IX 20. Dicho esto, oigamos los testimonios del autor a quien respondemos,
como si fuésemos nosotros mismos quienes los presentamos. En el Deuteronomio: Tú serás perfecto delante del Señor, tu Dios 58. Ninguno será imperfecto entre los hijos de Israel 59. Dice el Salvador en el Evangelio: Sed perfectos, porque vuestro Padre celestial es perfecto 60. Y el Apóstol en la segunda a los Corintios: Por lo demás, hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección 61. Y a los Colosenses: Amonestamos a todos, enseñamos a todos con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida cristiana 62. Lo mismo a los Filipenses: Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones; así seréis irreprochables y limpios, hijos de Dios sin tacha 63. Y a los Efesios: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales; él nos eligió en la persona de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e irreprochables ante él 64. De nuevo a los Colosenses: Antes estabais también vosotros alienados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados, y Dios puede admitiros a su presencia como a un pueblo santo sin mancha y sin reproche 65. De nuevo a los Efesios: Para colocarla ante si gloriosa, la Iglesia sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada 66. Y en la primera a los Corintios: Sed sobrios y justos y no pequéis 67. Lo mismo en la epístola de San Pedro: Por eso, estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: "Seréis santos, porque yo soy santo" 68. Por eso, el santo David dice también: Señor, ¿quién puede habitar en tu tabernáculo o quién puede descansar en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia 69. En otro lugar: Con él viviré sin tacha 70. Y también: Dichosos los que con vida intachable caminan en la voluntad del Señor 71. Lo mismo en Salomón: El Señor ama los corazones santos, pues acepta a todos los que son sin tacha 72. Algunos de estos testimonios exhortan a los que corren a que corran bien; otros recuerdan la misma meta adonde se dirigen corriendo. A veces no es absurdo decir que entra sin tacha no porque es ya perfecto, sino porque corre hacia la misma perfección intachablemente; y, sin delitos condenables, no descuida tampoco purificar con limosnas los mismos pecados veniales. Es decir, la oración pura purifica nuestro caminar, esto es, el camino por donde caminamos a la perfección; y la oración es pura cuando oramos con verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos 73, para que, al no ser objeto de reprensión lo que no es objeto de culpa, nuestro caminar hacia la perfección sea irreprensible, sin tacha, de tal modo que, cuando hayamos llegado a ella, no haya en absoluto ya nada que purificar con el perdón. Observaciones que hace san Agustín X 21. A continuación, nuestro autor aduce testimonios para demostrar que los preceptos divinos no son pesados. Pero ¿quién ignora que, siendo el amor el precepto general -porque el fin de todo precepto es el amor 74; por eso amar es cumplir la ley entera 75-, no es pesado lo que se hace por amor, sino lo que se hace por temor? Se lamentan de los preceptos de Dios los que intentan cumplirlos por temor; en cambio, el amor perfecto expulsa el temor y hace ligera la carga del precepto, que no sólo no oprime con su peso, antes bien eleva a manera de las alas. Para alcanzar un amor tan grande como sea posible en la carne mortal, es poca cosa el poder de decisión de nuestra voluntad sin la ayuda de la gracia divina por Jesucristo nuestro Señor 76. En efecto, hay que repetir que ha sido derramada en nuestros corazones no por nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo que se nos ha dado 77. La Escritura solamente recuerda que los preceptos divinos no son pesados para que el alma que los sienta pesados entienda que todavía no ha recibido las fuerzas por las cuales los preceptos del Señor son tal como los recomienda: ligeros y suaves, y para que pida con gemidos de la voluntad que le conceda el don de la facilidad. Ciertamente, el que dice: Haz mi corazón sin tacha 78; y: Dirige mis pasos según tu palabra para que no me domine la maldad 79; y: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo 80; y: No nos dejes caer en la tentación 81, y otras citas semejantes que sería largo recordar, pide siempre lo mismo: cumplir los mandamientos de Dios. Porque no mandaría cumplirlos si nuestra voluntad no interviniese para nada, ni la voluntad tendría que acudir a la oración si ella se bastase por sí sola. Cuando nos recomienda que los preceptos no son pesados, es para que aquel a quien le parecen pesados entienda que no ha recibido aún el don por el cual no son pesados y para que no se crea que los cumple a la perfección cuando obra de tal modo que, siendo pesados -porque al que da de buena gana lo ama Dios 82-, sin embargo, y a pesar de sentir su peso, no se desanima desesperando, sino que se esfuerza por buscar, pedir y llamar 83. ¿Cómo los preceptos del Señor pueden ser "carga ligera"? 