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LA MÚSICA
UNA HISTORIA DE
LA MÚSICA
La contribución de la música
a la civilización, de Babilonia a los Beatles
Howard Goodall
ISBN: 978-84-941267-0-3
Depósito legal: B. 11.552-2015
Impreso en España
Printed in Spain
Introducción 11
1 La edad del descubrimiento
40000 a.C.-1450 d.C. 17
2 La edad de la penitencia 1450-1650 57
3 La edad de la invención 1650–1750 91
4 La edad de la elegancia y el sentimiento
1750-1850 137
5 La edad de la tragedia 1850-1890 181
6 La edad de la rebelión 1890-1918 231
7 La edad popular I 1918-1945 273
8 La edad popular II 1945-2012 319
Lista de reproducción 351
Lecturas adicionales 363
Créditos de las imágenes 365
Agradecimientos 369
Índice analítico 371
Introducción
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una historia de la música
pieza favorita tres o cuatro veces en toda su vida. A menos que fue-
ses un músico excelente con acceso tanto a partituras como a instru-
mentos, era casi imposible llevar a tu casa composiciones musicales
complejas. Hasta el nacimiento de la grabación y de la radio, nues-
tros ancestros no tuvieron grandes oportunidades de elegir ni lo que
escuchaban ni cuándo lo escuchaban. Por así decirlo, la música es
democrática solo desde que la música grabada ha estado disponible,
ahora cualquier persona puede decidir simplemente expresando su
preferencia por una canción en detrimento de otra, o por un estilo
musical en detrimento de otro.
Inevitablemente, sin embargo, esta democratización ha traído
consigo sus propios problemas. Antaño, la moda y el gusto musicales
eran dictados por unos pocos mecenas e instituciones pudientes que
podían, en tiempos prósperos, permitir a los compositores un grado
de libertad para experimentar sin miedo a morirse de hambre. Pero
lo que se conoce como la era «popular» de la música ha produci-
do, inesperadamente, una división entre música de la tradición clá-
sica y música contemporánea más accesible. Incluso en la tradición
clásica, el pasado ha pesado sobre los compositores vivos, a medida
que el vasto depósito de música «antigua» se ha ido grabando y re-
descubriendo. La música clásica bien pudo haberse extinguido si los
compositores no hubiesen convertido su resentimiento en ingenio,
volviendo así a conectar con el público por medio de la polinización
con otros géneros; las bandas sonoras de las películas son solo un
ejemplo de sonidos inspirados por el clasicismo que se adaptan a las
formas artísticas populares de hoy en día. Este instinto para adap-
tarse y desplazarse con la marea ha sido particularmente evidente
–y particularmente necesario– durante los últimos cien años, más o
menos, pero siempre ha sido una parte esencial de la vida musical.
Si los compositores de todas las épocas no hubiesen tenido la volun-
tad de aprender, inventar, tomar prestado e incluso robar, podríamos
todavía estar escuchando canto llano (gregoriano). Colectivamente,
hicieron posibles los sonidos que prevalecen en la música occidental
contemporánea.
Lo que llamamos música «occidental» –la fórmula por la que casi
toda la música sobre la tierra se concibe, se graba y se interpreta hoy
en día, y que en los últimos cien años, más o menos, ha absorbido
en su seno la mayoría de las «otras» culturas musicales del mun-
do– empezó meramente como una rama local de un mapa musical
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introducción
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Goodall utiliza esta palabra en el original. En castellano, se llama «redonda».
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«blancas».
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«corchea».
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«negra».
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«blanca».
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El llamado «pop bastardo». Dejo la palabra original inglesa para conservar las
aliteraciones del autor.
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El sistro.
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Esta tablilla de arcilla de Mesopotamia (actualmente Irak) data del 2600 a.C.
y es la lista más antigua de instrumentos musicales nunca descubierta.
nia, algo más moderna, datada entre 2000 y 1700 a.C., da detalles
básicos sobre cómo aprender a tocar y a afinar un laúd de cuatro
cuerdas, incluyendo instrucciones sobre las notas que se deben to-
car. Como tal, es la forma más antigua de notación descifrable –aun
siendo una notación muy simple– que existe. Desgraciadamente,
no se conserva ninguno de estos laúdes.
Pero los arqueólogos han tenido un éxito moderado al desente-
rrar otros instrumentos antiguos en todas las esquinas del mundo.
Se hallaron varias liras y dos arpas que datan del mismo período
que la tablilla de arcilla de Mesopotamia en el gran yacimiento real
funerario de la antigua ciudad de Ur (hoy conocida como Tell el-
Muqayyar). Una de las liras está decorada con una cabeza de toro
dorada, entera, con cuernos largos, y fue enterrada junto con el
cuerpo sacrificial de su instrumentista (una mujer). En Egipto,
también se han desenterrado ejemplos igualmente impresionantes
del tipo de instrumentos representados en el arte antiguo, espe-
cialmente un arpa de cinco cuerdas semicircular, encontrada en el
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El canto llano es nuestro único vínculo con los músicos de los pri-
meros mil años d.C. Debemos su supervivencia hasta la era moderna
a dos gigantescos descubrimientos musicales que comenzaron a ha-
cer notar su presencia en los dos siglos anteriores al 1000 d.C. Para
entender el significado de estos dos descubrimientos, necesitamos
trasladarnos hacia el pasado, hacia el mundo sonoro de este período,
hace mil quinientos años.
Se trata de la misa del domingo por la mañana, en una abadía o en
una catedral. Algunos monjes cantan una sección del canto llano, jun-
tos, al unísono. Tras un par de generaciones, alguien piensa que sería
una buena idea añadir a algunos muchachos al coro, para alimentar-
los y vestirlos y mantenerlos lejos de los problemas, y para comenzar
el largo, lento proceso de enseñarles de memoria el repertorio com-
pleto de canto llano para el año eclesiástico.
El efecto musical de añadir a unos niños es que ahora hay dos par-
tes paralelas de música, no solo una, puesto que las voces de los niños
son más agudas que las de los hombres. La versión más aguda que
los niños cantan se compone de notas idénticas a la de los hombres,
pero en un registro más alto; así que hay una distancia fijada, natural,
entre las dos partes de música idénticas. La distancia fijada entre una
nota y su sosias más agudo es algo que ocurre en la naturaleza; no-
sotros los humanos no la inventamos, solo la hallamos merodeando
detrás de todos los sonidos musicales.
Puedo aclarar esta relación natural «secreta» entre una nota y su
correspondiente más aguda ilustrando la magia del tono musical. Si
punteo alguna cuerda de una guitarra o soplo por el extremo de algún
tubo, la longitud de la cuerda o la longitud de la columna de aire
determinarán cuán aguda o grave será mi nota. Podemos llamar a esa
nota como queramos, pero también podemos llamarla la, y cuando
hablamos de cuán aguda o grave suena la, hablamos de su «tono».
Si tañes una banda elástica, se producirá un tono; si la estiras de for-
ma que se alargue y se tense, el tono de la nota habrá cambiado.
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La notación musical anglosajona es diferente: A, B, C, D, E, F, G corresponden, res-
pectivamente, a la, si, do, re, mi, fa, sol. Por eso, el autor menciona los «nombres alfabéticos»
algo que obviamente no puede trasladarse a la traducción.
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En inglés, chanter, palabra muy relacionada con chant, canto. Si estiramos un poco la
etimología de la palabra zampoña (del lat. symphonĭa, instrumento musical, y este del gr.
συμφωνία), podríamos encontrar una relación parecida, aunque no tan cercana.
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Una de las formas más antiguas de notación musical tenía que ver con los
neumas –marcas sobre el texto de una canción–, pero solo eran útiles para
alguien que ya conocía la canción.
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métodos eran simples y claros. Primero dio a los neumas una forma
normalizada, fácil de leer. Cada nota tenía su propio borrón identi-
ficable, una marca sobre la página, y se colocaban en el orden, de
izquierda a derecha, en que se quería que se cantaran.
Luego trazó cuatro líneas rectas sobre las cuales se colocarían las no-
tas, así que era instantáneamente posible ver las posiciones relativas
de cada nota:
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El autor utiliza las palabras stave y staff, que significan lo mismo en español.
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El al’Ud (a la izquierda) llegó a Europa procedente de
Persia a través de la España musulmana, hace más de mil
años. Inspiró instrumentos europeos posteriores como el
laúd (abajo); la cítara (abajo a la izquierda), predecesor
de la guitarra; y el violín (abajo a la derecha).
do do re(m)5 si fa do
Morning has broken, like the first morning,
do mi(m)la(m) do re – si7
Blackbird has spoken, like the first bird
5
La abreviatura «m» se refiere a «menor».
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Radionovela que emitía la BBC.
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con ritmos diferentes. Ahora que tenían los pilares con los que cons-
truir largas piezas musicales que no se tenían que memorizar, se pro-
pusieron crear el equivalente a un laberinto musical: estructuras ma-
temáticas y geométricas incrustadas en la textura de la música. Ello
no es realmente sorprendente, supongo; esta también fue la época
de los laberintos eclesiásticos –que pueden haber servido como me-
táforas de las peregrinaciones a Jerusalén– como los de las catedrales
de Chartres y de Lucca.
Ejemplos de laberintos musicales pueden encontrarse en abun-
dancia en la música coral de Guillaume de Machaut, un poeta-com-
positor que trabajaba en el norte de Francia a mediados del siglo xiv.
Uno de ellos es una misa que escribió para la catedral de Reims, que
acababa de ser reconstruida aunque ulteriormente fue destruida du-
rante la Revolución Francesa, y que, da la casualidad, tenía un com-
Composito-
res del siglo xiv
se inspiraron
en la evocadora
acústica de las
asombrosas cate-
drales en las que
trabajaban. Esta
es la catedral
de Reims, en
Francia, para la
que Guillaume
de Machaut
compuso misas
que no tuvieron
precedentes por
su complejidad
musical.
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Al final del siglo xiv, casi todos los componentes vitales de la música
habían sido descubiertos: la notación, tanto melódica como rítmica;
la organización estructural, y la polifonía, la estratificación de voces,
una sobre la otra. Pero todavía quedaba por colocar una pieza final
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Todo parece estar «bien» en ese pequeño viaje por los acordes. Nos
sentimos bien retirándonos hacia donde habíamos comenzado. Esta
fue nuestra primera pequeña cadencia, un término que tiene su ori-
gen en el italiano, cadere, ‘caer’.
En la segunda frase nos movemos, brevemente, sobre un acorde:
Esta vez, viajamos hacia un acorde nuevo sobre la palabra me. Este es
el Acorde V porque, sí, es una quinta perfecta. De nuevo, esta progre-
sión se percibe lógica y satisfactoriamente. Vamos guiados de un sitio
al otro y luego de vuelta.
El verso se completa haciendo dos minimovimientos más, desde
I hasta IV y de vuelta, y luego desde el I hasta el V y de vuelta:
I once was lost, but now I’m found/Was blind, but now I see
ACORDE I IV I I V I
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Pero desde fa hasta la, como desde do hasta mi, es una tercera mayor.
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A mediados del siglo xv, la música occidental era una forma artística
dinámica, segura de sí misma. Armada con la armonía, el ritmo, una
gran paleta de acordes y, lo que es más importante, con la capacidad
de poner todo esto por escrito, sus sonidos más innovadores se ex-
pandieron rápidamente por toda Europa. Pero este período de fre-
nética experimentación estaba amenazado: una tormenta religiosa
estaba alborotando todo el continente y la música se cruzaba en su
camino. En el siglo que siguió a la muerte de Dufay, la vida de los
compositores cuya subsistencia dependía de la Iglesia iba a convertir-
se en algo tan peligroso como impredecible.
