente”, una “enfermedad
mental”, con toda la falta de rigor que sigue lastrando el uso del artefacto verbal “mente”
y de tantas otras expresiones “mentalistas”, que impregnan incluso prestigiosos textos de
neurociencia (Kandel, Schwartz y Jessel, 1997; Pert, 1997; Damasio, 2006, 2010:
Kandel, 2007) y cuyo uso ya denunciara Bayés (1977).
René Descartes reinstaura, en pleno siglo XVII, el dualismo de cuerpo y alma que había puesto en
circulación Platón bajo la influencia de la herencia animista y órfico-pitagórica, y que prolongó la
tradición cristiana con Agustín de Hipona, frente a una concepción aristotélica según la cual el ser
humano es una sustancia unificada y el alma y el cuerpo no son dos sustancias distintas, sino que el
alma es la forma del cuerpo. Por una parte, estaría la “res cogitans” (mente, pensamiento,
conciencia, espíritu, como principal atributo del alma), que está en el tiempo pero no en el espacio y
que puede interactuar con el cuerpo por medio de la glándula pineal. Por otra, la “res extensa”
(cuerpo, procesos físico-mecánicos), que está en el tiempo y en el espacio y que está sujeta a las
leyes de la naturaleza y a los métodos de las ciencias naturales. El yo es definido sobre todo como
un ser pensante (“cogito, ergo sum”), como una sustancia enteramente distinta del cuerpo y que
puede existir sin él, lo cual impregnó de matices idealistas y mentalistas el dualismo cartesiano e
hizo todavía más profunda la brecha antropológica dualista, “la fatal dicotomía del pensamiento
científico occidental” (Lewontin, Rose y Kamin, 1996: 63). Esta brecha dualista se manifiesta en lo
que Szasz (1968) denomina “mito de la enfermedad mental”, que se forja, según él, a partir de los
estudios de Charcot sobre la histeria a la que éste denomina “enfermedad nerviosa funcional”,
aunque lo cierto es que la utilización de la expresión “enfermedades mentales” es anterior a Charcot.
En su Anatomía de la melancolía, escrita en el año 1621, Burton (2006), diferenciaba entre
enfermedades del cuerpo y enfermedades de la mente. Leuret (2001) se preguntaba si la locura es
“una enfermedad mental o corporal (cerebral)”, y utiliza indistintamente la expresión “alienación
mental” y “locura” para referirse a la “confusión de las facultades intelectuales”, “desórdenes de la
razón” o “aberraciones mentales”. También Maudsley hablaba en 1868 de “enfermedad mental”. En
todo caso, de acuerdo con el mito, si el comportamiento está “causado por la mente”, el
comportamiento “trastornado” estaría causado por una “mente trastornada o enferma”.
37
La “patología mental” se irá consolidando con el despliegue de la psiquiatría
francesa, británica y alemana en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del siglo
XX (cuadro 1.8), como una rama de la patología general, reproduciendo los
componentes y el curso de cualquier otro proceso clínico: etiología, anatomía patológica,
fisiopatología, patogenia, sintomatología, diagnóstico, tratamiento, curación.
Desde la primera psiquiatría británica, Maudsley decía: “Una predisposición a la locura significa un
defecto o vicio real (…) en la constitución o composición del elemento nervioso, del cual los
fenómenos mentales son manifestaciones funcionales (...). Cuando hay un rápido flujo de sangre
sana de los centros cerebrales superiores (...) la excitación e interacción de las ideas procede con
gran vivacidad (...). Pero cuando la sangre degenera en una mayor o menor estasis o congestión
(...), entonces hay una incapacidad para pensar (...), el estancamiento de la sangre se acompaña de
un penoso estancamiento de las ideas (...) las ideas delirantes son la expresión de la situación de las
cosas en los centros superiores (...) la presencia de bilis en la sangre puede llevar a cualquiera a
considerar su medio y su futuro de forma más ensombrecida (...). No admite discusión el hecho de
que todo grado de desorden mental (…) puede deberse a la no evacuación de los desechos de los
tejidos que se encuentran en la sangre (...)” (1991: 267). En el marco de la neuropsiquiatría
alemana, Griesinger en su Patología y terapia de las enfermedades psíquicas, publicada en 1845,
afirma que la locura es un síntoma de lesiones difusas de la corteza cerebral, que las enfermedades
psíquicas son enfermedades del cerebro, “enfermedades de los nervios”, de ahí que otorgue
primacía a la anatomía patológica del sistema nervioso. Neisser consideraba que las autorreferencias
de la paranoia eran debidas a una lesión orgánica localizada de elementos neurológicos, cuyo
descubrimiento es “incuestionablemente la meta del diagnóstico psiquiátrico” (citado en Álvarez y
Colina, 1997: 90). Para Kräpelin, la locura es “la expresión de operaciones cerebrales patológicas”
(1988: 134) y “lo que determina ante todo la morfología de los trastornos psíquicos es la extensión
en el cerebro del proceso que los engendra” (pág. 147).
Por otra parte, los diferentes tipos de “patología mental” se irán incluyendo en los
correspondientes sistemas nosológicos y taxonómicos, desde los más simples de Pinel o
Esquirol, pasando por las profusas nosologías de Kahlbaum (1995) o de Kräpelin (1988),
hasta el sistema clasificatorio neo-kräpeliniano DSM. Al definirlo como un asunto de la
patología médica, se autolegitima también la intervención médica. En efecto, si estos
comportamientos los “tratan” los médicos, es porque es un asunto del que los médicos
entienden, del mismo modo que cuando los trataban los clérigos era por ser un asunto del
que éstos entendían, una posesión diabólica. A la vez que se consolida la “patología
mental”, se van configurando también los contornos de la psiquiatría como disciplina
autónoma junto con las demás disciplinas médicas, como “medicina psíquica” o
“medicina mental”, que reivindicará cada vez más que se le dé por supuesta su capacidad
38
para dictaminar que determinados comportamientos son una enfermedad o se deben a
una enfermedad, como puede verse en la polémica cárcel o manicomio (cuadro 1.9).
Kräpelin la define como el estudio de “las enfermedades mentales y su tratamiento”, si
bien mostraba que “hablando con exactitud, acaso no debiéramos decir que sea la mente
la que padezca trastornos morbosos” (1988: 21), consciente de que las “alteraciones de la
vida mental que se acompañan o determinan por estados físicos” o “trastornos en la
percepción, la memoria y el juicio; las ilusiones y las alucinaciones, los estados de ánimo
y los cambios en la actividad voluntaria” pertenecen a un “orden de fenómenos
morbosos” que constituyen una “nueva sintomatología”. No obstante, les dice a sus
alumnos que “sin grandes dificultades, con la guía de vuestros conocimientos en
patología general, os será fácil seguir el estudio de esta rama de la medicina” (1988: 38).
Desde el comienzo del siglo XIX, fue práctica común que los tribunales solicitaran la opinión de un
médico “alienista” en una causa criminal para que emitiera su dictamen respecto a la posible
“perturbación mental” de un procesado, respecto a “si ha venido cruel enfermedad a oscurecer su
mente” (Rey González, 1990: 215) y a la posibilidad de que la conducta criminal pudiera ser
explicada como el “acto irresponsable de un loco o alienado”, cometido bajo los efectos de la
supuesta enfermedad, y cuyo autor pudiera ser, en consecuencia, eximido de responsabilidad e
inimputable. En pleno siglo XIX, el español Pedro Mata, organicista convencido de que las
alteraciones mentales están íntimamente asociadas a las afecciones del cerebro, no duda en afirmar
que “los expertos más a propósito para determinar si la inteligencia de este o aquel individuo está
afectada hayan de ser los profesores que han consagrado sus tareas al estudio de la fisiología y
patología del cuerpo humano” (citado en Rey González, 1990: 54). Esquerdo y Zaragoza, primera
figura de la psiquiatría madrileña del siglo XIX, consideraba un deber ineludible del médico alienista
ilustrar al poder judicial respecto de las perturbaciones mentales, haciendo realidad la aspiración de
que “(…) Dios desde las alturas bendecirá el tálamo conyugal de la ciencia y del poder” (Rey
González, 1990: 237). Parar él, Juan Díaz de Garayo, un asesino apodado “el Sacamantecas”,
estaba loco y su tratamiento habría de ser el manicomio, y no la cárcel o el cadalso (véase Rey
González, 1990: 199–237).
39
caso, una vez redefinidos como enfermedades, el modelo debía buscar “evidencias” de la
supuesta “sede y causa” de la patología con las que poder justificar la redefinición. En su
discurrir histórico, esta búsqueda ha seguido direcciones varias, desde el desequilibrio de
los humores que postulaba Huarte de San Juan hasta el desequilibrio de los
neurotransmisores cerebrales, considerada por la Asociación Mundial de Psiquiatría y por
la empresa farmacéutica Lilly como doctrina “sofisticada”.
Pero basta hacer un recorrido por los escritos de las figuras clave de la psiquiatría de los
siglos XVIII, XIX y XX para constatar que no hay un solo lugar en el que se muestre
evidencia alguna de que los comportamientos observados sean una enfermedad, una
disfunción biológica o el signo o síntoma de una enfermedad, de que exista la
correspondiente anatomía patológica lesional, una relación causa-efecto entre una
hipotética lesión, disfunción o desequilibrio y el comportamiento, y la correspondiente
fisiopatología y patogenia, del mismo modo que sí la hay entre una hepatitis y la ictericia
o entre un enfisema pulmonar y la disnea. No hay más hallazgos que los
comportamientos. Como Kräpelin afirmaba, “nuestro diagnóstico debe basarse
principalmente en las acciones del enfermo” (1988: 169), pero él mismo, hablando de las
“enfermedades paranoicas”, escribía: “(...) resalta claramente la dependencia que hay
entre el cuadro clínico y sus condiciones causales, aunque nuestro conocimiento relativo
a estas circunstancias sea hoy, desgraciadamente, aún insuficiente” (citado en Álvarez y
Colina, 1997: 126). Los relatos de Lasègue sobre delirios de persecución y alucinaciones
auditivas no son otra cosa que descripciones de experiencias vitales hechas a partir de los
relatos de las personas que las tienen. Y a pesar de que afirma que “ahí hay algo más que
la exageración de una tendencia natural (...), es un elemento patológico nuevo
introducido en el organismo moral” (Lasègue, 1994: 55), no aporta ninguna prueba de la
existencia de tal “elemento patológico”. La anatomía patológica del cerebro y los estudios
cada vez más refinados de la citoarquitectura del córtex “no habían proporcionado
resultados decisivos” (Pichot, 1983: 128) (cuadro 1.10).
Nos advertía Esquirol, no sin cierto desencanto: “(...) que nadie espere que vamos a señalar el lugar
donde se encuentra la locura, ni señalar la naturaleza y el lugar de la lesión orgánica que determina la
40
locura. Estamos todavía muy lejos de ello. Las autopsias realizadas hasta el momento han sido
inútiles. Todos los trabajos sobre la anatomía del cerebro no han producido otros resultados que
(...) la certeza desesperante de que jamás se podrán deducir de estos datos conocimientos aplicables
al ejercicio de la facultad pensante ya sea en el estado de salud o de enfermedad” (1991: 93).
También Kahlbaum expresaba en 1863 su extrañeza ante la falta de “aclaraciones” aportadas por la
anatomía patológica del cerebro, debido tal vez, suponía él, a no haber “disecado y escudriñado
suficientes cadáveres de locos” (1995: 98). Neisser afirmaba en 1891: “De la insuficiencia de lo
ofrecido soy claramente consciente. Caracterizar una enfermedad cerebral como focal precisa la
prueba de una localización circunscrita cuyo cambio patológico está en relación legítima con
funciones concretas. Una prueba tal no la he podido aportar” (Álvarez y Colina, 1997: 90). En
1917, Kräpelin afirmaba: “Por desgracia, el interés verdaderamente psiquiátrico de los
descubrimientos hechos en anatomía cerebral ha resultado inferior a lo que cabía esperar (...) se
entiende que los intentos de explicación anatomopatológica de la locura hayan llevado en muchas
ocasiones a un cierto desaliento” (1988: 143–145).
Las pruebas aportadas nunca han llegado a tener, pues, más respetabilidad científica
que la astrología (Bentall, 2006, 2009), o la que podría tener la posesión diabólica, las
especulaciones de Huarte de San Juan sobre los humores calientes en el cerebro, las
supuestas lesiones del cerebelo como causantes de los delirios eróticos, o las metáforas
que se refieren a “tener el demonio metido en el cuerpo” o “estar mal de la cabeza”.
41
único hallazgo consistente son los comportamientos sobre los que se opera la
metamorfosis declarativa. Y la única evidencia de que esos comportamientos son una
enfermedad es que algunas personas declaran que otras la padecen. El único parecido
que tienen con una enfermedad es el nombre. Si nos atenemos a los criterios
anatomopatológicos y fisiopatológicos del modelo anatomoclínico, una enfermedad como
la cirrosis o el melanoma no puede ser inventada mediante el lenguaje, ha de ser
evidenciada de forma rigurosa. Pero la ficción de la psicopatología, en una flagrante
transgresión de los criterios epistemológicos del propio modelo anatomoclínico, permite
inventar enfermedades a base de ponerles tal nombre a determinadas experiencias. Esto
convierte el modelo psicopatológico en una “construcción pseudológica engañosa”
(Gentis, 1972: 8) que pretende hacer pasar por real una ficción, y nos evoca la
advertencia de Claude Bernard de que “hay que aferrarse a los fenómenos y ver las
palabras como expresiones vacías de significado si los fenómenos que debían representar
no se encuentran definidos o ni siquiera existen” (cit. en Bayés, 1977: 129).
Por todo ello, la metamorfosis declarativa no es una evidencia, es una creencia, una
“verdad revelada” en la que hay que creer por la autoridad de quien la enuncia. De
hecho, Kurt Schneider reconoce que su postulado sobre la ciclotimia y la esquizofrenia
tiene que ser “una profesión de fe” (1997: 35) (cuadro 1.11). El modelo anatomoclínico
que aporta a la comprensión de la enfermedad humana el método científico natural, se
comporta, sin embargo, como un modelo “sobrenatural” cuando se aplica a la
comprensión del comportamiento humano y de los problemas psicológicos.
Coherente con su “profesión de fe”, Kurt Schneider reconoce que “nos son desconocidos los
procesos morbosos que subyacen a la ciclotimia y a la esquizofrenia. Pero que a ellas subyacen
enfermedades, eso es un postulado que tiene muy buenos apoyos, una hipótesis que está muy bien
fundada” (1997: 33). Pero, ante la falta de pruebas sobre los supuestos “procesos morbosos”,
Schneider no deja de reconocer que su postulado pueda ser tachado de “dogmático”. Los únicos
apoyos que Schneider puede aducir son los comportamientos que definen la ciclotimia y la
esquizofrenia, a los que superpone arbitrariamente la declaración patológica, quedando, de esta
manera, reinventados como “hechos psicopatológicos”, como síntomas psicopatológicos, lo cual
modifica radicalmente la naturaleza de lo somatopatológico definida por el modelo anatomoclínico al
que, sin embargo, Schneider proclama adherirse. En efecto, de acuerdo con el propio Schneider,
42
“(...) en psiquiatría el concepto de enfermedad es para nosotros un concepto estrictamente médico.
La enfermedad misma se da únicamente en lo somático y nosotros llamamos “morbosas” a las
anormalidades psíquicas cuando cabe atribuirlas a procesos orgánicos morbosos” (1997: 31). Pero
Schneider dará un paso más decisivo todavía en el camino de la patologización del comportamiento
humano. Aun cuando considera que las “personalidades anormales” y las “reacciones vivenciales
anormales” no son enfermedades, sino que son variedades anormales del psiquismo, inviste, sin
embargo, con la denominación de “psico(pato)logía” a un grupo de personalidades anormales, las
personalidades psicopáticas, de las cuales nos ofrece una clasificación pintoresca (psicópatas
menesterosos de notoriedad, abúlicos, explosivos, asténicos, desalmados, etc.). Lo psicopatológico
adquiere así con Kurt Schneider carta de naturaleza, como algo distinto de lo somatopatológico.
Esta equivalencia funcional permite dar el salto epistemológico y lógico por el que la
categoría patológica (“esto es una enfermedad”, “esta persona tiene una enfermedad”),
que empezó siendo tan sólo un nombre para designar los comportamientos observados,
se cosifica, se sustantiviza como una entidad realmente existente (enfermedad mental,
trastorno límite de personalidad, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno de ansiedad
social ), lo cual constituye el error lógico de la reificación que ya William James
denunciara. El nombre se toma por la cosa, a pesar de que, como advertía el padre de la
semántica, Alfred Korzybski, “el nombre no es la cosa”. Se muestra como
“descubrimiento” de algo real y preexistente lo que es una pura invención, se cree
mágicamente que la expresión “es una enfermedad” se corresponde con una enfermedad
realmente existente, como si el dar un nombre a algo dotara de existencia a ese “algo” y
como si las palabras fueran la “prueba” de la existencia de lo que nombran. A partir de
43
aquí, ya no será ni siquiera preciso aportar evidencias de lo que se dice, bastará con
decirlo.
44
indudablemente patológicos en el cerebro (...) (Schreber, 2003: 325), aunque
nadie desde entonces nos haya sacado de la duda que seguimos albergando
respecto a esos “procesos indudablemente patológicos”. Para Schneider, la
ciclotimia y la esquizofrenia “no están asociadas a vivencias”, son un
“proceso psicológicamente inderivable” de las vivencias, derivan
directamente de la causa morbosa: “con las psicosis hace acto de presencia
algo cuyo estar-ahí no es comprensible a partir de experiencias y vivencias”
(1997: 162).
1.6.5. La retórica del síntoma y el desafío como síntoma del trastorno desafiante
45
El modelo patológico establece que, una vez diagnosticadas como “enfermas”, lo que
estas personas hagan o digan (automatismos, gestos estereotipados, mutismo, miedo a ser
dañados, quejas por el tratamiento que reciben y por sus efectos secundarios, explosiones
de ira y hostilidad, delirios, alucinaciones, tristeza, ansiedad, etc.) puede ser un indicador
de que, en efecto, padecen la enfermedad diagnosticada. Sus comportamientos perderán
su carácter autónomo y su significación biográfica y serán recategorizados como signos o
síntomas de la enfermedad que padecen, como la tos y el esputo lo podrían ser de la
bronquitis, y así la timidez y la ansiedad suscitada ante determinadas situaciones sociales
serán un síntoma del “trastorno de ansiedad social” o de la “fobia social”, y el
comportamiento desafiante será síntoma del “trastorno negativista desafiante”. Pero si la
supuesta enfermedad es una logomaquia, pura retórica, el síntoma, supuesto indicador de
la misma, es también un enunciado vacío de contenido referente, pura retórica, un
espejismo verbal al que, no obstante, se le otorgarán equivalencias funcionales literales
con los síntomas de una enfermedad.
Antes y más allá de las consideraciones que se puedan hacer sobre su dudosa validez y
fiabilidad (Ullman y Krasner, 1975; Fernández Ballesteros y Carrobles, 1981; Follete,
1996; Follette y Houts, 1996; Comeche y Vallejo, 1998; Pérez Álvarez, 2004; Bentall,
2009), la debilidad radical de los sistemas diagnósticos de tipo DSM, y de las categorías
psicopatológicas que incluyen, proviene de que las supuestas enfermedades son
enfermedades ficticias. No obstante, una vez concedida legitimidad social a la
categorización patológica, y logrado un cierto grado de consenso entre los profesionales
como criterio de verdad, el diagnóstico patológico y psicopatológico se convierte en una
tesis que no admite dudas ni discrepancias. Como la única evidencia de la declaración
es ella misma, se preserva contra toda posible refutación, lo cual otorga un gran poder a
quien la declara. Resulta difícil no comparar esta creencia en el valor irrefutable del
diagnóstico con los delirios de aquella persona a la que se refería Legrand du Saulle y con
la cual “es vano esforzarse en demostrarle lo contrario, en hacerle ver que no hay nada
menos probado y que está dando por buenas hipótesis completamente gratuitas” (citado
en Álvarez y Colina, 1997: 236). ¿No es acaso el diagnóstico de enfermedad aplicado al
comportamiento humano una “hipótesis completamente gratuita” porque “no hay nada
menos probado”? ¿Será el diagnóstico psicopatológico un auténtico delirio?
46
1.7.1. La perspectiva sindrómica
47
1.7.2. ¿Enfermo o bribón?
“Entre las más bajas profundidades de la locura y el grado más alto de salud mental alcanzado, hay
una infinita variedad de gradaciones superponiéndose insensiblemente una sobre otra (...), de
manera que ningún hombre podrá decir claramente dónde termina la salud y comienza la locura, o
determinar con certeza en cada caso si una persona está o no loca” (Maudsley, 1991: 146). Kräpelin
señala las dificultades de “discernir entre lo sano y lo enfermo” y el riesgo de “tomar por
perteneciente a un campo lo que corresponde al otro” (1988: 303), como el caso de un condenado
por estafa: “Dudoso es afirmar si este hombre es un alienado en el estricto sentido de la palabra.
Más bien parece tratarse de un redomado bribón de nacimiento (...). Juzgado este individuo a la luz
de nuestras leyes penales, parecerá que se trata simplemente de un criminal y de un estafador; pero
el médico ve con claridad que padece de una congénita incapacidad para manejarse en la vida social
ordenada, defecto superior a la influencia de toda educación (...). Este caso hállase en la zona
colindante de la mentira patológica con la bribonería (...)” (1988: 309).
A partir de esa frontera, unas conductas “son” enfermedad, las demás siguen siendo
comportamientos normales. Kurt Schneider afirma, sin fundamento alguno, que hay, por
un lado, “anormalidades psíquicas que son variedades anormales del psiquismo” y, por
otro, “anormalidades psíquicas que son consecuencia de enfermedades” (1997: 25), y
que no hay transición entre las personalidades anormales y las psicosis, sino que se da
entre ellas una “frontera nítida”. En éstas habría “algo nuevo hacia lo cual no se dan
transiciones” (1997: 37), el mismo “elemento patológico nuevo” al que apelaba Lasègue,
aun cuando de tal “novedad” ni Schneider ni Lasègue aporten evidencia alguna. Las
dudas respecto a la legitimidad de la frontera revestirán un carácter especial cuando se
planteen en relación con las creencias mágico-religiosas tan comunes en la población
(cuadro 1.14).
48
Refiere Leuret (2001) el caso de un interno del hospital de Bicêtre que decía estar habitado por
espíritus enviados de Dios que se alojaban en sus oídos y le daban órdenes a las que no se podía
resistir. Pese a vituperar al interno en público por sus “extravagancias” y a someterle inútilmente al
procedimiento coactivo de la ducha, con el objetivo de que “se retracte de sus locuras”, el interno
gritaba con fuerza que no estaba loco y que “sus contactos con los seres espirituales eran un
beneficio para él y no una enfermedad”. Leuret se muestra pesimista respecto a la existencia de un
tratamiento efectivo para las alucinaciones y los delirios, puesto que “para desengañarle me
encuentro con una dificultad mucho mayor: que esa creencia en espíritus capaces de introducirse
en el cuerpo humano no es exclusiva de los alienados” (2001: 133). Kräpelin, por su parte, escribe:
“(...) podría afirmarse que el mundo de las ideas de un salvaje, que se ve rodeado constantemente
de demonios y percibe un sinfín de señales anunciando desgracia o felicidad, o el brujo que domina
la fuerza mágica de los fetiches y, mediante conjuros, produce acontecimientos sobrenaturales, no
difiere básicamente en demasía de un sistema delirante paranoico, solamente que en aquél se trata
de niveles culturales y en éste de un desarrollo personal enfermizo” (citado en Álvarez y Colina,
1997: 181).
Un comportamiento que esté “bajo sospecha” por ser “anormal” o problemático (es
raro, incomprensible, produce sufrimiento, crea problemas en los contextos habituales,
cuenta con poca o nula aceptación social) puede ser “candidato” para traspasar la
frontera elástica e ingresar en el reino de lo patológico de los “trastornos mentales”.
Cuando, debido a múltiples factores, el mecanismo de “quita y pon” opera en sentido
49
inverso, como ha ocurrido, en medio de reñidas votaciones, con la homosexualidad,
entonces se lo despatologiza por la vía de quitarlo de la lista y se lo reintegra al reino de
lo normal. Desprovisto de patología, ya no será necesario localizarle la “lesión causal”, o
el “gen gay responsable”. Desde la segunda mitad del siglo XVIII, y a lo largo de los
siglos XIX y XX, el proceso de patologización, que tantos han denunciado (Moynihan,
Heath y Henry, 2002; Follette y Houts, 1996; Sazsz, 2007a; Blech, 2005; González y
Pérez, 2007), ha ido colonizando sin control casi todas las áreas de la vida, teniendo en
algún momento una preferencia especial por el comportamiento sexual (Comfort, 1972)
(cuadro 1.15), hasta el punto de que “no hay alienista a quien no se haya acusado, ya en
serio, ya en broma, de ver locos en todas partes” (Kräpelin, 1988: 303). Kurt Schneider
constataba ya, casi como profecía de la patologización epidémica actual de la tristeza y
de la depresión, la patologización de la “pena”:
[...] los individuos que acuden al médico con una pena constituyen ya,
en su conjunto, una selección negativa. A generaciones anteriores a la
nuestra no se les habría ocurrido pensar que esa pena era una ‘enfermedad’
ni desembarazarse de ella de esa manera. Y con razón sigue oponiéndose a
eso todavía hoy la persona madura que toma sobre sí su destino como una
tarea y como una responsabilidad (1997: 81).
El onanismo, obra escrita en 1760 por el médico, higienista y asesor papal Samuel Augusto Tissot
(2003) desde una perspectiva humoral del funcionamiento del organismo, y que tuvo una amplísima
repercusión social, es una muestra del papel otorgado ya entonces a la medicina en los procesos de
socialización y de educación moral, y un amplísimo repertorio de los numerosos males terribles y
peligros mortales que podía ocasionar la masturbación, considerada como una perversión, como
una enfermedad e incluso como un “acto suicida”. Años más tarde, Esquirol la consideraría un
“azote de la especie humana” y causa de locura sobre todo en los ricos.
50
González y Pérez, 2007; Bentall, 2009).
El poder del diagnóstico tiene un fuerte impacto en las vivencias de las personas
diagnosticadas.
Varios estudios referidos por Read y Haslam (2004) muestran que las personas que aceptan una
perspectiva de enfermedad adoptan un rol pasivo con los profesionales, manifiestan un menor
51
control percibido sobre la “enfermedad” que padecen, y que la depresión de quienes tienen
experiencias psicóticas está asociada con esa percepción de ausencia de control. En esos casos, las
probabilidades de cambio pueden ser experimentadas con sentimientos de desesperanza, de
impotencia y de pesimismo. La indefensión, por otra parte, puede hundir en la condena, y en la
complacencia, de la cronicidad. Cuando eso ocurre, las promesas de cambio hacia algo mejor
pueden constituir una amenaza y provocar tenaces resistencias porque pueden acarrear mucha
incertidumbre y muchos imprevistos y arrebatarles las ventajas que reportan la indefensión, la rutina
y la exención de responsabilidades.
Si, además, lo que les ocurre es un indicador de una patología que no pueden
comprender, un jeroglífico que no pueden resolver (Schatzman, 1973), entonces las
vicisitudes que aducen como determinantes de lo que les preocupa no son un
determinante “real”, resultan irrelevantes, y sus intentos por encontrarles sentido pueden
ser pasados por alto. No podrán comprender y explicar lo que les pasa hasta que se les
diagnostique lo que les pasa “en realidad”, es decir, la enfermedad que padecen.
Una enfermedad como una anemia o un carcinoma es algo que sobreviene y que se
sufre, pero el comportamiento es una experiencia en la que se hace que algo ocurra con
52
un propósito y asumiendo la responsabilidad de las consecuencias. Pero si el diagnóstico
psicopatológico declara que lo que uno hace está “inducido” por la enfermedad que
“padece”, o porque “nadie lo haría –se dice– estando en su sano juicio”, entonces queda
reducida o anulada su responsabilidad. “No soy yo, es la enfermedad que obra en mí, es
mi desequilibrio dopaminérgico”, podría aducir, al igual que la posesión diabólica era
invocada por Juana de los Ángeles (2000) como eximente de la responsabilidad de los
pensamientos, fantasías y actos supuestamente inducidos por esa posesión: no soy yo, es
el demonio que obra en mí. Esta “absolución de responsabilidad” puede reportar
beneficios secundarios que, a su vez, refuerzan la creencia en la patología. Tiene además
implicaciones para la responsabilidad criminal (Szasz, 2007a), cuando un acusado
puede ser declarado no responsable por estar “bajo los efectos” de una “enfermedad
mental” (cuadro 1.17).
El maestro de escuela Ernst Wagner había degollado un día del año 1913 a su mujer y a sus cuatro
hijos, y al día siguiente en la ciudad de Mühlhausen incendió algunas posadas y disparó
indiscriminadamente sobre la población causando 9 muertos y varios heridos. El psiquiatra Robert
Gaupp (citado en Álvarez y Colina, 1997: 204–233) fue el encargado de peritar el caso y emitió el
diagnóstico de “paranoia crónica sistemática”. Debido a ello, Wagner fue declarado “no
responsable” de sus actos e ingresado de por vida en un manicomio. Para Wagner supuso una
humillación esta declaración de “irresponsabilidad”, se indignó en contra de Gaupp, se negó a ser
considerado enfermo mental y reclamó insistente e inútilmente ser sometido a juicio con jurado
como persona responsable de sus actos y ser ajusticiado por los crímenes que había cometido. El
diagnóstico de Gaupp fue inamovible y las demandas de Wagner a la Fiscalía del Estado para que se
reabriera su caso fueron denegadas: “el enfermo sabe que es nuestro informe el que ha impedido
que se cumpla su designio más fervoroso, el de ser ajusticiado. Naturalmente, no nos lo ha
agradecido” (pág. 206).
Refiere Kräpelin un caso en el que “se creyó necesario certificar su estado de locura, pero los
médicos no estuvieron acordes. Uno manifestó que nuestro enfermo padecía de estados de
53
semiinconsciencia periódicos, y otro, que su conducta no era patológica, sino que se trataba de
marrullerías y astucias. El mismo enfermo llegó a alegar en una de sus demandas como ‘razón de
peso’ que era mentalmente irresponsable, por lo cual no debía ser castigado (...)” (1988: 312).
Maudsley decía que “muy diversos actos, que pueden ser resultado de una insania, pueden ser
también los actos de una persona criminal o viciosa, en quien no hay razón para sospechar la
existencia de una enfermedad (...), la locura homicida no debe ser admitida como tal en un caso,
sólo porque se haya cometido un crimen sin que se pueda descubrir el motivo”, y refiere el caso de
una mujer que había matado a su hijo y que fue diagnosticada de “locura homicida” y declarada “no
responsable”, conociéndose años después que el crimen “lo había cometido para vengarse de su
amante que se había casado con otra mujer (...)” (1991: 266–277). Se refiere Szasz (2007a) al
abuso sexual cometido por un clérigo de Boston sobre más de 100 niños durante tres décadas. En
su defensa se adujo la “patología de la enfermedad de la pedofilia” y los “actos enfermos”. Si sus
actos, legal y moralmente punibles, son síntomas causados por la “enfermedad de la pedofilia” que
supuestamente le compelía a abusar de los niños, ¿cómo poder responsabilizarle e imputarle por
ellos y culparle?, habrá que “tratarlo” de su enfermedad, aducían los peritos. Desde el momento en
que los deseos y los impulsos que experimentamos a menudo y que, sin embargo, no pasan a la
acción, por consideración hacia los demás o por motivos morales y legales, son diagnosticados
como trastornos, enfermedades o “parafilias”, adquieren la condición de impulsos “irresistibles”
precisamente por su condición de “patológicos” y quedan, por consiguiente, absueltos de
responsabilidad. Pero una vez más se cumple la tautología: son “irresistibles” porque son
“patológicos” y son patológicos porque son irresistibles. Si esos impulsos fueran “normales” serían
resistibles, pero como son “anormales” y “patológicos” porque el diagnóstico así lo dictamina,
entonces son “irresistibles” y eximen de responsabilidad a quien los lleva a cabo.
El poder del diagnóstico que codifica el problema como una “enfermedad mental”
determina un estigma que puede marcar para siempre la existencia personal, incluso en
los casos en que hayan cambiado los comportamientos en los que se basó el diagnóstico,
como pone de manifiesto el “caso Rosenhan” (cuadro 1.19).
En una experiencia reveladora y dramática, Rosenhan y sus colaboradores (“On being sane in
insane places”, Science, 179, 1973: 250–258) mostraron el enorme peso que puede tener el estigma
del diagnóstico psicopatológico. Se hicieron pasar por pacientes y se presentaron personalmente en
hospitales psiquiátricos de California, declarando que oían voces. Muchos fueron hospitalizados.
Después de haber sido hospitalizados, declararon que sus síntomas habían cesado. Estas
declaraciones de normalidad, sin embargo, fueron desoídas y no dieron lugar al alta hospitalaria de
inmediato. Fueron tratados como verdaderos pacientes psiquiátricos y dados de alta después de
mucho tiempo. Uno de estos pseudopacientes que escribía notas fue descrito por el personal del
hospital como afectado por un “comportamiento compulsivo de escritura”. Cuando Rosenhan hizo
54
públicos entre los profesionales los resultados del experimento, advirtiendo que podrían acudir en el
futuro nuevos pseudopacientes a los hospitales, descendió el número de admisiones por
esquizofrenia en los hospitales psiquiátricos de la zona, aun cuando en realidad no fue enviado
ningún pseudopaciente más. Rosenhan comenta de su experiencia que “habiendo sido una vez
etiquetado como esquizofrénico, no hay nada que el pseudopaciente pueda hacer para sobreponerse
a la etiqueta, ésta colorea profundamente las percepciones de otros sobre él y su comportamiento”.
Son varios los estudios (Read y Haslam, 2004) que muestran que la población se
inclina mayoritariamente por explicaciones de carácter psicosocial referidas a los
sucesos adversos y estresantes en relación con las experiencias psicóticas. La etiqueta de
“enfermedad mental” o de “esquizofrenia” y las “explicaciones” de carácter biogenético,
que a menudo se difunden en “campañas educativas”, refuerzan y agravan el estigma. A
más “educación”, más estigma.
55
la enfermedad subyacente. Las personas con problemas son “pacientes” que poco
podrán hacer por curarse, aparte de esperar la “evolución” de la enfermedad y de
obedecer al médico: “en cierta manera, le impuse mi criterio y lo aceptó sin apenas
oposición; y decir que se ha curado es casi decir que ha obedecido” (Leuret, 2001: 212).
Pero, si el modelo psicopatológico es una quimera y el diagnóstico es una logomaquia,
entonces la supuesta “curación” no podía ser más que una quimera también. Sin
embargo, del mismo modo que la quimera del modelo no ha impedido darle literalidad a
la metamorfosis declarativa de los diagnósticos, tampoco ha impedido que tuviera lugar el
simulacro de la “curación” y la literalidad de las equivalencias funcionales de la palabra
“tratamiento”, “curación” o “terapia”.
Si la sede y la causa de los “desvaríos del juicio” residen en el interior del organismo, las
medidas “terapéuticas” habrán de ir dirigidas a la modificación de la supuesta sede y
causa y del supuesto funcionamiento fisiopatológico (cuadro 1.20).
Si la monomanía es debida, según Esquirol, a los desequilibrios del flujo sanguíneo que hacen que la
sangre fluya violentamente a la cabeza y ésta se congestione provocando los furores de la manía, el
“tratamiento” indicado habrá de ser la sangría que reduzca la hipervolemia y restablecezca el
equilibrio, que “resulta indispensable para individuos pletóricos, cuando tienen la cabeza fuertemente
congestionada, (…) se aplican sanguijuelas en la yugular” (Esquirol, 1991: 119). Las duchas con
agua fría “tranquilizan y apaciguan al rabioso, refresca la cabeza del enfermo constantemente
recalentada por la congestión sanguínea, favorece el buen comportamiento, la docilidad y el orden”
(Kräpelin, 1988: 86). El baño sorpresa en el cual la persona era tirada de forma súbita a un río o al
mar pretendía provocarle una gran conmoción y un gran terror que supuestamente tenía efectos
curativos, pues se suponía que “rompía los pensamientos aberrantes”. Si las ideas obsesivas se
deben, según el neurólogo portugués Moniz, a una fijación anómala de ciertas conexiones
interhemisféricas del córtex frontal, el tratamiento habrá de ser la cirugía que rompa esas
conexiones, la lobulotomía o leucotomía que él mismo introdujo en la práctica psiquiátrica. La
producción de convulsiones mediante descargas eléctricas (electrochoque, hoy denominado “terapia
electroconvulsiva”) aplicadas directamente en el cerebro, o mediante la hipoglucemia inducida por la
aplicación de insulina, hacen, según Cerletti, promotor del procedimiento del electrochoque, que el
cerebro segregue sustancias vitalizantes como reacción ante el estado de alarma vivido por el
organismo durante las convulsiones. Barahona Fernandes (1973) considera que la leucotomía, el
electrochoque, el choque insulínico y otras intervenciones farmacológicas provocan intensas
respuestas de alarma y fuertes reacciones emocionales de angustia de carácter catártico, así como
una solicitud de ayuda que puede causar “ricos dinamismos interpersonales” y que facilita la ulterior
56
relación psicoterapéutica (¡!), aunque, según él, puede también provocar rechazo y hostilidad hacia
el médico. En todo caso, ni la lobulotomía ni las convulsiones provocadas han conseguido un
certificado de mayor respetabilidad de la que en su día tuvieron las sangrías o la ducha fría, o
puedan seguir teniendo los exorcismos.
Por más que se hayan propugnado estos remedios, no se podía negar la evidencia de los
mismos comportamientos que se patologizaban. De hecho, basta hacer un análisis de las
intervenciones de la primera psiquiatría asilar del siglo XIX, para percibir que lo que allí
se hacía eran intentos de influir en aquellos comportamientos y cambiarlos. Desde muy
pronto, no obstante, se hicieron evidentes los inconvenientes y la ineficacia de algunos de
los procedimientos utilizados, como el encierro o las cadenas.
Haciendo un balance de la psiquiatría del siglo XIX, Kräpelin (1988) relata la situación en la que
durante mucho tiempo fueron internadas las personas calificadas de locos o de enfermos mentales y
“amansados” mediante cadenas, látigos, correas, sillas y camas de fuerza, sillas giratorias que
provocaban vértigos, náuseas y vómitos, lo cual parecía efectivo en aquellos que se negaban a
tomar los vomitivos prescritos en la melancolía, máscaras para impedir los gritos, varas y palizas
porque, como decía el responsable de un manicomio alemán, “algunos azotes con vara de abedul
obran verdaderos milagros” (pág. 35). La camisa de fuerza “sacude el espíritu y le incita a
reflexionar” (pág. 35) en opinión de Willis. Los ecos del testimonio de Kräpelin se volvieron a oír en
pleno siglo XX en la indignación y la denuncia de quienes, como Basaglia (1971), Gentis (1972),
Laing (véase Berke, 1973), y tantos otros, consideraron al manicomio, no como una institución
terapéutica, sino como una institución de reclusión, de expropiación de derechos, de humillación y
de violencia, cuyas condiciones de vida degradantes describiera Goffman (1970), y participaron del
movimiento antipsiquiátrico y de la reforma psiquiátrica institucional. Pero, a pesar de todos los
cambios producidos para superar las condiciones del manicomio, tampoco los reformadores
abandonaron la perspectiva del modelo patológico.
El propio Pinel, consciente del trato vejatorio que recibían los internos, se hace eco
57
del tratamiento moral (cuadro 1.22) que el filántropo William Tuke utilizaba en
Inglaterra con los cuáqueros con trastornos de comportamiento y trata de implantarlo en
su práctica, como harán también en Francia Esquirol y Leuret, Rush en EE UU y otros.
Por otra parte, los medios coactivos planteaban su incompatibilidad con la confianza
de los internos con el médico, por eso el médico debe hacer como si fuera inocente de la
coacción, ya que, como decía Neumann, “si el enfermo le considera autor de la
represión, pierde su confianza y, con ella, toda posibilidad de ayudarle” (citado en
Kräpelin, 1999: 100). Pinel considera que el tratamiento moral ha de ser el tratamiento
fundamental y preferible. Esquirol hablaba de la importancia de
(...) vivir con los locos para (...) apreciar los cuidados infinitos, los
detalles sin número que exige su tratamiento (...) ¡Cuánto bien hallan estos
enfermos de una comunicación amistosa con el médico que les cuida, y
recíprocamente! (1991: 97).
El tratamiento moral decayó en la segunda mitad del siglo XIX, en parte debido a las
condiciones de hacinamiento de los manicomios, que hacían difícil la intervención
personalizada y favorecían intervenciones de contención. Además, la pujanza del propio
58
modelo patológico, abrazado por los mismos promotores del tratamiento moral, influyó
decisivamente en su declive. No obstante, la perspectiva del tratamiento moral volverá a
resurgir a lo largo del siglo XX en muchas corrientes de la psiquiatría y de la psicología.
Esquirol advertía que “muchos alienados que se creen en buen estado rehúsan toda medicación; se
vence esta repugnancia haciéndoles tomar sin saberlo alguna sustancia que al irritarles el estómago
o los intestinos les provoque dolores e incluso diarreas. Estos accidentes, al inquietar al enfermo por
su salud, les vuelven dóciles”. Leuret podía escribir en 1840: “Qué me importa que un alienado me
quiera o me deteste, que me solicite o que me tema, que crea que soy su amigo o su perseguidor,
con tal de que rompa la cadena de sus viciosas ideas (…). Mi meta no consiste en curarlos con un
determinado medio sino hacerlo con cualquier remedio posible; y si, para motivarlos, he de ser duro
e incluso injusto con ellos, ¿por qué he de retroceder ante el empleo de semejante remedio? ¿Acaso
temo que pueda sentir dolor? ¡Vaya piedad! (…) Quién sabe cuánto sufren algunos alienados al
delirar, no debería temer provocarles un nuevo dolor” (2001: 77). El mismo Leuret, hablando del
método coercitivo e intimidatorio de la ducha, escribe: “Cuando he logrado cierta concesión, no me
siento satisfecho, y necesito cada día otras concesiones; y cuantas más ceden, más les exijo, y si
entreveo la posibilidad de curación sólo me detengo cuando lo he logrado” (2001: 100). “Quiero que
el enfermo me prometa que no volverá a pensar más en sus preocupaciones; me da su palabra de
no hablar más de ello y ponerse a trabajar (…). No he tenido ninguna consideración con el amor
propio de A.; no he temido decirle ni repetirle que estaba loco y que sería considerado como tal
todo el tiempo que siguiese con sus ensueños; le he obligado a que pronuncie la palabra loco para
que, a ser posible, siempre vayan unidas las ideas de locura y enfermedad (…) si esa no es su
reacción, me estará demostrando que aún está enfermo, y debo someterle de nuevo al tratamiento
médico (…). Suelo tender trampas a los alienados que, tras la ducha, parece como si actuasen
razonablemente (…) si se dejan engañar, les enseño en lo que han fallado para que estén siempre en
guardia consigo mismos. Puesto que, en esta especie de lucha, mi objetivo no es castigarlos, sino
curarlos (…), no resulta grato (la ducha), pero entre recibir la ducha y seguir loco, ¿quién podría
vacilar?” (2001: 120–122).
59
enfermedades y esas personas son enfermos, han de ser tratadas y curadas por su bien, y
si es necesario por la fuerza, incluso en aquellos casos en que ellas piensen que no lo
necesitan, no deseen ser tratadas o rechacen el tratamiento como un atentado a su
autonomía y a su capacidad de decisión y de consentimiento. La intervención coercitiva
queda legitimada pretendidamente como “acto terapéutico”, aun cuando esté en franca
contradicción con lo que es una relación confiada y terapéutica, y determine a menudo
resentimiento, comportamientos de evitación y de escape y una frecuente confrontación
entre quienes rechazan el “tratamiento” y los profesionales empeñados en una cruzada
por la “adherencia”. En todo caso, se insistirá en decir “¿qué tiene de malo lo que están
haciendo?, le están curando”. Y si los tratamientos tienen efectos colaterales claramente
dañinos e invalidantes, qué se le va a hacer, son exigencias del “tratamiento”. La
violencia de las intervenciones tuvo un hito de horror en la esterilización y las cámaras de
gas de las que fueron víctimas miles de “enfermos mentales” durante el nazismo con la
connivencia activa de muchos profesionales (Read y Masson, 2006).
60
2
En cada comportamiento humano, por sencillo que sea, y en cada problema psicológico,
por complejo que sea, está inscrita la huella indeleble de las experiencias vitales en las
que tienen su génesis y encuentran su significado, un significado que no encuentran en el
modelo psicopatológico.
61
Las siglas ABC designan cada uno de los tres componentes estructurales del Modelo
(Antecedentes, Biografía, Consecuencias) (figura 2.1). Designan además la unidad
funcional ABC, un pequeño universo que integra y organiza funcionalmente en cada
comportamiento las cinco dimensiones biográficas con los antecedentes y las
consecuencias. La arquitectura de ABC contiene además 2 dimensiones funcionales
complementarias que representan y explican la naturaleza y el significado de cada
comportamiento, como dos miradas complementarias: una mirada biográfica e
histórica y una mirada contextual y transaccional.
Así, por ejemplo, la fobia del niño Alberto (apartado 2.9.1), de la que nos
62
hablaban Watson y Rayner (1920) en los años veinte del pasado siglo XX, es
una fobia biográfica, un fenómeno biográfico integral. No es ante todo un
“trastorno de ansiedad”, pues en ella está su biografía entera, con todas sus
dimensiones. Es en todo caso un “trastorno biográfico”. Importa, claro está,
su ansiedad, su llanto, pero importa tanto o más para su vida y para sus juegos
la evitación que hace de la ratita blanca y el hecho de que otros objetos
blancos condicionen a partir de ahora su vida y se le presenten como una
amenaza. Es la ruptura de la relación amistosa que tenía con la ratita, y en la
que por supuesto la ansiedad tiene un papel notorio concomitante, lo que más
trastorna su biografía infantil. Una depresión no es tan sólo un “trastorno del
estado de ánimo”, ni un delirio es tan sólo un fenómeno cognitivo, una
creencia, un asunto neuroquímico, sino que ambas son experiencias
biográficas integrales en las que participan en mayor o menor grado todas las
dimensiones de la biografía.
Cada biografía personal está dotada además de una historicidad radical. No está
hecha en el origen, sino que es una vida inscrita en el curso del tiempo, el resultado
inacabado de una historia biográfica, única e irrepetible, de una corriente de
innumerables experiencias vitales que constituyen la urdimbre y la trama de su tejido
biográfico, de su patrimonio histórico. En ese fluir, las experiencias vitales y los
problemas psicológicos no son sucesos discontinuos, sino experiencias encadenadas
entre sí, de manera que lo que ocurre en cada experiencia anterior determina
expectativas, propósitos, predisposiciones que se prolongan en las experiencias siguientes.
Es un fluir de momentos vitales diferentes y transitorios a los que integra, personifica y
da continuidad e identidad autobiográfica la corriente profunda y consistente del sujeto
biográfico, del yo, que, como centro funcional de referencia, de integración y de control,
es testigo permanente de ese fluir vital.
Así, por ejemplo, ese fluir puede dar lugar a las experiencias, a veces
dramáticas, a veces traumáticas (un grave accidente, una violación, un
maltrato persistente, un abuso sexual, un fracaso emocional), que pueden
trastornar y hacer tortuoso el curso biográfico, que pueden hacer que el miedo
63
de Alberto se arraigue para siempre, que el fetichismo se convierta en un estilo
de vida, que las voces del autolenguaje se sigan oyendo en las experiencias
místicas durante toda la vida, que sor Juana de los Ángeles se siga
autoflagelando para expulsar a Asmodeo, el demonio obsceno que la
atormenta por las noches, o que incluso las mismas experiencias vividas y las
dimensiones biográficas (acciones, pensamientos, recuerdos, emociones,
sensaciones) asociadas con ellas puedan llegar a producir miedo, repugnancia,
vergüenza, y ser objeto de una fobia resistente al cambio, con sus
correspondientes conductas de evitación y disociación.
Las personas son además seres ecológicos, con raíces profundas en el mundo, con
“residencia en la tierra”, a los que ciñe el mundo con sus contextos y circunstancias. En
esos contextos, la biografía está “fuera de sí”, proyectada en el contexto y en
transacción con él en dos zonas fronterizas, que la convierten en “habitante de la
frontera” (figura 2.2). Una de ellas está entre los Antecedentes y la Biografía, y la otra,
entre las acciones de la Biografía y las Consecuencias de esas acciones. Cada
experiencia vital, cada problema, es, pues, un suceso biográfico y contextual a la vez.
64
Figura 2.2. Dos zonas de producción de experiencias vitales.
65
Los problemas psicológicos no son sucesos inherentes a la biografía o intrínsecos a
los circuitos sinápticos de su cerebro, sino experiencias vitales inherentes e intrínsecas
a la transacción entre la biografía y el contexto, en la cual ambos son copartícipes y se
condicionan recíprocamente, se co-determinan. No brotan de algún lugar, como la
sangre de una herida, no son una “secreción” encefálica, como tampoco lo es el lenguaje
(cuadro 2.2). Su modo de producción no es igual al que produce el cortisol o al que
produce la orina en el riñón, pese a aquel fisiólogo que afirmaba que “el cerebro segrega
pensamientos al igual que el riñón segrega orina” (citado en Lewontin, Rose y Kamin,
1996: 69). Los delirios no “brotan” de la enfermedad como quería Vallejo-Nágera, pero
sí podemos decir que “brotan” de las transacciones.
66
conducta no son al cerebro lo que la bilirrubina es al hígado o la insulina al páncreas. No habría
lenguaje sin las áreas corticales de Wernicke y Broca, pero el lenguaje no es una “secreción” de esas
áreas corticales.
Por eso, no hay “brotes psicóticos”, como tampoco hay “brotes lingüísticos”, en el
sentido de que a alguien le “brotara” una lengua extranjera que nunca antes hubiera
hablado y se pusiera a hablarla de repente. El llamado “brote” psicótico no es una
aparición repentina que le sobreviene a alguien de la nada o desde una supuesta
enfermedad preexistente. Se fragua en el dinamismo dialéctico de las transacciones
vitales en las que se engendra y en las que adquiere significado.
Harry Stack Sullivan, influido por las concepciones interactivas de la psicología social de G.H.
Mead, establecía en las primeras décadas del siglo XX el papel determinante de las relaciones
interpersonales y de los vínculos empáticos recíprocos con las personas significativas. Estas
relaciones tienen una incidencia importante en la configuración de la conducta y de los aprendizajes
básicos, de la personalidad, de las respuestas emocionales, de la conciencia del poder de influencia
sobre los demás, del sentimiento de comunidad con otros seres humanos, y de los trastornos de
conducta y crisis interpersonales. Sullivan consideraba que “el campo de la psiquiatría no es el
individuo mentalmente enfermo (...). La psiquiatría es, por el contrario, el estudio de los procesos
que se desarrollan entre la gente y que la comprenden. El terreno de la psiquiatría es el de las
67
relaciones interpersonales (…). Se ha visto que una personalidad jamás puede estar aislada del
complejo de las relaciones interpersonales en que la persona vive y se mueve” (...), no hay nada
original en los fenómenos de las más graves enfermedades funcionales. La conducta más peculiar
del paciente agudamente esquizofrénico está compuesta por procesos interpersonales (…). En la
mayor parte de las realizaciones, los procesos interpersonales del paciente psicótico son
exactamente del mismo tipo que los procesos que todos manifestamos alguna vez en cada
veinticuatro horas” (1972: 20–25). Leo Kanner, al plantearse la etiología de la esquizofrenia infantil,
señala que “la conducta del niño y sus componentes específicos tienen sentido cuando se busca el
sentido en la experiencia del niño” (1971: 726) y considera que la relación recíproca entre los
adultos y los niños desempeña un papel crucial porque “entronca los síntomas en la experiencia
(...), la esquizofrenia de la niñez guarda con la actitud de los padres una correlación mucho mayor y
más consistente que con la herencia, la configuración corporal, los trastornos metabólicos o
cualquier otro factor (...), la vida confunde a estos niños, les hace imposible establecer relaciones
normales y los empuja a retraerse y a adoptar una conducta esquizofrénica” (1971: 727). Szasz
(1968) propone un modelo de conducta y de los problemas de conducta como participación
transaccional y recíproca en un juego en el que se desempeñan diferentes roles. Castilla del Pino
introdujo en el ámbito de la psiquiatría una perspectiva dialéctica, según la cual las personas
mantienen con la realidad un relación de recíproco intercambio y el “conflicto no es exclusivamente
intrapersonal, sino originariamente una cuestión resultante de la dialéctica con la realidad” (1968:
39).
68
concomitantes con las correspondientes acciones de aproximación o de evitación de las
circunstancias detonantes. También la dimensión cognitivay su estrecha relación con el
lenguaje tienen una hechura y un despliegue transaccional, al contrario de la
contaminación mentalista (véase Costa y López, 2006) promovida por el cognitivismo
que la considera como el paradigma de los “fenómenos mentales” y que le ha otorgado
una posición de primacía sobre todas las demás dimensiones biográficas. La
vulnerabilidad y la resiliencia personales son también transaccionales, no son un asunto
exclusivo de la biografía, sino que dependen del poder y de las oportunidades y recursos
de los que la persona dispone y del papel que las circunstancias del contexto, las personas
y la exposición a los factores de riesgo y de protección tienen en las transacciones.
69
2.5. Bases estructurales de la conducta y fantasías neuromitológicas
La mirada biográfica y transaccional del ABC incorpora, como es obvio, el papel de los
procesos fisiológicos y neurofisiológicos en los problemas psicológicos y propugna el
diálogo interdisciplinar entre disciplinas neurofisiológicas y psicológicas (Costa y López,
2006).
Los problemas psicológicos no son emanaciones del cerebro, pero, como es obvio, sin
cerebro, y sin los sistemas neuroendocrinos que lo vinculan con el resto del cuerpo, no
hay comportamiento ni problema de comportamiento. Sin biología no hay biografía.
Negar que los delirios sean “secreciones” cerebrales, como quería Vallejo-Nágera, no
equivale a negar que los procesos neurofisiológicos intervienen en los delirios. Estos y
otros muchos procesos fisiológicos, bioquímicos, celulares y genéticos son la base
estructural de la biografía personal y están siempre implicados, como condición
necesaria, como copartícipes que habilitan (Rose, 2008) las transacciones. Las
experiencias vitales son, pues, auténticas experiencias biográficas psicofisiológicas,
bioconductuales, al tiempo que son también contextuales y transaccionales.
70
frecuencia respiratoria, en la tensión arterial, en la resistencia eléctrica de la
piel, en el tamaño de las pupilas, en el flujo sanguíneo, en el funcionamiento
visceral digestivo, renal y genital. En la anticipación de amenazas futuras con
las correspondientes acciones de evitación que tienen lugar en las experiencias
paranoicas están activados y sensibilizados los sistemas dopaminérgicos.
Las emociones, como experiencias biográficas integrales que son, integran también
las dimensiones neurobiológicas, y en particular neuroendocrinas (cuadro 2.4).
Pert (1997), con sus investigaciones sobre los péptidos opiáceos o endorfinas, y Damasio (2006)
han abierto una fecunda línea de investigación en torno a las bases moleculares, bioquímicas y
neurobiológicas de las emociones y de los sentimientos y en torno a lo que Pert denomina “sinfonía
vital”, que se configura en la red de interacción biomolecular que forman el sistema nervioso, el
sistema endocrino y el sistema inmunológico y que estaría implicada en el papel de las reacciones
emocionales en los procesos de salud y enfermedad. Pero, al mismo tiempo, las emociones
aparecen como fenómenos transaccionales en los que interviene la biografía entera, la historia de
experiencias anteriores y múltiples variables del contexto entre las que tienen un papel central los
que Damasio denomina “estímulos emocionalmente competentes” y otras que definen el paradigma
Marañón-Schachter referido en otro lugar (Costa y López, 2006: 67).
Son tan trascendentales las transacciones en la génesis del comportamiento, que incluso las redes
neuronales y los procesos neurológicos de modulación sináptica implicados en el lenguaje, en el
pensamiento, en las emociones y en los problemas psicológicos emergen, se construyen y se
moldean a lo largo de la vida de manera interdependiente a partir de la presión selectiva que sobre
ellos ejercen las transacciones entre el contexto y la red neuronal, en particular en la comunicación
y en el aprendizaje social (McClelland y Rumelhart, 1986), como ponen de manifiesto los modelos
71
de plasticidad neural aplicados al desarrollo humano que ya Ramón y Cajal había propuesto. Las
experiencias sociales positivas y negativas tienen un papel crítico en el desarrollo del cerebro y en
las conexiones sinápticas o “sinaptogénesis” (Nelson y Bloom, 1996; Siegel, 2007), hasta el punto
que se puede decir que “el cerebro, el lenguaje y la vida social coevolucionan” (Rose, 2008: 136) y
que “los sistemas del cerebro no existen en abstracto, entran en juego por obra de las acciones y
son tan pasajeros y dinámicos como las acciones mismas” (Rose, 2008: 197). Nunca se encontrará
en las zonas de Wernicke y Broca la “causa” del lenguaje, sencillamente porque lo que determina la
génesis del aprendizaje del lenguaje son, como es obvio, las transacciones comunicativas que a lo
largo de muchos años un niño establece con los contextos y personas de socialización, si bien,
como es obvio también, el lenguaje nunca se produciría sin la activación concomitante y
habilitadora de esas zonas. En las experiencias vitales en las que interviene la ansiedad están
implicadas las redes neuronales de la amígdala del hipocampo con su carga adrenérgica, pero la
experiencia de ansiedad no emana de ellas, sino de las transacciones de la biografía con las
circunstancias del contexto que suponen una amenaza o un reto. Las experiencias traumáticas de
victimación pueden sensibilizar de manera adaptativa los sistemas dopaminérgicos habilitándolos
para el afrontamiento de nuevas amenazas, lo cual puede intervenir en la vulnerabilidad para las
experiencias de carácter paranoico. Pero los sistemas dopaminérgicos no son la sede y la causa de
las experiencias paranoicas.
72
Cuadro 2.6. La resonancia magnética nuclear y la conducta
La Resonancia Magnética Nuclear (RMN), una técnica basada en la propiedad de los átomos de
hidrógeno de emitir señales de radiofrecuencia y que ha sido reconocida con el Premio Nobel de
Fisiología del año 2003, nos permite detectar qué zonas del cerebro presentan actividad fisiológica
en el curso de la conducta del lenguaje, del movimiento o de cualquier otra, y debido al impacto de
los estímulos del contexto en los procesos sensoriales de la visión o la audición. Pero la RMN no
nos permite “ver” el comportamiento dentro del cerebro porque no reside allí. La activación
neurológica que nos permite ver la RMN es concomitante con la conducta de hablar, de moverse o
de deprimirse, pero no es la conducta de hablar, de moverse o de deprimirse.
Pensar, sentir actuar, tener expectativas, predecir, creer, imaginar, recordar, construir mapas,
procesar información, decidir, amar, temer, sentirse desconcertado, enfadarse, no son atributos o
capacidades que se puedan adscribir al cerebro, a alguna de sus partes, o a un grupo de neuronas
(Bennett, Dennett, Hacker y Searle, 2008), del mismo modo que amar no lo adscribimos al corazón,
salvo por licencia poética o metafórica, sino que son atributos de la biografía entera en transacción.
El pensamiento, el conocimiento y la conciencia no ocurren en el cerebro “como la digestión ocurre
en el estómago”, como afirma Searle (Bennett, Dennett, Hacker y Searle, 2008: 139) en una especie
fantasía neuromitológica, que Szasz (2007a) denuncia, y en una especie de resurrección del
localizacionismo frenológico de Gall ayudado ahora de un imaginario “cerebroscopio”. Los avances
que nos permiten conocer cada vez mejor los niveles moleculares concomitantes de la conducta no
reducen, por sí solos, “la separación cartesiana entre mente y cerebro”, como suponen Hales,
Yudofsky y Talbott (1996).
73
Cuanto mejor conozcamos el sustrato neurofisiológico de los problemas, en mejores
condiciones estaremos para desmontar los mitos, porque con más nitidez se verá lo que
hay y no hay en las redes neuronales y vasculares (cuadro 2.8) y cómo lo que hay ha de
comprenderse a la luz de las transacciones que conforman los problemas vitales.
El acercamiento a los procesos por los que se expresan los genes nos permite conocer las rutas por
las cuales el ADN de los genes de los cromosomas se transcribe en el ARN mensajero merced a la
acción de la ARN polimerasa, cómo éste se traduce en proteínas mediante el ARN de transferencia
y cómo éstas son transportadas a su destino celular correspondiente, todo ello en medio de
complejos mecanismos de regulación que consumen considerable energía química. Al final de la
74
ruta, tendremos proteínas que harán sus funciones bioquímicas, enzimáticas o estructurales, antes
de degradarse de nuevo. No será posible, por ejemplo, que se produzcan los procesos activos de la
memoria a largo plazo implicada en algunos aprendizajes si no tiene lugar una neoproducción de
proteínas y si éstas no llegan a su destino en las áreas corticales correspondientes (Kandel, 2007),
junto con los cambios producidos en la conectividad sináptica (Rose, 2008). Pero resulta ocioso
decir que por más proteínas que se acumulen, no habrá memoria ni aprendizaje, pues la conducta
de recordar no está almacenada en estructuras neuronales pasivas y estables, sino que se activa en
el proceso mismo de recordar, teniendo en cuenta las transacciones pasadas establecidas con lo que
ahora se quiere recordar y las correspondientes señales del contexto. Para que se inicie la
transcripción del ADN que conducirá a la producción de las proteínas necesarias, habrá de
producirse, en efecto, una transacción del organismo con alguna circunstancia del contexto que
determine las señales moleculares que inducirán la expresión génica y el inicio de la ruta de la
transcripción. En los genes y en las proteínas por sí solos no residen ya prefabricados la memoria y
el aprendizaje, ellos no aprenden a decir “buenos días”, ni experimentan sufrimiento, ni toman
decisiones y opciones sexuales, ni declaman poesías, ni deliran, aunque sin ellos, no habrá memoria
ni aprendizaje ni se podrían realizar todas esas otras experiencias.
75
funcionales o endógenas, y desde luego es inútil en las neurosis y las denominadas
alteraciones de la personalidad” (1978, vol. 1: 12).
Para el modelo patológico, los problemas psicológicos no son sucesos cuyo significado
biográfico y transaccional haya que analizar. Pero si a una experiencia como la
automutilación se le secuestran las transacciones vitales que son su génesis y se le
superpone una categoría nosológica supuestamente explicativa, como “enfermedad
histérica” (cuadro 2.11) o “trastorno límite de personalidad”, pierde su significación
biográfica.
Si la conciencia atormentada de estar poseída por siete demonios, la desesperación, la depresión, los
intentos de suicidio, los remordimientos e insufribles sentimientos de culpa, los vanos intentos de
76
evitación experiencial de los pensamientos y fantasías obscenas que le depa-raban a la vez goce y
horror, las alucinaciones y los delirios, las automutilaciones y su funcionalidad (Klonsky, 2007), la
escenografía de los exorcismos y tantas otras experiencias que jalonaron el drama vital de la monja
ursulina Juana de los Ángeles, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, son diseccionados para
demostrar que no son más que síntomas de “enfermedad histérica”, como de hecho hacen Legué y
Gilles de la Tourette al analizar siglos después la autobiografía de la monja, entonces quedan
enmascaradas las transacciones que conformaron su drama vital, las funciones y significados que
han tenido y el sufrimiento profundo que debió de experimentar y que se puede sospechar al leer
esa autobiografía conmovedora (De los Ángeles, 2000).
“Otro cae en la religiosidad más ardiente, asiste a un sermón del que sale aterrorizado y se cree
condenado. El sermón no hubiera producido este efecto si la enfermedad no hubiera existido
previamente. Un hombre, sin motivo alguno, parte de viaje por varios años, unos días antes de dar a
luz su mujer. Durante el viaje sufre varias contrariedades y a los seis meses su enajenación estalla.
El viaje fue su primer acto de locura. Ocurre, pues, que el mal existe antes de que lleguemos
siquiera a sospecharlo” (Esquirol, 1991: 71–72). Esquirol no tiene argumentación lógica o empírica
alguna para afirmar la “existencia previa” de la supuesta enfermedad, más que las propias
experiencias existenciales referidas. Es la obediencia al modelo patológico la que dicta la sentencia
acerca del significado de aquellas experiencias como meros pálidos reflejos de la supuesta
enfermedad. El impacto de un sermón en una persona con religiosidad ardiente o el viaje por varios
años ocurren para Esquirol “sin motivo alguno”, lo que explica estas experiencias es la existencia de
la enfermedad.
Estamos ante “casos”, ante prototipos diagnósticos, más que ante personas que
manifiestan comportamientos funcionales a la situación vital en la que se encuentran.
Así, por ejemplo, los sucesos vitales estresantes, las desgracias de la vida, la
falta de poder y de control, la falta de recursos, la falta de estrategias de
afrontamiento suficientes, más evidentes en las clases sociales más
desfavorecidas, lo que las hace más vulnerables (Read, 2004), son todas ellas
circunstancias contextuales y transaccionales en las que las personas
diagnosticadas han forjado sus vidas, y en las que han llegado a tener o están
77
teniendo sus dificultades, su depresión, sus delirios.
Los circuitos contextuales y transaccionales que los clínicos de la psiquiatría de los dos
últimos siglos identificaron, a menudo con refinada capacidad de observación (cuadro
2.13), quedan suplantados por los circuitos patológicos.
En su Manual para estudiantes y médicos (véase Álvarez y Colina, 1997: 121–203), refiere Kräpelin
numerosas circunstancias personales que bastarían para explicar las conductas paranoicas: “(...) las
diferentes direcciones de la paranoia se corresponden más o menos a miedos y esperanzas comunes
de la gente sana. Aparecen así como expresión enfermizamente transformada de las emociones
naturales del corazón humano (...). En general me parece que hay que tener en cuenta la matización
emocional de la experiencia vital y la coloración personal de la relación con el mundo exterior (...).
En segundo lugar juegan otro papel importante el sentimiento de la propia inseguridad emparejado
con la desconfianza, así como el afán apasionado por el reconocimiento, la riqueza, el poder y el
orgullo desmedido. Aquí tenemos, en cierta medida, las piezas a partir de las cuales podemos
explicar aproximadamente el desarrollo de un concepto paranoico de la vida y del mundo (...), las
luchas y las dificultades en las que el enfermo se ve involucrado (...) son de gran importancia para
la formación del delirio de persecución (...). Quien es dominado por una sensación íntima de
inseguridad y se ve dificultado a causa de su debilidad para conseguir sus deseos se encuentra
demasiado inclinado a olfatear el peligro y a culpar de su mala suerte a las circunstancias externas
(...) (1997:174–176).
Según Kräpelin, “las circunstancias externas no juegan ningún papel o si lo juegan éste está muy
subordinado en el desarrollo de la enfermedad. También las diversas experiencias vitales aquí
citadas me parecen, como mucho, importantes por su contenido, pero no como origen del delirio
(...) (Citado en Álvarez y Colina, 1997: 174). “Como, generalmente, no pueden probarse causas
externas reales, ha de pensarse en un mal desarrollado a partir de causas internas (...) y podrían
considerarse los gérmenes patológicos ya latentes que se desarrollan posteriormente por sí mismos
(...) (ibíd.: 183). “Sabemos que muy a menudo las supuestas causas psíquicas, el amor
desgraciado, los fracasos profesionales, el agotamiento, no engendran la afección, sino que son sus
78
consecuencias; que además, muchas veces son sólo sucesos externos que hacen surgir trastornos
ya instalados; y finalmente, que, en general, sus efectos dependen en gran medida de la constitución
de la persona afectada.” (Kräpelin, 1988: 154). Y en la misma línea, “(...) la evolución de la locura
está esencialmente determinada por el tipo de proceso patológico que se encuentra en la base, y no
por acontecimientos exteriores” (Kräpelin, 1988: 77). En el estudio que hace Lasègue del delirio de
persecución no importa tanto la génesis biográfica y transaccional del mismo, como su
manifestación ya instaurada como hecho morboso, y por eso, “los hechos que para el alienado
constituyen el punto de partida sólo tienen un valor relativo (...) de una completa insignificancia a
juicio de aquel que recibe las confidencias (...). Las circunstancias exteriores tienen poca influencia
(...). Ahí hay algo más (...), es un elemento patológico nuevo introducido en el organismo moral
(...)” (Lasègue, 1994: 52–55).