22. Veamos también en estos testimonios citados cómo los preceptos que Dios nos recomienda no son pesados. "Porque -dice él- los mandamientos de Dios no sólo no son imposibles, sino ni siquiera pesados". En el Deuteronomio: Y el Señor, tu Dios, volverá a complacerse en hacerte el bien, como se complació en hacérselo a tus padres, si escuchas la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley: conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es pesado ni inalcanzable; no está en el cielo; no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá, y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" No está más allá del mar; no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá, y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón, en tu boca y en tus manos. Cúmplelo 84. Lo mismo dice el Señor en el Evangelio: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero, y mi carga ligera 85. Igualmente, en la carta de San Juan: En esto consiste el amor de Dios, en que cumplamos sus mandamientos; y los mandamientos de Dios no son pesados 86. Una vez vistos estos testimonios de la ley, del Evangelio y de los apóstoles, podemos elevarnos a esta gracia, que no comprenden los que, desconociendo la justicia de Dios y queriendo imponer la suya, no se someten a la justicia de Dios 87. Realmente, los que no comprenden las palabras del Deuteronomio tal como las ha recordado el apóstol Pablo: Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios a la salvación 88, porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos 89; al menos por este último testimonio del apóstol Juan, traído para probar su opinión cuando dicen: En esto consiste el amor de Dios, en que cumplamos los mandamientos; y: Los mandamientos de Dios no son pesados 90, deben recordar, sobre todo, que ningún mandamiento de Dios es pesado para el amor de Dios, que se derrama en nuestros corazones únicamente por el Espíritu Santo 91 y no por el poder de decisión de la voluntad humana, al que dan más importancia de la conveniente, con menoscabo de la justicia de Dios. Amor que solamente será perfecto cuando haya desaparecido todo temor del castigo. Discusión de los textos: la santidad de Job XI 23. Después de estos testimonios, Celestio ha propuesto los que suelen citarse contra ellos, sin dar solución alguna; y, al considerarlos contradictorios, ha embrollado más las cuestiones. Así, dice que "los testimonios de la Escritura que habría que poner como objeción a quienes juzgan a la ligera sobre el libre albedrío o sobre la posibilidad de no pecar, él los puede anular por la autoridad de la misma Escritura. En efecto, dice, suele objetarse aquello de Job: ¿Quién está sin pecado? Ni siquiera el niño de un solo día sobre la tierra" 92. A continuación, como para responder a este testimonio con otros parecidos, trae lo que el mismo Job ha dicho: Hombre justo y sin tacha, me he convertido en objeto de mofa 93, no entendiendo que puede llamarse justo al hombre que se acerca tanto a la perfección de la justicia que casi la toca. No niego que muchos lo hayan podido conseguir aun en esta vida, en la cual se vive por la fe. 24. Estos testimonios confirman lo que dicho autor, en buena lógica, aduce, tomado del mismo Job: Heme aquí próximo ante mi propio juicio, y sé que seré hallado justo 94. En realidad, el juicio de que se habla allí es éste: Y hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía 95. Por último, no dijo: "Allí estoy", sino: Muy cerca estoy. Si quiso dar a entender por su juicio, no con el que él mismo se juzgará, sino con el que será juzgado al fin del mundo, serán encontrados justos en aquel juicio todos los que pueden decir sin mentira: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 96. Por este perdón serán hallados justos y porque borraron con limosnas los pecados que aquí tenían. Por eso dice el Señor: Dad limosna, y lo tendréis limpio todo 97. Finalmente, esto les dirá a los justos que van al reino prometido: Porque tuve hambre, y me disteis de comer 98, etc. Sin embargo, una cosa es estar sin pecado -y esto se dice en esta vida únicamente del Unigénito-, y otra estar sin tacha, lo cual se puede decir también en esta vida de muchos justos, porque hay un modo de vivir virtuoso, del cual, aun en las relaciones humanas, no puede haber queja justa. Así, ¿quién se puede quejar con razón de una persona que no quiere mal a nadie y que ayuda fielmente a cuantos puede, ni tiene deseo alguno de venganza contra quien le hace mal, de tal modo que pueda decir con verdad: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? 