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La «marea rosa» en América Latina: Orígenes y posibles trayectorias

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Ronald Guy Emerson


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5 La «marea rosa» en América Latina:
orígenes y posibles trayectorias1
R. Guy Emerson

Introducción
América Latina se encuentra en un periodo de incertidumbre y opor-
tunidad política y económica. El crecimiento en las instituciones
regionales —celac, unasur y alba-tcp— el aumento (y la caída) de
los gobiernos de centro izquierda —la llamada «marea rosa»— y la
implementación continua de acuerdos comerciales inspirados en el
neoliberalismo —el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica
y la Alianza del Pacífico— hablan de esta ambigüedad. Sin embargo,
en medio de esta incertidumbre hay un grado de pluralidad político-
económica que es relativamente nuevo para América Latina, al menos
en los últimos treinta años. Para apreciar tanto esta novedad como
las oportunidades que ofrece esta perspectiva más abierta, este capí-
tulo explora las trayectorias políticas, económicas y sociales en Amé-
rica Latina de las últimas tres décadas. Comienza en los años ochenta
y noventa, en una región todavía sumida en las consecuencias de una
«década perdida» de crecimiento y desarrollo. Políticamente, se habla
del déficit democrático de los gobiernos más receptivos a las deman-
das de las instituciones financieras internacionales (ifi) que a sus propias
políticas; económicamente, de la implementación del Consenso de
Washington y, socialmente, de marginación creciente en la población.
Luego pasa a este siglo, demostrando a través del caso de Argentina
las consecuencias de los desarrollos antes mencionados y lo que hi-

1 Traducción de Miguel Ángel Guevara Becerra.


| Imagen recuperada de http://www.freepik.com

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cieron posible. Políticamente, muestra cómo algunos países se están
moviendo hacia una democracia participativa más que representativa;
económicamente, explora los efectos del boom de los productos bási-
cos y los intentos de diversificar las economías locales y sus mercados
de exportación y, socialmente, habla de la inclusión de actores socia-
les previamente marginados. Finalmente, el capítulo vuelve a la actual
incertidumbre y oportunidad de explorar posibles trayectorias futu-
ras. Señala la derrota de algunos gobiernos de centro izquierda para
explorar su legado a corto y mediano plazo. Luego precede la conti-
nuación o el posible retorno de las políticas de inspiración neoliberal.
Y, finalmente, explora la longevidad de las organizaciones regionales
cuya arquitectura institucional potencialmente limita la eficacia de
tales instituciones si los intereses políticos de los Estados miembros
comienzan a divergir.

América Latina hoy: impresiones


económicas, sociales y políticas

El aspecto clave del desempeño (macro) económico de América Latina


en las últimas tres décadas es su crecimiento persistente. Después de
la «década perdida» de 1980 y la inestabilidad de los noventa, América
Latina surgió a principios de los 2000 como una economía dinámica,
impulsada por las exportaciones y la inversión extranjera directa, y res-
paldada por la baja inflación. La tasa media anual de expansión del pib
real fue del 1.8% en el decenio de 1980, del 3.1% en el decenio de 1990
y del 3.6% en 2000-2008. Sin embargo, el éxito de este desempeño
económico se reflejó mejor en la resistencia de la región luego de la
crisis financiera mundial de 2008. Mientras que el PIB real colapsó en
2009 (-1.2 por ciento), esta caída fue menos aguda que la de la Unión
Europea (-4.2 por ciento) y del pib en las economías avanzadas en ge-
neral (-3.5 por ciento) (fmi, 2013). Además, en 2010, la actividad econó-
mica de la región se recuperó abruptamente (6.3 por ciento), debido
en parte a la capacidad de recuperación de sus sistemas financieros
y bancarios, y a la adopción de políticas contra cíclicas típicamente