Despojados del significado transaccional que los hace comprensibles, no es extraño que a
los ojos del modelo psicopatológico los problemas psicológicos carezcan de sentido,
resulten incomprensibles, sean un enigma (cuadro 2.15).
Según el modelo patológico, uno de los rasgos diferenciales de las ideas delirantes primarias es que
son “incomprensibles psicológicamente y no derivan de otros síntomas ni sucesos de la vida del
enfermo (...) han brotado directamente de la enfermedad” (Vallejo-Nágera, 1971: 44–45). Son
obviamente incomprensibles si “no es posible atribuirlos a nada” (Schneider, 1997: 173), si no se
toman, en efecto, en consideración las experiencias y vivencias a las que sí se deben y a las que se
pueden atribuir. “Luego tenemos el ‘enigma psicológico’, o sea que sin causa alguna adecuada, pero
en opinión de los pacientes y allegados como consecuencia de alguna influencia exterior,
preséntanse periodos en los cuales cada determinación de la voluntad cuesta enorme esfuerzo. Estas
más leves formas de enfermedad (…) nos indican cuán profundamente arraigada se halla la locura
maníaco-depresiva en ciertos individuos” (Kräpelin, 1988: 38–39). En la medida en que se
desconsidera la opinión de los pacientes y allegados acerca de las transacciones vitales que definen
las “influencias exteriores”, y en el caso de la mujer a la que se refiere esta cita de Kräpelin se dan
numerosas de esas influencias capaces de desencadenar su profunda depresión, el problema vivido
aparece, a los ojos del enfoque patológico, como “sin causa alguna adecuada” y como un “enigma
psicológico”. A falta de argumentos para sustentar la aplicación del modelo patológico a la ciclotimia
y la esquizofrenia, y al no reconocerles analogía o relación con otras experiencias vitales, al ser
“psicológicamente inderivables”, no es de extrañar que a Schneider le resulten incomprensibles, un
“misterio antropológico” (...) el escándalo de la psiquiatría humana” (1997: 35), y que el postulado
hipotético tenga que ser “una profesión de fe” (1997: 35).
79
2.7. El modelo patológico y la retórica del síntoma ignoran la interdependencia
Pero esa misma relación se puede ver afectada cuando lo que en ella ocurre es
reinterpretado en clave psicopatológica, cuando el significado dinámico de las
experiencias vitales de la narración autobiográfica con la que los consultantes hablan de
sus vicisitudes, problemas y preocupaciones queda congelado y ocluido por la retórica
del síntoma, cuando ellos mismos quedan redefinidos como “casos patológicos”. La
comunicación de los profesionales y el “enfermo” se realiza a través de la superestructura
verbal del diagnóstico que define y cristaliza dos universos que se ignoran. Al profesional
le será difícil entrar en el universo de significaciones de los problemas que se convierten
en un mundo raro e incomprensible (Geekie, 2006). A la persona diagnosticada le es
difícil entrar en el universo de un sistema que la tilda de enferma, y a sus problemas, de
síntomas de enfermedades y de desequilibrios neuroquímicos.
80
tribulaciones vividas, para qué averiguar la naturaleza del conflicto que ahora
experimenta y las dificultades que encuentra para resolverlo, qué impacto tiene
para ella que su familia haya decidido el ingreso sin poder hacer nada para
impedirlo, para qué investigar por qué ha sucumbido cuando ha sido golpeada
por la adversidad, para qué preguntarle por el propósito que persigue dejando
de comer, qué significado tienen para ella las voces que dice oír, qué teme
cuando decide mantener un mutismo total ante lo que se le pregunta, cómo le
deteriora el hecho de estar ingresada sin que se le dé la oportunidad de
explicar a qué se debió su “brote”.
81
2.7.2. La ocultación como síntoma de locura
“Las ideas delirantes a menudo se mantienen en secreto. La ocultación es tan frecuente, que casi
podría ser considerada como un síntoma más. El interpretador, desconfiando más o menos de sus
allegados y del médico, no comunica sus pensamientos más que a través de reticencias y
sobrentendidos (...) pronto el paciente se encierra en un semimutismo. Como por lo demás la
conducta permanece correcta, este disimulo se convierte para el médico en fuente de dificultades,
tanto mayores en cuanto que pueden durar mucho tiempo” (Serieux y Capgras, citado en Álvarez y
Colina, 1997: 284). El interno desconfía del médico y guarda silencio y el médico no se fía de ese
silencio y espera el momento en que el delirio aparezca. Entretanto, la desconfianza del interno es
interpretada como un síntoma, no como una conducta funcional en relación con la conducta del
médico. La desconfianza de éste es vista, por el contrario, como una conducta profesional basada
en el diagnóstico clínico emitido. Legrand Du Saulle tampoco reparaba en el papel desempeñado por
los “interrogatorios” del profesional en el reforzamiento de la “búsqueda de motivos para sostener lo
que comunica”, en los casos de los delirios de persecución: “Es vano esforzarse en demostrarle lo
contrario, en hacerle ver que no hay nada menos probado o que está dando por buenas hipótesis
completamente gratuitas: se atrinchera obstinadamente tras la idea de que es perseguido, acosado, y
como se ve obligado a afrontar los interrogatorios y a encontrar motivos para sostener lo que
comunica, os habla de la policía, de los físicos, de los magnetizadores, de la electricidad, de
personas que ejercen un poder oculto (...) (citado en Álvarez y Colina, 1997: 236).
Las lecciones de clínica psiquiátrica de Kräpelin (1988) (cuadro 2.18) son una muestra
patente de las dificultades del modelo patológico para reconocer el impacto de las
transacciones interpersonales de la lección clínica en los comportamientos que son
exhibidos al igual que se muestra la coloración de la piel, una ictericia o una ascitis.
Así, por ejemplo, la indefensión frente a la autoridad del profesional que les
interroga y les ordena realizar determinadas acciones como sentarse (“se ha
82
sentado por nuestras repetidas imperiosas órdenes” ), sacar la lengua o dar
la mano, y les practica determinadas maniobras humillantes (pincharles con
agujas, echarles agua fría, sujetarles con fuerza para impedirles la
deambulación) para “objetivar” su reacción, el verse expuestos ante los
alumnos que los contemplan como “cuadros morbosos”, privados de la más
mínima intimidad, el que se les demande exhibir ante todos los presentes sus
conductas bizarras y referir sus experiencias penosas y sufrimientos, sus
intentos de suicidio, sus delirios y alucinaciones, el que los pormenores de su
vida sean desvelados con todo lujo de detalles y sin su consentimiento, la
conducta de resistirse y de negarse, el sufrimiento, el llanto y los gritos
desgarradores, las súplicas atormentadas, su rechazo a ser considerados como
enfermos, los arrebatos, el desasosiego y la agitación previas a la
comparecencia en el aula (“por el ruido que desde fuera percibís, os habréis
dado cuenta de que la enferma que ahora vamos a examinar hállase
excitada en su cuarto, presa de gran agitación”), los intentos inútiles de huir,
y otros muchos.
“Si se intenta detener sus movimientos, hállase inesperada resistencia (…). Si se la sujeta con
firmeza, ablándase su usual rigidez y rompe en hondo llanto, que cesa tan pronto como se la deja
proseguir su camino (…). Si se la pincha en la frente con una aguja, escasamente parpadea; no se
conmueve ni hace la menor protesta, aunque se continúe actuando con la aguja en el mismo sitio,
como el animal de presa que no se inmuta por el dolor (…). Si tratáis de cogerle una mano, la
separa rápidamente, y cuando no puede evitar vuestra acción empieza con cautela a envolverla en
su delantal (…). En este cuadro clínico, dos síntomas nuevos se dibujan con toda claridad, a saber:
la estereotipia y el negativismo, caracterizado el primero por (…) la incesante e infatigable marcha
adelante y atrás (…): el segundo, en la insensible resistencia contra todo influjo extraño, que se da a
conocer por el mutismo pronunciado, como en el conjunto de obstinación que aparecen en nuestra
enferma” (Kräpelin, 1988: 50). “Este otro enfermo se encuentra tan excitado, que ha habido que
ponerle la camisa de fuerza. Revuélvese violentamente contra tal medida (…). No se aprecia que la
persuasión haga mella en él (…). Para interpretar debidamente este estado morboso de excitación
(…) y que el enfermo se oponga a cuanto se le indica y manda no puede atribuirse a escasez de
entendimiento, sino (…) que se trata de síntomas de negativismo con oposición instintiva” (Ibid.:
140–141).
Estos comportamientos nada tendrían que ver con las condiciones en las que esas
83
personas son conducidas hasta allí y con la coacción y las maniobras humillantes de
Kräpelin, sin que ellas puedan eludirlas y sin que sus protestas y su llanto sean tomados
en consideración, viviendo así una experiencia de indefensión que Seligman (1975)
estudiaría años después. La profesión de fe psicopatológica permite encubrirlas y
eximirlas de la grave responsabilidad que tienen en la génesis de esos comportamientos,
del mismo modo que Charcot años después podrá eludir su responsabilidad en la
escenografía teatral de las exhibiciones histéricas que él mismo contribuía a montar. “Yo
no tengo ninguna responsabilidad en esos comportamientos”, podrían decir Kräpelin o
Charcot, son responsabilidad del “estado morboso”, “síntomas de negativismo con
oposición instintiva”. Del mismo modo, los comportamientos de un niño diagnosticado de
trastorno negativista desafiante, según el DSM-IV, serían debidos al padecimiento del
trastorno, no a las transacciones que el niño mantiene con el contexto y con los adultos.
Su significación biográfica y transaccional queda anulada, son síntomas patológicos, no
cabe otra posible lectura, otro posible significado. Cuando la presencia de estas
condiciones es demasiado evidente como para ocultarla, bastará con afirmar que a la
persona “no le afecta sino superficialmente cuanto sucede a su alrededor” (Kräpelin,
1988: 42). Esta indiferencia de los profesionales ante el impacto de sus transacciones
comunicativas y su negativa obstinada a tomarlas en consideración podría parecer
análoga a la supuesta indiferencia de algunas personas ante lo que les rodea. ¿Será
también esta conducta profesional síntoma de un “estado morboso”?
A la luz del Modelo ABC, también las supuestas “terapias” y “curas” aplicadas en la
supuesta “sede y causa” desnaturalizan el problema. Como se ha visto en el capítulo 1, la
mayoría de las intervenciones realizadas en el curso de la historia aparecen como
acciones extraviadas que no aciertan con la diana y que, a ciegas, apuntan a unos
supuestos desequilibrios bioquímicos que son “inocentes” de lo que se les acusa, pero a
los que de manera contumaz el modelo psicopatológico sigue cargando con la “culpa” de
los problemas y dramas humanos. La profesión de fe inquebrantable en la psicopatología
arrastra consigo la profesión de fe en la supuesta “eficacia terapéutica”, en la quimera de
que una sangría, un choque insulínico, una intervención quirúrgica que seccione fibras
nerviosas (lobulotomía), una descarga eléctrica en el cerebro (electrochoque), con las
consiguientes convulsiones, pueden ser considerados como “terapias” y “curaciones” de
los problemas que afligen a tantas personas. El electrochoque es denominado
84
eufemísticamente “terapia electroconvulsiva” a pesar del daño cerebral, a menudo
irreversible, que ocasiona, si bien Walter Freeman opina que “cuanto mayor es el daño,
más probabilidades existen de que remitan los síntomas psicóticos” (citado en Read,
2006b: 113). La quimera deviene en un delirio cuando se anuncia ya una “nueva
generación” de terapias que tendrían como diana la fisiopatología molecular de las
neuronas (Insel, 2010).
Una vez que se establece que una persona “tiene” un trastorno (depresión, esquizofrenia,
trastorno obsesivo compulsivo, déficit de atención con hiperactividad, síndrome de estrés
postraumático, trastorno de ansiedad social), se le prescriben los psicofármacos como
“tratamientos indicados” para el supuesto “desequilibrio” neuroquímico (dopaminérgico
en la psicosis, serotoninérgico en la depresión, gabaérgico en los problemas de ansiedad),
supuesta “sede y causa” del trastorno. Si la persona que los recibe experimenta, por
85
motivos diversos, cambios en la vivencia del problema y en determinados indicadores
fisiológicos, esos cambios se consideran como muestra de la “curación” operada por el
“tratamiento”, y se aducen como “prueba” de que los fármacos tienen “eficacia
terapéutica”, de que la persona “responde al tratamiento” y de que, en efecto, existe
como “sede y causa” la patología para la que el fármaco fue prescrito. Cuando el
trastorno se define a priori agrupando precisamente indicadores (inquietud, ansiedad) que
son sensibles a los efectos farmacológicos de la medicación, la argumentación resulta más
sencilla de hacer. Pero, si bien un antibiótico puede curar una meningitis o una encefalitis
que tienen su sede en el encéfalo, los psicofármacos no curan nada que pudiera estar allí
donde ellos actúan, porque allí no hay ninguna “enfermedad mental”, ningún trastorno
molecular, ningún desequilibrio neuroquímico que pueda aducirse como sede y causa del
problema psicológico. Alterar con fármacos los procesos neuroquímicos que intervienen
en el comportamiento y que lo habilitan, activarlos o desactivarlos, no equivale a una
terapia, no es la curación de ninguna enfermedad, es un simulacro de terapia, una
quimera curativa (cuadro 2.19), tan quimera y espejismo como lo es la quimera
patológica que dice “curar”. Decir, pues, que un psicofármaco es un “tratamiento” de
una enfermedad y que las alteraciones que provoca son una “prueba” de la existencia de
esa enfermedad, es una “petitio principii”, una falacia del tipo “post hoc, ergo propter
hoc” y una tautología.
La supuesta “eficacia terapéutica” de los psicofármacos sobre una supuesta “sede” y
“causa” del problema no tiene más valor epistemológico que la supuesta eficacia
terapéutica de la sangría sobre la supuesta sede y causa de la manía, como pretendía
Esquirol, para quien las alteraciones fisiológicas de la hipovolemia y de la anemia
producidas por la sangría en todo el organismo y en la conducta supondrían la “curación”
de la manía y “probarían” la existencia de la congestión cerebral como su causa. Con la
misma argumentación tautológica, Huarte de San Juan podría haber “probado” la eficacia
de los remedios utilizados para reequilibrar los supuestos desequilibrios de la bilis en el
cerebro, supuesta causa de los delirios. A la vista de las soluciones intentadas con tantos
“tratamientos” a lo largo de la historia y de su quimérica y fallida “eficacia terapéutica”,
los psicofármacos aparecen como soluciones del tipo más de lo mismo (Watzlawick,
Weakland y Fisch, 1995) que no sólo no “curan” el problema, sino que son parte del
mismo, lo mantienen e incluso lo pueden agravar.
86
Los psicofármacos son sustancias químicas que, en efecto, alteran y modulan la bioquímica
cerebral, sea bloqueando los receptores de la dopamina en los numerosos circuitos neurológicos
dopaminérgicos, con la consiguiente incapacidad de la dopamina para actuar sobre las células
efectoras, sea interviniendo en la actividad de la serotonina, sea facilitando la acción inhibidora del
neurotransmisor GABA sobre la excitabilidad de las neuronas. De este modo, activan o desactivan el
estado y el funcionamiento del organismo, afectando así al comportamiento, al igual que también
alteran la bioquímica cerebral el alcohol y los opiáceos, al igual que sin duda lo hacía la hipovolemia
producida por la sangría recomendada por Esquirol, y al igual que influyen en el comportamiento
otras muchas sustancias (Bayés, 1977). De hecho, muchas personas toman tila o valeriana en
situaciones de especial ansiedad y refieren que eso les alivia, les da calma y les facilita el
afrontamiento. Otras toman un beta-bloqueante antes de dar una conferencia y eso les relaja. Pero
es precisamente también por su capacidad para alterar de modo no selectivo la bioquímica cerebral
por lo que los psicofármacos plantean indudables efectos secundarios a menudo graves e
irreversibles (González y Pérez, 2007; Bentall, 2009). La alteración que los fármacos antipsicóticos
produce en los circuitos regulados por la dopamina, que son concomitantes en los comportamientos
atencionales, de anticipación del refuerzo y de la estimulación aversiva y dirigidos a una meta, y en
los correspondientes ajustes conductuales, puede de hecho deteriorar de manera definitiva esos
circuitos e incapacitar para esos comportamientos.
Pese a ser una falacia, la supuesta “eficacia terapéutica” de los psicofármacos está
desempañado de hecho un papel importante en la patologización de los problemas
psicológicos, en la simplificación de su complejidad biográfica y en su caricaturización
como un asunto de moléculas que no funcionan bien en el cerebro (cuadro 2.20). En este
proceso, tienen un importante papel sin duda los intereses de la industria farmacéutica,
hasta el punto de que Moynihan, Heath y Henry (2002) hablan de que “la construcción
social de la enfermedad está siendo sustituida por la construcción empresarial de la
enfermedad”. Por otra parte, la reducción simplista de los problemas vitales a
desequilibrios neurobioquímicos susceptibles de ser “curados” farmacológicamente
dejaría en evidencia la pretendida complejidad de los cuadros nosológicos y de su
diagnóstico. Podría además estar simplificando la intervención profesional en el campo
de los problemas psicológicos y reduciéndola a una mera “farmacología disponible”, a
“dar una pastilla” sin más. Ello supondría abandonar los esfuerzos hechos desde dentro
de la misma psiquiatría por construir, si bien desde los parámetros del modelo patológico,
una “psicopatología” sensible a las variables biográficas, interpersonales y contextuales de
los problemas psicológicos y abierta a una relación interpersonal de ayuda capaz de
comprender su complejidad y su significado.
87
Cuadro 2.20. Patologizar problemas a través de los psicofármacos
Una vez que se les otorga legitimidad social y literalidad, la quimera psicopatológica y la
quimera curativa operan sobre la complejidad de los problemas psicológicos y de las
transacciones vitales que son su génesis una simplificación radical: si esto es una
enfermedad y esto (una sangría, un psicofármaco) es un “tratamiento” que la “cura”,
asunto resuelto, lo demás es irrelevante. La quimera curativa de los psicofármacos se
vería así reforzada porque resulta funcional y confortable, aparte de ser eximente de la
responsabilidad (“no tienes tú la culpa, la culpa la tiene tu cerebro”), tanto para los
profesionales como para las personas tratadas farmacológicamente, para simplificar la
explicación, el afrontamiento y la solución de los problemas vitales (“tan simple como
tomarse una pastilla”, vendría a decirse) aunque sea a costa de enmascarar su
verdadero significado y, tal vez, de hacerlos crónicos, y a costa de cristalizar en la
persona que los experimentan su rol de “enfermo”. El caso es que la realidad desmiente
la literalidad de las quimeras. Por otra parte, los efectos farmacológicos desactivadotes y
tranquilizantes (sedación, somnolencia, retraso psicomotor, anhedonia, reducción de la
reacción de atención, inhibición de las conductas de evitación) de los fármacos que
88
bloquean la acción dopaminérgica podrían convertirse, al menos para los profesionales,
en un poderoso reforzador que potencie la probabilidad y la frecuencia de la
prescripción, incluso obstinada y coercitiva, la reafirmación de la hipótesis dopaminérgica
y el enmascaramiento de los graves e irreversibles efectos colaterales de la intervención.
Ello nos recuerda la tranquilidad, la docilidad, la obediencia y el orden que, según
Kräpelin, propiciaba la ducha de agua fría o la fiebre inducida deliberadamente con la
inyección de nucleinato de sodio, la calma que Bleuler inducía al provocar el vómito
mediante la inyección, que él consideraba “educativa”, de una dosis de apomorfina, la
“docilidad” que Esquirol lograba con el uso de sustancias irritantes, o la reducción de los
“furores de la manía” mediante el uso de las sangrías, lo cual le alentaba a su uso y
reforzaba además su creencia en la hipótesis de la congestión cerebral. Cuando el efecto
desactivador del fármaco no se produce, bien porque la persona no toma el fármaco o
por otros motivos, podría llegar a producirse un “encarnizamiento terapéutico” con
aumento de las dosis del fármaco, con el objetivo de recuperar el reforzador perdido y de
poder seguir sosteniendo la quimera “terapéutica”.
De acuerdo con la perspectiva contextual y transaccional del Modelo ABC, todas las
experiencias vitales y los problemas psicológicos se hacen, se practican, pues, no merced
al modo psicopatológico de producción de una enfermedad, sino merced a los haceres y
quehaceres que tienen lugar en las transacciones funcionales entre biografía y
circunstancias del contexto, y de las que toman su primaria y radical esencia y existencia,
su “denominación de origen” y sus significados (Pérez Álvarez, 2004), como el Análisis
Funcional de la Conducta nos mostrará en la Parte III. En este sentido, los
comportamientos considerados como anormales no son diferentes, ni cuantitativa ni
cualitativamente, en su desarrollo y mantenimiento, de cualquier otro comportamiento
aprendido en el curso de la historia biográfica (Ullman y Krasner, 1975).
Además de ser, como se ha visto, una experiencia biográfica compleja e integral, la fobia
de Alberto es el resultado de varias experiencias transaccionales entrecruzadas que sin
duda tienen impacto en su vida (figura 2.3 y comentarios de la página siguiente) y en las
cuales, como es obvio, intervienen varios sistemas fisiológicos de su organismo. En el
89
curso de la relación temporal entre el ruido de los platillos y la presencia de la ratita, el
ruido le transfiere su función a la ratita, la cual a partir de entonces cambia su
significación psicológica y empieza a cumplir una función diferente a la que había
cumplido hasta entonces. Esta nueva función se acaba transfiriendo y generalizando
también a otros animales de piel blanca e incluso a un abrigo de piel blanca. Puesto que
la nueva función está condicionada a que se haya producido la relación temporal entre el
ruido de los platillos y la presencia de la ratita, las nuevas transacciones y las nuevas
acciones y experiencias emocionales, como es el caso de la fobia, se consideran
comportamientos condicionados o condicionales y constituyen aprendizajes
condicionales, de acuerdo con el paradigma respondiente que se verá en la Parte III.
Lo que le protege ahora a él, es decir su evitación, es lo que le impide jugar como antes
lo hacía. Y su devenir transcurrirá con esas contradicciones, con el malestar y el dolor
que le puedan producir. Es posible que en el devenir de su vida Alberto siga consolidando
su fobia y su evitación, y años después no recuerde en qué momento se inició la cadena
de transacciones que le han conducido hasta una fobia bien instaurada. Y no podremos
comprender a Alberto ni el significado de su fobia si no penetramos en las transacciones
en las que la fobia se ha forjado y en las transacciones que determinan la posible
“cronicidad” de su fobia en el curso de su vida.
90
Figura 2.3. Tres experiencias transaccionales distintas e interconectadas.
91
asistió a la tragedia de un atentado con numerosas víctimas que eran llevadas
en ambulancias mientras la gente huía despavorida. Una experiencia de
maltrato y abuso sexual puede haber provocado una fobia a las relaciones
íntimas y sexuales. El acto sexual, el orgasmo o incluso las caricias previas
pueden haberse convertido en señales condicionadas que reactivan los
recuerdos traumáticos y las emociones de ansiedad, asco, rabia y vergüenza
(“me siento como una puta que cualquiera puede usar, me repugna verme
así” ).
La perspectiva transaccional del Modelo ABC nos permite penetrar también en las
92
experiencias biográficas de las alucinaciones y los delirios (Bentall, 2004, 2009; Read,
Mosher y Bentall, 2006; Perris y McGorry, 2004; Freeman, 2007; Gumley y
Schwannauer, 2008) o en los comportamientos autolesivos (Klonsky, 2007), y en sus
funciones y significados como los que tenía la locura del paje del que hablaba Huarte de
San Juan (cuadro 2.22).
Refiere Huarte de San Juan el caso del paje que se dirigió así al médico que le había curado de su
manía:“Señor doctor, yo os beso las manos por tan gran merced como me habéis hecho en
haberme vuelto mi juicio; pero yo os doy mi palabra (...), que en alguna manera me pesa de haber
sanado, porque estando en mi locura vivía en las más altas consideraciones del mundo, y me fingía
tan gran señor que no había rey en la tierra que no fuese mi feudatario. Y que fuese burla y mentira,
¿qué importaba?, pues gustaba tanto de ello como si fuera verdad. ¡Harto peor es ahora, que me
hallo de veras que soy un pobre paje (...)! (1989: 308–309).
93
darse valor y dar sentido a una vida insignificante, aun cuando los delirios de persecución
o la mera suspicacia o desconfianza respecto a las intenciones de los demás pueden
cumplir otras muchas funciones (Freeman, 2007).
Si consideramos los delirios como relato, como lenguaje que se narra a alguien en el
desarrollo del relato delirante intervienen las objeciones que ponen los demás y los
profesionales, y la refutación que la persona hace de las mismas aduciendo nuevos datos
y “evidencias” extraídos de la experiencia personal, lo cual desempeña un papel en su
mantenimiento y en el hecho de que,
En todas las religiones, una de las experiencias mágico-religiosas habituales es “ver” a los
94
dioses y a otros seres espirituales, “oír su voz” que con frecuencia comunica
mandamientos con propósitos reguladores del comportamiento, y atribuir a algunas
personas el privilegio de ser sus representantes. Son todas ellas, al igual que las
experiencias místicas, experiencias vitales que tienen un fuerte impacto personal y social
y que, como es obvio, no son psicopatologías ni cabe pensar que obedezcan a
desequilibrios de los neurotransmisores o a deficiencias moleculares de los cromosomas.
Como seres de ficción y criaturas humanas que son, los dioses y los espíritus son
obviamente silenciosos, sólo hablan por boca de quienes los invocan, no pueden dar
consejos ni comunicar mensajes. Así pues, hablar con Dios y oír su voz y sus mandatos
en privado, como decía oír Teresa de Jesús (cuadro 2.24), o Juana de Arco, que
afirmaba oír la voz de los ángeles que le pedían que expulsara de Francia a los ingleses,
constituyen, desde un punto de vista psicológico, y desde una perspectiva vigotskiana
(Vygotsky, 1977; Jones y Fernyhoug, 2007), una experiencia dialógica de autolenguaje
con propiedades acústicas en la que uno conversa consigo mismo y es su propio
auditorio. En esa conducta intervienen los repertorios biográficos cognitivo-verbales y
emocionales, los relatos y mandatos socioverbales que le sirven de precursores públicos y
que la persona interioriza con todo su potencial mediador, y por supuesto las
circunstancias del contexto que hacen que esas conductas privadas sean aceptadas
activamente y compartidas por amplios grupos sociales que las incorporan a su corpus de
creencias y que las valoran como reguladoras funcionales del comportamiento personal y
social. Ya Maudsley había advertido que “las alucinaciones auditivas que se producen,
evidentemente obedecen, muchas de las veces, al hecho de que el paciente percibe como
voces los pensamientos mórbidos que surgen automáticamente en su mente” (1991: 208–
209).
El Libro de la Vida, de la monja carmelita Teresa de Jesús (1977) está repleto de experiencias
biográficas alucinatorias intensas en las que el hablar consigo misma y escucharse a sí misma en el
autolenguaje privado y silencioso de lo que ella denomina “oración mental”, así como las imágenes
condicionadas de la imaginación, son experimentadas como el privilegio de hablar con Dios, oír “el
hablar que hace Dios al alma” y ver a Dios: “Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos
corporales no se oyen, pero entiéndense muy más claro que si se oyesen” (pág. 111). Este
autolenguaje, que ella considera conversación con Dios, es una experiencia vital que tiene sin duda
profundas raíces en su historia personal y que le depara intensas emociones placenteras, incluso el
“gusto de la gloria” y el deseo de morir para seguir gozando de esa experiencia en el más allá. Esto
convierte el autolenguaje en un poderoso reforzador y en un poderoso incentivo que va ganando, a
lo largo de su vida, un gran poder regulador de su conducta. La propia monja expresa sus dudas
95
respecto a la naturaleza de estas experiencias privadas, que hicieron que en su época fuese
considerada loca o endemoniada, y curiosamente alude a la posibilidad de que se trate, en efecto, de
autolenguaje, si bien ella considera que puede distinguir que lo que experimenta es un fenómeno
sobrenatural, un “habla de Dios”: “(...) los engaños que puede haber aquí (...) y la diferencia que
hay cuando es espíritu bueno y cuando es malo, o cómo puede ser también aprehensión del mesmo
entendimiento-que podría acaecer-o hablar el mesmo espíritu a sí mesmo, esto no sé yo si
puedeser, mas aún hoy me ha parecido que sí...” (111).
96
reaparecer no es debido a que una patología estuviera recorriendo un curso caprichoso,
estuviera latente y apareciera de nuevo a modo de “reagudización”, sino porque las
circunstancias del contexto y las transacciones experimentan variaciones. Si se produce
un cambio definitivo en las transacciones y el problema se resuelve, no se tratará de una
patología “en remisión”, y no será preciso administrar un tratamiento farmacológico con
el pretexto de prevenir “recaídas”, pues la tal patología es una quimera y el supuesto
tratamiento también. Las recaídas, tan frecuentes en múltiples problemas psicológicos,
sólo se producirán en la medida en que se reproduzcan las transacciones que definen el
problema y que serán las que habrá que prevenir.
La teoría del control social (Scheff, 1999) (cuadro 2.25) en relación con las conductas
“desviadas”, y no conformes con las normas, es congruente con la perspectiva
transaccional de ABC y aporta además criterios adicionales para el análisis crítico de su
patologización. Las conductas de las personas etiquetadas como “enfermos mentales”
han de ser analizadas y comprendidas a la luz de los procesos transaccionales de control
social y de las expectativas normativas que éste comporta.
El control social constituye un proceso contextual que presiona hacia la conformidad con las
normas, estándares y expectativas sociales compartidas en relación con el vestido, el lenguaje, la
apariencia personal, la expresión de sentimientos, los pensamientos, las creencias y otros muchos
aspectos de la conducta humana. El control social opera mediante la censura de la no conformidad
y promoviendo además en los miembros de la sociedad anticipaciones de la censura de los otros
ante la conducta personal no conforme, lo cual contribuye a la autocensura y al autocontrol, y la
interpretación de la conducta de los otros como una respuesta ante la conducta personal. El
ejercicio del control social implica la aprobación formal o informal y la admiración de las conductas
conformes y la desaprobación, la crítica o el castigo de las no conformes, lo cual se acompaña a
menudo de fuertes reacciones emocionales de rechazo y de la consiguiente estigmatización de quien
las realiza. La conducta desviada reviste características que la identifican y la diferencian de otros
tipos de no conformidad y violación de normas: sobre las personas que manifiestan esas conductas
recae el estigma, se las segrega con procedimientos especiales (cárcel, manicomio) y reciben una
etiqueta oficial (criminal, enfermo mental, etc.) relacionada con la estigmatización.
97
Las categorías de “conducta desviada” no son absolutas y un comportamiento no es
“problemático”, “desviado” o “anormal” per se con independencia de ese etiquetado. En
este sentido, la conducta desviada no es un asunto meramente individual que se pueda
comprender preguntando qué hay “dentro” de la persona que le hace ser una persona
desviada y comportarse de manera desviada o qué tratamiento se le puede dar para que
deje de comportarse de esa manera. Para comprender su significado, es imprescindible
incluirel contexto y el proceso de control social que define en qué medida la conducta es
desviada o no conforme. Cada acto desviado es una creación no sólo de la persona
desviada, sino también de aquellos que interpretan sus actos como desviados.
Cuando se pretende definir la conducta desviada como un asunto que tiene su causa en el
interior del individuo, se elude el análisis crítico del sistema de control social en relación
con el cual fue definida como desviada. Del mismo modo, el modelo patológico, al situar
en una factoría cerebral o mental del individuo la supuesta entidad de la que “brotaría”
directamente el comportamiento “patológico”, permite desviar la atención de las
condiciones sociales y de la desigual distribución del poder, de las oportunidades y de los
recursos que inciden en la aparición de los problemas psicológicos, evitar el análisis
crítico de los procesos de control social y de los juicios de valor que definen algunos de
esos comportamientos como “anormales”, “desviados” o “patológicos”, y de las prácticas
diagnósticas y de control sobre esos comportamientos, y enmascarar el mismo control
social, que se podrá ejercer así de una manera más sutil, teniendo los profesionales de la
salud mental las llaves de ese control. En esa medida, el modelo psicopatológico y el
diagnóstico psicopatológico se convierten en ideología social (Ribes, 1990) y resultan
funcionales porque se ofrecen como soporte ideológico del encubrimiento de esas
condiciones y se convierten, por eso mismo también, en perspectiva preferida por el
pensamiento político conservador y por el poder establecido (Albee, 1996). Los
problemas serían asuntos que pertenecen al ámbito de “la salud y la enfermedad mental”.
Si hay algo que no funciona bien, son los procesos morbosos de su mente, equiparados a
fallos bioquímicos de su cerebro, los responsables; es su “mente enferma”, es su
psicopatología. La solución pasaría, pues, por “curar” la patología mental, restablecer la
salud mental, reparar el supuesto desequilibrio bioquímico. La quimera del modelo
patológico y del acto diagnóstico, y el espejismo de estar “curando enfermedades”,
aparecen entonces también como conductas de evitación que son reforzadas porque
98
permiten simplificar la ardua tarea de comprender y de afrontar la complejidad de las
experiencias vitales y de los problemas, reducen la ansiedad que produce la incertidumbre
y, por añadidura, ofrecen a través de la intervención farmacológica una solución también
“sencilla”. La quimera es funcional también porque permite a los profesionales dar
cobertura cientificotécnica a su intervención y eludir la mala conciencia por percibirse
cómplices del encubrimiento y por estar cooperando en el control social. Constituye
también una conducta de evitación para las personas diagnosticadas, a las que permite
obviar la génesis transaccional de los problemas y eludir su responsabilidad en esa génesis
y en los cambios necesarios para resolverlos.
Pero, por más que la retórica del modelo patológico haya querido pasar por ser una
actividad “objetiva” y “neutral” que se limita a mostrar “enfermedades” y “terapéuticas”
para enfermedades, el hecho insoslayable es que, desde los primeros instantes de la
psiquiatría asilar de finales del siglo XVIII hasta el momento actual, los comportamientos
que se le presentan para su diagnóstico y control son precisamente comportamientos
previamente ya calificados como “anormales” y desviados desde un punto de vista
social o que “han dado lugar a un hecho antisocial, a un conflicto con la ley y se
reclama un dictamen de peritos sobre integridad mental” (Kräpelin, 1988: 304). Es
sobre esa calificación y sobre la “selección” de comportamientos sobre la que el modelo
va a aplicar sus criterios anatomopatológicos y fisiopatológicos y sus estrategias de
control y de “tratamiento”. Si no fueran considerados anormales o desviados en el orden
de los fenómenos psicosociales, no habrían comparecido ante la medicina para ser
recategorizados en el orden de lo anatomoclínico. Las intervenciones profesionales son,
pues, también parte del sistema de control social, y aliados de los juicios de valor acerca
de lo que es “normal” y “anormal”, “enfermedad mental” y “estado normal de salud
mental”, y comparten en buena medida el valor de las normas que los desviados violan y
las reacciones emocionales que produce la conducta desviada. Por ello, suelen tratar con
la conducta desviada y con quienes la realizan de una manera aceptable para el sistema
de control y en sus intervenciones queda incorporada la posición de las instituciones y
grupos sociales que les otorgan poder para realizarlas y que las respaldan, e incluso
presionan para que se realicen en diferentes dispositivos institucionales: “encárguense
ustedes de curarles la enfermedad que padecen, de restablecer la salud mental”. No es
tan sólo, pues, un acto médico, o psicológico, sino también una praxis social que cumple,
99
en cada momento histórico (cuadro 2.26), no sólo la función de ofrecer una supuesta
explicación mediante una etiqueta diagnóstica, sino también una función de control
social. Así ocurría en el siglo XIX con el diagnóstico de “drapetomanía”, supuesto
trastorno que padecían los esclavos negros que tenían la “compulsión” de escapar, o con
el diagnóstico psiquiátrico que Benjamin Rush hacía de la anarquía como una forma de
locura. En la medida en que las instituciones sociales invisten de autoridad y
recompensan el acto diagnóstico, están decidiendo también que lo que le ocurre a esta
persona es que “padece una enfermedad” que habría que curar.
Como ha señalado González Duro (1994), ya en los siglos XVI y XVII, los objetivos “curativos” y
la necesidad de que los médicos certificasen el “mal de demencia” no ocultaban el objetivo principal
de control social y moral sobre conductas anormales, antisociales o escandalosas, al que servía la
medicina biológico-moral o “política” de entonces, uno de cuyos exponentes fue Huarte de San
Juan, y merced a la cual los juicios morales y religiosos sobre la conducta y las prácticas de
vigilancia y control quedaban disfrazados de diagnóstico médico. Según Leuret, “Como moralista, el
médico puede y debe incluso intentar corregir a sus enfermos de sus defectos y de sus vicios”
(2001: 150). La polémica “cárcel o manicomio” referida más arriba es una muestra también de la
participación de la psiquiatría en el sistema de control social y de su implicación en las decisiones
del sistema penal. A lo largo de la historia, el diagnóstico psiquiátrico se ha convertido a menudo en
aliado del poder político, psiquiatrizando y patologizando a los adversarios políticos,
considerándolos como “mentalmente perturbados” tal como ocurrió en España durante el Régimen
franquista (González Duro, 2008).
RESUMEN DE LA PARTE I
100
perspectiva biográfica y transaccional, se muestra como un modelo alternativo que
permite comprender la génesis y el significado de los problemas psicológicos, proporciona
herramientas para su análisis y fundamenta estrategias de intervención eficaces.
101
PARTE II
102
3
Principio Estratégico 1.
Construir una fuerte alianza de trabajo
Para esta alianza, la Parte II del Manual ofrece un enfoque estratégico, el Modelo de
Potenciación o de Competencia (“empowerment” en la literatura anglosajona) que se
inspira también en el cambio de paradigma planteado por ABC. Sus principios y valores
dan marco y sentido a la alianza y al proceso de solución del problema, conforman
además un estilo de vida profesional, un “manual de estilo”, una pedagogía de la
potenciación que convierte a quienes hacen CP y a los profesionales que cooperan con
ellos en equipos interdisciplinares en agentes potenciadores y los empodera a ellos
también. Comportan asimismo el compromiso ético de la responsabilidad en cuanto a la
eficacia de las intervenciones (Costa y López, 2003: 19–20).
De acuerdo con este enfoque (véase Costa y López, 1986, 2003, 2006, 2008), las
103
intervenciones del CP tienen el propósito de compartir poder y control con los
consultantes, empoderarlos, para que puedan caminar hacia los valores y objetivos que
les importan en la vida, influir con sus elecciones, decisiones y acciones responsables en
el curso de su propia vida, desarrollar y poner en práctica las capacidades de
afrontamiento del problema, acceder a los recursos y factores de protección personales y
del contexto disponibles y hacer los cambios que la solución del problema requiere. Los
principios y valores de la potenciación se concretan, a su vez, en líneas de acción que se
despliegan a lo largo de todo el proceso en el contexto de la alianza de trabajo (Principio
1), y en un proceso dialéctico que trata de enlazar y equilibrar la aceptación, la
validación y el apoyo (Principio 2), por un lado, con la firmeza para promover el
compromiso responsable con las decisiones y acciones de cambio (Principio 3) y el
rediseño del contexto y el fortalecimiento de los recursos (Principio 4), por otro.
Uno de los fenómenos más significativos del CP es la existencia misma de la relación, los
encuentros de comunicación y de comunión interpersonal, entre dos o más seres
humanos, uno de los cuales espera encontrar la ayuda necesaria para resolver un
problema, y otro que se ofrece para prestársela. En esa medida, el primer propósito
estratégico de la potenciación y de sus líneas de acción (figura 3.1), centra su foco en los
encuentros mismos y trata de forjar una alianza de trabajo fuerte y de responsabilidad
compartida que tenga la suficiente competencia comunicativa y técnica para resolver el
problema, y cuya construcción puede resultar delicada en algunas situaciones.
104
problema revista especial severidad, en que haya habido intentos de solución
anteriores que no han tenido éxito, o que se trate de problemas que consistan
precisamente en la dificultad para establecer relaciones interpersonales, la
construcción de una alianza fuerte será un reto más difícil para consultores y
consultantes.
105
A este encuentro, los consultantes vienen con su biografía entera que aspira a ser
comprendida y aceptada en la singularidad de su existencia. Adoptamos, pues, una
perspectiva biográfica integral, holística (cuadro 3.1), y una perspectiva histórica que
nos inserta en la experiencia del problema que los consultantes viven tal vez desde hace
años, en los intentos que han hecho para resolverlo y en la decisión de acudir al CP.
Nuestro acompañamiento, pues, no es una interrupción en la trayectoria vital, sino que le
da continuidad histórica, extrae todo su potencial de crecimiento y de cambio y le
incorpora todo el potencial transformador de la alianza de trabajo.
“El hecho de que estés hoy aquí yo lo vivo como una invitación a
entrar de alguna manera en tu vida y en el problema del que me hablas.
Pero tu vida, tu problema y los esfuerzos
por darle sentido a tu vida y por resolver el problema no comienzan hoy aquí conmigo,
tienen ya una historia, un recorrido. Me gustaría saber incorporarme a esa historia,
comprender el significado del problema y de todos esos esfuerzos y acompañarte para
llevarlos hacia donde tú decidas. El camino que hoy comenzamos no es, pues, un corte
en tu vida, es la continuación de tu trayectoria vital y de tus esfuerzos Esto me llena de
respeto y de responsabilidad.”
106
3.2.2. Promover y equilibrar afiliación y autonomía
107
3.2.3. Potenciar las dos funciones de la alianza: contexto y principio activo
Los encuentros se configuran, por una parte, como contexto o escenario propicio, un
lugar acogedor en el que y desde el que se pueda realizar el cambio. Por otra parte, son
en sí mismos también una nueva experiencia de comunicación interpersonal. De
acuerdo con la metáfora que utiliza Pérez Álvarez (1996), el encuentro interpersonal del
CP no sólo es el “excipiente” por medio del cual se administran las técnicas, sino que,
por los actos comunicativos que en él ocurren en vivo entre consultores y consultantes,
actúa además como principio activo, como una fuerza transformadora y de cambio que
se suma al potencial transformador del proyecto de cambio propiamente dicho, y cuya
construcción corre en paralelo a la construcción y despliegue de ese proyecto.
Así, por ejemplo, cuando les escuchamos con atención pueden experimentar
las ventajas que la escucha reporta a las relaciones habituales y pueden
animarse a practicar la escucha en su vida cotidiana. Cuando un padre observa
cómo el consultor se comunica con su hijo, el padre puede decidir introducir
cambios en su modo de comunicarse también con éste y restaurar así estilos
de comunicación interpersonal que tal vez están deteriorados desde hace
tiempo y que son parte del problema. Con nuestros actos de comunicación,
podemos apuntalar la posición débil de uno de los miembros de la pareja o de
la familia, promover la participación de otro que habitualmente guarda silencio
porque está acostumbrado a que su opinión no se tenga en cuenta, con lo cual
también estamos propiciando que asuma una mayor responsabilidad en la
solución del problema, o dar feedback corrector a quien habitualmente
monopoliza la palabra. La relación cercana y confiada y la posibilidad de
hablar de sus preocupaciones sin ser juzgado puede ser una circunstancia que
contribuya a cambiar los estilos comunicativos de un consultante
habitualmente inhibido, desconfiado y con fuerte ansiedad social, y a construir
o reestablecer la confianza en su capacidad para establecer lazos
interpersonales positivos y para ser objeto de interés por parte de los demás.
108
Compromiso (Wilson y Luciano, 2002). Por otra parte, aun cuando el foco central de
este
Así, por ejemplo, una misma información, una misma confrontación, una
109
misma pregunta, puede ser comunicada, bien desde una posición que subraya
los saberes profesionales y la “ignorancia” del consultante (“pero, ¿cómo no
se da cuenta de que es su actitud la que provoca las reacciones negativas de
los demás?” ), o bien desde una posición que subraya la competencia del
consultante y el valor de su experiencia para compartir el proceso de
deliberación (¿en qué medida cree que su actitud pudiera determinar las
reacciones de los demás?”). El impacto de la información transmitida o de la
pregunta formulada por el profesional será muy diferente en un caso y en
otro. Así, un consultante puede haber entendido el sentido y la racionalidad de
una sugerencia hecha por el profesional, pero puede resistirse a llevarla a la
práctica porque considera que ha sido formulada sin tomar en consideración
su propio punto de vista. Así también, el consultor puede reaccionar ante el
mensaje de una objeción o de una crítica del consultante como si se tratara de
una amenaza a su seguridad o un desafío a su autoridad, o como una
oportunidad para reorientar y mejorar el proceso de comunicación. Si durante
la sesión una madre nos comenta que su hijo es muy cerrado, mientras dirige
una mirada furtiva y fugaz a su marido deteniendo unos segundos su discurso,
no sólo nos está informando sobre una característica de su hijo, sino que
también está estableciendo en ese momento con su marido y con nosotros una
relación en la que probablemente está atribuyendo al marido la responsabilidad
de la característica del hijo. Si nos revelan una información sobre aspectos
íntimos de su vida sexual, no sólo importan los detalles del relato, sino
también el hecho de que sea precisamente a nosotros a quienes lo revelen por
primera vez en su vida, lo cual denota una relación de confianza y le da al
relato un significado específico.
Los encuentros del CP no son una yuxtaposición de dos biografías ni una actuación por
turnos, sino una transacción dinámica y circular entre ellas en la que ambas son
copartícipes e interdependientes en un proceso de influencia y de regulación recíproca
que, como se ha visto en el capítulo 2, el modelo psicopatológico ignora o subestima.
110
Lo que los consultantes perciben, piensan, sienten y están dispuestos a hacer depende en
buena medida de lo que nosotros hacemos y decimos, está en función de nuestro
comportamiento comunicativo, depende de él, es comprensible y tiene sentido a la luz
de él, no es un “sinsentido”. Lo que hacemos y decimos, en sentido positivo o negativo,
en respuesta a lo que ellos hacen y dicen es una consecuencia que influye
recíprocamente en su comportamiento comunicativo ulterior.
Si lo que hacen y dicen depende de lo que hacemos y decimos, tenemos un cierto grado
111
de influencia y control sobre su comportamiento. Por eso, es importante identificar los
comportamientos nuestros que pueden desencadenar acciones, pensamientos y
emociones en ellos, y que pueden actuar como consecuencias reforzantes o de castigo
(atención dispensada, validación, reproches), que influirán en la probabilidad de esas
conductas, o como señales discriminativas que les anticipan las consecuencias valiosas
que podrían lograr si hacen o dicen determinadas cosas.
Así, por ejemplo, si no nos gusta lo que recibimos como respuesta, o es una
respuesta que no esperábamos, es conveniente que prestemos atención a lo
que hemos comunicado previamente y a cómo lo hemos comunicado, y
tratemos de ver su respuesta desde el impacto que nuestra comunicación les
ha podido producir, no sólo desde la intención que nosotros teníamos al
comunicarnos. Si queremos promover un cambio a través de nuestra
comunicación con ellos, una estrategia puede ser cambiar nuestra manera de
responder a su comportamiento.
112
como si el nuestro no hubiera tenido nada que ver en el suyo, e incluso en la
perpetuación de sus estilos comunicativos disfuncionales; no podemos
comprender su vivencia del problema y su implicación en su solución sin tener
en cuenta cómo hemos definido ese problema y cómo les hemos definido a
ellos.
Nuestros consultantes preferirán una relación motivadora que les depare experiencias
agradables y en la que además puedan lograr consecuencias positivas y con significado
113
para ellos, en la que les compense o recompense participar.
“¿Qué le parecen el método y las técnicas que le he dicho que vamos a emplear para resolver el
problema?“; “antes de que comencemos, me gustaría saber si está dispuesto a ....”; “¿cómo se
siente al estar aquí?”, “¿cómo se siente en relación conmigo?”; “¿qué le parece lo que hemos
hecho hoy?”, “¿cómo se sintió después de la última sesión?”; “¿hay algo de lo que yo he dicho
que resulta confuso o que no le ha quedado suficientemente claro?”; “¿estamos centrándonos bien
en lo que es más importante para usted?”; “¿cree que hay algo que todavía no hemos tratado o
que hemos pasado por alto y que podría ser importante tratar?”; “¿lo que le ha ocurrido hoy aquí
114
tiene algo que ver o tiene similitudes con lo que le ocurre en alguna otra circunstancia de su
vida?”; “¿qué es lo que le puede ser de más ayuda de todo lo que hemos planteado?”; “¿qué le
parecen las tareas que hemos propuesto para realizar hasta la próxima entrevista, cree que las va a
poder realizar, habrá algún inconveniente?”; “¿opina que tendríamos que hacer algún cambio en
el procedimiento que estamos llevando?”; “¿qué cree que podríamos hacer para superar la
dificultad que estamos teniendo ahora?”; “tengo la impresión de que no está muy entusiasmado
con lo que le propongo, ¿tiene alguna duda o sugerencia que querría plantearme al respecto?”;
“¿desea decirme algo más antes de que terminemos el encuentro de hoy?”.
115
mostrar hacia nuestra influencia y su derecho a salvaguardar su intimidad y su
silencio.
7. Mostrar permeabilidad. Somos permeables nosotros mismos también hacia su
biografía, hacia su historia y hacia su influencia en nosotros.
116
3.5.1. Confianza que va más allá del encuentro
117
1. Hacer grata la relación. Tratamos de que sus relaciones con nosotros sean
emocionalmente gratificantes.
2. Comunicarles nuestro interés genuino. Les comunicamos de manera fehaciente y
genuina que estamos interesados por ellos, que nos preocupa el problema que les
preocupa, que haremos, dentro de nuestras posibilidades, todo lo posible para que
puedan resolver el problema y que pueden acudir a nosotros en busca de apoyo
cuando están en apuros, a sabiendas de que podrán contar con nosotros y no les
vamos a rechazar.
3. Estar al día. Nos preocupamos de nuestra capacitación profesional, de manera que,
sin alardes por nuestra parte, sepan que puedan fiarse de nuestra competencia
técnica, de que sabemos de lo que hablamos y hacemos.
4. Cumplir la palabra. Somos fieles a la palabra dada y cumplimos las promesas y los
acuerdos que hemos comprometido con ellos. Lo que hacemos es coherente con lo
que decimos.
5. Escuchar sin juzgar. Comprueban que pueden sincerarse con nosotros y revelarnos
algo, incluso grave, que ha ocurrido o que han hecho, sin temor a que “hagamos un
drama” o les cerremos la puerta.
6. Guardar las confidencias. Mantenemos la confidencialidad de una confidencia que
nos han hecho.
7. Comunicar otra oportunidad. En los casos en que todo parecía perdido por un
error cometido, les comunicamos que el proceso que estamos compartiendo es una
nueva oportunidad para enmendar el error cometido y para iniciar una “nueva era”
en el camino de la vida.
8. Ser valedores. Difundimos información positiva sobre ellos, somos valedores suyos
ante otras personas.
9. Ser sinceros. No les ocultamos las dificultades que plantean los cambios y el
mantenerse responsablemente fieles a los compromisos adquiridos.
10. Hacer autorrevelaciones. Hacemos autorrevelaciones de experiencias similares a
las que ellos han vivido y que nos muestran como personas “tan humanas como
ellos”. Reconocemos también los errores que hemos podido cometer con ellos o los
daños que les hemos podido causar involuntariamente con nuestras intervenciones.
11. Fiarse de ellos. Mostramos confianza en ellos, les hacemos ver que nos fiamos de
ellos.
118
3.6. Proporcionar una experiencia de exposición
Aún antes de que decidamos utilizar una técnica de exposición como las que se explican
en el capítulo 12, el hecho mismo de participar en la alianza es una experiencia de
exposición, con las oportunidades y riesgos que toda exposición comporta, y con el valor
corrector y desensibilizador que la exposición puede tener (cuadro 3.7).
El escenario del CP es también una oportunidad para que los consultantes puedan verse a
sí mismos, al mundo que les rodea y a su problema bajo una nueva luz. Al ver el
problema como una experiencia contextual y transaccional, con sus correspondientes
funciones y significados, y no como una entidad mental e inmanente, ni como una
enfermedad, y al verse ellos como personas que experimentan un problema que se puede
resolver cambiando acciones y transacciones, y no como enfermos que hay que “curar”,
pueden experimentar un cambio radical y una ampliación de perspectiva. Lo que
ocurre en el curso de las transacciones interpersonales de la alianza puede poner a
prueba sus suposiciones y animarles a revisar críticamente la posible parcialidad de sus
puntos de vista y las posturas del tipo “blanco o negro”, así como comprobar el impacto
positivo o negativo de su comportamiento en nosotros y en los demás.
119
Así, por ejemplo, el hecho mismo de la narración autobiográfica del
problema y las autorrevelaciones acerca de las vivencias que les depara
constituye una oportunidad para verlo de otra manera. Si mostramos empatía
por la ansiedad que sienten ante las relaciones heterosociales, descubrirán
otros significados de su ansiedad y ésta dejará de alarmarles tanto como lo
hacía; si desvelamos el daño que el acoso produce en las víctimas del mismo y
logramos que quienes acosan sean sensibles a ese daño, probablemente ya no
lo tomarán como algo trivial y tendrán más clara la elección entre violencia y
cooperación; si tomamos con sentido del humor un error cometido, es posible
que cambie su postura catastrofista y perfeccionista ante cualquier mínimo
fallo; si a un adolescente le tratamos con el máximo respeto y le pedimos que
tome parte en una decisión, probablemente cambie la perspectiva que tenía
sobre los adultos como personas que no dan crédito a los niños; si
reconocemos nuestros propios errores y pedimos disculpas por ellos,
ampliarán la visión que tenían de los adultos como los que “nunca reconocen
que se equivocan”; si abordamos con serenidad el problema que les agobia,
quizá cambie su visión de los problemas como una catástrofe y aprendan a
verlos como una oportunidad de mostrar capacidad para resolverlos y
vislumbrar alternativas de solución antes no imaginadas; si validamos sus
objeciones, su resistencia o su ira como comportamientos legítimos sin
posturas defensivas por nuestra parte, pueden desconfirmar la creencia y la
expectativa mantenidas hasta ahora de que esos comportamientos
autoafirmativos conllevan represalias por parte de los demás.
120
3.8. Tomar en consideración las conductas relevantes
Nosotros también llegamos al encuentro con toda nuestra biografía entera y singular, con
toda nuestra historia personal y profesional. Como es obvio, pues, también nosotros
manifestamos en el encuentro del CP comportamientos verbales y no verbales,
pensamientos, recuerdos, fantasías y reacciones emocionales ante lo que ocurre en él,
que son la prolongación de otros habituales en otras circunstancias y en otras relaciones
interpersonales de nuestra vida y que pueden facilitar o interferir en el proceso.
Así, por ejemplo, el reciente divorcio del consejero puede ser una
oportunidad o un riesgo para el CP en un problema de pareja; las
autorrevelaciones del consultor pueden ser oportunas o inoportunas; un
consultor que está tratando de dejar de fumar o de perder peso puede
comprender mejor las dificultades de consultantes que están participando en
121
un programa similar o, por el contrario, transmitirles inadvertidamente el
posible pesimismo que él está experimentando respecto a los resultados; las
dificultades habituales del consejero para aceptar su vulnerabilidad o sus
reacciones airadas ante determinados comportamientos pueden impedir
aceptar la vulnerabilidad del consultante y gestionar la ira que le provocan
determinados comportamientos del mismo; Los usos y costumbres propios de
una intervención psicológica de tipo “jerárquico” podrían contradecir el
propósito de compartir poder y control con los consultantes y reforzar
inadvertidamente la impotencia y el sentimiento de incompetencia con el que
pueden haber acudido; la precipitación en “tratar” la ansiedad o la depresión
podría inhibir la iniciativa del consultante e impedir realizar el necesario
ejercicio de validación de sus experiencias emocionales, reforzando así el
combate emocional que han venido practicando y que es tal vez parte del
problema; el interés genuino, pero precipitado, por suscitar confianza y
esperanza en relación con la solución del problema podría evocar recelo y
repliegue en aquellos consultantes para los que “un rayo de esperanza” ha sido
numerosas veces el anuncio de nuevas decepciones.
122
Cuadro 3.8. Función mediadora del lenguaje y de las reglas verbales
En la fábula de Samaniego, las palabras del pastor (“¡que viene el lobo!”) son capaces de anticipar la
llegada del lobo y de influir en los demás pastores sin que éstos se tengan que ver expuestos a la
presencia real, directa e inmediata del lobo y de sus peligros. En muchas situaciones de la vida, la
biografía puede trascender las circunstancias inmediatas, y establecer, mediante el lenguaje y el
autolenguaje transacciones con sucesos, circunstancias y experiencias personales que pueden no
estar presentes, disponibles y observables de manera inmediata y directa, sino que están, como el
lobo, alejadas en el tiempo y en el espacio. La transacción con ellas no se establece, pues, de
manera directa, inmediata y explícita, sino de una manera sustitutiva, indirecta o implícita a través
de la función mediadora y sustitutiva del lenguaje. Esta importancia de las palabras y la conducta
gobernada por reglas verbales están recibiendo en el Análisis Experimental del Comportamiento
(Hayes, 1989; Hayes, Gifford y Hayes, 1998) y en algunas metodologías de la intervención
psicológica como la Terapia de Aceptación y Compromiso (Wilson y Luciano, 2002) una atención
creciente. En el aprendizaje relacional que tiene lugar en el curso del proceso de socialización desde
la infancia, los sucesos, las circunstancias del contexto y las experiencias privadas, y su posible
significación benéfica o amenazante transfieren sus funciones a las palabras, las cuales actúan como
equivalentes funcionales de esas circunstancias, al igual que el “¡que viene el lobo!” actúa como
equivalente funcional del lobo mismo. Las circunstancias quedan funcionalmente sustituidas o
mediadas por las palabras de las que son referentes. Esta función sustitutiva y mediadora del
lenguaje, que se incorpora en el proceso de socialización a la conducta dialógica del autolenguaje y
del pensamiento (Vygotsky, 1977; Jones y Fernyhoug, 2007), está regulada por reglas
convencionales de correspondencia o equivalencia funcional y de literalidad entre las palabras y sus
referentes. Estas reglas, establecidas por cada contexto sociocultural verbal, otorgan aprobación y
reconocimiento social a la literalidad de las equivalencias funcionales entre las palabras y sus
referentes y al hecho de actuar de acuerdo con esa literalidad.
Sabemos que los días no se entristecen, pero decimos “el día está tristón”. “Estar
en las nubes”, “estar fuera de la realidad” o “tener el demonio metido en el cuerpo” son
expresiones que no solemos tomar al pie de la letra, sino tan sólo en sentido figurado.
Pero, cuando las palabras se toman “al pie de la letra” y se cree “a pies juntillas” la
equivalencia funcional de lo que dicen, entonces, en lugar de ser una herramienta que
trasciende lo inmediato y amplifica las experiencias humanas, pueden enmascarar y
suplantar, tal como hace la logomaquia psicopatológica, las transacciones que realmente
determinan el comportamiento.
La construcción de una alianza de trabajo fuerte requiere, desde luego, que tomemos en
consideración y respetemos los repertorios verbales singulares que nuestros
123
consultantes han aprendido en su contexto sociocultural y con los que se dirigen a
nosotros y nos hablan a su manera de sus preocupaciones, problemas y expectativas.
Así, por ejemplo, sus palabras pueden referirse a las circunstancias, objetos y
personas del contexto (“esto es horrible”), al presente (“no le encuentro
sentido a mi vida, me siento un poco perdido”, “no sé lo que quiero, estoy
sumido en una gran incertidumbre, mi vida es un caos”), al pasado (“no ha
servido de nada lo que he hecho”), al futuro (“estoy abocado al fracaso y no
tiene ningún sentido intentarlo de nuevo”, “ya nunca seré capaz de tener
una relación íntima”, “he perdido tantas cosas y he cometido tantos fallos,
que nunca lo superaré”, “después del daño que me han hecho, ya no podré
confiar en nadie”, “evito las relaciones íntimas y decir lo que siento, sé que
lo utilizarán en mi contra como siempre ha ocurrido”, “a lo que yo aspiro
es a recuperar la ilusión”, dicho por la mujer en un conflicto de pareja), a sí
mismos (“soy un desastre”, “no tengo remedio” ), a sus experiencias
privadas, o a las supuestas causas de la conducta (“todo esto me pasa por
haber sido un inconsciente”, “no lo hago porque pienso que se van a reír de
mí”, “no lo hago porque tengo miedo”, “esto me ocurre por mi baja
autoestima”, “no lo podré hacer hasta que recupere la confianza en mí
mismo”, “no le puedo dejar ahora porque se pondrá peor”, dicho por una
mujer en proceso de separación, refiriéndose a su marido; “esto me lo hace
porque me odia y se quiere vengar de mí”, dicho por una madre refiriéndose
al comportamiento de su hija).
Somos conscientes también de que esas palabras pueden ejercer, mediante las
equivalencias funcionales del lenguaje, un control negativo sobre su conducta.
124
esas experiencias biográficas son calificadas arbitrariamente como “malas”,
sea porque son imputadas literalmente como “causa” de los problemas, las
equivalencias establecidas por el lenguaje promueven en la vida cotidiana el
combate, eliminación o evitación (“no pienses esas cosas”, “cambia tu
manera de pensar irracional”, “controla tu miedo y tu ansiedad” “no te
preocupes”, “no debes tener miedo”, “levanta ese ánimo”, “tienes que
combatir esos pensamientos dañinos”), de modo equivalente a como se haría
con algo que realmente es malo o causante de problemas. Se promueve de
esta manera la denominada evitación experiencial de la que se tratará en el
capítulo 12.
Les ayudamos a tomar distancia crítica, como se verá en el capítulo 15, respecto a
la equivalencia funcional entre las palabras y los hechos y las acciones denominadas con
las palabras. Las palabras no son las cosas y por decir “llama” no se quema la boca.
125
Así, por ejemplo, si mostramos empatía por su abatimiento, si no juzgamos
su rabia o su irritación, si expresamos nuestro propio malestar sin ofenderles,
si afrontamos los problemas que surgen en la relación sin catastrofismos, si
usamos el sentido del humor, si reconocemos nuestros propios errores y
pedimos disculpas por ellos, si tomamos en consideración sus puntos de vista,
pueden aprender esas mismas estrategias de comunicación y de afrontamiento.
En una entrevista con una pareja en la que cada uno afronta los fallos del otro de
manera invalidante, dice él: “Estos días no hemos hecho nada de lo que habíamos
quedado, nos hemos relajado mucho, la verdad es que hemos estado muy liados y
en el trabajo no han ido bien las cosas…”. Podríamos decir: “Mi compromiso
con vosotros también es para estas ocasiones en que las cosas no van como
habíamos previsto y como habíamos querido que fuesen”.
En una entrevista con un consultante al que le resulta difícil aceptar que los demás
puedan mantener puntos de vista diferentes al suyo y esto le ocasiona problemas en
sus relaciones habituales: “Tal vez el planteamiento que he hecho en relación con
los objetivos no le parece el adecuado, me gustaría conocer su opinión, aun en el
caso de que piense que su planteamiento no coincide con el mío”.
En una entrevista con una pareja con problemas de comunicación, podemos utilizar
deliberadamente el parafraseo. Preguntamos algo a uno de ellos, nos responde,
parafraseamos lo que nos dice, nos confirma el parafraseo y sigue hablando,
explayándose en el significado que tiene para él lo que está diciendo. Podrían
querer incluir el parafraseo en su comunicación diaria.
Recibimos una crítica de un consultante: “Reconozco que no he medido
suficientemente el alcance de mi observación, te agradezco que me lo hayas
hecho ver y te pido disculpas”.
Perdemos el hilo de la conversación y decimos: “Me he perdido, discúlpame,
¿podrías repetirme esto último?”.
En una entrevista de CP familiar, escuchamos con atención las opiniones de la hija
adolescente en relación con el conflicto y eso hace que se incorpore activamente a
la deliberación. Los padres pueden percibir que la escucha activa para comprometer
a su hija en la solución de los problemas puede ser más efectiva que el hecho de
reprocharle que no lo haga o de insistirle para que lo haga.
126
Nuestra manera de ayudar, sin aires de arrogancia, compartiendo poder y control, y
considerándonos subsidiarios en su proyecto de cambio, es un modelo de conducta que
condiciona el proceso y que colorea el valor de nuestros otros comportamientos. La
misma configuración y atmósfera del escenario del CP como contexto en el que se
siente libertad, seguridad y confianza para deliberar y discutir sin temor sobre asuntos
incluso graves puede ser un modelo para otros contextos de la vida cotidiana.
“La próxima vez que discutáis sobre este asunto, os puede ser útil
acondicionar antes el lugar en que lo vais a hacer de una manera similar
a lo que hacemos aquí y seguir también las reglas que aquí nos funcionan
bien cuando conversamos...”
127
4
Principio Estratégico 2.
Validar la biografía personal
Una de las estrategias que hacen de la alianza del CP una experiencia transformadora es
la validación biográfica, que es una contribución clave a su construcción y
fortalecimiento. Así, los dos primeros Principios Estratégicos se potencian mutuamente y
la alianza interpersonal se convierte en un escenario para la validación y para la
acreditación y confirmación del valor de su biografía personal.
Como dice Marsha Linehan (1993), cada estrategia de cambio ha de estar enmarcada por
el impacto de esta validación (cuadro 4.1), la cual se despliega en varias líneas
estratégicas (figura 4.1).
128
129
Figura 4.1. Líneas estratégicas del Principio Estratégico 2.
130
les provocamos.
5. ¿Cuál es su motivación, cuánto les interesa lo que ocurre en la alianza y en el curso
del proceso de cambio, para qué les sirve, qué disposición tienen para hacer lo que
les proponemos, qué probabilidad hay de que lo hagan, cuánto les compensa el
hacerlo, cuánto les vale la pena?
6. ¿Tienen las competencias y habilidades necesarias para realizar las actividades del
proyecto de cambio?
B) Validar su perspectiva
131
es ver qué podemos hacer para conciliar estos puntos de vista diferentes.”
“En relación con lo que te he comentado, sería muy interesante que dijeras todo
lo que se te ocurra, aun cuando creas que yo pueda no compartirlo.”
Así, por ejemplo, mensajes que lo subestiman (“es una manera de ver las
cosas que no tiene mucho sentido y que te causa muchos problemas”), que
eluden su deseo de intervenir en el curso del cambio y de la comunicación
(“si fuera por ti, todos los demás de la familia tendrían que adaptarse a lo
que tú propones, y eso no puede ser, porque lo que propones no es un cambio
serio”), que invalidan sus resistencias al cambio, o las consideran como
indicadoras de poca inteligencia o de cobardía (“si fueras un poco más listo,
no pondrías tantas pegas y entenderías que tienes que cambiar”).
“Habéis venido juntos porque pensáis que las cosas no van bien en
casa, pero cada uno de los miembros de la familia ve las cosas desde
perspectivas diferentes, incluso unos creéis que existe un problema grave
y uno de vosotros dice, no obstante, que él no tiene ningún problema, creo
que hemos de contar con esto desde el principio, tal vez puede ser una
oportunidad el que cada uno pueda expresar en qué se basa para pensar
de ese modo y que veamos si esos puntos de vista se pueden
complementar y pueden unirse para resolver juntos el problema.”
132
C) Validar su visión del problema y del Consejo Psicológico
Respetamos el significado único que para ellos tiene la experiencia del problema y
el hecho de haber decidido pedir ayuda, quizá en medio de la vacilación y la
incertidumbre y con miedo a ser dependientes, a ser decepcionados, a ser percibidos
como incompetentes o a ser culpados por sus problemas. Respetamos la legitimidad de
las expectativas y esperanzas puestas en el CP, incluso las demandas de apoyo tal vez
formuladas con apremio y desproporcionadas o mágicas respecto a nuestra limitada
capacidad de ayuda, pero nacidas tal vez de necesidades de apoyo y protección
reiteradamente frustradas en el curso de la vida con el consiguiente resentimiento.
133
desequilibrios neuroquímicos, enfatiza la incapacidad y la deficiencia, promueve la
pasividad (“que me traten el trastorno que padezco” ), disminuye la probabilidad de una
implicación activa y responsable en el proceso de cambio, evoca bajas expectativas de
afrontamiento esperanzado, afecta negativamente a la respuesta profesional ante el
problema y hace difícil construir una alianza de trabajo cooperativa y empática.
