Está en la página 1de 10

Preceptos de la perseverancia

IX 20. Dicho esto, oigamos los testimonios del autor a quien respondemos,


como si fuésemos nosotros mismos quienes los presentamos. En el
Deuteronomio: Tú serás perfecto delante del Señor, tu Dios 58. Ninguno
será imperfecto entre los hijos de Israel  59. Dice el Salvador en el
Evangelio: Sed perfectos, porque vuestro Padre celestial es perfecto  60. Y el
Apóstol en la segunda a los Corintios: Por lo demás, hermanos, alegraos,
trabajad por vuestra perfección  61. Y a los Colosenses: Amonestamos a
todos, enseñamos a todos con todos los recursos de la sabiduría, para que
todos lleguen a la madurez en su vida cristiana  62. Lo mismo a los
Filipenses: Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones; así
seréis irreprochables y limpios, hijos de Dios sin tacha  63. Y a los
Efesios: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y
celestiales; él nos eligió en la persona de Cristo -antes de crear el mundo-
para que fuésemos santos e irreprochables ante él  64. De nuevo a los
Colosenses: Antes estabais también vosotros alienados de Dios y erais
enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas
acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su
cuerpo de carne, habéis sido reconciliados, y Dios puede admitiros a su
presencia como a un pueblo santo sin mancha y sin reproche  65. De nuevo a
los Efesios: Para colocarla ante si gloriosa, la Iglesia sin mancha, ni arruga,
ni nada semejante, sino santa e inmaculada  66. Y en la primera a los
Corintios: Sed sobrios y justos y no pequéis  67. Lo mismo en la epístola de
San Pedro: Por eso, estad interiormente preparados para la acción,
controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación
de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los deseos que
teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó es santo;
como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque
dice la Escritura: "Seréis santos, porque yo soy santo"  68. Por eso, el santo
David dice también: Señor, ¿quién puede habitar en tu tabernáculo o quién
puede descansar en tu monte santo? El que procede honradamente y
practica la justicia 69. En otro lugar: Con él viviré sin tacha  70. Y
también: Dichosos los que con vida intachable caminan en la voluntad del
Señor  71. Lo mismo en Salomón: El Señor ama los corazones santos, pues
acepta a todos los que son sin tacha  72.
Algunos de estos testimonios exhortan a los que corren a que corran bien;
otros recuerdan la misma meta adonde se dirigen corriendo. A veces no es
absurdo decir que entra sin tacha no porque es ya perfecto, sino porque
corre hacia la misma perfección intachablemente; y, sin delitos
condenables, no descuida tampoco purificar con limosnas los mismos
pecados veniales. Es decir, la oración pura purifica nuestro caminar, esto
es, el camino por donde caminamos a la perfección; y la oración es pura
cuando oramos con verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos  73,
para que, al no ser objeto de reprensión lo que no es objeto de culpa,
nuestro caminar hacia la perfección sea irreprensible, sin tacha, de tal
modo que, cuando hayamos llegado a ella, no haya en absoluto ya nada
que purificar con el perdón.
