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Séptimo número | 2019

M A T
E R I A
E S C R
I T A
Del mundo
MATERIAL
al de las letras, los
textos
son una forma abstracta de moldear
NUESTRO CONTACTO,
a veces terrible, con el

mundo
ISABEL LA CATÓLICA 156 CUARTO PISO, CUAUHTÉMOC. CDMX
TEL. 516.207.23

CONTENIDOS DIRECCIÓN EDITORIAL


MATERIA ES CRITA
Anahí Chamlati Juárez
Av. Juárez #398 B entre Juan José Siordia y Presa de
Cuna de arena (fragmentos) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 Alejandro Casanova Vázquez
la angostura. Chetumal, Quintana Roo. Cp 77013
Intromisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Los hombres con quienes me vinculo . . . . . . . . . . . . . . 6 PORTADA:
/Materiaescrita
Paulina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Ivonne Aguilera
@EscritaMateria
Los meseros viejos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Correo/materiaescrita01@gmail.com
El bochorno de la edad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 DISEÑO:
Epitafio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12 desintegrados.mx
Ícaro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Me desnudo frente a ellos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
Instante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Esta revista contó con el apoyo de Disculpe las molestias, ediciones

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Cuna de arena (fragmentos)

h
K A R E N C A N O
Ciudad Juárez, Chihuahua

ay algo de tragedia
y resignación, en el hábito
que tiene mi madre de bendecirme,
antes de salir de casa.

Lo supe el día que balacearon a Luis.

Dicen que los perros perciben estas cosas,


como una droga ácida,
les cala en la humedad de la nariz,
aúllan adoloridos con las fauces
infestadas de putrefacción.

Traía el demonio adentro,


los ruidos caninos acosaban por la calle,
me tomé del vientre y él sujetó su cámara,
nos reímos al ritmo del bailarín
que improvisa sin miedo a caer.

Por un tiempo no quise a los cartomantes.

Como buena supersticiosa, nunca camino por


debajo de una escalera
ni le doy en la mano la sal a nadie.

La incapacidad de adivinar el futuro


es la droga que Dios nos da
para que estemos tranquilos.

Mi madre lo sabe,
ella lo sabe todo,
todo lo que la condición mística materna le permite.

Se resigna a la suerte,
y casi siempre a medio despertar,
por la mañana me despide
y me encomienda al cielo.

M AT E R I A E S C R I TA 3
Desconecto mis labios (...)
de su frente cálida, me voy
al trabajo en medio Busco una larva perdida,
de una sinfonía de ladridos y muerte. a punto de ser mariposa.

(...) Mide uno sesenta de laamo,


y pesa setenta pontesuéter.
Yo cuido rosales,
seres de agua y de luz y de tierra, Sus ojos son color todamivida,
que nacen del fango y su cabello cuidatemucho
y se mueren, felices, en él. y hasta la cintura.

Que pierden brazos y los reponen Ayer me dijeron que la encontraron


en la primavera, en el lodo,
que buscan el sol como el bien. pero yo no puedo creerlo.

Yo cuido rosales, Mi larva era casi una mariposa,


que escuchan mi canto, y a mí me entregaron puros huesos.
nunca se van y duermen temprano,
no deben, (…)
no pueden dejarme,
alegran la casa, Huérfanos,
me llenan de orgullo. hijos de la nada a la deriva,
la madre desierto nos arrulla
Cuando exhalan perfuman el viento, en su cuna de arena movediza.
cuando crecen lo llenan de colores,
y con ello me piden disculpas
por si algún día sus espinas me pinchan los dedos.

Yo cuido rosales,
porque ellos sí saben,
que los hijos que tenía antes de quererlos,
o están en la tumba o están en la cárcel.