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pidió que compusiera algo en memoria de este amigo para ser inter-
pretado por el coro de la capilla de Ferrara y muy posiblemente con
el duque mismo como tenor. Podría haber sido un trabajo honesto si el
fallecido hubiese sido otro, pero era un personaje increíblemente
controvertido llamado Girolamo Savonarola. Este fraile dominico de
Ferrara había decidido luchar contra lo que él consideraba la ban-
carrota moral de la Iglesia católica lanzando una sangrienta cruzada
en Florencia –donde durante un tiempo fue el autoproclamado líder
espiritual y político de la ciudad– para frenar su supuesta decadencia.
Fue Savonarola el que instigó la Hoguera de las Vanidades en Floren-
cia, en 1497, en la que libros, pinturas, cosméticos, esculturas, espejos
y de hecho cualquier cosa que estimulara o describiera el placer sen-
sual fueron arrojados a una hoguera enorme. Su inflexible cruzada
le llevó a una confrontación directa con el Vaticano. Fue arrestado
y torturado por orden del papa Alejandro VI y finalmente quemado
vivo en mayo de 1498, en el mismo sitio de Florencia donde había
encendido su infame Hoguera.
Durante su encarcelamiento y prolongada tortura escribió una
oración de contrición a Dios, Infelix ego (Infeliz de mí), cuyo texto se
extendió rápida y subversivamente por toda Europa. Esta oración, en
la que pide perdón a Dios por haber confesado bajo tortura críme-
nes que no había cometido, estaba basada en el salmo 51, «Miserere
mei, Deus». Su tono, tanto de remordimiento como de desafío, iba a
ser una inspiración para el teólogo humanista y erudito Erasmo y el
llamado a ser fundador del protestantismo, Martín Lutero.
Este era el texto políticamente sensible al que pidieron a Josquin
que pusiera música, como tributo al amigo del duque de Ferrara. No
habría manera de disfrazar su significado. Ignorando el hecho de
que el papa Alejandro VI era su expatrono, Josquin se involucró en-
teramente en su encargo. Su primera tarea fue asegurar que las pala-
bras fueran siempre claramente audibles. Esto significaba abandonar
la tendencia de siglos de escribir caprichosamente largos tramos de
melodía relacionados solo con una sílaba del texto, el llamado «estilo
melismático» (del griego μέλισμα, ‘melodía’) que apuntala la mayoría
del canto llano y de hecho buena parte de la manera soul de cantar
de la era moderna, como ejemplifica Mariah Carey.
En los primeros pocos compases del motete de Josquin, por tanto,
cada voz pronuncia la simple frase Miserere mei, Deus (Ten misericordia
de mí, Dios), una a una, una nota para cada sílaba. Josquin repite esta
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O acordes paralelos.
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Pero no todo eran miserias y corazones rotos a principios del siglo xvi.
La propia composición de Enrique VIII «Pastyme with good com-
panye» era una de las predilectas, y había otras gallardas piezas para
disfrutar junto a aquella, como por ejemplo «Hey Trolly Lolly Lo!»,
«Hoyda Hoyda», «Jolly Rutterkin», «Mannerly Margery», «Milk and
Ale» y «Be Peace! Ye Make Me Spill My Ale!» (un preludio a la vio-
lencia, me temo). A pesar del relato popular, sin embargo, «Greens-
leeves» definitivamente no fue escrita por Enrique, despachador en
serie de esposas y músico a tiempo parcial; de hecho, es posible que
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Worde = word, ‘palabra’.
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‘Villancico’.
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Recuérdese la escena de la película Love Actually, escrita y dirigida por Richard Cur-
tis, cuando el primer ministro británico, interpretado por Hugh Grant, y su conductor
cantan este villancico frente a una casa.
5
«Oh, ojalá estuviésemos allí. Oh, ojalá estuviésemos allí».
6
«… y María engendró al dulce Jesucristo para que fuese nuestro dulce salvador».
7
También significa «juergas con vino caliente especiado».
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«Tráiganos buena cerveza y tráiganos buena cerveza / a la salud de nuestra bendita
Señora; / Tráiganos buena cerveza. / No nos traiga ternera, porque hay muchos mucha-
chos, / pero tráiganos buena cerveza, que eso se baja de inmediato. / Y tráiganos buena
cerveza. / No nos traiga carne de carnero, porque con frecuencia es magra, / Ni tampoco
nos traiga callos porque apenas estarán limpios / Pero tráiganos buena cerveza. / No nos
traiga huevos, porque tienen mucha cáscara. / Pero tráiganos mucha cerveza y no nos traiga
nada más.»
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También llamada unida o estrecha.
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Canciones corales masculinas acompañadas ocasionalmente; fueron populares en
Estados Unidos, su armonía era peculiar.
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O cromorno.
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También conocido como rabé, arrabé y rabeu.
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guiterna (guitarra, ghiterra, ghiterna).
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cítola.
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cítara, cítola, cistro (en algunos textos españoles actuales).
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Y si yo fuera una doncella / Como muchas lo son / Aun por todo el oro de Inglate-
rra / No haré lo incorrecto // Cuando era una casquivana lasciva / De doce años de edad,
/ Estos cortesanos con sus amores / Despertaron mi coraje. // Cuando iba a cumplir /
Los quince años de edad / En todo Londres, ya fuera libre o esclavo / Parecíame que no
tenía yo igual.
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El principio del siglo xvi fue una mala época para la Iglesia Cató-
lica Apostólica y Romana y sus aliados en Europa. En sus umbrales
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Salmos y sonetos de tristeza y piedad.
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De «XVII. Meditation.», en Devotions (véase The Works of John Donne, vol. III, ed.
Henry Alford, London, John W. Parker, West Strand, M.DCCC.XXXIX, p. 575). Inmedia-
tamente después de la conclusión de la frase que cita el autor, se encuentra la famosísima
frase de Donne: «… y por tanto nunca envíes emisarios para saber por quién doblan las
campanas; doblan por ti».
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La edad de la invención
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Monumento a la música: recordatorio de la mejor música práctica, tanto divina como profana,
que se ha conocido en el mundo.
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«Música queda». La expresión aparece como acotación teatral en El sueño de una
noche de verano (acto IV, escena 1). Oberón pide a la música que haga acto de presencia por
medio de su propio sonido.
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«Suites para conjuntos musicales».
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Lo que Corelli hizo fue crear una versión musical del chiaroscuro,
al contrastar una orquesta de gran sonido a base de instrumentos
de cuerda con un grupo pequeño, cambiando entre la grande y el
pequeño a lo largo de la pieza. El conjunto mayor se llamaba concerto
grosso (y a veces ripieno, italiano para «relleno») y el grupo más peque-
ño era el concertino (pequeño conjunto instrumental). Interpretarían
frases en sucesión, una después de la otra, tres intérpretes alternán-
dose con, digamos, veinte. Las piezas en las que Corelli desarrolló
esta técnica de luz y sombra llegó a ser conocida por el nombre del
grupo mayor, concerto grosso, y posteriormente por el término genérico
concerto. El concerto grosso típico de Corelli se dividía en tres secciones
de velocidades distintas –lento-rápido-lento o rápido-lento-rápido–,
según la moda de las suites o setts de los conjuntos instrumentales
más antiguos.
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El opus 1 de Anton Webern (1883-1945) se titula así, «Pasacaglia», una obra para
orquesta.
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como danza popular entre los sirvientes, los esclavos y los indios ame-
ricanos de la Nueva España colonial. El término chaconne puede venir
del sonido de las castañuelas mexicanas5 utilizadas para acompañar
la danza.
La danza chaconne arrasó en Europa a principio de la década de
los sesenta del siglo xvii, con una popularidad que rozaba la locura.
Fue considerada tan sensual e irresistible que algunos suponían que
solo pudo haber sido puesta sobre la tierra por el diablo mismo, para
tentar a la gente a comportarse de forma libidinosa. Pero a lo largo
del siglo xvii, la chaconne perdió su malvada reputación y se convir-
tió en una danza de la corte, y su repetitivo patrón musical asociado
cada vez más con solo una secuencia de acordes (sobre la línea del
bajo descendente, por ejemplo sol-fa-mi♭-re). En la época en que
Heinrich Biber incorporó la chaconne en sus piezas devocionales sa-
cras, en 1676, nadie recordaba su supuesto origen satánico, pero sí
recordaban la secuencia de acordes, que es lo que permitió a Biber
que le bastara con insinuarla para que el oyente escuchase la textura
de los acordes en su totalidad. Al final, los elementos de danza de la
chaconne fueron abandonados del todo y solo la secuencia de acordes
permaneció en la música de todos los estilos y ritmos. La secuencia
ha sido una de las más persistentes de la historia de la música, siendo
su forma fielmente reproducida, por ejemplo, por el coro de «Set
Fire to the Rain» (2011), de Adele.
Aunque las sonatas del Rosario/Misterio no se publicaron en vida
de Biber, parece impensable que J. S. Bach no las conociera cuando
compuso su propio conjunto de sonatas, partitas y suites para violín
y para violonchelo, solo cuarenta años más tarde, consiguiendo exac-
tamente la misma «ilusión» auditiva con acordes «silenciosos». Tam-
bién él tenía a la chaconne en alta estima, al componer como último
movimiento de su Segunda partita para violín solo una Ciaccona que
dura unos increíbles quince minutos, posiblemente escrita en memo-
ria de su difunta primera esposa, Maria Barbara Bach. Es una de las
indiscutibles obras maestras de toda la música para violín, que consta
de unas impresionantes sesenta y cuatro variaciones continuas sobre
un tema único, creando la impresión de toda una orquesta a partir
de un único instrumento.
5
También llamadas «chaurares» (véase Felipe Pedrell, Diccionario técnico de la música,
Valladolid, Editorial MAXTOR, 2009).
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A finales del siglo xvii y principios del xviii había una secuencia de
acordes que los compositores amaban más que ninguna otra. Todos
la usaban, virtualmente en todas las piezas, miles de veces en total.
Todavía se utiliza hoy en día, aunque no tan obsesivamente como
en aquellos días. Ya hemos sido testigos de cómo los compositores
comenzaban a jugar con esta secuencia mientras tomaban conciencia
de la «atracción musical», pero en el polvoriento mundo de la termi-
nología musical tiene un nombre: Círculo de quintas.
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una cosa u otra, siendo el jónico y el lidio más soleados, como las
modernas claves «mayores», y el dorio y el frigio más oscuros, como
las modernas claves «menores», pero una clave podía cambiar de opi-
nión sobre su carácter cuando quisiese.
El sonido modal no desapareció completamente tras haber sido
suplantado por las claves mayores y menores. Se quedó merodeando
en los alrededores de la música culta, apareciendo de repente un mo-
mento en Chopin u otro en Debussy. Nunca desapareció de la música
folk, así que cuando los compositores intentaban sonar rústicos, terre-
nales o nostálgicos de su tierra natal, podías esperar de ellos que se
zambulleran de nuevo en el estanque modal en busca de inspiración.
Pero a un compositor pionero como Corelli, con sus bien integra-
dos conjuntos instrumentales de cuerdas y su radical estilo musical,
el sonido modal le habría parecido, sospecho, más bien pasado de
moda y como algo más propio de la música callejera. Su música, alegre
y cómoda con la nueva paleta de claves mayores y menores, constituyó
una puerta de salida para las extraordinarias posibilidades creativas
que proporcionaba el nuevo sistema.
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También llamada flauta de pistón.