99 Y, no obstante, por lo mismo que dice con verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos, confiesa que él no está sin pecado. 25. La oración de Job: ¿Qué es lo que dice Job? Ninguna maldad había en mis manos, sino que mi oración era pura 100. Ciertamente que su oración era sin tacha, porque pedía perdón con toda justicia al que lo daba con verdad. 26. Su sentimiento. Y cuando habla del Señor: Que multiplica mis muchas heridas sin motivo 101, no dice: "Que ninguna le ha producido con motivo", sino: muchas sin motivo. Porque le ha multiplicado sus muchas heridas no a causa de sus muchos pecados, sino para probarle la paciencia. En efecto, cree que debió sufrir un poco a causa de los pecados, de los que no estuvo exento, como confiesa en otra parte. 27. Progresos en la lucha contra el mal. También dice: He guardado sus caminos y no me desvié de sus mandatos, ni me apartaré 102. Guarda los caminos de Dios todo el que no se desvía hasta abandonarlos, sino que progresa más corriendo en ellos, aunque a veces, como débil, tropieza y titubea; progresa reduciendo los pecados hasta que llegue a donde pueda estar sin pecado. Realmente, no puede progresar en modo alguno si no es guardando sus caminos. En cambio, el apóstata es el que se aparta y aleja de los mandatos del Señor, no el que, a pesar de algún pecado, no ceja de luchar con perseverancia contra él hasta que llegue allí donde no subsistirá lucha alguna con la muerte. En esta lucha somos revestidos de aquella justicia 103 con la cual vivimos aquí por la fe, y con ella somos protegidos de algún modo 104. Además, tomamos en favor nuestro el juicio contra nosotros cuando condenamos nuestros pecados al acusarlos. Por lo cual está escrito: El mismo justo es el acusador de sí mismo cuando expone su causa 105. Así dice también: Me vestí de justicia y me rodeé del derecho como clámide 106. Porque ésta suele ser, más bien, vestidura de guerra más que de paz cuando todavía guerrea la concupiscencia, no cuando la justicia sea plena, sin enemigo alguno posible, una vez destruido el último enemigo: la muerte. 28. La existencia del mal en nosotros. El mismo santo Job dice de nuevo: Mi conciencia no me arguye por uno de mis días 107. Nuestra conciencia no nos reprende en esta vida, en la que vivimos de la fe, cuando la misma fe, por la cual del corazón llegamos a la justicia 108, no descuida reprender nuestro pecado. Por eso dice el Apóstol: Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco, eso hago 109. Efectivamente, lo bueno es no amar desordenadamente, y el justo, que vive de su fe 110 quiere este bien; y, sin embargo, hace lo que aborrece, porque apetece con desorden, aunque no se deje llevar de sus codicias. Si lo hace, entonces él mismo cede, consiente, y obedece al deseo del pecado. Es cuando su conciencia le arguye, porque se reprende a sí mismo, no al pecado que reside en sus miembros. En cambio, cuando no permite que el pecado siga dominando en su cuerpo mortal para obedecer los deseos del cuerpo, ni pone sus miembros al servicio del pecado como instrumentos del mal 111, entonces el pecado ciertamente reside en sus miembros, pero no reina en ellos, porque no obedece a sus deseos. Por eso, cuando él hace lo que no quiere, esto es, no quiere codiciar y codicia, reconoce la ley, que es buena. Además, él quiere también lo mismo que la ley, porque quiere no codiciar, y la ley dice: No codiciarás 112. Teniendo en cuenta que quiere lo que la ley también quiere, sin duda alguna que obedece a la ley; y, sin embargo, tiene apetencias desordenadas, porque no está sin pecado. Pero ya no lo realiza él, sino aquel pecado que habita en él. Por eso, su conciencia no le reprocha durante su vida, es decir, en su fe, porque el justo vive por su fe, y, por lo tanto, su fe es su vida. Realmente sabe que el bien no habita en su carne, donde reside el pecado; pero, al no consentir en él, vive por la fe, porque pide a Dios que le ayude en su lucha contra el pecado. Y para que no habite del todo en su carne le acompaña en el querer, aunque no le acompaña en el realizar perfectamente el bien. No le acompaña a no hacer el bien, sino a hacerlo a la perfección. Puesto que, cuando no consiente, hace el bien; y, cuando odia su concupiscencia, hace el bien; y, cuando no cesa de hacer limosnas, hace el bien; y, cuando perdona al que le ofende, hace el bien; y, cuando pide que le sean perdonadas sus deudas, y afirma con verdad que él mismo perdona también a sus deudores, y suplica no ser arrastrado a la tentación, sino librado del mal, hace el bien. Sin embargo, no le acompaña a hacer el bien a la perfección, porque