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asociadas con el liberalismo keynesiano. Dichas políticas incluyeron
la depreciación del tipo de cambio nominal, la reducción de las tasas de
interés y la expansión del gasto público, en particular en programas
orientados a la asistencia social y la protección laboral (Moreno-Brid
y Garry, 2016, pp. 385-6). Dicha capacidad de recuperación no sólo for-
taleció la visión de que América Latina ha desarrollado sólidos funda-
mentos macroeconómicos para un crecimiento sostenible, sino que
confundió el viejo adagio de que cuando Estados Unidos estornuda, el
resto del mundo se resfría y América Latina contrae neumonía. Mien-
tras algunos argumentaban que tal éxito era una prueba de que la
región finalmente se estaba beneficiando de las reformas neolibera-
les implementadas años antes, otros adoptaron una perspectiva más
neoestructural que atribuyó los resultados positivos a la mejora en los
términos de intercambio de la región combinada con un cambio de
su sector de exportación en favor de los productos primarios. Fue una
intervención estatal dirigida al mercado que impulsó el consumo pú-
blico y privado sin ejercer una presión excesiva sobre el presupuesto
fiscal y la balanza de pagos (Moreno-Brid, 2015).
A la luz de esta mejora de las perspectivas económicas, la última dé-
cada en América Latina ha visto ganancias sociales indiscutibles. Desde
la década de 1990, la pobreza extrema se ha reducido a la mitad (cepal,
2016), la mortalidad infantil se redujo en un 65%, mientras que la es-
peranza de vida aumentó en casi ocho años (Naciones Unidas, 2015).
Actualmente, en América Latina, la asistencia a la escuela primaria es
prácticamente universal y el suministro de agua proveniente de fuen-
tes mejoradas llega al 96% de los hogares. Es en este contexto que
América Latina tiene una composición social diferente. Lo más nota-
ble en este cambio ha sido la expansión de la clase media –medida por
personas con un ingreso per cápita de entre 12.4 y 62 dólares por día.
Este sector de la población casi se ha duplicado en la última década, con
87 millones de personas adicionales (de 99 a 186 millones). Además,
durante el mismo periodo (2002-2014), el número de personas po-
bres disminuyó en casi un tercio –medido por las personas que viven
en hogares con ingresos per cápita inferiores a cinco dólares por día.
En total, el número ha disminuido en 67 millones (de 224 a 157 millo-
nes) (bid, 2016).

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Durante este periodo, la tendencia predominante en la política
latinoamericana ha sido el ascenso de los gobiernos de centro-iz-
quierda: la llamada «marea rosa». La tendencia comenzó en 1998 con
la elección de Hugo Chávez, pero pronto fue seguido por el líder del
Partido de los Trabajadores brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, quien
sucedió a Fernando Henrique Cardoso y sus reformas orientadas al mer-
cado. De manera similar, las políticas del arquitecto neoliberal argentino,
Carlos Menem, han dado paso al repudio unilateral de la deuda ex-
terna argentina por las sucesivas administraciones Kirchner (primero,
Néstor Kirchner [2003-2007] y luego Cristina Fernández de Kirchner
[2007-2015]) desafiando a las instituciones financieras internaciona-
les (ifi). Además, las protestas masivas en Bolivia derrocaron al gobierno
del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003 y, eventualmente,
llevaron a una victoria arrolladora a Evo Morales en 2006. Aunado a
esto, el éxito electoral de Daniel Ortega en Nicaragua, Michelle Ba-
chelet en Chile, Tabaré Vázquez en Uruguay, Rafael Correa en Ecuador,
Fernando Lugo en Paraguay y Mauricio Funes en El Salvador y la incli-
nación percibida hacia la izquierda se manifestó desde el cambio de
siglo. Sin embargo, hay muchas diferencias dentro de este movimiento
y excepciones notables, principalmente en México. Por ejemplo, los
gobiernos de centro izquierda que asumieron el poder en Argentina,
Chile, Uruguay, Brasil, Nicaragua y El Salvador continuaron en gran
parte los proyectos neoliberales que los precedieron, si bien en formas
ligeramente modificadas (Katz, 2008); mientras que otros gobiernos
de izquierda –especialmente los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Mo-
rales y Rafael Correa en Venezuela, Bolivia y Ecuador– han demostrado
una gama de posibilidades y desafíos que plantean cuestiones funda-
mentales sobre la vida socioeconómica de sus ciudadanía y la opera-
ción misma de democracia.

Antecedentes: los años 1980 y 1990


Antes de explorar estas tendencias en mayor detalle es necesario ubi-
carlas en un contexto más amplio. Con este fin, esta sección explora bre-

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vemente los antecedentes que llevaron a estos cambios económicos, so-
ciales y políticos para luego desarrollar sus posibles trayectorias futuras.
La imagen de América Latina en la década de 1980 fue una de es-
peranza después del retorno de la democracia, combinado con el re-
conocimiento de la dificultad de la gobernabilidad. Para gran parte de
la literatura, esta fue una década perdida. Margaret Daly Hayes (1988)
describió este escenario al resaltar cómo en 1988 el PIB de América
Latina había crecido en menos del uno por ciento y el ingreso per cá-
pita disminuía en un 1.5%. La inversión había disminuido (del 25%
del producto regional en los setenta, a sólo el 16% en 1987), la in-
flación estaba cada vez más fuera de control en economías tan va-
riadas como Brasil, Perú y Nicaragua, mientras que la deuda externa
iba en aumento ($420,000 millones en 1988 comparado con menos
de $100,000 millones en 1980). Todo esto significaba que el servicio de
la deuda, que requería $33,000 millones por año (casi un tercio de
los ingresos de exportación de la región), frustraba cualquier intento
de inversión estatal y gasto social; de ahí la «década perdida». En el
transcurso de los años ochenta y noventa, el crecimiento económico
se mantendría inconsistente en el mejor de los casos. Sí, hubo un auge
modesto (1991-1997), sin embargo, éste se colocó entre un periodo de
profunda recesión en 1982-1983 y una serie de crisis a lo largo de la década
de 1990 y principios del 2000: la crisis del peso mexicano en 1994-1995,
el colapso financiero de Brasil en 1998 y, más dramáticamente, el co-
lapso argentino en diciembre de 2001 (más sobre esto a continuación)
(Green, 2003).
A pesar de la diversidad de países latinoamericanos, la gravedad
de la situación económica condujo a un alto grado de consenso entre
los responsables de la política económica acerca de cómo deberían
responder los países individuales. Este consenso político, cuyas pres-
cripciones llegaron más allá de América Latina, enfatizó la necesidad de
políticas económicas más pragmáticas de liberalización del comer-
cio y la privatización de las economías nacionales con un papel limi-
tado para el estado. Estas políticas se denominaron el «Consenso de
Washington». En 1990, el economista John Williamson editó un libro
titulado Ajuste económico latinoamericano: ¿cuánto ha pasado?, en