4 M AT E R I A E S C R I TA
Intromisión
V A L E R I A M E N D O Z A
Tapachula, Chiapas

a rath no se da cuenta, pero desde la sala puedo es-


cuchar sus oraciones, particularmente debido a la
estrechez de la casa; también porque desde hacía
tiempo me ha intrigado, cuando no desconcertado,
que un hombre culto parezca depender tanto y tan
empecinadamente de un dios.
Considero extraño que a estas alturas la vida no
le ha dado pruebas de que estamos solos aquí.

M AT E R I A E S C R I TA 5
l
K E N Y A R A M Í R E Z
Tepic, Nayarit

os hombres con quienes me vinculo


no entienden que mi sonrisa es para todos
y no solamente para ellos.

No alcanzan a comprender
cómo es que brotan de mi boca
mariposas de neón
cuando ellos viven
oscuros inviernos,
que sea amiga del sol
cuando ellos condenan
a las cortinas
a cerrarse todas las mañanas.

(Les molesta
no ser siempre la razón
de mi calidez
ni tampoco ser los dueños
de mis brazos)

Ven un amor
tan libre
que lo rechazan.
Quieren arrojarme
a los brazos de unos barrotes,
donde tenga una vida limitada
de solo sexo y agua.

No entiendo
cómo dicen
querer compartirse
cuando eso significa
atar mis manos,
ponerme un bozal,
sujetarme con una rienda,
y hacerme bailar
al ritmo de su fuete.

6 M AT E R I A E S C R I TA
P a u l i n a

e
K A R I N A E . P É R E Z
CDMJ

n la radio del auto suena una canción de los ochenta o algo así, que me molesta y le pido
al chofer del Uber que cambie de estación; me mira por el espejo retrovisor mientras me
pregunta qué quiero escuchar, y le digo que no sé qué quiero escuchar, al tiempo que
evito su mirada; nos quedamos en silencio. Siento una pizca de furia mientras miro por
la ventana; recuerdo mis mantras y respiro profundamente para evitar que la energía de
ese fulano se impregne en mi aura. Al momento de bajar, recorro la hilera de vidriería del
edificio corporativo mientras saco mi credencial de la bolsa, no tiene caso despedirme de
alguien tan insignificante como el chofer.
Son las diez y media de la mañana, y la entrada a los elevadores se encuentra despe-
jada, pero desvío mi camino hacia el Starbucks y pido un té frutal junto con un sándwich
vegetariano; merezco un aperitivo antes de que alguien más intente arruinar mi día.
Cuando entro al elevador, escaneo rápidamente a los oficinistas con los que compartiré
brevemente el espacio. Soy muy buena para recordar rostros, es una de las cualidades
que me separan del resto de godínez de este edificio. En una esquina del elevador se en-
cuentra la secretaria de un socio de la empresa; inmediatamente sonrío y me dirijo a ella.
La secretaria es gorda y le huele la boca, pero eso no me impide que me le acerque y le
plante dos besos en cada mejilla; sé lidiar con gente así. Ella se intimida un poco, así que
comento casualmente cómo es que aprendí esa costumbre unos años atrás gracias a un
exnovio extranjero, y la gorda se distrae al ver en qué piso vamos en el elevador. Mi bella
sonrisa se tuerce por un momento, pero logro mantenerla: otra más de mis cualidades.
Suelto una risita para que vuelva a mirarme mientras le pregunto si correrá en el maratón
de este año. Obviamente no lo hará, pero disfruto al ver como intenta meter la panza.
Me paro derecha y me acomodo la falda, ella no puede evitar mirarme. Sí gordita, mira
todo lo que tú no serás. Sonrío tanto que el marco de mis anteojos toca mis pómulos. Le
deseo un excelente día con mi más dulce e infantil tono y la gorda se baja en el piso 21.
Por supuesto, yo me dirijo a un piso superior, como debe ser.
Antes de entrar a las oficinas, busco mi reflejo en las puertas de vidrio y acomodo mis
collares; todo mi look es de temporada y al estilo que usa la directora. Pienso cómo mi en-
trada debe ser triunfal, elegante y con fuerza; ya todos deben de estar en sus lugares y no
deben de perderme de vista. Quiero que las chicas del piso vean las ventajas que significa
el ser yo, quiero ver sus caras arrugarse mientras me ven acomodarme tranquilamente en
mi lugar. Pero, por supuesto, un godínez cualquiera abre la puerta antes de que yo agarre
la manija y mi entrada se ha visto arruinada; recuerdo mis mantras y entro sin ver al fulano
que me ha deseado buenos días.
El área de comunicación se encuentra desierta y paso sin que nadie me vea. Prendo
mi computadora y voy a ver a mis amigas, las que me son leales, por supuesto. Un se-
lecto grupo de personas que escucharán de primera mano, como aperitivo, todos los

