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UNA PERCEPCIÓN SIMBÓLICA DEL COSMOS

El gran problema de la moderna cosmología es averiguar si existe, dentro del limitado


campo de investigación de que dispone el hombre respecto al cosmos, un principio analógico
que sirva como elemento de interpretación, a nivel parcial y sólo de aproximación, de la
totalidad del universo. Si esto no fuera posible, quizás se pudiera llegar a ello añadiendo
diversos aspectos de analogías fragmentarias hasta acercarse a una síntesis, igualmente
fragmentaria, pero más exacta que las cosmogonías particulares en sus reducidos puntos de
vista. Es posible que no exista ninguna analogía y los diferentes símbolos dialécticos de las
diferentes culturas (el ying y el yang, el ouroboros, etc.) no sean sino visiones mitológicas de
carácter primario que han superado el ámbito concreto de toda mitología y se han integrado
en un primer nivel de abstracción pero de un modo harto incompleto e inexacto.

En lo tocante a la evolución habría que tener presente la Ley de proporcionalidad evolutiva.


Dicha ley señala que la importancia de un elemento particular en el conjunto de la evolución
general es directamente proporcional a la velocidad de dicha evolución: a mayor evolución en
menos tiempo, más céntrico (evolutivamente) es un elemento y, por tanto, más decisivo en el
proceso de evolución. Esta ley (que descubrí leyendo un libro de antropología prospectiva, de
que tan escasos andamos) implica la distinción entre evolutivos primarios o centrales y
evolutivos secundarios o periféricos. El hombre es, en la Tierra, el evolutivo primario o central
por excelencia en la escala de los evolutivos (no estamos incurriendo con ello en una visión
aquejada de antropocentrismo, pues nos estamos refiriendo a un hecho de todos conocido,
que la evolución humana ha estado sujeta a vaivenes evolutivos que implican una vertiginosa
velocidad en los cambios culturales). Llegado a un cierto punto de inflexión, o salto cualitativo,
los evolutivos secundarios pasan a ser evolutivos primarios (por un movimiento de
endoevolución). La exoevolución es el fenómeno contrario, y supone la eliminación de una
posibilidad evolutiva debido a la inoperancia funcional. A la endoevolución corresponde la
individuación o especificación central (el hombre es un buen ejemplo). A la exoevolución la
individuación o especificación periférica, que supone en el conjunto de la evolución una
pérdida de potencial evolutivo y una desaparición y degradación de la energía evolutiva que ha
puesto en movimiento o desencadenado todo el proceso. Este concepto es paralelo al de la
entropía en termodinámica. Debemos suponer, pues, una entropía biológica o BIOENTROPÍA,
por obra de la cual no se aprovecha todo el impulso evolutivo: se pierde parcialmente en
fenómenos de “roce” e “inercia” biológicos o evolutivos. Excepto el hombre, todas las
restantes especies en nuestra Tierra son fenómenos de bioentropía, situados
proporcionalmente en la escala de aprovechamiento del impulso evolutivo según la ley antes
enunciada antes al comienzo de este párrafo sobre evolución. Estos conceptos y leyes deben
someterse a las pautas preestablecidas de comprobación en el método científico y deberán ser
comprobados por biólogos profesionales y dentro del marco general del progreso científico. Se
trata sólo de aproximaciones elementales a hechos que por su misma evidencia pudieran
parecer aporías.

La ley de proporcionalidad evolutiva es coherente con el principio de Einstein de que el


aumento de la velocidad supone un aumento de la masa de un cuerpo. Masa en física se
corresponde con centralidad biológica en el plano evolutivo. Es un hecho que tal y como se nos
presentan los hechos, hasta el momento presente al menos, en el hombre se llega al límite
evolutivo planetario. Pero el hombre no es un absoluto y podemos suponer que habrá
elementos más avanzados evolutivamente en otros lugares del universo. La centralidad
superior del hombre como elemento de evolución es relativa, relativa a las otras especies que
sirven como elemento inferior de referencia. En el hombre la evolución no se limita a aspectos
meramente biológicos, pues dando un salto cualitativo se ancla en el universo de los cambios
culturales y en la dimensión del progreso tecnológico, que tan profundamente afecta a los
diversos hábitats ocupados por el ser humano como especie biológica. La retroalimentación
entre progreso tecnológico y cambios evolutivos biológicos en el ser humano, aunque poco
estudiada, no deja de ser un hecho evidente. Pongamos por caso que en un futuro se
estudiará los cambios o mutaciones que pueda producir en el genoma humano el uso de
transgénicos en la alimentación, que es un hecho de progreso tecnológico. Los hechos
culturales influyen en nuestra biología. Si el uso de “spray” provoca la reducción de la capa de
ozono y el consumo masivo de combustibles fósiles aumenta la temperatura del planeta por el
efecto invernadero, independientemente de que el hombre se recluya en cubículos con aire
acondicionado para sobrevivir a unas temperaturas extremas, con el paso del tiempo esto, si
no acaba con ecosistemas esenciales para el ser humano, acabará afectando a su dotación
genómica.

Imaginemos para ilustrar la referida ley una corriente de un río con una serie de corchos
flotando. Es palmario que cuanto más cerca del centro estén los corchos, a mayor velocidad
avanzarán, mientras que a la altura de las orillas el agua irá tan lentamente que en algunas
partes parecerá estancada o de muy lenta velocidad. Se comprende con esta imagen que la
proximidad a las orillas determina un aumento del rozamiento del fluido con una pérdida de
velocidad… De ahí el concepto de BIOENTROPÍA.

© bigbliofilo

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