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donde enumeró un conjunto de prescripciones políticas; estas rece-
tas fueron etiquetadas como el Consenso de Washington, después de
todo, es la ciudad en la que se encuentran las tres ifi principales de la
era moderna: el Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Mun-
dial y el Tesoro de los Estados Unidos (Panizza, 2009, pp. 10-11). Especí-
ficamente, el Consenso de Washington se refería a diez prescripciones
políticas para el desarrollo económico, que incluyen:

• Disciplina fiscal.
• Una reorientación de las prioridades del gasto público ha-
cia campos que ofrecen altos rendimientos económicos y
el potencial para mejorar la distribución del ingreso, como
la atención primaria de salud, la educación primaria y la
infraestructura.
• Reforma fiscal (para reducir las tasas marginales y ampliar la
base tributaria).
• Liberalización de la tasa de interés.
• Un tipo de cambio competitivo.
• Liberalización del comercio.
• Liberalización de los flujos de inversión extranjera directa.
• Privatización.
• Desregulación (abolir las barreras de entrada y salida a merca-
dos y servicios).
• Garantizar los derechos de propiedad.

En suma, los antiguos dogmas sobre el nacionalismo económico y


un gran sector público debían ser abolidos. En su lugar, había un nuevo
modelo de desarrollo orientado hacia el exterior que se ubicaba fir-
memente en las fuerzas del mercado (Oxhorn y Ducatenzeiler, 1998).
Sin embargo, las promesas del Consenso de Washington, sobre
todo el crecimiento económico, no se materializaron. Luego de veinte
años de reprogramación de la deuda, la deuda total de la región fue de
aproximadamente $725,000 millones de dólares en 2002, el doble de la
cifra al comienzo de la crisis de la deuda (Green, 2003, p. 117). Las tasas
de pobreza entre 1980 y 2002 aumentaron del 40.5% de la población,

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en 1980, al 44% en 2002. En cifras absolutas, esto se tradujo en un
aumento de 84 millones de personas pobres en la región, de 136 millo-
nes en 1980 a 220 millones en 2002. Además, Latinoamérica continúa
siendo la región más desigual del mundo. En 2003, el 10% de la pobla-
ción obtuvo el 48% de todos los ingresos (Webber y Carr, 2013). Este
periodo es tal vez el mejor conjeturado por John Coatsworth (2005, p.
137): durante «los veinticinco años del Consenso de Washington, las
economías latinoamericanas han experimentado su peor cuarto de
siglo desde el catastrófico segundo trimestre del siglo xix». Medida
por el pib per cápita, la esperanza de vida y la alfabetización en el siglo
xx, América Latina se comportó con mayor fuerza entre 1940 y 1980, la
era de la industrialización por sustitución de importaciones (isi). En
las seis economías más grandes de la región, el crecimiento anual del
pib en este periodo fue más de cuatro veces y medio mayor que entre
1980 y 2000, los años del neoliberalismo ortodoxo (Love, 2005, p. 107).
Políticamente, sin embargo, este fue un periodo de esperanza ca-
racterizado por la llamada tercera ola de democratización (Hunting-
ton, 1991). Hasta la década de 1980, el fracaso de la democracia para
establecerse, se caracterizó por ciclos de gobiernos civiles efímeros,
a menudo débiles, seguidos por golpes militares y dictaduras. Incluso
cuando la democracia estaba vigente, los derechos civiles y políticos
no se aplicaban adecuadamente, y los sistemas políticos carecían de
mecanismos institucionales adecuados para procesar los conflictos
políticos (Panizza, 2009, p. 73). Sin embargo, a fines de la década de
1970, comenzando en 1979 con la elección de Jaime Roldós en Ecua-
dor, y durante las siguientes dos décadas, todos los países de la región
regresarían a la democracia (con excepción de Cuba). La democratiza-
ción, sin embargo, no estuvo sin sus reveses. En abril de 1992, el presi-
dente Alberto Fujimori de Perú promulgó lo que más tarde se llamaría
un autogolpe donde él cerró el Congreso. En 1996 en Paraguay, sólo
la presión de Estados Unidos, la Organización de Estados Americanos
(oea) y los países del Mercosur impidieron que el entonces jefe del
ejército, el general Lino Oviedo, destituyera al presidente Juan Carlos
Wasmosy. En Venezuela, dos intentos de golpes militares en 1992 fra-
casaron por poco en deponer al presidente Carlos Andrés Pérez. Otro