M AT E R I A E S C R I TA 7
cambios administrativos que hace la directora y cómo las afectará personalmente, seguido por el
plato fuerte: las noticias de los demás godínez del piso y cómo me afectan a mí, espolvoreado de
halagos hacia ellas y con unas gotitas diminutas de mentiras. Quedarán satisfechas y repetirán el
menú tantas veces yo lo desee. Me inquieta la serenidad del piso así que regreso a mi lugar; algo
pasará y no me lo quiero perder. Mi cubículo es bastante privilegiado, me encuentro a unos cuantos
pasos de la oficina de la gerente y la directora; ni siquiera los supervisores y secretarias están tan
cerca de ellas. Me siento y le doy una ojeada a los correos que se han acumulado a lo largo de la
mañana: personas que insisten en trabajos atrasados, gentuza sin poder alguno. ¡Estúpidos! Si ya
esperaron dos semanas por unas cajas, o lo que sea, pueden esperar otra semana más, ni que fuera
tan importante.
Sale la directora de su oficina, me pregunta acerca del empaquetado de los regalos para el ani-
versario de la compañía, y aun cuando soy quince centímetros más alta que ella, termino encorvada
y a su estatura. Cambio de táctica y le comento angustiada acerca de la cantidad de trabajos que
tengo encima, del problema renal de mi papá y de lo cansada que estoy. No dudo en recalcar lo
mucho que le debo y las ganas que tengo de demostrar que quiero ser una mujer exitosa como ella.
Puedo ver cómo su fachada empresarial se derrite y logro sacar su lado maternal. Me da unas pal-
maditas en el hombro y me pide no preocuparme, que algo lograremos hacer. Al fin y al cabo, soy
una artista aparte de diseñadora, comunicóloga y socióloga: realmente me lucí en mi currículum.
Vuelvo a sonreír y le comento lo bien que luce el día de hoy; ella se da cuenta de que traemos una
blusa casi idéntica y da un pequeño brinco de emoción. La tengo justo donde quiero, casi enamo-
rada de mí; se ve reflejada en mi dulce persona y no dudará en sacarme de este apuro, porque soy
casi una hija para ella. Nos vamos a comer juntas. Podría hacer esto toda la vida.
Al regresar, ella entra a una junta y yo me siento en mi lugar, ahora tengo mucho sueño así que
me acomodo lo mejor que puedo y cierro los ojos. Un golpe en la mesa me saca de mi ensueño y
veo a la directora parada junto a mi mesa. Me pregunta qué hago y le comento que el cansancio
me venció, pongo la misma cara triste que hace rato, pero esta vez no deja que le termine de contar
los males que me aquejan. Me comenta que acaba de tener una junta con el equipo de comunica-
ción y le informaron que llevo un mínimo de 3 semanas de retraso en todos mis trabajos. Las chicas
de comunicación están detrás de la directora y se acercan poco a poco. Puedo ver unas sonrisas
invisibles dibujarse en sus caras horrendas. Se me informa que tengo hasta el día de mañana para
empaquetar y enviar los 600 regalos al comité de socios de la empresa. Poco a poco, las personas
empiezan a asomarse a ver qué pasa. La vergüenza me cubre como si me hubiera bañado en ella,
se pega en mi piel y no deja que vea los rostros de quien me rodea; me llena los pulmones y el
estómago. La tarea es imposible, ni quedándome toda la noche lo lograré, e intento decirlo, pero
ella una vez más no me deja terminar y me dice que no puede haber más contratiempos. La ver-
güenza entonces se desborda dentro de mí, pero en lugar de una lágrima, un moco cae en picada
a mi blusa nueva; todo el mundo se da cuenta y no sé qué me duele más, si la mancha que ahora
adorna mi pecho o la mirada de la directora. Lloro como cuando no gané el primer lugar en danza
en la primaria y me dieron una medallita honorífica; como cuando mi maqueta no fue seleccionada
para participar en la feria de ciencias; y como cuando en mis quince años mi mejor amiga trajo un
vestido mejor que el mío, y hasta mi mamá halagó sus gustos. Una mano me da un pañuelo y me
sueno con ganas.
Ya la directora se encuentra lejos de mí; formó un grupo y entre todas las áreas del piso envuel-
ven cajas y pegan etiquetas para envíos. Es medianoche y aún no terminan. Apenas he envuelto
tres regalos. Nadie me hace caso. Esto hace que vuelvan las lágrimas una y otra vez. La directora
me pide que me retire; mañana hablaremos, comenta en voz alta. La vergüenza me ha dejado
apestando y las miradas me rehúyen cuando camino hacia la puerta. Mientras espero el elevador,
escucho unos tacones acercándose, no quiero voltear, pero me llaman por mi nombre. La directora
se me acerca y en voz baja me dice: vete en Uber a tu casa, la empresa lo pagará. Guiña un ojo y
me recomienda pedir un Uber black. Has trabajado mucho, me dice.