“Lo que le propongo suele ser útil en problemas parecidos, queda por ver si
podrá serlo para usted también.”
“Tengo la impresión de que la propuesta que le hago no responde a sus
134
expectativas, pero me gustaría saber qué opina usted.”
“Me pregunto si lo que estamos planteando es factible en las condiciones
actuales de su familia.”
135
C) “Así es como yo lo veo”
Aceptar que son diferentes supone aceptar que nosotros también lo somos, tomar
conciencia de nuestras propias fronteras biográficas y de que nuestra perspectiva y
nuestros estilos de vida no son trasladables sin más a la vida y al problema de nuestros
consultantes y mucho menos en forma de consejos del tipo “usted debería” o “usted
tendría que”. Algunos mensajes verbales pueden ayudarnos a tomar conciencia de estos
límites y a comunicarlos a nuestros consultantes en todo momento.
“Así es como yo lo veo, pero las cosas no tienen por qué ser necesariamente
como yo las veo, para ti pueden ser diferentes.”
“Corrígeme si me equivoco, pero tengo la impresión de que…”
“Después de todo lo que me ha dicho y de los análisis que he hecho, he llegado a
una conclusión que considero bastante verosímil, pero quiero comprobarlo con
usted, pues no estoy completamente seguro de haber acertado.”
La conciencia de esta demarcación entre su “yo” y nuestro “yo” nos permite lograr
en cada caso el grado de implicación más ajustado para poder preservar la necesaria
distancia y objetividad que requiere el análisis del problema, para poder ir
monitorizando de manera consciente y deliberada los actos de nuestra intervención y
para asegurarnos nuestro propio autocuidado, en la medida en que nos ayuda a prevenir
experiencias de desbordamiento personal que nos incapacitarían para ofrecer la ayuda
que nos demandan.
Compartir con ellos el proyecto de cambio es ya, por sí mismo, un modo de validar y
136
acreditar la biografía personal. Pero podemos mostrar validación también revelando
expresamente que compartimos con ellos aspectos y experiencias de su vida y de su
historia u otros aspectos comunes a todos los seres humanos. Esto, a su vez, puede
contribuir a la ampliación de perspectiva a la que antes se ha aludido, a la
normalización de experiencias personales que los consultantes podían haber juzgado
como “raras”, y al fortalecimiento de la alianza que proclama el Principio Estratégico 1.
Así, por ejemplo, “me estás hablando de esa experiencia que todos
teníamos cuando éramos niños y nos pillaban en una mentira y buscábamos
mil disculpas para defendernos de un posible castigo”; “creo que puedo
compartir con usted y comprender esa sensación de vacío que solemos sentir
cuando no sabemos muy bien qué hacer y a dónde ir y nos preguntamos qué
sentido tiene nuestra vida”; “para mí la música es también, como para
usted, una fuente de felicidad y una ayuda inapreciable en los momentos
difíciles”; “a mí me da también muy buen resultado esa manera que usted
tiene de organizar las tareas pendientes”.
137
o “no hay nada que yo pueda hacer”. En el CP con familias y parejas, les incorporamos
a la identificación de los puntos fuertes de los demás y a la exploración de las fortalezas
que encierra la historia familiar y de pareja.
En todo caso, cuando están abrumados por el problema, sin saber bien qué hacer, no
nos precipitamos en señalar los puntos fuertes, sin antes hacernos cargo del problema y
de los daños causados, ya que entonces podrían pensar que lo pasamos por alto. Algunas
preguntas nos pueden ayudar a desvelar puntos fuertes (cuadro 4.3).
138
4.2.2. Lo bueno de lo malo: desvelar competencias en el problema
Identificamos también las competencias y habilidades que subyacen en el mismo
problema y que el problema ha sacado a relucir, qué tiene de bueno lo malo. Redirigimos
su atención hacia el valor de las competencias mostradas, lo cual contribuye a
contrarrestar el desaliento con el que tal vez acuden ahora al CP.
Esta pregunta nos permite desvelar que no han estado pasivos frente al problema,
sino que han hecho intentos por resolverlo, que han podido no ser efectivos, y que en
esos intentos han mostrado competencias que van a poder seguir desplegando.
139
resolver el problema y de que se conceden capacidad para ello.
[En una sesión con familias] “Hemos hablado ya del impacto negativo que
el problema está teniendo en las relaciones familiares. Hoy os propongo
dedicar un tiempo a descubrir aspectos positivos de las personas de la
familia y de las relaciones familiares que hasta ahora no habíais
descubierto y que la existencia del problema ha permitido descubrir.”
Una vez que ya están en el proceso de cambio, una de las fortalezas es seguir
intentando resolver el problema: “habéis demostrado que sois más fuertes que el
problema y que seguís adelante aunque, por lo que comentáis, hay momentos duros”.
140
su dimensión afectiva, por los afectos, por la realidad sentida, por el impacto
emocional de los acontecimientos que han conducido al problema y del problema mismo,
el hecho de estar, tal vez en contra de su voluntad, en los circuitos de salud mental y ser
estigmatizados como “enfermos mentales” o como familias o parejas “patológicas”, y el
hecho de estar inmersos en el difícil proceso de cambio que tal vez les abruma (cuadro
4.4). Implica evitar mensajes que encierran invalidación.
Así, por ejemplo, si señalamos muy pronto la necesidad del cambio (“ánimo,
que no es para tanto...”, “no te preocupes, que todo va a salir bien...” ), los
sentimientos que están experimentando podrían aparecer como minimizados o
sin justificación, y minimizadas también las experiencias transaccionales de las
que surgen, como si “no hubiera pasado nada”, o como si la vivencia del
problema hubiera sido intrascendente, con lo cual la validación perdería
credibilidad; algunos mensajes pueden trivializar, tergiversar o combatir sus
experiencias emocionales (“le da usted excesiva importancia a las cosas”,
“no tendrías que enfadarte por cosas sin importancia como haces”, “dices
que no le quieres, pero en el fondo sí le quieres”, “debe hacer todo lo
posible por calmarse”) y los motivos que dan de las mismas (“sinceramente,
no tienes motivos para sentirte así”), o atribuirlas a características personales
negativas (“me pregunto por qué es usted tan pesimista” ); incluso los
intentos por animar a una persona que se siente triste (“venga, ánimo, que no
es para tanto”, “no quiero verte así ni un minuto más, alegra esa cara”,
“tienes que ser un poco más optimista”.) pueden implicar la “exigencia” de
que esa persona se “inyecte” de pronto unos sentimientos distintos y el
mensaje de que los que experimenta en ese momento son inmotivados, lo cual
puede hacerle percibir que no le comprenden o que no está respondiendo a
sus buenas intenciones, agravándose así su tristeza.
141
el proceso del CP y las emociones de los consultantes.
142
social, de control sobre la propia vida), de los significados que encierran esos
acontecimientos en cada momento, y de la capacidad de la biografía para reaccionar a
ese impacto y de su disposición a iniciar las correspondientes acciones de afrontamiento,
sean la defensa, la agresión, la protección, la huida, la recuperación u otras.
143
grandiosos impuestos y autoimpuestos, a pesar de los esfuerzos compulsivos y
extenuantes invertidos en el intento (“esto no es vida”). El miedo y la
ansiedad son dos sentimientos orientados al futuro en la medida en que avisan
de la transacción con potenciales peligros amenazadores, y más o menos
graves, a veces vislumbrados con poca nitidez. En esos casos, del futuro no se
espera nada bueno. Por eso, se preferiría permanecer en el presente, se
demora el avance, se hace el camino con excesiva cautela o incluso se intenta
retroceder.
Son muchas las preocupaciones y temores que puede suscitar también el hecho
mismo de haber decidido acudir a la ayuda profesional (Dryden y Felthan, 1992): ¿es lo
que yo necesito?, ¿cómo me tratarán?, ¿pensarán que estoy loco?, ¿será un consultor
competente?, y muchos otros que hemos de tomar en consideración .
C) Validar la desesperanza
“Si tantas cosas se te han venido abajo, si los esfuerzos que has
hecho por resolver el problema no han dado los frutos que esperabas, si
la persona en quien más confiabas te ha fallado, si, según lo que dices,
has dejado pasar una oportunidad de oro que ya no va a volver, si por
añadidura te han dicho que un problema como el tuyo es muy difícil de
144
resolver, qué tiene de extraño que sientas pocas ganas de seguir adelante,
que te sientas desesperanzado. Las cosas no pasan sin dejarnos huella y a
veces una huella profunda como en este caso. Creo que es importante que
tomemos buena nota de esto, que le demos a esta desesperanza todo el
valor que tiene en tu vida, que no la pasemos por alto, porque nos está
diciendo lo que significa para ti todo lo ocurrido. Si las cosas hubieran
ido bien, no estaríamos hablando ahora de un problema. Pero si estamos
hablando ahora aquí de esto es también una señal de que todo lo ocurrido
no ha conseguido, a pesar de su impacto, anular tu capacidad de hacer
un nuevo intento, ¿no crees? La desesperanza, pues, es importante,
porque arroja luz sobre lo ocurrido, incluso nos permite reconocer que
hay cosas que ya no tienen vuelta atrás, y también porque nos invita a
orientar la mirada hacia el horizonte hacia el que ahora te importa ir.
Pero más importante incluso que la desesperanza es tu capacidad de
seguir adelante, de reorientar tu vida en la dirección que decidas y de
recuperar la esperanza.”
145
quiero separar, lo que tendría que sentir es sólo cabreo e ira”) que oscilan
entre la dependencia, el apego e incluso la sumisión, por una parte, y la
evitación y el rechazo, por otra; pueden experimentar sentimientos que oscilan
también entre el sentimiento de apego y el miedo al abandono, por una parte,
y la rabia, la ira e incluso el odio hacia las personas maltratadoras, o la culpa
por la evitación y el rechazo, por otra.
E) Validar su vulnerabilidad
146
tenido que recurrir a la ayuda profesional, lo cual les hace sentirse percibidos como
incapaces de valerse por sí mismos, o juzgados como familias o parejas “anormales”, a
hacernos revelaciones íntimas, a exponerse al cambio y a la incertidumbre y al miedo que
puede comportar. La validación les ayuda a aceptar que sin un cierto grado de
vulnerabilidad, de riesgo, e incluso de miedo, no se recorre el camino del cambio.
“Si no hubieras hecho los cambios que ya has hecho en la crisis que
estás viviendo en la pareja, no sentirías el vértigo de lo que pueda pasar
a partir de ahora, el miedo de no saber afrontar lo que queda por
afrontar todavía, la tristeza por verte metida en esta crisis y porque se
haya desmoronado una relación que era la admiración de todos, las
lágrimas que has mostrado hace un rato; pero quería decirte que tu
vulnerabilidad es tu fortaleza, porque indica precisamente que estás en el
camino, la vulnerabilidad es un indicio de que estás avanzando en la
dirección que has decidido avanzar, desde luego con dolor, ¿no crees?”
“Al llegar a este punto del trabajo que estamos haciendo, no es extraño que se
experimenten sentimientos contradictorios, incluso sentimientos negativos ante
las propuestas que yo le estoy haciendo. Por otra parte, puede resultar difícil
reconocer y expresar directamente esos sentimientos, bien porque uno los juzga
inapropiados, porque cree que puede ofender si los comunica, porque pueden
parecer “infantiles” o por otros motivos. Si usted decide comunicarme cómo se
siente en este momento, estaré muy interesado en conocerlo y quiero decirle que
trataré sus sentimientos con el mayor respeto por todo lo que significan para
usted.”
“Corríjame si me equivoco, pero me ha parecido percibir hace un momento que
147
empezaba a mostrar un sentimiento de rabia (de frustración, de pena, de
desilusión...) por cómo van las cosas, y de pronto cambió de tema de
conversación como si evitara esos sentimientos. ¿Tiene usted la misma
impresión? ¿Hay algún motivo para ello? ¿Le parece que hablemos de esto?
Estos sentimientos tienen un sentido y en mi opinión nos resultaría útil deliberar
sobre ello.”
148
comunicación podría hacerse de un modo que contribuyera a conoceros mejor, a
ser más sensibles a las necesidades mutuas y a no aumentar los daños. ¿Qué te
parece si lo vemos en la próxima sesión junto con tu pareja?”
Los delirios de persecución y la desconfianza, la suspicacia y el recelo (“todos están contra mí, me
marginan, me tienen fuera de donde se cuece todo”) de la experiencia paranoica son componentes
de un comportamiento funcional protector y defensivo frente a situaciones interpersonales vividas
como amenazantes, como un ancla de salvación a la que agarrarse ante la incertidumbre y la falta de
control y que hace predecible el mundo y el porvenir, y permite recuperar la capacidad de
predicción que, de otro modo, puede ser difícil de obtener. A la luz de la historia personal, en la que
ha podido y puede seguir habiendo experiencias traumáticas o amenazantes, experiencias de
desprecio y de burla por parte de los demás y experiencias de socialización en las que se ha
subrayado la desconfianza de los demás (“nunca te fíes de nadie”), adquieren valor funcional los
esfuerzos del consultante por resistir a la adversidad y a las amenazas, por reducir su vulnerabilidad,
por adquirir control y por asegurarse de que no seré invalidado, herido o avergonzado de nuevo. El
recelo y las posibles reacciones hostiles que los acompañan alejan a los demás y hacen que éstos les
eviten, lo que consolida la suspicacia. Oír voces es, como se decía en el capítulo 2, una experiencia
relacionada con el autolenguaje que puede cumplir funciones de autorregulación en circunstancias
149
adversas, representar intentos de evitación experiencial de pensamientos intrusivos (García Montes
y Pérez Álvarez, 2005) o ser “mensajero” de comentarios recibidos de los demás en las relaciones
interpersonales habituales (“las voces me dicen que soy una inútil y que nunca conseguiré lo que
deseo”), si bien pueden transmitir mensajes que resultan agradables, lo cual las refuerza también.
150
delirios es una de las mayores contribuciones a su consolidación. En ese caso, su
“cronicidad” no es algo inmanente al propio delirio, sino que está vinculada
estrechamente a la propia intervención.
La validación nos permite deliberar con ellos sobre los inconvenientes de esas
mismas estrategias (“tu recelo ante los demás te ha permitido no ser dañado, me
pregunto si has tenido que pagar también algún precio por ese recelo”) para el propio
bienestar y para el establecimiento de lazos sociales confiables, y sobre el impacto que su
comportamiento pueda tener en el comportamiento y en la vida de los demás. Nos
permite diseñar cooperativamente el desarrollo de otras estrategias de afrontamiento
alternativas que les ayuden a gestionar de manera efectiva las fuentes de estrés,
establecer unas relaciones interpersonales satisfactorias que no sean vividas como
amenazantes, asumir la responsabilidad personal en las dificultades comunicativas de las
que responsabilizaban exclusivamente a los demás, y obtener consecuencias valiosas que
les proporcionen experiencias placenteras y sentimientos de dominio, de logro y de
bienestar que contrarresten el dolor y el sufrimiento que el problema acarrea.
Validar las experiencias privadas supone además tomar conciencia de su relación con la
biografía. La biografía nunca ha dejado de estar presente a lo largo de toda la historia
biográfica y transaccional como un yo que asegura la continuidad de la experiencia y la
coherencia de la propia identidad. Sin embargo, las experiencias privadas, innumerables,
cambiantes, incluso contradictorias a lo largo de la vida, no han estado siempre formando
parte de la biografía, alguna vez estuvieron, pero dejaron de estar. Incluso las más
conmovedoras o traumáticas son pasajeras, transitorias, no son algo indisolublemente
unido a la biografía, idénticas a ella, no son la biografía misma, pues mientras ellas
pasan, la biografía permanece.
Así, por ejemplo, comprobamos con ellos cómo hubo tristeza en algún
momento de su vida que dio paso a la alegría, y viceversa, hubo amor donde
151
ahora hay desamor y olvido, hubo recuerdos que parecían imborrables y que
se borraron. Del mismo modo, los recuerdos, las emociones, los
pensamientos, las “voces” que están ahora presentes no tienen por qué seguir
estando siempre, dejarán de estar en algún momento, podrán “pasar de largo”.
La biografía por su parte no es idéntica con cada una de ellas, es más que cada una
de ellas y las trasciende, aunque está incorporada en ellas, se muestra en ellas y las
integra. La biografía las tiene, pero ellas no la tienen a ella. Por ello, como se verá en el
capítulo 12, les ayudamos también a tomar distancia respecto de sus experiencias
privadas, como observadores distintos de la experiencia observada.
Así, por ejemplo, un adolescente que acude a consulta con sus padres, con
los cuales mantiene un pulso en los acuerdos para resolver el problema, no se
presenta en una de las sesiones, con gran preocupación de los padres. El
consejero comunica una visión constructiva de la negativa del adolescente, el
hecho de que tome esta decisión es un indicador de que quiere ser tomado en
consideración, si respondemos a este deseo y lo respetamos, se comprometerá
más en el proceso de cambio. La resistencia puede ser una indicación de que
se está sintiendo “acorralado” y en este sentido es una advertencia a los
padres y al consejero para no forzar la presión.
152
4.5. Validar la experiencia del problema
Esto supone que tanto ellos como nosotros tengamos presente el problema y las
dificultades, amenazas, dolor, daños y perjuicios y sufrimiento que éste les está
ocasionando en la vida diaria y en sus relaciones interpersonales, en lugar de negar lo
innegable, de ocultarlo o de minimizarlo, o de actuar como si nada hubiera pasado.
Así, por ejemplo, les instamos a “llamar a las cosas por su nombre” (“mi
vida no va bien, es un caos”, “esta relación de pareja me está anulando
como persona”, “he hecho mucho daño a las personas que más quería”), a
lanzar una mirada sostenida a la oscuridad y a las sombras de la historia
personal, a la “amarga realidad” del problema y de todas las consecuencias
adversas que está acarreando en su vida (“he tirado por la borda toda una
vida y ahora lo estoy pagando”, “estamos destrozados por el problema de
nuestro hijo”, “todo se ha desmoronado en mi vida y pienso que sería mejor
desaparecer, ya no tengo ganas de vivir, no tiene sentido”), a reconocer las
dificultades actuales como el resultado de los “malos pasos” dados, a
reconocer que algunas decisiones tomadas ya no tienen vuelta atrás, a aceptar
por fin ver “la viga en el ojo propio” en lugar de seguir viendo cómo hasta
ahora “la paja en el ojo ajeno”, a reconocer y a aceptar incluso aquellos
comportamientos y dimensiones biográficas que el consultante aborrece de sí
mismo o de los que se avergüenza porque están tal vez asociados a
experiencias traumáticas de su vida. Les ayudamos a ver y a reconocer que la
vida no es siempre “del color de rosa”, que las cosas no siempre resultan
como las habíamos diseñado o deseado y que las experiencias de estrés, de
ansiedad y de dolor son parte de la vida.
153
La aceptación del problema por parte de los consultantes, o por el contrario, sus
dificultades para aceptarlo, pueden constituir conductas relevantes que nos revelan las
posibles dificultades que el problema, y la aceptación o negación del mismo, les está
acarreando en sus relaciones habituales. Cuando alguna persona de la pareja o de la
familia no acepta que haya un problema o que ellos tengan un problema, aun cuando
pueda estar siendo ya “un secreto a voces”, podría deberse a que los demás les
consideran “el problema”, la “persona problemática”, el chivo expiatorio o incluso el
“enemigo común” (“este hijo va a acabar con nosotros, a menos que usted le arregle la
cabeza” ) y ella se defiende así de la imputación.
Aún antes de iniciar el análisis funcional del problema, validarlo es reconocer que tiene
un significado, situarlo en la perspectiva de las duras vicisitudes transaccionales en las
que ha surgido y se mantiene, dar crédito a los motivos que han llevado a la situación
actual. Ceder a la tentación fácil de simplificarlos con un juicio psicopatológico es
condenarse a no comprenderlos y a socavar los esfuerzos por afrontarlos y resolverlos.
154
Una manera de evaluar las funciones que puede haber cumplido y estar cumpliendo
el problema es preguntar por las consecuencias que probablemente se van a seguir de su
solución, tanto en relación con la persona que experimenta el problema como con las
personas de su red habitual de relaciones.
4.5.3. “No hay mal que por bien no venga”: desvelar oportunidades
(Proverbio chino)
155
vida ‘no siempre es de color de rosa’. Pero por lo que estamos viendo
estos días, también estás descubriendo ahora lo importante que eres para
tus padres, los esfuerzos que están haciendo para que esto te dañe lo
menos posible, tu capacidad para hablar con ellos como nunca lo habías
hecho y tu sensibilidad para mostrarles un apoyo emocional que ahora
necesitan tanto, tu descubrimiento de los aspectos que hacen que una
relación entre hombre y mujer sea satisfactoria o insatisfactoria. Estoy
segura de que la situación, aunque dolorosa, va a aportarte también
muchas cosas importantes para tu propia vida. ¿Cómo lo ves?”
Cuando la crisis ha pasado, destacamos el hecho de que hayan salido con mayor
confianza en sí mismos, con nuevas habilidades aprendidas, con mayor resiliencia y
menor vulnerabilidad ante la adversidad, con capacidad para valorar aspectos positivos
de la vida y de las relaciones con los demás que antes no valoraban, para revisar las
prioridades y el valor relativo de las cosas, y con mayor empatía hacia los demás.
“La experiencia de acoso que habéis vivido todos los que estáis aquí
os ha supuesto mucho dolor y sufrimiento que no se borra fácilmente.
Pero me gustaría destacar también lo que muchos de vosotros habéis
dicho, y es que habéis descubierto quiénes son amigos verdaderos en los
momentos difíciles. Algunos de vosotros habéis comentado también que
ahora sois más sensibles a los comportamientos que indican falta de
respeto, humillación o desprecio entre las personas y os sentís más
capaces de hacerles frente de manera firme desde el primer momento.
Algunos habéis pedido formar parte del Comité de Mediación del
instituto porque pensáis que podréis aportar vuestra experiencia.”
4.6. “Tengo una mala noticia para usted”: anticipar las dificultades previsibles
[Dicho entre bromas y veras] “Tengo una mala noticia para usted: es
156
posible que no nos resulte fácil, desde luego no lo vamos a resolver por
arte de magia, seguramente valdrá la pena intentarlo, pero el cambio
puede ser costoso y no darle la felicidad inmediata.”
Incluso puede ocurrir que los primeros pasos dados en la dirección deseada y los
primeros resultados obtenidos no basten para eliminar la carga que supone seguir
caminando. El cambio puede además suponer pérdidas de las ventajas y beneficios
(sociales, económicos, laborales) que el problema podría estar proporcionando y el
afrontamiento de situaciones (relaciones sociales, compromisos laborales) que hasta
ahora se eludían con la excusa del problema. Al comunicar los previsibles sacrificios,
ponemos a prueba el posible “idilio” inicial, fortalecemos la alianza al hacerla realista y
al anticiparnos de manera preventiva al posible desencanto. Comprobamos también en
qué medida aceptan hacer la travesía contando con todo ello y aun cuando los
entusiasmos iniciales se disipen en algún momento.
Esta advertencia puede ser vivida como una amenaza y provocar incertidumbre y
“miedo a cambiar”, sobre todo si otros cambios anteriores en su vida tuvieron efectos
157
negativos. En ese caso, cooperamos con ellos en la preparación del afrontamiento de
esa probable desestabilización, de los cambios probables que se van a producir en el
comportamiento de los demás (“si decides dejar esta relación, sabes que ella
probablemente seguirá haciendo más presión para que vuelvas, y es importante que
veas cómo vas a responder a esa presión”) y de la repercusión de estos cambios en el
comportamiento del consultante, y en la reorganización de su red de relaciones.
158
5
Principio Estratégico 3.
Promover el compromiso responsable con
las decisiones y las acciones que llevan al
cambio
159
Figura 5.1. Líneas estratégicas del Principio Estratégico 3.
Validación y cambio mantienen entre sí una tensión dialéctica (figura 5.3). El cambio
entra de alguna manera en contradicción con la aceptación. Por una parte, aceptar,
supone rendirse a la evidencia de que “las cosas son como son”, y no juzgar. Si nuestros
160
consultantes no se sienten aceptados “tal como son”, pueden percibir los intentos de
cambio como la exigencia de renunciar a sí mismos, como una invalidación de su
biografía e historia, o al menos de sus partes “inaceptables”, y en consecuencia resistirse
a ellos.
Pero, si, por otra parte, el proceso del CP deja las cosas como están y no asume que
“las cosas pueden ser diferentes”, si no les ayuda a lograr los cambios que desean,
pueden renunciar a él por no responder a sus expectativas. Validar y aceptar, también lo
“inaceptable”, es, en definitiva, una condición cardinal para el cambio. El cambio será
factible si la tensión hacia el cambio no impide la validación, y será factible además si la
validación acepta precisamente esa tensión hacia el cambio, porque sin la experiencia
transaccional directa de las acciones de cambio, la validación, la comprensión del
problema y la intención de resolverlo serían estériles.
5.3. “Bebe aunque tengas miedo”: pasar de los dichos a los hechos
Al igual que el león que tenía miedo a beber (capítulo 17), pero cuyo miedo sólo
desaparece cuando decide beber, la validación de la biografía conlleva la validación de su
potencial agente, ejecutivo u operativo, de su voluntad de obrar sobre las circunstancias
del contexto, dejar huella en ellas, obtener de ellas efectos, consecuencias y resultados
dependientes de su acción, condicionales o contingentes a ella.
161
5.3.1. “Obras son amores”: tomar conciencia del valor de la acción para la vida
De este modo, las competencias para la acción ocupan un lugar cardinal en las
experiencias vitales en las que se construyen la biografía, la historia biográfica y los
problemas psicológicos, porque “obras son amores” (cuadro 5.1).
162
También la acción ocupa un lugar estratégico en los procesos de cambio (cuadro 5.2). El
proceso de cambio implica desde luego deliberar mediante el diálogo, pero implica sobre
todo hacer, pasar de los dichos a los hechos, de la evitación al afrontamiento, del “no
puedo hacer nada para cambiar la situación” o “me encuentro sin ganas de hacer
nada” al compromiso con la acción, de un “si tuviera una mayor autoestima, podría
lograr lo que pretendo” a un “en la medida en que me comprometa en lograr lo que
pretendo, aumentará mi autoestima”. Implica también abandonar la lucha contra los
sentimientos, los recuerdos, sensaciones y pensamientos asociados al problema y
reorientarse a los objetivos que tengan valor y significado. Implica no esperar a dejar de
tener miedo para echar a andar, sino echar a andar para dejar de tener miedo.
163
5.3.3. Acciones y emociones
164
Este énfasis en la acción no desvirtúa la vivencia emocional, sino que, por el contrario, le
otorga todo su significado. Las emociones son, en efecto, importantes y significativas en
la medida en que nos remiten a las experiencias transaccionales de la vida y del
problema, de cuyo impacto son testimonio vivo. Del mismo modo, serán las nuevas
transacciones implicadas en el cambio las que darán el fruto de otras emociones. Es,
pues, el cambio transaccional el que promueve el cambio emocional y lo que algunos
denominan el cambio de los “esquemas emocionales” (Greenberg, Rice y Elliott, 1996).
No hay cambio emocional si no hay cambio transaccional.
Este enfoque transaccional constituye, pues, una alternativa a los enfoques que
proponen intervenir directamente sobre las emociones en sí mismas, como si se tratara
de entidades inmanentes, y como si fuera posible desprenderlas de la biografía que las
tiene y de las transacciones en las que han surgido. Como se verá en el capítulo 12,
algunas de estas intervenciones son en realidad transacciones que les sirven de caja de
resonancia y que las exacerban a través de la catarsis (gritar, golpear, agredir), o que las
incorporan al autolenguaje de la “rumiación” y de la preocupación y a la hiperreflexión
(“no sé el por qué de esta ansiedad, si lo supiera todo sería distinto”, “no sé muy bien
definir lo que siento, es una falta de ganas de vivir, o tal vez una sensación de
165
inutilidad, tal vez me viene de lejos este pesimismo, ¿cómo quitármelo?”, “sé que no
hay razón para sentir este pánico ante las relaciones sexuales, debería sentirme feliz
con ellas, pero hay algo que me lo impide, es muy raro, no hago más que darle vueltas,
pero no me aclaro”). Enredarse en ellas es “coger el rábano por las hojas”, arrebatarles
su naturaleza de señales de vida, es detener el curso de la vida y el flujo de transacciones
vitales que podrían transformarlas.
El modelo psicopatológico, como se veía en el capítulo 2, puede ser una excusa y un obstáculo para
el crecimiento en responsabilidad y para la madurez personal y muy a menudo un pesado lastre para
conseguir que los consultantes se muevan en la dirección de los objetivos a los que aspiran. El
“conocimiento” de que “padecen” una enfermedad o trastorno del que no tienen control, y al estar
ese saber respaldado por la autoridad del profesional que emite el diagnóstico, no solamente no
aumenta su motivación para el cambio, sino que, por el contrario, puede constituir una “razón de
peso” que anule los muchos o pocos esfuerzos hechos hasta ahora para resolver el problema,
“justifique” su inhibición y su impotencia y les permita descargarse de responsabilidad y rehuir las
demandas de cambio que se les puedan formular desde diferentes ámbitos (“¿cómo podría hacerlo
si padezco un trastorno que me impide hacerlo?”).
166
5.4.1. Confirmar su responsabilidad en el problema
Una de las consecuencias de las acciones personales son los posibles daños
causados a los demás (cuadro 5.4).
167
5.4.2. Promover su compromiso responsable en el cambio y en la solución del problema
El hecho de que hayan decidido consultarnos es sin duda una señal de que quieren
resolver un problema, o al menos introducir algún cambio en su vida. De hecho, cuando
les preguntamos qué les preocupa, qué esperan de nosotros, qué están dispuestos a
hacer, es muy probable que, como respuesta, formulen de manera más explícita el deseo
de cambio (“quiero dar un giro a mi vida”, “no quiero seguir lamentándome, creo que
me ha llegado la hora de actuar”, “las relaciones en casa se han convertido en un
infierno, no podemos seguir así, tenemos que hacer algo” ).
168
nosotros vamos a cooperar (“voy a apoyar con todas mis fuerzas esa decisión que
habéis tomado” ). Si la decisión de proponer el cambio les corresponde a ellos, esto
plantea dificultades especiales en los casos en que quienes acuden al CP no lo hacen por
voluntad propia, o en los casos en que la intervención se hace contra la voluntad de la
persona afectada.
La alianza del CP se hace tanto más fuerte y efectiva en la medida en que empodera
a los consultantes para que cooperen activamente en el proceso y asuman la
responsabilidad, evolutivamente creciente, de sus elecciones, decisiones y acciones, de
desarrollarse como agentes que tienen el control de sus preferencias y decisiones, de
elegir entre varios objetivos y alternativas de acción, de decidir cambiar o no cambiar, de
emprender o no el camino, porque, como es obvio, nosotros no les podemos cambiar,
han de ser ellos los que realicen las acciones de cambio.
169
problema, en la formulación de los objetivos, en la discusión de alternativas,
en el planteamiento de sugerencias y objeciones a lo que estamos haciendo en
plan de cambio, en el planteamiento de límites a nuestras propuestas, en la
toma de decisiones, en la evaluación de los progresos que se van alcanzando,
en la reorientación del proceso de trabajo, y, en su caso, en la decisión de
interrumpir el mismo si consideran que el trabajo del CP no está respondiendo
a sus necesidades y expectativas.
C) Facilitar la perseverancia
170
5.4.3. Fortalecer la autodeterminación y la autonomía
Ponemos de manifiesto el poder que les otorga el hecho de llevar las riendas de la
propia vida, frente a la impotencia que produce considerar responsables de la propia
situación y del propio problema a una supuesta psicopatología, a personas y
acontecimientos sobre los que no se tiene ahora control, aun cuando alguna vez se haya
tenido (circunstancias familiares, experiencias traumáticas), y en lugar de dejar que otros
(el destino, el tarot) decidan por uno. De este modo, el proyecto de solución del
problema se convierte en un proyecto de autodeterminación, de autogobierno y de
autorrealización. Esta experiencia puede contribuir además a contrarrestar otras
experiencias de inseguridad personal y de desconfianza en sí mismos (cuadro 5.5).
En ocasiones, los agentes de socialización deciden por los niños y los adolescentes, les indican lo
que tienen que hacer, pensar o sentir, les hacen indicaciones inconsistentes, a veces claras, a veces
ambiguas, les inducen a elegir, pero inmediatamente desacreditan las preferencias y la elección que
hacen, se inhiben de hacer un reconocimiento consistente de las iniciativas personales, o incluso les
reprochan las mismas indecisiones que las prácticas educativas están promoviendo: “A ti esto no te
conviene, aunque tú te creas lo contrario”, “esto que te estoy aconsejando es lo que te conviene,
aunque tú te empeñes en elegir otras cosas”, “¿cómo has podido tomar esa decisión?”, “qué
indeciso eres, a ver si te aclaras y te decides de una vez”, “a tu edad, ya tendrías que saber lo que
quieres”. Estos comportamientos pueden crear inseguridad, que dificulta el control personal de los
propios pensamientos, sentimientos y acciones, y puede manifestarse en lo sucesivo como
dificultad para expresar asertivamente las propias preferencias, indecisión respecto a lo que quieren,
dudas acerca de lo ajustado del propio comportamiento, supeditación y acomodación a las
preferencias, opiniones e indicaciones de los demás.
En la medida en que con las acciones de cambio dejan huella en los contextos,
influyen en la probabilidad de los acontecimientos futuros y en cómo éstos les van a
afectar. Además, con esas acciones determinan consecuencias que, a su vez, influirán en
sus acciones futuras. Por todo ello, no sólo resuelven el problema, sino que además se
auto-determinan, influyen en su propio destino y en la hechura de su biografía personal.
Deesta manera, la experiencia del CP, que en un momento de sus vidas constituye un
recurso y una ayuda subsidiaria, puede ser también, una vez resuelto el problema, un
acicate para la emancipación, la autosuficiencia y la autonomía personal y para
171
acrecentar el poder y control sobre la propia vida.
172
6. Reducen el miedo y la inhibición.
7. Les animan a afrontar situaciones y retos que antes evitaban.
8. Contribuyen a que construyan su autoeficacia y el control estimado sobre los
resultados, como dos creencias importantes en el desarrollo histórico de su
biografía.
9. Hacen más probable que aumente la motivación para mantener el compromiso con
las acciones de cambio, que se desarrolle la esperanza y el optimismo y se
potencien la autoimagen, la autoconfianza y la autoestima.
Así, por ejemplo, confirmamos y promovemos las iniciativas que toman y las
sugerencias que hacen sin que hayan sido inducidas directamente por
nosotros, les dejamos espacios para pensar por su propia cuenta, no
pretendemos tener respuesta nosotros para todo, no tenemos la última palabra,
respetamos y promovemos su deseo de intervenir e influir a lo largo del
proceso y de tener control de lo que en él ocurre (horarios de las reuniones,
métodos utilizados, reglas de juego y límites de la relación interpersonal).
Al mismo tiempo que nos aseguramos de que sus acciones tengan resultados funcionales,
planificamos las acciones del plan de acción, de manera que puedan evitar experiencias
repetidas en las cuales es probable que experimenten fracasos.
173
Cuando, de acuerdo con lo previsto en el programa, nos comunican las acciones que han
realizado en casa, en el colegio o en las relaciones sociales y lo que han logrado con ellas,
tratamos de verificar, con preguntas y diálogo socrático, que hay correspondencia entre
lo que nos dicen que han hecho y logrado y lo que realmente han hecho y logrado.
Ello requiere, pues, que el “discurso sobre la vida” no suplante el “curso de la vida”, las
acciones concretas requeridas para la solución del problema, que la vida narrada no
suplante la vida vivida. Requiere evitar los riesgos de la hipertrofia logocéntrica en la
que el cambio se convierte en un empeño preferentemente discursivo que aporta
argumentos para que los consultantes se “den cuenta” de lo inadecuado de algunos
comportamientos y “comprendan” lo que “deberían” hacer, relegando o encubriendo el
compromiso con las acciones transformadoras.
Así, por ejemplo: “pero, ¿cómo no te das cuenta de que así no vas por buen
174
camino, de que si ahora no actúas con responsabilidad y no eres consciente
del daño que te haces a ti mismo, el día de mañana te vas a arrepentir, pero
ya puede ser demasiado tarde?”; “mire, las pegas que usted pone para
seguir con su comportamiento a pesar del daño que con él está haciendo no
tienen fundamento alguno, se está engañando a sí mismo y se lo puedo
demostrar, está muy claro que una relación como la que usted está teniendo
con esta persona es una relación dañina para los dos, y además…”.
En esos casos, los consultantes pueden incluso llegar a aprender el mismo discurso
que han practicado en las sesiones del CP, a dar sofisticadas “explicaciones” acerca de su
problema e incorporarlas en su autolenguaje, sin que se produzca ningún cambio en las
acciones efectivas. No es haciendo discursos sobre el problema como mejor se conocen
y comprenden a sí mismos y a su problema, o como mejor se “dan cuenta” y “se
aclaran”, sino viviendo la vida y el proceso de cambio en el afrontamiento activo a través
del poder clarificador de las acciones concretas y específicas. Es el cambio en las
experiencias transaccionales de afrontamiento como camino privilegiado para el
conocimiento y el cambio de perspectiva, más que el conocimiento como condición
previa para el cambio de las transacciones.
175
funcionamiento personal. De hecho, la hiperreflexividad, y la parálisis de la acción que la acompaña,
se considera que puede tener un papel determinante en el origen de los problemas psicológicos
(Pérez Álvarez, 2003).
176
Es más un adónde quiero y puedo llegar, y un cómo llegar, que un de dónde vengo
y por qué. La indagación en las transacciones pasadas ha de tener una orientación hacia
la acción presente de cambio y los objetivos futuros, porque el sólo conocimiento y
explicación de por qué se ha forjado el problema en el curso de la historia biográfica no
producirá el cambio. La búsqueda de las supuestas “causas originarias” en el pasado
como condición previa para iniciar el cambio puede ser una solución intentada y fallida
que acabe siendo parte del problema y que aplace el cambio y la solución definitiva.
177
5.8. Promover expectativas y esperanza
178
negativas.
Así, por ejemplo, evitar realizar una acción placentera, pero considerada
indebida según los valores personales, resistir la tentación de comer un manjar
delicioso que está ahí disponible para poder mantener el compromiso con un
plan de pérdida de peso, abstenerse de beber o de fumar a pesar de la presión
179
del grupo, demorar la recompensa de una golosina o de un divertido juego
hasta haber completado disciplinadamente una ardua sesión de estudio, tolerar
la frustración de posponer el acto sexual hasta disponer de un preservativo,
persistir en un entrenamiento deportivo, aunque el éxito final está lejano y no
está seguro, optar por una recompensa demorada mayor en lugar de escoger
otra más pequeña que está a mano, etc.
180
6
Principio Estratégico 4.
Rediseñar escenarios y fortalecer recursos
Para el enfoque del Modelo ABC y de Potenciación, los comportamientos que definen
un problema, y las elecciones, decisiones y acciones que pueden conducir al cambio y a
la solución del mismo son experiencias biográficas que tienen su génesis en las
circunstancias de los escenarios en los que viven los consultantes y contienen, pues, una
codeterminación contextual, son experiencias de naturaleza biográfico-contextual.
Por otra parte, y como se ha expuesto en otros lugares (Costa y López, 2006, 2008), el
poder y control que el Modelo de Potenciación pretende promover es un proceso
dinámico que no tiene tan sólo dimensiones biográficas, sino que tiene también fuentes y
raíces ecológicas y dimensiones de interacción e interdependencia social. Está, en
efecto, estrechamente vinculado al acceso a las oportunidades, recursos materiales y
psicológicos y factores de protección y de recuperación que están desigualmente
distribuidos, disponibles y accesibles en los escenarios del contexto para las personas,
familias y grupos sociales. Está condicionado también por los factores de riesgo y las
fuentes de estrés presentes en el contexto y por las barreras y obstáculos que dificultan el
acceso a los recursos y oportunidades.
Y puesto que la práctica del CP actúa sobre problemas de comportamiento que son
biográfico-contextuales, ellas han de ser, pues, biográfico-contextuales también a lo largo
181
de varias líneas de acción (figura 6.1). No es posible lograr los cambios de conducta
necesarios para resolver el problema orientando nuestras intervenciones solamente al
“cambio del mundo bajo la piel”. Aun cuando, como nos muestra el Principio Estratégico
1, la alianza de trabajo del CP tiene en sí misma un gran poder transformador, ha de
cooperar además en el cambio, diseño, rediseño y fortalecimiento de múltiples
circunstancias del contexto que van más allá del encuentro interpersonal entre consultores
y consultantes y que han tenido y tienen un peso específico en la génesis y
mantenimiento del problema y que pueden ser un recurso, o un obstáculo, para su
solución.
Así, por ejemplo, volviendo una vez más al caso del niño Alberto, no es
posible que su fobia se extinga si no se operan cambios en las transacciones en
el contexto que establece con la ratita blanca. No es posible hacer cambios en
un conflicto de pareja o en un conflicto familiar si no se operan cambios en las
transacciones interpersonales que tienen lugar en los escenarios de la vida
cotidiana. Será difícil lograr cambios en el comportamiento de personas que
han tenido experiencias psicóticas si no aseguramos la colaboración y los
cambios necesarios en los dispositivos institucionales de “salud mental” y en el
personal que trabaja en ellos, lo cual puede tener un papel decisivo en el grado
de confianza y de cooperación de esas personas con esos dispositivos, o en su
desconfianza y cierre hermético respecto a los intentos de influencia.
182
Figura 6.1. Líneas estratégicas del Principio Estratégico 4.
183
significativos (familiares, laborales, sociales) que, aun no teniendo una incidencia directa
como determinantes del problema psicológico, pueden, sin embargo, condicionar
favorable o desfavorablemente la alianza del CP, la perspectiva sobre el problema y las
acciones de cambio pertinentes. Por ello, es importante que la alianza del CP tome en
consideración los valores, creencias, apoyos y otros posibles acontecimientos que formen
parte de esos escenarios y de la sociedad en general y que puedan tener alguna relación
con la alianza de trabajo, con el problema y con su solución.
Así, por ejemplo, ¿qué esperan del CP las personas significativas de esos
contextos, están a favor o en contra de que el consultante haya acudido a la
relación de ayuda? ¿Son ellos los que le han recomendado que se ponga en
tratamiento? ¿Cómo les afecta el hecho de que el consultante esté embarcado
en el proyecto de cambio personal? ¿En qué medida los cambios que se
producen en el proceso alteran las relaciones que el consultante mantiene con
esas personas y provocan resistencias de éstas al proyecto de cambio o crisis
en esas mismas relaciones? ¿Detectamos resistencias al cambio que provienen
de alguna de esas personas significativas? ¿Cómo están incidiendo los juicios
de valor más o menos invalidantes que cada contexto sociocultural emite sobre
los comportamientos que definen el problema, en qué medida los definen
como problemáticos, como trastorno, desequilibrio, inadaptación o
enfermedad mental, qué sistemas de control establece sobre ellos, qué
relaciones promueve con las personas que los manifiestan cuando esos
comportamientos no responden a las expectativas normativas? ¿Cuál es la
respuesta que los servicios de salud general dan a las personas que han sido
atendidas en los dispositivos de salud mental, cómo tratan a las personas que
han recibido un diagnóstico nosológico, sobre todo si éste es de “psicosis”?
Sabemos desde el capítulo 2 que el hecho de que se les haya dicho “tienes
una enfermedad mental”, o “padeces un trastorno límite de la
personalidad” o “una fobia social”, puede tener, en virtud de las
equivalencias verbales funcionales, un poder determinante sobre la experiencia
personal, sobre el hecho de que se considere o no que en efecto lo que les
pasa “es” una enfermedad, sobre la decisión de pedir ayuda para “tratarse”,
sobre la respuesta de los profesionales de los servicios sociales y de salud y
sobre el estigma que las organizaciones sociales y laborales hagan recaer sobre
184
esas personas.
185
6.8. Cooperar en la disponibilidad y accesibilidad de los recursos y las
oportunidades
Además del recurso profesional que coopera desde el CP, la solución de los problemas
psicológicos requiere la identificación, promoción y fortalecimiento de muchos otros
recursos, facilitando a nuestros consultantes el poder y el control sobre ellos, su
disponibilidad, accesibilidad, competencia y utilización.
En los escenarios del contexto, existen circunstancias que, aun no siendo directamente
responsables de la determinación del problema, constituyen factores que predisponen a la
aparición, mantenimiento o agravamiento del mismo (factores de riesgo, fuentes de
estrés), y también factores que pueden amortiguar la severidad del problema y su
186
impacto en la vida personal, familiar o de pareja, así como la solución del mismo
(factores de protección) y la recuperación posterior (factores de recuperación). En la
medida en que el proceso de CP consiga que el peso y la acumulación de los factores de
riesgo y de las fuentes de estrés se reduzcan o, al menos, no desborden las posibilidades
y recursos de afrontamiento y se mantengan en niveles suficientes como para ser
afrontados con éxito por medio de los factores de protección y de recuperación, y éstos,
a su vez, crezcan, el balance dialéctico de ambos factores será favorable a la solución del
problema.
Así, por ejemplo, en los problemas psicológicos graves, como las psicosis, a
los que suelen asociarse en cadena otros sucesos vitales estresantes, como la
pérdida de empleo, de oportunidades educativas, de estatus social y de
relaciones sociales, los ingresos involuntarios, la depresión y el estigma, la
recuperación puede verse seriamente comprometida a menos que, además del
apoyo profesional, estén disponibles otros factores de protección y
recuperación que permitan moderar el impacto de las fuentes de estrés,
moderar la vulnerabilidad personal, fortalecer las capacidades de
afrontamiento, compensar las pérdidas, recuperar el control sobre la propia
vida y reorganizar la vida de una manera autónoma y productiva.
RESUMEN DE LA PARTE II
187
El Modelo de Potenciación, desarrollado en esta Parte II del Manual, es una alternativa al
modelo psicopatológico y propone un estilo de intervención que supone compartir poder
y control con los consultantes en el seno de una alianza de trabajo cooperativo. El
Modelo está sustentado en 4 Principios Estratégicos que se despliegan en líneas de acción
que convergen de manera sinérgica en el proceso de cambio y de solución de problemas
y que están presentes en todos los pasos de ese proceso. Estos principios y líneas de
acción se orientan al fortalecimiento de la alianza de trabajo y de su potencial
transformador (Principio Estratégico 1), a la aceptación, la validación y el apoyo
(Principio Estratégico 2), al compromiso responsable con las decisiones y acciones de
cambio (Principio Estratégico 3) y al rediseño del contexto y el fortalecimiento de los
recursos (Principio Estratégico 4).
188
PARTE III
189
7
En el capítulo 2, el Modelo ABC nos proporcionó una visión integral de cada biografía
personal y nos permitió desvelar y comprender de manera radical, en su origen y génesis
transaccional, la naturaleza de los problemas psicológicos. El AFC es una herramienta
hermenéutica que, fundamentada en el ABC y en el marco de la denominada evaluación
conductual (Fernández Ballesteros, y Carrobles, 1981), es capaz de hacer una disección
analítica de los procesos transaccionales que dan origen al problema y de hacer una
reconstrucción dinámica de la secuencia de transacciones biográficas funcionales que,
en el curso de los acontecimientos de la historia pasada, reciente y actual del consultante,
han determinando y siguen determinando la experiencia vital del problema. Es, en esa
medida, una clara alternativa al modelo psicopatológico y a los sistemas diagnósticos
basados en él. De la misma manera que el médico utiliza el fonendoscopio o los Rayos X
para explorar y analizar indicios de enfermedad, el AFC es una herramienta de análisis
específicamente psicológica que el psicólogo utiliza para explorar y analizar problemas
psicológicos o del comportamiento, y con una caracterización distintiva.
7.1. Escudriña los puntos sensibles para desvelar el enigma de los problemas
Andar a gatas y graznar como los gansos, tal como hacía el etólogo Konrad Lorenz en
sus experimentos (cuadro 7.1), podría ser considerado, a simple vista, como una
conducta bizarra, o cuando menos incomprensible, como un enigma, si se desconocen las
funciones que cumple. Por el contrario, puede ser visto como un comportamiento lleno
de cordura si somos capaces de escudriñar analíticamente en el dinamismo de las
transacciones de Lorenz con las crías de ganso y en sus funciones y significados.
190
Cuadro 7.1. Un hombre que graznaba como los gansos
Refieren Watzlawick, Beavin y Jackson (1997) los experimentos del etólogo Konrad Lorenz sobre
“troquelado” con crías de ganso en el jardín de su casa. Arrastrándose por el suelo, mirando de vez
en cuando hacia atrás por encima del hombro y graznando sin cesar, Lorenz recorría los senderos
del jardín suplantando a la madre de las crías y comprobando cómo éstas le seguían a él
obedientemente. Pero Lorenz hizo además otra comprobación. En un momento, levantó la vista y
vio que algunos transeúntes contemplaban horrorizados desde el otro lado de la cerca del jardín
cómo un señor de barba, de manera inexplicable, se arrastraba por el suelo y graznaba sin motivo
aparente, ya que, debido a la altura de la hierba, las crías de ganso resultaban invisibles si se miraba
la escena desde el otro lado de la cerca. Los transeúntes ignoraban, pues, una parte muy importante
de aquellas conductas, el marco de referencia del contexto total de la experiencia y las
transacciones que Lorenz estaba manteniendo con las crías de ganso. Por ello, desconocían
también la función y el significado de su comportamiento de arrastrarse y de graznar, no lo
comprendían, les resultaba inexplicable, propio quizás de una persona “que no está bien de la
cabeza”. Tal vez algunos las interpretaron como síntomas de un trastorno mental.
191
7.2. El AFC, una semiología psicológica
Podemos hablar de dos semiologías de distinta naturaleza porque distintos son los signos
o fenómenos que estudian. Por una parte, la semiología clínica, propia del modelo
anatomoclínico, pretende encontrar las correspondencias entre el diagnóstico clínico de la
fenomenología clínica y el diagnóstico de lesión orgánica, en un proceso heurístico que
conduce, por ejemplo, desde los tonos y ruidos de la auscultación cardíaca hasta una
valvulopatía, o desde la ictericia hasta una hepatopatía que se confirmará en la anatomía
patológica o con la analítica correspondiente. Esta semiología puede encontrar
anatomopatología y fisiopatología y resulta, por tanto, pertinente para el análisis del
enfermar humano. Por otra parte está la semiología psicológica del AFC que no trabaja
con procesos morbosos y no se encuentra en su camino con anatomopatología o
fisiopatología. Se encuentra con comportamientos, con transacciones entre la biografía y
las circunstancias del contexto y las hace explícitas con su historia, con sus funciones y
significados, más allá de la mera apariencia morfológica de los datos brutos e inmediatos
captados en las acciones de la biografía y en las circunstancias del contexto. El juicio
hermenéutico del AFC, pues, no se emite sobre una supuesta patología que reside en
alguna sede del organismo, ni sobre síntomas o síndromes que, de manera indirecta,
manifiestan la supuesta esencia escondida del proceso morboso subyacente, sino que
muestra, de manera directa, la realidad de los procesos transaccionales históricos que
han hecho posible el problema que analizamos y que lo están determinando en el
momento presente (cuadro 7.2).
Ambas semiologías son legítimas en sus respectivos ámbitos de estudio. No lo son,
sin embargo, cuando se utilizan para tratar objetos de estudio que no le corresponden.
Así, sería un disparate utilizar el AFC para estudiar una hepatitis o un cáncer. Es también
un disparate cuando se aplica el modelo anatomoclínico para estudiar comportamientos,
haciéndole actuar como un modelo psicopatológico.
192
7.3. El AFC no es un análisis de los “rasgos” de la personalidad
193
7.4. El AFC no distingue entre conducta normal y conducta “anormal”
El AFC no hace distingos entre conducta normal o conducta “anormal”. No hay nada de
“anormal” en su objeto de análisis, tan sólo se ocupa de analizar las relaciones entre las
conductas de una persona y el ambiente físico y social en donde se manifiestan, y los
mismos principios nos sirven para explicar por qué una persona aprende un idioma o por
qué una persona se deprime o se recluye en casa.
194
7.6. El AFC tiene un foco biográfico integral
195
entorno, traspasan la frontera biográfica. La dimensión atencional, sensorial y
perceptiva que nos conecta con el mundo y por la cual el mundo nos influye; y la
dimensión ejecutiva u operante propiamente dicha por la cual actuamos e influimos sobre
el mundo que, a su vez, volverá a influir en nosotros a través de las consecuencias de la
acción.
La figura 7.1 muestra también las dimensiones privadas (pensamientos, imágenes,
recuerdos, sensaciones, emociones) que no traspasan la frontera, son accesibles tan sólo
para la persona que las experimenta y narra para sí misma en el autolenguaje, aun
cuando pueda también hacerlas públicas a los demás o pueda narrarlas, en el curso del
CP o a otros, a través de la conducta verbal y otras operantes. La operante verbal,
hablar, tiene una significación especial en el mundo social en el que vivimos pues moldea,
reorganiza y modifica funcionalmente toda la conducta humana (Carrascoso, 2003),
incluidas las experiencias privadas. En el comportamiento y en los problemas de
comportamiento están todas ellas y son objeto de identificación y análisis en el AFC.
Bien es verdad que el papel de las principales conductas operantes –hablar y actuar–
resulta decisivo tanto en la adaptación como en la desadaptación de la persona por su
claro impacto en el contexto y, por esta razón, desempeñan un papel relevante tanto en el
AFC como en la intervención psicológica. Las experiencias privadas tienen un papel no
desdeñable en el origen y en la solución de los problemas (cuadro 7.3), como
concomitantes de las conductas operantes y como estímulos condicionales y
discriminativos. En el capítulo 12 se describirá la evitación experiencial como un intento
de evitar experiencias privadas (pensamientos, recuerdos, sensaciones) que han adquirido
funciones de estímulos condicionales aversivos por estar asociadas a experiencias
personales adversas o porque las reglas sociales verbales las denominan con palabras
amenazantes.
196
Figura 7.1. Dimensiones privadas y operantes pero integradas y concomitantes.
Pensar, o manera de hablar silenciosa, recordar o imaginar, como acciones encubiertas en ausencia
de los estímulos y de las condiciones físicas del contexto y, cómo no, el sentir o experiencia
sensorial del organismo que señala que los acontecimientos nos afectan, todas ellas forman parte del
comportamiento de la persona y se hacen más o menos visibles e inteligibles. El comportamiento de
una persona no es fragmentado (cognitivo-emocional-conductual), por el contrario, es un todo
integrado que se hace patente en la manera de comportarse habitual y adaptada como en la menos
habitual e inadaptada a través de acciones operantes claramente manifiestas (“por sus obras les
conoceréis”) pero asimismo a través de las acciones encubiertas que también operan. De esta
manera, los pensamientos obsesivos, las creencias delirantes, los recuerdos de sucesos dolorosos y
traumáticos del pasado, las emociones (ansiedad, ira, tristeza, rabia, vergüenza, resentimiento,
nostalgia), los deseos (de afecto, de intimidad) y las sensaciones físicas (dolor, taquicardia, tensión
muscular, disnea) son experiencias privadas que pueden desempeñar un papel importante como
componentes biográficos del problema psicológico. Así, en el capítulo 5, se comentó cómo la
hiperreflexividad podría obstaculizar el curso de la vida. Para algunos, la “verdadera vida” está en el
mundo propio de las experiencias privadas y en los mundos de la ficción, lo cual puede dificultar
sus relaciones sociales.
El objeto del AFC no son las conductas, entendiendo éstas como reacciones o respuestas
197
de la persona, tampoco es el contexto en que tienen lugar esas respuestas. La conducta
no es de la persona ni es del contexto, es una trans-acción entre la persona y el contexto.
El objeto, pues, del AFC es el análisis de las transacciones y de las funciones y
significados que tienen y que han desencadenado y siguen ahora determinando el
problema.
Podríamos preguntarnos por qué Javier tiene esta rabieta. Resultaría inexplicable a
partir de la mera descripción topográfica de estas reacciones. Por el contrario, comienza
a tener sentido –y resultaría explicable– cuando la analizamos a la luz de la secuencia de
transacciones en que tiene lugar, y a la luz de su significado. Sería un problema personal
de Javier, en la medida en que es él quien está personalmente afectado, pero no en la
medida en que sea un asunto meramente ‘interno’ o ‘personal’, ajeno a esas
transacciones. Y para analizar estas transacciones, habremos de hacernos preguntas
relevantes acerca del contexto en el que ocurren y acerca de las consecuencias que
ocasionan.
El análisis de estas transacciones (figura 7.2) nos lleva a las siguientes conclusiones.
198
a) Contexto y secuencia donde ocurren. La conducta-problema tiene lugar en
circunstancias determinadas: la madre haciendo zapping, que ocasiona que el niño
atisbe su programa favorito de televisión y pida verlo, con negativa de aquélla. No
ocurre, sin embargo, cuando la televisión está apagada, y la madre está leyendo.
199
la flecha con trazado grueso en la figura).
d) Hipótesis de intervención. La rabieta podría eliminarse o reducirse con sólo
introducir cambios en las transacciones en que tiene lugar. Podría plantearse un
contexto alternativo en el que la madre no vea la televisión y, por el contrario, esté
haciendo algo diferente, como jugar con su hijo y, de esta manera, creara un
ambiente menos tentador, o, sencillamente, bastaría con que la madre no
sintonizara la televisión y no permitiera que su hijo la vea aunque tuviera la rabieta.
Estas conductas, al no tener compensaciones, terminarían por desaparecer y dar
paso a otras, tanto de la madre como del niño. Nótese que un contexto alternativo,
como jugar con su hijo, podría facilitar otras transacciones alternativas.
El análisis de las transacciones en el ejemplo del niño con rabietas nos revela efectos a
primera vista insospechados. Supongamos que la madre tiene el objetivo de poner límites
a estas conductas o de promover comportamientos alternativos más activos en su hijo.
Cabría hacerse la pregunta de por qué le resulta tan difícil hacerlo. La respuesta la
encontramos también en el aprendizaje que la madre desarrolla como consecuencia de las
transacciones con su hijo, en donde nos encontramos con nuevas conductas-problema
que hacen difícil que la madre logre su objetivo (figura 7.3), entre otras, sintonizar el
programa de televisión favorito de su hijo. De esta manera, los comportamientos de la
madre y del hijo son funcionalmente interdependientes.
La manera de reaccionar de la madre (sintonizar el programa de televisión favorito
de su hijo y no poner límites), está embebida, por una parte, en un antecedente que le
molesta y estimula –la rabieta de su hijo– y, por otra parte, en las consecuencias que
experimenta y anticipa con diferentes opciones: si sintoniza la televisión se produce el
cese inmediato de la rabieta, en cambio, si no sintoniza la televisión, ha de continuar
soportando el tormento de la rabieta. Ambos, madre e hijo, tratan, con sus acciones, de
controlar, a corto plazo, un ambiente molesto, si bien, a medio plazo, estas acciones
resultan contraproducentes para ambos. En el caso del hijo, aprende modos muy
inadecuados de manejar el mundo social y obtener lo que desea, y, en el caso de la
madre, aprende a educar a su hijo sin ponerle límites y sin lograr que acepte
contrariedades inevitables.
200
Figura 7.3. Conductas-problema en transacción.
201
puede resultar complicado y, a veces, muy complicado. Las condiciones de vida de los
padres de Javier y del hábitat donde viven puede que no resulten muy facilitadoras para
establecer un contexto alternativo.
202
Así, por ejemplo, el que la madre defina la rabieta de Javier –o incluso su
propio cansancio– en términos tales como “es un niño hiperactivo” “algo
debe tener porque si no, no me lo explico”,, “no hay quien pueda con
él”,“yo no puedo más”, “esto no hay quien lo aguante”, “si no le pongo la
televisión, a mí me va a dar algo”, que convierten, mediante el lenguaje, en
algo inevitable y trágico lo que está ocurriendo, contribuye a oscurecer las
transacciones que perturban aún más el problema, y, de esta manera, se
predispone a la opción de sintonizar la televisión como medio para evitar algo
que, en palabras de la madre, “es una tragedia” (literalidad). Si se logra
“desliteralizar” el lenguaje y valorar con rigor tanto la rabieta (que puede ser
algo “molesta” y no una “tragedia”) como las funciones que está cumpliendo
en el contexto, así como el propio cansancio de la madre (sensación
“lamentable” y transitoria), ésta estará en mejores condiciones de introducir
cambios en el contexto e, incluso, exponerse a la rabieta y aceptarla hasta que
esta se extinga.
203
Así, por ejemplo, los auto-registros que el consultante hace de sus conductas
facilitan que perciba que los cambios en su estado de ánimo no ocurren
siempre de la misma manera sino que están vinculados al lugar en donde está
o a los recuerdos que le evocan, a la actividad que realiza, a las personas con
las que convive y se relaciona y a los problemas de la vida diaria a los que
hace frente. Esto, unido al proceso de deliberación que mantiene con el
consultor, neutraliza sobremanera la tendencia a buscar sin fundamento las
explicaciones de lo que le pasa en una supuesta enfermedad o etiqueta de un
supuesto trastorno psicopatológico. La importancia de las transacciones entre
lo que hace y su entorno físico y social se le muestra de manera natural para
buscar una explicación más parsimoniosa y ajustada de lo que le pasa.
Al explorar y hacer visibles los flujos y secuencias transaccionales del problema, ofrece a
los consultantes la oportunidad de vivir una experiencia de autoobservación y
exploración del problema y de autoexposición. En esa medida, constituye una alternativa
a la evitación experiencial a la que se referirá el capítulo 12 y un apoyo a las técnicas de
exposición de las que se tratará en el mismo capítulo.
Aun cuando el AFC centra su foco preferente en el análisis de las transacciones que están
en la génesis de un problema, es capaz de analizar críticamente también las transacciones
que configuran los juicios de valor, convertidos en ideología social, que la sociedad y los
profesionales hacen sobre el problema a la hora de “construir” entidades
psicopatológicas, y los procesos transaccionales de control social sobre los
comportamientos arbitrariamente etiquetados como patologías, tal como se comentaba en
el capítulo 2.
204
funciones y las encadena de manera secuencial y dinámica en el curso temporal de las
acciones implicadas. Los diagramas, de los que se hablará después, que analizan un
problema y sus diferentes eslabones encadenados que tienen un papel activo de estímulo,
de castigo o de refuerzo de otros eslabones de las secuencias según el valor afectivo de la
transacción, nos desvelan esta naturaleza dinámica, cambiante y dialéctica de las
transacciones que dan origen a un problema y también a su solución.
El AFC es dinámico también porque no queda hecho de una vez por todas, sino que
se va reformulando con la incorporación de nueva información a medida que el proceso
del CP avanza y se operan cambios en los contextos y en las cadenas que desvelan las
nuevas transacciones. Desde esta perspectiva, el AFC plantea hipótesis tentativas de
causalidad de los problemas que requieren ser falsados en la medida en que los cambios
no resulten atinados y no operen sobre variables o cadenas pertinentes de las
transacciones.
205
El AFC responde más a un qué he hecho y qué estoy haciendo, y qué consecuencias
tiene, qué funciones cumple en la transacción, y a un cómo todo esto ha contribuido y
contribuye al problema, que a un abstracto por qué me pasa esto, y, desde luego, más
que a un esto me pasa por un desequilibrio en los neurotransmisores. Abrirse a lo que
hacen y a las consecuencias que tienen lo que hacen les orienta hacia qué otra cosa
podría hacer y qué otras consecuencias podría conseguir. El AFC comporta un saber
pragmático, no especulativo o abstracto, nos aporta un cómo más que un porqué.
El análisis, por muy atinado que sea, no es suficiente por sí solo para que se produzca el
cambio necesario. A veces incluso no es ni necesario comprender cómo se ha producido
un problema para que ocurra el cambio que lo resuelve, de hecho la gente cambia a
menudo sin que previamente haya hecho el análisis de cómo ha llegado a la situación en
la que se encuentra. Si el problema que nos plantean no se ha resuelto hasta ahora, no
será probablemente por no haber comprendido su génesis. Incluso la supuesta explicación
que plantea el modelo psicopatológico no solamente no es suficiente sino que lo puede
hacer más difícil en la medida en que el etiquetaje diagnóstico “explica” lo que le pasa a
la persona y esto anula ulteriores indagaciones críticas y, sobre todo, las acciones que
resultan atinadas para su solución. Así como el AFC orienta hacia el cambio y la
solución del problema, el diagnóstico psicopatológico puede constituir una excusa para
que el cambio no se produzca. Por otra parte, el análisis del problema que proporciona el
AFC no es sólo un esfuerzo por comprender el problema mismo, sino también por
comprender la biografía de quienes lo experimentan, como agentes que han intervenido
en los cambios inherentes a su génesis y que podrán intervenir también en los cambios
inherentes a su solución.
El AFC es un análisis actual del problema orientado hacia el futuro. Qué duda cabe de
que somos según la historia que hemos tenido y, en este sentido, las experiencias vividas
pueden resultar muy importantes para comprender el origen del problema. No obstante,
su solución requiere que actuemos sobre lo que es posible actuar: las transacciones
actuales. Detenerse, a modo de una tarea arqueológica, en las experiencias vividas y
pasadas no sólo puede resultar inútil porque no se pueden modificar sino que, además,
206
inducen el riesgo, cuando las experiencias son remotas, de especular sobre ellas ya que
nunca tendremos oportunidad de verificarlas. Lo único sobre lo que podemos actuar es
sobre los efectos y secuelas del pasado: nuestra biografía presente y actual.
Así, por ejemplo, Juan, un adulto de 40 años, nos consulta porque tiene un
miedo cerval a los perros. Su miedo comenzó a los 10 años por una
experiencia traumática en que fue atacado y mordido por un perro. Desde
entonces evita cualquier contacto con ellos, verlos incluso en fotografía le
produce reacciones de ansiedad de tal intensidad, que aparta las imágenes de
su vista. Para esta persona, vencer este temor es importante porque está en
paro y ha encontrado trabajo en una perrera municipal cuyas tareas relevantes
son estar en contacto con perros, alimentarlos y cuidarlos. La experiencia
traumática ocurrió hace muchos años pero su miedo permanece en la
actualidad. Sabemos su origen y sabemos también los efectos actuales de esta
experiencia pasada, pero ¿qué es lo relevante para ayudar a esta persona? No
podemos dar marcha atrás a su vida como una moviola y evitar esta
experiencia o mitigarla. Ocurrió lo que ocurrió y ello es inevitable. La pregunta
pertinente que nos hemos de hacer es: ¿Por qué un miedo que tuvo su origen
hace unos 30 años se mantiene en la actualidad? Sin duda, la respuesta la
encontraremos en las transacciones que ha mantenido y mantiene en el
presente en relación con los perros. En efecto, el problema llegó a
solucionarse cuando descubrimos que la evitación actual que mantenía con los
perros era pertinente para mantener este miedo. La propuesta de cambio de
estas transacciones resultó ser de lo más atinada para que el problema se
resolviera felizmente y Juan pudiera desempeñar su trabajo.
Los problemas psicológicos por los que la gente consulta han tenido, en efecto, un
origen en experiencias pasadas más o menos remotas e incluso desconocidas pero sus
soluciones sólo tendrán lugar como resultado de nuevas experiencias y transacciones. En
este sentido, el AFC no enfatiza el análisis retrospectivo y no se pierde en detalles en los
eventos que ocurrieron en el pasado más remoto. Si hemos de operativizar el porcentaje
de tiempo que dedicamos a la historia pasada y a la actual y futura diríamos que a la
207
primera le dedicamos el 25% y a la segunda el 75%.
El AFC es una técnica analítica para analizar y orientar la solución de los problemas
psicológicos. Tiene un triple propósito: a) desvelar el origen del problema psicológico, b)
desvelar las complejas condiciones por las que se mantiene el problema y c) establecer
hipótesis de relaciones o transacciones con valor causal y definir los objetivos de
intervención que orientan los cambios que hay que introducir para resolver el problema,
lo que otros llaman “formulación del caso clínico” (Hayes, Godoy y Gavino, 2011). Sin
menoscabar la importancia del primero, los propósitos relevantes son el segundo y el
tercero. La formulación de los objetivos de intervención es una tarea importante en el
proceso de solución de problemas que plantea el CP. Para el modelo psicopatológico, por
el contrario, puede resultar una tarea irrelevante, ya que el objetivo está ya
preestablecido, con independencia de la complejidad que el problema tenga, y sea tan
simple como restablecer un supuesto desequilibrio bioquímico en el cerebro.