esto sucederá solamente cuando aquella concupiscencia que habita en sus miembros no exista más. Por lo tanto, su conciencia no le reprende cuando se reprocha el pecado que habita en sus miembros y no tiene infidelidad alguna que reprender. De este modo, su conciencia no le reprocha durante toda su vida, esto es, por su fe, y, a la vez, está convencido de que no está sin pecado. Que es lo mismo que confiesa Job cuando dice: No se te ha ocultado ninguno de mis pecados. Has sellado mis iniquidades en un saco y has anotado cuanto, a pesar mío, he transgredido 113. He procurado demostrar, lo mejor que he podido, cómo hay que interpretar los testimonios citados por nuestro interlocutor del santo Job. Sin embargo, él no ha aclarado la cita del mismo Job que ha propuesto: ¿Quién está limpio de pecado? Ni siquiera el niño que tiene un día de vida sobre la tierra 114. ¿Está en el hombre la verdad? XII 29. "Los adversarios -continúa diciendo Celestio- acostumbran también a proponer esta frase: Todo hombre es engañoso" 115. Pero él mismo tampoco aclara esto que propone contra ellos, sino que, al mencionar otros testimonios como contradictorios, ha dejado sin aclarar las palabras divinas ante aquellos que no entienden la Escritura santa. Así dice: "Debo responderles a todos ellos lo que está escrito en el libro de los Números: El hombre es veraz 116. Y sobre el santo Job leemos textualmente: Había en tierra de Hus un varón llamado Job, hombre veraz, íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal" 117. Me sorprende que tenga la audacia de traer este testimonio donde se dice: Apartado de todo mal, puesto que él quería que esto se entendiese de todo pecado, habiendo dicho más arriba que pecado es todo acto malo y no una sustancia. Recuerde que, aun cuando sea un acto, puede ser llamado cosa. Pero se aparta de todo mal el que o bien no consiente jamás en el pecado, del que no está libre, o bien no se deprime cuando alguna vez se ve agobiado; del mismo modo que un luchador más fuerte, aunque alguna vez es alcanzado, no por eso pierde su superioridad. Es verdad que se lee hombre íntegro, hombre sin tacha; pero no se lee "hombre sin pecado", excepto el Hijo del hombre, que es, al mismo tiempo, el Hijo único de Dios. 30. "También leemos -dice- en el mismo Job: Y consideró el milagro del hombre veraz 118. Igual en Salomón a propósito de la sabiduría: Los mentirosos no se acuerdan de ella, pero los veraces son reconocidos en ella 119. Lo mismo en el Apocalipsis: En sus labios no se encontró mentira, son irreprochables" 120. Se responde a todo esto interpelando, a la vez, que de algún modo se puede decir que el hombre, mentiroso, sin duda, por sí mismo, es veraz por la gracia y la verdad de Dios. Por eso se dice: Todo hombre es engañoso 121. Esto mismo significa el testimonio citado por él acerca de la sabiduría: Pero los hombres veraces son reconocidos en ella 122; sin duda, los que no en ella, sino en sí mismos, se descubre que son engañosos, como está escrito: Antes sí erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor 123. Cuando habla de tinieblas, no añade en el Señor; pero, cuando nombra la luz, añade, sobre todo, en el Señor, porque los hombres no pueden ser luz por sí mismos, para que el que se gloría, que se gloríe en el Señor. Con razón se dice en el Apocalipsis de tales hombres que en sus labios no se encontró mentira 124, porque nunca dijeron que no tenían pecado. Si lo hubieran dicho, se habrían engañado a sí mismos y la verdad no estaría en ellos 125; ahora bien, si la verdad no estaba en ellos, en sus labios se encontraría la mentira. Pero si, movidos por la envidia, estando sin pecado, dijesen que ellos no estaban sin pecado, esto mismo sería una mentira, y resultaría falso lo dicho anteriormente: En sus labios no se encontró mentira 126; son irreprochables; porque como ellos han perdonado a sus deudores, así son purificados por Dios, que los perdona. He tratado de exponer lo mejor que he podido, cómo han de ser interpretados los testimonios que él ha recordado en favor suyo. En cambio, él no ha explicado en absoluto cómo debe entenderse lo de todo hombre es engañoso, ni podrá hacerlo, a no ser que se corrija del error, por el que cree que el hombre puede ser veraz por su propia voluntad sin la ayuda de la gracia de Dios. ¿Es la humanidad originariamente mala? XIII 31. De igual modo, él ha dejado sin resolver esta otra cuestión; peor aún, la ha exagerado y puesto más difícil al citar un testimonio que prueba precisamente en contra suya: No hay quien obre bien; ni uno solo 127, y porque, al referir testimonios contrarios, es como si él mismo demostrase que hay hombres que obran el bien. Lo cual demuestra ciertamente que, aun cuando el