8 M AT E R I A E S C R I TA
L O S K F G C
CDMX

l OS MESEROS VIEJOS
se colocan en silencio bajo los focos
donde no puedes saber si sonríen,
sienten pena
o quieren advertirte algo.

Llevan el uniforme impecable


se recortan el bigote
y remueven las cubas con clase
pero los lunes duermen en la playa.

Los meseros viejos


guardan silencio
porque una vez hablaron
y se iniciaron guerras.

Cada vez que ocurre un magnicidio,


las líneas de investigación apuntan hacia ellos.

Cuando los meseros viejos se encuentran en la calle,


no se saludan
ni se invitan los tragos,
pero se cuidan la espalda.

Lo único que recuerdan es


el platillo del día,
la canción de la semana
y la película del momento.

M AT E R I A E S C R I TA 9
El bochorno
de la edad

h
M A R Í A J O S É M U N G U Í A
Sonora

abían pasado ya cinco mil cuatrocientos setenta y cinco días desde que una mi-
rada masculina recorriera el cuerpo desnudo de María Cristina.
En los días calurosos de mayo, la mujer retrocedía ocasionalmente en su me-
moria hacia sus primeros besos, la primera vez que Panchito Benítez deslizó su
mano en las profundidades de su falda y aquella pijamada en la que ella y Tere-
sita fundieron sus lenguas en una; sus ojos se enternecían de un brillo fugaz y
quinceañero del que sólo quedaba como constancia la humedad en los calzones
con encaje grueso, moños y una tela abundante que hacía más grande y amorfa
la figura de sus caderas. Una vez que las imágenes se perdían, María Cristina se
lamía los labios y se aferraba al rosario que siempre llevaba en su mano como
penitencia por el acto lujurioso que acababa de cometer en su pensamiento.
A veces rezaba tres Ave María, otras veces siete; la condena variaba según qué
tan desenfrenado era el encuentro recordado -o algunas veces imaginado- que
alcanzaba a tener lugar en su santa y justísima cabeza.
La culpa la hacía dirigir sus ojos caídos y apagados hacia arriba en busca de
la mirada y protección de la virgencita. Cuando pensaba en Dios miraba hacia
abajo para no sentir el reproche y desaprobación que seguramente emitiría hacia
ella en palabras, o probablemente ya se encontraban escritas en algún rincón de
las sagradas escrituras. Ella no sabía con exactitud cuál era el regaño y sermón
de Dios al respecto de su meteórico deseo, sólo recordaba las palabras que el
padrecito decía cada domingo y cada jueves; era devota a la Iglesia, pero intenta-
ba no leer tan seguido la biblia para no sentirse tan culpable al respirar, al comer
carne en las fechas prohibidas o al hacer cualquier cosa -quizá profana o here-
je- de su cotidianidad, pues ya era suficiente con tener que asarse en los calores
por sus ropajes negros y ser la viuda perpetua a la vigilia de que no se apague la
veladora de José Luis ni el recuerdo de él en los nietos que sólo lo conocen por
los álbumes y las anécdotas nostálgicas que se cuentan cada navidad.