208
8
209
zonas de contacto en las cuales la biografía establece transacciones proximales
funcionales con las variables del contexto, tal y como se expuso en la figura 2.2 del
capítulo 2. En la figura 8.1, se muestran de manera esquemática los cuatro paradigmas
básicos que se utilizan para analizar funcionalmente las transacciones. No es nuestro
objetivo desarrollar estos paradigmas de manera pormenorizada, desarrollados ya en otra
parte (Costa y López, 2009). Sencillamente, se describirán sus funciones más básicas.
Este paradigma, establecido por Ivan Pavlov, nos ayuda a explicar la transferencia de
funciones entre dos estímulos del ambiente, uno con capacidad funcional de provocar
una respuesta o re-acción en el organismo y otro neutro, sin esta capacidad, tal como se
decía en el capítulo 2 a propósito de la fobia del niño Alberto. A los primeros les
llamamos Estímulo Incondicionado (EI) y a los segundos Estímulo Condicionado (EC)
o condicional, y a la re-acción suscitada por los primeros Respuesta Incondicionada
(RI) y a la re-acción suscitada por los segundos Respuesta Condicionada (RC) o
condicional. Esta transferencia de funciones es un descubrimiento sorprendente pues
promueve en la biografía experiencias vitales nuevas y expande y enriquece su
patrimonio de comportamientos, adaptados e inadaptados.
210
Así, por ejemplo, pasear por una calle oscura, que habitualmente no
provocaba reacciones de ansiedad en una persona, puede adquirir la capacidad
de provocar (EC) estas mismas reacciones de ansiedad (RC) en la misma
persona a partir de haber experimentado un ataque violento (EI) en otra calle
oscura. Por el mismo mecanismo, un ataque de pánico (RC), respuestas
intensas de ansiedad, puede ser desencadenado por estímulos del ambiente
(EC) como montar en el Metro o en el autobús o entrar en un gran almacén
por haber experimentado en el pasado en estas situaciones este tipo de
reacciones. Por este mecanismo asociativo, podemos adquirir miedos a
objetos, personas y situaciones que antes nos producían calma o,
sencillamente, no nos afectaban.
211
puede resultar más complicado. En realidad, la gente se comporta en un “mar
ininterrumpido de contingencias y de estímulos”.
Este paradigma, establecido por Albert Bandura (1974, 1982, 1997), nos ayuda a
comprender que estar expuesto a ejemplos o modelos de conducta es una manera de
estimular y provocar las mismas conductas que se observan, incluidos las habilidades, el
lenguaje, las creencias, los valores y las emociones. Dependiendo de las características
del modelo y de las transacciones que realiza, la fuerza evocadora de la acción de imitar
será más o menos fuerte. El aprendizaje por observación, como también se denomina a
este paradigma, implica la adquisición de información de las acciones o conductas
implicadas, requiere una cierta capacidad simbólica, y su desarrollo no está al margen de
los paradigmas clásico y operante referidos.
212
función sustitutiva y mediadora del lenguaje, regulada por reglas o equivalencias
funcionales entre las palabras y sus referentes, amplifica poderosamente la experiencia
individual al adquirir las palabras funciones de estímulo y de refuerzo, tal como plantea la
Teoría del Marco Relacional (Hayes et al., 2001). Pero también las palabras adquieren
autonomía e independencia de sus referentes y pueden engañar y engañarnos y ser origen
de problemas psicológicos. Mediante las palabras y sus relaciones de equivalencia,
podemos ver amenazas donde realmente no las hay, percibirnos como un fracaso sin
razones objetivas para ello y las experiencias privadas pueden convertirse en potentes
experiencias aversivas. De esta manera, la conducta verbal –sus reglas– y las experiencias
privadas aparecen como contenidos relevantes en el análisis funcional de los problemas
psicológicos.
También es verdad que las “palabras se desgastan” y pierden significación con el uso
repetido y desconectado de sus referentes y contingencias. Decimos entonces que “son
213
palabras que se lleva el viento” o “meras palabras” a las que no se hace caso. Pierden su
significación funcional de control social y de servir de estímulos para el cambio o para el
compromiso.
La tarea compleja del AFC requiere también un conocimiento actualizado de los modelos
teóricos de los problemas psicológicos así como de la semiología o caracterización
conductual de los mismos.
En la figura 8.2 se ofrece un esquema amplio del marco teórico del problema psicológico
de la depresión. Una manera sencilla y comprensiva a la vez de adentrarse con detalleen
este problema puede encontrarse en Froján (2006). Cuando se intenta analizar este
problema psicológico en una persona concreta, ayuda mucho saber que (1) numerosas
situaciones adversas, tales como pérdidas significativas (muertes de seres queridos,
separaciones, desempleo, ruina), enfermedades, maltrato, abuso sexual, fuentes de estrés
214
crónico sobre las que no se tiene control, y otras, son antecedentes (A) que pueden
determinar la experiencia emocional de la depresión; que (2) en el contexto pueden
existir pocas fuentes de gratificación a las que la persona pueda alcanzar a través de la
acción propia o que, a menudo, son las mismas situaciones adversas referidas las que
condicionan esta falta de fuentes de gratificación; que la puerta de entrada perceptiva (3)
es selectiva; que el impacto afectivo (4) de las situaciones adversas se muestra en el
estado de ánimo abatido que se acompaña a menudo de otras experiencias emocionales;
que el estado de ánimo depresivo se acompaña de pensamientos y de autolenguaje
característico (5); que en la dimensión biológica u organismo (6) se pueden producir
alteraciones en algunas zonas cerebrales y en la neurotransmisión, trastornos del sueño,
pérdida o aumento del apetito, pérdida de peso, fatiga; que las acciones
contraproducentes características (7) de la depresión incluyen aislamiento social,
inactividad, quejas y llanto, incluso intentos de suicidio y suicidio consumado; que las
acciones tienen consecuencias (C) (8) en el contexto inmediato, unas positivas y otras
negativas; que la reducción o la pérdida de consecuencias gratificantes por las acciones
realizadas (Lewinsohn, 1974; Rehm, 1977) y la falta de control sobre las consecuencias
(Seligman, 1975) desempeñan un papel importante; que las consecuencias pueden
contribuir a mantener las acciones y el estado de ánimo (9) de la experiencia depresiva; y,
por último, que todas estas transacciones van forjando el patrimonio histórico (10) de la
biografía y dependen a su vez de él en lo sucesivo. Es este patrimonio histórico el que
explica, a su vez, la mayor o menor vulnerabilidad ante las situaciones adversas de la
vida. También ayuda conocer los principios de aprendizaje (castigo, refuerzo positivo o
negativo, etc.) por los cuales determinadas acciones se implantan y se desarrollan, se
extinguen o se cambian, y por qué, en definitiva, determinadas acciones
contraproducentes (quejas, aislamiento, etc.) compensan y otras más atinadas no
compensan.
Por todo ello, lo que se ha convenido en llamar ‘depresión’ no es una experiencia
unidimensional, no es una experiencia exclusivamente emocional, ni exclusivamente
cognitiva o cognitivo-conductual, ni exclusivamente neuroendocrina. Es una experiencia
biográfica integral en la que están implicadas todas las dimensiones de la biografía en
mutua interacción y en la que es copartícipe, como es obvio, la dimensión biológica, con
sus componentes neuroendocrinos y de posible vulnerabilidad genética. Pero la depresión
no es tampoco una experiencia de la sola biografía, o que se fabrique en algún lugar
recóndito de su interior del que brotaría ya configurada. Es una experiencia biográfica y
contextual a la vez, que se forja y configura en las mutuas transacciones que la biografía
215
establece con circunstancias del contexto que la desencadenan y con las consecuencias
que la misma experiencia produce en los escenarios físicos y sociales del contexto. De
esas transacciones se ocupa el AFC.
216
latido cardíaco...) que le ayuden a controlar o evitar las experiencias interoceptivas
amenazantes, llegando incluso a solicitar repetidos chequeos de salud o visitar centros de
urgencia. Estos rituales suelen ser objeto de atención social en su entorno, estas personas
pueden ser ayudadas y acompañadas adquiriendo cierta dependencia y, sobre todo,
pueden lograr alivio a su situación y reducir el miedo (8). Estas consecuencias, a su vez,
pueden contribuir a mantener las acciones de evitación y a mantener su miedo a la
estimulación interoceptiva y a la exposición a las situaciones de la vida (9). De esta
manera, su vida puede quedar afectada de tal manera que le impida relacionarse y
trabajar con soltura y le quebrante su bienestar psicológico.
Sobra señalar, quizás, que la secuencia aquí establecida no es tan lineal como se
describe, ni todas las personas que tienen experiencias de estrés acumulado desarrollan
estos problemas. Aunque se requiere una cierta vulnerabilidad propia de su personalidad
y de su historia biográfica (10), conviene por eso advertir que cada persona es única,
tiene una historia diferente de aprendizaje y las manifestaciones, variabilidad y afectación
pueden ser muy distintas a como aquí se describen. No obstante, los principios,
paradigmas básicos y acciones contraproducentes (activación simpática, interpretación
amenazante, evitación interoceptiva, rituales…) que pueden contribuir al desarrollo del
217
problema suelen ser experiencias habitualmente muy comunes en las personas que
pueden presentar una cierta vulnerabilidad para desarrollar este problema.
218
9
El AFC, como técnica analítica del comportamiento del consultante, se inserta, como un
componente clave, en el proceso de definición y de solución de problemas que se
describe en la Parte V. Allí se indagará y se clarificará el motivo de consulta, se
identificará el foco del problema y su curso (cuándo y cómo comenzó y cómo
evolucionó) y el resto de etapas que implica todo el proceso. En este capítulo, se
desarrollarán tan sólo los pasos o tareas propias del AFC (cuadro 9.1).
Este paso no es propiamente una tarea del AFC, es tan sólo un paso previo que permite
explorar el territorio social en donde acontecen los problemas, y dirigir y precisar mejor el
AFC. El Principio Estratégico 4 nos indicaba que la solución del problema depende de la
existencia de oportunidades, apoyos, recursos, redes sociales, escenarios y factores de
protección del contexto. La representación gráfica del ecomapa (figura 9.1) permite ver
los ámbitos o escenarios de la vida (laboral, familiar, vivienda, salud...) en los que se
219
desenvuelven los consultantes, su mundo relacional, así como el estado de los recursos y
servicios que utilizan, sus fortalezas y sus dificultades.
La indagación del ecomapa puede comenzar una vez que nos hemos situado en el
foco e impacto que el problema tiene sobre la vida del consultante. Se trata de hacer sólo
una exploración suficiente, que no exhaustiva, para recoger información que aporte
claves y criterios para identificar las funciones que las redes sociales y recursos tienen en
el origen, en el mantenimiento del problema y en su posible solución. En aquellos casos
en que el CP tiene lugar en equipos interdisciplinarios, buena parte de esta información
puede sernos proporcionada por otros profesionales.
“Me comenta que (…) [Hace un resumen del motivo de su
preocupación y del impacto que el problema tiene en su vida] Volveremos
sobre esto, pero antes de continuar, me gustaría conocer algo más de su
vida, precisamente para entender mejor su problema y ayudarle mejor...
Cuénteme de su familia, trabajo, amigos, aficiones (…) ¿Cuán satisfecho
de 0 a 10 está con…? ¿Por qué?”
220
Figura 9.1. Ejemplo de ecomapa.
221
9.2. Puntos de indagación preferente del AFC
Una vez explorado el ecosistema social, procede avanzar en el resto de pasos del AFC
recogiendo información a partir de las entrevistas que se mantienen con los consultantes.
En la figura 9.2 se describen puntos preferentes de indagación para orientar la recogida
de información: (a) Conductas-problema, (b) Desencadenantes y Contexto actual en que
el que tienen y no tienen lugar las conductas-problema y (c) Consecuencias a que dan
lugar.
222
“Antes de finalizar la entrevista quisiera pedirle algo muy
importante y que denota el estilo de cómo trabajamos. Es nuestro objetivo
que usted se sienta desde el comienzo investigando y comprendiendo por
qué tiene este problema y deliberando conjuntamente conmigo qué
soluciones podemos encontrar. Esto tiene el coste de que usted se va a
llevar trabajo para casa (tareas) [el psicólogo le explica y le da
instrucciones de cómo cumplimentar un auto-registro]. Con la información
que me ha proporcionado en esta entrevista junto con la información que
usted me traiga en este registro, estaremos en condiciones de poder
deliberar abiertamente qué es lo que le pasa y por qué, y, sobre todo, qué
podemos hacer. ¿Alguna pregunta?”
223
9.3. Identificar, clarificar y cuantificar las conductas integrantes del problema
Así, por ejemplo, tener una madre una fuerte discusión con su hijo puede ser
algo normal y pasajero pero puede también acarrear un problema cuando esta
discusión conlleva ruptura de relaciones con el hijo, distanciamiento y como
consecuencia, dificultades para dormir y bajo estado de ánimo; valorar la
higiene y aseo personal y obrar en consecuencia para estar aseado y limpio
puede ser ajustado en un médico que ha de hacer curas a sus pacientes que
presentan heridas con riesgo de infectarse, sin embargo tener miedo a la
contaminación hasta el punto de obsesionarse por la limpieza, descontrolarse
emocionalmente cuando entra en contacto con objetos sucios y lavarse con
profusión las manos hasta hacerse úlceras es, sin duda, desajustado; evitar el
contacto social con determinados vecinos de trato desagradable puede ser
normal y hasta ajustado si ello facilita pasar mejor el día y poder seleccionar
otros contactos sociales más gratos, sin embargo, evitar contacto social con
cualquier vecino por miedo a que puedan enterarse de que te acaban de
despedir del trabajo y hasta el punto de no salir a la calle o no abrir la puerta
de su casa, puede resultar muy desajustado. Una misma conducta puede
224
resultar adaptada y problemática o desajustada dependiendo de la frecuencia,
las consecuencias que generan, el contexto en donde tienen lugar y su ajuste
con los objetivos y otras características del contexto.
Se puede dar por exceso o por defecto, en relación con el contexto y con los propios
objetivos personales.
Así, por ejemplo, quejarse, llorar, hablar por los codos, aislarse
emocionalmente, estar inactivos, lavarse las manos, comprar objetos
innecesarios, consumir sustancias tóxicas, tener dificultades para dormir,
quejarse de cefaleas, tener temores o evitar determinadas situaciones, pueden
ser conductas o sucesos habituales y normales en la vida de la gente. No
obstante, una frecuencia o intensidad “anormalmente” alta o baja según el
contexto social de referencia y el comportamiento habitual de la persona
pueden hacernos pensar de manera hipotética en una conducta
“problemática”. De la misma manera, cuando un consultante nos relata que
tiene por costumbre pensar de manera reiterada en cursos de acción cognitiva
alternativos como la única vía para saber qué hacer, que esto no le deja
dormir, que le genera una gran ansiedad y que, además, no logra tomar la
decisión, estamos con probabilidad ante una acción encubierta
contraproducente por su frecuencia inusitada. Un comportamiento, tan
aparentemente normal, como montar en bicicleta, puede resultar desajustado
si la frecuencia con la que se hace impide desarrollar otros comportamientos
que demanda el contexto, como acudir al trabajo o compartir actividades de
ocio con la familia. Y un comportamiento, tan aparentemente anormal como
“mirar con precaución al salir a la calle”, afeitarse la barba para no despertar
sospechas y “decir que le escondan para que no le encuentre la policía” puede
225
ser muy ajustado en un militante de un partido político clandestino en España
en la época de Franco, en cambio, ese mismo comportamiento en una persona
sin compromiso político alguno en la España actual, puede resultar
desajustado y ser etiquetado de padecer “delirios paranoides”.
B) Consecuencias indeseables
Así, por ejemplo, estar desanimado algún día que otro como para no desear
salir a la calle o rehusar acompañar a los amigos puede ser normal e incluso
puede hasta resultar muy apetecible para encontrar un espacio en el que
reencontrarse con emociones y experiencias que uno desea experimentar.
Estar desanimado, en cambio, un día y otro también, hasta el punto de aislarse
226
crónicamente y sentirse desbordado por el desánimo, hasta el punto de no
tener control de la propia vida, puede llegar a resultar muy inadaptativo. Hay
quienes tienen dificultad para conciliar el sueño por una preocupación puntual
y hay quienes no pueden dormir de manera estable hasta el punto de sentirse
desesperados. Hay quienes beben ocasionalmente y disfrutan de la fiesta con
los amigos y hay quienes beben para olvidar y aliviar su pena y quienes beben
también para afrontar la ansiedad social y poder relacionarse. Hay quienes no
teniendo especiales problemas en su vida sufren de manera importante porque
no logran apartar de su pensamiento la posibilidad de que su bebé pudiera
tener algún día un accidente irreparable.
Se referirán, entre los más relevantes, las conductas contraproducentes para los
objetivos que se plantean, las conductas impulsivas y la excesiva ambivalencia que se
manifiesta en intentos de acción contrapuestos.
Así, por ejemplo, hay quienes pretenden entablar amistades, pero cuando
conocen a alguien por primera vez emiten juicios categóricos sobre
determinados temas sin haber indagado previamente la posición de su
interlocutor y tampoco se percatan del impacto emocional que esto produce en
la persona con quien hablan. Hay personas que cuando hablan con alguien
llevan a la práctica la primera acción que se les ocurre sin ni siquiera haber
meditado suficientemente lasventajas e inconvenientes y los obstáculos de las
mismas acciones. Por el contrario, hay otros consultantes que están en el otro
extremo, meditan todo en exceso, hasta le dan una y mil vueltas para
asegurarse de que han encontrado la solución correcta a sus problemas, claro
está, sin encontrarla. Son consultantes que caen en lo que denominamos
“hiperreflexión logocéntrica” que es un estilo de conducta-problema alejado
de la experimentación, habitual, en mayor o menor grado, en la mayor parte
de los problemas psicológicos.
227
De especial interés para el AFC son las acciones que el propio consultante realiza
para hacer frente a su problema, pues son acciones que podrían contribuir a mantenerlo
y a agravarlo (aislamiento, evitación, atención) y resultan funcionales para el desarrollo
del problema psicológico. Una vez identificadas las principales conductas integrantes del
problema, se procede a cuantificarlas y analizarlas de alguna manera, bien mediante
cuestionarios, o mediante auto-registros. Esta cuantificación y análisis permite valorar la
importancia y gravedad de los problemas, así como establecer un criterio de comparación
de ulteriores evaluaciones.
Por último, cabe preguntarse dónde acontecen o tienen lugar las conductas-
problema. Los escenarios son todos aquellos microcontextos del ecosistema social, en los
que nuestros consultantes hablan y se comportan de una deteminada manera y que
228
podemos categorizar en dos: el escenario donde ocurren las entrevistas y todos aquellos
otros contextos de la vida cotidiana. El primero tiene la ventaja de que las conductas
pueden ser provocadas y observadas de manera directa, pero tiene el inconveniente de
ser un escenario más restringido y probablemente con menor validez funcional. En la
vida cotidiana, las conductas acontecen en infinidad de contextos variados, menos
predecibles y con mayor rango de sutilezas.
229
observa que, realmente, lo que hace que este problema se mantenga es la acción
que ejecuta (recolocarlos), que hace que escape de la ansiedad. Este tipo de
explicaciones le permite tener un mayor control sobre su problema y generalizar
más el progreso.
Así, por ejemplo, las ganancias, premios o beneficios inmediatos que las
conductas-problema tienen (atención social, escapar o evitar la ansiedad,
obtención de seguridad, etc.) y los costes que las conductas alternativas tienen
también suelen ser suficientes por sí mismas para explicar por qué las primeras
se desarrollan y las segundas no.
230
Este paso resulta especialmente relevante por cuanto se identifican las variables que
causan y contribuyen a desarrollar el problema. Veamos los criterios que se utilizan para
inferir una relación entre variables y los diagramas utilizados para el análisis. Una relación
funcional establece que dos eventos están relacionados cuando uno cambia al cambiar el
otro. Se señalan a continuación los criterios más relevantes que ayudan a establecer
hipotéticas relaciones que habremos de falsar con la experiencia y con la propia
intervención.
Para que exista una relación causal entre un evento y una conducta-
problema, la co-variación temporal ha de ser consistente y repetida.
231
comentarios en momentos sociales inoportunos, lavarse las manos viene
precedido por entrar en contacto con un objeto que se percibe como
contaminante y gritar exclamando “¡no me da la gana!” viene precedido del
grito “¡cállate!”.
232
Así, por ejemplo, la conducta de descolgar el auricular puede quedar
afectada e incluso inhibida si en el momento de sonar el timbre la persona en
cuestión estaba enfrascada en una conversación sumamente interesante
(variable disposicional del contexto) y que escuchar a la persona que llama
(R1+) puede competir y resultar incompatible con la conversación (R2+); el
deseo de fumar puede quedar matizado de manera extraordinaria por el
diferente estilo de afrontamiento en el que el deseo de fumar tiene un sentido
diferente porque las palabras utilizadas establecen diferentes equivalencias
funcionales (“no puedo tolerarlo, necesito un pitillo”/“me apetece un
cigarrillo, es una sensación pasajera y puedo pasar sin fumar”); el impacto
de la pérdida de un ser querido puede resultar pasajero si la persona en
cuestión tiene redes de apoyo social y no abandona sus responsabilidades
diarias en las que encuentra un sentido a su vida o, por el contrario, puede
alargarse en el tiempo si no dispone de amigos ni tiene actividades interesantes
que atender; o el impacto del rechazo social derivado de preguntas o
comentarios en momentos sociales inoportunos puede resultar pasajero si son
eventos puntuales en una persona con buen apoyo social o, por el contrario,
puede tener un serio impacto si es algo repetido que denota un estilo habitual y
que, como consecuencia, está aislado en la vida. Como se verá en los casos
que se describen en las próximas páginas, el mayor o menor impacto de un
acontecimiento puede estar matizado por la propia historia biográfica o por
circunstancias del contexto.
233
códigos. De la misma manera, movernos y transitar por los circuitos del AFC y
comprender sus diferentes componentes así como las transacciones y relaciones que se
establecen entre ellos, puede requerir también de un código de señales. En la figura 9.4
se describe un código básico establecido a partir del código que utiliza Haynes (2005) en
su modelo analítico funcional causal.
En los diferentes diagramas que se utilizarán para representar distintos AFC se
encontrarán algunas de estas señales para representar componentes del AFC
(conductasproblema, variables causales y disposicionales), relaciones entre los
componentes (flechaso líneas de unión) y potencia o magnitud de estas relaciones
(flechas con distinto grosor). Las diferentes variables podrán llevar una letra (R+, C+,
etc.) que indicará, según el caso, las diferentes funciones (de refuerzo, de castigo...) que
caracterizan determinados eslabones de la cadena del diagrama. Conviene advertir que, a
menudo, se utiliza ‘E’ para referir estímulos desencadenantes sin especificar si es EI o
EC. La razón de ello es que en la realidad social los estímulos funcionan dentro de
complejos marcos estimulares relacionales y resulta difícil conocer de manera precisa el
proceso original de condicionamiento. Podría decirse que los procesos de
condicionamiento, salvo en el laboratorio, no son lineales, ni simples ni tan específicos.
234
Figura 9.4. Código de señales para el AFC.
El análisis de las relaciones y transacciones de los diagramas del Modelo ABC nos
permite valorar las fronteras del problema y formular las hipótesis funcionales de por qué
los consultantes desarrollan y mantienen estos problemas psicológicos y definir, a partir
de estas hipótesis, los objetivos de intervención.
235
compartimentos estancos. En todos y cada uno de esos lugares y momentos vitales y en
todas y cada una de sus experiencias, por diferentes y transitorios que ellos sean, se va
mostrando como unidad integrada e integradora y a todos ellos les otorga continuidad,
personalización e identidad autobiográfica, de todos ellos y de su transitoriedad es testigo
permanente. En esa medida, la experiencia del problema que el AFC analiza, aun
teniendo probablemente sus determinantes próximos y preferentes en el contexto de un
escenario en particular, no está desconectada, como se verá en los casos que se
analizarán a continuación, de otros escenarios y de otras experiencias biográficas
significativas con los que con seguridad mantiene fronteras más o menos permeables.
Pudiera ocurrir además que en los otros escenarios del ecosistema social la persona
estuviera viviendo también otras experiencias problemáticas, de mayor o menor
relevancia e impacto y más o menos relacionadas funcionalmente con el problema que en
cada momento se analiza.
Así, por ejemplo, la madre que trata de gestionar la rabieta de su hijo pudiera
ser una madre soltera que está siendo atendida por los servicios sociales;
pudiera ser una mujer casada con una vida matrimonial satisfactoria, o, por el
contrario, afectada por una disfunción sexual, o con un proceso de divorcio en
curso; pudiera ser una profesional de éxito que trabaja muchas horas al día y
que llega a casa agotada, o una trabajadora cobrando un subsidio de paro; si
es una madre soltera, pudiera estar viviendo en este momento en una ciudad
alejada de su pueblo de origen, del que ha tenido que huir, pues su familia
rechaza a su hijo nacido de una relación extramatrimonial y además de un
hombre que, a su vez, está casado y que se niega a reconocer al niño; pudiera
ser una mujer con grandes habilidades sociales o, por el contrario, con un
grave déficit social que le hace difícil establecer vínculos sociales y
emocionales, lo cual ha precipitado una fuerte experiencia depresiva que
determina además un abandono de sus responsabilidades educativas con su
hijo. El problema que esta madre experimenta con las rabietas de su hijo tiene
sin lugar a dudas en cada caso fronteras permeables con cada una de esas
otras posibles circunstancias.
236
Al aplicar la hermenéutica de cada problema, el AFC irá definiendo la demarcación
de las fronteras de los escenarios o ámbitos vitales en los que tienen lugar las
transacciones que intervienen en el problema, en aquellos casos en los que el problema
esté afectando preferentemente a uno de esos ámbitos (salud, laboral, vida de pareja,
académico, relaciones sociales). En los casos en que un mismo problema afecte a varios
ámbitos, definirá las intersecciones que se dan entre esos ámbitos y de qué manera las
variables de varios de ellos intervienen en el problema. Cuando la narración
autobiográfica de los consultantes haga evidente más de un problema y los problemas
referidos estén afectando además a ámbitos diferentes de su vida, el AFC definirá la
relevancia e impactos relativos de cada problema, y también la posible relación existente
entre esos problemas y ámbitos vitales.
Una vez valoradas las fronteras del problema y establecidos los ámbitos relevantes
sobre los que hay que intervenir, cabe establecer las hipótesis explicativas del problema o
problemas y, como se verá en el capítulo 23, definir el plan de intervención. En las
siguientes páginas se tendrá oportunidad de desarrollar, con seis casos, estas hipótesis
funcionales que orientan los objetivos, la selección de las técnicas instrumentales y la
solución del problema, así como la evaluación de los resultados de la intervención.
237
10
Estos esquemas pueden resultar complejos por lo que, para familiarizar al lector no
avezado en este tipo de análisis psicológico de la conducta, se comenzará con una
demanda sencilla de ayuda psicológica de una madre (cuadro 10.1) y, posteriormente, se
seguirá con casos más complejos, estudiándolos por partes. Algunos diagramas se
realizarán con ayuda de la representación gráfica del Modelo ABC para ejemplificar
también las dimensiones biográficas implicadas.
Ana pide ayuda porque recientemente observa que “está perdiendo” a su hijo Javier, de 18 años.
Madre e hijo siempre se han llevado muy bien pero observa que el hijo ahora discute mucho y se
muestra cada vez más “despegado”. No sabe si son los amigos o es la “crisis de la adolescencia”.
Se siente desconcertada y culpable. Tras una entrevista de evaluación para identificar por qué se
siente culpable con su hijo, qué ocurrió, qué le preocupa y los objetivos que pretende, encontramos
algunos datos relevantes. Todo comenzó cuando su hijo, recientemente, se presentó en casa con su
novia y con la intención de dormir en su habitación con ella. La madre reaccionó con una gran
carga emocional delante de la chica y se negó de manera tajante a la demanda de su hijo. Hubo una
fuerte discusión y su hijo se marchó de casa dando un portazo. Estuvo ausente varios días y
238
cuando volvió le reprochó a la madre que con todo lo que le “había comido el coco” a su novia
convenciéndola de que tenía una madre fantástica y comprensiva, ahora se había sentido humillado
y decepcionado. La madre vuelve a discutir esta decisión de su hijo acusándole de la falta de respeto
para con sus padres haciendo esa propuesta delante de su novia y sin haberlo hablado previamente.
Se entabla una discusión otra vez y su hijo termina dando de nuevo un portazo. Cada vez le ve más
alejado y poco comunicativo, nota que algo “se ha roto” entre ellos, lo que le produce un gran dolor.
Desea recuperar la confianza con su hijo y no sabe cómo hacerlo. Ha intentado hablar con él de
nuevo pero siempre terminan discutiendo. A través de la entrevista, y con ayuda de simulaciones, se
identifica la secuencia de la última comunicación que la madre mantuvo con su hijo. Ante la
pregunta de si hay alguna otra cosa que le preocupa, Ana responde que esto es lo único y es lo que
desearía tratar.
239
Figura 10.1. Secuencia de comunicación.
Así, por ejemplo, uno de los autores de este libro viene orientando un
conflicto familiar especialmente grave que comenzó en un principio por
acciones contraproducentes sencillas de cómo afrontar problemas cotidianos
en la dinámica familiar. Cuando los padres piden ayuda, lo hacen porque su
hijo mayor, un joven de 16 años, muestra comportamientos agresivos hacia
240
los padres hasta el punto de que éstos le han puesto una denuncia por
agresión, no respeta ningún tipo de normas en el ámbito familiar, muestra
abandono de sus estudios y de cualquier tarea o responsabilidad y, lo que es
peor, pareciera como si el problema no tuviera ya solución y que el
comportamiento de su hijo estuviera “gobernado” por instancias ajenas al
control e interacción de la dinámica familiar.
Ángel es un médico rural de 32 años, casado hace 11 con una profesora de instituto y con dos hijos
de 6 y 10 años. Acude a nuestra consulta con su mujer porque desde hace unos meses ya ni puede
trabajar. Tiene miedo a contaminarse, evita cualquier foco de potencial contaminación, hasta el
punto de estar lavándose repetidamente las manos. En la primera entrevista nos muestra las manos
con úlceras producidas al parecer por este frecuente e intenso lavado de manos. Se percibe, y le
percibe también su esposa, diferente, más aislado y tiene cambios de humor, llegando incluso en
determinados momentos a gritar. Su esposa refiere que está obsesionado con la limpieza. Todo
parece que comenzó hace año y medio con ocasión de realizar una autopsia de un cadáver en
estado de putrefacción, su primera autopsia. A partir de este hecho comienza a sentir un intenso
miedo a contaminarse, miedo que ha ido en aumento hasta unos límites insospechados. Refiere que
era su primera autopsia y que le produjo un desagrado tan especial que, a los pocos días, cualquier
cosa que hubiera tenido relación o contacto con esta situación (instrumental, libros y ropa que
utilizó, etc.) desencadenaban respuestas intensas de asco y ansiedad.
Analizar el origen de este problema implica haber realizado un recorrido detenido por
241
la historia biográfica de Ángel y estar familiarizado con los procesos básicos de
aprendizaje. Comencemos por uno de los procesos más básicos: el aprendizaje
respondiente o de condicionamiento clásico. En la figura 10.2 se muestra un diagrama
parcial (I) del origen del problema. En este diagrama parcial, se observa cómo la autopsia
actúa como un estímulo “incondicionado” (EI) que suscita una respuesta
“incondicionada” (RI) caracterizada por intensa ansiedad y miedo a contaminarse. La
asociación con otras situaciones estimulares del contexto (EC) permite que muchas
circunstancias del entorno, que antes eran inocuas, adquieran la función de desencadenar
respuestas condicionadas de ansiedad (RC). Esta asociación establece una transferencia
de funciones, adquiriendo, por esta razón, los EC equivalencias funcionales en relación
con el EI. Ahora bien, cabe preguntarse por qué estas situaciones suscitan estas
respuestas en esta persona y en otras no, por qué esta persona responde de esta manera.
Ser la primera autopsia que realiza y el avanzado estado de putrefacción del cadáver
puede explicarnos el especial impacto que tuvo, si bien podríamos seguir argumentando
que no todas las personas en estas mismas condiciones responden de esta manera. El
diagrama descrito se contempla parcial e incompleto y en el AFC deberíamos recoger
información adicional acerca de aquellas condiciones de su historia biográfica y de su
estado actual que nos ayuden a comprender por qué esta persona resulta especialmente
vulnerable para reaccionar de esta manera.
En el cuadro 10.3 se describe el mismo caso si bien con más información (texto en
cursiva) de su estilo transaccional y situación emocional (variables disposicionales) en
que esta circunstancia ocurre.
Cuadro 10.3. Caso 2. Información más completa del origen del problema
Ángel es una persona muy retraída e inhibida socialmente, se percibe como poco sociable y con
dificultad para hacer amigos. Hace 2 años comienza a sentirse algo deprimido. Obtiene una plaza de
médico que le hace trasladarse a un pueblo diferente al que vivía con su familia y en el que trabajaba
su mujer como profesora. Esto fue motivo de roces y conflictos con su mujer ya que él deseaba
que dejara el trabajo y se fueran todos al nuevo pueblo. Esto ocasionó cambios importantes en su
vida. Únicamente ve a su familia los fines de semana y ha de permanecer solo en el nuevo pueblo el
resto de los días. Recuerda como algo doloroso estar sin compañía en la casa del pueblo. Era la
primera vez que se encontraba solo en su vida durante tanto tiempo. Nunca había estado alejado de
su familia. Recuerda que lo pasó mal y se sintió bastante deprimido. En estas circunstancias, hace 1
año y medio, hace la autopsia.
242
Figura 10.2. Diagrama parcial (I) del origen del problema del caso 2.
243
Figura 10.3. Diagrama (II) del origen del problema del caso 2.
244
Tenemos ya perfilada la hipótesis de cómo se desencadenó el problema. No
obstante, esta hipótesis no nos explica por qué se desarrolló, se consolidó y, sobre todo,
por qué perdura este problema después de más de 1 año de haber comenzado. El AFC
ha de indagar más aún, hemos de recoger información, siguiendo el Modelo ABC: qué
hace y qué consecuencias tiene lo que hace. En el cuadro 10.4 se muestra información
completa del caso y en la figura 10.4 se desarrolla el diagrama (III) que nos informa de
las acciones contraproducentes –conductas de evitación– que se repiten y se fortalecen
por las consecuencias reforzantes (R+ y R–) a que dan lugar. Por una parte, este tipo de
acciones resultan muy llamativas en su entorno familiar y es objeto de gran atención
social (R+). Por otra parte, cuando realiza estas acciones, experimenta un gran alivio ya
que reducen la ansiedad (R–). La evitación de objetos potencialmente contaminantes da
lugar también a otra conducta problema que es la de quedarse en casa, lo que ocasiona a
su vez una pérdida de refuerzos sociales y un bajo estado de ánimo.
Ángel refiere que a los pocos días de haber realizado la autopsia, cualquier cosa que hubiera
tenido relación o contacto con esta situación terminaba por evitarla. Pensaba constantemente en
los mecanismos fortuitos y azarosos que podían haberse producido para que determinadas cosas que
le rodeaban (instrumental, libros, ropa que utilizó, etc.) pudieran haber entrado en contacto con los
posibles gérmenes del cadáver. Sus evitaciones eran de tal naturaleza que fue restringiendo sus
campos de acción. Progresivamente fue reduciendo el campo de consulta de su biblioteca, desde el
área restringida a los libros que consultó cuando hizo la autopsia, hasta las áreas colindantes y
hasta la propia sala de la biblioteca; había ropa que, aun estando nueva, ya ni utilizaba, abría las
puertas con los codos cuando sospechaba que, por alguna razón, pudiera estar contaminada,
evitaba pasear por determinados lugares en donde había visto días antes un animal muerto, evitaba
abrir el buzón de correos porque recordaba haberlo utilizado con las manos “contaminadas”. Tenía
un miedo tan intenso que le provocaba reacciones de descontrol importantes con su hijo. Refiere
que en una ocasión en que su hijo estaba jugando con la pelota en el doblado, comenzó a pensar
que el pequeño se estaba contaminando porque en ese suelo él había visto ratas en años pasados, y
en un momento en que su hijo le cogió de la mano para llamarle la atención, sintió una ansiedad
tal que le dio un fuerte tortazo por lo que acababa de hacer. En cada una de estas exposiciones
percibidas ante objetos o circunstancias “contaminantes” –aunque lo considera algo irracional–
siente una compulsión irrefrenable de lavarse las manos, y lo hace con profusión e intensidad hasta
el punto de producirse las úlceras ya referidas. Su mujer se enfada y discute con él por estas
“manías” y, sobre todo, porque pretende que todos “hagamos lo mismo y limpiemos y limpiemos”.
Su mujer está muy preocupada y trata de animarle, pero por más que lo hace él se enfada y se pone
peor.
245
restringido considerablemente sus contactos sociales con colegas. Permanece en casa sin salir, hasta
el punto de que su mujer le ruega con insistencia que salga o llama a al-gún colega para que
venga a verle y le anime. Su mujer refiere que “se está encerrando cada vez más en su problema”.
Había pedido ayuda a un psiquiatra amigo quien le pone un tratamiento farmacológico sin
resultados. Estuvo también en tratamiento con relajación para reducir la ansiedad y su miedo, pero
él se sentía cada vez peor. Se percibe impotente ante su problema y siente que todo se desmorona a
su alrededor. Ya ni puede trabajar. Cuando acude a consulta está con baja laboral y viviendo con
su familia. Desearía eliminar estas “manías” y poder llevar la vida profesional y familiar que
antes llevaba.
Conviene aclarar que los EC, descritos en la figura 10.4 adquieren, por su naturaleza
aversiva, la capacidad de suscitar las propias acciones contraproducentes de evitación y
de lavado de manos y convertirse en señales (Ed) que re-estimulan dichas acciones al
lograr consecuencias reforzantes. El ideograma funcional completo del caso viene a
establecer la confluencia de dos paradigmas que se mencionaron páginas atrás:
condicionamiento clásico y condicionamiento operante.
246
En los análisis ideográficos de este caso (cuadro 10.5) y de los siguientes no se
presentarán de manera parcelada las secuencias transaccionales del problema como se
hizo, por razones didácticas, en el caso 2.
Juan, de 36 años, casado y con un hijo de 4 años. Su mujer es administrativa con un trabajo
estable. De profesión electricista, le gusta mucho su trabajo y estar con su familia. “Sólo vive para
trabajar”, refiere. Los fines de semana van a visitar a sus padres y sus suegros. Con todos ellos
mantienen excelentes relaciones y le gusta mucho ir al parque con su hijo. Repertorio básico social
inhibido, profesional muy competente, en paro. Situación económica solvente. Muy buen vecino, en
sus ratos libres ha de atender lo que él llama “chapuzas”, es decir, encargos de vecinos y gente del
barrio para hacer pequeñas instalaciones. Le cuesta mucho decir que no, y el hecho de no
responder a las demandas que le hacen “lo lleva muy mal” y le agobia mucho porque le afecta
decepcionar a sus vecinos.
Motivo de consulta: Es remitido por su madre por depresión. Acude a nuestra consulta
acompañado de su mujer, con el semblante triste. Cuando nos cuenta el problema se echa a llorar,
se muestra apesadumbrado y refiere sentirse incapaz de salir adelante.
Historia y desarrollo del problema. Hace 1 año, coincidiendo con que el jefe de la oficina donde él
trabajaba como responsable de mantenimiento le llama la atención por una avería en el cuadro de
mandos, comenzó a sentirse acomplejado y a deprimirse. Habitualmente era una persona muy
considerada en su trabajo. La avería deviene por una sobrecarga que él mismo, Juan, había
advertido en repetidas ocasiones que podía ocurrir. Ello implicaba una cierta inversión económica
que el jefe de dicha oficina había ignorado. El jefe se enfadó y le dijo de malos modos, y delante de
otras personas y compañeros de trabajo, que hiciera bien su trabajo; se sintió tan aturdido que no
encontró palabras para responder. Los días siguientes al incidente sale de casa como de costumbre,
despidiéndose de su mujer para ir al trabajo, pero se marcha al campo solo con el coche y pasa gran
parte del día llorando, no se atreve a decirle a su mujer que falta al trabajo. La mujer se sorprende
cuando llaman del trabajo diciendo que llevaba varios días ausente. Por esta razón, le echan del
trabajo. No se atrevió a volver por miedo a ser evaluado como un “pánfilo” por los compañeros de
trabajo por no haber sabido responder al encargado. Comienza a quedarse en la cama, a perder
interés por las cosas, refiere que le invade una gran tristeza y a menudo llora de manera incontenible
y presenta alteraciones del sueño y desesperanza. Va al médico de cabecera, quien le remite al
dispositivo de salud mental, le diagnostican depresión y le prescriben fluoxetina (2-0-0) y lexatín (1-
1-1). Tras varios meses de tratamiento no mejora y es cuando decide acudir a nuestra consulta. Se
observa un repertorio social muy inhibido, quejas silenciosas (facies triste) que son objeto de gran
atención por parte de la mujer y de sus padres. Gran inactividad: permanece muchas horas al día en
la cama o echado en el sofá, ha de hacer un gran esfuerzo para realizar cualquier cosa, evita salir al
portal por temor de que le vean los vecinos, le pregunten, y perciban que está en paro. Siente
mucha vergüenza de que sepan que está sin trabajo. Las “chapuzas” que atendía ya no las atiende.
La mujer y sus familiares le animan y le dicen que tiene que reponerse, tratan de implicarle en
determinadas actividades, pero se refugia más y más en su aislamiento. Se siente muy culpable por
su depresión. Considera que tiene una buena familia, que tienen una situación económica adecuada
247
y que no tiene derecho a sentirse deprimido y piensa que está dando a sus hijos una infancia
desgraciada. Le preocupa mucho lo que los demás puedan pensar de él, piensa que debería haber
actuado de otra manera, le horroriza que le tomen como un “tonto” y que puedan llegar a reírse de
él.
“No va al trabajo”, lo que ocasiona un castigo positivo (C+, le echan del trabajo) y
da origen a otras nuevas acciones: “se queda en la cama”, “evita contacto social
con vecinos” y “no acepta encargos de trabajo”. Estas acciones tienen
consecuencias reforzantes, positiva y negativamente, lo que contribuye a su
mantenimiento y, como resultado, da lugar a una pérdida de actividad y de
refuerzos sociales, compatible con un estado disfórico de naturaleza depresiva.
Acciones que, en su mayor parte, tienen una alta potencia y resultan modificables.
Por otra parte, “mostrarse triste” (facies triste) es una conducta operante que
contribuye, junto con otras conductas encubiertas (sentirse culpable,
autoevaluaciones negativas), al establecimiento de procesos “depresivógenos”.
El “déficit asertivo” es un repertorio básico de Juan que matiza y modera las
acciones operantes y encubiertas mencionadas.
248
Figura 10.5. Diagrama del caso 3.
Caso 4. Mujer que evita salir a la calle por temor a perder el conocimiento
En el cuadro 10.6 se describen algunos aspectos relevantes del caso de Petra, que
acude a consulta acompañada de un familiar.
Petra, mujer de 45 años, casada, con dos hijas de 14 y 15 años de edad, nivel de estudios primarios,
trabaja en una lavandería a cinco minutos de su casa.
Motivo de consulta: Acude a nuestra consulta en noviembre de 2008 aconsejada por un amigo.
Viene acompañada de un familiar porque refiere no poder salir sola a la calle desde hace
aproximadamente 4 años. Lo que más le preocupa son las náuseas que vienen acompañadas con
sensación de calor y pérdida de consciencia. En la primera entrevista tiene una crisis de llanto
porque se siente inútil, según refiere. Sus hijas han de acompañarla a cualquier sitio y se percibe
muy dependiente. Buen clima familiar y de pareja. Se siente muy apoyada por su familia.
Historia y desarrollo del problema: Al año y quince días del 11-M (11 de marzo de 2004), entra en
contacto con una de las víctimas del atentado terrorista, lo que le produjo un especial desasosiego y,
249
coincidiendo, a los pocos días con un intento de dejar de fumar, supervisado por su médica de
cabecera, comienza a sentirse mal, con el ánimo muy decaído y con cierta inseguridad. En una
ocasión refiere que, corriendo por la calle –llegaba tarde a una cita e iba especialmente nerviosa–,
tuvo un dolor agudo en epigastrio que la obligó a detenerse, con sensación intensa de calor por todo
el cuerpo seguida de una sensación de “flojedad” y desvanecimiento con relajación de esfínteres,
pasó mucho miedo porque no sabía qué le estaba pasando, y lo peor fue al recuperar la consciencia:
pasó una gran vergüenza porque le ocurrió en la calle y “me oriné encima” –refiere–. Acude al
médico de cabecera, quien le recomienda posponer el tratamiento para abandonar el tabaco, la
remite al psiquiatra y éste la diagnostica de depresión y le prescribe antidepresivos (paroxetina). Le
recomienda lexatín para que lo tome cuando esté nerviosa. Comienza a sentirse con mejor ánimo
pero no mejora de su “nerviosismo”, comienza a evitar salir a la calle por temor a que vuelva a
pasarle. Ha tenido varios episodios cuando se ha visto obligada a salir. Estos episodios han venido
siempre precedidos de anticipaciones cognitivas de que puede marearse y montar “un número” –
orinarse–, seguido de náuseas y sensación intensa de calor y desvanecimiento. Ha sido llevada
también a centros de urgencia, observándole una bradicardia, compatible con una reacción
vasovagal. En ocasiones en las que ella hacía intentos de salir sola o cogía el coche para ir al
trabajo, a cinco minutos de su casa, estas acciones se interrumpían al notar la más mínima
sensación de calor: volvía a casa, o abría las ventanas del coche y enseguida llegaba al trabajo, en
donde se sentía segura. Desde entonces y hasta la fecha evita salir sola a la calle, montar en Metro
o en autobús, ir a un centro comercial, acudir a una sala de cine o salir con las compañeras de
trabajo. Siempre lleva consigo lexatín y lo toma cuando se percibe muy nerviosa. Sus hijas están
“muy pendientes de ella”, han asumido las tareas que implican salir a la calle, la animan mucho y le
dicen con frecuencia que “va a vencer su miedo”. Cuando entra en algún lugar suele sentarse al
lado de la puerta. Hace dos años se puso en tratamiento con una psicóloga por agorafobia, recuerda
que le prescribía ejercicios de exponerse a situaciones que ella temía (mercados, aglomeraciones,
salir y progresar en circuitos cada vez más alejados de casa...), se sintió mejor porque percibía que
podía hacer algo, pero nunca logró vencer su temor y, sobre todo, salir sola y llevar una vida más
autónoma. En mayo de 2008 interrumpe el tratamiento psiquiátrico y el psicológico al percibir que
estaba estancada y no progresaba. Experimenta un agravamiento, en especial, de su estado de
ánimo. Tras varios meses de permanecer en esta situación un amigo le aconseja que venga a nuestra
consulta.
Nos trae dos informes del hospital con fechas de 2006 y 2007 en donde lo más relevante es:
“sensación de ‘angustia’, náuseas y molestias epigástricas sobre todo posprandiales, con sensación
dispéptica con digestiones pesadas.. (...) agorafobia ..(..) en tratamiento habitual: Lexatín,
paroxetina, Omeprazol...”.
En el BDI (Test Breve de Depresión) presenta un nivel moderado de depresión y en las pruebas
de STAI-E y STAI-R (Tests de Ansiedad) presenta percentiles de 90 y 85 respectivamente.
En la figura 10.6 se muestra el diagrama del caso 4. Correr sola por la calle tras
percatarse de que era muy probable que llegara tarde a una cita parece ser el estímulo
desencadenante (E) de una reacción simpático-vagal caracterizada por epigastralgia,
náuseas, sensación de calor, sensación de ‘flojedad’ seguida por desvanecimiento y
relajación del esfínter vesical. Nótese que Petra tenía antecedentes de padecer ulcus
250
duodenal y que en esos días su estado emocional estaba, además, más bien vulnerable
con ocasión de entrar en contacto con una de las víctimas del 11-M y de iniciar un
tratamiento para dejar de fumar. La consiguiente ausencia de nicotina, un poderoso
estimulante, puede predisponer a un bajo estado de ánimo, como así percibe Petra en
esos días. La reacción vasovagal o síncope es una reacción benigna pero se convierte en
amenaza por interpretar que algo incontrolable puede ocurrirle, hasta el punto de
desencadenar una reacción de pánico.
Las circunstancias en las que ocurre se convierten en estímulos condicionados (EC)
y estímulos discriminativos (Ed) con posibilidad de evocar de nuevo la reacción
vasovagal o parasimpática que tratará de evitar por sus efectos indeseables
(desvanecimiento) a través de conductas como quedarse en casa, no coger el Metro o el
autobús o ir de compras y cualquier otra actividad que suponga iniciar la secuencia de
activación que lleve a experimentar los estímulos interoceptivos percibidos. Tomar
Lexatín, como recurso reductor de la activación, resulta muy inmediato y accesible.
Quedarse en casa y el resto de conductas de evitación resultan funcionales para evitar las
experiencias interoceptivas que preceden al desvanecimiento, lo que facilita que este
comportamiento se repita (R–). Por otra parte, la atención social y la ayuda que recibe
por parte de la familia pueden resultar funcionales también para mantener estos
comportamientos (R+) en una persona diagnosticada de depresión, escasamente orientada
para desempeñar acciones atinadas de cómo resolver su problema y a la que se le des-
responsabiliza –“está enferma”– para resolverlo. Quedarse en casa y abandonar tareas
propias de la vida cotidiana que minan su independencia son las principales conductas-
problema que la hacen vulnerable y resultan determinantes para mantener sus problemas
de crisis de pánico y de bajo estado de ánimo. En relación con la secuencia-experiencia
interoceptiva, llama la atención su doble naturaleza simpática (hipervigilanica, náuseas y
sensación de calor) y parasimpática (sensación de “flojedad” y desvanecimiento con
relajación del esfínter vesical) que, como se verá, tendrá implicaciones importantes para
su afrontamiento (ver capítulo 12, “técnicas de exposición”).
251
Figura 10.6. Diagrama del caso 4.
Elena, joven de 23 años, soltera, estudiante de 3Ω de Derecho. Vive con su hermana de 17 años y
con sus padres (madre de 46 años y padre de 47). Padre en tratamiento por depresión, sin trabajo.
Viven con ciertas dificultades económicas de un negocio familiar que atiende la madre.
Motivo de consulta: Es remitida por el médico de cabecera a quien, a su vez, hacía unos días, le
remitió el psiquiatra de urgencias de un hospital con juicio diagnóstico de “estrés agudo” y con un
tratamiento ansiolítico. Acudió a urgencias porque, según refiere, “ya estaba que no podía más”,
llevaba mes y medio sin apenas dormir, llanto frecuente, y especialmente agobiada por el estudio, se
siente incapaz de concentrarse, pasan los días y no consigue retener nada de cuanto estudia. Se
siente desesperanzada y con llanto fácil.
Historia y desarrollo del problema: Viene a nuestra consulta acompañada de su madre. Ésta refiere
que siempre ha sido muy nerviosa, muy insegura y que en los exámenes lo pasa muy mal porque es
252
muy perfeccionista. Todo comienza en el último octubre coincidiendo con unos exámenes de 2Ω de
Derecho. Tenía unas asignaturas con las que experimentaba especial dificultad. Y, refiere la madre,
“se le ha juntado que tenemos algunos problemas económicos, mi marido está de baja y ella sufre
de verme a mí, que me he puesto a trabajar en un negocio familiar que tenemos…”. La madre se
muestra muy preocupada porque la ve más nerviosa que nunca y, sobre todo –refiere–, “me ha
adelgazado mucho”. En la entrevista, Elena nos refiere que cuando habla de sus estudios, muestra
opresión torácica, taquicardia, sudoración profusa en manos y ha perdido apetito y peso en los
últimos meses. En la actualidad pesa 42 kg y mide 1,60 (IMC: 16,40 –límite entre desnutrición
moderada a grave–). No existe ningún temor excesivo a engordar, al contrario, Elena está algo
preocupada por su delgadez. Su máxima preocupación es el estudio. En los últimos meses se siente
como “fuera de carrera y con especial agobio por no poder llegar”. Desde que está tomando el
ansiolítico se siente algo más relajada pero sigue estando muy nerviosa y “desbordada”, no sabe
cómo organizarse, y últimamente, ni cómo tomar apuntes en clase. Tiene dificultades para tomar
decisiones hasta el punto de que sale de compras y se vuelve a casa sin comprar nada por temor a
que la decisión sea la incorrecta. La madre refiere “siempre ha sido muy preguntona pero
últimamente está imposible, todo me lo consulta y pregunta y he de responderla ya que se pone muy
nerviosa si no está segura de lo que tiene que hacer”. Se siente tan desbordada que ya ni siquiera
ordena su habitación ni cuida sus rutinas mínimas de orden o de limpieza, lo que ocasiona
frecuentes conflictos con su madre. Últimamente se siente muy triste y decaída, se ve impotente
para “enderezar su vida”. Cuando estudia vuelve las páginas para comprobar una y otra vez que lo
que acaba de estudiar lo ha comprendido y retenido. Y ello le genera una gran ansiedad porque
comprueba que no es así. Tiene un novio desde hace 1 año con el que mantiene buenas relaciones.
Su experiencia sexual ha si-do satisfactoria hasta que muy recientemente han intentado mantener
relaciones coitales sin conseguir la penetración. Tiene pánico al embarazo y refiere sentirse muy
tensa cuando tiene algún encuentro sexual. Refiere no disfrutar de las relaciones, “no siente nada”.
Han decidido prescindir del coito pero a pesar de ello, ella continúa sintiéndose mal. No lograr
relaciones sexuales ‘normales’, como ella dice, le preocupa y piensa que es “un bicho raro”, los
encuentros sexuales que mantiene se han convertido para ella en un test y reconoce sentirse
ambivalente, por un lado desea evitarlo pero por otro desea lograrlo. Ha decidido buscar un trabajo
por horas para ayudar a la economía familiar. La madre no quiere porque eso le quitaría de los
estudios. Esto es motivo de frecuentes conflictos. En los autorregistros se observa que las
reacciones de ansiedad están especialmente vinculadas al área de estudio y de su rendimiento
académico estableciéndose una secuencia típica: coge un libro-verbalizaciones: “¡uf, con esto no
hay quien pueda!”, echa un vistazo al libro, “¡qué grande! ¡no me va a dar tiempo!” especial
agobio y desasosiego- se marcha y llama a su novio por teléfono-se siente mejor y decide volver a
estudiar siente enorme pereza y agobio por volver a abrir el libro-enciende la TV-la madre la ve y le
pregunta: “¿No tenías un examen?”. Se entabla una discusiónansiedad y agobio porque ha pasado
mucho tiempo sin estudiar, piensa que su madre lleva razón y que debería estar estudiando, vuelve
al estudio, está unos minutos y decide dejarlo para plantearse levantarse al día siguiente temprano,
ansiedad al pensar que si no duerme no estará recuperada como para estudiar, no duerme. Esta es
una secuencia que se repite a menudo.
253
Preparar y anticipar exámenes suele ser una fuente de estrés frecuente y presente en
la vida cotidiana de muchos jóvenes. Es más extraño, sin embargo, que por sí solos
desencadenen problemas psicológicos importantes como es el caso de Elena. El hecho de
que sean exámenes complicados y que existan, como se describe en el diagrama,
condiciones o factores de vulnerabilidad, como una personalidad perfeccionista y
problemas económicos, puede dar lugar a intensas respuestas de ansiedad e insomnio.
Pero incluso estas intensas respuestas de ansiedad podrían ser más o menos pasajeras si
Elena, con o sin ayuda, hubiera respondido de manera atinada a la hora de afrontar estas
preocupaciones y dificultades. Lo que contribuye al agravamiento y mantenimiento del
problema de Elena es la presencia de conductas-problema o acciones contraproducentes
en forma de rituales de decisión y aseguración y de estudio. Bien es verdad que, de
alguna manera, estos rituales o ‘formas de ser’ estaban presentes en la vida de Elena,
como así nos refiere su madre (perfeccionismo, inseguridad general) y que se ven
agravados y aparecen como de especial relevancia en el desarrollo y mantenimiento del
problema. La exacerbación de dichos rituales establece secuencias conductuales que
resultan funcionales para reducir la ansiedad y la incertidumbre sólo a corto plazo (R–) y,
por esta razón, para configurar también un modo de estar en el mundo incapaz de tolerar
y aceptar la incertidumbre o el error propios de la vida cotidiana. Todo ello tiene el efecto
también de ser objeto de gran atención por parte de su madre y de su novio (R+).
254
Figura 10.7. Diagrama del caso 5.
255
proceso, junto con el problema sexual, cuyo diagrama se muestra en la figura 10.8,
contribuye al fracaso de objetivos y de actividades relevantes que dan sentido a la vida
de Elena. Por esta razón, se ve privada de refuerzos sociales, lo que la predispone a
sentirse desesperanzada y con bajo estado de ánimo.
Rosa, mujer de 68 años, viuda desde hace 3 y con dos hijas casadas, vive sola, sin estudios y
atiende a las tareas domésticas. Mantiene excelentes relaciones con sus hijas.
Motivo de consulta: Viene a consulta ‘traída’ por sus hijas porque están muy asustadas por el
comportamiento de su madre. Hace poco menos de 3 años muere su marido (Antonio), y al mes
comienza a manifestar verbalizaciones de que se le aparece, refiere que le ve en su habitación. Las
hijas refieren también que su madre se muestra muy preocupada porque teme que sus hijas la
abandonen.
Historia y desarrollo del problema. La madre de Rosa murió cuando ella tenía 18 años y nos refiere
256
que su madre se le apareció en varias ocasiones. Su vida en pareja parece sin conflictos aparentes.
El marido centrado en su trabajo y Rosa dedicada toda su vida a las tareas domésticas y a la crianza
de las hijas hasta que éstas se independizaron. Rosa nos refiere que su marido siempre ha estado
muy preocupado por ella, todo han sido atenciones por parte de él. Al jubilarse su marido, ella se
sintió más acompañada y, pese a que su marido la conminaba de manera insistente a que saliera y le
acompañara, ella optaba por quedarse en casa. Las hijas refieren que se sintió algo culpable por no
haber salido con él tanto como quería. Cuando murió, notó un gran vacío; culpable por no haber
atendido las demandas de su marido, se sintió muy sola, comenzó a vivir sola. Al mes de su muerte
notó sensaciones extrañas, como si su marido “no se hubiera marchado”. Desde entonces, refiere
que se marido se le aparece. Gran aislamiento social.
1. Relatos verbales que nos refiere Rosa y que coinciden con lo que nos cuentan las
hijas:
Las sensaciones físicas que percibe en su cuerpo estando en la cama las
atribuye a que su marido se acuesta con ella y “la toca”. Rosa refiere que
ocurren en un principio en momentos en los que está en la cama (en
disposición de dormir o despertándose) y posteriormente se generalizan a
otros contextos fuera de la cama. Ve una mancha en la cama y dice que la
había causado su marido, se le cae una estampa de santa Gema y dice que era
su marido porque no le gustaban los santos, detalla el traje que llevaba puesto
cuando le enterraron, se le cae la plancha y lo atribuye a su marido.
2. Otras reacciones: miedo, ansiedad. Rosa refiere que se queda quieta para que su
mando pase de largo y no se detenga. Las hijas refieren episodios de levantarse de
la cama gritando porque había visto a su padre. Lo cuenta a las hijas y nietos.
3. Antecedentes: Generalmente estando sola, echada en la cama, casi dormida. Suele
pernoctar de vez en cuando en la casa de ambas hijas. Ambas hijas admiten que las
referencias de apariciones son mucho más frecuentes en casa de la madre y en casa
de una de sus hijas. En casa de la otra hija ha habido alguna referencia aislada. Se
reducen también cuando va al pueblo y está entretenida.
4. Consecuencias:
Gran atención de las hijas. Tratan de tranquilizarla: “Déjalo, que no pasa
nada, no te va a hacer daño, hay cosas que no pueden ser…”,
“Tranquilízate, eso no puede ocurrir”. La interrogan pidiendo señales e
indicios para comprobar la veracidad de lo que dice. Estas consecuencias son
más acusadas en una de las hijas, que se pasa largos ratos interrogando a su
madre, precisamente la que nos refiere que hasta ella misma ha comenzado a
creérselo. Gran “revuelo” familiar. Se decide que una de las nietas pase las
noches con su abuela pero desiste pronto por estar muy asustada al “oír a su
257
abuela hablar dormida” con el abuelo. Las hijas la recriminan por asustar a
sus nietos al relatarles con todo lujo de detalles las apariciones del abuelo.
Deciden turnarse las hijas para dormir en casa de la madre y, en ocasiones, la
invitan a que pernocte en sus respectivas casas.
Rosa refiere tranquilizarse cuando se lo cuenta a sus hijas. Algunas respuestas
de Rosa a las reprimendas de las hijas son del tipo: “Te lo cuento, yo no voy a
sufrir sola, es que así me quedo más a gusto”. Todo esto es corroborado por
las hijas, y en el contexto de la entrevista conjunta tenemos oportunidad de
observarlo.
Como se verá en el capítulo 15, con ocasión de validar las experiencias privadas, el
psicólogo mantiene un respeto exquisito con las creencias de Rosa. Este respeto es una
manera de facilitar la revelación de Rosa y acceder a información relevante como la
ambivalencia que parece mostrar ante este fenómeno. En ocasiones, parece reaccionar
con temor si bien parece también darle un sentido diferente que inhibe este temor. En la
figura 10.9 se muestra un diagrama sencillo del caso de Rosa en el que la muerte de su
marido parece que actúa como estímulo desencadenante en una persona vulnerable por
su experiencia biográfica de delirios y alucinaciones a la muerte de su madre y por la
situación actual que sobreviene por la muerte de su marido: es la primera vez que vive
sola.
No se ha indagado en el contexto socio-cultural de su infancia, pero es posible que
en este contexto pudiera haber habido cierta predisposición a este tipo de creencias como
medio para evitar o compensar el dolor cuando acontece la muerte de un ser querido. Es
conocida, por ejemplo, la experiencia onírica en la que “se percibe” vivo al ser que acaba
de morir. Nótese que los relatos de Rosa sobre sus experiencias de “apariciones” de su
marido están muy vinculados en un principio con situaciones que tienen relación con el
hecho de dormir. Sus nietos refieren también experimentar temor cuando han oído a su
abuela hablar con su abuelo en sueños. En cualquier caso, establecer y explicar el origen
de la experiencia delirante y alucinatoria es una hipótesis que habrá que plantear con
cautela puesto que se hace a partir de los relatos de la propia Rosa y de sus familiares
que, a menudo, resultan difíciles de contrastar. No obstante, lo que realmente importa en
el AFC es encontrar variables y secuencias verosímiles que nos permitan establecer
hipótesis explicativas sobre el mantenimiento del problema y poder plantearnos objetivos
de intervención para resolverlo.
258
Figura 10.9. Diagrama de creencias delirantes.
El análisis de las relaciones y transacciones de los diagramas del Modelo ABC nos
permite formular las hipótesis funcionales de por qué los consultantes desarrollan y
mantienen estos problemas psicológicos y definir, a partir de estas hipótesis, los objetivos
de intervención. Aunque ya se han anticipado anteriormente explicaciones de los casos,
veamos un resumen de las mismas.
259
Caso 1. Demanda de ayuda para resolver un problema familiar
En este segundo caso el problema de Ángel se origina con una experiencia de estrés
intensa: realizar una autopsia. Un análisis detallado del diagrama de la figura 10.4 nos
ayuda a comprender el origen y desarrollo de sus problemas. La confluencia del impacto
desagradable de este evento y su especial vulnerabilidad por tener lugar en un momento
de separación de sus seres queridos, una persona poco acostumbrada a ello y con un
repertorio social inhibido que le predispone a manejar con dificultad su situación de
aislamiento en el pueblo. Hasta aquí el origen de su miedo y ansiedad según un
paradigma de aprendizaje respondiente. Lo que contribuye al desarrollo y mantenimiento
del problema es lo que hace y las consecuencias de lo que hace: lavarse compulsivamente
las manos, evitar los objetos y situaciones potencialmente contaminantes que resultan
funcionales para evitar la ansiedad y obtener una gran atención social. No es de extrañar,
pues, que estas conductas resulten especialmente problemáticas o contraproducentes para
extender y mantener el problema y, lo que es peor, para aislarse especialmente de las
acciones y situaciones que le unen al mundo y a la vida. Estas conductas, a su vez, están
impidiendo que, como en la metáfora del león que tenía sed (capítulo 17), se exponga
260
sencillamente a estas situaciones y perciba que no hay razón para su miedo. Aparte de
tratar de conseguir lo que le importa (ser un padre y esposo querido, normalizar su vida
profesional y familiar y adquirir seguridad en sus relaciones), los objetivos operativos de
intervención se derivarían de las relaciones causales visibles en el diagrama (cuadro
10.9).
261
Cuadro 10.10. Objetivos operativos del caso 3
Caso 4. Mujer que evita salir a la calle por temor a perder el conocimiento
262
independiente la predisponen a un bajo estado de ánimo y la hacen más vulnerable para
recuperarse de manera definitiva. Merece mencionarse el fracaso terapéutico cosechado
tanto con el tratamiento con ansiolíticos como con el tratamiento psicológico centrado en
la agorafobia. Ambos contribuyen a impedir una exposición radical a la estimulación
interoceptiva. En el primer caso, reduciendo la activación simpática, y en el segundo
caso, eligiendo un objeto de exposición errado como un miedo secundario. Según las
hipótesis expuestas, se plantean los siguientes objetivos operativos (ver cuadro 10.11).
(*) El desvanecimiento que da lugar a la relajación del esfínter vesical, estímulo fóbico, es también, sin embargo,
una conducta de evitación radical que se produce de manera “inevitable”. La exposición al “desvanecimiento”,
que acontece inmediatamente después de la activación simpática resultaría, como es obvio, imposible de
realizar. Ello requerirá exponer a Petra sólo a los estímulos interoceptivos de naturaleza simpática y romper el
curso inevitable de los acontecimientos, es decir, producir una respuesta alternativa e incompatible con la
respuesta parasimpática (sensación de flojedad) que impida que la secuencia evolucione al desvanecimiento.
Si se logra romper esta secuencia es posible que Petra recupere su confianza y pueda salir sola a la calle y
exponerse a la activación simpática tan habitual y necesaria cuando corremos detrás del autobús, o tenemos
un problema o una demanda imprevista que suscite sobreactivación.
Este caso conlleva peculiaridades poco habituales en las crisis de pánico, por lo que
se comentará con detalle al desarrollar en el capítulo 12 la exposición a las experiencias
privadas.
El diagrama de los problemas de Elena (figuras 10.7 y 10.8) nos desvela un fuerte
componente de ansiedad y de conductas de evitación, que se originan por la confluencia
263
de dificultades en los exámenes, circunstancias del contexto y factores de personalidad
que la hacen vulnerable. El insomnio, junto con las secuencias de evitación descritas,
contribuye a su agravación y mantenimiento. En este sentido, si pudiéramos romper el
proceso que lleva al insomnio lograríamos dar un paso importante y prioritario. Sabemos
que el insomnio se suscita por un alto nivel de activación y hay muchos mecanismos y
procesos del diagrama que conducen a la activación, incluido también el problema sexual
que está experimentando Elena. Éste se origina por un intento de relación coital que,
junto con la ausencia de información correcta en relación con los métodos
anticonceptivos y el funcionamiento sexual, predisponen al temor al embarazo y a un
fracaso sexual agudo. La ambivalencia que suscita evitación y ansiedad por no poder
desarrollar un comportamiento sexual “normal”, según las creencias de Elena, facilitaría
el mantenimiento del problema. A la vista, pues, del diagrama, se plantean algunos
objetivos relevantes para deliberar con Elena (cuadro 10.12).
264
Caso 6. Mujer que afirma ver a su marido, fallecido recientemente
265
específica en estos cambios, y en la Parte V, se aprenderá el proceso global de solución
de problemas que permite guiarnos de una manera lógica.
