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FERNÁNDEZ MOUJÁN.
“No quiero agregar nada en función del efecto plástico”, dice Ricardo Longhini
mientras evalúa los materiales que tiene entre manos –chapas oxidadas, hierros
retorcidos, cadenas– y reflexiona de qué manera incorporarlos a una escultura en la
que está trabajando, obsesivamente. El documental de Alejandro Fernández Mouján
se identifica –casi se diría se mimetiza– con esa concepción: no agrega nada en
función del efecto cinematográfico. Espejo para cuando me pruebe el smoking es un
retrato seco, austero y hasta ferroso se diría (por su aspereza, por su severidad) de
Longhini en movimiento, de un gran artista en el proceso de reflexión y de realización
de su obra.
En el film de Mouján no hay un narrador omnisciente, ni una intención didáctica, ni –en
el otro extremo– la presencia invasiva del director, como está tan en boga en estos
días en el documental. El director confía más que en la elocuencia de Longhini en la
expresividad de su obra y deja que ésta –en el transcurso de su gestación– hable no
sólo del artista sino también de su tiempo.
Al fin y al cabo, ésa es también la preocupación de Longhini (Temperley, 1949), para
quien arte y política siempre estuvieron imbricados uno en el otro, indisolublemente. El
escultor cuenta, por ejemplo, cómo nació Argentinitos, una de sus obras más
significativas de los últimos años y una de las cuales el film de Mouján sigue en su
proceso de creación. El 19 de diciembre del 2001, Longhini salió de su taller de La
Boca hacia el centro, para ir al cine con un amigo, y se encontró con el estallido
popular en las calles. Vivió ese momento, recogió los vestigios del paisaje después de
la batalla –cartuchos de escopeta servidos, cápsulas de gas lacrimógeno, balas de
goma, por un lado; restos de cascotes, por el otro– y comenzó a pensar la disposición
simbólica de esos elementos en el espacio. La película sigue paso a paso –con la
paciencia que sólo el documental concebido para el cine se concede– estas
reflexiones, que van materializándose a medida que Longhini va distribuyendo sus
objetos, hasta darles sentido final: dos campos enfrentados en una caja de asfalto,
hecha con la brea que le proporcionan unos obreros de la calle.
Juan Carlos Distéfano decía que “todos los materiales de las esculturas de Longhini
tienen su historia, y esa historia determina la forma que tienen”. Espejo para cuando
me pruebe el smoking –un título irónico, que alude a un proyecto de obra del escultor,
pensado para que “no me olvide quién soy y no me la crea”– se ocupa de esos
materiales, de su historia y de la forma que adquieren en manos del artista. A la
manera de Longhini, Mouján toma trozos de esa realidad (imágenes de la revuelta) y
los incorpora al imaginario de Longhini, alimentado también de las casas y las calles
de su barrio. Entre restos de proyectiles y de chapas surge el sol del film: el disco de
una vieja sierra oxidada, pero con unas aristas aún muy agudas, punzantes. “La sierra
somos nosotros”, dice el artista. Y el film parece decir: la sierra es Longhini.
FICHA TÉCNICA