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todo tipo de notas entre las dos, y cada sistema musical del mundo ha
subdividido la octava en partes precisas a lo largo de esa escala. Pero
no todos los sistemas musicales del mundo optaron por el mismo sis-
tema de subdivisiones. Buena parte de la música árabe y china tienen
un número mayor, como resultado de lo cual suena con frecuencia
exótica y «desafinada» a oídos occidentales. El sistema occidental,
alrededor del 1600, tenía establecidas diecinueve subdivisiones entre
una nota y su octava, y todos estos diecinueve tonos estaban determi-
nados por proporciones naturales, matemáticas, entre una longitud
de cuerda o de tubo y otra. Estas afinaciones se han denominado
«pitagóricas», porque fue Pitágoras, el filósofo, matemático y físico
de la antigua Grecia, el que resolvió las proporciones para crear notas
en música (al dividir una cuerda tirante y pulsarla). Estas diecinueve
subdivisiones eran fácilmente cantables o interpretables en instru-
mentos de cuerda, porque pueden conseguirse diferencias diminutas
de tono al hacer que la voz se eleve poco a poco o al deslizar el dedo
muy despacio hacia arriba o hacia abajo por el mástil del violín. Pero
para los instrumentos de teclado, en los que los tonos de la escala
están firmemente fijados, estas diecinueve subdivisiones eran una pe-
sadilla. Había en oferta dos soluciones.
Esta es una imagen de un teclado de diecinueve notas por octava; nótese la na-
turaleza doble de las teclas negras y las pequeñas teclas negras adicio-
nales entre los grupos mayores. Es terriblemente difícil de tocar, pero
no tan demencial como el teclado de treinta y una teclas construido
por un veneciano llamado Vito Trasuntino en 1606, que incluía te-
clas negras y blancas triples. Lo llamó «Clavemusicum Omnitonum»
(«Teclado musical de todos los tonos»). No se puso de moda. Más
notas no significan una música mejor.
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dos (cuyo tono tiende a subir) –mi mayor, la mayor, si mayor– resulta-
ran favorecidas mientras que las familias de claves que requieran los
bemoles (cuyo tono tiende a caer) tendrían que ser evitadas. Lo cual
explica por qué el desplazarse entre familias de claves que tienen
bemoles hacia las que tienen sostenidos era peligroso y desagradable.
Esto, sin duda, mantuvo los afinadores de teclados increíblemente
ocupados en los siglos xvi y xvii: teclados de todo tipo tenían que
afinarse cada día, o al menos antes de cada actuación, más o menos
como las arpas o las guitarras en la actualidad, que deben todavía
afinarse para cada actuación.
Claramente, esto no era satisfactorio ni para los afinadores de te-
clados ni para los compositores, que estaban, en términos prácticos,
limitados a ciertas claves. Y dudo que fuera muy divertido para el
resto de los instrumentalistas, aunque normalmente no se verían li-
mitados por semejantes restricciones. Pero ¿por qué importaba tan-
to que sol♭y la# continuaran siendo notas distintas en todas partes
excepto en un teclado, o si# y do, o si♭y la? ¿Por qué los violinistas y
los cantantes no podían olvidarse de que alguna vez habían existido
y atenerse a las instrucciones?
La razón es que las divisiones precisas de la octava en diecinueve
pasos obedecen a proporciones matemáticas que ocurren en la natu-
raleza. Digamos que tu columna de aire, tu flauta de bambú, es de tal
longitud y grosor que, cuando soplas por su boca, la nota producida
es una si pura, de sonido perfecto. Al dividir la columna de aire por
la proporción matemática exacta de 2:1 se producirá un si pequeño,
es decir un si una octava más alta. Al dividir la columna de aire por
la proporción matemática exacta de 3:2 se producirá un fa#. Estas
relaciones y todas las demás basadas en unas proporciones matemáti-
camente simples son puras y «perfectas».
Sin embargo, aunque solo la proporción de 3:2 se aplique a todas
las notas en la escala –la, si, do, re, mi, fa, sol– y a partir de ahí a to-
das las notas de proporciones perfectas a las que ellas dan lugar –mi,
fa#, sol, la, si, do, re–, y luego a las notas en la proporción «perfec-
ta» de 3:2 que estas últimas generan –si, do#, re, mi, fa#, sol#, la–,
al final terminas con demasiados sostenidos y demasiados bemoles
que acomodar, y esto es antes de que nos preocupemos por todas
las otras proporciones perfectas. El resultado de todo esto es que,
generalmente, reducir el número de divisiones de diecinueve a doce,
aunque esto obligara a omitir algunas de las notas producidas estric-
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La sensación de orden después del caos a que dieron lugar los te-
clados «bien temperados» seguramente atrajo enormemente a Bach.
Hay una lógica fundamental en todo lo que escribió que no era me-
ramente el resultado de un rasgo de su personalidad –como el de
las personas que deben tener sus libros ordenados alfabéticamente–,
sino más bien un producto de su profunda fe luterana. Basta con
comparar la atmósfera y la arquitectura de una iglesia italiana del
período, o incluso del sur católico de Alemania, con el tipo de iglesia
familiar a Bach en Sajonia, para darse cuenta de cuán profundamen-
te esta diferencia de actitud podría haber afectado a cada nota que
compuso.
7
Tanto que una interpretación de Glenn Gould de una transcripción para piano de
este preludio viaja, junto con otras manifestaciones de la civilización humana, en el primer
Voyager, para que hipotéticas civilizaciones de otros planetas las conozcan.
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La octava de doce notas, tal como la conocemos, se convirtió en una firme tex-
tura de la música occidental tras la publicación, en 1722, de los cuarenta y ocho
preludios y fugas para El clave bien temperado, de J. S. Bach. El sistema –que des-
viaba la abundancia de notas que ocurrían de forma natural hacia doce tonos
igualmente espaciados– no era de ninguna manera perfecto, pero restringía y
tipificaba el concepto de «estar en el tono» y «estar fuera de tono» en todos los
instrumentos musicales.
120
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8
Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII.
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9
Aquí Goodall hace, en mi opinión, un juego de palabras entre point y counterpoint,
palabra que comienza el siguiente párrafo, que por el sentido de «punto» en español no
me resulta posible conservar. El título de la novela de Aldous Huxley Point Counterpoint se
traduce como Contrapunto. (N del T.)
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También se llaman «cancrizantes» o «(por movimiento) retrógradas».
11
El otro significado de esta expresión es «movimientos principales». El inglés permite
las dos lecturas en la misma expresión.
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Bach y Haendel, los dos gigantes musicales del siglo xviii, nacieron
solo a unos cien kilómetros de distancia y con cuatro semanas de dife-
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12
Un fragmento de esta obra se utiliza actualmente como sintonía de los partidos de
fútbol de la Liga de Campeones. Es también conocida como «Coronation Anthem No 1,
for chorus and orchestra, HWV 258».
13
A los veinte años.
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Musicales de teatro o fílmicos que utilizan canciones populares previamente publi-
cadas en bandas sonoras.
15
Juego de palabras con los apellidos Rich y Gay, que significan «rico» y «alegre»:
«made Rich gay and Gay rich».
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«Y Él reinará por siempre jamás».
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Sociedad musical de caridad para la liberación de deudores encarcelados.
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«¿Olvidará el sol manchar / Los cielos orientales con un rayo color ámbar, /
Cuando para romper las sombras negruzcas / desatranque las puertas del día? / ¿Y luego
preguntará si la reina de Saba / Podrá alguna vez alejar de sus pensamientos / Todo el
esplendor que ha visto, / Todo el conocimiento que has enseñado?».
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y el sentimiento
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1
«Como cuando con pasos rosáceos la mañana, / Al avanzar, conduce las sombras de
la noche / Así desde un virtuoso esfuerzo bien transmitido / Eleva tú nuestras esperanzas
de luz infinita.»
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2
«¿Qué crimen, qué falta han cometido los niños / aplastados y ensangrentados en el
seno materno?» (N. del T.)
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***
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3
La Cámara de Representantes de Bath, edificio histórico cuya construcción data
de 1771.
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Música para los fuegos artificiales.
5
O siringas.
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6
Se refiere a Lancelot «Capability Brown» (1716-1783), paisajista y arquitecto británi-
co. Véase http://en.wikipedia.org/wiki/Lancelot_%22Capability%22_Brown.
7
Adam (1728-1792) fue un arquitecto, diseñador de interiores y de muebles escocés,
del período neoclásico. Véase http://en.wikipedia.org/wiki/Robert_Adam.
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melodía de una manera tal que una pieza de quince o veinte minutos
sonara como una unidad.
Haydn era tan adicto a esculpir una melodía desde principios pe-
queños que los más jóvenes Mozart y Beethoven simplemente adap-
taron la técnica a su propio estilo. Ciertamente, desarrollar melodías
de esta manera acabó siendo esencial para los compositores de mú-
sica orquestal. Deconstruir y manipular melodías, pasándolas de un
instrumento a otro, desplazarlas a nuevas familias de claves en busca
de nuevos colores y demás era lo que casi todos los compositores
entre 1770 y 1900 hacían cuando escribían sinfonías, con algunas
notables excepciones.
Este era el propósito de una sinfonía; era como un ensayo o un
detallado experimento paso a paso. Una canción podía ser simple-
mente una agradable melodía, expresada simple y llanamente. Una
ópera era una serie de canciones enlazadas por un argumento. Pero
las sinfonías, se suponía, eran exploraciones, periplos para hallar lo
que ocurriría si tomaras un puñado de ideas melódicas breves y pro-
fundizases a partir de ellas.
Lo extraño de la sinfonía, según se desarrolló en tiempos de
Haydn, Mozart y Beethoven, es que no tiene paralelos directos en nin-
gún otro campo artístico. Los poemas de la época eran descripciones
de objetos, plantas, condiciones atmosféricas, características geográ-
ficas o estados emocionales, o seguían un hilo narrativo. Las Lyrical
Ballads 8 de William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge, por ejem-
plo, publicadas en 1798, incluían «Rime of the Ancient Mariner»9, de
Coleridge, y «Strange fits of passion have I known»10, de Wordsworth,
que reflexionaban sobre los estados emocionales a partir de viajes. El
siglo xviii había visto el desarrollo de la novela, la ficción prosística,
en las que los relatos actuaban como estructuras que permitían la
exploración de una gama de temas y filosofías, desde Robinson Cru-
soe (1719), de Daniel Defoe; Pamela (1740), de Samuel Richardson,
hasta Camilla (1796), de Frances Burney, y Sense and Sensibility (1811),
de Jane Austen. La prosa o la poesía no narrativa, a la manera de
las sinfonías musicales, no encontrarían sus equivalentes literarios
hasta Ulysses, de James Joyce, y The Waste Land, de T. S. Eliot, ambas
8
Baladas líricas (traducción y edición literaria de Santiago Corugedo y José Luis Cha-
mosa, Madrid, Cátedra universal, 1990).
9
«Rima del marinero antiguo».
10
«Extraños accesos de pasión he conocido».
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religión, con sus dioses y diosas que adorar, un estado de cosas que
persiste hasta hoy en día.
Si hubiese sido un artesano equilibrado, como su amigo Johann
Hummel, compositor y pianista, esta transformación no habría, ve-
rosímilmente, atrapado la imaginación de los espectadores, pero la
propia personalidad de Beethoven oscilaba entre la vulnerabilidad
conmovedora y la ira rabiosa. Gradualmente incorporó su propia
personalidad –sus frustraciones, sus responsabilidades y deseos (en
su mayoría incumplidos)– a su música y el resultado fue altamente
inflamable. En su música, Beethoven no podía prescindir de sus
inestables emociones, ni utilizar el trabajo de creación musical
como distracción de las dificultades de la vida. Sea lo que sea la
música de Beethoven, lo cierto es que jamás tuvo la intención de
ser escapista.
***
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11
He elegido citar el título de la traducción de José Luis López Muñoz de la novela
de Jane Austen, publicada por Alianza Editorial en 2013, en lugar del título por el que se
conocía la novela: Sentido y sensibilidad.
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Prefiero aquí utilizar el término alemán lieder en lugar de la palabra canciones por-
que es un género musical muy concreto que no tiene que ver, por ejemplo, con la chanson
française de compositores como Debussy.
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La primera noche de Walpurgis, op. 60.
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14
Traducción, introducción y notas de Rosa Sala Rose, Madrid, Hermida Editores,
2013, p. 61.