En los párrafos anteriores, el AFC se ha aplicado sobre todo a problemas que suelen
denominarse personales en cuanto que es una persona en particular la que lo está
experimentando más directamente, la que manifiesta sufrirlo de manera más intensa, la
que ve más afectadas por el problema varias áreas de su vida y la que manifiesta de
manera más aparente los comportamientos integrantes del problema. Pero el potencial
hermenéutico del AFC puede escudriñar y plasmar en diagramas funcionales cualquier
conjunto de transacciones que estén determinando un problema psicológico del tipo que
sea, y también la compleja red de transacciones que intervienen en los problemas
interpersonales que afectan a varias personas que comparten un escenario familiar, de
pareja, de grupo u organizacional. Incluso en los problemas que se pueden considerar
más personales, como los descritos anteriormente, otras personas del escenario y las
transacciones con ellas pueden desempeñar un papel crucial, tanto en el origen como en
el mantenimiento del problema.
En la Parte IV del libro, se comentará una experiencia familiar problemática
compartida por un niño que muestra una rabieta y una madre que tiene el propósito de
gestionarla, pero que las soluciones que intenta acaban siendo parte del problema que
abruma a los dos. Analizada esa experiencia problemática con el foco del AFC, se
pueden ver las funciones que cumplen las acciones de cada uno de los dos protagonistas
y de qué manera esas funciones mantienen el problema y hacen difícil desenredarlo. Se
puede ver también la complejidad de esas relaciones funcionales. De hecho, una misma
acción, como tirarse al suelo y patalear, puede cumplir funciones distintas para ambos.
Para el niño, cumple la función de lograr el encendido de la televisión; para la madre, la
de un estímulo aversivo que querrá evitar cuanto antes. La eficacia funcional inmediata
de encender la televisión puede hacer que a la larga el problema de las rabietas se
perpetúe, cosa que la madre, sin embargo, no desea. La eficacia funcional inmediata de
tirarse al suelo y patalear para lograr un objetivo le impide a la larga al niño el aprendizaje
de otras estrategias alternativas. A la vista de estas transacciones funcionales, y en la
medida en que no cambien, resultaría una paradoja que la madre pidiese al niño que no
se tirara al suelo para pedir ver la televisión.
En la vida de una pareja, son innumerables los intercambios y las transacciones que
266
tejen la urdimbre y la trama de su convivencia más o menos dichosa y también de los
problemas interpersonales que experimentan. Cuando el CP se acerca a esos problemas y
ofrece ayuda para resolverlos, el AFC es de nuevo la hermenéutica que alumbra la
comprensión del problema y las posibles vías de solución.
Así, por ejemplo, una mujer puede mostrarse insatisfecha porque considera
que su compañero “no es comunicativo” y no le cuenta cosas del trabajo, de
sus proyectos y de las muchas otras actividades que realiza fuera del ámbito
común de la pareja. Para hacer frente a esta dificultad y con la sana intención
de lograr una mayor comunicación que ella considera imprescindible para la
buena marcha de las relaciones, le expresa a su compañero su malestar, le
reprocha su “hermetismo”, le dice en son de broma “es más difícil sacarte
una palabra que sacarte una muela”, le interroga a menudo sobre esos
aspectos de su vida, espía en su correo electrónico y en su teléfono móvil para
poder “enterarse”. Él, a su vez, se muestra también insatisfecho por esta
“persecución” y se la reprocha a menudo con el ánimo de que ella desista. Las
insistencias de ella cumplen la función de estímulo aversivo que determina que
él las rehúya y que incluso le niegue información irrelevante “para ver si así
aprende a no meterse donde no le llaman”. Pero este comportamiento de él,
en lugar de hacerla desistir, cumple la función de aumentar su desconfianza y
la frecuencia de sus interrogatorios, pensando que “si me oculta incluso
información sin mucha importancia, ¡qué otras cosas no me estará
ocultando!”. El AFC nos podrá desvelar cómo las soluciones intentadas por
cada uno de ellos para resolver sus dificultades comunicativas no sólo son
fallidas y “más de lo mismo”, sino que están en realidad agravando esas
mismas dificultades, y nos dará luz para deliberar acerca del significado de sus
dificultades y para explorar otras alternativas que les permitan lograr sus
objetivos de manera más efectiva.
También el AFC se ofrece para escudriñar los enigmas de los problemas que a
menudo se consideran más severos, como es el caso de los problemas psicóticos. En
diversos apartados de este libro se han expuesto comportamientos (delirios,
267
alucinaciones) que se consideran integrantes característicos de este tipo de problemas y
se han desvelado algunas de las funciones que les dan significado en la historia personal.
Llegar a oír voces y tener creencias delirantes no son “secreciones cerebrales”, son
comportamientos que tienen su génesis y su mantenimiento en la red de transacciones
que el AFC puede desvelar. En todo caso, el AFC de estos problemas no se queda
circunscrito tan sólo a estos dos tipos de comportamiento, sino que ha de irradiarse hacia
la amplia red de transacciones pasadas y actuales que han ido tejiendo la compleja
experiencia del problema y su severidad, y que tienen que ver con las experiencias
traumáticas, con las dificultades interpersonales vividas tal vez a edades tempranas y que
se siguen viviendo en la actualidad, con el aislamiento y el rechazo social, con la
victimización, con el fracaso de proyectos vitales en los que tenían depositados tantos
sueños, con las dificultades para la integración laboral y con tantos otros avatares. Son
sin duda estas transacciones difíciles, que el AFC puede escudriñar, más que sus delirios
y alucinaciones, las que determinan la posible gravedad de estas experiencias
problemáticas que un psicofármaco no puede ni de lejos resolver. Se ha señalado en
particular cómo los mensajes de los profesionales que desacreditan las creencias
delirantes de persecución por considerarlas carentes de significación, y las combaten con
medicamentos para erradicarlas, pueden determinar funcionalmente una confirmación y
exacerbación de los temores asociados a la creencia. Sin duda alguna, el diagrama
correspondiente marcaría con trazo grueso la relación funcional entre la desacreditación
realizada por el profesional y la intensificación de la desconfianza de la persona
desacreditada.
El Análisis Funcional de la Conducta (AFC) es una técnica analítica que nos permite
comprender los problemas psicológicos y orientar su solución. Con el AFC desvelamos
los enigmas que entraña cualquier problema por complicado y abigarrado que sea. Así
como el diagnóstico psicopatológico ha sido y es el exponente de categorización de los
problemas según la perspectiva del modelo psicopatológico, desarrollado críticamente en
el capítulo 1, el AFC se revela como la técnica psicológica de elección para analizar los
problemas psicológicos: analiza las conductas en estrecha relación con los contextos en
los que se manifiesta, analiza el valor funcional de cada uno de los comportamientos
implicados en el origen y mantenimiento de los problemas y, sobre todo, ayuda a
establecer objetivos pertinentes de cambio e intervención que orientan el proceso de
268
solución de problemas. El AFC, como decimos, es un análisis funcional, es decir, no
analiza las conductas de manera aislada sino que se recrea en sus aspectos funcionales y
para ello pide la contribución de los paradigmas básicos que ayudan a entender por qué
las personas hacen lo que hacen. Por último, esta parte contempla el análisis de
diferentes problemas psicológicos de manera que el lector pueda acercarse de una
manera didáctica y práctica, con ayuda de los idiogramas funcionales, a los
procedimientos que conlleva el AFC.
269
PARTE IV
270
11
271
reciben una misma denominación. La decisión de cuáles son esas variables y esas
transacciones determinantes, de cuáles son los puntos sensibles de intervención, de cuál o
cuáles son las técnicas más pertinentes en cada caso, y de cómo y cuándo se han de
aplicar y ajustar a cada persona y a cada problema, es un asunto que ha de dilucidar la
hermenéutica del AFC. Esta decisión ha de orientarse además por criterios de eficacia
probada (véase Pérez, Fernández Hermida, Fernández Rodríguez y Amigo, 2005) y
puede apoyarse en las orientaciones de las correspondientes Guías recomendadas por las
asociaciones profesionales. De todo el acervo conceptual y metodológico, acumulado por
la Psicología en algo más de un siglo de historia, el Manual da especial importancia a las
aportaciones tecnológicas de la investigación básica (Pérez Álvarez, 1996; Vila y
Fernández-Santaella, 2009), de la que no siempre han estado cercanas algunas corrientes
de la psicología clínica y de la psicoterapia. La Modificación y Terapia de Conducta,
incluyendo las denominadas Terapias de Tercera Generación, así como las denominadas
terapias estratégicas, son también fuente fecunda de tecnología para la solución de
problemas.
272
de problemas del CP y de todo el proceso de solución de problemas descrito en la Parte
V.
Así, por ejemplo, cuando nos dicen “me siento avergonzado”, “sólo de
pensar en lo que ocurrió, me pongo tensa”, “oigo voces que me dicen que
soy estúpida y me ordenan hacer cosas horribles” o “existe un complot
contra mí, me quieren hacer daño”, nuestra respuesta a su narración
determinará el curso ulterior de las cosas. Si tratamos su declaración como un
síntoma de la psicosis que “tiene dentro” y de que “algo no funciona bien en
su cabeza” o en su neurotransmisión y como un fenómeno que “brota de la
enfermedad”, si dejamos entrever nuestra alarma, incluso nuestro temor ante
una persona que dice “esas cosas”, si nos limitamos a responder con un
antipsicótico para que “deje de delirar”, estaremos ignorando su profundo
significado transaccional y vital, y el significado que tiene que ahora no nos lo
narre a nosotros, y probablemente se negará a seguir comunicándose con
nosotros, su creencia delirante se fortalecerá, se agravarán sus dificultades
para establecer relaciones confiables con los demás y se acrecentarán sus
temores de no encontrar a nadie que le pueda acompañar en el afrontamiento
de las transacciones vitales difíciles en las que el delirio adquiere todo su
sentido. Se habrá perdido una gran oportunidad de ayudarle a restablecer sus
relaciones y a establecer transacciones en las que los delirios paranoides no
cumplan ya ninguna función.
Es esa atmósfera la que nos permitirá también ser sensibles a las dificultades, las
reacciones defensivas y los bloqueos que puedan adoptar en el curso del relato y de la
273
aplicación de las técnicas. En el acompañamiento y en la presentación y aplicación de las
técnicas, no respondemos a su evitación, a su ansiedad, a su depresión, a su delirio, a su
dolor como “síntomas” o como fragmentos narrativos aislados o “partes disociadas”.
Respondemos a su experiencia biográfica integral en la que su ansiedad, su delirio, su
dolor, su rigidez muscular, su desesperación y sus pensamientos suicidas, su silencio o su
mirada huidiza están interrelacionados y adquieren significado.
“Algo muy importante te ha tenido que pasar para que pienses que existe un
complot contra ti, e imagino cuánto te tiene que estar preocupando esto, de hecho
me dices que estás continuamente vigilando de dónde puede venir el peligro y
que te resulta muy difícil relajarte”.
“Tal vez la postura rígida que has adoptado de repente mientras me hablabas de
lo ocurrido tiene un significado y, si te parece bien, podríamos explorarla”.
“Al escuchar la ansiedad que te producen y la agitación con la que actúas en
esos momentos y todos los rituales que realizas, me permite suponer que los
pensamientos que dices que te obsesionan deben de ser intensos, ¿es así?”.
“Con lo que ha ocurrido, es mucho lo que has perdido y por eso tu duelo se ha
prolongado tanto tiempo, y por añadidura, te has estado esforzando para evitarlo
y sofocarlo porque, según dices, nadie te ha creído”.
“Lo que ha ocurrido o lo que está ocurriendo debe de tener un significado muy
importante como para que pienses que el suicidio es la mejor opción”.
274
experiencial, desde la perspectiva de la desesperanza creativa referida en el capítulo 4, y
a través de preguntas y metáforas que ayudan a confrontar los objetivos de la agenda de
cambio del consultante (“¿qué quieres conseguir?”).
Por otra parte, la decisión deliberada y responsable de practicar los comportamientos que
cada técnica implica es una decisión que comporta tomar las riendas y el gobierno y
control de la propia vida, estar al cargo de sí mismos, ser dueños de sí mismos y de su
destino, lo cual fortalece la identidad biográfica y la autodeterminación. Esta decisión
puede ser afianzada con declaraciones explícitas y del autolenguaje de carácter
autoafirmativo.
Así, por ejemplo, “lo que me ha ocurrido ha sido duro, pero ahora soy yo
quien decide”, “ahora sé cómo puedo relacionarme con personas dignas de
confianza y cómo puedo evitar que me dañen”, “el miedo ya no es un
pretexto para hacer lo que he decidido hacer, en cuanto me he puesto a
hacerlo, el miedo se ha des vanecido”, “sé que el pasado no lo puedo
cambiar, que mi vida no ha sido de color de rosa, y que lo que he perdido ya
no volverá, pero ahora tengo en mis manos el logro de muchos objetivos
importantes y voy a invertir toda mi energía en ellos”.
Esta decisión es, por su parte, una nueva experiencia biográfica que, al ser
observada con atención, determina pensamientos y sentimientos de dominio, de triunfo,
de seguridad, de valía, de auto-eficacia y de competencia personal, emociones y
sensaciones placenteras y recuerdos de otras experiencias vitales similares, todo lo cual
refuerza y afianza la decisión tomada. Esta decisión, además, les prepara el camino para
los nuevos afrontamientos sociales, afectivos, laborales y de cualquier otro tipo que se
requerirán para la cabal solución del problema.
275
pensamientos y recuerdos del pasado, aun cuando puedan producirles tristeza,
no perturban ya su vida cotidiana y pueden encontrar su acomodo, como
capítulos de la biografía personal, junto a tantos otros pensamientos,
recuerdos, emociones, sensaciones, gozosos y tristes, y junto con las
fortalezas que les permiten seguir adelante. Podrán volver a recordar lo
sucedido, pensar en ello, hacer de ello una narrativa autobiográfica e incluso
sentirse tristes al hacerlo porque tal vez lo ocurrido comporta pérdidas
irreparables, sin que eso acarree tanta “carga emocional” y somática, les
desborde y les trastorne, y les impida vivir una vida normal. Podrán tomar
conciencia de que “el pasado ya no vuelve y ya no se puede cambiar”, seguir
inmersos en el fluir del río de la vida (“tengo derecho a seguir adelante y
quiero hacerlo, contando con todo lo que ha ocurrido”, “no estoy
condenada a tropezar en la misma piedra, ahora sé cómo hacer frente a las
posibles amenazas”), tener nuevas experiencias interpersonales y sentir en
ellas las emociones que han tratado hasta ahora de evitar porque les resultaban
aversivas, expresar afecto sin temor cuando antes evitaban la expresión de
afecto para prevenir la decepción y el rechazo, comprender y aceptar las
voces interiores como manifestaciones del autolenguaje y sus creencias
delirantes como estrategias de afrontamiento de situaciones adversas.
Conviene señalar que hablar del dominio y control sobre la propia vida no equivale a
perseguir el control de manera absoluta, pues ello conlleva desajustes. En concreto, y
como se verá en la exposición a las experiencias privadas, la técnica puede consistir,
precisamente, en no querer combatirlas y controlarlas. El control secundario o aceptación
deviene con facilidad cuando de manera deliberada se renuncia al control de aquellos
eventos imposibles o especialmente difíciles de controlar, valga la paradoja.
Con carácter general en la aplicación de todas las técnicas, se delibera con el consultante
sobre la capacidad que creen tener para que su decisión deliberada y responsable se
convierta en acciones de cambio.
“Una vez que hemos acordado realizar esta técnica, permítame que le
pregunte hasta qué punto se cree capaz de poder realizarla tal y como la
276
hemos descrito...”
277
12
Técnicas de exposición
activa y aceptación
Las técnicas de exposición constituyen para nuestros consultantes una nueva experiencia
de afrontamiento de circunstancias que forman parte de su vida y de sus relaciones
cotidianas, y cuya evitación les está produciendo desajustes.
278
de evitación y de escape.
b) Exposición a las experiencias privadas (emociones, pensamientos, recuerdos,
fantasías, sensaciones), como contrapunto a la evitación experiencial.
Así, por ejemplo, hay personas que se recluyen en casa y evitan salir o viajar
279
para no experimentar un accidente u otras potenciales amenazas, se lavan las
manos repetidamente, hasta el punto de producirse úlceras en la piel, para
evitar la contaminación y el contagio, se aíslan y rehúyen el contacto social
para evitar el posible rechazo de los demás, abandonan proyectos vitales para
no experimentar posibles fracasos, renuncian a encararse con problemas y
decisiones importantes para no tener que asumir las consecuencias, no van de
compras para evitar las aglomeraciones, o no se implican en relaciones íntimas
para evitar el riesgo posible de abuso o abandono con los que están asociadas.
280
y de los potenciales efectos beneficiosos y cambios que se derivarían del
afrontamiento.
3. En las experiencias de estrés postraumático, la evitación hace difícil que se
desactive la reacción de alarma condicional.
4. Mientras dura la evitación, el autolenguaje puede magnificar los supuestos peligros
de la situación evitada (“¡Uf, menos mal que lo he dejado!”) y justificar la
racionalidad de seguir manteniendo la distancia.
5. Por otra parte, la persona que evita y escapa, y constata cómo le resulta cada vez
más difícil el afrontamiento responsable de las situaciones y problemas, puede
acabar atormentándose con su propia conducta de evitación y con sus
inconvenientes, y reduciendo su autoeficacia (“parece mentira que no sea capaz de
encarar las cosas”).
6. Puede llevar incluso al aislamiento social.
7. La evitación puede llegar a producirse incluso ante situaciones que tienen mucho
menos potencial amenazante que las situaciones que se evitaron inicialmente, del
mismo modo que “el gato escaldado huye incluso del agua fría”.
281
esa medida, hacen más difícil y menos probable que nos acerquemos a esas
situaciones en lo sucesivo.
D) Procedimientos básicos
282
12.2. La Desensibilización Sistemática (DS)
12.2.1. Justificación
La DS tiene sus orígenes en los trabajos que Watson realizó sobre el niño Alberto y que,
posteriormente, continuaron sus alumnos (Watson y Rayner, 1920; Jones, 1924). En
estos trabajos comprobaron que era posible aprender respuestas de miedo mediante
condicionamiento clásico o pavloviano y que era posible también “desaprenderlas” por
nuevos condicionamientos. Años más tarde, e influido por estos trabajos, Wolpe (1976,
1977) desarrolló la DS. En su formulación original, Wolpe proponía el principio de la
inhibición recíproca o de contracondicionamiento (la relajación presente inhibe la
ansiedad del estímulo fóbico) y recomendaba un procedimiento muy ortodoxo de
contraponer gradualmente la relajación a escenas evocadoras de ansiedad, cuidadosa y
estrictamente jerarquizadas. Posteriormente, y tras abundante evidencia clínica y
experimental recogida por diversos autores (Yates, 1977; Cruzado, Labrador y Muñoz,
1993; Echeburúa y del Corral, 1993; Olivares, Méndez y Beléndez, 1997), se han
establecido los principios teóricos que explican los efectos y las condiciones que definen
el procedimiento (cuadro 12.3).
283
Cuadro 12.3. Principios de la desensibilización
12.2.2. Procedimiento
284
B) Entrenar en relajación
Una jerarquía de ansiedad es una lista de situaciones o escenas que evocan ansiedad
285
ordenadas según la intensidad o la fuerza de su poder de evocación. Una vez identificada
la situación que evoca ansiedad, la jerarquía se construye en estrecha relación con la
persona a la que se le va a aplicar la técnica. Una buena jerarquía de ansiedad ha de
cumplir los criterios que se enumeran en el cuadro 12.5. En el cuadro 12.6 se muestran
ejemplos de jerarquías.
286
D) Evaluar y practicar la imaginación
287
E) Desensibilización
288
Cuadro 12.8. Procedimiento para la desensibilización
289
12.2.3. Modalidades de DS
A partir del procedimiento básico de exposición imaginada propuesto por Wolpe, se han
desarrollado diferentes modalidades: DS real o “in vivo”, DS en grupo, DS por medio de
movimientos oculares (Shapiro, 1995), DS enriquecida con apoyos técnicos de
estimulación auditiva (ruidos, secuencias de audio dramatizadas, etc.) que ayudan al
consultante a imaginar de una manera más intensa los estímulos que se evocan y DS
mediante realidad virtual. Una actualización de la técnica puede verse en Labrador y
Crespo (2008).
290
12.3.1. Justificación
291
292
12.3.2. Procedimiento
A) Fase educativa
293
En esta fase, se delibera con la persona en cuestión sobre la naturaleza de sus
problemas de ansiedad y de las conductas de evitación, se anticipa el procedimiento que
se va a seguir y se da una explicación de los fundamentos teóricos de la exposición
(véase Costa y López, 2006: 69–70). Con ayuda del esquema teórico de la figura 12.2, el
consejero procede a deliberar con el consultante el origen de sus temores y el
fundamento de la intervención (cuadro 12.11).
294
B) Elaborar la jerarquía de situaciones temidas
Se elabora, conjuntamente con la persona que tiene los temores, una lista de
situaciones que provocan ansiedad. Estas situaciones se ordenan, al igual que en la
295
desensibilización, jerárquicamente según el nivel de ansiedad, de menor a mayor, si bien,
a diferencia de la desensibilización, el criterio de ordenación no es tan estricto y se utiliza
para planificar mejor la exposición con un criterio progresivo y para que resulte tolerable.
En el cuadro 12.12 se muestran ejemplos de diferentes jerarquías.
C) Exposición
296
297
La última regla nos alerta acerca del riesgo de la sensibilización. Así como el
objetivo de la exposición es la desensibilización o habituación, la sensibilización vendría a
ser un efecto contrario al deseado, es decir, los estímulos que en un principio evocaban
298
ansiedad no sólo continuarían haciéndolo sino que podrían aumentar incluso su fuerza
evocadora. El riesgo de la sensibilización proviene de exposiciones breves (figura 12.3)
seguidas inmediatamente de conductas de escape, y suele producirse tanto en los
contextos de la vida cotidiana como en la propia entrevista con el consultor.
299
respuesta de ansiedad se agote en presencia de los estímulos fóbicos. De esta
manera, el poner fin a una exposición suele ir acompañado de una reducción
de la ansiedad y, por tanto, aparece el riesgo de la sensibilización.
12.3.3. Modalidades
La exposición ha ido evolucionando hacia una variedad de prácticas que han contribuido
a que se establezcan diferentes modalidades de intervención.
No resulta fácil diferenciar cuándo una exposición resulta gradual o deja de serlo
para ser masiva en la perspectiva de la inundación. El criterio que se utiliza es que la
exposición debe ser lo suficientemente radical como para no sobrepasar los mecanismos
de aceptación del propio consultante, si bien conviene ser cautos cuando existen
afecciones respiratorias, como es el caso del asma bronquial.
300
Así, por ejemplo, hay personas que pueden pasar con rapidez de una
sensación de broncoespasmo producida por una respuesta de ansiedad a una
situación de estatus asmático que reviste criterios de atención urgente. Aparte
de la necesidad de un control muy especializado, en estos casos habría que
enfatizar la graduación en la perspectiva de una modalidad más propia de la
DS.
E) Exposición y autoexposición
La exposición propiamente dicha puede resultar más efectiva cuando, como se verá
más adelante, se combina adecuadamente con técnicas como intención paradójica,
modelado con auto-instrucción y otras.
301
en problemas ocasionados por la presencia de conductas delirantes, como se verá en el
siguiente epígrafe.
Mirarse en el espejo (figura 12.4) es una experiencia que todos repetimos miles de veces
a lo largo de la vida. Es un encuentro con nosotros mismos, a menudo fugaz, en el que
nos exponemos ante nuestra propia figura, la observamos y exploramos con mayor o
menor detenimiento, pensamos y hablamos, en silencio o en alta voz, sobre ella y
mostramos mayor o menor conformidad, aceptación y satisfacción con lo que
observamos. Muchos otros encuentros con nosotros mismos a lo largo de la vida van
mucho más allá de mirarnos en el espejo. La biografía, en efecto, se mira, se explora y se
experimenta a sí misma, su “mundo propio”. En esos encuentros, ella se convierte para
sí misma en un estímulo complejo al que puede exponerse deliberadamente, observar de
manera más o menos atenta, selectiva y valorativa, viviendo ante él nuevas experiencias,
pensamientos, recuerdos, sensaciones, sentimientos y acciones, y con un grado mayor o
menor de aceptación e integración o de rechazo y evitación de lo que contempla.
302
y las huellas que el contexto y los demás dejan en ella. Al hacerlo, puede
comprobar además cómo es singular y diferente de otras biografías que se
experimentan a sí mismas también de manera singular y diferente. Al hacerlo,
puede gustarle o no lo que observa, quedar o no conforme, sentir entusiasmo
o decepción, sentirse satisfecha o sentir vergüenza por lo que acaba de hacer,
configurando así también las dimensiones de su autoestima. También piensa y
habla consigo misma o etiqueta públicamente lo que observa y así, junto con
lo que los demás dicen acerca de ella y de su conducta, va construyendo
también su autoconcepto. Al observar su comportamiento, y dependiendo de
los logros y de los criterios y niveles alcanzados en la ejecución, también se
autoadministra consecuencias, se concede recompensas tangibles, placeres y
privilegios o se somete a privaciones y sanciones por la conducta inadecuada,
se autoelogia o se autorreprocha, todo lo cual puede contribuir a fortalecer o
a debilitar su comportamiento. De este modo, también practica el autocontrol.
Es probable que en lo sucesivo tienda a elegir comportamientos que considera
merecedores de autorrecompensa y a evitar aquellos que considera
merecedores de autocensura y de autocastigo. La autocrítica hecha
públicamente puede ser funcional para restaurar una consideración positiva
por parte de los demás, puede reducir la angustia ocasionada por
comportamientos censurables, neutralizar las reacciones negativas de los
demás y, por añadidura, promover sus elogios.
12.4.1. Justificación
303
A) La evitación experiencial como problema
Así, por ejemplo, para algunas personas, esta evitación puede acabarse
convirtiendo en un estilo de vida, determinando hipervigilancia, incapacidad
para satisfacer las necesidades y deseos propios, dificultades para decidir y
actuar de manera clara (“sé que tengo que hacerlo, pero esta depresión no
me deja”, “me paso el día luchando contra estos pensamientos y recuerdos
absurdos y dejo de hacer lo que tengo que hacer” ), y evitación de
situaciones, relaciones sociales y relaciones íntimas en las que pudieran
aparecer las experiencias que con tanto empeño tratan de evitar o eliminar.
Esto puede escindir su sentido biográfico integral (“una parte de mí siente la
necesidad de una relación de intimidad, y otra me dice que una nueva
relación de intimidad va a acabar mal como las demás porque los hombres
no se comprometen, no sé qué hacer, estoy hecha un lío”, “expresar afectos
es infantil, es propio de personas débiles, yo lo evito a toda costa”, “el
placer sexual me trae recuerdos muy desagradables, me hace sentir sucia, lo
evito, aunque me gustaría no evitarlo” ) y limitar sus experiencias vitales y
sus relaciones sociales (“no quiero por nada del mundo volver a sentir la
desilusión y el dolor que he sentido, por eso lo mejor es no volver a
comprometerme con nadie, aunque esto tampoco me parece una buena
decisión porque me estoy anulando a mí misma” ). A partir de ahí, la
evitación experiencial se ofrece como la vía preferida para la solución de los
problemas: tomar fármacos para escapar del bajo estado de ánimo o reducir la
ansiedad, beber alcohol o consumir otras drogas para tratar de borrar el
tormento de una pérdida, hablar por los codos o estar sobreocupado para “no
304
pensar” o no tener recuerdos dolorosos, utilizar estrategias para suprimir los
“malos pensamientos” o los pensamientos obsesivos (de contaminarse, de
hacer daño, de realizar actos reprobables), “enfrascarse” en el trabajo para
que “no quede tiempo de pensar en las tonterías que se me vienen a la
cabeza”, evitar asumir riesgos para no tener que experimentar una
frustración posible, no expresar necesidades y deseos porque “otras veces lo
intenté y se burlaron de mis sentimientos” o porque “cuando los expresas te
haces vulnerable y abusan de ti”.
La evitación experiencial (Wilson y Luciano, 2002) se refiere a los esfuerzos deliberados que una
persona hace por combatir, evitar, eliminar u olvidar las experiencias privadas que revisten el
carácter de estímulos aversivos o que las reglas del lenguaje convencional califican arbitrariamente
como “malos” o “negativos”. Cuando esas calificaciones arbitrarias, que pueden interiorizarse en el
autolenguaje, se toman literalmente, entonces la ansiedad, por ejemplo, ya no es una experiencia que
las palabras califican convencionalmente como “mala”, sino que se convierte por sí misma en algo
que objetiva y literalmente “es” malo o insufrible (“es espantoso, no quiero ni pensarlo”; “esta
angustia es insufrible”; “sólo de pensarlo, me muero, me da verdadero pánico”; “no quiero volver
a recordarlo, me hace sentir fatal”, “no me sentiré bien mientras no consiga olvidar lo ocurrido”,
“no puedo hacerlo porque tengo miedo”).
A esta evitación pueden contribuir además las reglas sociales verbales que etiquetan
esas experiencias como “malas”, “insoportables”, “espantosas”, “infantiles”, y otras
denominaciones que incrementan su valoración aversiva. En el fortalecimiento de la
evitación experiencial y en su resistencia al cambio tiene un importante papel el
reforzamiento negativo, en la medida en que reduce, al menos momentáneamente, la
incomodidad y la ansiedad provocadas por las experiencias privadas aversivas. También
puede mantenerse por reforzamiento positivo en la medida en que recibe aprobación y
aliento social.
305
antidepresiva, ansiolítica y antipsicótica podría tener una doble función en el
mantenimiento de la evitación experiencial del estado de ánimo bajo, de la
ansiedad y de las experiencias delirantes y alucinatorias. Por una parte, puede
hacer función de reforzamiento negativo en la medida en que puede promover
el alivio de la sintomatología fisiológica desagradable. Por otra parte, puede
reforzarla positivamente en la medida en que la aprueba, la alienta, la
recompensa y la “cuida” (“ha hecho bien en acudir, no puede usted seguir
así, tenemos tratamientos eficaces para eso que le pasa” ). La evitación
experiencial encuentra, por otra parte, el estímulo del contexto social y cultural
que evita el sufrimiento y cultiva el hedonismo (“¿para qué vas a sufrir
inútilmente habiendo remedios que lo evitan?, con una pastilla basta” ).
Por sí misma, la evitación experiencial es una elección que todos tomamos más de
una vez en la vida sin que ello suponga, sin embargo, especiales consecuencias negativas,
al contrario, puede constituir una conducta protectora y saludable.
Pero también puede ocurrir que los intentos de los consultantes por desconectar de
sus experiencias privadas, por evitarlas y suprimirlas, se conviertan en un combate
agotador y estéril que les aliena y desconecta de sus propias vivencias y de su propia
historia personal, les hace pagar el precio de estar crónicamente sobreactivados, les
306
impide discriminar de manera objetiva las claves del contexto actual y les hace asumir el
desgaste de mantener comportamientos vigilantes y defensivos en situaciones que ya no
entrañan actualmente peligros, les depara en ocasiones reacciones emocionales
explosivas, descontroladas y desadaptativas, les limita sus plenas posibilidades vitales y
les impide asumir riesgos, y les crea un problema añadido a la experiencia dolorosa o
traumática vivida, junto con otros inconvenientes (cuadro 12.15).
Cuadro 12.15. Los inconvenientes del combate contra las experiencias privadas
307
A pesar del combate agotador, las experiencias privadas pueden seguir estando
presentes en la medida en que se sigan manteniendo las transacciones que las determinan
o en la medida en que las transacciones pasadas sigan estando presentes por estar en
conexión con múltiples circunstancias actuales de la vida personal que las evocan de
308
manera condicional y a menudo generalizada.
Así, por ejemplo, un olor, un sonido, una puesta de sol, pueden evocarnos
experiencias gratas vividas tiempo ha y desencadenar pensamientos,
recuerdos, emociones intensas que nos pueden hacer sentir sensaciones de
plenitud, suspiros de respiración lenta y profunda, o ganas de “llorar de
emoción”. Del mismo modo, una experiencia traumática (una violación, un
accidente, un hecho violento del que se ha sido testigo presencial), vivida hace
años, puede reavivarse y revivirse, acompañada de recuerdos, pensamientos,
emociones vehementes y sensaciones, en la medida en que algunos sucesos,
personas, estímulos, actuales tienen equivalencias funcionales con la
experiencia traumática originaria. En un primer momento, a nuestros
consultantes incluso puede resultarles difícil identificar los sucesos del pasado
que pudieron haber originado las experiencias privadas que ahora tienen, no
saber identificar qué circunstancias de la situación actual tienen relación con
las circunstancias en las que vivieron las experiencias traumáticas, no saber
decir a qué se deben por ejemplo los estallidos emocionales (“me entran unas
ganas de llorar enormes, pero no sé muy bien por qué”), la hiperventilación
o las sensaciones de mareo o de repugnancia que experimentan en contextos
actuales que aparentemente nada tienen que ver ya con la experiencia
traumática originaria y en los cuales no existen los peligros y amenazas que
existían en la situación originaria.
B) De la evitación a la exposición
309
Variantes de esta técnica, con nombres y aplicaciones diversos, han sido propuestas
desde diferentes ámbitos.
310
Nijenhuis y Steele, 2008), el enfoque vivencial (Greenberg, Rice y Elliott,
1996), la perspectiva existencial (Van Kam, 1969), o las diversas aplicaciones
de la atención o conciencia plena (mindfullness) (Segal, Williams y Teadsdale,
2006; Williams, Teadsdale, Segal y Kabat-Zinn, 2010), entendida como la
observación atenta y reflexiva de las experiencias del momento presente sin
valoración alguna y que presenta paralelismos con el ya clásico entrenamiento
autógeno de Schultz.
12.4.2. Procedimiento
311
propio ritmo y con autoobservación atenta y plenamente consciente, sus experiencias
privadas, autoexponiéndose a ellas tal y como van aflorando y las están “vivenciando”.
Les proponemos hacerlo como un relato autobiográfico que evoca experiencias que
pertenecen a la historia personal, pero haciéndolo desde la vivencia del aquí y ahora de
una biografía que puede decidir hacerlas suyas e integrarlas como partes inalienables de
su patrimonio personal: “podríamos, si te parece, tratar de revivir la última vez en que
un hombre te mostró interés y que sentiste miedo y decidiste cortar, ¿qué te parece si
describes la experiencia tal cual la sentiste?”. Aun cuando están interrelacionadas
como experiencias biográficas integrales que son, en el relato pueden poner el énfasis
312
preferente en una de ellas.
Según los llamados “modelos hidráulicos”, la ira o la agresión, por ejemplo, estarían dentro de uno
mismo comprimidas y haciendo presión, dispuestas a salir, como también lo podría estar el agua en
una presa. Si se reprimen, se eleva la presión. Por eso, cuando se siente ira, algunas técnicas
basadas en estos modelos alientan a la persona, con expresiones del tipo “saca lo que tienes
dentro”, a desahogarse, y promueven la realización de acciones supuestamente “liberadoras” o de
“descarga” o catarsis (golpear objetos, insultar a alguien). Se supone que la ira o la agresión saldrían
y la persona quedaría liberada de ellas, como cuando se expulsa al demonio con un exorcismo,
cuando se vacía el intestino o un absceso, o cuando se abren las compuertas de una presa. Desde la
perspectiva biográfica y transaccional, la ira, la agresión o cualquier otra emoción emergen en las
transacciones. Por ello, cabe esperar que si la transacción en que se ventila la ira resulta funcional,
es alentada por el entorno y recibe refuerzo social, entonces es probable que se incremente su
intensidad en lugar de reducirse y que la experiencia adversa o traumática en la que la ira surgió se
reavive e incruste todavía más, perpetuándose también así los recuerdos, las emociones y las
sensaciones acompañantes y aplazándose indefinidamente su resolución y la solución del problema.
En esos casos, la persona que es alentada a actuar como si estuviera movida por la emoción, puede
llegar a sentirse desbordada por una emoción y por unas sensaciones y reacciones fisiológicas que
no es capaz de controlar y, por ello, con un sentido de autoeficacia disminuido. En la
autoexposición, por el contrario, se promueve una transacción con las propias emociones y
sensaciones que, en lugar de atizar e incrementar la cólera o la rabia y promover la hiperactivación
fisiológica, permite a los consultantes un afrontamiento diferente de las circunstancias del contexto
que han determinado y están determinando sus reacciones emocionales, una mejor integración y
normalización de esas experiencias y un mayor sentido de dominio y eficacia personal.
313
para comprobar los recursos somáticos con los que cuentan para autorregular el
nivel de activación y mantenerlo dentro de los márgenes de tolerancia. En
particular, las sensaciones interoceptivas tienen un importante papel en el caso de
las crisis de pánico (cuadro 12.18). En este caso, convendrá diferenciar el miedo y
la ansiedad que provoca la propia sensación interoceptiva (miedo primario), y el
miedo y la ansiedad que provocan los estímulos del contexto en los que se
experimenta esa sensación (miedo secundario) y que son evitados.
Así, por ejemplo, personas que experimentan crisis de ansiedad suelen evitar
montar en autobús o en el metro, acceder a contextos de aglomeración de
personas o alejarse de los lugares próximos a su domicilio, porque estas
situaciones suponen un obstáculo para buscar seguridad. Pues bien, cuando se
escogen estas situaciones como dianas exclusivas de la intervención olvidando
las sensaciones interoceptivas puede acontecer un proceso de mejoría seguido
de recaídas y retrocesos.
La crisis de pánico consiste en una crisis aguda de ansiedad, no diferente cualitativamente de otras
experiencias de ansiedad. Se inicia por la aparición de sensaciones interoceptivas con fuerte
componente neurovegetativo y cardiovascular de carácter simpático o adrenérgico (taquicardia,
sensación de ahogo, vértigo, opresión torácica, dificultad para tragar, sudoración, sensaciones
físicas extrañas), desencadenadas por diferentes fuentes de estrés, por circunstancias del contexto
que tienen función de estímulos condicionales, por un esfuerzo físico, por hiperventilación, por
consumo de drogas o por otras causas. La autoobservación de estas sensaciones puede asociarlas a
su vez, de acuerdo con experiencias previas vividas, con reglas sociales verbales que establecen
equivalencias funcionales o con circunstancias del contexto que potencian la percepción de
amenaza, con peligros o amenazas inminentes, y puede desencadenar así ansiedad y temores
especialmente intensos (temor a sufrir un infarto de miocardio, miedo a no poder respirar, miedo a
atragantarse, a perder el control). Esto determina más cambios fisiológicos y sensaciones
corporales que producen mayores aumentos de la ansiedad, continuando así la espiral de feedback
positivo hasta llegar a la crisis de pánico. Los consultantes que experimentan estas sensaciones nos
refieren a veces sensaciones de extrañamiento del “yo” que les lleva a preguntarse “¿qué me está
pasando?”, un gran desconcierto e intentos urgentes de controlar estas sensaciones, bien tratando
de calmarse, realizando acciones impulsivas y descontroladas, atemperando la respiración,
deteniéndose o enlenteciendo su paso o acudiendo a un servicio de urgencias. Algunos se
acompañan de una botella de agua o de algún ansiolítico de acción rápida como método de control
314
de estas sensaciones, y hay quienes, en los casos de mayor incapacitación, se hacen acompañar por
algún familiar para salir a la calle, o terminan recluyéndose en casa.
Así, por ejemplo, en unos casos, una experiencia privada como las voces que
se oyen pueden “comunicar” mensajes favorables y el consultante puede no
querer “dejar de oírlas”. En otros casos, el proceso de socialización moral y
religiosa ha podido promover el combate y la crítica de determinados
pensamientos, recuerdos y emociones y ello puede presentar un obstáculo
para la exposición a los mismos. De acuerdo con algunas reglas sociales, se
puede “pecar de pensamiento” y, en consecuencia, se han de combatir los
315
“pensamientos pecaminosos” y robustecer la voluntad no consintiendo con
ellos. Para algunas personas que han aprendido a resistirse a la tentación de
imaginaciones y pensamientos “obscenos” y emociones placenteras de
“concupiscencia” u otros sentimientos moralmente reprobables, puede ser
difícil abandonarse a la evocación y al flujo de esas experiencias privadas en la
exposición, admitiéndolas, consintiéndolas, aceptándolas y validándolas sin
intervenir críticamente en ellas y sin tratar de defenderse de ellas. Cuando en
el curso de la historia personal ha habido experiencias traumáticas (maltrato
infantil, abuso sexual) que han durado mucho tiempo, pueden haberse
desarrollado fuertes reacciones condicionadas de miedo, asco o vergüenza y
fuertes conductas de evitación difíciles de desmontar (“¿y si me vuelve a
pasar?, debo estar permanentemente vigilante”). En algunas personas, la
evocación y la exposición a determinados pensamientos, recuerdos y
emociones puede desencadenar “tormentas emocionales”, con lo cual
prefieren “dejar las cosas como están, no sea que se me vaya todo de las
manos”. Algunas personas toman las emociones “buenas” como criterio de la
bondad de una elección, de una decisión, de una acción (“no ha debido de ser
una buena decisión porque no me siento bien después de haberla tomado”)
y no aceptan fácilmente las emociones “negativas” o “malas” porque
interpretan que son indicadoras de haber elegido mal.
316
función y el significado que la evitación tiene para ellas.
317
experiencial a la exposición, aceptación e integración biográfica de esas experiencias. En
el diálogo que se mantuvo con Rosa, caso descrito en el capítulo 10, el consultor valida,
acredita y reencuadra las experiencias delirantes y alucinatorias de Rosa, lo que comporta
aceptar el significado que tienen para la consultante y orientar las intervenciones
ulteriores y los cambios que puedan introducirse en su vida diaria.
CONSULTOR: Rosa, tus hijas me cuentan que estás asustada porque,
dices, se te aparece tu marido.
ROSA: Sí, no me lo podía creer hasta que pude verlo.
CONSULTOR: Cuéntame exactamente qué es lo que viste la última vez
que ocurrió.
ROSA: Pues le vi al otro lado de la habitación, estaba algo oscura porque
acababa de despertarme pero pude ver su chaqueta marrón, la misma con la
que le enterramos, me miró (…) pero no me dijo nada.
CONSULTOR: ¿Hablaste con él?
ROSA: No, se marchó enseguida y yo me quedé muy asustada.
CONSULTOR: ¿Por qué te asustaste? ¿Qué temías?
ROSA: No sé, no podía imaginarme que se me podía aparecer después de
muerto (…) No es normal que eso ocurra.
CONSULTOR: En efecto, no es muy habitual que las personas refieran
esto que túcomentas ¿Y tú qué piensas? ¿Por qué está ocurriendo esto?
Cuéntame.
ROSA: No sé si estará enfadado conmigo.
CONSULTOR: ¿Qué te hace pensar eso?
ROSA: No sé si me porté bien con él porque estaba deseando que le
acompañara a cualquier sitio y yo no quería, siempre me quedaba en casa. Y
él insistía e insistía.
CONSULTOR: Por lo que me cuentas, parece que te quería mucho.
ROSA: Sí, desde luego que me quería, no quería separarse de mí por
nada del mundo. Era muy bueno.
CONSULTOR: Me pregunto Rosa cómo una persona como Antonio que te
quería tanto y era tan buena persona puede suponer una amenaza para ti
como para que lleguesa asustarte.
ROSA: Es verdad, también pienso que es que no quiere verme sola. Ya te
he dicho que no soportaba que me quedara sola en casa.
318
D) Identificar y validar fortalezas y recursos
A la vez que validamos sus experiencias privadas, les proponemos, tal como se
expone en el capítulo 3, un análisis crítico de la literalidad de las creencias y etiquetas
verbales con que se refieren a ellas y que, tomadas al pie de la letra, promueven la
evitación experiencial.
Así, por ejemplo, sobre sus experiencias privadas pueden decirnos cosas
319
tales como: “esto es insoportable, no soporto esta angustia”, “me siento
morir”, “tengo que hacer todo lo posible por olvidar, de lo contrario no
podré seguir adelante”, “todo lo que ocurrió ha sido por mi culpa, soy una
persona débil de carácter”, “expresar afecto o necesidad de afecto es algo
infantil, es una señal de debilidad, es algo que hay que evitar si no quieres
que se aprovechen de ti”, “es ridículo pensar esas cosas, son ideas
absurdas”, “tengo el presentimiento de que todo va a ir mal”.
En la medida en que “las palabras no son las cosas”, este análisis crítico puede
contribuir a que diferencien sus experiencias privadas de la realidad externa.
Además de este análisis crítico, las nuevas transacciones que se realicen en el curso
del proceso del CP y en la vida cotidiana, y las nuevas experiencias privadas que se
desprenderán de ellas, serán la mejor fuente de verificación crítica.
320
esta angustia” o “me siento morir” o “no soy capaz de relajarme”; en la
medida en que hayan podido evocar la experiencia traumática y la hayan
integrado como un hecho ya pasado que no tiene por qué condicionar toda su
vida, será menos probable que sigan diciendo “tengo que hacer todo lo
posible por olvidar, de lo contrario no podré seguir adelante”; en la medida
en que se estén implicando con fortaleza en cambios de conducta y estén
obteniendo resultados satisfactorios, es menos probable que sigan diciendo
“soy una persona débil de carácter” o “nunca lo conseguiré”; en la medida
en que hayan establecido relaciones afectivas satisfactorias, será menos
probable que sigan diciendo “expresar afecto o necesidad de afecto es algo
infantil, es una señal de debilidad, es algo que hay que evitar si no quieres
que se aprovechen de ti”.
321
cuerpo rígido, pero no soy una persona tensa”, “esto lo he vivido entonces,
pero ahora puedo vivir otras cosas, no estoy condenado a repetirlo”, “las
cosas no eran como yo decía, los recuerdos y las emociones que creía que
me estarían atormentando toda la vida han pasado de largo”; decir “estoy
sintiendo miedo, pero habrá desaparecido en cuanto empiece a actuar”, en
lugar de decir “esto es horrible, no podré hacerlo, me da un miedo
invencible”; decir “yo estoy diciendo y estoy teniendo el pensamiento de que
va a ser horrible, pero no tiene por qué serlo en realidad”, en lugar de decir
“esto va a ser horrible, seguro que no lo voy a soportar”.
322
vergüenza y culpa ante un abuso en el que tal vez se ha sentido excitado
sexualmente. No siente ansiedad a secas, siente ansiedad y las sensaciones
concomitantes ante una situación amenazante. No cree que “hay un complot”
contra él como si esa creencia brotara mágicamente de un desequilibrio de los
neurotransmisores, sino porque lleva viviendo un tiempo en una situación
interpersonal amenazante e impredecible, que le produce una gran ansiedad e
incertidumbre, que no sabe gestionar de otra manera y ante la que trata de
defenderse.
Deliberamos, pues, acerca de la importancia y del significado que para ellos han
tenido y siguen teniendo esas experiencias transaccionales. Tratamos de identificar con
ellos las circunstancias del contexto actual que actúan como señales y fuentes de estrés
que evocan de manera condicional recuerdos, emociones, “voces” o ideas delirantes, así
como la fortaleza y la vulnerabilidad biográfica con que afrontan esas circunstancias y
esas experiencias privadas. Subrayamos la realidad de que “algo importante ha sucedido
en su vida y sigue sucediendo”, o “lo que ha ocurrido no es ninguna tontería, y
precisamente por ello te ha afectado, ha dejado huellas, incluso cicatrices”.
Así, por ejemplo, “¿por qué fue tan importante para ti lo que ocurrió?,
¿qué importancia tenía lo que has perdido y que dices que no puedes
olvidar?, ¿hasta qué punto has llegado a implicarte con esa persona y con
esa situación que ahora tratas desesperadamente de olvidar?, ¿cuánta
responsabilidad fuiste capaz de asumir hasta el punto de que ahora te
sientes tan culpable y avergonzado por lo que has hecho?, ¿cuánto habla
esto de ti, de tu manera de abordar los asuntos de la vida?, ¿cuánto te
ayuda lo ocurrido a conocerte mejor?, ¿qué sentido tenía para ti la decisión
que tomaste y que no tuvo los resultados esperados y que ahora te da vueltas
a todashoras y no consigues dejar de pensar?, ¿cuánto significa para ti el
haber fracasado en el proyecto?, ¿cuánto puedes aprender de todo esto?,
¿qué ha ocurrido o que está ocurriendo para que el suicidio te parezca una
buena solución?, ¿qué sentido protector tiene la creencia de que existen
amenazas y una persecución contra ti, la vigilancia que mantienes ante los
323
demás y la evitación que haces de determinados contactos con ello, lo cual,
a su vez, te está creando otros problemas?”.
324
escarpada sin sentir ni pizca de fatiga?, ¿te imaginas el éxito de un atleta
sin el dolor del entrenamiento? ¿te imaginas aprobar un examen sin horas
largas de estudio? La fatiga, el dolor, las largas horas de estudio forman
parte de la vida. El dolor, la ansiedad, la vergüenza, la rabia, la tensión, el
agotamiento, la desesperación que ahora sientespor todo lo que ha ocurrido
son parte también de la experiencia vital que estás viviendo, te pertenecen,
son parte de ti, nos traen mensajes valiosos, nos hablan de ti y de tu
capacidad para sentir y para ser vulnerable, tienen un sentido y nos piden
que lo tomemos en consideración, aunque puedo entender que a veces
preferirías combatirlas y evadirte de ellas, de hecho lo has intentado más de
una vez de mil maneras, aunque sin resultados. Exponerte, abrirte a ellas e
integrarlas como una parte de la vida y de tu vida te ayudará a entender
mejor el problema por el que nos has consultado y nos permitirá abordarlo
también mejor y seguir adelante. Deja que venga ese recuerdo que tanto te
atormenta y dime qué sientes físicamente mientras lo recuerdas, deja que se
haga explícito tu miedo y tu vergüenza a contar esas cosas que consideras
‘vergonzosas’, deja que se manifiesten tus deseos y tus fantasías respecto a
lo que quieres que ocurra, aunque te parece espantoso desear que ocurran
esas cosas, deja que aparezca la repugnancia que sientes ante algunas
partes de tu propio cuerpo y los deseos que sientes de quitártelas, deja que
transcurran tus sensaciones, las ganas de llorar, los temblores involuntarios
en las piernas y el hormigueo que sientes, sin frenarlos, y sígueles la pista,
puedes ir contándome qué ocurre con ellos mientras se van desvaneciendo
por sí solos y remitiendo, déjate oír las voces que oyes habitualmente, dime
quiénes son y qué intenciones tienen las personas que crees que te quieren
hacer daño. Mientras vas explorando todas estas experiencias, y al
comprobar ahora tu pulso y tu respiración más lentos, advertirás que si
hasta ahora eran ellas las que determinaban tu vida, ahora eres tú el que
tomas las riendas. Hay personas que, al hacerlo, tienen un sentimiento y
una sensación de dominio y de triunfo, ¿cómo lo sientes tú?, ¿qué puede
pasar cuando te permites observarlas?”.
Al igual que se ha visto con la exposición a las circunstancias del contexto, esta
exposición radical que supone la autoobservación de las propias experiencias privadas
325
conlleva la prevención de la evitación experiencial.
La práctica de las “3A” puede ser considerada como una experiencia de autoempatía
que pueden acompañar del correspondiente autolenguaje empático (¿cómo no voy a
sentir dolor si me han hecho daño?) que subraye el valor y el significado de las
experiencias privadas y que puede ser practicado en lo sucesivo más allá de las sesiones
del CP. A algunos consultantes les resulta útil exponerse a sus experiencias privadas y
aceptarlas cantando en silencio o en voz baja a lo largo del día canciones cuyas letras
aluden a esas experiencias.
326
la autoexposición y autoobservación se centra preferentemente en ellas, como en el caso
de las crisis de pánico. Pero, si se trata de pensamientos, recuerdos, sentimientos,
también les instamos a observar con plena atención y explorar, en las sesiones del CP y
en la vida diaria, las sensaciones corporales concomitantes según vayan apareciendo en
cada momento (cuadro 12.19), cualesquiera que sean, sin juzgarlas, sin etiquetarlas con
las reglas verbales del autolenguaje (“es absurdo que esta depresión me haga encoger de
esta manera” ), sin intentar evitarlas o controlarlas, sin juzgarse a sí mismos por sentirlas
tal como las están sintiendo (“¿por qué me tenso tanto, por qué soy tan incapaz de
hacer las cosas bien?”), y sin juzgarse tampoco por la “calidad” que vayan logrando en
la práctica de la autoexploración y autoobservación (“no lo estoy haciendo bien”).
Después de la experiencia, deliberamos con ellos acerca de las ventajas que esta práctica
puede estar teniendo para ellos en el afrontamiento del problema y en la gestión de la
evitación experiencial.
Todas las experiencias biográficas son bioconductuales y tienen, como tales, concomitantes
corporales y sensoriales. En esa medida, la autoobservación y exploración de las sensaciones
corporales es una manera de acercarse mejor y tomar conciencia de las demás experiencias
privadas a las que acompañan, y muy en particular, de las emociones, y detectar los cambios sutiles
que pueden ocurrir en ellas. La exploración de las sensaciones corporales es un “ancla” que ofrece
una alternativa distinta centrada en el presente y una alternativa a la hiperreflexión logocéntrica, a la
rumiación y al control que las reglas sociales verbales pudieran estar teniendo en el problema. El
aumento de la frecuencia cardíaca, la boca seca, la tensión muscular, la mirada hipervigilante
estarán presentes cuando se experimenta miedo y ansiedad. La exploración y aceptación de la
respiración que se ha hecho más agitada y del temblor que aparece en las piernas puede ayudar a
hacer una exploración y una aceptación más completas de los recuerdos traumáticos que en ese
momento el consultante está teniendo y de los que está tratando de huir. El retraimiento, el
hundimiento de los hombros, la inmovilización, la evitación de la mirada pueden estar acompañando
a la vergüenza que el consultante experimenta por los hechos ocurridos y que no se atreve a hacer
explícita verbalmente, en cuyo caso, la exploración de las sensaciones somáticas puede ser una vía
de exploración de la vergüenza y del impacto que la experiencia vivida ha tenido y está teniendo en
la vida del consultante.
Puede ser útil una exploración general de las sensaciones que se están experimentando por
todo el cuerpo, para lo cual sugerimos que, sentados o tumbados, con ojos cerrados o no, hagan un
lento desplazamiento de la atención por todas las partes del cuerpo, desde la punta de los pies a la
cabeza, de manera que puedan sentir las sensaciones que en ese momento se estén produciendo en
cada una de las partes. La meta de esta exploración no es la relajación, que puede darse o no, sino la
exposición y observación atenta de las sensaciones corporales y de los pensamientos, recuerdos y
sentimientos con los que sean concomitantes. La exploración atenta de las sensaciones puede
acompañarse a la vez de la observación de la respiración, sintiendo la sensación con la inspiración y
327
“dejándola ir” con la espiración. Todo ello puede contribuir al “distanciamiento” de las sensaciones,
pensamientos y sentimientos al que se ha aludido más arriba.
328
En el cuadro 12.21 se describen algunos criterios específicos adicionales para
facilitar la exposición a estímulos interoceptivos.
329
El caso de Petra (capítulo 10), una mujer que evita salir a la calle por temor al
desvanecimiento, encierra peculiaridades que plantean ciertas dificultades a la propia
exposición interoceptiva. La dificultad estriba en cómo exponerse de manera continua a
estímulos interoceptivos de naturaleza simpática (mareo-sensación de calor) que
preceden, de persistir en la exposición, a una reacción parasimpática (sensación de
flojedad muscular) que conduce al desvanecimiento y relajación del esfínter vesical. En
este caso, se propone adquirir dominio en la gestión simpático-parasimpático y romper
esta secuencia. En el cuadro 12.22 se describe este procedimiento.
Con este procedimiento no estamos proponiendo evitar la ansiedad sino más bien la
330
exploración de su sistema simpático-parasimpático y adquirir dominio del mismo.
Muy a menudo, los problemas psicológicos derivan del afrontamiento de una fuente de
estrés. El mismo hecho de estar experimentando el problema puede ser, por sí mismo,
también una importante fuente de estrés. La solución del problema en estos casos
requerirá, pues, estar preparado para afrontarla, de tal manera que no constituya un
factor de riesgo para el desajuste personal. Un enfoque relacionado con la exposición es
la técnica de inoculación que se ha utilizado de manera efectiva para el afrontamiento
del estrés, del dolor y del enfado (Meichenbaum, 1987).
12.5.1. Justificación
12.5.2. Procedimiento
331
La técnica de inoculación de estrés puede variar dependiendo de la situación y de los
requerimientos del afrontamiento según el dominio que el consultante tenga de la
situación. Puede ser suficiente una orientación mínima o puede requerir un
entrenamiento detallado. A continuación se señalan algunas tareas que puede incluir la
inoculación de estrés.
332
B) Explicar la naturaleza del estrés
333
D) Proporcionar oportunidades de entrenamiento
1. Anticipar una secuencia de afrontamiento que puede implicar qué hacer y qué
decirse.Veamos un ejemplo:
334
2. Exposición o inoculación propiamente dicha. En esta fase, el consultor inocula
aspectos de la situación de estrés al mismo tiempo que sugiere cómo afrontarla. El
consultor puede también modelar verbalmente cómo hacer el afrontamiento.
3. Feedback del ensayo con sugerencias orientadas a hacerlo mejor.
4. Asignación de tareas.
335
12.6. La prescripción paradójica como exposición
12.6.1. Justificación
336
al no control, una hipervigilancia e hiperreflexión y, como consecuencia, un peor
desempeño y una mayor intensificación del problema. Estas experiencias que se tratan de
evitar suelen tener un gran poder de afectación precisamente por la vinculación
emocional, a menudo contradictoria, con la que los consultantes se aproximan a ellas.
Querer tenerlas bajo control y evitarlas, y no conseguirlo, produce ansiedad. Con la
prescripción paradójica, la prescripción deliberada de no control, se pretende cambiar ese
contexto habitual haciendo que la evitación y los intentos de control dejen de ser
funcionales. Esta experiencia favorece,por un lado, el distanciamiento y la
desidentificación respecto a las propias emociones y pensamientos y, por otro lado, la
des-preocupación respecto de la presión de las exigencias, temores y preocupaciones por
el control (permitirse no dormir, no tener una erección o no llegar al orgasmo). De esta
manera, centrándose y ocupándose en otros propósitos (renunciar a dormir y hacer otra
cosa a cambio, actividades sexuales que no impliquen la presión de alcanzar la erección o
el orgasmo), como propone la técnica, se reduce la reactancia al cambio, éste se decide
no bajo presión y las expectativas de autoeficacia aumentan ya que el no control resulta
más fácil de adoptar.
Para explicar el mecanismo de acción de la prescripción paradójica se han propuesto
otros modelos. Uno de ellos, la inhibición reactiva y condicionada de Hull (Nelligan,
1969) en donde una conducta que se repite de manera abusiva genera un cansancio
neural (inhibición reactiva) que al finalizar y experimentar un alivio o restauración del
equilibrio se fortalece la inhibición de la conducta-problema (inhibición condicionada).
Otros modelos han enfatizado que este efecto de repetición actúa a modo de un castigo
que inhibe la conducta.
337
Figura 12.6. Procesos implicados en la prescripción paradójica.
12.6.2. Procedimiento
A) Informar
338
cada vez cuesta más desembarazarse del mismo. Es lo mismo que tratar de
coger por las bridas a un caballo desbocado, éste más se encabrita, o asumir la
tarea de no pensar en un elefante azul, más podemos obsesionamos con esta
imagen. En el caso de Rosa, capítulo 10, que creía que su marido se le
aparecía porque podía estar preocupado de que ella estuviera sola, se le
informa de que mientras siguiera evitando a su marido, éste iba a seguir
apareciendo, y que una opción para que “descansara en paz” era llamarle,
hablarle de ello y explicarle lo bien que estaba y su propósito de salir más a
menudo y echarse amigas.
En esta fase, el consultor delibera en relación con los resultados obtenidos hasta la
fecha por parte del consultante y le plantea optar entre continuar con el mismo
procedimiento que no le ha reportado resultados, o cambiar de estrategia: renunciar al
control sobre sus propias reacciones o sobre la conducta de alguien. Si procede, el
consultor explica en qué consiste esta estrategia: exponerse a aquello que teme, exponerse
al insomnio si lo que teme es no dormir, exponerse al deseo de fumar si lo que teme es
sentir este deseo, exponerse radicalmente a la presencia de su marido en el caso de Rosa,
y así sucesivamente.
Así, por ejemplo, se delibera con Rosa sobre la conveniencia de permitir que
su marido descansara definitivamente sabiendo que ella estaría bien y, de esta
manera, no tendría razones para preocuparse de ella, o bien mantenerle así
constantemente preocupado. De ella dependería una opción u otra. En
cualquier caso, tomara la decisión que tomara, no pasaría nada especialmente,
lo único es que ella podría facilitar o no, dependiendo de qué opción tomara,
el que su marido pudiera descansar definitivamente y ella pudiera también
estar más tranquila sabiendo que él está bien.
339
oportunidad para observarla con sumo detalle.
C) Proponer la exposición
CONSULTOR: ¿Y no le llamaste?
ROSA: No, no quería que se diera cuenta.
CONSULTOR: ¿No habíamos quedado que convendría conversar con él?
ROSA: Sí, pero no sé..., me da algo, no sé.
CONSULTOR: ¿A qué te refieres con eso de que “te da algo”? ¿Hay algo
que temes?
ROSA : No sé, la verdad es que no temo nada, de hecho ya he hablado
otras veces, hacetiempo, cuando me dijiste que hablara. La verdad es que
hacía tiempo que no se me aparecía.
CONSULTOR: Parece que se va cansando de tu conversación.
340
ROSA: (sonríe) No sé...
CONSULTOR: Una pregunta ¿se lo comentaste a tus hijas?
ROSA: Sí, y me dijeron que no me preocupara.
CONSULTOR: ¿Y a tus nietos?
ROSA: No, a mis nietos no les he dicho nada.
CONSULTOR: Muy bien. Habíamos acordado que no lo contaras, ni a
tus hijas, nia tus nietos. Veo que esto último lo has cumplido muy bien. Me
pregunto si serás capaz deno contarlo también a tus hijas.
ROSA: Lo voy a intentar.
CONSULTOR: ¿Intentar o hacerlo? ¿Qué te podría ayudar a hacerlo?
ROSA: No sé, quizás el recordar que no debo hacerlo porque me
obsesiono más.
CONSULTOR: En efecto, eso puede ocurrir. Lo más importante es que
seas tú quienlo decida. Podrías hacerlo pero me pregunto qué consigues con
ello. Tú decides.
ROSA: Pues sí,
CONSULTOR: Hay otra cosa que me gustaría que comentáramos sobre
la importancia que tiene el persistir en seguir hablándole (…).
341
hacerse describiendo las condiciones específicas en las que ha de ocurrir:
“cuando te metas en la cama y no consigas dormir inmediatamente, sal del
dormitorio, distráete y trata de no dormirte, debes estar vigilante para no
dormirte, si notas que el sueño te vence no sucumbas, mantente despierto, si
aun así no puedes estar sin dormir no importa, siempre habrá una nueva
oportunidad. En cualquier caso, si el sueño es del todo irresistible, puedes
marcharte a la cama. Podemos esperar al siguiente día para hacer la
prueba, si bien lo mejor sería que no durmieras”. En el supuesto de crisis de
pánico en el que el estímulo fóbico es la taquicardia o sensación de volverse
loco, las instrucciones deberán concretar estas sensaciones. Así: “Trata de que
tu corazón lata más deprisa (…) ¿Cuánto, de 1 a 10? 7, estupendo, ha
subido, continúa así, más deprisa aún…; trata de aumentar esas
sensaciones y de pensar que te estás volviendo loco/a, eso es... ¿Cuánto, de
1 a 10? 8, muy bien, continúa obsesionándote con esa idea…”.
342
La prescripción puede realizarse de manera compatible con otras estrategias.
En los casos de consultantes que parecen mostrarse reticentes al cambio, pudiera ser
aconsejable enlentecer el proceso y, desde luego, aguardar en que sea el propio
consultante el que lleve la iniciativa o, incluso, argumentar en favor de las propias
reticencias del consultante: “llegados a este punto, me estoy preguntando sobre los
inconvenientes que implicaría resolver el problema, ¿cómo lo ve?”.
343
Así, por ejemplo, hemos tenido ocasión de utilizar esta técnica con éxito en
diferentes casos. En un caso sometimos a una persona con tic palpebral a
diferentes sesiones de repetición del tic hasta “no poder más”. En un caso con
rituales compulsivos de comprobación un individuo se demoraba hasta 10
minutos en la puerta de su casa porque cuando giraba la llave para sacarla de
la cerradura le entraba la duda obsesiva de si la había abierto de nuevo y la
compulsión consiguiente de comprobarlo volviendo a introducir la llave.
Deliberamos con él y tomó la decisión de no hacerlo si bien le anticipamos que
la compulsión de hacerlo podía ocurrir. Si, en efecto, ocurría debería
mantenerse en la puerta de su casa practicando el ritual de comprobación
durante media hora. En otro caso con obsesiones de ser homosexual le
indicamos que se expusiera de manera masiva ante las obsesiones trayéndolas
de manera voluntaria hasta estar “exhausto”.
344
345
13
Al igual que las técnicas de exposición promueven cambios en las transacciones que la
biografía establece con circunstancias y experiencias que son antecedentes determinantes
del problema, las técnicas de gestión de las consecuencias promueven cambios en las
transacciones que la acción establece con las consecuencias y resultados de la misma y
que se engloban en el paradigma operante aludido en el capítulo 8.
13.1. Justificación
346
Figura 13.1. Consecuencias y contingencias básicas.
Llamamos refuerzo a todas aquellas consecuencias que hacen que la acción tenga
probabilidad de repetirse en el futuro. Son consecuencias potenciadoras o reforzadoras
las que hacen más probable y frecuente un comportamiento. En estos casos, cumplen la
función de potenciar el comportamiento, de reforzarlo, de otorgarle fortaleza, y éste se
potencia, se refuerza, se hace significativo por el hecho de haberlas logrado. Las
consecuencias pueden ser potenciadoras o reforzadoras, bien porque proporcionan algo
valioso (beneficios, recompensas, bienestar, aprobación social) (refuerzo positivo), o
bien, porque evitan , suprimen o atenúan una experiencia aversiva (perjuicios, daños,
dolor, malestar, costes) (refuerzo negativo). Llamamos castigo a todas aquellas
consecuencias que tienen el efecto de que una acción se inhiba, se debilite o tenga menos
probabilidad de repetirse. Son consecuencias debilitadoras las que hacen menos probable
y frecuente un comportamiento. En estos casos, las consecuencias cumplen la función de
debilitar el comportamiento y hacen que deje de ser significativo porque ya no obtiene
las consecuencias que lo mantenían. Pueden debilitar el comportamiento, bien porque
suponen una experiencia aversiva (castigo, dolor, malestar) (castigo positivo), bien
porque reducen, suprimen, o privan de una experiencia positiva (privilegios, bienestar,
dinero) (castigo negativo), lo cual supone un coste. Llamamos extinción al
debilitamiento o reducción de una conducta previamente reforzada, tras privarla de los
refuerzos que, con anterioridad, obtenía. Las diferentes combinaciones de consecuencias
347
y contingencias dan lugar a diferentes tipos de refuerzos y de castigos.
Desde las conductas más sencillas, como la sonrisa de un bebé que vuelve a sonreír
cuando percibe que el adulto le sonríe, hasta las conductas y habilidades más complejas
como aprender a hablar un idioma, aprender a hacer frente a las demandas de la vida o
establecer una buena relación de ayuda, se desarrollan por mor de las consecuencias
positivas que tienen. A estas consecuencias, las llamamos refuerzo positivo y al proceso
que tiene lugar lo denominamos reforzamiento positivo.
Así, por ejemplo, hacer amigos implica repetir encuentros sociales y éstos
ocurren porque reportan consecuencias gratas (ser escuchado,
reconocimiento, apoyo...) y porque, además, han resultado ser funcionales
para la adaptación social y para la supervivencia. Leer o estudiar son
conductas importantes para el desarrollo personal, académico y laboral y hay
quienes se implican de manera profusa en ellas porque estas experiencias han
resultado ser muy gratas o han tenido consecuencias que compensan. Si
estudiar matemáticas es un comportamiento poco frecuente y de poco valor
en un niño, este comportamiento, sin embargo, puede cargarse de valor y
fortalecerse si es condición necesaria para acceder a otro comportamiento de
alto valor reforzador como es el de jugar al fútbol.
348
Figura 13.2. El estudio puede fortalecerse por medio
de la gestión de consecuencias.
349
mal
Así, por ejemplo, la rabieta de un niño puede extinguirse si logramos que esta
conducta no obtenga ganancia alguna (no ver la televisión, no obtener lo que
quiere, no obtener atención social). La conducta de intimidación puede
extinguirse si se condiciona el ambiente de manera tal que esta conducta no
tenga resultados ni privilegio alguno; la conducta de llorar o estar triste puede
debilitarse si el entorno familiar retira todo tipo de atención que obtienen estas
conductas.