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golpe militar en 2002 derrocó brevemente al presidente Hugo Chávez,
antes de ser reinstalado favorecido de las divisiones del ejército y el
apoyo popular. En Haití, el presidente Jean Bertrand Aristide fue de-
puesto por un golpe militar violento en 1991; el país regresó al gobierno
constitucional en 1994 con la ayuda de los EE. UU., pero, después de
ganar las elecciones presidenciales en 1995 y 2000, Aristide fue derro-
cado nuevamente por un levantamiento armado en febrero de 2004
(Panizza, 2009, p. 77).
Dentro de la literatura, el retorno a la democracia –aunque trun-
cado– cambió el análisis de la política de un enfoque estrecho en las
transiciones a la democracia a cuestiones más amplias relacionadas
con su calidad. Se discutieron los obstáculos culturales, socioeconómi-
cos e institucionales para la democracia, al igual que los argumentos
sobre cómo la reforma económica del mercado libre había impactado
negativamente en las democracias ya históricamente débiles (Panizza,
2009, p. 90). El nuevo estado de ánimo se reflejó en las calificacio-
nes asociadas a la democracia en la región: «democracia por defecto»
(Whitehead, 1992), «democracia de baja intensidad» (Gills y Rocamora,
1993) y «democracia delegativa» (O’Donnell, 1994). Esta literatura habla
de un creciente «déficit democrático» en América Latina. Este déficit
fue producto de que los gobiernos respondieron mejor a la implemen-
tación de una agenda neoliberal y a los ajustes estructurales ordenados
por las ifi, que a las demandas de sus pueblos. Los partidos y otras ins-
tituciones tradicionales se convirtieron en vehículos para los tecnócratas,
lo que llevó a William Robinson (1996) a afirmar que la poliarquía se
había convertido en el complemento político del neoliberalismo. El dé-
ficit democrático desilusionaría a muchos, a medida que la confianza
y el interés en la política como de costumbre comenzaran a menguar.

El caso de Argentina
Tómese el caso de Argentina. El regreso a la democracia vio a los dos
partidos tradicionales del país –el Partido Justicialista (pj, también co-
nocido como peronistas) y la Unión Cívica Radical (ucr)– resurgir como

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las principales fuerzas políticas. La transición a la democracia, sin em-
bargo, favoreció a la ucr, ya que los peronistas estaban manchados
por las acusaciones de colusión con el régimen militar saliente. El 30
de octubre de 1983, los radicales dirigidos por Raúl Alfonsín derrota-
ron al PJ por primera vez en elecciones libres y justas. Sin embargo, los
fracasos políticos y económicos del gobierno de Alfonsín permitieron
a los peronistas recuperar la supremacía política con el triunfo elec-
toral de Carlos Menem en 1989; un triunfo que vería a los peronistas
dominar la política argentina a lo largo de la década de los noventa
(Panizza, 2009, p. 85). La plataforma política económica de Menem y
las administraciones del pj en proceso fueron consistentes con el Con-
senso de Washington. En las reuniones anuales conjuntas de 1998 de
las juntas de gobernadores del Fondo Monetario Internacional y del
Grupo del Banco Mundial, Menem (1998) señaló que «hemos traba-
jado codo a codo con el fmi, el Banco Mundial y el bid para lograr la
estabilidad macroeconómica, profundizar las reformas estructurales
y adoptar políticas destinadas a mejorar las fortunas económicas de
los miembros más pobres de la sociedad».
El éxito político y la eficacia económica de tales reformas, sin embargo,
fueron de corta duración. Argentina había emprendido un programa
de liberalización económica a mediados de 1989 con dos caracterís-
ticas distintivas para reestructurar su economía según el Consenso de
Washington. El primero fue un enfoque de «big bang», donde la se-
cuencia de las reformas en varios sectores, como las reformas fiscales,
las reformas del sector público y las reformas comerciales, se descar-
taron por completo a favor de su implementación inmediata a la vez.
El segundo fue el establecimiento de un régimen de convertibilidad,
que requería que el Banco Central respaldara toda la base monetaria
con reservas de divisas. Si bien estas reformas tuvieron éxito a corto
plazo, dado que las tasas de crecimiento del pib real a principios de
la década de los noventa (1991-1994) rondaron el 8%, en la segunda
mitad de estos años las cosas empeoraron. A partir de 1995, el creci-
miento del pib retrocedió, volviéndose negativo al -3.4%, en 1999 y al
-0.3% en 2000 y deteriorándose aún más al -4.5% en 2001 (Nataraj
y Sahoo, 2003, pp. 1641-2). En medio de esta crisis, en noviembre de