10 M AT E R I A E S C R I TA
El cuatro de octubre de dos mil dieciséis, María Cristina estuvo a punto de tener
su primer orgasmo. Estaba en la playa con el vestido rojo y apretado que había
visto la semana pasada siendo lucido por Maribel Guardia en la novela del ho-
rario estelar; a pesar de estar ajustado, el vestido la dejaba respirar y moverse al
compás del viento, y cada desliz la hacía sentirse cada vez más ligera. Una piel
lisa y brillante, que no veía frente al espejo desde que comenzaron a aparecer
las primeras arrugas, sustituía las grietas tan arraigadas y amargas que eran una
marca de que cada día se apagaba más. María Cristina era otra. No había ido
aquel día a aquella plaza en la que conoció a su marido ni había llegado a ser
nunca la mujer de José Luis Dávalos Uriarte. María Cristina no era de Uriarte, sólo
era María Cristina.
Miraba hacia el mar, el horizonte y cualquier punto indefinido que se encon-
trara alejado. Se dibujó en sus labios una sonrisa virginal en peligro de extinción
cuando miró llegar a aquel hombre joven, fuerte, bigotón, bello y velludo que se
encontraba siempre descargando tomates cuando iba por las mañanas al merca-
dito de la Constitución. Iba siempre a la misma hora para poder verlo y ahora lo
tenía ahí para ella, para hacerla suya sólo por unos instantes, porque detrás de
él se encontraba una fila enorme de hombres deseosos e impacientes por tener
un poquito de María Cristina. Eran todos los hombres que alguna vez quiso que
fueran los hombres de su vida por un ratito: Pedro Infante, el abogado que le
ayudó a hacer los trámites para enterrar el cuerpo de José Luis, Latin Lover y
muchos otros a los que sólo había visto de reojo a lo largo de su trayecto por la
vida. La hilera parecía ser inagotable, no alcanzaba a ver hasta dónde terminaba.
Estuvo a punto de ser de todos, de ser de ella, cuando de repente el cacaraqueo
del gallo de su vecina la despertó del sueño.
María Cristina volteó hacia la pared y miró a Cristo, movió un poco sus ojos
y los clavó en los de José Luis. Una mano apretó el rosario y la otra cubrió su
rostro. Las lágrimas emergieron. Unas eran por el perdón de Dios y la mirada
reprobadora de José Luis; las otras eran por aquel encuentro apagado y perdido
que nunca habría de consumarse.

M AT E R I A E S C R I TA 11
E p i t a f i o

n
Y A R O S L A B I B A Ñ U E L O S
La Paz, Baja California Sur

unca plantó un árbol en el huerto de la abuela


tampoco arrancó madreselvas ni deshojó margaritas
no escribió un libro ni cartas de despedida
o tomó la maleta para explorar playas desiertas

[apenas tuvo el tiempo preciso


para hacer la tarea y estudiar el abecedario]

Su boca inundada de pólvora y miel


jamás dará nombre a unos ojos recién nacidos
ni bautizará con estallidos de confeti
a un cachorro triste que podría haber salvado
de la pesada lluvia de plomo y amapolas
[después volvería corriendo a casa
con aquel cachorro entre los brazos
aunque mamá protestara y papá soltara gritos]