350
experiencias desagradables. Como se decía en páginas anteriores, muchas acciones de
evitación o de escape tienen la consecuencia funcional inmediata de protegernos y de
preservarnos de riesgos innecesarios y de daños potenciales, a la vez que alivian o hacen
cesar la ansiedad. A las consecuencias que consiguen evitar la experiencia desagradable
se las denomina refuerzo negativo y al proceso que tiene lugar se denomina
reforzamiento negativo. Hay conductas adaptativas que se instauran de esta manera.
Así, por ejemplo, tomar medicación para evitar el dolor, cerrar una ventana
para no oír un ruido molesto, usar el preservativo para evitar el embarazo no
deseado o el contagio de una enfermedad y seguir las normas de tráfico para
evitar la multa son algunos ejemplos que muestran el aprendizaje de
comportamientos adaptativos por reforzamiento negativo.
351
afrontamiento; los rituales de seguridad, propios de personas con crisis de
pánico y agorafobia, se desarrollan y se mantienen porque resultan efectivos
para reducir la ansiedad que producen situaciones que se perciben como
amenazantes o que promueven la inseguridad; los rituales de comprobación se
desarrollan y se mantienen porque reducen la incertidumbre; la conducta de
fumar se desarrolla y se mantiene porque resulta efectiva para eliminar las
consecuencias desagradables de la abstinencia; el consumo excesivo de
fármacos se mantiene porque puede eliminar la ansiedad, reducir el insomnio,
aliviar el dolor de cabeza o mejorar el estado de ánimo; el consumo de alcohol
se fortalece porque puede facilitar una mayor desinhibición social y el
absentismo laboral se desarrolla si con ello se evita el malestar del madrugón o
la reprimenda pertinaz del jefe.
Figura 13.4. Un ejemplo de castigo o coste de respuesta es quitar puntos en el carné de conducir.
352
La experimentación de consecuencias aversivas cuando realizamos determinadas
acciones también constituye un mecanismo de supervivencia que nos protege al evitar, de
manera adaptativa, peligros o amenazas. Los costes, sanciones y eliminación de
privilegios que se experimentan como consecuencia de no haber respetado determinadas
normas y límites pueden contribuir a que éstos sean respetados.
353
hacen que no son otras que los beneficios que obtienen por seguir
determinadas reglas de conducta y por los costes que conlleva no seguir o no
respetar determinadas normas.
El castigo (cuadro 13.1), sin embargo, puede tener efectos indeseables y ser fuente
de comportamientos inadaptados y de problemas.
Así, por ejemplo, no pocas personas tienen una historia de aprendizaje en las
que el castigo ha sido el método de control utilizado en su desarrollo. El
castigo desempeña un papel relevante en el desarrollo de prácticas sexuales
sadomasoquistas cuando el daño que se inflige repetidamente se salda con el
placer del orgasmo, el castigo puede ocasionar el alejamiento de la escuela o
de la familia y el consiguiente acercamiento a otros escenarios sociales
proclives a prácticas de riesgo. El desarrollo de conductas psicóticas puede
deberse a que las personas afectadas las han utilizado como medio para
escaparse de situaciones sociales punitivas tan reiteradas e intensas, que han
llegado incluso a percibir que resultaba insoportable la realidad en la que
vivían. El castigo, por último, puede promover desarrollos personales frágiles
e inadaptados. No sólo hablamos del castigo físico, que resulta denigrante,
sino también del castigo verbal, que puede resultar especialmente humillante.
Personas que han sido objeto de recriminaciones y palabras con contenidos
vejatorios repetidos (“eres un inútil, no sirves para nada”, “eres una puta”,
“no mereces vivir” ), llegan a internalizarlas de tal manera, que las vinculan a
su “yo” personal, llegando a creer que en realidad son lo que dicen las
palabras: “inútil”, “sin valor” o “alguien despreciable”. La intervención
psicológica se orienta, en estos casos, a que su “yo” personal se despegue de
estas palabras (des-fusionar o desliteralizar), adquirir confianza y desarrollar
nuevos aprendizajes en los que el reforzamiento positivo resulte relevante.
354
En nuestra cultura, el castigo se utiliza con profusión como método de control social, y así las
religiones y los sistemas jurídicos y penitenciarios lo utilizan para que los ciudadanos se avengan a
no saltarse determinadas reglas y normas sociales. En la vida cotidiana, también se utiliza el castigo
de manera sutil e inadvertida, o de manera deliberada en multitud de situaciones y conflictos
interpersonales. El castigo como método de control social resulta muy controvertido y, desde luego,
y sobre todo en el caso del castigo físico, no resulta recomendable como técnica de cambio de
conducta por sus efectos más que discutibles. Tiende a provocar comportamientos agresivos, no
sirve para el aprendizaje de comportamientos nuevos, produce conductas de escape y de evitación
en relación con las personas que lo utilizan y puede producir perturbación emocional interfiriendo en
el aprendizaje positivo de comportamientos nuevos y facilitando el desarrollo de problemas
psicológicos. El castigo físico es también una manera de enseñar métodos de control de dudosa
validez ética al facilitar su imitación y su práctica y existe el riesgo de su uso continuado y
reforzado dado que puede tener como resultado la supresión rápida del comportamiento inaceptable.
Esto último puede llevar, a su vez, a una escalada del castigo sin lograr resultados satisfactorios a
medio plazo.
Hay padres que piden ayuda por haber sido objeto de agresión por parte de sus hijos. Analizando la
historia de crianza y educativa que han utilizado, se encuentran algunas pautas comunes: la falta de
normas y límites consistentes y la utilización del castigo físico como norma. Hay padres que
descubren, sobre todo cuando los hijos son pequeños y hay una asimetría física de poder, que el
castigo físico funciona, es decir, suelen controlar la conducta inaceptable a corto plazo. Hay hijos
que se rebelan con comportamientos agresivos y los padres los “dejan por imposibles” y, de esta
manera, ambos, padres e hijos, terminan aprendiendo que el castigo funciona, tiene resultados. Y
éste es el proceso de aprendizaje y de control: cuando los hijos se hacen mayores, la asimetría física
de poder se reequilibra y termina desequilibrándose en favor de los hijos. Éstos asumen el control
de la misma manera que lo han aprendido, a partir de métodos aversivos y punitivos. Estos hijos y
padres son, sin embargo, víctimas del infortunio de no haber aprendido modos útiles y
satisfactorios para solventar sus problemas.
13.2.1. Criterios
355
A) El consultor como reforzador “natural” de las conductas relevantes
Cuadro 13.2. Condiciones para que el refuerzo del consultor resulte “natural”
356
Este criterio conlleva calibrar adecuadamente el nivel del repertorio actual del
consultante y cualquier cambio que pretenda acometer y, como es lógico, evitar unas
expectativas demasiado elevadas en relación con el repertorio, ritmo y resultados que se
obtienen para ajustar de este modo las consecuencias que se proveen. Por otra parte, las
conductas que se elijan han de estar presentes en el repertorio de la persona. Si no fuera
así, ha de plantearse el desarrollo de acciones o conductas que son requisitos previos de
otras o facilitar condiciones para que se aprendan.
357
plan de intervención, o amenazarle porque no siga las prescripciones de cambio, socava
el compromiso con el proceso de cambio. Estas amonestaciones, aun haciéndose de
manera sutil, a través de preguntas orientadas a comprobar el incumplimiento de
determinadas tareas, pueden poner en evidencia al consultante y evocar conductas de
escape (CR1) como cambiar de conversación o contra-preguntar sobre temas que no
resultan pertinentes. Si el consultor no está atento a estas conductas distractoras o de
escape, podría estar reforzándolas inadvertidamente, ya que logra que no se dilucide de
manera directa el problema existente de no adherencia. En el cuadro 13.3 se resumen los
principales riesgos de una relación de ayuda basada en el castigo.
358
8. Cuando el reproche y la coacción se utilizan en la intervención para reprobar la falta
de compromiso, las relaciones interpersonales pueden convertirse en una escalada
de ataques y contraataques de intensidad creciente para forzar el sometimiento.
13.2.2. Procedimientos
359
sensibilidad y de habilidad para gestionar consecuencias por parte del
consultor. Por último, en la medida en que las conductas problemáticas (CR1)
no reciben en el escenario del CP la atención recíproca que sí reciben en otros
escenarios, dejarán de ser funcionales y de tener significado, y esto ya puede
ser un descubrimiento importante y un incentivo para promover el cambio en
otras situaciones.
El hecho mismo de haber acudido a la ayuda del CP puede ser una primera e
importante conducta relevante, por cuanto podría cumplir las mismas funciones que otras
peticiones de ayuda que los consultantes han podido formular en otras circunstancias de
su vida. Es importante, pues, que investiguemos esas posibles funciones, para
determinar en qué medida conviene que el encuentro del CP y nuestro comportamiento
siga reforzándolas, o, por el contrario, conviene introducir cambios en esos estilos
transaccionales (cuadro 13.4).
360
Sus comportamientos comunicativos en relación con nosotros (acuerdos,
361
desacuerdos, desinterés por lo que les decimos, críticas, resistencias, alusiones a nuestra
persona, reacciones emocionales, llanto, etc.) podrían mostrarnos, a veces sin que sean
conscientes de que lo están haciendo y del impacto que tiene en los demás lo que hacen
o dicen, facetas peculiares de sus estilos comunicativos habituales con otras personas, y
tal vez las dificultades para la relación interpersonal por las cuales han pedido ayuda.
Esos comportamientos comunicativos nos mostrarán tal vez también en qué medida
somos importantes y significativos para ellos y desempeñamos a sus ojos funciones
equivalentes a las de otras personas más o menos significativas en la vida y tal vez de
características análogas a nosotros. En estos casos, nuestro feedback y nuestras
autorrevelaciones proporcionan otras consecuencias que les ayuden a tomar conciencia
de sus patrones comunicativos característicos y para la regulación de los mismos en
otras circunstancias de la vida.
362
“Mientras contestabas al comentario que te acabo de hacer, he
podido advertir que cerrabas el puño y elevabas el tono de voz. Tengo la
impresión de que mi comentario ha provocado esta reacción tuya y me
pregunto si has experimentado este tipo de comentarios en alguna otra
ocasión en tu vida habitual y te has visto en la necesidad de protegerte de
ellos de algún modo.”
“Me doy cuenta de que tal vez le estoy preguntando cosas que no se
responden así, de buenas a primeras, si no se tiene la suficiente confianza
como para decirlas, y sobre todo teniendo en cuenta las experiencias
pasadas que le han hecho desconfiar. ¿Lo ve usted así también?”
363
comunicación del consultante. Tomar notas y preguntar repetidamente acerca de lo que
acaba de decir el consultor podría tener equivalencias con esa misma conducta en su vida
cotidiana, en donde podría cumplir la función de escapar a la incertidumbre. Ello podría
hacer difícil el hecho de que el consultante iniciara planes de acción en su vida por no
estar absolutamente seguro de los resultados y, por esta razón, ser fuente del origen de
problemas psicológicos.
364
de la vida cotidiana en las que el consultante se plantea de manera
exclusivamente verbal el deseo de cambio como una estrategia para evitar las
demandas de cambio que otras personas le hacen y con las que, sin embargo,
se resiste a colaborar, lo cual le puede estar creando las dificultades
relacionales por las que nos consulta. El provocar deliberadamente la
confrontación nos puede dar la oportunidad de afrontar estas dificultades y
proponer vías de solución. Reiterar determinadas preguntas a las que el
consultante responde con evasivas puede provocar, en efecto, esos
comportamientos de evitación que pueden ser habituales en su vida cotidiana,
dándonos la oportunidad de deliberar sobre ellos para plantear en su caso su
cambio. Cuando proponemos que los miembros de la pareja o de la familia
hablen entre sí durante la sesión, pueden aflorar los estilos de comunicación
habituales y también las dificultades que encuentran para comunicarse y
entenderse, lo cual nos proporcionará información relevante para aplicar las
contingencias que proceda y orientar el cambio.
Pero no sólo son relevantes las conductas que tienen equivalencias con las conductas
que conforman el problema. Son tan importantes, o más, las conductas que representan
ya un cambio o una mejora del problema por el que nos han consultado o que abren vías
de solución del problema (CR2).
365
importancia de que el adolescente haya asumido la responsabilidad de acudir o
no acudir, con independencia de lo que hayan decidido los padres: “qué
importante es que seas tú quien lleve las riendas de tu vida, sin necesidad
de que otros decidan por ti”. Tomar notas durante la sesión, si bien puede ser
una conducta que revela conductas análogas que constituyen una barrera en la
comunicación, también puede ser una muestra de que el consultante, que
antes no lo hacía, ha empezado a tomar un mayor interés e implicación en el
proceso de cambio. Sin duda es esta implicación la que ha de ser reconocida y
reforzada, más que el hecho en sí de tomar notas.
Los problemas que pudiera haber en el marco del proceso de intervención se pueden
clarificar, exponiendo a los consultantes a las consecuencias del feedback comunicado de
manera asertiva en el que el consultor adquiere el protagonismo que le corresponde.
366
que hemos seguido, cuánto hemos logrado y cuanto nos falta aún por
lograr…”; o corregir algunos aspectos específicos: “… me gustaría señalar
un aspecto que francamente me parece muy valioso, se trata de... Me
pregunto, si esto que acabo de comentarle podría mejorarse”; o revisar
incoherencias observadas: “Por una parte me dices que este problema es
sumamente importante para ti resolverlo. En varias entrevistas hemos
acordado determinados compromisos que nos permitieran ponernos en vías
de su solución, pero repetidamente, y a pesar de mis llamadas de atención,
estos compromisos no se cumplen. ¿Cómo lo ves?”
Además de las consecuencias que se pueden gestionar en el escenario del CP, es preciso
asegurar deliberadamente, en la gestión del plan de cambio, que las acciones de cambio
estén suficientemente expuestas al poder transformador de las consecuencias
reforzadoras dondequiera que se produzcan y de las consecuencias que puedan
contribuir a disminuir la frecuencia de los comportamientos e, incluso, a extinguirlos.
13.3.1. Criterios
Facilitar que el consultante elija lo que desea hacer, tener en cuenta sus preferencias
(actividades frecuentes y gratas, juegos...), y que lo que pretende resulte accesible en su
contexto social natural, son criterios para identificar acciones, metas y objetivos de valor.
No obstante, lograr los objetivos requiere un quid pro quo, es decir, un cierto esfuerzo y
compromiso por hacer algo para alcanzarlos o recibirlos. Es por eso que cuando se
plantea la meta de alcanzar algo valioso hacemos también una pregunta básica: “¿cuánto
te importa? Responderla nos ayuda a desvelar los motivos y las razones del valor que el
consultante le da y también nos ayuda a estimular este valor.
Juan (caso 3 descrito en cap. 10) se lamentaba por haber perdido interés y el ánimo
por recuperar y hacer aquello que antes hacía, se lamentaba porque sus hijos no tuvieran
367
un ejemplo en donde mirarse. La deliberación con nuestro consultante comenzó con una
pregunta básica.
368
expectativas de resultados valiosos de las acciones de cambio.
2. Promover recompensas intermedias que hagan tolerable la demora hasta lograr la
meta definitiva. El hecho de que las personas persistan en un programa de cambio o
tomen y mantengan una decisión que conlleva a corto plazo privaciones, incluso
dolor, para lograr “su merecido” y beneficios con demora y a veces a largo plazo
depende, en buena medida, de que el esfuerzo y el sacrificio de ahora reciba, entre
tanto, aprobación, reconocimiento social y elogios.
3. Cuando la administración de consecuencias recompensantes es un procedimiento
deliberado en un programa de cambio, el intervalo de tiempo entre la acción de
cambio y la consecuencia deberá ser el menor posible, al menos en las primeras
fases del programa. Por otra parte, cuando un comportamiento está en la fase de
adquisición, los incentivos han de proporcionarse cada vez que tiene lugar el
comportamiento.
4. Proporcionar señales de que las demoras se están reduciendo (“ya queda
menos...”, “en realidad, va a tardar menos de lo que habíamos pensado...“).
5. El comportamiento, una vez adquirido, se hace más perseverante si las
recompensas externas se proporcionan sólo ocasionalmente y con intervalos de
demora variable entre la acción y las recompensas. Quienes están acostumbrados a
recibir recompensas de manera inmediata y cada vez que hacen algo, se desaniman
más fácilmente cuando alguna vez sus esfuerzos no reciben recompensas.
6. Cuando se trata de los comportamientos complejos (resolver un problema,
mantener una discusión, razonar los pros y contras de una decisión, hacer frente al
estrés y otros muchos) que requieren ir dominando metas parciales, es preciso que
las metas parciales alcanzadas en el aprendizaje de las habilidades o cambios
complejos reciban una adecuada recompensa sin esperar a la meta final propuesta.
369
susceptibles de merecer y recibir reforzamiento.
Así, por ejemplo, Jesús es traído por sus padres a consulta y comienzan a
describirlo como un joven “sin oficio ni beneficio”, “no hace nada”, “pasa
casi todo el día con sus amigotes”, “llega a casa algo bebido”, “cuando va a
pedir trabajo no hay quien le entreviste con esa vestimenta y con esos
pelos”. Los primeros minutos de la entrevista sirvieron para identificar un
estilo transaccional de los padres basado en el castigo y en la reprimenda,
sirvieron también para identificar unos padres preocupados por la situación de
su hijo. El consultor hizo salir a los padres y se quedó a solas con Jesús. Su
primer objetivo fue el de establecer una fuerte alianza y para ello tuvo que
conectar emocionalmente con Jesús y subrayar el poder que tiene para dirigir,
370
que no “reorientar”, su vida. Dirigir su vida implica que Jesús podía llevar el
mismo rumbo que llevaba o podía cambiarlo si él así lo decidía (“Jesús, he
hecho que tus padres salieran de la consulta para hablar a solas contigo y
dejarte una cosa muy clara. Yo no voy a hacer nada aquí que tú no
decidas…”). Jesús, tras la primera entrevista, inició un proceso de cambio,
siempre deliberado con él y dirigido por él. Decidió cambiar de aspecto y
planificó varias entrevistas de trabajo, todo ello escasamente percibido por el
padre que apenas paraba en casa; sin embargo, estos cambios eran muy
despreciados por sus colegas, sus únicos amigos, incluso algunos de ellos
comenzaron a apartarse de él. Se encontró en el siguiente contexto: unos
cambios que sus padres ansiaban, apenas eran reforzados y en cambio eran
muy castigados por sus amigos. Afrontar con éxito esta situación crítica por
parte del consultante requirió, además de anticiparlo, validar a Jesús y
empoderarle especialmente para rediseñar su propio ambiente familiar y las
relaciones con sus colegas.
Así, por ejemplo, las conductas de re-aseguración de Elena (caso 5, cap. 10)
se pueden extinguir más rápidamente si el consejero, además de retirar su
atención a sus preguntas de comprobación, orienta a la madre para que no
responda a las preguntas de re-aseguración de Elena, y facilita que ésta
aprenda nuevas reglas verbales como “la verdad es que la incertidumbre es
inevitable y forma parte de la vida”.
13.3.2. Procedimientos
371
aceptables
La metáfora de Ulises (véase capítulo 17) resume muy bien la importancia que el
control de estímulos o rediseño del ambiente tiene para facilitar las diferentes opciones y
objetivos de cambio. El rediseño del ambiente en relación con las contingencias orienta
elentorno social inmediato para que suprima todas aquellas contingencias positivas
(atención social, algún tipo de ganancias o beneficios) que mantienen un
comportamientoproblema y proporcione contingencias positivas a las conductas
relevantes que están en la dirección del cambio.
Así, por ejemplo, las quejas de Juan (caso 3, cap. 10) pueden extinguirse
más rápidamente si se logra la colaboración de sus familiares para que no
presten atención a su facies triste, a estar postrado en el sofá o en su cama, no
le pregunten reiteradamente “¿cómo estás?”, o sencillamente le pidan ayuda
para realizar determinadas tareas que, al principio, resulten fáciles de realizar ;
las conductas de evitación y de lavatorio de manos de Ángel (caso 2, cap. 10)
pueden extinguirse más rápidamente si se logra el compromiso de su pareja
para no prestar atención a estas conductas; y el relato de las experiencias
delirantes de Rosa (caso 6, cap. 10) permite que puedan ser sometidas a
procesos de extinción si se logra el compromiso de las hijas para que no sean
objeto de atención social y, por el contrario, atiendan a los relatos que denoten
interés por sus actividades sociales.
372
la percepción periódica del progreso que se va logrando; acordar la tarea de
que los padres “pillen”, anoten y refuercen las conductas positivas de su hijo
es una manera fácil de planificar y administrar incentivos a las conductas
relevantes positivas.
Así, por ejemplo, Pedro, un niño de 5 años, comienza a mojar la cama por la
noche coincidiendo con el nacimiento de un hermanito. Analizadas las
contingencias de orinarse la cama, se observan muchas ganancias secundarias
(mayor atención social de los padres, cambiar las sábanas al niño por la noche
para que no esté incómodo, hacer cosas por él que le impiden
responsabilizarse de su propia conducta). No pocos de estos problemas se han
podido resolver con un reajuste global de las contingencias que conllevan
procesos de extinción, refuerzo positivo de las conductas de autonomía y de
autocuidado y coste de respuesta de las conductas no aceptables (mojar la
cama). El coste de respuesta puede incluso conllevar un verdadero calvario
para los padres y para el niño. Si la cama está mojada, despertar al niño y
cambiar las sábanas, lavarlas, tenderlas y repetir esta operación cada vez que
moje la cama, aunque, como sostienen Nardone y Portelli (2006: 158), ocurra
cien veces.
373
Una manera de hacerlo es a través de la autoobservación de los propios logros.
Esto resulta estimulante, mientras que la autoobservación de los fracasos es
desalentadora, produce pocos cambios y disminuye los logros de ejecución. Otra manera
de hacerlo es a través del autoelogio. Se comenta con ellos que quienes se auto-
recompensan por los logros obtenidos suelen progresar mejor que quienes no lo hacen, y
que las auto-recompensas por los logros suelen ser más efectivas para el cambio que los
auto-reproches por los errores cometidos. Para ello, se acuerdan procedimientos
específicos que aseguren su práctica repetida, como “enchufarse” al propio diario
personal en donde se van anotando los logros que se van obteniendo o a la sinfonía
producida por el autolenguaje que los reproduce de manera repetida hasta automatizarlos
(“Ya me lo dijeron, que cada vez que afrontase con éxito… lo anotara y lo comentara
a…” ), por los autoelogios por los esfuerzos realizados (“¡Qué bien! He sido capaz
de...”), la demora tolerada, las dificultades afrontadas, los cambios efectivos y por las
autocensuras por la falta de implicación en el proceso de cambio o por otros motivos.
b) Activar el autocontrol
Así, por ejemplo, evitar realizar una acción placentera pero considerada
indebida según los valores personales, como resistir la tentación de comer un
manjar delicioso que está ahí disponible para poder mantener el compromiso
con un plan de pérdida de peso, abstenerse de beber o de fumar a pesar de la
presión del grupo, demorar la recompensa de una golosina o de un divertido
juego hasta haber completado disciplinadamente una ardua sesión de estudio,
tolerar la frustración de posponer el acto sexual hasta disponer de un
preservativo, persistir en un entrenamiento deportivo, aunque el éxito final
esté lejano y no esté seguro, optar por una recompensa demorada mayor en
lugar de escoger otra más pequeña que esté a mano.
374
Identificar momentos críticos en los que se producen “tentaciones”, actualizar los
valores y consecuencias mediante el autolenguaje (“Ya me dijeron que esto podía pasar
y que me puede ayudar preguntarme: ‘¿Me compensa o no me compensa tirar por la
borda los esfuerzos realizados y haber llegado hasta aquí por esta tentación que es
fugaz y pasajera? ¿Cuánto me importa?’ ), pedir ayuda y rediseñar el contexto forman
parte de una buena estrategia de autocontrol (cuadro 13.6).
375
costosas y conllevan privaciones y dolor, mientras que las consecuencias positivas
asociadas a la solución del problema se hacen esperar.
Cualquiera que sea el problema por el que nos consultan, todos los planes de acción
que se diseñen contemplarán, además de las acciones propias para la solución del
problema, el desarrollo de experiencias satisfactorias y de bienestar que actúen como
reforzamiento positivo de las conductas alternativas y de las acciones de cambio
376
iniciadas. Activar conductas alternativas (véase “activación conductual”) tiene un doble
propósito. Por una parte, se trata de que el foco de la atención no se centre
exclusivamente en el problema que se está tratando de resolver y en las dificultades que
plantea, sino también entodos aquellos resultados que hacen que compense el haber
tomado la decisión de resolverlo. Por otra parte, las actividades reforzantes hacen que la
vida personal no se defina tan sólo ni preferentemente por el hecho de estar
experimentando el problema. Todo ello requiere invitar a las personas que piden ayuda a
que “se echen un amante” metafórico, lo cual implica indagar y planificar intereses,
actividades, situaciones en las que ocuparse (pintura, pesca, deportes, juegos, viajes,
integrarse en organizaciones sociales, tertulias, etc.) y personas con las que charlar,
entretenerse, divertirse y ayudar.
377
consejero acuerde con el consultante una llamada telefónica para que éste le notifique el
resultado de un afrontamiento con éxito y no esperar a la cita programada.
378
14
379
requiere un rediseño personal de manera que el profesor pueda deliberar con
el consultante sobre el valor de este nuevo aprendizaje, predisponerle a esta
nueva perspectiva y permitir que el alumno tome la decisión de acometerlo.
Requiere también ejercicio, práctica y ensayo repetido de la habilidad
lingüística hasta adquirir el dominio. Sin duda, el alumno va a ver facilitado
sobremanera este objetivo si viaja al país donde se hable el nuevo idioma y se
expone a nuevos modelos y estímulos discriminativos, lo que comporta
recursos económicos y, por último, el aprendizaje se consolidará en la medida
en que resulte funcional –rediseño de contingencias– y el alumno perciba que
se le entiende, logra comunicarse con éxito y es objeto de reconocimiento.
Con esta metáfora, podemos reproducir cualquier nuevo aprendizaje que
implica la intervención psicológica y en el que el alumno o, dicho de otra
manera, el consultante, toma un papel activo.
380
Cuadro 14.1. La herejía de la acción
Nardone y Watzlawick (2007) se refieren a la acción o al obrar como una ‘herejía’ contra los
procesos de cambio santificados por la mayor parte de las psicoterapias. Éstas sostienen que para
cambiar un comportamiento erróneo o disfuncional hay que cambiar primero la manera de pensar
del “paciente” como conditio sine qua non, es decir, como condición sin la cual no es posible
cambiar su manera de obrar. En la perspectiva piagetiana del desarrollo y del co nocimiento, puede
decirse que conocemos nuestro contexto porque actuamos sobre el mismo y esta acción nos
permite, a su vez, construirnos y desarrollarnos como individuos, como algo diferente del contexto
en donde operamos. Sin negar la importancia que el conocimiento y el pensamiento tienen sobre la
acción, lo cierto es que los procesos de cambio y de aprendizaje tienen lugar sobre todo por
experiencias biográficas en las que el obrar y la acción tienen un lugar preeminente. Una gran parte
de las resistencias al cambio provienen precisamente de la adopción de procedimientos de insight
alejados del ámbito experiencial de los consultantes. Desde esta perspectiva, la ayuda psicológica no
sería tanto un lugar en donde sólo se habla de la vida, sería más bien un taller de la vida en donde se
delibera pero, sobre todo, se invita a la acción y se proporcionan nuevas experiencias de aprendizaje
a través de la acción.
14.2. Procedimiento
381
acción que nos ha referido, ¡nunca sobre la acción! Pues bien, ¿por qué no
organizar el contexto del CP de manera tal que el consultor u otras personas
muestren el tabaco y hagan ostentación del mismo para suscitar realmente el
deseo y proporcionen, de esta manera, una oportunidad real para manejarlo?
¿No sería un camino más directo para el objetivo que pretendemos?
Tanto para suscitar e identificar CR1, como para provocar CR2, podemos hacer
arreglos en la misma consulta, tales como propiciar simulaciones, ensayos, discusiones ad
hoc, etc. En el caso de una persona con rituales de comprobación que tolera mal la
incertidumbre, podemos decirle al finalizar la entrevista “tenía que decirle algo muy
importante pero estoy pensando que mejor se lo comento en la próxima entrevista”.
Esta experiencia, al exponerla a la incertidumbre, puede provocar, y confirmar, la
382
existencia de rituales de comprobación (CR1) si, en efecto, permanece en la consulta
demandando que por favor le revelemos eso tan importante que teníamos que decirle. De
la misma manera, podemos crear situaciones en las que resulte fácil la aparición de CR2
y reforzarlas.
Identificar conductas relevantes puede parecer una tarea fácil si se conocen,
sencillamente, las manifestaciones conductuales de los problemas psicológicos y se
conocen también las manifestaciones conductuales alternativas. No obstante, en la
práctica, no es tan sencillo y se requiere una enorme capacidad de observación y sutileza.
El siguiente ejercicio (cuadro 14.2) ejemplifica lo que se está diciendo.
Cabe preguntarse si la petición que hace María a su consultora de que hable con sus
padres para que la dejen ir de excursión es una CR1 o es, por el contrario, una CR2. A
primera vista, podría pensarse que se trata de una conducta de evitación, pero si tenemos
en cuenta que María no realiza peticiones ni a familiares ni a personas extrañas y que,
por primera vez, se está atreviendo a formular una petición a su consultor psicológico,
quizás no tendríamos dudas en catalogar esta conducta como un progreso claro. La
distinción es de suma importancia, porque la reacción de esta consultora está resultando
contraproducente para motivar el progreso de María ya comenzado y, quizás, hubiera
sido más aconsejable que le dijera “María, estoy francamente sorprendida, ¿te das
383
cuenta de que te estás atreviendo a pedir aquello que deseas? ¡Me estás pidiendo que
les diga a tus padres que te dejen ir de excursión con tus amigas! Y, además, me lo has
dicho mirándome a la cara”.
384
14.2.3. Facilitar y repetir acciones ajustadas al ritmo del consultante
Así, por ejemplo, en un caso de una joven con un repertorio social inhibido
que se sentía presionada y abrumada por no saber cómo responder ante
determinadas preguntas y demandas en su lugar de trabajo, el consultor estuvo
modelando y moldeando una posible respuesta asertiva y ajustada de
afrontamiento. Tras varios ensayos repetidos y ante diferentes niveles de
dificultad de la presión referida, el consultor le preguntó cómo era su estado
de ánimo. La consultante refirió sentirse sorprendentemente muy animada,
cuando minutos antes, afrontar aquello le había parecido imposible. El pasar a
la acción y, sobre todo, el percibir que podía ejecutarla con éxito, pareció
infundirle un ánimo insospechado, más que si se hubiera estado sólo hablando
385
de cómo hacerlo. La expectativa de eficacia y de resultados se amplifica
sobremanera cuando se pasa a la acción y se percibe éxito, aunque sólo sea en
contextos simulados.
386
14.2.5. Convertir el escenario en taller social de entrenamiento
387
Otras veces, la gestión de la acción se orienta a ayudar o entrenar al consultante a
relajarse o a manejar situaciones interpersonales difíciles. Esto es lo que se hizo para
ayudar a Ana (capítulo 10, caso 1) a solventar un problema con su hijo. Después de
deliberar con Ana sobre lo intolerable o no de que su hijo llevara a su novia a casa y
definir con claridad sus propios objetivos, decidió que era importante conversar con su
hijo el problema. Definimos los pasos y simulamos en el propio escenario de la entrevista
una manera de dialogar y resolver el problema con su hijo. En el cuadro 14.4 se
reproducen los pasos finales del proceso de simulación en la entrevista. Bastó una sola
sesión y un control telefónico en el que notificó que el problema se había resuelto de
manera satisfactoria.
388
Otros muchos problemas de nuestros consultantes “se fabrican” en el contexto de
situaciones interpersonales difíciles (invitaciones a consumir drogas, discusiones de
pareja, relaciones con los compañeros de trabajo, etc.) y ayudarles implica a menudo
promover su capacitación para tener un mayor control de estas situaciones, actuando de
una manera apropiada.
14.3.1. Justificación
389
Con la activación conductual, se pretende contrarrestar las conductas de escape y de
evitación que permiten librarse, a corto plazo, de circunstancias aversivas y poco
gratificantes, pero que, a largo plazo, aíslan y alejan a las personas de los contextos en
los que podrían lograr resultados y experiencias satisfactorias “antidepresivas” mediante
sus acciones, lo cual agrava su estado de ánimo.
Así, por ejemplo, Juan (capítulo 10, caso 3) tuvo un incidente humillante en
el trabajo. Le resultó tan desagradable y pasó tanta vergüenza, que dejó el
trabajo, se refugió en casa y terminó por aislarse. Redujo todo contacto social
y únicamente encontraba el consuelo de su familia, que le animaba a que se
repusiera. Llegó un momento en que este comportamiento resultó tan
desagradable a su propia familia que ésta pasó a reprenderle. El proceso
continuaba así días y días de la misma manera, hasta el punto que terminó por
aislarse de cualquier contacto social y comenzó a experimentar pérdidas
sociales de situaciones que antes eran satisfactorias: comenzó a desarrollar una
depresión.
390
Los programas de activación conductual proponen a las personas que experimentan
depresión un doble objetivo:
391
proceso de la experiencia fruto de nuevas acciones. Comportarse “como si” es un
camino directo para construir la realidad de cada uno. Es una modalidad de
experimentación que implica “cambiar la manera de actuar para cambiar”. Es el
cambio a través del cambio. Actuando de otra manera diferente a como habitualmente se
actúa, se logra que los nuevos comportamientos alternativos, manifiestos y encubiertos –
emociones, maneras de pensar–, queden embebidos en las nuevas transacciones
naturales que ellos mismos producen, configurándose así una nueva manera habitual de
comportarse (figura 14.2). A continuación se describe en los siguientes apartados una
manera de proceder (Costa y López, 2003) con seis pasos.
Con ayuda del Modelo ABC (figura 14.2), el consejero subraya la conexión que
existe entre las diferentes dimensiones del comportamiento y, por tanto, podemos
introducir cambios en el estado de ánimo y demás dimensiones (cognitiva, perceptiva) a
través del cambio de la dimensión sobre la que tenemos más control: la dimensión
ejecutiva u operante.
392
Figura 14.2. Mecanismos del actuar “como si”.
B) Proponer un experimento
393
C) Clarificar vacilaciones y ambivalencias
394
CONSULTORA: ¿Hasta el punto de soportar el coste de tener que
hacer cosas como las que le propongo aun sin ganas y sin ánimo? ¿hasta
qué punto le importa salir de su depresión?
JUAN: Sí, para mí es muy importante. Claro que, si yo estuviera de
otro ánimo, sería más fácil...
CONSULTORA: Es verdad, sería más fácil. No haría falta incluso
que estuviéramos deliberando. Pero permítame hacerle otra pregunta
¿acaso no ha hecho en su vida cosas difíciles aun sin estar de ánimo para
ello?
JUAN: Sí, claro que sí.
CONSULTORA: Bien, usted decide. Lo que sí le puedo decir es que
la gran trampa de muchas personas que se sienten como usted es esperar
a estar bien para hacer cosas cuando la solución podría ser hacer cosas
para estar bien.
JUAN: Es verdad eso que dice. Lo tengo claro. Voy a realizar esto
que me propone.
CONSULTORA: Le felicito, porque no resulta fácil tomar esta
decisión.
Así, por ejemplo, durante esta fase de delimitación del nuevo rol, la
especificación de las acciones ha de hacerse con sumo detalle teniendo en
cuenta hasta los asuntos más triviales y adaptada a los niveles del consultante:
qué decir a quién cuando te pregunten qué cosa y cómo, qué hacer, cuando y
395
a qué hora. Se ha de prestar especial atención a los aspectos no verbales: el
tono de voz, el modo de sonreír, la manera de caminar, la expresión verbal
directa y firme, etc.
Este nuevo comportamiento, papel o actuación puede ser modelado y moldeado por
el propio consejero.
396
Son acciones y tareas, acordadas y planificadas conjuntamente entre consejero y
consultante, que este último ha de realizar en los escenarios de la vida cotidiana para
ampliar y fortalecer los procesos de aprendizaje y de cambio.
14.4.1. Justificación
14.4.2. Procedimiento
El proceso transcurre por una serie de fases relevantes entre las que pueden destacarse
las siguientes.
1. Dejar de operar con soluciones que son parte del problema, como es el caso de la
evitación.
397
desarrollar una dependencia alcohólica.
Así, por ejemplo, hablar en público, caminar solo por la calle, utilizar los
transportes públicos o acudir a reuniones y fiestas sociales son oportunidades
con mayor rango ecológico para vencer temores que hacerlo en simulaciones o
exposiciones virtuales en el espacio seguro y confortable de la entrevista del
CP. En otro lugar (Costa y López, 2003: 264–269) se desarrollan breves guías
para ayudar a nuestros consultantes a afrontar situaciones estresantes.
4. Rediseñar o hacer arreglos en el entorno para que resulten más fáciles los cambios
de conducta. De la misma manera que Ulises (véase capítulo 17) logró llegar a
Ítaca rediseñando de manera preventiva su entorno inmediato en el barco, muchos
398
de nuestros consultantes pueden lograr mejor sus objetivos si toman parte activa
en el rediseño de sus ambientes y de sus repertorios personales. Ulises supo
combinar los arreglos ambientales y sus habilidades y competencias personales
para darse aliento y confianza y potenciar su control sobre la situación y los
riesgos.
Así, por ejemplo, las personas que están trabajando para controlar su
adicción a la nicotina pueden facilitar, en una primera fase, su control si
rediseñan su entorno: retirada de ceniceros, no frecuentar lugares en los que
resulte muy probable que se fume o se sufra la presión para hacerlo, no tener
accesible el tabaco, frecuentar lugares y compañías alternativas; personas con
problemas en sus estudios pueden mejorar su rendimiento si aprenden a
reorganizar su tiempo de ocio, se hacen un plan de estudios y hasta rediseñan
su habitación con señales discriminativas de manera que su estudio resulte
grato y confortable.
399
unos minutos al final de la entrevista para acordar el compromiso y al comienzo
para revisar lo realizado.
4. Realistas y adecuadas. Han de ajustarse tanto a las competencias y habilidades del
consultante como a las posibilidades que plantea su entorno en relación con la
viabilidad y con la disponibilidad de recursos pertinentes.
5. Significativas y con sentido. El consultor ha de facilitar, en un proceso de
deliberación compartido, información suficiente como para que el consultante
perciba el porqué y para qué de las actividades y tareas que se acuerdan.
6. Específicas y concretas. La asignación de tareas ha de establecerse con suma
claridad y concreción, de manera que el consultante sepa qué hacer y cómo, con
qué frecuencia, cuándo y dónde hacerlo.
7. No perderlas de vista. Es tanto como establecer señales o utilizar arreglos y
registros para recordar su realización.
8. No procrastinar. Es decir, no demorarlas ni “dejarlas para mañana”.
9. Acciones con probabilidad de éxito. El éxito viene a ser una lanzadera para el
progreso. Por esta razón, los cambios que acordemos con nuestros consultantes
respecto a lo que hacen en la actualidad han de ser pequeños mejor que grandes,
suaves, de bajo coste, integrados en la vida cotidiana y que tengan probabilidad de
experimentar éxito.
10. Acciones previamente ensayadas en la consulta. Es tan importante la facilitación y
el éxito de las acciones acordadas que, en muchas ocasiones, puede resultar
necesario escenificar y ensayar, en el marco de la entrevista, la tarea.
11. Asegurar la generalización y el mantenimiento. Lo importante para que los
cambios perduren y se generalicen es que éstos resulten funcionales en la vida
cotidiana.
Así, por ejemplo, para quien tiene obesidad, perder 15 ó 20 kilos o caminar 5
km diarios pueden parecer tareas imposibles de alcanzar, mientras que perder
1–2 kilos en el próximo mes o caminar 10 minutos por la mañana para ir
400
añadiendo 5 ó 10 minutos periódicamente constituyen metas fácilmente
alcanzables; prescribir hacer ejercicio en la bicicleta estática mientras ve las
noticias en televisión o antes de comer tiene más probabilidad de realizarse
que si se prescribe a modo de desiderátum “hay que hacer ejercicio”, o se
realiza en un contexto de aburrimiento; reducir progresivamente el consumo
de nicotina, cambiando de marcas de cigarrillos con menor contenido y
reduciendo el número de cigarrillos puede reducir los costes que tiene el dejar
de fumar; cuando a alguien con fuerte inhibición social le pedimos que se
plantee exponer ante la clase un determinado tema, podemos desanimarle a
progresar, mientras que pedirle que haga preguntas a solas al profesor y
posteriormente incrementar la dificultad haciendo pequeñas preguntas en
clase, es animarle en su desarrollo; si pedimos a un consultante con crisis de
pánico que no trate de relajarse cuando perciba taquicardia –tarea indicada
para facilitar la aceptación–, probablemente no generará el compromiso que
podría desarrollar si lo hemos deliberado previamente con él, conoce las
razones y el valor de esta sugerencia y se permite ser él quien tome la decisión
de hacerlo.
1. ¿Comprende la tarea?
2. ¿Están definidas las tareas de manera específica?
3. ¿Tiene sentido para el problema que se desea resolver y significación para el
401
consultante?
4. ¿Se han identificado las objeciones o dudas principales que tiene el consultante
respecto a la tarea?
5. ¿Se han anticipado, en el caso de prescripciones farmacológicas, los posibles
efectos secundarios de la medicación?
6. ¿Se han anticipado los efectos o consecuencias que puede ocasionar la realización
de determinadas acciones o tareas y cómo afrontarlos?
7. ¿Ha tomado el consultante una firme decisión de realizar las actividades o tareas?
8. ¿Tiene el consultante competencias o habilidades para ejecutarlas?
9. ¿Existen las mejores condiciones en casa o en el entorno próximo del consultante
para ejecutar las tareas?
10. ¿Existen personas del entorno social significativo del consultante que pueden servir
de obstáculo o, por el contrario, de apoyo para la realización de las tareas?
402
Así, por ejemplo, determinados problemas de conducta infantil pueden
resolverse mejor cuando el consultor o un mediador se traslada al propio
domicilio y puede evaluar in situ las condiciones por las que se mantienen y se
desarrollan estos problemas y orientar a los padres acerca de qué hacer y no
hacer en relación con el manejo del rediseño del ambiente y de las normas, o
de las contingencias o maneras de reaccionar de los padres ante los problemas
de conducta específicos. Por otra parte, la práctica de habilidades asertivas
(establecer relaciones con desconocidos, hacer frente a demandas y
peticiones...) puede adquirirse y generalizarse mejor cuando se eligen
contextos naturales (la calle, la parada del autobús, una cafetería o un pub) en
el marco de grupos de consultantes con problemas parecidos. De la misma
manera, problemas de agorafobia pueden afrontarse mejor cuando las
prácticas de afrontamiento se realizan en la calle o en escenarios de transporte
público. Supervisar de manera directa la intervención psicológica en los
ambientes naturales permite también orientar mejor el rediseño del entorno
para atenuar el poder de los “cantos de sirena” de los riesgos y hacer
accesibles ciertos recursos y servicios. A menudo, esto puede implicar el
énfasis en el trabajo interdisciplinario de manera que otros profesionales
como los trabajadores sociales y educadores sociales puedan formar parte de
la intervención psicológica.
1. Establecer una rutina que se seguirá por sistema. En este sentido, una sesión de
Consejo puede establecerse con la siguiente secuencia: (1) Revisión de tareas, (2)
403
Discusión o ensayo de temas nuevos, (3) Asignación de tareas.
2. Proveer de reconocimiento y contingencias verbales el cumplimiento de tareas.
Felicitación por el trabajo realizado (p. ej., “veo que ha captado perfectamente el
sentido e importancia de la tarea”, “deseo felicitarle porque no resulta fácil
haberse puesto desde el comienzo a...”).
3. Identificar problemas u obstáculos encontrados en la ejecución de las tareas.
4. Deliberar y proveer de feedback para realizarlas mejor.
5. Proveer feedback de los resultados, es decir, conocer y valorar los efectos que la
tarea está teniendo en la solución del problema del consultante.
6. Facilitar la atribución interna de los resultados, es decir, que el consultante
atribuya los resultados a los esfuerzos que está realizando en el cumplimiento de
determinadas acciones.
404
15
15.1. Justificación
405
errática, inhibida, impulsiva, contraproducente, y desencadenar efectos que nos impiden
incluso aprender y corregir lo que decimos y lo que hacemos. Es entonces cuando el
lenguaje puede contribuir al desarrollo de la desadaptación y de los problemas
psicológicos.
Diferentes modelos de intervención psicológica han enfatizado la pertinencia de
influir en el lenguaje del consultante –cogniciones o pensamientos, reglas verbales– como
medio para facilitar la solución de los problemas. Una manera de hacerlo es a través del
Análisis Crítico del Lenguaje (ACL) que permite tomar distancia entre las palabras y sus
funciones. Nuestros consultantes aprenden a minimizar el valor de las palabras literales y,
por esta razón, aprenden a diferenciar el nombre de la cosa, es decir, diferenciar tener un
pensamiento (“voy a fracasar”) y una emoción (“siento miedo”) del hecho real
(experiencia de fracaso), no identifican el resultado de una acción (“evito hacer un
examen”, “he fracasado en un examen” ) o una experiencia privada (“siento miedo”,
“voy a fracasar”) con la entidad biográfica que lo realiza o experimenta (“Soy
miedoso”, “soy un fracasado”). Tomar distancia y analizar críticamente la literalidad de
las palabras permite ver, como se ha visto en páginas más atrás, el carácter transaccional,
circunstancial y cambiante de las experiencias biográficas, un criterio esencial cuando se
encara un proceso de cambio y de solución de problemas. El ACL pretende todo ello
además de utilizar el lenguaje con propiedad.
15.2. Procedimiento
Hay cuatro etapas generales que orientan el ACL y el proceso de cambio de las reglas
verbales: identificación y clarificación del repertorio verbal del consultante, validación y
respeto, aceptación y cambio, según convenga, y deliberación abierta sobre el cambio.
Identificar las reglas verbales que utilizan los consultantes es de suma importancia no sólo
para ayudarles a resolver sus problemas sino también para orientar el proceso de ayuda
del consultor. En el cuadro 15.1 se describe un listado de reglas verbales que pueden
ayudar al consultor a identificar adecuadamente los repertorios disfuncionales y diseñar
estrategias adecuadas de control y de cambio.
406
1. Atribuir causalidad a las experiencias privadas. Son expresiones o reglas verbales
que establecen de manera arbitraria y convencional que experiencias emocionales o
privadas son la causa de los problemas que afligen a las personas que las tienen:
“Saldría, pero estoy mal”, “No fumaría, pero tengo muchas ganas”, “Haría lo
que me pides, pero me siento muy inseguro”, “No lo hago porque tengo miedo”,
“Esto me ocurre porque tengo baja autoestima”, “No puedo hacer nada porque
estoy deprimido”
2. Conducirse por reglas tácitas. Con frecuencia no pocas personas se ven expuestas
a determinados cursos de acción, rígidos y contraproducentes, por seguir reglas
tácitas que jamás ponen en cuestión. “No puedo o no debo salir de casa con la
cama sin hacer”, “Tengo que hacerlo”, “Deberían hacerlo”,”No debería
sentirme así”, son expresiones, entre otras, que reflejan una manera de conducirse
“a ciegas” porque los mandatos o auto-imposiciones sólo existen en las palabras y
en la literalidad de “tener que hacerlo”.
3. Confundir “decisión” con “elección”. Hay personas que “deciden” qué hacer
presionados por el contexto y sopesando su decisión con razones para hacer más
tolerables los ámbitos de su vida. “Deciden” qué hacer y lo justifican por diversas
razones. Hay otro contexto de selección de alternativas en las que “eligen” qué
hacer también con razones pero no por razones. Es la distinción entre “me he visto
obligado a hacerlo o era lo más conveniente/”me ha dado la gana hacerlo” o “he
decidido hacerlo”, de suma importancia para afrontar nuestras reacciones, en un
contexto complejo y condicionante, y nuestras elecciones sobre las que optamos
activamente aun “sin razones”.
4. Literalidad, que promueve confusión entre hechos, experiencias o circunstancias
con valoraciones. Algunas reglas verbales convencionales que se aprenden en el
contexto social verbal califican arbitrariamente a algunos sentimientos,
pensamientos, recuerdos o experiencias como “malos” y “negativos”: “Es
espantoso, no quiero ni pensarlo”, “Esta angustia es insufrible”; “Sólo de
pensarlo me muero, me da verdadero pánico”, “Es horrible el que alguien pueda
pensar mal de mí”. Cuando se acatan estas reglas y su literalidad y no se pone en
cuestión la equivalencia literal entre la palabra que lo valora y la experiencia o
suceso a que se refiere, éstas ya no son una experiencia que las palabras califican
convencionalmente como “mala” u “horrible”, sino que se convierten en algo que
objetiva y literalmente es malo o insufrible.
407
5. Relaciones equivalentes entre el “YO” y “los OTROS” y juicios o valoraciones.
Se identifican experiencias biográficas transaccionales y circunstanciales (un
fracaso, un acto reprobable, tener sentimientos “negativos”, fallos repetitivos,...)
con la propia persona (“Soy un desastre, miserable,…”, “No tengo remedio”,
“Soy un enfermo”, “Estoy trastornado”, “Soy un egoísta”,”Son indeseables”,
“Son estúpidos”).
6. Distorsiones de la realidad. Descripciones y observaciones imprecisas e
insuficientes que pueden facilitar la abstracción selectiva (“Todo me sale mal”),
generalizaciones (”No puedes nunca confiar en nadie” ), autorreferencias (“Sólo
me pasa a mí”), pensamiento dicotómico (“O todo o nada”, “O blanco o negro”,
“O bueno o malo”), atribución de intenciones (“Algo trama contra mí”) y
expresiones claramente delirantes o alucinatorias (“Oigo voces”, “Se me aparece
mi marido después de muerto”).
Muchas de las expresiones que utilizan las personas que demandan ayuda
psicológica, en su discurso narrativo, referidas a sí mismas, a los demás o a determinadas
situaciones (“soy un desastre”, “no tengo remedio”, “no caigo bien a la gente”, “me
tienen manía”), pueden formar parte también del autolenguaje privado que utilizan ellos
en su vida habitual y que ahora hacen público ante nosotros. En ese autolenguaje han
podido incorporar reglas verbales y creencias aprendidas en los contextos de socialización
y que pueden estar actuando como reguladoras del comportamiento personal, en la
medida en que las tomen literalmente.
408
confirmar el autolenguaje y también a aumentar las dificultades
interpersonales.
Pueden referirnos el autolenguaje como “voces” que dicen oír y que hablan de ellos
(“eres un desastre” ) o les ordenan realizar determinadas acciones, como autolesionarse
o agredir a los demás (“las voces me decían que me merecía un buen castigo por ser el
desastre que soy, me sentí fatal al oírlas, me hice los cortes en los brazos y me calmé,
pero las voces vuelven una y otra vez a mortificarme” ). Al hacernos público el
autolenguaje de las alucinaciones auditivas o visuales, o de sus ideaciones delirantes,
puede no existir una correspondencia inequívoca entre lo que nos dicen que oyen y
piensan y lo que realmente experimentan en su autolenguaje, puede haber incluso
ocultamiento o tergiversación. Aun en esos casos, el hecho mismo de la narración cumple
funciones importantes en el contexto de la alianza de trabajo.
A) Pedir un ejemplo
Les pedimos que nos digan más de lo que nos dicen (“¿ A qué te refieres?
cuéntame” ), qué significa para ellos (equivalencias funcionales) “encontrar sentido”,
“estar un poco perdido”, “recuperar la ilusión”, “mi vida es un caos”, “ser un
miserable”, “oigo voces”. Les pedimos referencias contextuales y transaccionales,
ejemplos concretos de su vida diaria en la que experimentan su vida “como un caos” o
en la que “encontrarían sentido”. Los ejemplos llevan en su seno el poder clarificador
de las acciones concretas y específicas que, como se decía en los capítulos 3 y 4, son el
crisol en el que el lenguaje pone a prueba su verdad y exactitud.
409
que son también la fuente en la que se forjan los discursos mismos. En no pocos casos el
solo proceso de clarificación puede facilitar el cambio de reglas verbales (cuadro 15.2).
Como ya se ha dicho, las acciones concretas y específicas son “experimentos” reales
que ayudan a comprender, sin necesidad de mucha deliberación, la distancia entre los
dichos y los hechos.
1. Diferenciar las palabras de las cosas. Una primera vía de perturbación generada por
el lenguaje es confundir el contenido literal de las palabras que utilizamos con las
cosas y sucesos o experiencias reales: “Me moriría si alguien que valoro pone en
duda mi honradez. No lo podría soportar” (“A ver si le he entendido bien, ¿me
está diciendo que se moriría realmente si…?”).
2. Hechos reales del pasado y lo que se dice sobre ellos. “No ha servido para nada lo
que he hecho en mi juventud. Tengo una hija que se está criando sin padre”
(“¿Me estás diciendo que haber tenido la hija que tienes no ha servido para
nada?”).
3. Acontecimientos futuros en contraste con lo que se dice sobre ellos. “A pesar de
que mi situación no está mal, sin duda mi futuro va a ser negro. Lo sé” (“Por una
parte me dices que tu situación no está mal y, sin prueba alguna, afirmas con
absoluta certeza que tu futuro será negro ¿cómo es posible?”).
4. Lo que hacen en contraste con lo que ellos dicen sobre lo que hacen y lo que son.
“Soy un desastre...” (“¿A qué te refieres cuando dices que eres un desastre? ¿Me
puedes poner un ejemplo?”).
5. Los determinantes de su conducta en contraste con lo que ellos dicen que son la
“causa” de su conducta. “Fumo porque soy muy nervioso” (“¿Me estás diciendo
que la causa de que fumes es que eres muy nervioso?”).
6. Entre lo que se dicen a sí mismos con las palabras del autolenguaje y en las “voces”
que supuestamente oyen y lo que ocurre en la realidad. “Las voces me dicen que
soy un inútil y que no vale la pena que intente nada” (“Cuando me dices que las
“voces” te dicen que eres un inútil, ¿te refieres a que alguien te habla?”).
410
Esta etapa supone, como se expuso en el capítulo 3, tomar en consideración el discurso
que el consultante nos muestra cuando nos habla de sus preocupaciones, de sus
problemas y de sus expectativas, tanto si lo hace con un discurso ajustado (CR2) como si
lo hace con un discurso desajustado o des-adaptativo (CR1).
Conviene advertir que el discurso verbal de un consultante no resulta dicotómico en
relación con el ajuste (“ajustado”/“desajustado”), sino que está lleno de matices
funcionales que lo hacen más o menos ajustado o más o menos desajustado dependiendo
del contexto y de la demanda o evento que ha de afrontar. En este sentido, el consultor
ha de saber discriminar y validar con especial sensibilidad y sutileza las dos tareas básicas
de esta etapa (véase cuadro 15.3).
411
La validación en el caso de la conducta verbal ajustada puede ser utilizada para
señalar de manera específica lo que son conductas verbales relevantes y ajustadas. La
validación en el caso de la conducta verbal desajustada, por el contrario, se utiliza sólo
para mostrar empatía, acuerdo parcial u otra expresión que indique aceptación de manera
que, con preguntas pertinentes, puedan introducirse procesos de reflexión que ayuden a
clarificar y revisar dicha regla verbal sin suscitar resistencias innecesarias.
412
Así, por ejemplo, cuando procedemos, conjuntamente con el consultante, a
analizar funcionalmente el problema que nos refiere y observa con detalle las
diferentes relaciones funcionales de los eventos implicados, las
generalizaciones del propio lenguaje y las reglas verbales con que opera,
comienza a verlos con una perspectiva más crítica; cuando una persona se
expone a sus propias sensaciones interoceptivas sin evitarlas o escapar de ellas
y comienza a percibirlas con mayor confianza, su lenguaje empieza a cambiar
y puede referirse verbalmente a sus sensaciones sin el tinte de amenaza con el
que las nombraba y percibía antes de esta nueva experiencia transaccional. El
modelado verbal del consultor, cuando habla de los problemas con distancia y
sin el tinte emocional con el que el mismo consultante los refiere, deja una
impronta y cambios significativos en el uso verbal de los mismos hasta el
punto de promover una perspectiva diferente. Cuando, por sistema, el
consultor resume y da feedback de manera coherente o propone que actúe
“como si” estuviera desconectado de las emociones que siente y percibe, el
consultante puede llegar a valorar críticamente la literalidad de las palabras con
las que se refiere a sus problemas y a sus experiencias.
En otra parte (Costa y López, 2003, 2008), se refiere y se desarrolla esta técnica. El
diálogo socrático ha sido muy utilizado en el marco de lo que se han denominado
terapias cognitivo-conductuales y terapias cognitivas (Beck et al., 1983; Ellis, 1981;
Vallejo y Ruiz, 1993). El diálogo socrático se orienta a desvelar y deliberar las trampas
del lenguaje que facilitan la adopción de conductas y prácticas que pueden resultar
disfuncionales y desadaptativas. Se hace desde un marco de validación, sin forzar el
cambio, antes al contrario, se promueve la autocomprensión y el control para que sea el
consultante quien decida si cambiar o no el lenguaje que utiliza. Desde esta perspectiva,
413
el diálogo socrático es una de las expresiones más genuinas de la potenciación. Cuando la
voz del consultor cuestiona con respeto las palabras del consultante, no es una voz
“magistral” que invalida la voz del consultante. Es una voz deliberativa que comparte
poder y control y se expone a ser cuestionada, a su vez, por la voz del consultante que
toma parte activa en el diálogo. El diálogo deliberativo de la alianza de trabajo adquiere
de este modo un gran poder transformador que podrá ser transferido al diálogo interior
del autolenguaje del consultante, prolongando así sus efectos positivos en los escenarios
de la vida cotidiana, vinculados o no al problema. Cuando las voces del diálogo
deliberativo resuenan en el autolenguaje de los consultantes, pueden contribuir a
cuestionar otras voces y reglas verbales que a lo largo de la historia biográfica han podido
ejercer una influencia invalidante en la vida de los consultantes. El diálogo pretende
precisamente modelar y sugerir hablar de otro modo de las emociones, de las creencias y
pensamientos y de las conductas y sensaciones. En el cuadro 15.4 se resumen las
principales competencias verbales del psicólogo para transitar de manera fluida por un
diálogo de esta naturaleza.
414
6. Paráfrasis o reformulación de las propias frases del consultante que permitan
informarle que se le comprende y, además, focalizar aquellos aspectos más
pertinentes (“Si no le entiendo mal, usted me está diciendo (…) ¿no es así? En
relación con esto me gustaría hacerle una pregunta”).
7. Preguntas orientadas a introducir procesos de deliberación y pedir feedback del
proceso.
8. Confrontación o feedback de las contradicciones, incongruencias y mensajes
confusos observados que permitan generar discrepancia entre acciones y valores y
explorar otras formas alternativas de actuación (“Por una parte comprende que
quejarse reiteradamente no sólo no sirve para nada sino que además le desanima
y, sin embargo, usted no cesa de quejarse. ¿Cómo lo ve?”).
9. Hablar desde otras perspectivas (“Mensajes yo”), de modo que el consultante se
familiarice y acepte la existencia de otras perspectivas diferentes a la suya, tales
como la del consejero (“Yo lo veo de otra manera...”) u otras personas de su
entorno (“Veo que su esposa este tema lo ve de otra manera. En concreto…”).
10. Proveer de información que permita acceder a información contrastada y que el
consultante pueda adoptar decisiones “informadas” en relación con los cambios
(“Si me permite, me gustaría compartir con usted la información de la que
disponemos sobre este tema del que estamos deliberando, y como no puede ser de
otra manera, será usted quien decida qué hacer”).
11. Recapitulación para ofrecer un encuadre y organizar el proceso de diálogo y
deliberación.
12. Reconocimiento de los progresos y logros alcanzados.
13. Hacer un balance de decisiones identificando los “pros” y “contras” de diferentes
opciones, en especial cuando hay ambivalencias y procede valorarlas.
14. Neutralizar las resistencias al cambio escuchándolas, validándolas, observando
aspectos valiosos en las mismas y señalando la capacidad de negarse al cambio.
415
que”) y, de esa manera, someterlas a reflexión y debate. Existen temores y creencias sin
lógica que se mantienen porque están controlados por las consecuencias, imaginadas y
anticipadas, que no reales, que se derivarían de no seguir la regla correspondiente.
Así, por ejemplo, una persona puede evitar invitar a salir a una chica o un
chico por temor a que algo terrible pudiera suceder; o una mujer puede
demorar su salida de casa hasta no dejar las cosas de la casa como “deberían
estar”, es decir, ordenadas, perfectas, limpias; un opositor puede evitar
repetidamente presentarse al examen de las oposiciones por no tenerlo
perfectamente preparado, es decir, conforme a como “debería” tenerlo. El
consejero, mediante preguntas que les hagan pensar en las consecuencias
reales que se derivarían, contribuye a que se revisen las reglas implícitas y la
propia literalidad de las palabras utilizadas.
416
Figura 15.1. Técnica de la flecha descendente.
417
Una manera de enfatizar las consecuencias es exagerando la regla verbal de tal
manera que resulte absurda su formulación e imposible su cumplimiento (cuadros 15.7 y
15.8).
418
C) Hacer sugerencias paradójicas y usar el sentido del humor
419
Otros ejemplos del empleo del sentido del humor se describen en el cuadro 15.10.
420
421
D) Desactivar las funciones de causalidad que se otorgan a las experiencias privadas
Cuando en las expresiones verbales se vincula una acción a una supuesta causa
privada (“Bebí porque me sentí mal” o “no salgo de casa porque estoy deprimida”), se
está sugiriendo que la condición necesaria para pasar a la acción es cambiar primero
422
cómo uno se siente, lo que implica también combatir y rechazar una reacción natural
(respuesta emocional de ansiedad o de tristeza) ante cualquier circunstancia de la vida
con el inconveniente de intentar controlar un evento de difícil control. Otras expresiones
verbales (“Me sentí mal y bebí” o “no salgo de casa y estoy deprimida”), sin embargo,
sugieren que la acción puede transcurrir contando con lo que se siente. Bastaría con
decidir qué hacer y aceptar las reacciones emocionales acompañantes si bien con el
compromiso de no apartarse de la dirección elegida. En la figura 5.2 se describen
diferentes implicaciones según una regla verbal u otra.
Podríamos imaginar por un momento que este consultor que está dialogando con el
consultante que decidió beber cayera en la trampa de esta regla verbal disfuncional y
accediera a interesarse focalmente por el estado de ánimo que supuestamente causó el
que bebiera y, por consiguiente, se centrara en las mil y una maneras de removerlo. ¿Qué
consecuencias tendría para la intervención psicológica?
423
refiere el consultante como “causa” de la recaída en la bebida. Esta
focalización con la intención de remover la emoción “causante” no es neutra,
por el contrario, puede incluso resultar contraproducente. Además de prestar
una atención excesiva al desliz o recaída en la conducta de beber del
consultante, puede suscitar una reactivación adicional de la propia emoción,
una facilitación del fallo por la sobreactivación emocional, un sentimiento de
indefensión añadido porque una y otra vez se repite el fallo y, lo que es peor,
reduce espacio y tiempo en dotar de valor a la conducta alternativa. La mejor
estrategia para afrontar las experiencias emocionales es aceptarlas sin más,
validarlas y comprenderlas para que no sean un obstáculo de lo que realmente
importa: la acción que se desea emprender.
424
CONSULTORA: Más bien, podríamos decir que usted tiene en
determinados momentos sensaciones de tensión y nerviosismo, y que
también tiene pensamientos de “ser un desastre” pero usted, en modo
alguno, es sus “emociones” ni tampoco “es un desastre”. Quizás con una
metáfora lo va a entender mejor. Si yo le invitara a contemplar, a través
de la ventana, el cielo lleno de nubes, podría observar nubes blancas y
nubes muy negras que amenazan chubascos pero que se mueven a gran
velocidad. Usted distinguiría perfectamente el cielo de las nubes, ¿no es
así?
JAVIER: Sí, así es. No son lo mismo.
CONSULTORA: En efecto, como tampoco son lo mismo usted y las
emociones que experimenta. Éstas, como las nubes, son pasajeras y
cambian. De hecho, en unos minutos, posiblemente, el cielo haya
cambiado de aspecto, como también cambian sus emociones en la medida
en que cambia usted de situación. Metafóricamente, las nubes blancas
podrían representar emociones de placidez, de relajación, y las nubes
negras podrían representar emociones de tensión y nerviosismo.
Permítame hacerle una pregunta: ¿qué ocurriría si usted se centra
reiteradamente en las nubes negras presagiando nubarrones y no viera el
contexto, el cielo que contiene nubes negras y también nubes blancas y
que además se mueven a gran velocidad?
JAVIER: Creo entenderle. El cielo soy yo y las nubes son de diferente
tipo, como mis emociones, y así me llego a obsesionar y no llego a ver
otra cosa que lo negativo.
CONSULTORA: Veo que lo ha entendido perfectamente. No obstante,
me gustaría hacer una precisión en relación con lo que dice de que no
llega a ver otra cosa que lo ‘negativo’. ¿Eso quiere decir que los
nubarrones oscuros son negativos? ¿diría lo mismo si hay sequía y los
nubarrones anuncian agua abundante?
JAVIER: Entiendo.
CONSULTORA: Eso mismo ocurre con las emociones. No son ni
positivas, ni negativas. La tensión, por ejemplo, la experimentamos todas
las personas y son señales que nos avisan de algo. La tensión puede
anunciarle que hay cosas de su vida que le preocupan, y bastante, por lo
que nos cuenta. Usted no es la tensión, pero usted la experimenta y es útil
425
porque le está indicando que hay problemas que quiere resolver. ¿Le
parece que hablemos de ellos?
426
Se pone énfasis en la acción, en la experiencia directa y en los hechos de la vida que
nos recomienda el Principio Estratégico 3 (Compromiso con la Acción) como una
manera de facilitar un análisis crítico de la literalidad y de distinguir los dichos de los
hechos y las palabras de las cosas.
Diálogo 1
427
mi honradez. No lo podría soportar.
CONSULTOR: Dices que te morirías y que no podrías soportar si
alguien a quien aprecias dudara de tu honradez. Una cosas es lo que
dices y otra cosa son los hechos a los que te refieres. Realmente, ¿podrías
sostener que si yo dudara de tu honradez te morirías automáticamente?
CONSULTANTE: Hombre, no. Pero es una forma de hablar.
CONSULTOR: Es cierto, es una forma de hablar, pero es una forma
de hablar que de tanto repetirlo llegamos a pensarlo y a creerlo
inadvertidamente y, realmente, nos estamos mintiendo a nosotros mismos.
Es verdad que no nos gustaría que alguien dudara de nuestra honestidad
u honradez, pero eso, ¿nos provocaría la muerte?
Diálogo 2
Diálogo 3
428
La aceptación se orienta hacia aquello que no es posible cambiar o hacia las
conductas encubiertas que, de no aceptarse, pueden hacer difícil el cambio. Los valores y
objetivos importantes vienen a señalar ese cambio de dirección hacia donde remontar y
progresar. A menudo, la deliberación con los consultantes puede encallar y entrar en un
terreno pantanoso al hablar reiteradamente sobre lo “irracional” o disfuncional de la
conformidad con los comportamientos del problema, como supuesta llave para resolver
sus problemas. Pareciera como si las ruedas del cambio patinaran y estuviéramos quietos
sin avanzar. Es en este contexto donde la deliberación sobre los valores cobra una
especial importancia para encontrar luz y dirección en relación con las acciones a
emprender. Deliberar sobre los valores y objetivos se convierte en un factor que clarifica,
orienta y aporta un ánimo renovado para pasar a la acción. Los valores cargan de sentido
lo que hacemos y lo que pretendemos hacer. El cambio es un horizonte factible cuando el
consultante siente y decide que hay algo que realmente le importa y desea hacer.