Observaciones que hace san Agustín
X 21. A continuación, nuestro autor aduce testimonios para demostrar que
los preceptos divinos no son pesados. Pero ¿quién ignora que, siendo el
amor el precepto general -porque el fin de todo precepto es el amor  74;  por
eso amar es cumplir la ley entera  75-, no es pesado lo que se hace por
amor, sino lo que se hace por temor? Se lamentan de los preceptos de Dios
los que intentan cumplirlos por temor; en cambio, el amor perfecto expulsa
el temor y hace ligera la carga del precepto, que no sólo no oprime con su
peso, antes bien eleva a manera de las alas. Para alcanzar un amor tan
grande como sea posible en la carne mortal, es poca cosa el poder de
decisión de nuestra voluntad sin la ayuda de la gracia divina por Jesucristo
nuestro Señor  76. En efecto, hay que repetir que ha sido derramada en
nuestros corazones no por nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo que
se nos ha dado  77. La Escritura solamente recuerda que los preceptos
divinos no son pesados para que el alma que los sienta pesados entienda
que todavía no ha recibido las fuerzas por las cuales los preceptos del Señor
son tal como los recomienda: ligeros y suaves, y para que pida con gemidos
de la voluntad que le conceda el don de la facilidad. Ciertamente, el que
dice: Haz mi corazón sin tacha  78; y: Dirige mis pasos según tu palabra
para que no me domine la maldad  79; y: Hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo  80; y: No nos dejes caer en la tentación  81, y otras citas
semejantes que sería largo recordar, pide siempre lo mismo: cumplir los
mandamientos de Dios. Porque no mandaría cumplirlos si nuestra voluntad
no interviniese para nada, ni la voluntad tendría que acudir a la oración si
ella se bastase por sí sola. Cuando nos recomienda que los preceptos no
son pesados, es para que aquel a quien le parecen pesados entienda que no
ha recibido aún el don por el cual no son pesados y para que no se crea que
los cumple a la perfección cuando obra de tal modo que, siendo pesados
-porque al que da de buena gana lo ama Dios  82-, sin embargo, y a pesar
de sentir su peso, no se desanima desesperando, sino que se esfuerza por
buscar, pedir y llamar 83.
¿Cómo los preceptos del Señor pueden ser "carga ligera"?
22. Veamos también en estos testimonios citados cómo los preceptos que
Dios nos recomienda no son pesados. "Porque -dice él- los mandamientos
de Dios no sólo no son imposibles, sino ni siquiera pesados". En el
Deuteronomio: Y el Señor, tu Dios, volverá a complacerse en hacerte el
bien, como se complació en hacérselo a tus padres, si escuchas la voz del
Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en
el código de esta ley: conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y
con toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es pesado ni
inalcanzable; no está en el cielo; no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá
al cielo y nos lo traerá, y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" No
está más allá del mar; no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y
nos lo traerá, y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" El
mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón, en tu boca y en tus
manos. Cúmplelo  84. Lo mismo dice el Señor en el Evangelio: Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi
yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero, y mi carga
ligera  85. Igualmente, en la carta de San Juan: En esto consiste el amor de
Dios, en que cumplamos sus mandamientos; y los mandamientos de Dios
no son pesados  86.
Una vez vistos estos testimonios de la ley, del Evangelio y de los apóstoles,
podemos elevarnos a esta gracia, que no comprenden los que,
desconociendo la justicia de Dios y queriendo imponer la suya, no se
someten a la justicia de Dios  87. Realmente, los que no comprenden las
palabras del Deuteronomio tal como las ha recordado el apóstol Pablo: Por
la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios a la
salvación  88, porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los
enfermos  89; al menos por este último testimonio del apóstol Juan, traído
para probar su opinión cuando dicen: En esto consiste el amor de Dios, en
que cumplamos los mandamientos; y: Los mandamientos de Dios no son
pesados  90, deben recordar, sobre todo, que ningún mandamiento de Dios
es pesado para el amor de Dios, que se derrama en nuestros
corazones únicamente por el Espíritu Santo  91 y no por el poder de decisión
de la voluntad humana, al que dan más importancia de la conveniente, con
menoscabo de la justicia de Dios. Amor que solamente será perfecto
cuando haya desaparecido todo temor del castigo.
Discusión de los textos: la santidad de Job
XI 23. Después de estos testimonios, Celestio ha propuesto los que suelen
citarse contra ellos, sin dar solución alguna; y, al considerarlos
contradictorios, ha embrollado más las cuestiones.
Así, dice que "los testimonios de la Escritura que habría que poner como
objeción a quienes juzgan a la ligera sobre el libre albedrío o sobre la
posibilidad de no pecar, él los puede anular por la autoridad de la misma
Escritura. En efecto, dice, suele objetarse aquello de Job: ¿Quién está sin
pecado? Ni siquiera el niño de un solo día sobre la tierra"  92. A continuación,
como para responder a este testimonio con otros parecidos, trae lo que el
mismo Job ha dicho: Hombre justo y sin tacha, me he convertido en objeto
de mofa  93, no entendiendo que puede llamarse justo al hombre que se
acerca tanto a la perfección de la justicia que casi la toca. No niego que
muchos lo hayan podido conseguir aun en esta vida, en la cual se vive por
la fe.