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2001, el fmi retiró su apoyo al gobierno. En un intento desesperado por
detener la fuga de capitales, el gobierno impuso restricciones a los re-
tiros bancarios y las transferencias de dinero, una política que se conoció
como el «corralito».
En respuesta, las clases medias se unieron a los desempleados
del sector público en la toma de espacios públicos y privado para ma-
nifestarse contra el gobierno. Los días 19 y 20 de diciembre de 2001
estallaron protestas sociales espontáneas en todo el país para pedir
la renuncia de Fernando de la Rúa y poner fin al estado de emergen-
cia. La respuesta del gobierno fue desplegar fuerzas policiales, control
fronterizo y la guardia costera para reprimir a los manifestantes. Entre
36 y 39 personas fueron asesinadas, 4,500 arrestadas y cientos resul-
taron heridos en todo el país. Según el Centro para Estudios Legales y
Sociales, el 80% de los fallecidos eran menores de 30 años, y al me-
nos seis de ellos tenían entre 13 y 18 años. A mediados de diciembre,
el país había incumplido sus obligaciones financieras y dentro de dos
meses el valor del peso se había reducido en más de un tercio. Tam-
bién hubo grandes repercusiones sociales. La pobreza aumentó de
forma alarmante, pasando del 38.3% en octubre de 2001 al 57.5% un
año después. Además, el número de personas que vivían en la pobreza
extrema alcanzó el 27% en 2002, más del doble que doce meses atrás.
Frente a un caos económico y social tan extremo, el orden político co-
lapsó: los presidentes llegaron y se fueron en rápida sucesión, cinco en
diez días. No hay nada mejor para suponer el estado de inquietud que
el lema de los manifestantes: «Que se vayan todos».
En medio de esta confusión, en mayo de 2003, la administración
interina de Eduardo Duhalde dio paso a la elección de Néstor Kirchner,
un antiguo gobernador peronista de la provincia de Santa Cruz. Kir-
chner hizo campaña en un programa antineoliberal y marcaría la lle-
gada de la «marea rosa» en Argentina. Revertiría el déficit democrático
asociado con sus predecesores al decidir inmediatamente no pagar la
deuda externa hasta fines de 2005. «Durante los últimos diez años,
algunos funcionarios del fmi dieron muy malos consejos a Argentina»,
afirmó. «Nosotros los argentinos debemos creer en nosotros mismos»
(citado en Smith, 2003). Este rechazo permitiría un retorno de la inver-

162 Escuela de Ciencias Sociales


sión estatal en la economía —anteriormente anatema durante la era
neoliberal— y una acumulación de reservas que aumentaría la con-
fianza local en la economía (Grugel y Riggirozzi, 2007).

La «marea rosa» y el posneoliberalismo:


los años 2000 y 2010

El ascenso al poder de Néstor Kirchner fue emblemático de movimientos


más amplios en toda América Latina en los que los candidatos de cen-
tro izquierda fueron elegidos en una plataforma para revertir la de-
cadencia social asociada con la década perdida de los años ochenta
y la inestabilidad de los años noventa. La victoria electoral de Hugo
Chávez en Venezuela en 1998 lanzó una ola de victorias de gobiernos de
izquierda y centro izquierda en muchos países latinoamericanos (in-
cluidos Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Chile, El Salvador
y Nicaragua). En muchos (aunque no todos) de estos países, las fuerzas
políticas de izquierda se vieron arrastradas a la victoria por el descon-
tento popular ante los impactos sociales, económicos y políticos de
las políticas neoliberales de la era del Consenso de Washington. En la
figura 1 se muestra el grado de su éxito electoral.
Argentina
Bolivia
Brasil
Chile
Costa Rica
República Dominicana
Ecuador
El Salvador
Guatemala
Honduras
Nicaragua
Paraguay
Perú
Uruguay
Venezuela
1995 2000 2005 2010 2015

Figura 1.
Izquierda, gobiernos de centro izquierda en América Latina.