hombre haga muchas cosas buenas, una cosa es no hacer el bien y otra no estar sin pecado. Por lo tanto, los testimonios aducidos no van contra el dicho de que en esta vida no hay un hombre sin pecado, pues él no demuestra en qué sentido se ha dicho que no hay quien obre bien; ni uno solo 128. "Efectivamente -advierte- que el santo David dice: Confía en el Señor y obra bien" 129. Pero éste es un precepto, no un hecho. Precepto que ciertamente no guardaban los hombres de quienes se dijo: No hay quien obre bien; ni uno solo 130. Igualmente, lo del santo Tobías: No temas, hijo; somos pobres, pero seremos ricos si tememos a Dios y nos apartamos de todo pecado y hacemos el bien 131. Es muy cierto que el hombre llega a ser rico cuando se aparta de todo pecado, porque entonces no tendrá mal alguno ni necesidad de decir: Líbranos del mal 132. Aunque también en este caso todo el que progresa con recta intención, al hacerlo, se aparta de todo pecado; y tanto más se aleja cuanto más se acerca a la plenitud de la justicia y a la perfección del mismo modo que la concupiscencia, que es el pecado que habita en nuestra carne, aunque permanece todavía en nuestros miembros mortales, sin embargo, no deja de disminuir en los que progresan. Por lo tanto, una cosa es ir alejándose de todo pecado que aún está presente en las obras actuales, y otra haberse alejado de todo pecado, como sucederá en aquel estado de perfección. Es indudable, no obstante, que tanto el que ya se ha alejado como el que todavía se está alejando están obrando el bien. Entonces, ¿en qué sentido se dice: No hay quien obre bien; ni uno solo 133, cita que él ha propuesto y que ha dejado sin aclarar? Yo digo que este salmo condena a un pueblo donde no hay ni uno solo que obre bien, mientras quiera seguir siendo hijo de los hombres y no ser hijo de Dios, cuya gracia hace bueno al hombre para que pueda obrar bien. De este bien ha de entenderse lo que se dice en otro lugar: Dios observa desde el cielo a los hijos de los hombres para ver si hay alguno sensato que busque a Dios 134. Este bien, que consiste en buscar a Dios, no había quien lo hiciese, ni uno solo, pero en aquella raza de hombres que está predestinada a la perdición. Porque la presciencia de Dios ha observado a éstos y ha publicado la sentencia. La bondad trascendente de Dios XIV 32. Insiste Celestio: "Aducen también aquello del Salvador: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios" 135. Tampoco ha aclarado esta proposición, sino que se ha limitado a traer otros testimonios contrarios para intentar probar que el hombre también es bueno. Porque él mismo ha dicho que había que responder con aquello del mismo Señor en otra parte: El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas 136; y otra vez: Que hace salir el sol sobre los buenos y los malos 137; y vuelve a insistir: Está escrito en otro lugar: "Las cosas buenas han sido creadas para los justos desde el principio" 138; y de nuevo: Los que son buenos habitarán la tierra 139. Es preciso responderle, pero de manera que comprenda también en qué sentido está escrito: No hay nadie bueno más que Dios 140. Toda la creación, aunque Dios la creó muy buena, pero, comparada con el Creador, no es buena, y, en su comparación, ni existe siquiera; pues él ha dicho de sí mismo de un modo altísimo y apropiado: Yo soy el que soy 141. Del mismo modo que se dijo: No hay nadie bueno más que Dios, se dijo también a propósito de Juan: No era él la luz 142, habiendo dicho el Señor que era una lámpara, como todos los discípulos, a quienes dijo: Vosotros sois la luz del mundo; nadie enciende una lámpara para meterla debajo del celemín 143, pero que, en comparación con aquella luz que es la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo 144, no era ni siquiera luz; ya porque aun los mismos hijos de Dios, comparados a sí mismos con lo que llegarán a ser en aquel estado de perfección eterna, son de tal modo buenos, que al mismo tiempo también son malos. Lo cual yo no me atrevería a afirmar de ellos -¿y quién hay que se atreva a decir que son malos aquellos cuyo padre es Dios?-, a no ser que el mismo Señor lo hubiese dicho: Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le pidan? 145 Precisamente, al decir vuestro Padre, ha demostrado que ya son hijos de Dios, y, sin embargo, no silenció que todavía eran malos. De todos modos, no ha aclarado este autor cómo, por una parte, estos hombres pueden ser buenos y, por otra, cómo no hay nadie bueno más que Dios. Por eso quedó bien advertido aquel que había preguntado a Jesús qué bien debía hacer para alcanzar a aquel por cuya gracia era bueno y para quien esta bondad es su mismo ser, porque el que es inmutablemente bueno no puede ser malo en absoluto.