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También llamados oficleides.
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El principio del siglo xix fue el comienzo de una nueva era de músi-
cos no profesionales, un movimiento de masas de participación mu-
sical, más o menos cualificada, sin precedentes en la historia y que
se centró en el piano. Antes de los gramófonos y las radios, el piano
era la única fuente de música en muchos hogares de clase media y el
compartir música tocada en casa fue un hábito que duró en muchas
familias hasta la Segunda Guerra Mundial. Las clases medias instala-
ron orgullosamente pianos en sus salones y necesitaban música que
tocar en ellos. Para los compositores, desde Field y Beethoven en ade-
lante, fue un placer proporcionarla en enormes cantidades; además,
aquí había una oportunidad para que las mujeres se involucraran
en componerla e interpretarla –ocupaciones de las que habían sido
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«Si resulto ser el héroe de mi propia vida, o si esta posición será os-
tentada por alguien más, lo mostrarán estas páginas», dice David
Copperfield en la línea de apertura de la novela epónima de Charles
Dickens, publicada en 1850. Es un libro sobre los juegos mentales
del destino, y al ser una novela inglesa en lugar de alemana, italiana,
francesa o rusa, a pesar de la tragedia a lo largo del camino, todo fina-
liza satisfactoriamente, con un nuevo comienzo en el Nuevo Mundo
como premio a una perseverancia incondicional y honesta.
La segunda mitad del siglo xix fue también, para la música, la
época del destino, aunque como la música fue dominada por los
alemanes, los italianos, los franceses y los rusos, triunfó la tragedia,
y todo terminó en muerte. Ciertamente, los compositores europeos
continentales de la segunda mitad del siglo xix estaban completa-
mente obsesionados con la muerte y el destino; es difícil encontrar
una pieza musical escrita entre 1850 y 1900 que no trate de la una o
del otro. Los compositores de este período nunca fueron tan felices
como cuando fueron capaces de combinar ambas, preferiblemente
con un perno, una ópera, que las uniese a una relación amorosa
condenada.
Pero de lo que estos compositores no se daban cuenta es de que
el destino estaba a punto de darles una tremenda sorpresa. Como se
prometió proféticamente a los seis millones de visitantes de la Gran
Exposición de Londres de 1851, el futuro trataba de dos cosas: de la
tecnología y del mundo más allá de Europa.
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La ópera era el alma del pueblo italiano así como también su princi-
pal pasatiempo en horas libre. Las óperas tarareables de tres compo-
sitores, Rossini, Donizetti y Bellini, dominaron la primera mitad del
siglo xix, pero nadie capturó tan completamente los corazones de
todos los italianos como Giuseppe Verdi, cuyo primer éxito fue Na-
bucco, en 1842. Reinó de manera suprema durante medio siglo y sus
primeras obras, incluida Nabucco, tenían argumentos cuidadosamen-
te seleccionados para agitar el deseo de autogobierno del pueblo ita-
liano, el conocido Risorgimento. Gracias a esto, Verdi se convirtió en
un icono tanto político como cultural.
Como su predecesor Donizetti, las primeras docenas de óperas
de Verdi, más o menos, se concebían principalmente por ofrecer al
público una serie de solos apasionantes y unos coros que colgaban de
un emocionante argumento sacado de la historia o de una leyenda,
que generalmente incluía el heroísmo, el sacrificio personal, el desa-
fío de los poderes vecinos, bandidos, forajidos, salteadores y villanos
de la peor calaña. No eran muy diferentes de las películas de Ho-
llywood de entre los años treinta y sesenta. Las batallas eran monu-
mentales, y a menudo incluían a bravucones que eran aplastados por
los más débiles; así que argumentos que incluían a indígenas perua-
nos levantándose contra los conquistadores españoles (Alzira, 1845);
1
El triunfo de la música: los compositores, los intérpretes y el público desde 1700 hasta la actua-
lidad, traducción de Francisco López, Barcelona, Acantilado, 2012, p. 417.
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2
Véase Victor Hugo, Teatro escogido: Cromwell, Hernani, El rey se divierte, traducción de
Juana M. Ribas Novell, Barcelona, Bruguera, 1972.
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3
El hijo del autor de El conde de Montecristo.
4
Prostitución y sociedad victoriana.
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na, Antonin Dvořák y Leoš Janáček; los rusos Mili Balákirev, Modest
Mússorgski, Alekandr Borodin, Nikolái Rimski-Kórsakov, Aleksandr
Glazunov y Anatoli Liádov, el alemán Richard Strauss y el finés Jean
Sibelius.
La idea que subyace en los poemas sinfónicos de Liszt consiste
en reducir la tradicional sinfonía en cuatro movimientos, ejempli-
ficada por Beethoven, en una pieza concentrada, más breve, que
sería una respuesta musical a una obra de arte no-musical. Sus temas
oscilaban desde Prometeo, el héroe mítico de la Antigua Grecia y
objeto de inspiración para Beethoven y compañía, hasta el Hamlet
de Shakespeare, desde Orfeo en el Inframundo hasta una pintura
contemporánea de la batalla en el año 451 d.C. entre Atila, rey de
los hunos, los visigodos y el Imperio romano. Mientras que Beetho-
ven había construido su sinfonía «Pastoral», en forma sonata, a par-
tir de imágenes visuales –un paseo por el campo, una tormenta,
una celebración de los campesinos–, él estaba más interesado en sus
propios sentimientos que en el efecto pictórico de sus escenas. Los
poemas sinfónicos de Liszt, por otra parte, suponían un alejamien-
to de esta moda, en el sentido de que tenían la intención de hacer
aparecer en la música las pinturas o los propios relatos. Liszt se
estaba alejando de la idea de la música como ente abstracto, como
algo que se escucha atentamente durante unos cuarenta minutos,
para acercarse a la música orquestal como representación de algo
extramusical. En su forma más pura, el estilo del poema sinfónico
es el punto de partida de la música orquestal para películas de los
años veinte y treinta del siglo pasado, al ser su cometido apoyar y
describir algo que se hallaba fuera de la música.
Aunque las sinfonías de estilo antiguo, de cuatro movimientos,
continuaban siendo escritas, incluso hasta mediados del siglo xx,
muchos compositores se apropiaron con gran entusiasmo de la al-
ternativa que suponía el poema sinfónico de Liszt. La Tercera Sinfonía
de Beethoven, «Heroica», había tenido en su núcleo una idea –el
heroísmo (y su traición)–, pero continuaba manteniendo la forma
musical de una sinfonía. Casi lo mismo puede decirse de la obertu-
ra Las Hébridas (1830), de Mendelssohn: puede que haya tenido un
pensamiento rector –unas vacaciones en esas islas, en particular una
visita a la Gruta de Fingal–, pero su forma estaba todavía determina-
da por un modelo musical. Sin embargo, Tasso, Lamento e Trionfo, de
Liszt, seguía paso a paso un período real en la vida del poeta italiano
193
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del siglo xvi Torquato Tasso, hasta el extremo de entretejer una can-
ción folclórica tradicional de los gondoleros para evocar la relación
de Tasso con Venecia, y de crear una angustiosa primera sección en el
manicomio donde Tasso, que posiblemente sufría de esquizofrenia,
estuvo por un tiempo encarcelado. La forma de la pieza, crucialmen-
te, venía dictada por el relato.
Este era algo nuevo en la música puramente orquestal. (La ópera,
por supuesto, había estado condicionada durante muchos años por
el relato y los personajes.) Los propios comentarios de Liszt sobre
Tasso, que fue completado en 1849 y revisado en 1851, revelan lo
precisa que era su estrategia para contar el cuento:
5
Traducción del libro de Humphrey Searle The Music of Liszt (London: Williams &
Northgate, 1954) (hasta aquí, la nota del autor). Existe una traducción al español: Liszt,
traducción del inglés de Marco Aurelio Galmarini, Colección New Grove, Barcelona, Mu-
chnik Editores, 1987.
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pea. En 1839 regresó a su patria por primera vez desde su niñez y fue
recibido con entusiasmo por multitudes que cantaban «Hail! Franz
Liszt!». Se puso, ostentosamente, el atuendo nacional como gesto de
solidaridad con la causa magiar e interpretó de forma desafiante su
arreglo para piano de la popular aunque prohibida «Marcha Rácó-
czy», que homenajeaba al príncipe Ferenc Rácóczy, que había en-
cabezado una revuelta contra la dominación austríaca entre 1703 y
1711. En un emocionado discurso en el Teatro Nacional de Hungría,
en julio de 1840, Liszt declaró su apoyo a las aspiraciones de indepen-
dencia de sus compatriotas.
Es esta misma simpatía para con su país de origen la que se re-
fleja en el conjunto de once arreglos para piano de canciones fol-
clóricas, Magiar dalok (que incluye la «Marcha Rácóczy»), compi-
lados entre 1839 y 1840, y sus diecinueve Rapsodias húngaras para
piano solo, compuestas a cada tanto entre 1846 y 1885. Que tenían
la intención de albergar un propósito patriótico, así como también
nostálgico, está claro en la dedicatoria de la más famosa del con-
junto, la n.º 2, compuesta en 1847, al nacionalista, revolucionario
y estadista húngaro conde László Teleki. La relación de Teleki con
el levantamiento húngaro contra la dominación austríaca en marzo
de 1848, una revuelta que fue aplastada por los ejércitos imperiales
y seguida de una política punitiva de germanización, le llevó a ser
condenado a muerte.
La identificación musical de Liszt con la canción y las danzas fol-
clóricas de su Hungría natal fue, junto con las polonesas y mazurkas
de Chopin, la primera ola de un movimiento que iba a arrasar en la
música durante el medio siglo posterior, movimiento al que se dio un
poderoso impulso por el hecho de que muchos de los contemporá-
neos de Liszt –Brahms, Joachim Raff, Smetana, Chaikovski, César Cui
y Rimski-Kórsakov, por nombrar solo a un puñado– fueron arrebata-
dos seguidores de él.
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rante la década de los ochenta del siglo xix fuera de su patria, espe-
cialmente en Gran Bretaña, fue invitado a Nueva York por un rico
filántropo en 1892, para convertirse en el director del nuevo National
Conservatory of Music, por un salario veinticinco veces más elevado
del que tenía por hacer lo mismo en Praga. Vivió en Nueva York du-
rante tres años, produciendo, entre otras cosas, su ahora extremada-
mente conocida Novena Sinfonía, «Del nuevo mundo», en 1894.
El claro y muchas veces afirmado propósito de Dvořák, publicado
en artículos periodísticos poco después de su llegada, era el de ani-
mar a los jóvenes compositores estadounidenses a que adoptasen y
desarrollasen las melodías de las comunidades nativas americanas
y afroamericanas en su música orquestal, como él y sus discípulos
bohemios habían hecho con la música folclórica checa y eslava allá
en Praga. Escribió:
201
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6
Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color.
7
Introducción, traducción y notas de Jesús Benito Sánchez y Ana María Manzanas,
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203
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9
Véase también: Simpson, Anne Key, Hard Trials: The Life and Music of Harry T. Burleigh
(The Scarecrow Press, 1990). (Nota del autor.)
10
Traducción de Jordi Quingles Fontcuberta, Palma de Mallorca, José J. de Olañeta
Editor, 1992.
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días tribales que más tarde hizo pasar por suyas propias. (De largo, la
adaptación del poema de Longfellow más exitosa de la época fue The
Song of Hiawatha, una trilogía de oratorios completada en 1900 por el
compositor inglés mestizo Samuel Coleridge-Taylor. El estreno, con
enorme exceso de solicitudes de entradas, de su primera entrega,
Hiawatha’s Wedding Feast, en noviembre de 1898 en el Royal College
of Music, fue descrito por el compositor sir Hubert Parry como «uno
de los acontecimientos más destacados en la historia musical moder-
na de Inglaterra».)