Universidad de las Américas Puebla 163


Sin embargo, es importante señalar que no existe un consenso
claro sobre cómo caracterizar estos gobiernos de marea rosa. Algunos
sugieren que lo único que comparten es un deseo de romper con cier-
tos aspectos del neoliberalismo, aunque estos enfoques difieren mucho
entre los países (Springer, 2015). Si bien es cierto que la mayoría fue-
ron elegidos en plataformas políticas que rechazaron explícitamente
el neoliberalismo, algunos gobiernos no ofrecen necesariamente una
clara ruptura con las políticas neoliberales previas. Además, no hay
consenso sobre cómo debería llamarse este cambio: la «nueva iz-
quierda», «marea rosa», «después del neoliberalismo», «la tercera
vía», «no del todo neoliberal» o «socialismo del siglo veintiuno»
(Ruckert et al., 2016, pp. 2-3). Para aclarar esta situación, el enfoque a
continuación se centra en las políticas específicas que los gobiernos
de marea rosa han implementado.
Una posición clave de unificación entre los gobiernos de marea
rosa es el rejuvenecimiento del Estado en busca del desarrollo eco-
nómico. Mientras las iniciativas de desarrollo lideradas por el Estado
y previamente asociadas con isi ubicaron al gobierno como el actor
económico clave, el retorno del Estado en la América Latina contem-
poránea es más matizado. En lugar de que el Estado sea responsable
del crecimiento económico, hay un mayor énfasis en que el Estado
proporcione las condiciones necesarias para el crecimiento. A primera
vista, esto podría no parecer muy diferente de los ajustes estructurales
promovidos en la década de los noventa con el fin de atraer capital ex-
tranjero, reformas que Thomas Friedman (2000) conoció como la «ca-
misa de fuerza dorada». Y nuevamente, en algunos casos, la provisión
de las condiciones necesarias para el desarrollo por parte de los go-
biernos de marea rosa es similar a sus predecesores neoliberales. Las
transferencias monetarias condicionadas, especialmente en Ecuador,
Bolivia y Argentina son un ejemplo de esta continuación. Las transferen-
cias monetarias condicionadas fueron inicialmente creadas por gobiernos
neoliberales (Zedillo en México y Cardoso en Brasil) y se han extendido
a muchos países de la región, tanto a la derecha (Uribe en Colombia)
como a la izquierda (Morales en Bolivia) (Ruckert et al., 2016, pp. 7-8).

164 Escuela de Ciencias Sociales


Otro ejemplo de la continuación parcial de las políticas neolibera-
les concierne a lo que la literatura llama neoestructuralismo. Mientras
que Chile y Brasil se convirtieron en el epicentro de las políticas neoes-
tructuralistas, también lo fue su influencia en la Argentina de Kirchner, el
Uruguay de Vásquez y, posiblemente, en los gobiernos de Nicaragua,
El Salvador y Guatemala. A menudo asociado con la Comisión Econó-
mica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (cepal); a
principios de la década de 2000 el neoestructuralismo desafió ciertos
supuestos del neoliberalismo ortodoxo. Éste busca la competitividad
sistémica, el progreso técnico y la flexibilidad laboral proactiva, sin
embargo, a diferencia del neoliberalismo ortodoxo, rechaza la noción
de que los mercados y la competencia son fundamentales para la in-
teracción económica, y reemplaza la noción neoclásica básica de ven-
taja comparativa con competitividad sistémica. Sí, el mercado seguirá
siendo la fuerza organizativa central, sin embargo, la competitividad
depende de la intervención estatal efectiva en infraestructura (tecno-
logía, energía y transporte), educación, finanzas, relaciones laborales
que supera el neoliberalismo ortodoxo (Leiva, 2008, p. 4). Mientras que
los neoliberales ortodoxos en las décadas de los ochenta y noventa
consideraban que la función básica del Estado era facilitar el mercado
mediante la protección de los derechos de propiedad, la ejecución de
contratos, la recopilación de información y las disposiciones socia-
les básicas, el neoestructuralismo asigna al Estado un papel auxiliar
importante en la búsqueda de competitividad internacional «con in-
tervención política central para construir un amplio consenso social»
(Leiva, 2008, pp. 9-10). El Estado debe estimular y mejorar las iniciati-
vas basadas en el mercado, interviniendo selectivamente en los secto-
res productivos y complementando la mano invisible del mercado con
formas no comerciales de coordinación social, política y económica
(Leiva, 2008; Webber y Carr, 2013).
Sin embargo, también existen diferencias importantes entre los
gobiernos neoliberales y de marea rosa (por ejemplo Bolivia y Ecua-
dor). En cada caso, la remodelación de las relaciones entre el Estado
y el mercado se considera una condición previa necesaria para el de-
sarrollo. En lugar de la retirada del Estado como en los años ochenta