24. Estos testimonios confirman lo que dicho autor, en buena lógica, aduce,
tomado del mismo Job: Heme aquí próximo ante mi propio juicio, y sé que
seré hallado justo  94. En realidad, el juicio de que se habla allí es éste: Y
hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía  95. Por
último, no dijo: "Allí estoy", sino: Muy cerca estoy. Si quiso dar a entender
por su juicio, no con el que él mismo se juzgará, sino con el que será
juzgado al fin del mundo, serán encontrados justos en aquel juicio todos los
que pueden decir sin mentira: Perdónanos nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores  96. Por este perdón serán
hallados justos y porque borraron con limosnas los pecados que aquí
tenían. Por eso dice el Señor: Dad limosna, y lo tendréis limpio todo  97.
Finalmente, esto les dirá a los justos que van al reino prometido: Porque
tuve hambre, y me disteis de comer  98, etc.
Sin embargo, una cosa es estar sin pecado -y esto se dice en esta vida
únicamente del Unigénito-, y otra estar sin tacha, lo cual se puede decir
también en esta vida de muchos justos, porque hay un modo de vivir
virtuoso, del cual, aun en las relaciones humanas, no puede haber queja
justa. Así, ¿quién se puede quejar con razón de una persona que no quiere
mal a nadie y que ayuda fielmente a cuantos puede, ni tiene deseo alguno
de venganza contra quien le hace mal, de tal modo que pueda decir con
verdad: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?  99 Y, no
obstante, por lo mismo que dice con verdad: Perdónanos, así como
nosotros perdonamos, confiesa que él no está sin pecado.
25. La oración de Job: ¿Qué es lo que dice Job? Ninguna maldad había en
mis manos, sino que mi oración era pura  100. Ciertamente que su oración
era sin tacha, porque pedía perdón con toda justicia al que lo daba con
verdad.
26. Su sentimiento. Y cuando habla del Señor: Que multiplica mis muchas
heridas sin motivo  101, no dice: "Que ninguna le ha producido con motivo",
sino: muchas sin motivo. Porque le ha multiplicado sus muchas heridas no a
causa de sus muchos pecados, sino para probarle la paciencia. En efecto,
cree que debió sufrir un poco a causa de los pecados, de los que no estuvo
exento, como confiesa en otra parte.
27. Progresos en la lucha contra el mal. También dice: He guardado sus
caminos y no me desvié de sus mandatos, ni me apartaré  102. Guarda los
caminos de Dios todo el que no se desvía hasta abandonarlos, sino que
progresa más corriendo en ellos, aunque a veces, como débil, tropieza y
titubea; progresa reduciendo los pecados hasta que llegue a donde pueda
estar sin pecado. Realmente, no puede progresar en modo alguno si no es
guardando sus caminos. En cambio, el apóstata es el que se aparta y aleja
de los mandatos del Señor, no el que, a pesar de algún pecado, no ceja de
luchar con perseverancia contra él hasta que llegue allí donde no subsistirá
lucha alguna con la muerte. En esta lucha somos revestidos de aquella
justicia 103 con la cual vivimos aquí por la fe, y con ella somos protegidos de
algún modo 104. Además, tomamos en favor nuestro el juicio contra
nosotros cuando condenamos nuestros pecados al acusarlos. Por lo cual
está escrito: El mismo justo es el acusador de sí mismo cuando expone su
causa  105. Así dice también: Me vestí de justicia y me rodeé del derecho
como clámide  106. Porque ésta suele ser, más bien, vestidura de guerra más
que de paz cuando todavía guerrea la concupiscencia, no cuando la justicia
sea plena, sin enemigo alguno posible, una vez destruido el último
enemigo: la muerte.