Nunca cultivó mariposas entre las pupilas


ni suficientes veranos
para devorar ciruelas maduras o besos
[y perseguir un ave dulce
hasta la tibia frontera donde brota el sol]

No guardó en sus labios los otoños necesarios


para vociferar que el amor es una cloaca
[para reírse del azar y mandar todo a la mierda]
No diluyó las madrugadas con un whisky barato
ni amontonó blasfemias y cenizas
sobre la mesa muerta del bar de siempre
Habitó la primavera fugaz que se desmorona
ante el canto de los misiles
Y el colibrí de marzo acumuló sobre sus alas
la fúnebre acrobacia del helicóptero blindado
el rugido de la bala que perfora al viento
los disparos de hielo que le estallaron en la frente

[Nunca plantó un árbol


pero pintó con pólvora los huecos del olvido].

12 M AT E R I A E S C R I TA
Í c a r o

a
Á N G E L A L E J A N D R O D U R Á N R O B L E S
Ciudad de México

cudí al dancing club que frecuentaba papá. En una mesa colocada junto de la pista de
baile, con una cubeta de cervezas y una botella de ron, esperé a que fuera el turno del
hombre por el que había decidido ir.
Sube a la pista mientras es anunciado y un hombre de traje blanco la ayuda como si
fuera una bella dama a la que se le dificulta subir la escalinata que la dirige al lugar que la
hará lucirse y brillar. Sube uno a uno los escalones con el cuidado de no pisar su falda con
los tacones de treinta centímetros de alto, y caerse. Esto sólo la hacía sentirse más deseado.
Las luces bañan su cuerpo, se siente como bajo una cascada que refresca su pudor, para
sentirse menos sucio. Esto ayuda a ponerle a la escena de su entrada triunfal un toque de
mayor elegancia, divinidad e inocencia. Ayuda inútil la del sujeto, ya que ella sabe manejar
esos zapatos de manera magistral; queda claro en la forma en que salta de un lado a otro
de la pista, trepa las piernas al tubo y mueve sus nalgas sin caerse ni trastabillar.
El hombre que se robó a papá está ahí, en la pista, quitándose la falda, el brasier,
meneando las tetas, mordiendo el tubo con sus nalgas, como si su cola fuera una boca.
¿Sabrá ella que soy el hijo del hombre con el que ahora vive y se acuesta? A la mitad de
la canción se quita la tanga y la avienta hacia mi mesa; el pedazo de encaje cae dentro de
la cubeta y se moja, por asco decido no recogerla. Ideas sobre algo más personal entre él
y yo me invaden, vuelvo a sentir asco, pero esa imagen me enturbia la piel y los genitales.
Se coloca frente a mí, no desvía su mirada. Toma posición de mujer en labor de parto
y mueve sus pechos de adentro hacia afuera lentamente; su cadera entra en el mismo
trance. Como si tuviera una vulva se masajea con dos dedos, en circunferencia recorre sus
labios con la punta de la lengua, su mirada sigue bien puesta en la mía; yo no aparto la
vista de sus movimientos, permanezco inmóvil, indolente.
Inmediatamente pedí el cambio de mi ticket. Quiero a quien acaba de bajar, anuncié
al mesero.