Así como la intención de Longfellow al escribir el poema no era
la explotación colonial, sino más bien un intento de retratar a los
pueblos tribales nativos americanos como «nobles salvajes» con mu-
cho en su folclore que valorar y disfrutar, el propósito de Dvořák al
componer esta sinfonía era elevar las aspiraciones de los creadores
musicales estadounidenses y de los amantes de la música. Quería que
sintieran orgullo por su propia herencia, que no la vieran como una
imitación de segunda de la cultura europea. La ironía estaba, por su-
puesto, tal como Leonard Bernstein señaló en un análisis paso a paso
de la sinfonía, de 1956, en que en su bienintencionada pero superfi-
cial imitación de tipos melódicos nativos americanos y afroamerica-
nos «primitivos», el estilo de Dvořák también sonaba como el de otras
culturas minoritarias. Por ejemplo, la china y la escocesa, así como
también algunas músicas folclóricas étnicas de Europa oriental. El
mismo Dvořák reconoció esa ironía al admitir en una entrevista en
un periódico: «Me di cuenta de que la música de los negros y de los
indios era prácticamente idéntica», para afirmar a continuación que
«la música de las dos razas ostentaba una notable similaridad con la
música de Escocia». James Huneker, al reseñar la primera interpre-
tación de la sinfonía, identificó el tema «Swing Low, Sweet Chariot»
en el primer movimiento, describiéndolo como «negro u oriental,
como gusten».
Todo ello nos lleva a la pregunta de si es legítimo saquear el conte-
nido musical de la herencia cultural de otra comunidad colocándolo
en un entorno extraño y artificial para beneficio de un público muy
distinto. ¿Por qué importaba si las melodías de Dvořák en su sinfonía
las tomó prestadas de canciones folclóricas de los nativos estadouni-
denses y afroamericanos o si las había compuesto recientemente?
Importaba porque la Sinfonía «Del nuevo mundo» de Dvořák tiene
que ser vista en el contexto de este período. La expansión territorial
205
una historia de la música
206
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207
una historia de la música
11
Se trata de una séptima de tercera especie, de una séptima menor con la quinta
disminuida.
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Durante buena parte del siglo xviii y todo el siglo xix, el populista,
ligero, melodioso estilo de ópera italiano fue, para mucha gente, la
causa de su afición a la ópera. El estilo italiano dominó por comple-
to la ópera. Tanto que incluso un compositor austríaco como Mo-
zart debería ser visto, estilísticamente, como un italiano germano-
hablante. Todas excepto una de sus óperas famosas son literalmen-
te italianas, desde Las bodas de Fígaro y Così fan tutte a La Clemenza
di Tito y Don Giovanni (la excepción es su «obra de teatro cantado»
alemana12 La flauta mágica). El otro centro del estilo operístico en
el siglo xix fue París, aunque la ópera francesa en aquella época era
esencialmente una versión más grandiosa de la ópera italiana. Wag-
ner no encajaba en ninguno de estos moldes. Ciertamente, una de
las razones por las que los músicos de toda Europa se reunían para
escuchar los dramas musicales de Wagner en Bayreuth durante la
década de los setenta del siglo xix fue porque eran tan radicalmen-
te distintos de la música de moda. A pesar de su deuda con Liszt, el
sonido de Wagner era, para ellos, increíblemente atrevido y origi-
nal. La esencia de esa originalidad consistía en apropiarse de lo que
12
Conocido como Singspiel.
209
una historia de la música
210
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211
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el archiantisemita Wagner.
Cuando no se ocupan del heroísmo teutónico mítico, los dramas
musicales de Wagner se concentran en el sacrificio y la abnegación,
como Tristan und Isolde y Parsifal, o abordan la inevitabilidad de la
corrupción del poder, o todo lo mencionado anteriormente, como
es el caso de su monumental ciclo de cuatro óperas El anillo de los
nibelungos.
A Wagner le llevó veintiséis años crear su ciclo del Anillo, que comple-
tó en 1874. Es de largo la empresa más ambiciosa en la historia de la
música europea. Lo que es más, escribió el libreto, así como también
la música, y fijó los detalles del teatro construido especialmente para
representar el Anillo en Bayreuth. Su objetivo era producir nada me-
nos que un equivalente moderno del drama de los antiguos griegos.
Obras como la trilogía Orestíada de Esquilo habían pretendido destilar
y dramatizar las experiencias de toda una sociedad y esto es lo que
Wagner quería hacer con la suya: una Alemania recientemente uni-
ficada que todavía se estaba buscando como nación moderna. Buscó
concienzudamente en diversas fuentes para encontrar los temas que le
hacían falta, pero sobre todo se concentró en un grupo de documen-
tos islandeses antiguos conocidos como Eddas. Mezcló varias líneas ar-
gumentales procedentes de sagas austríacas, noruegas y alemanas, y
se propuso moldearlas para elaborar un todo dramático coherente.
El argumento se basa inicialmente en la idea de que el amor por
el oro lleva a la corrupción y al desastre, pero pronto se enreda con
la leyenda de Sigfrido, un hombre simple, inocente, valiente, que
sacrifica su vida por el bien común y tiene una relación incestuosa
con su tía. El relato, que se extiende a lo largo de las cuatro óperas,
comienza con el robo de un precioso anillo de oro de las profundida-
des del río Rin, que representa a la indomable, inmortal Alemania.
Por el camino, hay una lucha entre los dioses y algunos Hell’s Angels
voladores, las magníficamente apocalípticas valquirias. Las valquirias,
con su líder Brunilda, son las hijas guerreras de Wotan, un dios supre-
mo similar a Zeus, y la segunda ópera de la secuencia lleva su nom-
bre. Su trabajo consiste en volar alrededor del mundo, escogiendo a
guerreros muertos para que se conviertan –una vez resucitados– en
guardianes del hogar de los dioses, el Valhalla. Así que son enterra-
doras aéreas, de alguna manera.
En la última de las cuatro óperas, El crepúsculo de los dioses, Wag-
212
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213
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13
Traducción de Mauro Fernández Alonso de Armiño, Madrid, Valdemar, 2004.
214
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the Madding Crowd14, que fue terminada en 1874, el mismo año que
el Anillo de Wagner. Los personajes de Hardy están sitiados por sus
destinos, sobre los que no tienen control en absoluto. Al final, el bue-
no y el malo obtienen aproximadamente el mismo trato de la vida.)
El énfasis de Wagner estaba, sobre todo, en la psicología de sus
personajes. Sus acciones eran meramente la manifestación simbóli-
ca de sus deseos más profundos. A este respecto, estaba anticipán-
dose al modo revolucionario de Sigmund Freud de interpretar los
motivos y el comportamiento de hombres y mujeres. Los personajes
de Wagner eran arquetipos: modelos para el hombre de la calle. En
el Anillo, estaba mucho más interesado en lo que sus héroes y heroí-
nas sentían que en lo que hacían. Como Freud unos años más tarde,
Wagner abordó sin ambages los tabús y la controversia. Sus óperas
son descaradas en su tratamiento de la sexualidad y el erotismo, la
raza, la muerte y el incesto. Todo esto durante los años sesenta y
setenta del siglo xix.
Para ayudarnos a percibir los sentimientos o motivaciones de un
personaje, Wagner necesitaba disponer de herramientas a mano para
poder enriquecer y ordenar su música. Una técnica de ese tipo es
su uso de fragmentos de melodía, o de ritmo, o de armonía, como
tarjetas de visita de un personaje, un lugar, una idea o un recuerdo.
A estas células musicales, a partir de las cuales creaba su tejido musi-
cal, las llamaba leitmotif 15. Él no inventó el leitmotif, el mérito de cuya
responsabilidad recae, como es debido, en el compositor de ópera y
distinguido escritor E. T. A. Hoffmann, sesenta y tantos años antes,
y tiene también una deuda considerable con la idée fixe de la Sympho-
nie fantastique de Berlioz, pero al final lo hizo suyo: semejante fue la
fuerza, el alcance y la creatividad con que los usó.
En su versión más simple, el leitmotif es una simple asociación de
un grupo breve de notas con un personaje. Cada vez que el persona-
je aparece, es mencionado o alguien piensa en él escuchamos esas
notas. En el Anillo, cada personaje tiene su propio leitmotif. Otros leit-
motif del relato se refieren a conceptos como, por ejemplo, «trans-
formación», «amor», «servidumbre», o con cosas como una «lanza»,
el «oro» o el «río Rin». Hay de hecho cientos de leitmotifs en el Anillo,
14
Lejos del mundanal ruido, traducción de Catalina Martínez Muñoz, Barcelona, Alba,
2011.
15
Motivo conductor.
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16
Pueblo.
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17
En Los caballeros de la mesa cuadrada (Monty Python and the Holy Grail), dirigida por
Terry Gillian y Terry Jones (1974).
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18
Sir Isaac Newton, Óptica, traducción de Carlos Solís Santos, Madrid, Alfaguara, 1977.
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«[…] me dije de repente que hoy era Viernes Santo y recordé cuán
significativamente me había llamado la atención esta advertencia en
el Parzival de Wolfram […]; sus nobles posibilidades se me aparecie-
ron de forma avasalladora, y a partir de la idea del Viernes Santo
concebí rápidamente un drama completo, que, dividido en tres ac-
tos, esbocé en seguida con unos pocos y rápidos rasgos»19. Con su
mezcla de cromatismo, paisajes orquestales ricos y de gran alcance,
etéreas representaciones musicales de gloria celestial, sus altamente
desarrollados leitmotifs y su ferviente invocación de la compasión y de
la luz, Parsifal es indudablemente la obra de un talento descomunal
que buscaba sinceramente dar sentido a la vida y al mundo a su alre-
dedor. Un resumen bastante típico de las miles de páginas de prosa
reverencial que provocó cuando se interpretó por primera vez es el
de Charles Albert Lidgey, cuyo libro de 1899 sobre Wagner20 concluía
así: «Mientras que el Anillo es la encarnación del Amor humano, Par-
sifal es más bien la expresión del Amor Divino. Parsifal, en verdad, no
es un drama, es una ceremonia religiosa. Es una de esas obras a las
que la fría lanza de la crítica no consigue penetrar… Es más adecua-
do considerarla como el último mensaje a sus semejantes por parte
de un hombre que trabajó con todas sus fuerzas para propagar la
noble verdad: el Amor es de Dios. Como tal, homenajeemos tanto al
amor como a su autor».
19
Véase Richard Wagner, Mi vida: 1813-1868, edición completa y comentada de Mar-
tin Gregor Dellin, traducido por Ángel Fernando Mayo Antoñanzas, Madrid, Turner, 1989,
pp. 496-497.
20
Wagner, Nabu Press, 2012.
222
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21
Traducción de Rafael Videla Eissmann, Alicante, Manuel Quesada Campos, 2009.
223
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22
Traducción de Emilio José González García, Madrid, Akal, 2009.
224
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225
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Sellos del Tercer Reich de 1933 que representan óperas de Wagner (en el
sentido de las agujas del reloj, desde arriba a la izquierda): Tannhäuser,
Rheingold, Siegfried, Parsifal, Lohengrin y Meistersinger.
23
El intruso.
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24
La hora inmortal.
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25
Traducción de Ángel-Fernando Mayo, Madrid, Akal, 2013.
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Los alabarderos de la Casa Real.
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6
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1
Carta de Cui fechada el 9 de marzo de 1863, citada en el Lexicon of Musical Invective
(Diccionario de invectiva musical), de Nicolas Slonimsky (University of Washington Press,
1969), pp. 230-231. (Nota del autor.)
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2
Igor Stravinski, Igor Stravinsky: An Autobiography (Norton, 1962), p. 39 (hasta aquí, la
nota del autor). En español hay disponibles dos traducciones de libros autobiográficos del
compositor ruso: Crónica de mi vida (traducción de Jesús García Pérez, Barcelona, Nuevo
Arte Thor, 1985) e Ideas y recuerdos (no consta nombre del traductor o traductora en el
ISBN, Barcelona, Aymá S.A., 1971).