28. La existencia del mal en nosotros. El mismo santo Job dice de
nuevo: Mi conciencia no me arguye por uno de mis días  107. Nuestra
conciencia no nos reprende en esta vida, en la que vivimos de la fe, cuando
la misma fe, por la cual del corazón llegamos a la justicia  108, no descuida
reprender nuestro pecado. Por eso dice el Apóstol: Pues no hago el bien
que quiero, sino el mal que aborrezco, eso hago  109. Efectivamente, lo
bueno es no amar desordenadamente, y el justo, que vive de su
fe  110 quiere este bien; y, sin embargo, hace lo que aborrece, porque
apetece con desorden, aunque no se deje llevar de sus codicias. Si lo hace,
entonces él mismo cede, consiente, y obedece al deseo del pecado. Es
cuando su conciencia le arguye, porque se reprende a sí mismo, no al
pecado que reside en sus miembros. En cambio, cuando no permite que el
pecado siga dominando en su cuerpo mortal para obedecer los deseos del
cuerpo, ni pone sus miembros al servicio del pecado como instrumentos del
mal  111, entonces el pecado ciertamente reside en sus miembros, pero no
reina en ellos, porque no obedece a sus deseos. Por eso, cuando él hace lo
que no quiere, esto es, no quiere codiciar y codicia, reconoce la ley, que es
buena. Además, él quiere también lo mismo que la ley, porque quiere no
codiciar, y la ley dice: No codiciarás  112.
Teniendo en cuenta que quiere lo que la ley también quiere, sin duda
alguna que obedece a la ley; y, sin embargo, tiene apetencias
desordenadas, porque no está sin pecado. Pero ya no lo realiza él, sino
aquel pecado que habita en él. Por eso, su conciencia no le reprocha
durante su vida, es decir, en su fe, porque el justo vive por su fe, y, por lo
tanto, su fe es su vida. Realmente sabe que el bien no habita en su carne,
donde reside el pecado; pero, al no consentir en él, vive por la fe, porque
pide a Dios que le ayude en su lucha contra el pecado. Y para que no habite
del todo en su carne le acompaña en el querer, aunque no le acompaña en
el realizar perfectamente el bien. No le acompaña a no hacer el bien, sino a
hacerlo a la perfección. Puesto que, cuando no consiente, hace el bien; y,
cuando odia su concupiscencia, hace el bien; y, cuando no cesa de hacer
limosnas, hace el bien; y, cuando perdona al que le ofende, hace el bien; y,
cuando pide que le sean perdonadas sus deudas, y afirma con verdad que
él mismo perdona también a sus deudores, y suplica no ser arrastrado a la
tentación, sino librado del mal, hace el bien. Sin embargo, no le acompaña
a hacer el bien a la perfección, porque esto sucederá solamente cuando
aquella concupiscencia que habita en sus miembros no exista más. Por lo
tanto, su conciencia no le reprende cuando se reprocha el pecado que
habita en sus miembros y no tiene infidelidad alguna que reprender. De
este modo, su conciencia no le reprocha durante toda su vida, esto es, por
su fe, y, a la vez, está convencido de que no está sin pecado. Que es lo
mismo que confiesa Job cuando dice: No se te ha ocultado ninguno de mis
pecados. Has sellado mis iniquidades en un saco y has anotado cuanto, a
pesar mío, he transgredido  113.
He procurado demostrar, lo mejor que he podido, cómo hay que interpretar
los testimonios citados por nuestro interlocutor del santo Job. Sin embargo,
él no ha aclarado la cita del mismo Job que ha propuesto: ¿Quién está
limpio de pecado? Ni siquiera el niño que tiene un día de vida sobre la
tierra  114.
¿Está en el hombre la verdad?
XII 29. "Los adversarios -continúa diciendo Celestio- acostumbran también
a proponer esta frase: Todo hombre es engañoso"  115. Pero él mismo
tampoco aclara esto que propone contra ellos, sino que, al mencionar otros
testimonios como contradictorios, ha dejado sin aclarar las palabras divinas
ante aquellos que no entienden la Escritura santa. Así dice: "Debo
responderles a todos ellos lo que está escrito en el libro de los Números: El
hombre es veraz  116. Y sobre el santo Job leemos textualmente: Había en
tierra de Hus un varón llamado Job, hombre veraz, íntegro y recto,
temeroso de Dios y apartado del mal"  117.