Solos él y yo en el cuarto, inundado por luces estroboscópicas que esconden las estrías y
los vellos de su cuerpo capeado en diamantina. De fondo suena una canción de Armando
Palomas. Me podrás tener cuando tú quieras, me podrás comer como prefieras. Se sienta
en mis piernas; sus pechos de hule abrazan mi cara. Podrás tatuar tu nombre en mi ombli-
go. Baila despacio. Me podrás asaltar por detrás cuando tú quieras. Con un movimiento
brusco se voltea y sienta sus nalgas, ahora no se masajea con los dedos sino con mi verga.
Y lentamente abro mis piernas. Desabrocha mi pantalón, se quita la tanga y comienza
a cogerme. Pero sólo me tendrás en tu imaginación; soy tu nena, tu mujerzuela, soy tu
muñeca. Gime. Lame mi cara. A dormir, papacito, soy tu conciencia. Gime más fuerte.
“La ciudad de la furia” viene a mi cabeza. Me verás volar por la ciudad de la furia, donde
nadie sabe de mí. Mi pene se endurece. Asco y excitación. Me verás caer, como un ave de
presa. Aprieto sus vulgares muslos. Me dejarás dormir al amanecer, entre tus piernas. La
sensación me azota con temblores repentinos. Sabrás ocultarte bien y desaparecer entre
la niebla; un hombre alado extraña la tierra. Agito mis alas. Probar el sexo de aquel hom-
bre a quien mi padre ha descifrado me eleva. Vuelo. Como Ícaro, mientras me coge vuelo
alto. Más. Y más. Mientras más me coge, más alto voy. Mis alas se derriten. Un hombre
alado caerá.

M AT E R I A E S C R I TA 13
Me desnudo
frente a ellos J A C Q U E L I N E C O T A C O T A
La Paz, Baja California Sur

m e desnudo frente a ellos


no temo nada.

Me conocen desde siempre,


les gusto y es fácil notarlo.

Entre los pliegues de los pantalones


se nota un bulto.

No sabía qué pasaba después de jugar a los besos,


ni por qué ponían las manos allí
o por qué tenía seguro la puerta.

Quizás fue por inocente,


porque juro que no sabía
que un cuerpo de
mujer sin formar
haría que se notara todo.

Lo cuento yo
porque aún puedo.

14 M AT E R I A E S C R I TA
I n s ta n t e
D A N I E L C A N O
Chetumal, Quintana Roo

h abiéndome dispuesto a dormir, tomé monótonamente mi pantalla,


sentí el calor artificial de su luz en los pómulos y la sien, y decidí iniciar
sesión en mi cuenta por última vez. Algo me llevó a ver tu usuario. En
la mente tenía mensajes borrados y frente a mí estaban tus banales
conversaciones. Siempre las iniciaba yo y tú siempre las terminabas con
las más lacónicas palabras. Lo vi. No era mi imaginación. Escribiendo…
Era sorpresa y coraje. Era tu silencio hecho incertidumbre. Eran todas
las palabras escritas en un sólo momento. Escribiendo… Aparecía tu
recuerdo. Aunque había tiempo de conocernos, fuiste la única que me
puso atención. Después de aquella fiesta de oficina, entre carne asada
y cerveza light, me mandaste un mensaje: “Acompáñame”, fue lo único
que anotaste. Escribiendo… Me hiciste conocer esta amarga ciudad; tú
la llamabas zona de confort, y yo sedentarismo. En el camino te hable
sobre Sofía y tú me hablaste de Ulises. Cuando hablabas de él, me
imaginaba que era yo. Siempre preferí los videojuegos y los códigos;
tú, el diseño y la fotografía. Esa noche te acompañé a aquel antro.
Bailé canciones que dije que nunca bailaría. Estábamos ahí. Un par de
tus amigos nos acompañaban. Te observé, tus ligeros labios en compás
con tus senos que podían alimentar a todo el Noreste. Escribiendo… La
noche avanzaba en ese tugurio entre olor a alcohol y a baño sucio. El
calor humano se iba expandiendo y la gente aumentaba a pesar de ser
entre semana. En un momento tus amigos nos abandonaron. Escribien-
do… Te quejaste de tu semana. Me maldijiste y me abrazaste. Tenías
mi completa atención. De tu pueril risa salían las palabras más amargas
dirigidas a un ente que nunca comprendí qué era o quién era. Reías
durante la semana en abstracto y llorabas en concreto aquella noche.
Escribiendo… Nos quedamos parados en una banqueta, esperando un
coche automático que nos llevaría a tu casa. Sin decirlo, sabíamos que