En las denominadas terapias conductuales de tercera generación, entre ellas la
Terapia de Aceptación y Compromiso (TAC) y la Psicoterapia Analítico-Funcional
(PAF), se enfatiza el compromiso con los valores como expresiones verbales que
especifican reforzadores y acciones que realmente importan a los consultantes y al
entorno social en donde viven. Son valores socialmente conscientes que orientan no sólo
metas ecológicas, ambientales y de justicia social, ya que el bienestar personal está
estrechamente entramado con el bienestar del entorno, sino también valores personales
orientados a al bienestar personal. Los valores de la ecología social nos dicen que la
mejor manera de mantener el bienestar personal es logrando que las personas resulten
agentes proactivos en sus propios entornos sociales para maximizar el refuerzo positivo y
minimizar el control aversivo a largo plazo. En otras palabras, facilitando que sean
agentes activos en la construcción de ambientes personales gratos. Todo ello orienta
también el diálogo socrático. En el cuadro 15.13 el consultor delibera con un consultante
que reiteradamente enfatiza su dificultad para pasar a la acción y trae a colación los
valores y objetivos como recursos para el cambio.
429
María, estudiante universitaria, ecologista, se queja a menudo de sus dificultades
para convivir con otras personas. Refiere que algunas personas, amigas suyas, han
desistido de convivir con ella. María presenta un buen repertorio de habilidades sociales,
no obstante la convivencia con ella no resulta fácil. Una consejera delibera con ella sobre
el valor de cuidar el entorno social inmediato y se plantean el objetivo de mejorar su
competencia en “ecología social”.
430
CONSEJERA: María, por lo que me cuentas, te cuesta convivir con
otras personas. Al final te dejan o te vas de la vivienda que has
compartido.
MARÍA: Sí, así es, me dicen que sólo pienso en mí, se empiezan a
meter conmigo y constantemente me dicen lo que tengo que hacer cuando
yo no me meto con ellos (…). Terminamos enfadándonos.
CONSEJERA: No es agradable estar escuchando a alguien
diciéndote lo que tienes que hacer.
MARÍA: Desde luego.
CONSEJERA: ¿A qué crees que se refieren cuando te dicen que “sólo
piensas en ti”? ¿Podrías ponerme algún ejemplo?
MARÍA: Sí, desde luego. Me imagino que se refieren a algunas
costumbres mías. Cuando voy a la cocina me gusta comerme un trozo de
fruta y la que me sobra la dejo encima de la mesa, o me hago un plato de
comida y dejo los cacharros sin fregar en el lavadero y sin limpiar la
mesa, quienes conviven conmigo se cabrean y me dicen que no deje
basura por medio o que deje recogida la cocina o el cuarto de baño
cuando lo utilizo (…) y ya la tenemos liada.
CONSEJERA: ¿Y qué opinas de ello?
MARÍA: Alguna razón tienen, pero es que se me olvida, es una
costumbre que tengo, quizás por mi madre, que yo sabía que ella siempre
venía detrás de mí e iba recogiendo todo lo que yo dejaba.
CONSEJERA: No me cabe duda de que hay razones para tener esas
costumbres. La cuestión es si deseas seguir con ellas.
MARÍA: No, desde luego que no, pero no me resulta fácil y, además,
creo que exageran.
CONSEJERA: En efecto, no es fácil cambiarlas e incluso es posible
que exageren. La pregunta quizás sería si te importa o no cambiarlas, con
independencia de que exageren o no y con independencia también de que,
además, en efecto, puede que no resulte fácil. Eres tú quien tiene la
capacidad de decidirlo, es tu vida.
MARÍA: No, si ya... No sé.
CONSEJERA: [Comentario que conecta con un valor cultural de
María: el ecologismo] María, me pregunto hasta qué punto es importante
para tí cuidar el “ecosistema social” en el que vives y convives.
431
MARÍA: ¿Qué quieres decir?
CONSEJERA: Parece que has tenido dificultades en las diferentes
experiencias de convivencia, que no son otra cosa que ecosistemas
sociales que has contribuido a configurar. En este sentido, mi pregunta
tiene como objetivo averiguar cuánto te importa mejorar el
funcionamiento del ‘ecosistema social’ del que formas parte.
MARÍA: Entiendo. Me importa mucho.
CONSEJERA: Si tuvieras una varita mágica y pudieras cambiar lo
que quisieras de tu vida cotidiana, de las experiencias cotidianas de
convivencia, ¿qué cambiarías?
MARÍA: Me gustaría relacionarme bien, que mis amigos hablaran
bien de mí y que dejaran de llamarme ecologista “teórica”, que se
sintieran orgullosos de mí y que desearan estar conmigo, que me echaran
de menos.
CONSEJERA: Vamos, que fueras una experta en “ecología social
práctica” con capacidad para crear ambientes sociales en donde los
“bichos humanos” desearan estar.
MARÍA [sonríe]: Eso.
CONSEJERA: María, esto nos lleva a otra pregunta: ¿qué cambios
tendrías que introducir en tus costumbres como para lograr reducir los
costes y aumentar los beneficios de tu presencia?
H) Uso de metáforas
El uso de las metáforas es un excelente recurso, como se verá más adelante, que se
utiliza para cambiar la función mediadora de las palabras. A través de la metáfora,
exponemos a nuestros consultantes a circunstancias que tal vez habían evitado hasta
ahora y facilitamos que cuestionen las acciones desatinadas emprendidas para resolver el
problema que nos consultan. En el cuadro 15.14 se desarrolla un proceso metafórico que
orienta hacia la experimentación.
432
433
16
El enfoque integral del Modelo ABC nos muestra que todas las experiencias vitales, y
todos los problemas psicológicos, por tanto, son bioconductuales. En todas ellas son
copartícipes, como es obvio, la totalidad de los sistemas fisiológicos del organismo. En
concreto, la activación fisiológica es una respuesta básica del organismo ante cualquier
demanda del entorno.
En la zona de contacto que la biografía comparte con las circunstancias del contexto, las
experiencias de la vida implican una activación fisiológica, e incluso una sobreactivación si las
circunstancias son una fuente de estrés, un daño, una amenaza o una emergencia. Esta activación
se pone en marcha con la estimulación de las aferencias sensoriales que traspasan el umbral de la
puerta de entrada biográfica y tiene su sede en el funcionamiento de una estructura neurológica
especializada, activadora y moduladora, y dotada de plasticidad: el Sistema Reticular. Desde este
sistema, situado en una posición de encrucijada biológica, la activación se irradia hacia circuitos
neurológicos centrales corticales y subcorticales coordinados, a nivel del núcleo amigdalino del
sistema límbico, con procesos neurovegetativos (aumento de la frecuencia cardiaca y de la presión
arterial), neuroendocrinos y neuroinmunitarios (liberación hormonal) y neuromotores (tensión
muscular y actividad motora), en los que tiene un papel integrador el hipotálamo. Esta activación
fisiológica, cuya plasticidad contribuye a la expresión biológica de la individualidad biográfica,
cumple una función preparatoria y moduladora, pues habilita los recursos energéticos disponibles
para las transacciones de afrontamiento propias de cada experiencia vital. A su vez, la especificidad
y significación de las transacciones modulan recíprocamente la plasticidad del sistema activador.
Cuanto mayor es el nivel de activación, hay una mayor facilidad para el afrontamiento, hasta un
determinado punto, a partir del cual la sobreactivación puede conducir a un fracaso o deterioro del
rendimiento biológico y a disfunciones fisiológicas.
434
procesos neuroendocrinos (sistema simpático), permite poner en marcha numerosas
acciones que facilitan un afrontamiento efectivo de los diferentes problemas y demandas
de la vida cotidiana. Es como un motor básico sin el cual la acción no es posible, y su
arranque y puesta en funcionamiento tampoco es posible sin la acción y sin el contexto
en el que acontece la acción. Nos permite levantarnos y caminar, correr para alcanzar el
autobús y reaccionar con prontitud y de manera impetuosa o sutil para responder a las
exigencias que nos demanda cualquier tarea de la vida. Nos permite hablar, pensar,
escribir, ensoñar, amar y es especialmente sensible o vulnerable a la enfermedad y al
deterioro del organismo, que es su sustrato biológico. No obstante, este motor biológico
no puede estar crónicamente activado ni sobre-activado durante mucho tiempo, necesita
reposo y recuperar energías (sistema parasimpático) para estar preparado para nuevos
requerimientos del entorno. Este sistema necesita regulación y una adecuada gestión.
En la experiencia vital de los problemas psicológicos está muy a menudo coimplicada
una sobreactivación que si resulta persistente puede predisponer al desarrollo de
disfunciones fisiopatológicas y de enfermedades. Es entonces cuando las opciones de
reducir la activación o aumentar el reposo y el descanso se contemplan como oportunas
y necesarias. Es entonces también cuando podemos plantearnos la enseñanza-aprendizaje
de técnicas para gestionar la activación en el proceso de solución del problema.
Son varias las estrategias generales de naturaleza preventiva que se contemplan no sólo
para fortalecer el organismo y preservar un adecuado equilibrio entre activación y reposo,
sino también para promover el bienestar personal. Éstas, entre otras, son: alimentación
sana y variada, no abusar de sustancias tóxicas, desarrollar buenos hábitos de sueño y
vigilia y llevar una vida activa y con sentido. Promover estas estrategias no resulta fácil y
a menudo puede requerir ayuda.
16.2.1. Justificación
Inducir estados de relajación ha sido un recurso muy utilizado con objetivos
específicos y paliativos para promover el bienestar y para afrontar determinadas
dolencias físicas. No obstante, y como sostiene Labrador (2008), es un procedimiento
435
más usado que investigado.
A) Efectos de la relajación
Mediante la relajación se produce una disminución del nivel de activación con todos
los efectos beneficiosos que ello puede ocasionar Una revisión reciente (Manzoni et
al.,2008), parece mostrar que el entrenamiento en relajación presenta eficacia
significativa para reducir la ansiedad. El entrenamiento en relajación parece tener también
un efecto significativo en el ajuste emocional (depresión, ansiedad, hostilidad) en
pacientes agudos no quirúrgicos con cáncer (Luebbert, Dahme y Hasenbring, 2001). En
cualquier caso, conviene señalar que cuando hablamos de relajación nos estamos
refiriendo a una variedad importante de procedimientos y no parece adecuado atribuir a
todos ellos efectos y resultados similares.
16.2.2. Procedimientos
Los procedimientos para alterar los niveles o estados de activación son muy variados e
incluso dispares, desde las infusiones y la farmacopea al uso que contiene indicación de
sustancias que inducen estados de relajación, hasta la respiración abdominal y los
436
procedimientos específicamente psicológicos como son la relajación diferencial o de
Jacobson, el entrenamiento autógeno, el yoga, las técnicas de biofeedback, la meditación,
la visualización o relajación por imaginación y la hipnosis. Salvo la ingestión de infusiones
y la farmacopea al uso, el resto de procedimientos comparten algunas cualidades tales
como una cierta exposición ante las sensaciones físicas o ante ciertos estímulos que
aparecen de manera constante o rítmica como la voz de un monitor o el sonido de un
metrónomo, la preparación de un ambiente que invita al apaciguamiento, la evocación de
sensaciones físicas (musculares, propioceptivas, interoceptivas o visuales) y un
entrenamiento a través de una práctica regular y progresiva. El método general de
actuación cuando se acomete el objetivo de utilizar la relajación contempla dos pasos:
elección de un procedimiento específico y entrenamiento propiamente dicho.
437
16.3. Programa abreviado de respiración diafragmática
16.3.1. Justificación
16.3.2. Procedimiento
a) Inspiración abdominal
b) Inspiración abdominal y ventral
c) Inspiración abdominal, ventral y costal
d) Espiración
e) Ritmo Inspiración continua (abdominal-ventral-costal)-Espiración.
En estas páginas se describe sólo el procedimiento más sencillo de dos fases. Puede
438
realizarse en posición de sentado o tendido en la situación que resulte más cómoda para
percibir el movimiento de la respiración. Conviene colocar las manos una sobre el pecho
y otra sobre el abdomen, justamente debajo del ombligo, de manera que se puedan
percibir los cambios que se operan con la respiración. Si se hace tendido, pueden
colocarse unos libros en el abdomen de manera que al espirar los libros se desplazan
hacia arriba.
A) Inspiración
Coger el aire por la nariz (inspiración). Al coger el aire y entrar en los pulmones, el
diafragma baja. Lo notamos porque el abdomen se hincha. Para facilitar esto se puede
empujar “la tripa” hacia fuera al mismo tiempo que se está inspirando y se dirige el aire
inspirado a la parte inferior de los pulmones. En el ejercicio se debería percibir, al
respirar, el movimiento en la mano situada en el vientre, pero no en la situada sobre el
pecho. Si no se percibe que el diafragma desciende y no se hincha el abdomen podría
interpretarse que la respiración es deficiente.
B) Espiración
Echar el aire por la boca de manera lenta, pausada y controlada. Se deben cerrar los
labios de manera que al echar el aire pueda sentirse un ligero, silencioso y breve
resoplido. En la espiración abdominal el diafragma se relaja, sube, y el estómago
desciende y se contrae. Puede facilitarse este proceso presionando con las manos el
abdomen hacia dentro tratando de expulsar a fondo todo el aire. Mantener vacíos los
pulmones durante unos segundos y observar cómo el aire quiere entrar por sí solo en sus
pulmones. Notar que la inspiración viene por sí sola. Puede hacerse una combinación
como la siguiente: antes de espirar, presionar suavemente el abdomen de manera que el
aire pase hacia el pecho, retener el aire 2 ó 3 segundos y expulsar el aire por la boca,
suave y lentamente comprobando que lo primero que se contrae es el abdomen por la
persistente presión de éste.
Observaciones: Conviene repetir rítmicamente este proceso de inspiración-breve
retención y espiración lenta, durante 8 minutos. Concentrarse en los sonidos y
sensaciones de respiración conforme se inhala y exhala de forma lenta, silenciosa y
profunda. Cada vez que sube y baja el abdomen, percibir el estado profundo y
progresivo de relajación. Las transiciones entre retención y exhalación y entre exhalación
439
e inhalación deben ser lentas, suaves y controladas.
A lo largo del programa, durante las sesiones de entrenamiento, se entrena a las
personas para que practiquen la respiración estando de pie y ante señales de tensión
cuando surjan situaciones, espontáneas o deliberadas, de estrés. Por último y con el
objetivo de su dominio y generalización, se puede practicar la respiración diafragmática
estando de pie, por la calle, en cualquier lugar y en cualquier contexto en el que se desee
suscitar las sensaciones de relajación. De manera sistemática, el monitor preguntará por
su práctica y por los efectos de la misma, y proporcionará feedback para mejorarla.
440
17
Las técnicas descritas a lo largo de esta parte del libro adquieren una mayor versatilidad
cuando se complementan con recursos didácticos y de apoyo. Algunos de éstos los
exponemos en las siguientes páginas.
Son diferentes los ámbitos de aplicación de esta técnica. Uno de ellos, la evaluación,
permite valorar la distancia que hay entre el dicho y el hecho de lo que nos cuenta el
consultante. Es también un recurso para sopesar y calibrar adecuadamente el desempeño
de una determinada tarea o habilidad.
441
Así, por ejemplo, podemos pedir que nuestro consultante simule cualquier
escena de la vida cotidiana que le resulte problemática para hacernos una idea
más precisa de su afectación emocional y su competencia en afrontarla que si
sólo le pedimos un informe verbal. Puede ser una escena familiar con uno de
sus hijos o con su pareja, con un vecino, con su jefe o con un compañero de
trabajo o desempeñando una tarea crítica relevante para valorar el progreso en
los procesos de cambio.
17.1.2. Procedimiento
Las tareas críticas que definen el procedimiento son: a) identificar y caracterizar el papel
que se decide desempeñar en función de los objetivos de evaluación y de aprendizaje, b)
ensayar el papel o papeles que se han acordado con ayuda de modelado y el feedback, y
c) valoración del ensayo realizado.
Así, por ejemplo, con este escenario, podemos proponer al consultante que
actúe como si fuera el consultor, que explique con sus propias palabras y con
implicación emocional la importancia del compromiso personal en el proceso
442
de cambio, el sentido de la técnica que hemos decidido utilizar para resolver el
problema, el sentido de las acciones del plan de cambio (qué, cuándo, cómo,
por qué), las razones y argumentos favorables al cambio, los argumentos en
contra de las razones que se aducen habitualmente para no cambiar, las
dificultades que pueden surgir y cómo se pueden afrontar, o cualquier otra
cuestión que se considere importante. El profesional puede poner objeciones y
dificultades como si del supuesto consultante se tratara, de manera que el
consultante real responda a las mismas y se implique emocionalmente en esa
respuesta: “Ahora le voy a proponer que invirtamos los papeles. Usted va a
hacer de psicólogo y yo voy a hacer de una persona que le pide ayuda y
usted me va a explicar por qué es conveniente que me comprometa
activamente en el proceso de cambio, ¿de acuerdo?”.
b) La silla vacía
Es una técnica, creada por Fritz Perls en su Terapia Gestalt, y ha sido desarrollada
más recientemente por los enfoques cognitivo-experienciales. Se pide al consultante que
se siente frente a una silla vacía e imagine que está ocupada por otra persona significativa
o por un componente metafórico de su biografía (un sentimiento, un pensamiento, oír
voces...) o por él mismo, con los que habla. Viene a ser una exposición virtual que
443
permite reevaluar perspectivas. El diálogo que se establece con quien ocupe la silla vacía
permite resolver un conflicto o perspectivas contrapuestas en relación con deseos,
expectativas, exigencias y criterios de desempeño entre diferentes dimensiones
(emocional, cognitivo...) del mismo consultante o con diferentes personas, desbloquear la
expresión de deseos o asuntos no resueltos con personas que ya no viven. En este
diálogo el consultor puede hacer preguntas y sugerir maneras de animarlo.
El ejercicio puede ayudar a que el consultante experimente y perciba las experiencias
privadas que ha estado evitando, además de asumir la responsabilidad de la evitación
practicada y de la aceptación que ahora se propone. A partir de las sugerencias y con el
apoyo del consultor, el consultante las invita a sentarse en una silla vacía y conversa con
ellas, las reconoce, las acepta de manera empática y las reintegra de buen grado como
partes de sí mismo que tienen sentido porque hablan de la vida personal y de las
experiencias transaccionales vitales, y también de las experiencias dolorosas. Las
experiencias hablan, con gestos y con palabras, del significado que encierran las
transacciones en las que han emergido. A partir de ahí, el consultante decide qué quiere
hacer para seguir adelante afrontando las tareas del cambio en lugar de seguir
combatiéndose a sí mismo y enredándose con la evitación.
Así, por ejemplo, puede conversar con los recuerdos de sucesos traumáticos
que ha tratado de disociar, enfrascándose en múltiples tareas y recurriendo
con frecuencia al alcohol, que “permite olvidar y evadirse un poco”: “Es
verdad que la intensidad de tu dedicación al trabajo te ha permitido hacer
frente a las múltiples responsabilidades que tenías, pero también es verdad
que a menudo llegas a final del día agotada”. Puede conversar con el “niño
frágil y vulnerable” que un consultante decía ser en medio del sentimiento de
soledad que le embargaba después de un difícil proceso de divorcio, pero al
que había tratado de evitar y de mantener disociado, pues consideraba que un
adulto no podía permitirse estas “niñerías”: “Te he estado evitando durante
mucho tiempo, me recuerdas experiencias muy duras para mí, lo ocurrido
ha sido muy doloroso, me ha hecho mucho daño..., me gustaría que
conviviéramos y que nos apoyáramos para hacer lo que ahora tenemos entre
manos”. Puede conversar con la idea y el impulso de suicidio que le viene
de cuando en cuando y que trata siempre de “quitarse de la cabeza sea como
sea”: “Seguramente hay razones por las que crees que es mejor desaparecer
444
que seguir haciendo frente a una situación que consideras insoportable...”.
La silla vacía podría estar ocupada también por las reglas socioculturales que
califican o descalifican las experiencias privadas. En ese caso, la “conversación” que el
consultante establece con ellas gira en torno a la crítica de la literalidad. El ejercicio se
convierte en ejercicio de las dos sillas cuando los protagonistas de la conversación son
las experiencias privadas, en la “silla de las experiencias privadas”, y las reglas
socioculturales, en la “silla de las reglas”, pasando el consultante de una a la otra
alternativamente, acompañando sus respectivos relatos con las palabras y gestos que son
habituales en su vida diaria, lo cual ayuda al consultante a tomar conciencia de cómo se
relaciona consigo mismo. Ambas expresan su “punto de vista” y el significado que tienen
en la historia biográfica del consultante, y cada una trata de escuchar y entender el
significado de la otra, tomando conciencia del callejón sin salida en el que se han venido
metiendo hasta ahora con sus discusiones y tal vez con sus reproches mutuos.
Así, por ejemplo, “deseo poder establecer una relación íntima, aunque, por
las experiencias anteriores, no es extraño que tema un nuevo fracaso y que
muestre recelo”;“debido a las experiencias anteriores, no es extraño que
tenga recelo ante una nueva relación, pero para mí sería muy importante
una nueva relación, la deseo”.
445
17.2. El consultante imaginario
446
17.3. Otros recursos para facilitar la narración autobiográfica
Otros recursos, además del consultante imaginario, que el consultor puede utilizar para
suscitar auto-revelaciones y facilitar la narración autobiográfica son:
“No estoy seguro de haber comprendido bien..., ¿podríamos volver sobre este
asunto de nuevo?”
“Me pregunto, y no acabo de entenderlo bien, qué es lo que le lleva a pensar que
existe un complot contra usted”.
“Estoy un poco confundido... por un lado me dices que estás harta de él, y por
otro lado dices que quieres que vuelva contigo”.
“Corríjame si me equivoco pero, si le he entendido bien, lo que usted me dice
es..., no sé si lo he comprendido bien”.
447
“Tengo la sospecha, pero en realidad es sólo una sospecha que me gustaría
verificar con usted”.
Recurrimos a su experiencia y les hacemos algunas preguntas como las que figuran en el
cuadro 17.2 que pueden alentarles a practicar la exposición y aceptación de sus
emociones, pensamientos, recuerdos, fantasías, sensaciones, a comprender su significado
y a decidir qué hacer a partir de ahora contando con la aceptación de esas experiencias y
teniendo en cuenta sus valores y objetivos, al igual que habrá ocurrido en muchas otras
ocasiones en su vida. Son preguntas que contribuyen además a reforzar el análisis
448
crítico de la literalidad de las valoraciones, creencias y etiquetas verbales con las que se
refieren a las experiencias privadas y a favorecer el distanciamiento respecto a ellas.
1. “¿Alguna vez has hecho alguna cosa que te daba miedo hacer? ¿Qué querías
conseguir al hacerlo? ¿Qué ocurrió después?”
2. “¿Alguna vez has dejado de hacer algo sabiendo que te sentirías mal por dejar de
hacerlo? ¿Qué querías conseguir al dejar de hacerlo? ¿Qué ocurrió después?”
3. “¿Alguna vez has hecho algo que no te apetecía hacer? ¿Qué querías conseguir
al hacerlo? ¿Qué ocurrió después?”
4. “¿Alguna vez has hecho algo que pensabas que no debías hacer? ¿Qué querías
conseguir al hacerlo? ¿Qué ocurrió después?”
5. “¿Alguna vez has sentido un impulso ‘casi invencible’ de hacer algo, pero no lo
has hecho? ¿Por qué no lo hiciste? ¿Qué ocurrió después?”
6. “¿Alguna vez has deseado con mucha fuerza que ocurriera algo, pero eso no ha
ocurrido?”
7. “¿Alguna vez has fantaseado (soñado despierto) que ocurriera algo, pero eso no
ha ocurrido?”
Así, por ejemplo, “¿cuántas veces te has sentido con un estado de ánimo
abatido que creías que iba a durar una eternidad, y del que vino a sacarte
una buena noticia?, ¿recuerdas alguna época de tu vida en que estuviste
obsesionado con un pensamiento que después desapareció?, ¿estuviste
enamorado alguna vez y llegaste posteriormente incluso a olvidar a la
449
persona que habías amado?”
Las preguntas del cuadro 17.3 pueden plantearse como ejercicio para que los
consultantes lo hagan en casa.
Cuadro 17.3. Ejercicio “sí, pero no, pero…” para explorar las emociones y los
pensamientos propios
1. “Escribe dos situaciones en las cuales tenías miedo de hacer algo, pero lo
hiciste, ¿por qué lo hiciste?”
2. “Escribe dos situaciones en las cuales no te apetecía hacer algo, pero lo hiciste,
¿Por qué lo hiciste?”
3. “Escribe dos situaciones en las cuales te apetecía hacer algo, pero no lo hiciste,
¿Por qué no lo hiciste?”
4. “Escribe dos situaciones en las cuales pensabas que no debías hacer algo, pero
lo hiciste, ¿Por qué lo hiciste?”
5. “Escribe dos situaciones en las que has dejado de hacer algo sabiendo que te
sentirías mal por dejar de hacerlo. ¿Por qué lo has dejado de hacer?”
450
conocen y que por sí mismos no producen efectos ni se ven satisfechos fuera de
nosotros, aunque a menudo pudiéramos querer que “por arte de magia” se
convirtieran en realidad, o pudiéramos temer que se convirtieran en realidad aun no
queriendo nosotros.
En el cuadro 17.4 se desarrolla una versión del popular juego de la gallina ciega. El
sentido metafórico que este juego tiene es el de señalar los efectos de desánimo que
genera el centrarse sólo en la información negativa. Por el contrario, la esperanza y la
motivación únicamente florecen cuando tenemos oportunidad de experimentar resultados
positivos como consecuencia de lo que hacemos. Subraya la importancia del “feedback”
como procedimiento de información para cambiar, motivar y fortalecer. Suele ser muy
útil para explicar el concepto de refuerzo a padres u otras personas o grupos que no estén
451
muy versados en la teoría del refuerzo.
Cuando jugamos al juego de la “gallina ciega”, nos vamos desplazando a tientas, “dando palos de
ciego”, moviéndonos sin rumbo fijo para alcanzar a quien buscamos, mientras que los demás nos
van diciendo “frío” o “caliente”. ¿Cuál de estas dos informaciones nos resulta más útil para irnos
aproximando a la meta? Cuando, como resultado de nuestra búsqueda, nos dicen “frío”, parece
como si el esfuerzo de la búsqueda hubiera sido en vano. Si a pesar de todo, seguimos buscando, y
en el próximo intento nos vuelven a decir “frío”, y en el siguiente también, y en el otro, y en el
otro, ya no sabremos qué hacer, nos detenemos desconcertados, esperando alguna pista positiva
para orientar el rumbo perdido. Si el resultado son muchos “fríos” seguidos, puede que incluso
queramos abandonar el juego. Si el resultado de la búsqueda es la palabra “caliente”, el siguiente
paso lo damos con más ilusión, nuestros próximos movimientos se hacen más precisos y ajustados,
es más probable que volvamos a oír “caliente” y que la aproximación a quien buscamos sea más
rápida y certera”.
Miguel Costa y Ernesto López
Dos ranas cayeron en un depósito de nata. ¡Nademos! Dijo una, ¡Imposible! dijo la otra, esto es
demasiado blando para poder saltar y demasiado espeso para poder nadar. Si hemos de hundirnos,
que sea cuanto antes. Y se dejó morir.
La otra rana siguió pedaleando toda la noche y a la mañana siguiente se encontró reposando
en una sólida mantequilla comiéndose las moscas que acudían.
452
La fábula del león que tenía miedo a beber (cuadro 17.6), pretende que la descripción de
los resultados funcionales y satisfactorios (desaparece el león que estaba en el lago y se
reduce o desaparece el miedo) del afrontamiento del león, ejerza una función equivalente
a la que podría tener, por ejemplo, el afrontamiento real y directo que le estamos
sugiriendo al consultante. El hecho de que el león realice la acción de ir a beber, a pesar
del miedo que siente, le otorga a las palabras de la metáfora una equivalencia funcional
añadida con la situación del consultante que nos dice que no realiza una determinada
acción que es importante en su vida “porque tiene miedo”.
Érase una vez un león que se acercó hasta un lago de aguas quietas y cristalinas para calmar su
sed. Al inclinarse para beber, vio su cara reflejada en el agua y, atemorizado, se alejó del lago,
mientras se decía: “este lago debe de ser de ese león, tendré que tener mucho cuidado con él”.
Como tenía tanta sed, regresó al lago de nuevo, pero allí estaba otra vez el león en las aguas del
lago, y de nuevo retrocedió. Pero como su sed era muy grande y no había otras fuentes por allí,
decidió que bebería en el lago por encima de todo. Dicho y hecho. Se acercó al lago y al ver allí
otra vez al león, abrió sus enormes fauces y lanzó un fuerte rugido para espantarlo. Pero, al ver
que el otro león hacía exactamente lo mismo, salió de allí despavorido. Entre tanto, la sed se había
hecho insufrible y, como no le quedaba otra elección, no tuvo más remedio que volver al lago para
beber. Cuando por fin se atrevió a meter la cabeza en el agua, el león que siempre estaba allí
desapareció, con gran asombro y alivio suyo.
El juego del ajedrez (cuadro 17.7) puede utilizarse para facilitar el distanciamiento de las
propias experiencias privadas.
En el marco de la Terapia de Aceptación y Compromiso, se utiliza la metáfora del juego del ajedrez
para ilustrar la importancia del cambio de perspectiva en relación con las propias experiencias
emocionales (véase Wilson y Luciano, 2002: 209). En el juego del ajedrez, hay un tablero y dos
grupos de piezas, dos bandos que juegan la partida y tratan de vencer. Uno de esos bandos, el
considerado “bueno”, representaría los intentos de control y los pensamientos de autoconfianza que
quieren ganar la partida al bando “malo”, la ansiedad, la depresión, los recuerdos y las obsesiones.
Pero, en realidad, se trataría de una partida sin final, pues ambas piezas siempre están en el tablero y
el juego continúa, con más o menos beligerancia.
453
Cuando preguntamos a nuestros consultantes con qué parte del juego se identifican,
es probable que muchos nos contesten que se identifican con el bando “bueno” que lucha
contra el bando “malo” al que se le quiere ganar la partida. Pero probablemente nos dirán
también que cuanto más dispuestos están a no tener esas experiencias “malas” y más las
combaten, más presentes están, con lo cual la lucha se hace interminable y agotadora y
es además una lucha contra uno mismo, porque ambas piezas pertenecen a la biografía,
es la biografía la que las contiene a ambas. Por eso, les sugerimos un cambio de
perspectiva, que se descentren de la perspectiva convencional, y se sitúen en la
perspectiva del tablero, que sería la biografía entera, el yo, como centro de referencia y
de integración. Desde esta posición de distanciamiento y descentramiento, se analizan las
posibles opciones, que pueden ser deshacerse de las piezas o contemplar el juego entre
los bandos sin implicarse especialmente en él, como si la lucha por hacerse con el control
del bando de la ansiedad no fuese con uno. Uno no es la ansiedad o la obsesión, éstas no
son uno mismo, sino que se tienen circunstancialmente y uno puede distanciarse de ellas,
no luchar contra ellas, no ser su enemigo, no atascarse en una contienda entre ambos
bandos. Una consultante tomaba distancia de su ansiedad y depresión diciendo: ”Ya no
voy a atenderos más, ya os he atendido suficiente, ahora voy a continuar viviendo”.
Desde la perspectiva del tablero, considerado como un lugar de control y un contexto
personal en el que surgen las emociones y los pensamientos, éstos pueden ser distintos a
los experimentados desde la perspectiva de la contienda entre los dos bandos del juego.
Otros recursos didácticos pueden favorecer la capacidad para establecer distancia y
perspectiva respecto a las experiencias privadas.
Así, por ejemplo, se pueden experimentar como el árbol que alimenta con
su savia las hojas, que son como las experiencias privadas que acaban
cayendo en el otoño, como el cielo que permanece azul por encima de las
nubes o nubarrones cambiantes que van y vienen de manera transitoria, por
encima de las emociones, pensamientos, obsesiones, recuerdos que van y
vienen también, como el curso del río por el que descienden y se van las hojas
caídas de los árboles de la orilla que son las experiencias privadas. Se le pide
que cierre los ojos y que se imagine que está a la orilla de un río. Por el río
van discurriendo las hojas caídas de los árboles. A medida que surge un
pensamiento, lo coloca en una de esas hojas y ve cómo se lo lleva la corriente
río abajo y así van pasando otros y otros. “Estoy teniendo el pensamiento de
454
que esto no va a servir de nada, y lo dejo pasar, bueno, es un pensamiento,
no quiere decir que esto no vaya a servir de nada”.
Si bien la metáfora del ajedrez puede utilizarse también para promover la aceptación y
facilitar la comprensión de la inutilidad de combatir las experiencias privadas, la metáfora
de los dientes de león puede estar especialmente indicada.
Un hombre compró una casa nueva y decidió que tenía que tener un muy bonito césped. Trabajaba
en ello cada semana, haciendo todo lo que los libros de jardinería le decían que hiciera. Su
problema más grande fue lo que el césped siempre parecía tener: dientes de león que crecían donde
él no quería. La primera vez que encontró dientes de león, los arrancó. Pero, desgraciadamente,
volvieron a crecer. Fue a su tienda local de jardinería y compró herbicidas. Trabajó durante algún
tiempo, pero después de las lluvias de otoño, desgraciadamente, encontró dientes de león de nuevo.
Estuvo trabajando y limpiando su césped de dientes de león durante todo el verano. Pensó que el
próximo verano no tendría dientes de león en su césped puesto que ninguno creció durante el
invierno. Pero, después, de repente, tenía dientes de león de nuevo. Esta vez decidió que el
problema era por el tipo de hierba. Así, se gastó una fortuna y plantó un nuevo césped. Estuvo
trabajando durante algún tiempo y se sentía muy feliz. Pero justo cuando comenzaba a relajarse, un
diente de león apareció. Un amigo le dijo que se debía a que los dientes de león estaban en el
terreno de los vecinos. De esta manera hizo una campaña para lograr que todos sus vecinos
mataran a sus dientes de león. En el tercer año se sentía desesperado. Los dientes de león
continuaban. De esta manera, después de consultar a todos los expertos locales y los libros de
jardinería, decidió escribir al Departamento de Agricultura de su país para pedir ayuda.
Seguramente el gobierno podría ayudarle. Después de esperar varios meses, finalmente le llegó una
carta. Estaba muy excitado, ¡por fin la ayuda que esperaba! Abrió la carta y leyó lo siguiente:
“Estimado Señor: Hemos considerado su problema y hemos consultado a todos nuestros expertos.
Después de consideraciones cuidadosas, pensamos que podemos darle un buen consejo. Señor,
nuestro consejo es que aprenda a amar a sus dientes de león.
Tomado de Anthony de Mello, S.J. citado en Marsha M. Linehan, 1993: 94
455
se haga. Y qué importante es desarrollar cierta capacidad de aceptación para evitar estar
crónicamente ansiosos o afectados porque las cosas no transcurran como se desearía.
Algunas personas que se dedican a ayudar a otras pueden precipitarse y orientarse a
eliminar estas “malas hierbas” emocionales, cuando sería mejor orientar su ayuda a la
aceptación. Al igual que una playa extensa acepta las olas (Luciano, 2002: 204) y éstas
acaban rompiéndose mansamente y disolviéndose de manera natural, la aceptación
contribuye a que las emociones (ansiedad, rabia, tristeza) terminen también disolviéndose
de manera natural. Por el contrario, cuando tratamos de sujetar las olas y salimos a
combatirlas éstas terminan por envolvernos al igual que las emociones cuando tratamos
de controlarlas y combatirlas: más nos invaden, nos enredan y nos perturban.
Cuadro 17.9. Aceptar nuestras emociones como la playa acepta las olas
Os invitamos a experimentaros como una playa extensa en la que mansamente acaban rompiendo
todas las olas, en la que se van disolviendo de modo natural, sin necesidad de salir a combatirlas,
a sujetarlas, a controlarlas, a eliminarlas. Cuando no las aceptas tal como vienen e intentas
sujetarlas, es cuando más te pueden envolver. Lo mismo ocurre con esas emociones, ansiedad,
rabia, tristeza, que te hacen pasar momentos difíciles y que a veces tratas, sin conseguirlo, de
combatirlas, de eliminarlas. Vas a imaginar que son olas que vienen a la playa de tu vida y que te
hablan de los momentos difíciles por los que estás pasando, del conflicto que estás experimentando.
Son señales de que eres sensible y de que el conflicto te está afectando. Déjalas que encuentren
mansamente su sitio en tu playa para poder gestionarlas mejor.
Adaptado por Costa y López de Luciano, 2002
456
frases del tipo: “Ya me dijeron que esto podía ocurrir, y lo único que tenía
que hacer es permitir que ocurra y no tanto controlarlo, como el caballo. Lo
único que he de hacer es continuar con mi actividad, con lo que tenía entre
manos...”.
Vamos a imaginar que invitas a un amigo a casa, al que te hace mucha ilusión volver a ver.
Cuando abres la puerta, abres los brazos y con muestras de enorme alegría le das la bienvenida. En
ese momento, no se te ocurre reprocharle el vestido que trae, su corte de pelo, sus zapatos. Tampoco
le reprochas los errores que quizá ha cometido en su vida, la tristeza que muestra por un incidente
que le ha ocurrido, algún pensamiento que le obsesiona, el recuerdo de sucesos desagradables o el
ligero dolor de cabeza que trae. Sencillamente le invitas a pasar y a compartir contigo un momento
importante de la vida.
Ahora imagina que el amigo que aparece al abrir la puerta ¡eres tú mismo! Puedes darle
también la bienvenida, abrirle los brazos, ofrecerle tu casa acogedora, contando con que quizá
viene triste por lo que le acaba de ocurrir, obsesionado con pensamientos y recuerdos que no le
dejan en paz, lleno de rabia y de frustración por algo que le ha salido mal, inquieto y nervioso por
una discusión desagradable que ha tenido esta misma mañana. Todo eso pertenece a su vida y tú
puedes decidir lamentarlo y reprochárselo, o por el contrario convertirte en su mejor anfitrión.
Miguel Costa y Ernesto López
Los cambios de conducta pueden resultar más fáciles de acometer cuando se plantea
también un cambio del contexto. La metáfora de Ulises se utiliza para enfatizar la
importancia que tiene poner obstáculos al poder seductor de los estímulos o cantos de
sirena que pueden poner en un serio aprieto a los propios recursos personales para
acometer planes de acción valorados y decididos. La capacidad de operar de los
457
consultantes está precisamente en acomodar su entorno y pedir ayuda para facilitar sus
proyectos personales.
Tomándole de la mano, y con voz suave y persuasiva, Circe, la de las divinas trenzas, advirtió a
Ulises de los peligros que, cuando se hiciese a la mar de nuevo, le acecharían al pasar frente a las
costas de la Isla de las Sirenas. Sus cantos son dulces y deliciosos, le vino a decir, poderosamente
seductores, si tú y tus hombres os dejáis embelesar por ellos y cometéis la imprudencia de acercaros
a las playas de su isla, quedareis detenidos en ellas y os controlarán de tal modo, que jamás podrás
alcanzar tu meta más dulce y deseada: regresar a tu patria y fundirte en estrechos abrazos con
Penélope.
Ulises escuchó con atención los sabios consejos de Circe y le aseguró que él, curtido como estaba
458
en la adversidad, sería capaz de dominarse. No dudaba Circe de las habilidades de Ulises para
privarse momentáneamente de un placer inmediato con tal de poder alcanzar una meta demorada
pero más placentera. Pero conocía también que el intenso atractivo del canto de las sirenas podía
anular sus esfuerzos de autocontrol y hacerle olvidar las prudentes advertencias. Por eso, le sugirió
a Ulises algunas estrategias preventivas que harían más efectivas sus buenas intenciones y su
capacidad para dominarse.
Le aconsejó, en efecto, que pasaran frente a la isla sin detenerse y que, antes incluso de llegar a
sus inmediaciones, sus hombres se taparan bien los oídos con cera para no oír los cantos. Y en
cuanto a él, si deseaba darse el gusto de oír el delicioso canto, en tal caso, haría que sus hombres
le atasen bien atado al mástil de la nave, y debería advertirles muy seriamente de que aunque se lo
rogase o mandase, ellos no le desatarían porque si lo hacían podría ser irreprimible la tentación de
dirigir la nave hacia las playas de las que salían las dulces voces.
Cuando ya con la aurora soltaron amarras y se hicieron a la mar, y la nave alcanzó la Isla de
las Sirenas, Ulises y sus hombres pusieron en práctica el plan aconsejado por Circe. Las sirenas,
advertidas de su presencia, se entregaron a sus melodiosos cantos.
Ulises pudo comprobar el impacto emocional tan vehemente que le producían en su corazón
aquellas voces. Observó su incontenible deseo de seguir escuchándolas, incluso llegó a hacer a sus
hombres gestos suplicantes para que le soltaran las ataduras, pero éstos no lo hicieron, ayudándole
así a dominarse. Para hacerse más tolerable la privación del placer de acercarse, pensaba en lo
hábiles que estaban siendo sus hombres y, él pensaba sobre todo en la recompensa más apetecible,
Penélope. Se sentía satisfecho de poder contar con el recurso y la compañía de sus hombres y se
sentía orgulloso de ser el valiente, prudente e ingenioso Ulises que todos conocían y que todos
esperaban que siguiera siendo. “Ulises, lo estás haciendo bien, te mereces la recompensa final”, se
decía para sus adentros.
Y cuando ya por fin la nave se alejó de la Isla de las Sirenas, Ulises comprobó que sus
habilidades para darse aliento y los cambios diseñados en su entorno habían sido efectivos. Había
prevenido hábilmente los riesgos de quedarse para siempre retenido en la pradera de la Isla de las
Sirenas donde habría de aguardar a la inexorable muerte calcinado por el sol. Había valido la
pena seguir los sabios consejos de Circe.
(Recreación de Miguel Costa y Ernesto López)
Conducía un arriero dos corceles. El uno, cargado de esponjas, caminaba ligero. El otro, cargado
con sacos de sal, caminaba con más dificultad. Anda que te andarás, por sendas y vericuetos,
459
llegaron al vado de un río. El arriero les empujó para que atravesaran el vado. El corcel de las
esponjas entró confiado en el río con ánimo de atravesarlo. El corcel de la sal, por el contrario,
tuvo sus titubeos. Antes de atreverse incluso tropezó más de una vez y tuvo que levantarse antes de
proseguir la travesía. A medida que se iban zambullendo en el agua, empapáronse las esponjas y se
hicieron tan pesadas, que el corcel que las llevaba no pudo alcanzar la otra orilla y tuvo que ser
auxiliado por el arriero y otros vecinos para no perecer ahogado. Mientras tanto, a trancas y
barrancas, cruzaba el corcel de los sacos de sal, y con tanta dificultad lo hacía, tanto tiempo
consumía y tanta agua tomó, que la sal tuvo tiempo de disolverse y el corcel se vio aliviado de la
pesada carga y pudo alcanzar la otra orilla por su propio pie.
Cuento popular oriental
RESUMEN DE LA PARTE IV
460
técnicas.
461
PARTE V
462
18
463
diseñar, iniciar y desplegar con ellos este nuevo proyecto de cambio. Al hacerlo,
experimentamos en todo momento el sentido profundo del CP, que no es otro que el de
deliberar juntos para ayudar a engendrar decisiones y acciones, que ya inspiraba a la
mayéutica socrática en su búsqueda de la verdad. De acuerdo con el Principio
Estratégico 1 (forjar una alianza fuerte), les planteamos a nuestros consultantes esta
deliberación como una prolongación de la deliberación y de los intentos de afrontamiento
que con probabilidad ellos ya han iniciado tiempo antes de tomar la decisión de
consultarnos. La decisión de consultar se puede reencuadrar entonces, no tanto como un
indicador de incapacidad para resolver problemas, sino como la determinación de
proseguir en el intento, si bien ahora con el acompañamiento y la responsabilidad
compartida del CP. En la deliberación, se prolongan y amplifican también las múltiples
experiencias de cambio que con toda seguridad los consultantes han vivido en múltiples
dimensiones de su vida: cambios físicos, fisiológicos, emocionales, cognitivos, cambios
de escuela, de lugar de residencia, de trabajo, de pareja, de amistades. En realidad, la
corriente de la vida y de los problemas de la vida comporta una tensión dialéctica
permanente entre la estabilidad, con la seguridad que da lo conocido, y el cambio, con
la incertidumbre que da lo desconocido, dialéctica que se vuelve a vivir en el proyecto del
CP.
464
18.2.1. La suma de cuatro fuerzas
El modelo propuesto por Prochaska y DiClemente (1982, 1992; Zimmerman, Olsen y Bosworth,
2000) ha recibido una especial atención, a la vez que numerosas consideraciones críticas. Proponen
una serie de fases por las que discurre el proceso de cambio: precontemplación, contemplación,
determinación, acción, mantenimiento y recaída. Para algunas de esas fases, este Manual ofrece
465
denominaciones diferentes a las que proponen esos autores (figura 18.2), porque se ajustan mejor a
lo que ocurre en cada fase y a su significado en español. Se incluye, además, como un momento
diferenciado en el proceso de cambio, la ruptura del equilibrio, disconformidad o desestabilización
de la conformidad que puede desencadenarse por sucesos y experiencias significativas, por la
propia intervención del CP o por influencias y apoyos sociales. Asimismo se incluye la decisión de
cambio como un momento relevante del proceso y las acciones de cambio, que pueden incluir
acciones intermedias o no, como planificación, preparación, o pasar a la acción sin más. A menudo
se producen varios recorridos de ida y vuelta a través de las etapas del proceso, incluyendo las
recaídas, antes de alcanzar una estabilización en el cambio. La vacilación y las resistencias, y
también las recaídas, son sucesos que pertenecen al proceso de cambio.
Además de la eficacia del proceso del CP para la solución del problema, el recorrido
compartido a través del mismo constituye una nueva experiencia de aprendizaje en la que
los consultantes practican y aprenden estrategias clave para la solución de un problema
que les serán útiles en muchos otros desafíos y adversidades de la vida, más allá del
tiempo de duración del CP.
466
un registro de manera que se facilite el seguimiento del proyecto, su evaluación y el
autoaprendizaje del propio consultor. Habrá fases y tareas, como la definición de los
objetivos, la determinación de las tareas del plan de cambio o las técnicas utilizadas, en
las que este registro será más recomendable.
467
18.3.1. Un acompañamiento flexible
Conducir este proceso ha de hacerse de una manera estructurada pero flexible al mismo
tiempo. Ello requiere anticipar a los consultantes la sistemática de los diferentes
momentos del proceso, de modo que les dé control y les ayude a neutralizar posibles
estilos impulsivos de solución del problema, a tomar parte activa en el proyecto y a
sentirse con la libertad de interrumpir y de exponer sus opiniones y objeciones. El
despliegue de las fases a lo largo del curso temporal del proceso dependerá de la
naturaleza y severidad del problema, del tiempo disponible, de la duración de cada
encuentro, y de otros posibles factores. En muchos casos, por no decir en la mayoría, las
fases 1, 2 y 3 podrán cumplirse en un solo encuentro de duración suficiente. En
demandas ocasionales que requieren tomar una decisión de manera perentoria,
prácticamente todas las fases, incluyendo la deliberación sobre las diferentes opciones
habrán de concentrarse en un solo encuentro que, en ocasiones, podría ser, incluso, una
conversación telefónica, de mayor o menor duración. En el caso de que sean varias las
personas consultantes, la fase 2 podría ocupar, incluso, 2 o más encuentros. Es obvio
que, si por motivos de una agenda programada de citas con un horario prefijado, los
encuentros tienen una duración estable, incluso limitada, cada encuentro podrá acoger
también un menor número de tareas y de fases. En problemas de naturaleza compleja, la
definición de los objetivos o la fase de deliberación para la toma de decisiones podría
requerir más de un encuentro. Conviene decir también que no en todos los casos será
necesario realizar todas y cada una de las tareas descritas en el cuadro. En algunos casos,
podría ser conveniente que algunas de las tareas previstas para una fase hubiera que
realizarlas en otra. Por otra parte, habrá tareas más propias de una fase (tomar
decisiones, clarificar ambivalencias, recapitular, verificar expectativas, ponderar el grado
de importancia, contener y estructurar la narración, por ejemplo) que convendrá reiterar
en otras fases según las demandas del proceso y necesidades del consultante.
468
469
19
Fase 1.
Apertura del proceso y de la alianza:
recepción y acogida
La primera fase del proyecto del CP consiste en abrir las puertas para que se puedan
iniciar los encuentros que van a definir la alianza de trabajo.
Los primeros contactos sociales del proyecto compartido son importantes para poner las
bases de la alianza de trabajo y para transmitirles nuestra consideración a todos los que
participan. Para ello, el consultor habrá de cuidar el trato cortés, utilizar un lenguaje
coloquial, interesarse por cuestiones de orden práctico en relación con su acceso a la
consulta, hacer comentarios amortiguadores en aquellos casos en que detecte inhibición o
temor, y todo aquello que contribuya a crear un clima que facilite el primer encuentro. En
estos primeros contactos, podremos captar, al menos de manera provisional, importantes
comportamientos relevantes, en cuanto a los motivos aducidos para consultar, a su
disposición y motivación a participar en el proyecto, y a las expectativas o la
desorientación que tienen en relación con lo que el CP les puede ofrecer. Cuando se trata
de varias personas de una familia o de una pareja, sus interacciones, sus discrepancias,
sus alianzas, sus reproches mutuos en estos primeros momentos nos pueden desvelar en
directo también sus estilos de relación habitual.
470
Si vamos a tratar de resolver un problema en el que está implicada una red de relaciones
interpersonales, en la entrevista inicial y en las ulteriores habrán de participar en
principio todas aquellas personas que están involucradas en esa red y que están siendo
afectadas por el problema, que pueden aportar información significativa, que van a ser
afectadas por el cambio y que pueden hacer aportaciones significativas para su solución o
que pueden, por el contrario, oponerse al cambio o poner dificultades para la solución del
problema.
Cuando no vienen todos o algunos deciden no venir, puede resultar más difícil, si
bien no imposible, la solución del problema. En todo caso, deliberamos con el
consultante para tratar de comprender la renuncia de quienes no acuden (no se les ha
informado, se les ha planteado de una manera coercitiva el recurso al CP, perciben el CP
como una amenaza, creen que será inútil). El consejero puede ayudar al consultante a
establecer una estrategia para invitar y comprometer de modo no coercitivo a las
personas renuentes o, en último caso, iniciar el proceso de cambio con el propio
consultante.
471
resolverse sin que estén necesariamente todas las personas implicadas.
Conviene recordar que el CP se orienta a que la persona que nos consulta
cambie su comportamiento y manera de actuar en relación no sólo con sus
problemas más personales sino con los interpersonales también. Se observa
con frecuencia que determinados problemas de pareja y familiares llegan a
resolverse cuando uno de sus miembros, que puede ser el que nos consulta,
comienza a introducir cambios en el contexto de una manera más atinada.
Es posible que ya desde antes de la primera entrevista conozcamos las razones por las
cuales están hoy aquí. Si sabemos que la mayoría de las personas que experimentan
problemas psicológicos no acuden a la ayuda profesional, es importante conocer por qué
ellos han decidido hacerlo. Averiguamos si vienen por decisión propia, aconsejados por
otras personas que han acudido con anterioridad o por una amistad, derivados por algún
otro profesional, por la escuela o para cumplir una decisión judicial. En estos casos, nos
importará conocer qué se les ha dicho acerca de las razones de la derivación y de las
características de la ayuda que les podríamos ofrecer, y, en consecuencia, con qué
expectativas, más o menos ajustadas, acuden, de manera que podamos hacer, en su caso,
la oportuna clarificación. En aquellos casos en que vienen para cumplir una orden
judicial, o son atendidos por nosotros en una institución hospitalaria en la que ellos no
quieren estar y en la que rechazan nuestra intervención, hemos de deliberar con ellos
acerca de esta circunstancia. El hecho de que hayan acudido a nosotros cuando otros
muchos no lo hacen, nos hace plantearnos qué ocurriría si ellos tampoco hubieran
venido. Una vez que hemos aceptado ya su decisión de consultar, podemos hacer con
472
ellos esta primera reflexión que nos puede desvelar sus estilos de afrontamiento y algunas
de sus fortalezas.
Para obtener esta información relevante, podemos hacernos y hacerles las preguntas
que se formulan en el cuadro 19.1.
473
19.4. Averiguar si es la primera vez
Averiguamos si han tenido experiencias previas de ayuda, profesional o informal, por este
u otros problemas, cuáles fueron los motivos de la consulta y cómo les ha ido. La
consulta actual podría constituir una conducta relevante, en la medida en que fuera un
nuevo y reiterado intento de dejar en manos de alguien la solución de sus problemas.
Pero puede revelarnos también experiencias terminadas con éxito, y aspectos de la
intervención que les han sido de más ayuda, o hacernos patente tal vez el fracaso de las
experiencias anteriores y el descontento con algunos procedimientos utilizados o con
algunos estilos de comunicación profesional. Tomar buena nota de todo ello nos orientará
respecto a qué problemas le preocuparon entonces y le siguen preocupando ahora, en
qué medida el problema actual es nuevo, qué expectativas, positivas o negativas,
pudieran tener respecto al CP, qué aspectos del proyecto de cambio y de nuestra
intervención podrían ser de mayor ayuda también ahora (“¿qué considera usted que le
ha ayudado más de la experiencia anterior, y qué es lo que le hubiera podido ayudar
más todavía?”) y cuáles convendría evitar para no exponer al consultante a una nueva
experiencia negativa y frustrante, cuánto énfasis poner en las técnicas de intervención y
cuánto en la construcción de la alianza de trabajo.
19.5. Averiguar por qué consultan ahora y por qué no lo han hecho antes
474
añadir: “ésta sin duda es una razón muy poderosa, ¿por qué no intentarlo también en
esta ocasión y por qué no ha de ser también efectiva su decisión ahora?”.
475
problema.
476
20
Fase 2.
Aproximación al problema y exploración
inicial
Esta segunda fase del proyecto constituye una primera aproximación al problema que
comienza la mayoría de las veces con la narración autobiográfica del mismo por parte
de los consultantes.
Participar en los encuentros del CP supone, ya de por sí, una exposición al problema.
Pero esa exposición se hace más próxima cuando invitamos a nuestros consultantes a
“entrar en materia” y a hablar directamente del motivo de su consulta, del impacto que
el problema está teniendo en su vida y en sus relaciones y de la preocupación que les
ocasiona, tal y como ya se anticipaba en capítulos anteriores. Este momento del proceso
es una primera oportunidad para establecer un perfil general del problema. Les
invitamos a describirlo del modo más objetivo posible. Esta invitación puede formularse
de manera diversa según el caso.
477
Cuando son varias las personas que intervienen en la entrevista, les preguntamos a
todos ellos sucesivamente. En todo caso, conviene no centrarse prematuramente sobre el
problema que nos refiere el consultante en primer lugar, pues ello podría focalizarnos en
problemas no importantes o secundarios y activar además resistencias al cambio. Para
obviar estos posibles inconvenientes, basta preguntar sobre la existencia de algún otro
motivo de consulta.
“Además de esto que me refiere, ¿hay algún otro asunto que le preocupa?”
“Veo que hay tres asuntos que le preocupan. Por una parte (…) De todo esto,
¿qué le preocupa más?”
Cuando las palabras que utilizan son difíciles de objetivar o son metafóricas o simbólicas
(“mi vida es un caos”, “mi vida ha dejado de tener sentido”, “me siento vacío”,
“existe un complot contra mí y me quieren hacer daño”), tomamos en consideración
ese modo de expresarse y, sin presionarles, les pedimos una clarificación que nos
permita comprender mejor lo que nos están diciendo.
Cooperamos también para evitar que su narración se vaya “por los cerros de Úbeda”
de manera que pueda definirse el foco del problema. Una narrativa que pasa sin cesar de
un tema a otro puede mostrarnos la multiplicidad de focos a los que el consultante ha de
atender en su vida, la confusión que el problema le está produciendo y los denodados y
tal vez fallidos intentos que viene haciendo para tomar las riendas del problema. En esos
casos, además de tomar en consideración los significados de este estilo, nuestra
intervención puede aportar, a través de la paráfrasis y las preguntas, contención,
clarificación, estructura y orientación a la narración autobiográfica y ofrecer además al
consultante la oportunidad de una experiencia de control sobre el problema.
478
“Permítame que le interrumpa un momento. Veo que son muchos los
motivos de preocupación y que no es fácil de momento saber muy bien
por dónde coger el problema y, como me dice, poner un poco de orden en
su vida. Pero tengo la impresión de que no vamos a poder encarar y
resolver todos los asuntos a la vez, sino que habremos de ir uno a uno.
¿Cuál sería, en su opinión, el asunto que tiene para usted en este
momento mayor importancia, que más le preocupa? Sugiero que veamos
éste primero para después hablar de los demás. ¿Qué le parece?”.
En la propia explicación del motivo de consulta habrá relatos y maneras de exponerlo que
permitan comprender el impacto del problema en la vida de quienes consultan. No
obstante, a menudo puede resultar necesario hacer preguntas abiertas orientadas
específicamente a indagar el impacto del problema.
479
Si se sospecha la existencia de posibles conductas o condiciones de riesgo extremo
(insomnio pertinaz, ideas de suicidio, maltrato...), puede resultar muy pertinente precisar
y recabar información específica para valorarlo adecuadamente.
En el supuesto de que se hayan identificado aspectos del problema que merecen una
atención urgente, se considerará la opción de derivación, bien porque se trata de un
problema que desborda la suficiencia del consultor, bien porque el contexto en el que
tiene lugar la atención no reúne las condiciones adecuadas.
En la propia narrativa del problema habrá seguramente datos sobre la historia del mismo.
En todo caso, será útil preguntar de manera específica.
“¿Cuándo comenzó?”
“¿Cómo comenzó? ¿Con qué acontecimientos coincide el comienzo, en qué
circunstancias tuvo lugar?”
“¿Cómo evolucionó?”
“¿Es constante?¿Es intermitente y ocasional, y en este caso, en qué
circunstancias reaparece?”
Averiguamos qué opinión tienen nuestros consultantes acerca de los motivos del
problema y en qué medida tienen del problema una perspectiva contextual y
480
transaccional y asumen su responsabilidad personal en el mismo, o lo atribuyen a
determinantes psicopatológicos, a determinantes hereditarios o a las características de
otras personas. Es muy probable que entre los miembros de una pareja o de una familia
existan “explicaciones” diversas de los determinantes del problema.
El AFC nos desvelará las funciones y significados del problema, pero es importante
conocer esas funciones desde la perspectiva de los propios consultantes. Probablemente,
éstos no consideren estas funciones, precisamente, como “ventajas”, por lo que hemos
de ser cuidadosos cuando tratemos de indagarlas.
Otra manera de saber qué funciones puede cumplir el problema es preguntar “¿qué
ocurriría o cómo sería su vida si de pronto el problema estuviera ya resuelto?”.
20.7. Averiguar qué han tratado de hacer hasta ahora para resolverlo
Importa conocer y validar los intentos por solucionar el problema, las competencias
mostradas, las ayudas recibidas y los resultados obtenidos, aunque hayan sido parciales o
hayan ocurrido en medio de alguna recaída o en un proceso de avances y retrocesos,
porque habitualmente el cambio no ocurre por un mecanismo de “todo o nada”. Todo
ello nos orientará para diseñar los primeros pasos del afrontamiento actual sobre las
fortalezas mostradas, aun cuando puede ocurrir que las soluciones exitosas hace tiempo
no lo sean ahora en unas circunstancias diferentes. Pero convendrá también averiguar
qué soluciones intentadas han sido fallidas o en qué medida y por qué el consultante ha
desistido de seguir intentándolo o ha sucumbido perdiendo toda esperanza y sumiéndose
en la depresión del “nada puede funcionar”. Algunas de las soluciones intentadas, como
481
las conductas contraproducentes de evitación y la evitación experiencial, que se han visto
en el capítulo 12, pueden estar manteniendo o empeorando el problema y ser, pues, un
problema añadido, como ocurre en la fábula de la araña, referida por Leonardo da Vinci,
la cual, creyendo hallar protección en el ojo de la cerradura, acaba atrapada en él.
Deliberamos con ellos sobre las circunstancias y estrategias que no han resultado
funcionales y que, de ponerse en práctica de nuevo, fracasarían una vez más. Esta
información nos permite, pues, conocer qué estrategias no proponer porque resultarían
inefectivas, nos orienta hacia estrategias alternativas y nos permite explorar expectativas
en relación con la evolución del problema y del grado de autoeficacia y de control sobre
el mismo. La pregunta “a su juicio, ¿qué es lo que se podría hacer para empeorar las
cosas?” (Nardone, 2010) incide en esta misma dirección y podría permitirnos elaborar
un listado de las conductas contraproducentes que no ayudarían a resolver el problema,
bien intentadas antes o todavía no intentadas. Nos podremos encontrar también con
consultantes que hasta la fecha han hecho poco o nada para resolver el problema, lo cual
nos orientará también en el diseño del plan de intervención y en el fortalecimiento de su
compromiso responsable a partir de ahora.
Una vez que nos han relatado el problema, hacemos un resumen de lo que hemos
escuchado y comprendido, lo cual requiere nuestra atención e interés genuinos por su
narración y tiene funciones clarificadoras tanto para ellos como para nosotros. En este
resumen, les comunicamos, tratando de ser fieles a su lenguaje y a su estilo narrativo,
paráfrasis que reflejen los diferentes componentes del problema o los diferentes
problemas que nos han podido relatar, así como lo que nos han dicho en respuesta a las
demás cuestiones referidas en los epígrafes anteriores. Como es obvio, este resumen
hemos de someterlo al acuerdo/desacuerdo de los consultantes y revisarlo en
consecuencia.
482
podido percibir con claridad el importante impacto emocional que esto
está teniendo en su vida, hasta el punto de que… Al parecer, todo
comenzó coincidiendo con… y ha ido evolucionando hasta llegar al
momento actual. Para usted, este problema se debe a…, aunque piensa
que podría haber otros motivos… Si bien el problema le está afectando
claramente, también me dice que desde que existe el problema ha tenido
que eludir algunas responsabilidades que antes tenía y que ahora recibe
muchas más atenciones de personas que antes no le tomaban en
consideración, también parece que la familia se ha unido más para hacer
frente al problema y antes no estaba tan unida… Ha hecho ya usted
intentos por resolverlo, algunos han dado buenos frutos, otros han
resultado fallidos… Todo esto lo vamos a tener muy en cuenta en nuestro
trabajo en común. ¿Le parece que esto recoge bien, aunque resumido,
todo lo que usted me ha dicho? ¿Le parece que hay algo que no he
recogido bien?”.
Por otra parte, esta recapitulación podría señalar ya, si bien de manera preliminar, la
función o funciones que tienen los comportamientos que forman parte del problema y el
problema mismo y que probablemente tengamos que corroborar en un AFC más
pormenorizado en un momento posterior del proceso. Pero también cabe que el AFC,
483
previsto para una fase posterior, tuviera que contemplarse, por motivos de urgencia, en la
misma sesión en la que se está realizando la presente fase. En este caso, el AFC se haría
sobre la base de la narración autobiográfica sin esperar a una sesión posterior, y la
recapitulación habría de recoger los resultados de este análisis. Ello requerirá que el
consultor tenga un dominio suficiente de la tecnología hermenéutica del AFC.
Esta elección y decisión de las acciones no se establece con consejos del tipo “usted lo
que tiene que hacer es…”, “no debería responderle así a su hijo”, “no le dé tantas
vueltas a las cosas”, “tranquilícese”, “tiene que salir más para animarse”, “esos
pensamientos son absurdos, quíteselos de la cabeza”. Es muy probable que hayan
recibido ya muchos consejos de este tipo que, sin embargo, no han conducido al cambio
y a la solución del problema. No planteamos tampoco el cambio como una confrontación
en términos de “yo como profesional tengo la razón y usted está equivocado”, pues el
inicio de las acciones de cambio probaría su equivocación, y por ello esas acciones
probablemente no se iniciarían. No proponemos las acciones y tareas del cambio como
una medida de fuerza y de autoridad jerárquica (“hágame caso, he visto muchos casos
como el suyo y sé de lo que estoy hablando” ), sino como una elección y una decisión
personal que han de tomar y asumir de manera responsable, siendo conscientes de las
consecuencias que esa decisión comporta en su vida (“¿Qué cree que va a ocurrir
cuando usted...?” “¿Qué puede ocurrir si...?”). Con mucha probabilidad, no querrán
verse forzados o intimidados, ni querrán acatar a la fuerza la propuesta de cambio, sobre
todo si nuestra insistencia y nuestros intentos por convencerles se acompañan de
reproches a su comportamiento habitual, o comportan la invalidación de sus puntos de
vista o de su persona.
484
20.9.2. ¿Cuánto les importa?
Hacer explícita la decisión es tanto como mostrar que son ellos los que están dispuestos
a tomar la iniciativa del cambio. El hecho de haber consultado es un primer indicador
de su disposición a cambiar y de lo que les importa resolver el problema. A lo largo de su
relato nos han podido dar además ya algunas pistas respecto al “precio” que están
dispuestos a pagar o que han pagado ya para resolverlo. En todo caso, podemos
preguntarles directamente.
485
conveniente hacer esta exploración con cada una de las personas por separado. En estos
casos, es probable que el grado de importancia sea diferente para cada una de las
personas implicadas, y también el grado de compromiso respectivo con el proceso. En
los casos en que no acuden voluntariamente al CP, o han sido derivados sin saber muy
bien por qué o creyendo que no tienen realmente un problema o que lo suyo “no es un
problema de psicólogos o psiquiatras”, cabe suponer que no muestren en principio una
gran disposición para comprometerse en el proyecto. En estos casos, deliberamos con
ellos sobre la posibilidad de iniciar el proyecto en plan de prueba para comprobar si el CP
puede ser para ellos una oportunidad, para desistir del intento o para hacer una
derivación más indicada.
486
pueden tener un efecto positivo sobre el problema, ponerlo en vías de solución o incluso
resolverlo de hecho. Todo ello pondrá de manifiesto desde el principio la capacidad de
los consultantes para el compromiso responsable con el proceso de cambio y su
competencia para el cambio, y tendrá sin duda, por ello, efectos motivadores.
1. Hacer una lista de todo aquello que en su vida personal (social, escolar, familiar o
de pareja) no quieren que cambie, que quieren que siga existiendo, que quieren
seguir haciendo, porque consideran que es satisfactorio.
2. Hacer lo contrario de lo que hasta ahora hacían y que no les ha dado resultado. Si
han estado tratando de cambiar la conducta de otra persona a base de insistirle en
que cambie y haciéndole incluso reproches por su falta de interés en cambiar,
podrían dejar de insistir a ver qué ocurre.
3. Hacer una lista de todas las ventajas e inconvenientes que, a su juicio, podrá
aportar la solución del problema y las ventajas e inconvenientes de seguir como
están.
4. Realizar auto-registros sencillos propios del AFC.
5. Hacer un listado de las razones por las que desea iniciar un proyecto de cambio
para resolver el problema y las ventajas e inconvenientes de intentar resolverlo.
6. Realizar breves experimentos de exposición y de cambio.
7. Ejercicio “Píllale”. Se trata de observar comportamientos de alguna persona de su
entorno inmediato y reforzarlo por sistema para ver qué efectos tiene.
Una vez formulada la recapitulación del problema tal como ellos nos lo han definido, les
ofrecemos una visión anticipada y panorámica del proyecto que vamos a construir y
desplegar juntos para tratar de resolverlo.
487
20.11.1. Hacer explícito el foco del proyecto: análisis y solución del problema
Les pedimos feedback en relación con esta propuesta que les estamos haciendo:
“¿Es esto lo que usted esperaba del CP, tiene sentido para usted verlo como un
problema que vamos a tratar de resolver juntos...?”.
Las reglas del juego procede hacerlas explícitas a demanda de los propios consultantes,
en momentos críticos que requieren enfatizar determinadas normas, y, generalmente, al
comienzo o en las primeras fases. Las reglas que deben considerarse, entre otras, son la
confidencialidad, el consentimiento informado con las acciones del plan y otros aspectos
deontológicos, los papeles del consultor y del consultante, número de sesiones,
compromisos que se adquieren, trato y respeto mutuo, honorarios, posibles
reclamaciones, criterios para cancelar una entrevista, posibilidad de conectar con el
consultor telefónicamente entre sesiones, grabación de las sesiones y tantas otras.
Algunas de estas condiciones o reglas pueden ser susceptibles de formalizarse en un
contrato escrito que concrete el compromiso de cooperación contraído por ambas
488
partes.
489
21
Fase 3.