Me sorprende que tenga la audacia de traer este testimonio donde se
dice: Apartado de todo mal, puesto que él quería que esto se entendiese de
todo pecado, habiendo dicho más arriba que pecado es todo acto malo y no
una sustancia. Recuerde que, aun cuando sea un acto, puede ser llamado
cosa. Pero se aparta de todo mal el que o bien no consiente jamás en el
pecado, del que no está libre, o bien no se deprime cuando alguna vez se
ve agobiado; del mismo modo que un luchador más fuerte, aunque alguna
vez es alcanzado, no por eso pierde su superioridad. Es verdad que se
lee hombre íntegro, hombre sin tacha; pero no se lee "hombre sin pecado",
excepto el Hijo del hombre, que es, al mismo tiempo, el Hijo único de Dios.
30. "También leemos -dice- en el mismo Job: Y consideró el milagro del
hombre veraz  118. Igual en Salomón a propósito de la sabiduría: Los
mentirosos no se acuerdan de ella, pero los veraces son reconocidos en
ella  119. Lo mismo en el Apocalipsis: En sus labios no se encontró mentira,
son irreprochables"  120.
Se responde a todo esto interpelando, a la vez, que de algún modo se
puede decir que el hombre, mentiroso, sin duda, por sí mismo, es veraz por
la gracia y la verdad de Dios. Por eso se dice: Todo hombre es
engañoso  121. Esto mismo significa el testimonio citado por él acerca de la
sabiduría: Pero los hombres veraces son reconocidos en ella  122; sin duda,
los que no en ella, sino en sí mismos, se descubre que son engañosos,
como está escrito: Antes sí erais tinieblas, pero ahora sois luz en el
Señor  123. Cuando habla de tinieblas, no añade en el Señor; pero, cuando
nombra la luz, añade, sobre todo, en el Señor, porque los hombres no
pueden ser luz por sí mismos, para que el que se gloría, que se gloríe en el
Señor. Con razón se dice en el Apocalipsis de tales hombres que en sus
labios no se encontró mentira  124, porque nunca dijeron que no tenían
pecado. Si lo hubieran dicho, se habrían engañado a sí mismos y la verdad
no estaría en ellos  125; ahora bien, si la verdad no estaba en ellos, en sus
labios se encontraría la mentira. Pero si, movidos por la envidia, estando sin
pecado, dijesen que ellos no estaban sin pecado, esto mismo sería una
mentira, y resultaría falso lo dicho anteriormente: En sus labios no se
encontró mentira  126; son irreprochables; porque como ellos han perdonado
a sus deudores, así son purificados por Dios, que los perdona.
He tratado de exponer lo mejor que he podido, cómo han de ser
interpretados los testimonios que él ha recordado en favor suyo. En cambio,
él no ha explicado en absoluto cómo debe entenderse lo de todo hombre es
engañoso, ni podrá hacerlo, a no ser que se corrija del error, por el que
cree que el hombre puede ser veraz por su propia voluntad sin la ayuda de
la gracia de Dios.
¿Es la humanidad originariamente mala?