233
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3
Que compuso a la edad de diecinueve años.
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4
En nuestro idioma se han publicado varios libros de Satie: Deportes y diversiones (tra-
ducción de Fernando Palacios Jorge, ilustraciones de Jesús Gabán, Vitoria-Gasteiz, Produc-
ciones Agruparte, 2001); Cuadernos de un mamífero (traducción de Mari Carmen Llerena del
Castillo, Barcelona, Acantilado, 1999); Memoria de un amnésico y otros escritos (traducción de
Loreto Casado, Madrid, Ediciones La Misma, 1989).
235
una historia de la música
Wagner podía haber imaginado que los franceses, cuya ópera él des-
preciaba, se rebelasen contra su liderazgo estilístico; se habría senti-
do mucho más molesto por la traición a la supremacía cultural ale-
mana que emprendió el más distinguido director de música de toda
la historia de la Ópera Estatal de Viena, Gustav Mahler.
Mahler nació en una esquina bohemia del Imperio austrohún-
garo, en una comunidad judía germanohablante de unas mil almas,
cuya existencia fue absolutamente borrada del mapa durante el Ho-
locausto. Es una dolorosa ironía que, siendo el director de ópera más
importante de finales del siglo xix, el más judío de los compositores
hubiese sido un ferviente abanderado de las obras del antisemita más
notorio de la música, Richard Wagner. Ciertamente, su propia músi-
ca, en alguna medida, tomó el relevo del Parsifal de Wagner, aunque,
como Liszt, Mahler adoptó una perspectiva, y tuvo una carrera, cos-
mopolita, no nacionalista.
Como súbdito bohemio del Imperio austrohúngaro, como niño
pobre en una profesión llena de privilegiados, como judío que tra-
bajaba en una cultura asfixiantemente católica, no sorprende que
Mahler hubiera buscado consuelo en su identificación con el folclore
y los sonidos de su niñez, sabores que generosamente espolvoreó a lo
largo de sus diez sinfonías finalizadas. Estos sabores incluyen a músi-
cos itinerantes klezmer (banda de folclore judío), bandas militares de
paso y robustos coros de niños.
Aunque se vio inevitablemente arrastrado hacia la metrópolis
musical que era Viena; y aunque el encanto gemütlich5 de los viene-
ses, ocasionales olorcillos a pastel de mazapán y el frufrú del vals
junto a las danzas montañesas rústicas estén presente a montones
en la música de Mahler, lo que este hizo fue absorber influen-
cias de todo el continente. Era como la encarnación musical de
Ellis Island, en cuyo abrazo sinfónico todas las culturas europeas
exhaustas, oprimidas, encontraban refugio y la posibilidad de un
nuevo comienzo. Las sinfonías de Mahler eran un nuevo comien-
zo, desde luego: él es la puerta por la que se entra a la música en
el siglo xx.
Pero no es solo su estilo paneuropeo lo que hace de Mahler un
ejemplo para los compositores del siglo xx: también destaca por la
claridad de su expresión musical. Esto se encuentra de la forma más
5
Placentero.
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6
Noche transfigurada, sexteto de cuerdas luego transcrito para orquesta, opus 4, 1899.
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243
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7
El caballero de la rosa.
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Las señales habían estado ahí durante un tiempo. En 1890, por ejem-
plo, si hubieses preguntado a la mayoría de la gente educada en Oc-
cidente que nombrara a un famoso compositor, muy posiblemente
te habrían dado el nombre de un ruso, Piotr Chaikovski. Chaikovski
no fue el primer gran compositor ruso que escribió en el idioma in-
ternacional prevaleciente, el mismo que Beethoven, Berlioz, Verdi o
Brahms. Este lugar fue ocupado por Mijaíl Glinka, cuyas óperas Una
vida para el zar y Ruslan y Lyudmila habían establecido firmemente
a la Rusia zarista como fuerza musical que tener en cuenta durante
los años treinta del siglo xix. Chaikovski, sin embargo, fue el primer
compositor ruso en conseguir una gran fama fuera de Rusia.
Si, para los italianos, la expresión suprema de su amor por la mú-
sica era la emocionalmente cargada aria operística, para los rusos
era la danza. Mientras que las áreas de la ópera italiana iban car-
gadas de la cualidad musical conocida como «rubato» –que quiere
decir que era libre y flexible con el pulso rítmico–, en Rusia el tem-
po vigorizante, repetitivo, de la danza se escuchaba en todas partes.
En el ballet, en las óperas, sobre el escenario de un concierto, la
música rusa nunca se cansaba de los ritmos, impulsos, giros, saltos,
deslizamientos, brincos, vueltas y piruetas. Las partituras de ballet de
Chaikovski están todavía entre las piezas más populares del reper-
torio clásico. Su enorme prestigio y su insaciable don para la melo-
día, al que se unía una considerable inclinación por el entusiasmo
orquestal, era un claro recordatorio de que tratar con condescen-
dencia al imperio ruso como descendiente de la corriente preva-
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Una vida por el zar (1836), conocida en Rusia como Iván Susanin,
está ambientada en el Kremlin y tiene como triunfante coro final una
celebración de la victoria del zar Miguel, el primero de los Romanov,
contra los polacos a principios del siglo xviii. La multitud agolpada
dice: «¡Gloria, gloria a ti, sagrada Rusia!». Su jubiloso coro es, desde
luego, fascinante y apropiadamente victorioso; alguien claramente
ha incitado a la masa multitudinaria a cantar a grito pelado y repi-
tiéndose mucho, a la manera de las muchedumbres victoriosas. Si
no supieran, sin embargo, que esta era una victoria rusa, en lugar de
francesa, austríaca o italiana, ¿se habrían enterado ustedes? Si fueran
académicos, un examen detallado de las armonias corales revelaría
algunos sabores ortodoxos rusos, seguro. El hecho es que, sin em-
bargo, esta música tiene un carácter paneuropeo; podía tan verosí-
milmente haberse originado en Viena, Berlín o Roma, así como en
San Petersburgo o Moscú. Pero cuando se compara con la escena de
la coronación en Boris Godunov, también ambientada en el Kremlin,
y compuesta sólo treinta y ocho años más tarde, cuesta creer que los
dos coros vengan del mismo país.
En el coro de Mússorgski, los colores, las voces y los efectos ruti-
lantes, con sus campanas tañendo y sus ecoicos carillones orquesta-
les, producen una gozosa cacofonía que no podía ser una celebra-
ción parisina, vienesa o romana. Hay tal atrevimiento, tal exuberan-
cia en este sonido que solo un compositor verdaderamente original
podía haber fantaseado con ella y, como era de esperar, pronto se
convertiría en un modelo para otros. En el momento de la muerte de
Mússorgski, en 1881, su música era virtualmente desconocida fuera
de Rusia. Pero eso iba a cambiar.
Buena parte de las semillas que dieron lugar a las rebeliones musicales
de finales del siglo xix pueden retrotraerse a un acontecimiento ex-
traordinariamente fértil. Tuvo lugar en París en 1889 –durante el pri-
mer centenario de la Revolución Francesa–, pero este acontecimiento
trataba de la paz y la humanidad compartida. Era la Exposition Univer-
selle. Aquí la música como creación internacional, compartida, desa-
rrollada e intercambiada por encima de fronteras –una característica
definitoria del siglo xx por venir– realmente comenzó a tomar forma.
En el Palais du Trocadéro, que daba a la recientemente construi-
da Torre Eiffel, Widor interpretó por primera vez su famosa Toccata
para órgano, y aquí fue también donde el compositor invitado Niko-
247
una historia de la música
Parece ser obra de algún curioso salvaje al que nada guía sino
su emoción por descubrir paso a paso de qué va la música. «La
forma» es para él inútil del todo –o más bien, la forma a la
que recurre está siempre cambiando hasta el punto de que es
bastante diferente a cualquiera de las formas establecidas, di-
gamos administrativas. Su música, dibujada con toques ligeros,
se mantiene unida por algún vínculo misterioso, y por su don
de luminosa perspicacia.
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Claude Debussy estaba tan intrigado por los bailarines y músicos javaneses en la
Exposición Universal de 1899, en París, que desarrolló técnicas para evocar los
sonidos exóticos del gamelán en un piano occidental.
249
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tal: estas son las notas que pueden encontrarse fácilmente con solo
tocar las teclas negras de un piano. Sus «Pagodes» de 1903, de una
colección de tres piezas para piano llamadas Estampes (Estampas),
hacen un uso sutil de las escalas pentatónicas en homenaje al Le-
jano Oriente y, en 1910, cuando produjo su primer libro de prelu-
dios para piano, secciones enteras de «Voiles» («Velos» o «Velas»)
habían caído bajo el influjo pentatónico. El aspecto pentatónico de
la música para piano de Debussy inspiró generaciones posteriores
de pianistas de jazz. «Peace Piece», de Bill Evans, de 1958, es típica de
la música pentatónica inspirada por Debussy, mientras que el menú
más simple, más limitado, de notas pentatónicas forma la base de
la melodía –o, en el caso de Bill Evans, de las cascadas melódicas
improvisadas con la mano derecha– con la que acabar obteniendo
una paleta más completa (es decir, occidental) de notas para las
armonías de la mano izquierda.
El otro truco que Debussy empleó en su evocación del gamelán
fue permitir que sus acordes colgaran uno sobre otro, solapándose
y rebotando unos con otros, más bien de la manera en que los tonos
del tañido de una campana se solapan uno sobre otro; el sonido de
una campana, una vez golpeada, no se apaga súbitamente, más bien
continúa hasta que se desvanece naturalmente. Este mismo efecto
se puede conseguir sobre el piano al pulsar el pedal de la derecha
(«amortiguador») –con frecuencia llamado erróneamente el pedal
«de resonancia»8– que levanta la fila de amortiguadores de fieltro que
normalmente evitan que las notas suenen al mismo tiempo. (Algu-
nos pianos muy grandes, incluidos los que utilizaba el mismo Debus-
sy, tienen un tercer pedal –«tonal»– que permite al intérprete elegir
qué notas se mantienen y qué notas se apagan.) Lo que esta técnica
hace es conseguir las resonancias, o armónicos, latentes en las cuer-
das vibrantes, imitando así los armónicos naturales que suenan en las
cuerdas punteadas y en las barras metálicas golpeadas. Los armónicos
naturales son notas «ocultas», normalmente de un tono bastante agu-
do, que forman parte de cualquier sonido, como los colores del espec-
tro que están contenidos dentro de la luz blanca. Así que los acordes
colgantes de Debussy, con los amortiguadores alejados de las cuerdas,
representaban un tipo de retorno a la naturaleza, un alejamiento del
sonido más artificial de los bloques de acordes.
8
También llamado derecho o fuerte.
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9
Orientalismo, traducción de María Luisa Fuentes, Barcelona, Debolsillo, 2003.
252
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una historia de la música
Balakirev durante los años sesenta del mismo siglo, pasando por Bo-
rodin, Mússorgski y Chaikovski hasta Rimski-Kórsakov, el profesor de
Stravinski.
Los años previos a la Revolución rusa de 1905 habían visto un
despertar del interés en el arte étnico ruso, una moda hasta cier-
to punto promovida por las inclinaciones nacionalistas de los zares
Alejandro II y Nicolás II. El nombramiento del patriótico Balakirev
como director musical de la Capilla Imperial Rusa en 1883 supuso
un abandono deliberado del canto coral de estilo occidental, en
uso en aquella época, y la adopción de cantos ortodoxos rusos más
antiguos, llamados Znamenny, con sus profundos bajos y sus densos
acordes en bloques de ocho o dieciséis voces. Alrededor de 1900,
este sonido antiguo había inundado la textura coral de todos los
compositores rusos.