Universidad de las Américas Puebla 165


y noventa, las instituciones oficiales son fundamentales para mediar
en la relación entre crecimiento y bienestar social. El auge de recur-
sos es central para esta recalibración. Específicamente, esto ha visto
una dependencia creciente de la economía del Estado en la extracción
para asegurar el excedente para la redistribución, a menudo denomi-
nado neoextractivismo. El gobierno de Correa, por ejemplo, cambió
con éxito la relación entre el Estado y la economía al permitir que las
empresas extranjeras continúen sus actividades de extracción de re-
cursos, pero les exigió que le proporcionaran al Estado más de la mi-
tad de sus ganancias. Además, tanto Bolivia como Ecuador han promo-
vido la nacionalización del sector de hidrocarburos como respuesta a
las pobres condiciones económicas heredadas de prácticas neolibe-
rales previas. De hecho, para Yates y Bakker (2013), tanto Morales como
Correa han sido empoderados por el sentimiento antineoliberal en
Bolivia y Ecuador, prometiendo revertir la privatización y renacionali-
zar las principales industrias extractivas. Sin embargo, como destaca
Veltmeyer (2012), el «nacionalismo de recursos» que se centra en la
creencia de que los recursos de un país pertenecen a la gente, opera a
pesar de la presencia continua de compañías extranjeras en la gestión
de recursos naturales.
Tan evidente en América Latina es una nueva forma de regiona-
lismo que desafía explícitamente la ortodoxia neoliberal. Lo más notable
en este contexto es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América–Tratado de Comercio de los Pueblos (alba-tcp). Retando di-
rectamente a la influencia de Estados Unidos en la región, alba-tcp
adopta una visión latinoamericana basada en la unidad regional trans-
mitida principalmente por Simón Bolívar y sus intentos de unificar las
antiguas colonias españolas. El alba-tcp se ubica de acuerdo con esta
trayectoria histórica tomando el nombre del Libertador para su orga-
nización: la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América. Al
hacerlo, la Alianza contrasta con una visión escrita por Estados Unidos
nacida en la doctrina Monroe que aboga por una América libre de la
influencia de países fuera del hemisferio occidental. El bloque busca
diversificar los socios comerciales y reorientar el desarrollo regio-
nal más allá de un alineamiento con la ortodoxia neoliberal. El alba-

166 Escuela de Ciencias Sociales


tcp, combinado con la Unión de Naciones Suramericanas (unasur) y
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (celac) son
ejemplos de lo que Riggirozzi y Tussie (2012) llaman «regionalismo
poshegemónico». Estas son estructuras regionales que desplazan par-
cialmente las formas dominantes de gobernanza neoliberal dirigida
por los EE. UU. y reconocen otras formas políticas de organización y
gestión económica (la tabla 1 ofrece un resumen de las diferentes ins-
tituciones regionales superpuestas).

Tabla 1. Instituciones regionales en América Latina

Institución regional Miembros Objetivos

Organización de los Estados Todas las Américas, Diplomacia y coopera-


Americanos (oea) (1948) excepto Cuba ción interamericana
Comunidad de Estados Lati- Toda América Latina Diplomacia y coopera-
noamericanos y Caribeños ción latinoamericana
(celac) (2011)
Unión de Naciones Surameri- Toda América del Sur Diplomacia y coopera-
canas (unasur) (2008) ción sudamericana
Alianza Bolivariana para los Los gobiernos de Cooperación socioeco-
Pueblos de nuestra américa izquierda en América nómica entre los Estados
– Tratado de Comercio de los Latina y el Caribe (Vene- miembros
Pueblos (alba-tcp) (2004) zuela, Cuba, Bolivia, Nica-
ragua, Dominica, Antigua
y Barbuda, Ecuador, San
Vicente y las Granadinas
y Santa Lucía)
Mercado Común del Sur (Mer- Argentina, Brasil, Para- Cooperación económica
cosur) (1991) guay, Uruguay y Venezuela y política entre los Esta-
(suspendido desde 2016) dos miembros
Alianza del Pacífico (2011) México, Perú, Colombia Cooperación económica
y Chile con una orientación
global
Comunidad Andina (can) Colombia, Ecuador, Perú Cooperación econó-
(1969) y Bolivia mica entre los Estados
miembros
Tratado de Libre Comercio de Canadá, Estados Unidos Cooperación econó-
América del Norte (tlcan) y México mica entre los Estados
(1994) miembros

Universidad de las Américas Puebla 167


Tabla 1. Instituciones regionales en América Latina (continuación).

Institución regional Miembros Objetivos


La Comunidad del Caribe Antigua y Barbuda, Baha- Cooperación econó-
(caricom) mas, Barbados, Belice, mica entre los Estados
(1973) Dominica, Granada, miembros
Guyana, Haití, Jamaica,
Montserrat, Santa Lucía,
San Cristóbal y Nieves,
San Vicente y las Grana-
dinas, Surinam y Trinidad
y Tobago