M AT E R I A E S C R I TA 15
la cortesía era sólo un pretexto para terminar de frente, desnudos y con una
sábana manchada de tus fluidos y los míos. Escribiendo… No fue así. En el um-
bral de tu puerta, el más frío beso en los labios fue mi premio de consolación.
¡Puta!, ¡puta!, ¡puta!; repetí para mis adentros toda la noche al llegar a mi hogar.
Escribiendo… Dormí un par de horas, tu recuerdo no me dejaba desde aquel
momento. Llegué a la oficina tarde por el cansancio, y tú llegaste más tarde por
el arrepentimiento, o eso quise creer. Tu risa infantil te delataba. Sólo un piso nos
separaba, pero sabía que estabas ahí. Escribiendo… Pasaron seis semanas sin
que hicieras alusión a lo acontecido. Yo no preguntaba nada por orgullo, que en
realidad era vergüenza. Tu risa era una cadena de castigo. Las pocas veces que
nos encontramos juntos era para intercambiar las más vacías palabras: “¿Qué
ocupas?”, “¿Cómo vas?”, “Responde”. Escribiendo… Cincuenta y tres veces
soñé contigo, y cincuenta y tres eyaculaciones fueron para ti. Era mi derrota.
Ulises era el campeón. Tus evasiones eran cada vez más constantes, y tu risa cada
vez más penetrante. Vendí mi consola y videojuegos al poco tiempo. Los códigos
eran mi únicos acompañantes, y las noches las complementaba con un plato de
sopa frío. Escribiendo… Lo más cercano que volví a tenerte fue cuando tu an-
tebrazo y el mío se rozaron en el pasillo. Te vi a los ojos y los vi brillar. ¿Por qué
lloré un momento después sobre mi propia mierda en un sanitario anónimo?
Escribiendo… La fatiga era más que inminente, cada vez cometía más errores;
una coma era un punto, y un corchete, un paréntesis. Me dieron un ultimátum a
las tres semanas. El siguiente lunes le llamé a Sofía, y me dijo que en tres meses
sería mamá; la felicité y hablamos como dos viejos amigos que, literalmente, no
se veían desde hacía dos años. Le hablé de ti, Sofía sólo me escuchó. La sabiduría
de una mujer siempre son pequeñas sentencias. Al día siguiente me lavé la cara
y limpié mi habitación. Pedí el día en la oficina. Compré de nuevo mi consola y
me dispuse a festejar todo el fin de semana. Escribiendo… La prudencia regresó
a mí, la tensión de mis músculos había disminuido y el dolor en la cabeza estaba
desapareciendo. La bebé de Sofía se adelantó dos semanas. Sofía me dijo que a
partir de ese día sólo serían ella y la niña. Tomé un vuelo para verla de nuevo y
conocer a su hija. Sobre la cama del hospital se extendía Sofía en todo su esplen-
dor, no reflejaba cansancio alguno; una pequeña cuna estaba a su lado. La bebé
era más cobija que bebé; no me animé a cargarla por mi evidente torpeza. Sofía
y yo hablamos del pasado y también del futuro. Escribiendo… Regresé, vendí por
segunda vez mi consola y regalé todos mis videojuegos. Escribiendo… Sofía y yo
seguimos hablando del futuro durante las siguientes dos semanas. Escribiendo…
Tardé en conciliar el sueño después de una cena pesada. En pocas horas era mi
vuelo. La simple idea de regresar con Sofía me estremecía. Recordé que la discu-
sión que dio fin a nuestra relación fue una completa nimiedad. El imaginar que
su hija me pudiera un día decir papá era una sensación contradictoria. Sólo había
pasado un mes desde la última vez que te vi; pensé en ti por sólo un instante y
regresé a pensar en Sofía y la niña. Mi maleta estaba lista y, como en cada viaje,
siempre sentía que algo olvidaba. Si algo olvidaba, no importaba. Por ahora sólo
quería descansar un poco. La luz de mi pantalla me crispaba un poco los ojos.
Acompáñame, mañana abortaré.

16 M AT E R I A E S C R I TA

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