Análisis y definición del problema
Con los datos iniciales que nos ha aportado el consultante, hemos podido obtener ya un
perfil general del problema, de las funciones que puede estar cumpliendo en su vida
(cuadro 21.1) e, incluso, un AFC incipiente. Pero en numerosos casos, hemos de cumplir
la presente fase de análisis y definición realizando un AFC aplicado al problema.
Refiere Haley (1980) el caso de un hombre que acude a consulta porque, según dice, teme morir de
un ataque al corazón, aunque los estudios cardiológicos realizados han descartado que exista una
cardiopatía que pudiera justificar esos temores. En la narración autobiográfica del problema, en la
que participa también su esposa, llegamos a saber que cuando comunica sus quejas y temores, la
esposa se muestra más solícita con él y en las sesiones del CP participa más activamente.
Identificamos que cuando, por el contrario, él habla en las sesiones y en otros escenarios de la vida
diaria sobre aspectos positivos de su vida y de sus proyectos, la esposa se muestra más inhibida e
incluso manifiesta tristeza y depresión. Recogemos información acerca de cómo el “problema
cardiaco” desempeña funciones importantes en la vida familiar. Los hijos deben evitar alborotos,
pues el padre requiere sosiego y reposo. Los viajes y el tiempo de ocio están supeditados al estado
del padre. Las quejas y temores sobre el corazón son a menudo objeto de discusión en la pareja y
motivo de conflictos, a la vez que sirven también para evitar entrar en otro tipo de discusiones. Las
relaciones sexuales están supeditadas a la disponibilidad que muestre el marido en función de cómo
se sienta con su corazón, y de este modo también se evitan los conflictos que existen en las
relaciones sexuales de la pareja. El problema está determinando el absentismo laboral, lo cual da pie
también para discusiones dentro de la pareja, reproches por parte de la mujer a las “quejas
infundadas” del marido, y es un determinante de la depresión de la esposa. Estos primeros datos
nos permiten hacer una primera aproximación a la ecología funcional de las quejas y temores
cardíacos, lo cual, a su vez, nos señala algunos focos posibles para las acciones de cambio en la
comunicación que se establece en la pareja, en el afrontamiento de las experiencias privadas
(temores, pensamientos) asociadas al funcionamiento cardiaco, y en otros ámbitos de la vida
personal y familiar.
490
21.1. Realizar el Análisis Funcional de la Conducta
En el capítulo 9 se ha descrito el “paso a paso” del AFC que incluye una exploración del
ecosistema social como territorio donde se generan los problemas y se orienta el propio
AFC. El AFC es una tarea compartida entre consultor y consultante y que se alimenta
por la información proporcionada por este último a través de la entrevista y de los
cuestionarios y auto-registros ad hoc. Dependiendo de la complejidad del problema, la
recogida de información puede requerir una o varias entrevistas así como revisar y
analizar diferentes tareas que se acuerden. Con la información recogida y con el análisis
funcional de la misma, se elaboran los diagramas idiográficos funcionales. Según
convenga, el consultor puede elaborarlos previamente y simplificarlos y traducirlos en
términos que puedan ser fácilmente comprendidos, o puede proceder a construirlos de
manera simultánea a la vez que comunica y comparte con el consultante la información
recogida.
La comunicación de los resultados del AFC a los consultantes reviste una importancia
especial en el curso del CP. Ha de hacerse de acuerdo con los criterios propios de una
alianza de trabajo cooperativa que comparte poder y control, que respeta las
características personales de los consultantes, que utiliza un lenguaje apropiado e
inteligible, que revisa y matiza, con las observaciones, acuerdos y desacuerdos de los
consultantes, el documento de trabajo de los diagramas funcionales, y que se hace en el
momento oportuno. La comunicación del AFC es una nueva oportunidad para
despatologizar el problema. La información acerca de la red de circunstancias y
acontecimientos vitales que determinan funcionalmente la génesis y el mantenimiento del
problema tendrá con seguridad un impacto diferente para la intervención que la
comunicación de que padecen, por ejemplo, un “trastorno límite de la personalidad”.
491
resolver sus problemas va a depender de que entendamos con claridad por
qué se ha originado su problema y, sobre todo, por qué se mantiene aún”.
Éste es un paso previo para que el consultante pueda comprender y compartir las
hipótesis y objetivos desvelados por el AFC. Como es obvio, el modelo ABC y los
paradigmas básicos descritos en el capítulo 8 son recursos imprescindibles para realizar
esta “práctica pedagógica”.
“Lo primero que tengo que decirle es que nos ha desvelado distintos
problemas y nos ha permitido averigüar las relaciones que hay entre ellos
(...) y cómo le afectan. También me gustaría deliberar con usted, de todos
estos motivos de preocupación y de estos problemas cuál o cuáles son los
prioritarios, (...). Si pudiera ya cambiar algo, ¿por dónde empezaría?
(...). Según el AFC que hemos realizado conjuntamente, pensamos que...”.
492
Estos criterios de decisión pueden utilizarse tanto para priorizar áreas de problema
como objetivos de intervención dentro de un mismo problema. Por otra parte, cuando
existe un área problema que reviste extrema gravedad para el bienestar de un individuo,
el resto de criterios adquieren un valor más subordinado.
493
(criterio 4) de comenzar por la mejora de las relaciones sexuales con su novio.
Cabe también que a lo largo del proceso se desvelen otros problemas y/o ámbitos
afectados por el problema principal y se ha de decidir si procede o no abordarlos
sopesando las ventajas e inconvenientes.
494
El consultor provee de feedback a las acciones y resultados realizados hasta
entonces que contribuyen al mantenimiento del problema, y entre las cuales pueden estar
las mismas soluciones intentadas y las conductas contraproducentes de evitación y otras
que pueden obtener compensaciones a corto plazo.
Así, por ejemplo, en el caso 1, Ana (cap. 10), los intentos de “echarle en
cara” a su hijo por su manera de reaccionar, parece que, además de no aportar
soluciones, por el contrario, percibe que su hijo se aleja más y más; en el caso
2, Ángel (cap. 4), los repetidos intentos de evitar la contaminación lavándose
las manos o evitando objetos y situaciones potencialmente contaminantes, lo
único que está logrando es obsesionarse más por la contaminación, recluirse,
deteriorar su vida familiar y personal y abandonar un aspecto de su vida por el
que tiene una alta estima: su profesión; en el caso 3, Juan (cap. 10), recluirse
en casa, quejarse y evitar el contacto con los vecinos, no parecen ser
soluciones a la depresión por la que nos consulta sino todo lo contrario.
Una vez clarificadas las razones por las cuales se mantiene el problema, se enfatiza,
desde la perspectiva de la desesperanza creativa, la decisión de seguir actuando de la
misma manera, lo que mantendría el problema como está, o implicarse en un proceso de
cambio. Se enfatiza también el papel predisponente que puede desempeñar el estilo
habitual de afrontamiento en el mantenimiento del problema o en las “recaídas”.
Así, por ejemplo, en los casos de Ángel, médico afectado por el temor a
contaminarse, y de Juan, afectado por circunstancias en su trabajo, el déficit
de competencia social asertiva tuvo un papel de vulnerabilidad que hizo
posible, entre otras circunstancias, el desarrollo de los problemas que
experimentaron. En el caso 5, Elena, joven “desbordada” por el estudio, la
dificultad para aceptar la incertidumbre y el no tener todo bajo control revela
un estilo de afrontamiento que contribuye también al desarrollo del problema,
si bien, su desnutrición grave e insomnio pertinaz son factores añadidos de
vulnerabilidad que hacen difícil la solución del problema. Por último, en el
495
caso 6, el de la mujer que afirma ver a su marido fallecido, será difícil su
recuperación plena si no logra romper su aislamiento social y encontrar
fuentes alternativas de refuerzo social. Las conductas delirantes y alucinatorias
podrán extinguirse en la medida en que éstas dejen de estar
“sobrealimentadas” por la atención social que recibe, lo que conlleva animarla
a que salga más a menudo y que sea capaz de establecer nuevas redes
sociales.
496
22
Fase 4.
Clarificación de la visión, los valores y los
objetivos
En esta fase, se invita al consultante a soñar un escenario más allá del problema y a
definir los objetivos para lograrlo.
Cuando se inicia un proyecto vital, se suele tener además una visión anticipada, más o
menos realista, de dónde y cómo se quiere estar cuando se llegue al final del recorrido.
Esta visión la hemos construido cuando hemos preguntado por las expectativas, si bien
cabe hacer una precisión mayor después del AFC.
“El AFC nos apunta hacia objetivos que podemos plantearnos para
resolver el problema que nos consulta, si bien antes de que los precisemos
conjuntamente me gustaría hacerle una propuesta y una pregunta:
‘¡Atrévase a soñar! ¿Cómo le gustaría ver su vida cuando hayamos
conseguido resolver el problema por el que nos consulta?’. Esta pregunta
puede plantearse de otra manera y con diferentes matices: ‘Si el cambio
se hubiera producido ya y el problema estuviera resuelto, ¿cómo serían
las cosas para usted?’ ‘¿Cómo se ve al final del proceso?’ ‘Si como decía,
quería ver la luz al final del túnel, ¿cómo serán las cosas cuando vea la
luz?’”
Les proponemos que imaginen su vida “como si” el problema estuviera ya resuelto y
497
analicen las ventajas e inconvenientes a corto y largo plazo de que su problema se
resolviera. Es lo que Lipchik (2004) llama “pregunta del milagro”, o lo que Nardone
(2009) describe como técnica del “escenario ideal más allá del problema”.
La respuesta a estas hipótesis nos puede desvelar las ventajas que para ellos tiene el
cambio y la solución del problema, pero también los inconvenientes derivados, tal vez, de
la pérdida de beneficios que el problema podría estarles reportando (económicos,
sociales, institucionales...), y tal vez también la impresión de haber “perdido
miserablemente el tiempo en todos estos años” y de que todo lo que han venido
experimentando hasta ahora no tenía fundamento alguno. Para evitar esta impresión de
inutilidad, podrían querer dejar las cosas como están y renunciar al cambio, o acometer
el cambio con mucha reticencia. Anticipar la realidad “ideal” que se quiere alcanzar y
desvelar aspectos que no se podrían desvelar sólo a partir de la realidad actual, así como
averiguar qué aspectos del escenario ideal son realizables, permitiría afrontar mejor el
proceso de cambio, sobre todo en aquellos problemas que pueden resultar complejos y
que tienen profundas raíces en los escenarios de la vida cotidiana.
22.2. Identificar los valores, aquello que les importa de verdad en la vida
Identificar los valores del consultante permite clarificar el horizonte del cambio y dar
sentido a los objetivos y líneas de acción.
498
por la importancia que tienen para usted?”
“Si asistiera a su propio funeral y oyera comentarios hablando de usted, ¿qué le
gustaría oír? ¿Cómo le gustaría ser recordado?”
499
sola en casa tuvo una especial importancia para esforzarse en los cambios que
la llevaron a resolver su problema de “oír voces”.
– Por favor, ¿podría decirme el camino que debo tomar desde aquí?
– Eso depende en gran medida de a dónde quieras llegar –dijo el
Gato.
– No me preocupa mucho a dónde –dijo Alicia.
– En tal caso, poco importa el camino que tomes –respondió el Gato.
Poco importa el camino que los consultantes tomen y las acciones que realicen, si no
saben a dónde van y si las metas hacia donde caminan no les importan. Para que el CP
pueda cumplir su propósito transformador y activar el compromiso responsable de los
consultantes, han de establecerse, pues, a partir del AFC, objetivos concretos y
específicos, significativos y valiosos que señalen, para cada uno de los ámbitos de
intervención, la dirección en la que caminar. Todo ello implica clarificar y acordar que
quieren emprender el camino y qué quieren al emprenderlo, teniendo en cuenta que
algunos consultantes pueden acceder al CP “sin saber realmente lo que quieren”.
500
hemos hecho del problema es acertado, si las técnicas de intervención que estamos
utilizando están conduciendo a las metas previstas y si es necesario hacer reajustes que
permitan resolver el problema.
Definir y establecer bien los objetivos es de suma importancia en los procesos de cambio.
Entre los criterios más relevantes para establecer objetivos cabe citar los siguientes.
“Una vez que hemos acordado el problema sobre el que vamos a trabajar, nos
vamos a dar el tiempo necesario para definir de la manera más concreta posible
la meta o las metas a las que aspiras, es decir, los resultados que quieres obtener
501
como fruto del trabajo que estamos compartiendo. Son resultados que cuando se
logren nos indicarán si nuestro trabajo ha sido útil porque el problema se ha
resuelto”.
“¿Con qué resultado podríamos decir que nuestro trabajo ha sido efectivo y que
el problema se ha resuelto?”.
502
incluso de ensayo o experimento.
11. Producen experiencias emocionales satisfactorias, lo cual, a su vez, puede
contribuir a amortiguar los sentimientos incómodos producidos por la demora de los
resultados deseados.
12. En el CP con familias y parejas, se habrán de tener en cuenta los objetivos que
satisfacen las necesidades y deseos expresados por todos los implicados.
Si los objetivos han de indicar un destino hacia el que ir, cooperamos con ellos para
que ese destino sea definido de manera concreta y que objetivos como “ser más yo
mismo”, “aumentar mi autoestima”, “llevarme mejor con los demás” o “dar sentido a
mi vida” se concreten en comportamientos y situaciones específicas en las que se ha de
experimentar el cambio.
“¿Cómo podríamos saber que tu vida tiene sentido…, que eres más tú mismo…
que ha aumentado tu autoestima?”.
“¿Qué es lo que harías de manera diferente si te llevaras mejor con los demás y
en qué situaciones lo harías?”.
“¿Qué es lo que cambiaría en concreto en tu vida si tu autoestima fuera mayor…,
si fueras más tú mismo?”.
“¿Qué cambios notarían los demás en tu comportamiento si te llevaras mejor con
ellos?”.
503
hacer”) que como acontecimientos que se desea que dejen de ocurrir (“que se me quite
esta ansiedad…, esta depresión que no me deja hacer lo que quiero hacer”), como
comportamientos propios de los que uno es responsable y que puede controlar y cambiar
(“responder de manera asertiva ante las amenazas”) que como comportamientos
ajenos que son responsabilidad de otros (“que dejen de tratarme de manera
amenazante”).
Los objetivos que se establecen inicialmente puede ser necesario revisarlos y clarificarlos
de nuevo a medida que avanza el proceso de cambio. Lo que al principio del CP parecía
que podría ser la solución del problema, y que el consultante declaraba como su máxima
aspiración, después del análisis del problema y de la deliberación ulterior podría haber
evolucionado y parecer no tan adecuado y deseable, e incluso inviable. Objetivos que
inicialmente no eran tomados en consideración pueden acabar siendo una prioridad. Las
expectativas previas podrían crecer a la luz de las nuevas perspectivas que abren la
alianza del CP y el análisis del problema, pero también podrían, por el contrario, verse
desestimadas.
Así, por ejemplo, una consultante puede acudir al CP con la aspiración inicial
y la prioridad de que la crisis de pareja que está experimentando se resuelva
logrando el objetivo de “dar una nueva oportunidad a la vida en común,
recuperando el amor perdido”. Posteriormente, después del análisis de la
crisis, y de tomar conciencia clara de la inviabilidad del objetivo inicial, éste
queda relegado como meta del cambio y adquieren mayor relevancia otros
objetivos, como el de plantear a su pareja plazos y modos de realizar la
separación, comenzar a reorganizar su vida contando con esta separación, y
otros. Quien ha acudido al CP con el principal objetivo de “adelgazar” puede
decidir en el curso del proceso que los objetivos de ampliar su red social y las
actividades de tiempo libre compartidas son más deseables y que, además,
pueden incidir favorablemente en el objetivo de perder peso.
504
Por otra parte, el logro de un determinado objetivo puede no aportar la solución
radical y definitiva del problema en todas y cada una de las ocasiones en que el problema
se planteaba.
Definimos los objetivos de tal manera, que el logro de cada objetivo puede, a su vez,
contribuir al logro de otros objetivos y sumar objetivos del problema y de la solución
(comer cosas que me gustan, aceptarme y comer menos). En el cuadro 22.2 se describen
los objetivos más relevantes de los casos analizados en la Parte III. Se describen en
términos de objetivos valorados y relevantes, tal y como son definidos en términos
comprensibles en relación con lo que quieren lograr los consultantes, y en términos de
objetivos operativos, tal y como son deducidos del AFC.
505
506
22.3.6. Establecer prioridades
Con los criterios del cuadro 22.1 priorizamos objetivos y acciones dentro de cada uno de
los problemas. Un vistazo a los diagramas funcionales de los diferentes casos puede ser
suficiente como para plantear algunas hipótesis en relación con los objetivos y actividades
prioritarias.
507
508
23
Fase 5.
Diseño y despliegue del Plan de Acción
Compartido (PAC): pasar de los dichos a
los hechos
Las transacciones en vivo y en directo que tienen lugar en los escenarios del CP, y en
particular las interacciones interpersonales entre consultores y consultantes, son ya en sí
mismas líneas de acción permanente que a menudo alteran funcionalmente las
secuencias transaccionales que forman parte del problema. En esa medida, son
experiencias contextuales de cambio que encierran en sí mismas un gran potencial de
cambio para la solución del problema, sobre todo cuando éste estriba precisamente en los
conflictos interpersonales que viven la persona, la pareja, la familia o el grupo que nos
consultan. En esta fase del proyecto, además de seguir fortaleciendo la alianza,
deliberamos con nuestros consultantes para que, a partir de los objetivos que hemos
establecido conjuntamente, y confrontándose con ellos, y contando con la disposición
favorable al cambio que nos han declarado, elijan qué líneas de acción específicas han
de afrontar para resolver el problema , decidan ponerse en marcha y se preparen para
ello.
En la mayoría de los casos, ponerse a andar por el camino del cambio y perseverar en él
no será un proceso sencillo. Una de las primeras y principales dificultades es sin duda
tomar la decisión de desestabilizar la conformidad con los comportamientos y estilos de
vida integrantes del problema, gestionar las ambivalencias y vacilaciones en relación
509
con los pros y los contras respectivos de la estabilidad y del cambio, y elegir las líneas
de acción que con probabilidad les conducirán a la solución del problema. Deliberamos,
pues, con ellos sobre esa decisión y esas elecciones. En esta deliberación, nos puede
servir como guía didáctica la balanza (figura 23.1) que muestra la dialéctica entre la
conformidad o estabilidad y el cambio.
510
Figura 23.1. Inclinar la balanza en favor del cambio.
511
miedo. Esto puede ocurrir sobre todo cuando el cambio que se propone ahora
evoca otros cambios anteriores que tuvieron efectos negativos, tales como
pérdidas significativas (“en mi vida, los cambios no anuncian nada bueno” ).
En esos casos, la estabilidad es un refugio frente a un pasado en el que han
predominado los daños y los desengaños, y un futuro lleno de malos augurios.
“Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, decía una consultante,
aun aceptando que preferiría una vida menos restrictiva y con más alicientes
de los que tenía en ese momento.
Este apego al comportamiento habitual puede suponer, en efecto, una barrera inicial
para el cambio, pero hemos de contar con que ahora forma parte del patrimonio
biográfico de los consultantes (Miller y Rollnick, 1999).
512
La deliberación del CP puede ser también perturbadora y desestabilizadora en la
medida en que, a partir de lo que nos han comunicado, y a partir de los datos que nos
proporciona el AFC, y que tal vez ellos desconocían, suscitamos un cambio de
perspectiva respecto al problema y a la vida personal y contribuimos a crear
discrepancia entre las ventajas de los comportamientos y estilos de vida asociados al
problema y los inconvenientes y riesgos de los mismos, lo cual puede tener un impacto
motivador para el cambio (Miller y Rollnick, 1999) y contribuye a despejar la
ambivalencia entre los motivos para la conformidad y los motivos para emprender las
acciones de cambio (“Quiero, pero no lo tengo claro, por una parte quiero, pero por
otra, no”, “no quiero seguir así, pero me da miedo pensar en todo lo que tengo que
hacer para cambiar”,“sé que esto me perjudica, pero la necesito, ¿qué puedo hacer si
la dejo? La soledad me aterra”), sobre todo cuando los confrontamos con los valores y
los objetivos que les importan. En este momento de la deliberación, les podemos pedir
que elaboren una lista de ventajas e inconvenientes a corto y largo plazo de las
diferentes opciones.
“Es comprensible que hasta ahora hayáis preferido mantener la situación como
estaba, hay muchos factores que han contribuido a desarrollar los hábitos que
tenéis y estos hábitos han cumplido y cumplen muchas funciones para vosotros.
Pero me gustaría preguntaros hoy si las ventajas no llevan consigo también
inconvenientes y riesgos, ¿en qué medida os va a seguir compensando seguir
manteniendo esos hábitos de los que hemos hablado? o, por el contrario, ¿vale la
pena plantearse la posibilidad de un cambio? Me gustaría ofreceros alguna
información que espero sea de vuestro interés. ¿Qué os parece si dedicamos la
sesión de hoy a discutir sobre esto?”.
“Algunas personas mantienen determinados hábitos y estilos de vida porque
desconocen los riesgos y peligros que éstos encierran. Me gustaría saber si es ese
su caso”.
“Después de tanto tiempo, es muy comprensible que cueste hacer cambios en la
situación, pero ¿qué efectos puede tener el seguir así, sobre todo cuando, como
me dice, esa relación la está anulando como persona?”.
“Usted me ha dicho que quiere darle un giro a su vida, pero que tiene dudas de
cuál es la dirección que debe tomar. Me parece que algo que puede ayudar a
tomar la decisión es hacer explícitos los pros y los contras del cambio, y también
los pros y los contras de seguir como hasta ahora. ¿Qué le parece?”.
“Es cierto que las relaciones interpersonales íntimas comportan riesgos, se
513
pueden llegar a perder, pueden ser una fuente de malestar, pero es también en
ellas donde se viven algunas de las experiencias a las que tú aspiras, ¿cómo
podríamos hacer para asegurar estas experiencias y a la vez minimizar los
riesgos posibles?, podríamos ver esto si te parece”.
“En esa relación has vivido experiencias que tienen para ti un gran significado y
que no habías vivido en relaciones anteriores. Al mismo tiempo, señalas que
ahora te sientes atrapado y que no eres dueño de tus decisiones, y que te percibes
sometido a decisiones en las que tú no participas, por eso te planteas dejar esa
relación, pero no te resulta fácil tomar la decisión, pues en esa relación hay
ventajas e inconvenientes. Podríamos deliberar sobre esto”.
“Elena, me dices que te gustaría abordar los estudios y sé que no te resulta fácil
abandonarlos de momento porque estás en época de exámenes. De hecho, así
vienes intentándolo y no sólo no lo consigues sino que, lo que es peor, tampoco
duermes por la preocupación de no poder estudiar. Estás desfallecida,
desnutrida, necesitas reponerte, recuperarte físicamente, incluso para estudiar.
En esta situación, me pregunto cuánto pesan las ventajas de persistir en el
estudio y cuánto pesan los inconvenientes. Además, me pregunto también si estás
logrando lo que pretendes persistiendo en el estudio, ¿Cómo lo ves?”
514
ventajas del cambio (reducir comportamientos paranoicos, asumir riesgos para disfrutar
de relaciones íntimas, dejar de comer dulces para reducir el sobrepeso). El proceso de
cambio puede incorporar y mantener alguno o muchos de los comportamientos
integrantes del problema con sus ventajas (se podrán seguir manteniendo
comportamientos que hagan predecible el futuro sin que impidan mantener relaciones
interpersonales, y se podrán seguir comiendo dulces, si bien en menor cantidad).
23.1.3. Hacer visibles y tangibles los beneficios del cambio y cooperar para
aumentarlos
Teniendo en cuenta los pesos que ocupan los platillos de la balanza, no es probable el
cambio si, aun habiendo costes y un alto precio en el funcionamiento habitual, el cambio
no depara beneficios suficientes que contrapesen los beneficios de la estabilidad, aunque
sean exiguos y estén asociados a conductas inapropiadas y de riesgo, y que compensen
por los costes del compromiso responsable, por el precio que hay que pagar para resolver
el problema, por la renuncia a la seguridad del comportamiento habitual, de manera que
el riesgo de la decisión y el compromiso con las acciones de cambio valgan la pena. “Si
todas las otras fuentes de refuerzo son bloqueadas, una persona quizá siga buscando la
única forma de refuerzo restante, aunque sea a un alto precio” (Miller y Rollnick, 1999:
75). El proyecto de cambio implica, pues, una movilización de incentivos para el
cambio y les implicamos a ellos en la identificación y gestión de esos incentivos y
beneficios.
515
tu vida, y en qué medida estas ganancias te van a compensar teniendo en
cuenta lo que vas a dejar atrás en tu vida y también el trabajo duro que
todavía queda por hacer. ¿Vale la pena que sigamos adelante?”.
Una estrategia complementaria es tratar de reducir los costes que pueden tener las
acciones de cambio y el “precio” que hay que pagar por la decisión. Identificamos con
ellos las dificultades reales y las barreras y obstáculos que probablemente van a encontrar
y que podrían privarles de potenciales consecuencias reforzadoras, y cooperamos para
removerlos, reducirlos o minimizarlos. Reducimos al máximo la impredecibilidad, la
inseguridad y las incertidumbres que comporta el proceso de implantación del cambio.
“Hemos visto que los objetivos valen la pena, que te importa mucho
resolver el problema, que tienes una firme decisión de ponerte en camino
y que además son muchas las ventajas y las mejoras que vas a dar a tu
vida. Pero para hacer si cabe más firme la decisión, vamos a tratar
ahora de anticipar también las dificultades que crees que podrán
aparecer a lo largo del camino. Si las conocemos, estaremos en mejores
condiciones de salirles al paso, evitarlas o cuando menos hacer que sean
menores”.
Inclinar la balanza de la decisión implica también trabajar para reducir el apego que
tienen a los comportamientos habituales, disminuir o suprimir los beneficios y apoyos
reales o percibidos, personales o sociales, con los que cuentan esos comportamientos,
tratando de compensar esos beneficios con los beneficios del cambio, mediante una
adecuada gestión de las consecuencias, tal como se ha visto en la Parte IV. Al tratar de
reducir el apego, hemos de tener en cuenta las fuerzas del contexto que, según el AFC,
están reforzando y manteniendo el problema e inclinando la balanza en el sentido de la
conformidad, para poderlas gestionar adecuadamente en y desde la alianza de trabajo.
Así, por ejemplo, en los escenarios de la vida cotidiana puede haber personas
516
que alientan y apoyan el comportamiento integrante del problema porque se
benefician de ese comportamiento, o personas que tienen interés en que todo
siga igual y se oponen al cambio para evitar los costes que tendría para ellas el
cambio y la solución del problema.
Así, por ejemplo, si consultor y consultante acuerdan que cada vez que tenga
517
lugar el comportamiento que define el problema (insomnio, tics,
comportamientos compulsivos) la persona deberá realizar una tarea
suficientemente costosa, es probable que prefiera cambiar su comportamiento
antes de tener que soportar los inconvenientes de la tarea.
Así, por ejemplo, si a los miembros de una pareja o de una familia les hemos
propuesto ensayar en una de las sesiones un nuevo modo de establecer una
determinada transacción interpersonal para posibles momentos de discusión o
de conflicto, será más fácil que este ensayo sea posteriormente transferido a
las transacciones diarias en el domicilio. Si en las sesiones del CP les hemos
propuesto ensayar en voz alta determinadas autoinstrucciones como estrategia
518
de autocontrol, les resultará probablemente más fácil transferir esta estrategia
a las situaciones diarias.
En otros casos, se tratará de acciones que a nuestros consultantes les han resultado
efectivas en otras ocasiones y que habíamos identificado como una fortaleza. En otras
ocasiones, se tratará de acciones que, aun siendo capaces de realizarlas, no las han
realizado nunca en el contexto del problema. Cuando se trata de parejas o familias, les
pedimos que todas las personas involucradas en el problema propongan acciones que les
permitirán lograr los cambios deseados, y acciones que están dispuestos a realizar y que
contribuyan a que los demás puedan lograr sus objetivos y aspiraciones y satisfacer
necesidades y deseos que expresaron. Una acción que puede resultar de mucha utilidad
es dedicar un tiempo entre sesión y sesión del CP, por ejemplo, una vez en semana, a
revisar en casa el plan de acción establecido y hacer un balance de lo ocurrido desde la
última sesión. Si el problema afecta a una pareja o una familia, la revisión puede hacerse
en una reunión de las personas implicadas que analizan los acuerdos establecidos y
valoran los logros alcanzados y las dificultades encontradas, proponiendo estrategias para
hacerles frente en los próximos días hasta la próxima sesión de CP.
El consultor, a través de preguntas, valora la autoeficacia del consultante para realizar las
acciones. En función de la respuesta que el consultante dé a estas preguntas, se puede
promover la exploración de los recursos y obstáculos para acometer las acciones y
analizarlos en consecuencia.
519
decir, para que tenga plena confianza. Cuénteme”.
El consultor puede explorar las oportunidades con el recurso de preguntar por qué
no ha dado una puntuación más baja. Este tipo de preguntas permite también que el
consultante explore más razones para motivarse en relación con los objetivos y acciones
de cambio.
Como es obvio, el dónde, cómo y cuándo de muchas de las acciones tendrá lugar en el
propio escenario del CP como ocurrirá con la aplicación de determinadas técnicas. Pero
cuando se trata de acciones que se han de realizar fuera de los escenarios del CP, hemos
de definir y preparar esas circunstancias, teniendo en cuenta las características personales
de quienes van a realizar las acciones y asegurando que las acciones de cambio tengan
sentido y sean significativas porque proporcionan consecuencias valiosas y reforzantes.
Así, por ejemplo, si Ana (caso 1, cap. 10) ha decidido afrontar el problema
con su hijo y ha sido entrenada en cómo hacerlo, podemos deliberar con ella
acerca de cuáles serían las mejores condiciones para lograr mantener una
conversación de solución de problemas (cuál sería el mejor momento para
abordarla, cuál sería el lugar más idóneo, cómo hacer los preparativos, etc.).
520
pues en función de todo ello puede requerirse la revisión de los objetivos.
Los ajustes y reajustes que el cambio requiere hacer, los obstáculos que es previsible que
aparezcan y la desestabilización que el cambio puede ocasionar en los contextos y en las
relaciones habituales pueden ser por sí mismas un factor de riesgo que dificulte el
cambio y que haga probable incluso el abandono del plan. La falta de recursos, la
ansiedad social, el aislamiento social o la falta de apoyos pueden ser otras tantas
circunstancias que obstaculicen el proceso de cambio y de recuperación. Por ello, hemos
de identificar todas estas posibles circunstancias y establecer las estrategias apropiadas
para que puedan afrontarlas.
521
Se han diseñado intervenciones específicas para prevenir las recaídas en numerosos
problemas psicológicos (Marlatt y Gordon, 1984; Gumley y Schwannauer, 2008). En la
figura 23.2 se ofrece un ejemplo de los semáforos o señales discriminativas utilizados en
el caso 4, la mujer que evitaba salir sola a la calle por temor al desvanecimiento. La señal
se utilizó para ayudarle a recordar una estrategia sencilla de gestión del sistema simpático-
parasimpático, previamente entrenada en el escenario del CP.
23.4.3. Informar del contraste entre la evolución esperada y la probable evolución real
522
puede ocurrir. Habrá momentos o días en los que se sentirá decaído,
incluso sin saber por qué y posiblemente llegue a hacerse la pregunta
‘¿qué me está pasando?’ e incluso podrá preocuparse si piensa que es
señal de lo difícil que es recuperarse. Bueno, pues esto que puede
ocurrirle es absolutamente normal. No hace falta que se pregunte qué le
está pasando, pues es normal. Los estados de ánimo son transitorios y
son influenciables por numerosas circunstancias que no controlamos, una
gripe, una mala digestión, fallos o expectativas frustradas repetidas,
cansancio...”
523
Una vez elegidas las opciones más efectivas y viables, así como los procedimientos para
desarrollarlas, le toca el turno a la capacidad ejecutiva de los consultantes, “ponerse
manos a la obra”.
524
525
Las técnicas más relevantes que se refieren en el cuadro 23.1 se describen en la
Parte IV. En esta parte, se ejemplifica también el despliegue de algunas de las técnicas
aplicadas a dichos casos.
526
los medicamentos utilizados, de manera que la alteración fisiológica sea facilitadora y
no resulte, por el contrario, un inconveniente para el despliegue de las acciones de
cambio necesarias para la solución del problema.
527
El plan de acción incluye, por una parte, seguir en todo momento el potencial
transformador de la alianza. Esto conlleva, entre otras cosas, afianzar las conductas
relevantes de tipos 2 y 3. Por otra parte, en los escenarios de la vida cotidiana habrán de
realizarse todas aquellas acciones que completan y apoyan el desarrollo de las técnicas
instrumentales aplicadas. De manera especial, el cambio va a requerir todas aquellas
acciones que en el capítulo 14 se denominaban asignación de tareas, que son
compromisos para la acción que adquiere el consultante.
1. Pueden tener una significación biográfica protectora. Son más que conductas
defensivas obstinadas. Tienen una significación protectora frente a la vulnerabilidad
que supone exponerse al proceso de cambio y de exponerse a situaciones y
experiencias privadas que han sido vividas como amenazas.
2. Tienen la función de preservar la autoestima y el equilibrio. Las resistencias
pueden ser un intento de preservar la autoestima y el equilibrio existente,
528
conseguido a veces a costa de grandes esfuerzos, como un deseo de conservar
aspectos que tienen valor en la biografía personal, de reafirmarse y no perder el
control que hasta ahora han tenido de su vida, incluso en medio de los problemas.
3. Pueden indicar una elección diferente al cambio propuesto. Nos pueden desvelar
el afrontamiento positivo y constructivo en el proceso de cambio, como una
muestra precisamente del deseo de cambio aunque en una dirección distinta a la
que tal vez les estamos proponiendo. Permite indicar que los consultantes tienen la
voluntad de ser agentes activos que tienen dominio de sus decisiones libres y que
su petición de ayuda no quiere decir que acepten parecer débiles o ser tratados
como incompetentes y que estén dispuestos a aceptar cualquier propuesta de ayuda
que se les haga.
4. Compensa mantener las cosas como están. Las resistencias son intentos de
aferrarse a la seguridad de lo habitual (“más vale malo conocido que bueno por
conocer”). Serán tanto mayores, cuanto que el cambio acarree efectos adversos
para su vida o la de otros, o que los resultados, consecuencias y beneficios
conseguidos manteniendo las cosas como están no se pueden conseguir de otra
manera. En esos casos, nos podemos encontrar con resistencias que persisten
incluso a pesar del castigo y de los reproches aplicados a comportamientos de
riesgo que “no atienden a razones” y que no cambian.
5. ¿Para qué hacer esfuerzos? Si se puede obtener algo apetecido sin tener que hacer
ningún esfuerzo, es probable que no muevan “ni un dedo” para conseguirlo por
mucho que les invitemos a hacerlo.
6. Comportamiento habitual reforzado sin demora. Un comportamiento reforzado
por consecuencias gratificantes frecuentes, intensas y poco demoradas es probable
que sea más resistente al cambio que cuando esos resultados se obtienen con
menos frecuencia, con menos intensidad y con mucha demora.
7. Insuficiencia de habilidades. Pueden indicarnos que los consultantes no se
consideran capaces para acometer los cambios o consideran que no disponen de las
suficientes habilidades, que, en ese caso, habría que promover.
8. Tomar conciencia del desafío del cambio. Pueden permitir a los consultantes
tomar conciencia de las exigencias, los desafíos y las posibles amenazas que el
cambio conlleva para los comportamientos habituales que conforman el problema.
9. Validarlas puede fortalecer. Validarlas es contribuir a que ellos también validen su
legitimidad y que experimenten que no es necesario silenciar las discrepancias,
suavizar los desacuerdos, simular que todo va sobre ruedas, mostrarse sumiso y
529
congraciarse con el consejero para ser tomados en consideración.
1. Decir lo que tiene que hacer. Los consultantes pueden escuchar de sus consultores
lo que “deberían hacer”, pero pueden estar más dispuestos a hacer lo contrario en
la medida en que prefieren preservar su capacidad de decidir sobre los asuntos que
les afectan. La resistencia y la negativa son, en estos casos, funcionales para negar
la validez de lo que se les dice y para autoafirmarse. Mantener una postura con
firmeza, “no dar el brazo a torcer” y autoafirmarse frente a quienes les invalidan
puede ser entonces para muchos de nuestros consultantes un poderoso incentivo,
más poderoso y significativo que las metas del cambio.
2. Enfrentamiento de perspectivas. El consultor intenta que el consultante cambie,
este último argumenta desde su perspectiva la dificultad para hacerlo, y el consultor,
vuelta a argumentar en contra. Estos intercambios provocan una espiral de
resistencia-coacción-resistencia que harán que el consultante, arrinconado en su
punto de vista, trate de defenderlo cada vez con más ahínco, sobre todo cuando es
algo muy valioso para él y que le revaloriza frente al profesional. De esta manera,
se aplaza el compromiso con el cambio y disminuye el interés por él.
3. Aducir la etiqueta como razón del cambio. Cuando la razón del cambio es la de
tratar una dolencia etiquetada con un diagnóstico (alcohólico, adicto, depresivo,
obsesivo-compulsivo, etc.) porque el profesional cree que el consultante debe
aceptar esta etiqueta como requisito para cambiar su conducta, puede ocurrir que
muchos consultantes, en defensa de su autoimagen y autoestima rechacen la
etiqueta y lo que ella conlleva.
530
4. Interrogar con preguntas/respuestas. A veces, el consejero y el consultante pueden
caer en un patrón de preguntas cerradas que provocan respuestas del tipo
“sí”/”no”, sin dar oportunidad al consultante de responder desde su perspectiva y a
su manera. De esta manera, se establece una relación jerárquica que estimula la
pasividad y le niega al consultante la oportunidad de profundizar en lo que le
importa.
5. Establecer prematuramente el foco del cambio. Centrarse demasiado rápidamente
sobre un problema específico sin haber explorado suficientemente otras áreas de
preocupación puede impedir al consultante hablar de éstas.
6. Permitir que el consultante hable en exceso de la dificultad del cambio. Escuchar
de manera reiterada las dificultades del cambio o estimularlas con preguntas del tipo
“¿por qué es difícil?” puede promover en el consultante el pesimismo y la
desesperanza y hacerle pensar que el cambio es difícil de lograr.
7. Pasar por alto las ambivalencias, dudas y vacilaciones. Enfocar el cambio sin
antes haber clarificado las dudas y ambivalencias hace que el consultante, que las
tiene, no las pueda despejar suficientemente y suponga una barrera permanente, y
que surgirá una y otra vez, a lo largo del proceso de cambio.
8. Atribuir las resistencias a “faltas” o características personales del consultante.
Culpabilizar al consultante de las resistencias atribuyéndolas a supuestos rasgos de
personalidad (“una persona tan tozuda como usted....”, “tiene la rara habilidad
de llevar la contraria por sistema”) por su falta de compromiso o de motivación
con el cambio impide la legitimidad de las mismas y enmascara sus razones.
9. Proponer tareas y acciones que desborden la capacidad del consultante. Además
de exponer al consultante a una permanente experiencia de frustración y fracaso se
promueve el sentimiento de impotencia que hace que desista de intentarlo.
10. Efectos secundarios. Las resistencias se promueven inadvertidamente cuando se les
presta excesiva atención sin tomar conciencia de en qué medida nosotros las
estamos provocando.
531
generalicen o transfieran a los escenarios de la vida cotidiana en los que se ha venido
experimentando el problema, e incluso a otros escenarios diferentes, y que además se
mantengan y se consoliden una vez terminado el proyecto del CP y a lo largo del tiempo.
En todo caso, el propósito final de un proyecto de cambio y de su mantenimiento es que
los consultantes puedan desarrollar su vida habitual sin el recurso subsidiario de la alianza
de trabajo del CP. Pero la generalización y el mantenimiento no siempre son fáciles de
lograr, porque las circunstancias de los escenarios de la vida cotidiana suelen ser
diferentes de los escenarios del CP, y a veces no hace factible la práctica de los
comportamientos de cambio iniciados en los escenarios del CP, pueden ser incluso una
barrera para la práctica y pueden favorecer que se practiquen más bien los
comportamientos integrantes del problema como venía ocurriendo hasta ahora. De
hecho, como se verá en seguida, las recaídas y el “volver a las andadas”, son un
fenómeno habitual en los proyectos de cambio personal.
532
cambio.
533
deliberaciones y decisiones realizadas en el escenario del CP.
10. Asegurar que las acciones de cambio estén expuestas a consecuencias de refuerzo
contingente.
11. Asegurar que las acciones integrantes del problema no reciban refuerzo.
12. Asegurar que en los escenarios cotidianos existen apoyos y recursos que facilitan
el ejercicio de las acciones de cambio aun en medio de los obstáculos.
13. Asegurar que en los escenarios cotidianos existen factores de protección capaces
de amortiguar y neutralizar los factores de riesgo y las fuentes de estrés.
Una vez establecidas y puestas en marcha las líneas de acción, evaluamos y revisamos
en los encuentros sucesivos su evolución en diferentes áreas (cuadro 23.5).
534
8. Indicadores del grado de compromiso de los consultantes: implicación en las
acciones de cambio, realización de las tareas acordadas, asistencia a las sesiones,
ausencias injustificadas.
9. Grado de autoeficacia experimentada.
10. Nuevos problemas o preocupaciones o nuevos aspectos del problema que los
consultantes no habían revelado antes o que nosotros no habíamos identificado de
manera apropiada. Además de tomarlos en consideración, será útil identificar los
motivos por los que no los han revelado antes (“por lo que le escucho, esto que me
cuenta ahora es muy importante y me pregunto qué es lo que le ha podido hacer
difícil el contarlo antes”).
Otra condición muy especial es que el consultante perciba que los resultados y el
progreso en el cambio que se va logrando se deben a méritos propios y no al azar, a la
suerte o a instancias ajenas a los propios esfuerzos y merecimientos (atribución interna).
535
23.8.3. Evaluar el grado de progreso
Hay casos en los que se tiene la sensación de que los encuentros se hacen por rutina y en
los que, o bien se lograron parcialmente los objetivos originariamente previstos, o bien no
existe un progreso que justifique la relación. Si es así, cabe analizar en qué medida se
trata de una conducta relevante de tipo 1 que hemos de gestionar convenientemente. En
todo caso, puede resultar aconsejable establecer una deliberación abierta con el
consultante invitándole a revisar el proceso seguido y valorar, si procede, continuar ante
la perspectiva de nuevos objetivos, o trabajar en la perspectiva de finalizar el proceso.
536
recaída implica además señalar cómo puede suponer una oportunidad (cuadro 23.6) para
refrendar el valor que tienen los objetivos planteados en el proyecto de cambio, seguir
implicados e incluso redoblar los esfuerzos.
1. Las recaídas ayudan a conocer mejor las situaciones que tienen impacto en la vida
personal, la propia vulnerabilidad frente a esas situaciones, los esfuerzos realmente
requeridos para hacerles frente de modo efectivo, y la capacidad personal para
perseverar a pesar de los tropiezos.
2. Pueden ayudar a revisar las metas y criterios iniciales que quizá eran poco realistas
o demasiado rígidos.
3. El dolor por haber fallado es una señal de que están haciendo algo que les importa,
es una medida de la importancia del camino emprendido, porque el fallo y la
recaída en algo que no se valora no produce dolor.
4. Muy a menudo las personas que son más capaces de perseverar en los
contratiempos son las que han aprendido a afrontarlos por haberlos tenido con
anterioridad, las que han aprendido a caerse y a levantarse.
Y es probable que esto ocurra cuando les ayudamos a ver la recaída como una parte
del cambio, como una experiencia de aprendizaje y como un problema que hay que
resolver, y no como un fracaso. De hecho, quienes abandonan con más probabilidad un
proyecto de cambio suelen ser aquellos que no encuentran en los profesionales
comprensión para los esfuerzos que realizan en afrontar sus dificultades y problemas, o
que encuentran desaprobación o rechazo ante el relato de aspectos personales negativos
o ante la desilusión, los errores o las recaídas. Sabemos que, por el contrario, los más
resistentes al desánimo suelen tener la oportunidad de sentirse escuchados por alguien .
537
nos indica dónde están las piedras que nos hacen tropezar, no nos impide seguir
caminando, incluso con más firmeza a partir de ahora”.
B) Analizar la recaída
538
D) Diseñar un plan de mejora para evitar futuras recaídas
A partir del análisis de la recaída y, sobre todo, del compromiso renovado del
consultante tras el proceso de deliberación, procede establecer las medidas oportunas
para prevenir futuras recaídas: entrenamiento en habilidades que se han mostrado
deficitarias, graduar la exposición de manera que se tengan experiencias de dominio, u
otras.
539
24
Fases 6 y 7.
Terminación del proyecto de cambio y
seguimiento
540
sólida y efectiva, cuanto más se haya fortalecido esa autodeterminación. El proceso del
CP es un acompañamiento por un tiempo que puede terminar cuando ha preparado para
la emancipación y para seguir andando el camino de la vida con autosuficiencia y
dominio de los quehaceres diarios. Podría incluso terminar el proyecto aun cuando la
solución del problema no se haya logrado por completo y se haya alcanzado sólo alguno
de los objetivos, si acordamos con los consultantes que ellos se consideran
suficientemente competentes, confiados y motivados para seguir por su cuenta
consolidando el cambio con un afrontamiento efectivo que han aprendido a practicar a lo
largo del proyecto y para llegar a ver “la luz al final del túnel” aunque no la hayan visto
todavía y aunque no la hayan llegado a ver en el curso de la alianza de trabajo. El CP
traicionaría su propósito potenciador si erosionara las competencias de los consultantes,
si creara dependencia e incapacidad, si el CP pasara de ser un acompañamiento
subsidiario a convertirse en el centro de la vida, si la relación interpersonal protectora de
la alianza fuera un oasis que inadvertidamente les estuviera permitiendo evitar el
afrontamiento activo de la vida diaria, si los consultantes se sintieran incapaces de
resolver situaciones que resolvían antes de acudir al CP y de tomar decisiones que antes
eran capaces de tomar, si ahora fueran más vulnerables y menos resilientes ante
determinadas fuentes de estrés, si no se las pudieran arreglar sin consultar previamente
con el consultor cada una de las decisiones, como si éste fuera, en palabras de un
consultante, su “ángel de la guarda”.
541
A) Anticipar su finalización en un horizonte temporal
Con independencia de cómo se ponga fin al proyecto del CP, procede “dejar la
puerta abierta” al consultante para cuantas consultas adicionales desee hacer y plantear
nuevos problemas si procede.
542
clarificar no es lo mismo que “presionar”, invitarle, si procede, a valorar las ventajas e
inconvenientes de hacerlo, permitirle que tome la decisión de terminar la relación y, por
último, “dejar la puerta abierta” para que vuelva si es que decide hacerlo. Hay casos en
los que el consultante deja de venir y no acude a la consulta que tenía programada o
acordada. En estos casos, muchos consejeros siguen una pauta como la siguiente: a)
esperar un tiempo prudencial para dar oportunidad a que el consultante vuelva a ponerse
en contacto, b) escribir una carta personalizada, cordial y respetuosa, explorando
discretamente las razones de su abandono y pidiéndole que se ponga en contacto para
una nueva consulta en el supuesto de que desee reiniciar el proceso o notificando la
disposición a recibirle y retomar su caso cuando desee hacerlo en el futuro.
También existe la casuística de consultores que deciden poner fin a una relación de
manera prematura. Puede haber razones del contexto de la relación (exceso de
consultantes que atender, dificultades específicas para establecer citas y problemas que
plantea el ajustarse a los requerimientos del consultante) o del ajuste de las características
del consultante-consultor que predisponen a tomar esta decisión. Aparte de los problemas
éticos que ello conlleva, es importante revisar tanto el contexto como la propia pericia del
consultor y deliberar sobre la oportunidad de una derivación adecuada.
Así, por ejemplo, uno de los casos descritos en el capítulo 10, el del joven
543
afectado por una circunstancia del trabajo (caso 3), tuvo una recaída a los 8
meses después de haber abordado los objetivos que se describen en el cuadro
6.9 y finalizada la intervención psicológica. Esta recaída aconteció tras un
percance interpersonal que tuvo y coincidiendo también con una cierta
acumulación de trabajo. Analizada la recaída, se concluye que el déficit
asertivo mostrado en este percance interpersonal fue muy determinante, al
igual que lo fue en el problema original que nos comentó. Se concluye también
que el entrenamiento asertivo que se acometió entonces consistió tan sólo en
pequeños ejercicios asertivos y que resultó ser insuficiente. Después de haber
ayudado de nuevo a afrontar la recaída y haber tenido un entrenamiento
asertivo suficiente no volvió a tener recaída alguna. Han pasado ya más de
tres años y lleva una vida muy satisfactoria.
RESUMEN DE LA PARTE V
544
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556
Índice
La mitad de la página de título 2
Título de la página 4
Derecho de Autor Página 5
Dedicación 6
Índice 7
Prólogo 21
Introducción 24
Parte I: Despatologizar la vida y los problemas de la vida 29
1. Los problemas de la vida no son enfermedades 30
1.1. Tratamos de resolver problemas, no tratamos una patología 31
1.2. Un cambio radical de paradigma frente a la patologización de los
31
problemas psicológicos
1.3. La profunda experiencia humana de los problemas psicológicos 32
1.3.1. Castigo del pecado y posesión diabólica 33
1.3.2. De la posesión diabólica a la “enfermedad del entendimiento” 33
1.4. La patologización formal de los problemas psicológicos 35
1.4.1. El modelo anatomoclínico y fisiopatológico: la sede y la causa de la
35
enfermedad
1.4.2. “Esto es una enfermedad”, una metamorfosis declarativa 36
1.4.3. La consolidación de la “patología mental” y de la nosología 37
1.5. Un grave error lógico y epistemológico 39
1.5.1. Una desalentadora falta de evidencia 40
1.5.2. Una logomaquia, una enfermedad inventada 41
1.5.3. Una profesión de fe y un modelo “sobrenatural” 42
1.6. “Como el demonio metido en el cuerpo” 43
1.6.1. La cosificación de las palabras 43
1.6.2. Una enfermedad de los sesos 44
1.6.3. Los delirios como secreción 44
1.6.4. La “virtud dormitiva” del opio y el “impedimento de la volición” 45
1.6.5. La retórica del síntoma y el desafío como síntoma del trastorno
45
desafiante
1.7. Un diagnóstico ficticio, pero inapelable 46
557
1.7.1. La perspectiva sindrómica 47
1.7.2. ¿Enfermo o bribón? 48
1.7.3. Una patologización caótica y desenfrenada 49
1.7.4. Una fuente de indefensión y de pasividad 51
1.7.5. Un estigma que puede marcar para siempre 54
1.8. Expulsar demonios, curar enfermedades 55
1.8.1. Sanguijuelas en la yugular contra la manía 56
1.8.2. “Dejar de buscar la hierbecita” 57
1.8.3. Tratamientos a la fuerza 59
2. El ABC, un modelo radical para comprender y resolver los problemas
61
psicológicos
2.1. Un cambio radical de paradigma 61
2.2. Un modelo biográfico y transaccional 61
2.3. Una biografía entera con historia biográfica 62
2.4. Una mirada contextual y transaccional 64
2.4.1. Llegar hasta el fondo de los problemas y comprender su
65
significado
2.4.2. La biografía tiene hechura transaccional 68
2.4.3. Una poderosa hermenéutica: el Análisis Funcional de la Conducta
69
(AFC)
2.5. Bases estructurales de la conducta y fantasías neuromitológicas 70
2.5.1. Sin cerebro no hay conducta ni problemas de conducta 70
2.5.2. Necesarios, pero no suficientes 71
2.5.3. Los problemas psicológicos no se ven por neuroimagen 72
2.5.4. Los problemas psicológicos no están en los genes 74
2.6. El modelo patológico desnaturaliza los problemas y los hace
75
incomprensibles
2.6.1. El secuestro del significado biográfico y transaccional 76
2.6.2. La retórica psicopatológica y los miedos y esperanzas del corazón
78
humano
2.6.3. Los enigmas psicológicos 79
2.7. El modelo patológico y la retórica del síntoma ignoran la
80
interdependencia
2.7.1. El silencio no es como la tos de la bronquitis 81
2.7.2. La ocultación como síntoma de locura 82
2.7.3. Las lecciones clínicas de Kräpelin y la experiencia de indefensión 82
558
2.8. El modelo patológico y la quimera de la “eficacia terapéutica” 84
2.8.1. La administración de sustancias químicas 85
2.8.2. Sangría y psicofármacos 85
2.8.3. Psicofármacos como creadores de psicopatología 87
2.8.4. Sedación, calma, docilidad y obediencia 88
2.9. Problemas psicológicos con “denominación de origen” y significado 89
2.9.1. Las raíces de una fobia y su significado 89
2.9.2. El paje que quería volver a la locura 92
2.9.3. Oír la voz de Dios 94
2.9.4. Denominación de origen y de trayectoria 96
2.10. Control social del comportamiento y de los problemas psicológicos 97
2.10.1. El etiquetado de anormalidad 97
2.10.2. La coartada ideológica del diagnóstico psicopatológico 98
2.10.3. Una poderosa herramienta de control social 99
RESUMEN DE LA PARTE I 100
Parte II: Empoderar para resolver los problemas de la vida 102
3. Principio estratégico 1. Construir una fuerte alianza de trabajo 103
3.1. Empoderar: despatologizar y compartir poder y control 103
3.2. Acompañarles a lo largo del camino 104
3.2.1. Adoptar una perspectiva biográfica, histórica y transaccional 105
3.2.2. Promover y equilibrar afiliación y autonomía 107
3.2.3. Potenciar las dos funciones de la alianza: contexto y principio
108
activo
3.2.4. Promover y equilibrar contenido y relación 109
3.3. Gestionar el poder de la interdependencia 110
3.3.1. Lo que hacen y dicen depende de lo que hacemos y decimos 110
3.3.2. Tenemos capacidad de influencia 111
3.3.3. Asumir nuestra responsabilidad 112
3.3.4. Nuestra capacidad de influencia depende de su capacidad de
113
influencia
3.3.5. Participan si les compensa 113
3.3.6. Promover la comunicación bidireccional 114
3.4. Lograr que nos franqueen la puerta 115
3.5. Fortalecer la seguridad, la certidumbre y la confianza 116
3.5.1. Confianza que va más allá del encuentro 117
3.5.2. Confianza que se construye 117
559
3.6. Proporcionar una experiencia de exposición 119
3.7. Ampliar la perspectiva con valor preventivo 119
3.8. Tomar en consideración las conductas relevantes 121
3.8.1. Conductas relevantes de los consultantes 121
3.8.2. Nuestras conductas relevantes 121
3.9. Gestionar el poder de las palabras y sus riesgos 122
3.9.1. Tomar en consideración su discurso y hacer un análisis crítico del
123
lenguaje
3.9.2. Gestionar las palabras de la alianza 125
3.10. Gestionar el poder de nuestro ejemplo 125
4. Principio estratégico 2. Validar la biografía personal 128
4.1. Comunicar aceptación y respeto genuino por su biografía personal 128
4.1.1. Validarlos como “patrimonios de la humanidad” 131
4.1.2. Despatologizar y evitar las etiquetas diagnósticas 133
4.1.3. Aceptar y respetar la diferencia, la distancia y los límites 134
4.1.4. Aceptar y revelar lo que compartimos 136
4.2. Identificar, aceptar y respetar sus competencias y puntos fuertes 137
4.2.1. Explorar estilos transaccionales competentes y construir sobre ellos 137
4.2.2. Lo bueno de lo malo: desvelar competencias en el problema 139
4.3. Validar y aceptar sus experiencias privadas 140
4.3.1. Comunicar validación emocional 140
4.3.2. Validar sus delirios y alucinaciones 149
4.3.3. Validar el distanciamiento biográfico 151
4.4. Validar los desacuerdos y las resistencias 152
4.5. Validar la experiencia del problema 153
4.5.1. Mirar cara a cara al problema 153
4.5.2. Validar el carácter ecológico y transaccional del problema 154
4.5.3. “No hay mal que por bien no venga”: desvelar oportunidades 155
4.6. “Tengo una mala noticia para usted”: anticipar las dificultades
156
previsibles
4.7. Anticipar la desestabilización previsible 157
4.8. Validar la apertura al cambio 158
5. Principio estratégico 3. Promover el compromiso responsable con las
159
decisiones y las acciones que llevan al cambio
5.1. Un proyecto vital de cambio 159
5.2. Gestionar la tensión dialéctica entre la aceptación y el cambio 160
560
5.3. “Bebe aunque tengas miedo”: pasar de los dichos a los hechos 161
5.3.1. “Obras son amores”: tomar conciencia del valor de la acción para
162
la vida
5.3.2. Promover el compromiso con la acción para el cambio 162
5.3.3. Acciones y emociones 164
5.4. Promover, confirmar y fortalecer su responsabilidad 166
5.4.1. Confirmar su responsabilidad en el problema 167
5.4.2. Promover su compromiso responsable en el cambio y en la
168
solución del problema
5.4.3. Fortalecer la autodeterminación y la autonomía 171
5.5. Fortalecer la autoeficacia y el control percibido 172
5.5.1. Promover y confirmar su capacidad de influencia 173
5.5.2. Evitar experiencias repetidas de fracaso 173
5.5.3. Promover una autoeficacia realista 173
5.6. No suplantar el curso de la vida con discursos sobre la vida 174
5.6.1. Evitar la hipertrofia logocéntrica: cambiar para conocer 174
5.6.2. Evitar los riesgos de la hiperreflexividad 175
5.7. Evitar la “búsqueda arqueológica”: más un cómo que un porqué 176
5.8. Promover expectativas y esperanza 178
5.9. Fortalecer el autocontrol 179
6. Principio estratégico 4. Rediseñar escenarios y fortalecer recursos 181
6.1. Raíces ecológicas del poder y del control 181
6.2. Una intervención ecológica, biográfico-contextual 181
6.3. Construir la alianza como contexto 183
6.4. Investigar las raíces del problema 183
6.5. Tomar en consideración el entorno externo de la alianza 183
6.6. Cooperar en el fortalecimiento de los escenarios del entorno 185
6.7. Coordinar escenarios y establecer coaliciones 185
6.8. Cooperar en la disponibilidad y accesibilidad de recursos y
186
oportunidades
6.9. Promover los factores de protección y de recuperación y amortiguar
186
los factores de riesgo y las fuentes de estrés
6.10. Contribuir a remover las barreras y obstáculos 187
RESUMEN DE LA PARTE II 187
Parte III: El Análisis Funcional de la Conducta (AFC): una
hermenéutica para comprender los problemas psicológicos y 189
561
orientar su solución
7. Características del Análisis Funcional de la Conducta (AFC) 190
7.1. Escudriña los puntos sensibles para desvelar el enigma de los
190
problemas
7.2. El AFC, una semiología psicológica 192
7.3. El AFC no es un análisis de los “rasgos” de la personalidad 193
7.4. El AFC no distingue entre conducta normal y conducta “anormal” 194
7.5. El AFC no es un sistema de clasificación categorial 194
7.6. El AFC tiene un foco biográfico integral 195
7.7. El objeto del AFC son las transacciones 197
7.7.1. Naturaleza de las transacciones 198
7.7.2. El AFC nos revela interdependencia y secuencias encadenadas 200
7.7.3. El AFC nos revela posibilidades de cambio 201
7.7.4. El AFC, el análisis crítico del lenguaje y el distanciamiento 202
7.7.5. El AFC promueve la “despatologización” de los problemas 203
7.7.6. El AFC como exposición 204
7.7.7. El AFC y los sistemas de control social 204
7.7.8. EL AFC, un análisis dinámico que se construye y reconstruye 204
7.8. El AFC se orienta a la solución del problema 205
7.8.1. Más un “cómo” que un “porqué” 205
7.8.2. No basta “comprender” para cambiar 206
7.9. El proceso de exploración del AFC se orienta hacia el futuro 206
7.10. Propósitos del AFC y plan específico de intervención psicológica 208
8. Condiciones facilitadoras del AFC 209
8.1. Una relación de confianza y de trabajo cooperativo 209
8.2. Dominio conceptual de los paradigmas básicos 209
8.2.1. Paradigma respondiente o clásico (1) 210
8.2.2. Paradigma operante (2) 211
8.2.3. Paradigma vicario o modelado social (3) 212
8.2.4. Paradigma del marco relacional (4) 212
8.3. Dominio conceptual y semiológico de los problemas psicológicos 214
8.3.1. La depresión, una experiencia biográfica integral y transaccional 214
8.3.2. La crisis de pánico, una experiencia biográfica integral y
216
transaccional
9. El AFC: tareas básicas 219
9.1. Explorar el ecosistema social de los problemas: los ámbitos relevantes 219
562
9.2. Puntos de indagación preferente del AFC 222
9.3. Identificar, clarificar y cuantificar las conductas integrantes del
224
problema
9.4. Identificar antecedentes y consecuencias de las conductas integrantes
230
del problema
9.5. Identificar las variables determinantes y moderadoras de las conductas
230
problema
9.6. Diseñar diagramas idiográficos funcionales 233
9.7. Formular hipótesis funcionales y definir los objetivos de intervención 235
10. Aplicaciones del AFC a problemas específicos 238
10.1. Diagramas funcionales de casos 238
Caso 1. Demanda de ayuda para resolver un problema familiar 238
Caso 2. Un médico muy afectado por miedo a contaminarse 241
Caso 3. Una persona afectada por circunstancias de su trabajo 246
Caso 4. Mujer que evita salir a la calle por temor a perder el conocimiento 249
Caso 5. Joven “desbordada” por el estudio 252
Caso 6. Mujer que afirma ver a su marido, fallecido recientemente 256
10.2. Hipótesis funcionales y objetivos de intervención 259
Caso 1. Demanda de ayuda para resolver un problema familiar 260
Caso 2. Un médico muy afectado por miedo a contaminarse 260
Caso 3. Una persona afectada por circunstancias de su trabajo 261
Caso 4. Mujer que evita salir a la calle por temor a perder el conocimiento 262
Caso 5. Joven “desbordada” por el estudio 263
Caso 6. Mujer que afirma ver a su marido, fallecido recientemente 265
10.3. Una hermenéutica universal 266
RESUMEN DE LA PARTE III 268
Parte IV: Técnicas instrumentales para resolver problemas
270
psicológicos
11. El sentido de las técnicas instrumentales 271
11.1. Tocan puntos sensibles de las transacciones 271
11.2. Una tecnología que empodera 272
11.2.1. Crear una atmósfera segura 273
11.2.2. Elegir, decidir hacerlo y hacerlo 274
11.2.3. Un ejercicio de autodeterminación y de dominio 275
11.2.4. Chequear y suscitar la auto-eficacia y la fuerza de la decisión 276
12. Técnicas de exposición activa y aceptación 278
563
12.1. Técnicas de exposición como apertura a la vida y como afrontamiento 278
12.2. La Desensibilización Sistemática (DS) 283
12.2.1. Justificación 283
12.2.2. Procedimiento 284
12.2.3. Modalidades de DS 290
12.3. Exposición propiamente dicha 290
12.3.1. Justificación 291
12.3.2. Procedimiento 293
12.3.3. Modalidades 300
12.3.4. Ámbitos de aplicación 301
12.4. Exposición a las experiencias privadas 302
12.4.1. Justificación 303
12.4.2. Procedimiento 311
12.4.3. Una aplicación de las “3A” en las crisis de pánico 328
12.5. La inoculación de estrés como exposición 331
12.5.1. Justificación 331
12.5.2. Procedimiento 331
12.6. La prescripción paradójica como exposición 336
12.6.1. Justificación 336
12.6.2. Procedimiento 338
12.6.3. Condiciones y criterios para la prescripción 341
13. Técnicas de gestión de las consecuencias de la conducta 346
13.1. Justificación 346
13.2. Gestionar consecuencias en los escenarios del Consejo Psicológico 355
13.2.1. Criterios 355
13.2.2. Procedimientos 359
13.3. Gestionar consecuencias en los contextos de la vida cotidiana 367
13.3.1. Criterios 367
13.3.2. Procedimientos 371
13.4. Establecer expectativas y predicciones esperanzadas 377
14. Técnicas de gestión de las propias acciones. La Activación Conductual (AC) 379
14.1. Justificación: la acción, una poderosa aliada para el cambio 379
14.2. Procedimiento 381
14.2.1. Identificar en la consulta objetivos de fortalecimiento y de cambio 382
14.2.2. Facilitar en la consulta ocasiones y oportunidades para ensayar y
384
practicar
564
14.2.3. Facilitar y repetir acciones ajustadas al ritmo del consultante 385
14.2.4. Modelar y desarrollar progresivamente (moldear) la acción
385
requerida
14.2.5. Convertir el escenario en taller social de entrenamiento 387
14.3. Un caso especial de activación conductual: la depresión 389
14.3.1. Justificación 389
14.3.2. Procedimiento: actuar “como si” 391
14.4. La acción en otros contextos de la vida cotidiana: la asignación de
396
tareas
14.4.1. Justificación 397
14.4.2. Procedimiento 397
15. Técnicas de intervención sobre reglas verbales y sobre conducta verbal 405
15.1. Justificación 405
15.2. Procedimiento 406
15.2.1. Identificar, clarificar y analizar críticamente el repertorio verbal 406
15.2.2. Validar y respetar las reglas verbales 410
15.2.3. Aceptar y cambiar, según convenga 412
15.2.4. Deliberación sobre el cambio: el diálogo socrático 413
16. Técnicas de gestión de la activación fisiológica 434
16.1. Estrategias generales preventivas: vida saludable 435
16.2. Procedimientos específicos de relajación 435
16.2.1. Justificación 435
16.2.2. Procedimientos 436
16.3. Programa abreviado de respiración diafragmática 438
16.3.1. Justificación 438
16.3.2. Procedimiento 438
17. Recursos didácticos de apoyo a las técnicas 441
17.1. El juego de roles 441
17.1.1. Ámbitos de aplicación 441
17.1.2. Procedimiento 442
17.2. El consultante imaginario 446
17.3. Otros recursos para facilitar la narración autobiográfica 447
17.3.1. Frases incompletas 447
17.3.2. Técnica del detective 447
17.3.3. Recursos autoexpresivos 448
17.4. Preguntas y ejercicios para deliberar y practicar en relación con las 448
565
experiencias privadas 448
566
20.6. Ventajas e inconvenientes del problema 481
20.7. Averiguar qué han tratado de hacer hasta ahora para resolverlo. 481
20.8. Recapitular la narración autobiográfica 482
20.8.1. Identificación inicial de conductas relevantes. 483
20.8.2. El AFC incipiente 483
20.9. Deliberar sobre su disposición al cambio y su decisión de emprenderlo 484
20.9.1. Deliberar no es dar consejos 484
20.9.2. ¿Cuánto les importa? 485
20.10. Propuestas iniciales para el cambio 486
20.11. Encuadre o estructuración del proyecto: ¿qué vamos a hacer y
487
cómo?
20.11.1. Hacer explícito el foco del proyecto: análisis y solución del
488
problema
20.11.2. Las reglas de juego y los roles y responsabilidades respectivos 488
20.11.3. Marco temporal provisional 489
20.11.4. Escenarios de las sesiones del CP 489
21. Fase 3. Análisis y definición del problema 490
21.1. Realizar el Análisis Funcional de la Conducta 491
21.2. Compartir las hipótesis y objetivos desvelados por el AFC 491
21.2.1. Comunicar el marco conceptual 492
21.2.2. Comunicar los problemas desvelados y acordar por dónde
492
empezamos
21.2.3. Hipótesis funcionales del problema 494
21.2.4. Anticipar los objetivos que permiten la solución del problema 496
22. Fase 4. Clarificación de la visión, los valores y los objetivos 497
22.1. Clarificar la visión: la pregunta del milagro 497
22.2. Identificar los valores, aquello que les importa de verdad en la vida 498
22.3. Definir y clarificar los objetivos del proyecto de cambio 500
22.3.1. Los objetivos cumplen funciones 500
22.3.2. Del lamento a la aspiración 501
22.3.3. Criterios para el establecimiento de objetivos 501
22.3.4. Revisarlos en caso necesario 504
22.3.5. Formular objetivos encadenados 505
22.3.6. Establecer prioridades 507
23. Fase 5. Diseño y despliegue del Plan de Acción Compartido (PAC): pasar de
509
los dichos a los hechos
567
23.1. Promover y preparar elecciones y decisiones responsables 509
568
24.1.4. Gestionar la terminación no prevista por parte del consultor 543
24.2. FASE 7. Seguimiento del proyecto 543
RESUMEN DE LA PARTE V 544
Bibliografía 545
569