Serguéi Diáguilev, amante del arte, de la danza y de la música, vio
en este importante crecimiento del orgullo cultural ruso una oportu-
nidad. Montó una exposición de arte en 1905 que tenía la intención
254
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una historia de la música
256
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10
Ya veremos más adelante las descripciones de Goodall de estilos musicales como
shuffle y Mash-up, que son las palabras amalgama y revoltijo que traduzco aquí.
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una historia de la música
El agente del cambio fue, para empezar, una humilde tira de papel
encerado del año 1860. Rayada sobre el papel está la voz de una mu-
jer que canta la canción folclórica francesa «Au clair de la lune, mon
ami Pierrot». Realizada el 9 de abril de 1860, es la evidencia más
antigua que queda de la tecnología de grabación, precediendo en
diecisiete años a Thomas Edison declamando «Mary had a little lamb»
en su fonógrafo de papel de plata, y convirtiendo al hombre que la
creó, Édouard-Léon Scott de Martinville, en el verdadero inventor de
la nueva tecnología.
Scott de Martinville había patentado su máquina, el fonoautógra-
fo, en 1857. Funcionaba haciendo marcas sobre un papel, previa-
mente oscurecido por una lámpara de aceite, utilizando una aguja
que vibraba cuando alguien cantaba o hablaba junto a un gran alta-
voz en forma de barril. Pero Scott de Martinville no tenía manera de
poner la grabación al revés: hacer que una aguja retrocediese sobre
las marcas en el papel las destruía. Los rollos de papel con sus gra-
baciones fueron almacenados con sus instrucciones de patente en
la Academia de Ciencias del Instituto Francés, silenciosos como una
tumba hasta 2008, cuando un grupo de historiadores e ingenieros de
sonido utilizaron la tecnología del escáner digital para convertir las
marcas de nuevo en sonido. La cantante folclórica francesa de 1860,
milagrosamente, cantó de nuevo.
El fonoautógrafo fue el comienzo de un proceso que transfor-
maría totalmente la música. Muy pronto, en 1877, Thomas Edison
inventó una máquina que podía reproducir las grabaciones y sur-
gió una nueva especie de músico-investigador que viajaba por áreas
rurales remotas grabando y preservando canciones folclóricas que
lugareños sin duda perplejos interpretaban, no sin antes haber sido
convencidos para ello. Se piensa que las grabaciones de campo más
antiguas conservadas son las que hizo el antropólogo estadounidense
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11
Instrumento que se describe como laúd y que procede de Senegal, Gambia y Gui-
nea-Bissau. Véase http://en.wikipedia.org/wiki/Akonting.
12
Orígenes del estilo popular.
13
Este también es el título de una película de los hermanos Cohen, cuya banda sonora
presenta canciones de este estilo, entre ellas «‘Po’ Lazarus».
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14
Joplin es el autor de la música de la banda sonora de la película The Sting (El golpe),
dirigida por George Roy Hill y protagonizada por Paul Newman y Robert Redford.
15
Danza negra norteamericana. Véase http://en.wikipedia.org/wiki/Cakewalk.
16
Porque se bailaba sobre una línea de tiza en el suelo.
267
una historia de la música
17
Estilo de música para piano, del jazz, caracterizado por los saltos de la mano izquier-
da; ca. 1920.
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una historia de la música
Tres Suites antiguas y Suite española (1886), de Isaac Albéniz; Caprice mé-
lancolique (1897), de Reynaldo Hahn; Pavane pour une infante défunte
(1899), de Maurice Ravel; Finlandia (1899), de Jean Sibelius; Serenata
en sol menor (1900), de Carl Reinecke; Serenata en la menor (1900), de
Max Bruch; Rapsodia sueca n.º 1 – Midsommarvaka (1903), de Hugo
Alfvén; Escenas románticas (1904), de Enrique Granados; Introduction
and allegro for strings (1905), de Elgar; Suite française (1907), de Amy
Beach; A Somerset Rhapsody (1907), de Gustav Holst; Brigg Fair (1907),
de Frederick Delius; Fantasia on a Theme by Thomas Tallis (1910), de
Ralph Vaughan Williams; Liebesfreud y Liebesleid (1910), de Fritz Kreis-
ler, y Eine Romantische Suite (1912), de Max Reger. A medida que el
mundo comenzaba a deslizarse hacia un enfrentamiento decisivo de
los imperios europeos, esta clase de música recordaba cada vez más a
la gente el modo de vida que estaba a punto de perder.
«Una luz tras otra se apaga. Inglaterra y el reino, Gran Bretaña y
el imperio, los viejos orgullos y las viejas devociones, se deslizan por el
través, hacia popa, se hunden bajo el horizonte, pasan – pasan. El río
pasa – Londres pasa, Inglaterra pasa». Así lo escribió H. G. Wells, de
alguna manera proféticamente, al final de su sátira semiautobiográfi-
ca Tono Bungay (1909)18. Este capítulo, que describe un barco de gue-
rra que desciende por el Támesis, dejando atrás los puntos de refe-
rencia familiares de las riberas de Londres hacia mar abierto, inspiró
el movimiento final, elegíaco, de la majestuosa London Symphony, de
Vaughan Williams, interpretada por primera vez en marzo de 1914
y dedicada a su amigo y compositor George Butterworth. En lo que
podría describirse como la primera baja cultural de la Gran Guerra,
Vaughan Williams envió la partitura al director Fritz Busch en Alema-
nia después de esta interpretación, donde se perdió inmediatamente
en la confusión del estallido de la guerra. Posteriormente, tuvo que
ser reconstruida a partir de las partes orquestales.
Sin duda, la sensación real e inminente de pérdida motivó que
los compositores británicos, durante el período de antes y durante
la Primera Guerra Mundial, compusieran música de gran belleza
desde la desgarradora «The Lark Ascending», de Vaughan Williams,
hasta la suite Planets, de Holst (que comienza con «Mars: The Brin-
ger of War»), pasando por «Jerusalén» y Songs of Farewell, de Parry.
Debería añadirse a la lista de 1914-1918, por mor de su relación
18
Tono-Bungay, traducción de Domingo Santos, Barcelona, Plaza & Janés, 1985.
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1
Que forma parte de la banda sonora de la película Master and Commander, de Peter
Weir.
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La escena del jazz.
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Es complicado mantener en español el juego de palabras de Goodall. Quien tiene
swing, tiene ritmo.
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había quedado prendado con sus bailes. (La otra razón por la que es
conocido es porque escribió «La paloma», la canción española más
grabada de todos los tiempos.)
La habanera y sus antecedentes de contredanse tenían un acompa-
ñamiento rítmico altamente distintivo de cuatro tiempos, que en su
notación musical –como en el comienzo de la canción de Bizet– se
parece a esto:
284
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Aquí está la rareza. «John Brown’s Body» es una marcha, y como tal
esperarías que su ritmo fuese reglamentado y preciso, con percusio-
nistas manteniendo todo en un orden estricto. Pero cuando se canta,
el ritmo de apariencia muy precisa que se transcribe encima no es lo
que se oye. Lo que de hecho se interpreta y se oye es una versión más
cantarina de este ritmo, debida a una sutil redistribución de los tiem-
pos. Gracias a las grabaciones, sabemos que esto ha sido así desde al
menos finales del siglo xix.
En el ejemplo anterior, hay dos notas que corresponden a la
palabra body, mi y sol; la primera nota, mi, como la primera nota
de nuestro ejemplo de la habanera, es con puntillo, así que en
lugar de durar dos semicorcheas dura tres. La siguiente nota, sol,
285
una historia de la música
es solo una semicorchea. Esto hace que las dos notas sean rítmi-
camente idénticas a las dos primeras notas de nuestro ejemplo de
la habanera: 3 + 1 = 4 semicorcheas. Los cuatro tiempos principa-
les de nuestro compás se conocen como «negras» –cada negra está
compuesta de cuatro semicorcheas– y podemos utilizar estas negras
para rastrear dónde caen los tiempos fuertes o acentuados. Las pa-
labras en negrita son los tiempos en los que nuestro pie pisaría, si
estuviéramos marchando al ritmo de la canción:
John
Brown’s
Bo-dy
Lies a-
Moul-drin’
In his
Gra-ave
Pero aunque «bo-dy», por ejemplo, se marca como si fuera semicor-
cheas de 3 + 1, la variación cantarina que se convirtió en la forma co-
mún de interpretarla –y que ustedes interpretan mentalmente mien-
tras leen esto– no divide cada una de las negras en cuatro subdivisio-
nes, sino en tres. Subdividir un tiempo en tres en lugar de en cuatro
convierte de manera natural cada uno de los nuevos tiempos en lige-
ramente más prolongados. Ahora el valor matemático para «bo-dy»
es 2 + 1. El resultado perceptible de este ligero aumento de duración
de cada subdivión es que el ritmo se siente más relajado, más suave y
menos rígidamente preciso. Si la versión que se escucha se pusiese por
escrito en notación musical, quedaría así, con todos sus puntos fuera:
Esta reorganización en «tresillo» de lo que de otra forma podría
haber sido un pulso de 3 + 1 se encuentra en un número enorme
de canciones de carácter popular y de teatro de variedades de co-
mienzos del siglo xx, desde «I do like to be beside the seaside» hasta
«Daddy wouldn’t buy me a bow-wow» y «Hinky-Dinky Parlay Voo». Se
encuentra en todas estas canciones porque es una estructura natural
del inglés rimado, hablado: es el ritmo, por ejemplo, de «Humpty
Dumpty sat on a wall», que data de la guerra civil inglesa4. Este rit-
4
Período que comprende dos guerras civiles (1642-1646 y 1648-1649). En el año de
la finalización de la segunda, el rey Carlos I fue decapitado. Oliver Cromwell instauró la
Commonwealth of England (1649-1653) y luego el Protectorado (1653-1659). Véase http://
en.wikipedia.org/wiki/English_Civil_War.
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‘Mezcla’.
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«No significa nada si no tiene ese swing».
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Desenredando a la serpiente: modernismo y música, literatura y otras artes.
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El estreno en 1926 de una nueva ópera por parte del último gran
compositor italiano del género, Giacomo Puccini, podría describirse
justamente como un acontecimiento mediático a escala global. Tu-
randot se representó con enorme éxito de público, desde Milán hasta
Buenos Aires, en poco espacio de tiempo. Su melodía más importan-
te, «Nessum dorma», resultó increíblemente popular, no solo entre
unos pocos aficionados intransigentes, sino para todo el mundo que
la escuchaba. Se convirtió en un clásico instantáneo, pero Turandot
iba a ser el canto del cisne. Con la excepción de un puñado de obras
posteriores de los compositores estadounidenses John Adams y Phi-
lip Glass, las nuevas óperas gradualmente se hicieron más o menos
invisibles para el público en general, a pesar de que el público que
atendía a las representaciones de óperas antiguas crecía y crecía. Una
ópera clásica compuesta a finales del siglo xx era como el caviar de
Beluga: un producto escandalosamente caro de una especie en pe-
ligro de extinción, accesible para unos pocos privilegiados y un lujo
inconcebible para el resto.
El acto reflejo de muchos comentaristas de música clásica a esta
huida de la ópera es hallar sus causas en los cambiantes hábitos so-
ciales, en la educación, en las prioridades de la radio y el predominio
del mercado, pero todo esto esconde una realidad importante: los
propios compositores se estaban mudando hacia alternativas distintas
de las formas y tradiciones musicales arraigadas. Puede que el públi-
co hubiese acudido en manada a escuchar a nuevos y más jóvenes
Puccinis, si hubiesen aparecido, pero los compositores no querían ser
ya más nuevos Puccinis.
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Eran bailes de sobremesa o vespertinos. Sus orígenes están en la colonización france-
sa de Marruecos. Para este tipo de bailes, había una orquesta que tocaba en directo música
clásica ligera. Tocaban valses, tangos y, a finales de los años veinte, charlestón.
