Papá y mamá, por su condición de hombre y mujer, aportan de forma distinta a los hijos
en su desarrollo. Desde que nace un niño, cada padre por separado, pero
complementariamente, ayuda a determinar procesos tan complejos como el ser
persona y la identidad sexual. La madre tiene unas características propias, que
complementa con él. Las características propias del ser humano, desde el lenguaje
hasta los valores, se obtienen, en gran medida con el contacto con otros seres
humanos.
Es así como los padres contribuyen a desarrollar en los hijos su identidad, a reconocer
en otros a personas similares a él y le proporcionan un mundo lleno de valores. Cada
uno de los padres influye en este proceso de forma distinta, sin premeditación, sólo por
el hecho de ser hombre o mujer. El que ambos sean complementarios proporciona a los
hijos una visión completa del mundo.
En particular, son varios los canales por los que los padres transmiten a los hijos/as sus
ideas y actitudes acerca de la sexualidad (Toro, 2010):
los padres influyen genéticamente de dos maneras, por una parte transmiten sus
características físicas, por lo que influyen en el atractivo físico y por otra parte, influyen
parcialmente en la edad de inicio de los cambios puberales; las actitudes de los padres
hacia la conducta sexual de los adolescentes en general modula las actitudes de los
hijos/as hacia la sexualidad; el tipo de relación que mantienen los padres entre sí (de
casados, de pareja, separados, etc.) pueden constituir modelos relevantes a adoptar
por parte de los hijos/as; las creencias religiosas y normas morales también se
muestran influyentes en las actitudes de la sexualidad de los hijos/as y por último, las
actividades laborales y de ocio pueden resultar un modelo de cómo los padres se
relacionan con personas del sexo opuesto.
Muchas investigaciones confirman el importante papel que tiene el padre para orientar a
los hijos en la adquisición de un preciso rol sexual. El padre, más que la madre, tiene
hacia los hijos, comportamientos diferentes en base a su sexo, mostrando más afecto
con las niñas y sometiendo a los varones a una disciplina más rigurosa (Sears,
Maccoby, Levin, 1957; Smorti, 1980).
Los hijos varones aprenderían el propio rol sexual sólo si su relación con el padre fuera
satisfactoria y cálida (Lamb, 1986). En cuanto al desarrollo de la niña, el padre más que
la madre, animaría a la hija hacia modelos y comportamientos apropiados a su sexo
(Smorti, 1987).
De todas las investigaciones hechas sobre el rol sexual, Lis y Zennaro concluyen
diciendo que “el padre está más interesado que la madre en la diferenciación sexual y
por lo tanto ejerce una mayor influencia sobre esta tipificación” (Lis, Zennaro, 1998,
412).
En fin, la formación del género en el ser humano se refiere al sentimiento interno que
las personas tienen de quiénes son, que surge de una interacción de los rasgos
biológicos, las influencias del desarrollo y las condiciones del entorno. Puede ser
masculino, femenino, algo en el medio, una combinación de ambas cosas o ninguna. El
reconocimiento propio de la identidad de género se desarrolla con el tiempo, de manera
muy similar al desarrollo físico de un niño. En la mayoría de los niños, la identidad de
género declarada coincide con su género asignado (sexo). No obstante, en algunos
niños, la correspondencia entre el género asignado y la identidad de género no está tan
clara, y por ello no ha de juzgarse, por el contrario, desde el hogar y la escuela se debe
asumir un rol guiador, consejero para el desarrollo pleno de la identidad de género del
individuo. El desarrollo del género es un proceso normal en todos los niños. Algunos
niños exhibirán variaciones, en forma similar a lo que ocurre en todas las áreas de la
salud y la conducta de los seres humanos. No obstante, todos los niños necesitan
apoyo, amor y cuidado de su familia, de la escuela y de la sociedad, ya que esto
fomenta su crecimiento y los convierte en adultos felices y saludables.