XIII 31. De igual modo, él ha dejado sin resolver esta otra cuestión; peor
aún, la ha exagerado y puesto más difícil al citar un testimonio que prueba
precisamente en contra suya: No hay quien obre bien; ni uno solo  127, y
porque, al referir testimonios contrarios, es como si él mismo demostrase
que hay hombres que obran el bien. Lo cual demuestra ciertamente que,
aun cuando el hombre haga muchas cosas buenas, una cosa es no hacer el
bien y otra no estar sin pecado. Por lo tanto, los testimonios aducidos no
van contra el dicho de que en esta vida no hay un hombre sin pecado, pues
él no demuestra en qué sentido se ha dicho que no hay quien obre bien; ni
uno solo  128. "Efectivamente -advierte- que el santo David dice: Confía en el
Señor y obra bien"  129. Pero éste es un precepto, no un hecho. Precepto que
ciertamente no guardaban los hombres de quienes se dijo: No hay quien
obre bien; ni uno solo  130. Igualmente, lo del santo Tobías: No temas, hijo;
somos pobres, pero seremos ricos si tememos a Dios y nos apartamos de
todo pecado y hacemos el bien  131. Es muy cierto que el hombre llega a ser
rico cuando se aparta de todo pecado, porque entonces no tendrá mal
alguno ni necesidad de decir: Líbranos del mal  132. Aunque también en este
caso todo el que progresa con recta intención, al hacerlo, se aparta de todo
pecado; y tanto más se aleja cuanto más se acerca a la plenitud de la
justicia y a la perfección del mismo modo que la concupiscencia, que es el
pecado que habita en nuestra carne, aunque permanece todavía en
nuestros miembros mortales, sin embargo, no deja de disminuir en los que
progresan. Por lo tanto, una cosa es ir alejándose de todo pecado que aún
está presente en las obras actuales, y otra haberse alejado de todo pecado,
como sucederá en aquel estado de perfección. Es indudable, no obstante,
que tanto el que ya se ha alejado como el que todavía se está alejando
están obrando el bien. Entonces, ¿en qué sentido se dice: No hay quien
obre bien; ni uno solo  133, cita que él ha propuesto y que ha dejado sin
aclarar? Yo digo que este salmo condena a un pueblo donde no hay ni uno
solo que obre bien, mientras quiera seguir siendo hijo de los hombres y no
ser hijo de Dios, cuya gracia hace bueno al hombre para que pueda obrar
bien. De este bien ha de entenderse lo que se dice en otro lugar: Dios
observa desde el cielo a los hijos de los hombres para ver si hay alguno
sensato que busque a Dios  134. Este bien, que consiste en buscar a Dios, no
había quien lo hiciese, ni uno solo, pero en aquella raza de hombres que
está predestinada a la perdición. Porque la presciencia de Dios ha
observado a éstos y ha publicado la sentencia.
La bondad trascendente de Dios
XIV 32. Insiste Celestio: "Aducen también aquello del Salvador: ¿Por qué
me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios"  135. Tampoco ha
aclarado esta proposición, sino que se ha limitado a traer otros testimonios
contrarios para intentar probar que el hombre también es bueno. Porque él
mismo ha dicho que había que responder con aquello del mismo Señor en
otra parte: El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas
buenas  136; y otra vez: Que hace salir el sol sobre los buenos y los
malos  137; y vuelve a insistir: Está escrito en otro lugar: "Las cosas buenas
han sido creadas para los justos desde el principio"  138; y de nuevo: Los que
son buenos habitarán la tierra  139.
Es preciso responderle, pero de manera que comprenda también en qué
sentido está escrito: No hay nadie bueno más que Dios  140. Toda la
creación, aunque Dios la creó muy buena, pero, comparada con el Creador,
no es buena, y, en su comparación, ni existe siquiera; pues él ha dicho de
sí mismo de un modo altísimo y apropiado: Yo soy el que soy  141. Del
mismo modo que se dijo: No hay nadie bueno más que Dios, se dijo
también a propósito de Juan: No era él la luz  142, habiendo dicho el Señor
que era una lámpara, como todos los discípulos, a quienes dijo: Vosotros
sois la luz del mundo; nadie enciende una lámpara para meterla debajo del
celemín  143, pero que, en comparación con aquella luz que es la luz
verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo  144, no era
ni siquiera luz; ya porque aun los mismos hijos de Dios, comparados a sí
mismos con lo que llegarán a ser en aquel estado de perfección eterna, son
de tal modo buenos, que al mismo tiempo también son malos. Lo cual yo no
me atrevería a afirmar de ellos -¿y quién hay que se atreva a decir que son
malos aquellos cuyo padre es Dios?-, a no ser que el mismo Señor lo
hubiese dicho: Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los
que le pidan?  145 Precisamente, al decir vuestro Padre, ha demostrado que
ya son hijos de Dios, y, sin embargo, no silenció que todavía eran malos.
De todos modos, no ha aclarado este autor cómo, por una parte, estos
hombres pueden ser buenos y, por otra, cómo no hay nadie bueno más que
Dios. Por eso quedó bien advertido aquel que había preguntado a Jesús qué
bien debía hacer para alcanzar a aquel por cuya gracia era bueno y para
quien esta bondad es su mismo ser, porque el que es inmutablemente
bueno no puede ser malo en absoluto.

También podría gustarte