10
Es complicado mantener el juego de palabras musical que encierra esta expresión
inglesa: strike a chord (literalmente: ‘atacar un acorde’).
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11
La expresión original de Goodall, broken-glass, puede hacer referencia a la tristemen-
te famosa Noche de los cristales rotos.
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hechizo más allá, hacia artistas posteriores tan diversos como Frank
Sinatra, Louis Armstrong, Bob Dylan, David Bowie, Sting, Lou Reed,
Marianne Faithfull, Tom Waits, Dagmar Krause y Martha y Rufus
Wainwright, los cuales versionaron algunas de estas canciones. Lo
que une estas versiones (excepto la fanfarronería nada rítmica de
Sinatra, imitada más recientemente por Robbie Williams, y el suelto,
bramante estilo de swing de Satchmo12) es una cualidad de desapego
acre, un borde dentado que podía desnudar las defensas emociona-
les de cualquiera.
12
Louis Armstrong.
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«Todos los negratas me parecen iguales –un malentendido con el negrito».
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14
Poeta y compositor aficionado, Meeropol (1903-1986) y su mujer Anne también son
protagonistas de otra historia: decidieron criar a los hijos de Julius y Ethel Rosenberg (que,
como Meeropol, habían sido comunistas), acusados por el Gobierno de EE UU de vender
a la URSS secretos atómicos y ejecutados en 1953. Se puede leer aquí: http://www.npr.
org/2012/09/05/158933012/the-strange-story-of-the-man-behind-strange-fruit.
15
Recuérdese a este respecto la película de 1993 Rebeldes del swing (Swing Kids), dirigi-
da por Thomas Carter y protagonizada por Robert Sean Leonard y Christian Bale.
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16
Lucien Rebatet (op. cit., p. 774) relata un caso particular de exilio interior durante el
Tercer Reich: «Karl Amadeus Hartmann (1905-1965), otro bávaro, se ganó el favor general
al negarse a publicar durante el mandato de Hitler, y también al dedicarse inteligentemen-
te después de la guerra a la difusión de las músicas más nuevas del momento».
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La orquesta del Reich: la Filarmónica de Berlín y el nacionalsocialismo, traducción de Ga-
briela Adamo, Barcelona, Edhasa, 2012.
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18
Ópera cómica con música de Arthur Sullivan y libreto de W. S. Gilbert.
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que parte de la mejor música orquestal pura del pasado medio siglo
se escribió para el cine: ya sea el poder electrizante, aterrador, de
Vértigo y Psicosis, de Bernard Herrmann, o de Recuerda, de Miklós Róz-
sa; la evocadora melancolía de La misión, de Ennio Morricone; de
El padrino, de Nino Rota, o de El paciente inglés, de Gabriel Yared; el
drama de amplia gama de Goldfinger, de John Barry, o de Lawrence de
Arabia, de Maurice Jarre; la aventura total de Solo ante el peligro, de
Dmitri Tiomkin, y de Batman, de Danny Elfman; la sensualidad
de Chinatown, de Jerry Goldsmith, o de American Beauty, de Thomas
Newman; o la desgarradora gracia de Expiación, de Dario Marianelli,
y de La lista de Schindler, de John Williams. Lo que es destacable de
esta diminuta nómina, punta del iceberg, de grandes partituras es
que, mientras la escribo, sé que muchos de ustedes podrán al instante
reproducir mentalmente la emoción y los temas de estas partituras.
Son parte de una herencia cultural compartida del pasado medio si-
glo. ¿A propósito de cuántas obras clásicas, desde la Segunda Guerra
Mundial, es posible hacer esta afirmación?
A pesar de todo el escepticismo hacia la música para el cine entre
los compositores «serios», el cine fue una tabla de salvación para la
música clásica. No solo dio al género una nueva relevancia en la era
moderna, sino que también lo incorporó a las vidas de personas que
nunca se habrían interesado por él. Ciertamente, acercar la música
clásica a las masas se convirtió casi en una misión por parte de los
gobiernos de posguerra. Los gobiernos de la Alemania del Tercer
Reich, de la Italia fascista, los Estados Unidos de Roosevelt, la URSS
de Stalin y la Gran Bretaña de la Blitzkrieg no habían visto la música
clásica –a diferencia de lo que ocurría con la comedia, el cine o la
música popular– como un consuelo o una distracción en tiempos
sombríos, sino más bien como una manera de definir la identidad
cultural entre sus poblaciones, de decir «esto es lo que podemos per-
der si el bárbaro enemigo vence». Después de la guerra, todos deci-
dieron acercar las «bellas artes», como se consideraba que eran, al
pueblo estableciendo una serie de instituciones subvencionadas pú-
blicamente y patrocinadas privadamente. Serge Koussevitski, el gran
director de orquesta estadounidense y paladín de la nueva música,
por ejemplo, encargó la magnífica, aunque triste, ópera Peter Grimes,
de Benjamin Britten, que, milagrosamente, fue producida en el tea-
tro Sadler’s Well en una Londres vacía por los bombardeos justo cua-
tro semanas después del día de la victoria en Europa.
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1
El walking bass es una fórmula para el bajo utilizada por los contrabajistas –tocando
pizzicato– y pianistas de jazz.
2
El juego de palabras con swing y «at the end of a rope» me parece una referencia
irónica a la canción de Meeropol «Strange fruit», cuya letra trataba del linchamiento y
ahorcamiento de dos hombres afroamericanos, a manos de blancos racistas.
3
En conversación con el baterista y escritor Arthur Taylor (Notes and Tones, 1972).
(Nota del autor.)
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der del rock and roll por parte de músicos blancos afamados y hubo
muchos candidatos deseosos de convertirse en los rompecorazones
de una generación.
El primero de todos fue un hombre que parece un vendedor de
seguros en el karaoke de la boda de su hija, pero que para la vigorosa
clase media de principios de los cincuenta era la mísmisima reencar-
nación de un Satán del rock and roll: Bill Haley. También él se apun-
tó al éxito del «Rocket 88», con una versión de esta canción, también
de 1951. Él y sus Comets continuaron con su andadura hasta obtener
una serie de enormes éxitos, incluyendo «Shake, Rattle and Roll», de
1954 – compuesto originalmente, a propósito, por el afroamericano
Jesse Stone y grabado previamente por el afroamericano Big Joe Tur-
ner–, y «Rock around the clock», de Max C. Freeman, en 1955, pero
muy pronto fueron eclipsados por el mucho más carismático Elvis
Presley.
El fenómeno Elvis –bien parecido, suavemente rebelde, una voz
expresiva y versátil, un bailarín característico, tan bueno en las pelí-
culas como en los discos, bien promocionado por un astuto equipo
de representantes y escritores– es de los que los ejecutivos de disco-
gráficas han intentado emular una y otra vez a lo largo de la era pop.
Pero Elvis no solo trajo carisma y energía a la escena musical; tam-
bién introdujo dos elementos musicales en la mezcla del rhythm and
blues negro que eran habituales entre los músicos estadounidenses
de principios de los años cincuenta: la simplicidad y la vivacidad de
la música country, conocida en la época como hillbilly o rockabilly, y el
anhelo del góspel. Este último ingrediente, inverosímilmente combi-
nado con una sexualidad desinhibida, fue lo que dio a sus interpre-
taciones vocales un poder tan vibrante, incluso cuando el tema era el
amor físico, en lugar del espiritual.
A diferencia de los gigantes de los sesenta, sin embargo –Bob
Dylan y The Beatles, como primer plato–, Elvis no forjó su formida-
ble personalidad con temas que él mismo hubiese compuesto, y hacia
la época de su posterior residencia en Las Vegas su música era esen-
cialmente un número de variedades, que hacía recordar a su públi-
co inevitablemente más viejo, más rico, su juventud despreocupada.
Dylan, por otra parte, aunque carente de la trémula voz o de los mus-
los elásticos de Elvis, escribió el tipo de letras que podían cambiar
la forma que tenía una sociedad entera de verse a sí misma. Aparte
de su éxito en las listas radiofónicas, sus agudas observaciones sobre
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4
En español en el original.
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5
Existe un documental de la directora Diana Dilworth sobre los orígenes de este instru-
mento. Véase http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-13349-2009-
03-29.html
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6
Pensar la música hoy, traducción de Eva Laínsa de Tomás, Murcia, Colegio Oficial de
Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, Colección de Arquitectura, n.º 52, 2010.
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Foster (1826-1864) es el autor de la famosa canción «Oh Susanna», entre otras mu-
chas. Véase http://es.wikipedia.org/wiki/Stephen_Foster
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Un tipo de teatro japonés.
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Steve Reich
ejemplificó el
movimiento mini-
malista que salvó
el abismo entre
la música clásica
y el pop durante
los setenta. Puede
que sus hipnó-
ticos ritmos de
percusión suenen
repetitivos, pero
estaban de hecho
compuestos de
patrones que se
iban modificando
sin fin.
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panillas: una reinterpretación del canto antiguo para el siglo xxi. Que
ocurriera algo así, por no hablar de la propia propuesta musical, ha-
bría sido inconcebible para los compositores clásicos de los sesenta,
cuando yo era un niño del coro en la Universidad de Oxford.
Lo que el pasado musical nos enseña es que no sirve de nada
preocuparse por lo que vaya a ocurrir. Para cada movimiento hay un
contramovimiento, para cada miedo una mano reconfortante sobre
el hombro. Incluso cuando nos debatimos sobre la existencia o la
abolición de Dios, parece que tenemos más música que nunca para
satisfacer nuestras necesidades espirituales.
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como niños con mil juegos al alcance de nuestras manos. Hemos al-
canzado, por fin, un punto donde no hay decisiones equivocadas o
acertadas sobre qué música podemos o no disfrutar, basta una ins-
trucción gratificantemente simple: play 9.
9
La riqueza de este verbo inglés hace imposible una traducción. No solo es darle al
play del reproductor de música, sino que Goodall dice a los intérpretes: «Tocad»; a los can-
tantes de ópera: «Interpretad»; a los compositores: «Jugad» (con las notas para crear bellas
composiciones); a los melómanos: «Jugad» (con la elección de múltiples tipos de música).
349
Lista de reproducción
2. La era de la penitencia
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lista de reproducción
3. La era de la invención
353
una historia de la música
Wolfgang Amadeus Mozart: Serenata No. 10: Gran Partita (ca. 1781)
Un ejemplo del deseo de Mozart por ennoblecer a la humanidad a
través de su música, en un período de agitación y miseria extendidas.
354
lista de reproducción
Ludwig van Beethoven: Cuarteto de cuerdas n.º 14, Opus 131, I: Adagio
ma non troppo e molto espressivo (1826)
Profundamente sordo y enfermo, Beethoven se retiró a un mundo
interior y escribió lo que sonaba como música procedente de un fu-
turo desalentador e inquietante.
355
una historia de la música
5. La era de la tragedia
356
lista de reproducción
Piotr Chaikovski: El lago de los cisnes, n.º 20, Danza húngara: Czardas
(1877)
Otro famoso ejemplo de la integración de estilos pseudocampesinos
en la música clásica y de la fascinación rusa por la danza, en este caso
las populares csárdás de Europa oriental.
6. La era de la rebelión
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una historia de la música
Gustav Mahler: Das Lied von der Erde, VI. Der Abschied (1908–1909)
La instrucción de Mahler es para que el acorde final, largo, se esfume
imperceptiblemente; Benjamin Britten lo describió como «impreso
en la atmósfera».
358
lista de reproducción
7. La era popular I
Bertolt Brecht y Kurt Weill: La ópera de perra gorda, II. Die Moritat von
Mackie Messer (1928)
Una salvaje crítica de la sociedad capitalista en una forma musical
accesible.
359
una historia de la música
8. La era popular II