Estas instituciones regionales operan en contraste con el foco de


comercio en gran medida multi o bilateral durante la era neoliberal.
Durante la era del Consenso de Washington, varios proyectos de inte-
gración regional surgieron bajo el estandarte neoliberal de «regiona-
lismo abierto», que incluye Mercosur, la Comunidad Andina y el fallido
Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, diseñado por Washington.
Este enfoque no ha desaparecido necesariamente, sino que se com-
plementa, o rechaza explícitamente, por los acuerdos comerciales re-
gionales antes mencionados. En este contexto, la integración regional
toma diversas formas. En general, hay tres tipos: primero, proyectos
que enfatizan la integración comercial (por ejemplo, la Alianza del Pa-
cífico); segundo, proyectos que promueven el comercio y buscan pro-
fundizar los vínculos con los países vecinos, al tiempo que persiguen
proyectos comerciales y políticos alternativos (caricom, Mercosur,
Comunidad Andina y unasur); tercer lugar, un modelo que enfatiza
los aspectos políticos y sociales de la integración en oposición directa
a la globalización neoliberal (alba-tcp) (Riggirozzi y Tussie, 2012). En
consecuencia, si bien existe un grado de superposición entre las áreas
de interés de las distintas instituciones, la forma en que se relacio-
nan con sus áreas de interés difiere, ya sea por un enfoque en la di-
plomacia local o regional en lugar de las relaciones interamericanas,
o un mayor enfoque en el desarrollo socioeconómico, en lugar de la
cooperación económica más alineada con los modelos neoliberales
internacionales.

168 Escuela de Ciencias Sociales


Política: democracia participativa
Otra característica de los gobiernos de la marea rosa han sido los
cambios en las relaciones entre el Estado y la sociedad y la operación
misma de la democracia. Estos cambios pueden ubicarse como una
respuesta a los déficits democráticos de los años ochenta y noventa,
una respuesta en la que una característica definitoria de estos gobier-
nos es un intento de fortalecer las relaciones entre el estado y la socie-
dad civil. En contraste con los regímenes neoliberales criticados por
adoptar políticas de exclusión hacia grupos subalternos, los reformistas
posneoliberales han adoptado una serie de políticas y procesos para
establecer relaciones más fuertes con ellos. Por ejemplo, en muchos
países andinos existe el deseo de establecer nuevas relaciones con los
habitantes originales, particularmente mediante la inclusión de los de-
rechos indígenas en las nuevas constituciones (artículo 57 de la Cons-
titución de Ecuador, artículo 100 de Bolivia, artículo 5 de Nicaragua
y capítulo VIII en el caso de Venezuela). La referencia más común es
Bolivia, con Evo Morales como el primer presidente de identificación
indígena de América del Sur. Sin embargo, a pesar de esto, Bolivia ha
sido objeto de proyectos de extracción y carreteras a gran escala que
a menudo ignoran los derechos de los pueblos indígenas. También se
cita a Ecuador especialmente en referencia al respaldo de Correa por
parte de la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas del
Ecuador y otros movimientos sociales que ayudaron a su victoria en la
segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2006 (Ruckert et
al., 2016). Sin embargo, también ésta es una relación complicada, ya
que los fondos necesarios para apoyar los programas sociales a menudo
requieren la destrucción de la tierra en la que viven los grupos indígenas
(Holst, 2015; Novo, 2014).
Más que la inclusión, aunque complicada, de ciertos grupos so-
ciales, también la propia democracia se transforma. Los gobiernos de
Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y Rafael Correa (Ecua-
dor) son importantes en este contexto. Una característica común de
los tres gobiernos es la elección de una asamblea constituyente al co-
mienzo de cada presidencia. Los tres gobiernos llegaron al poder con una

Universidad de las Américas Puebla 169


mayoría absoluta de votos y contaron con las mayorías del Congreso,
ventajas que facilitaron un enfoque democrático para un cambio de
largo alcance. Otras características comunes incluyen un énfasis en la
participación social y la incorporación sobre consideraciones de pro-
ductividad económica, una diversificación de las relaciones económicas
y la celebración de símbolos nacionales. Para Steve Ellner (2012, p. 98),
estos gobiernos personifican una preferencia por la democracia radi-
cal sobre la democracia liberal, la cual enfatiza la incorporación social
y la participación directa. A diferencia de la democracia liberal, que
privilegia el sistema de controles y equilibrios, y la difusión de la auto-
ridad, la democracia radical se centra en la participación mayoritaria,
ya sea a través de referendos o elecciones revocatorias que se incor-
poran a las constituciones de los tres países. En Bolivia y Venezuela, la
destitución ha demostrado ser un mecanismo efectivo para enfrentar
las crisis al mover el lugar de la confrontación política desde las calles
a la arena electoral. En Venezuela, las elecciones presidenciales de
agosto de 2004 sirvieron para calmar las tensiones que se remonta-
ban al golpe de 2002 y marcaron el comienzo de varios años de relativa
estabilidad. En Bolivia, Morales apeló a la mayoría de votos frente a la
insurgencia mediante la celebración de elecciones en agosto de 2008
para el ejecutivo nacional y las gobernaciones de la nación, algunas de
las cuales habían promovido la violencia.
Sin embargo, la democracia radical también ha llevado a los crí-
ticos a afirmar que contribuye a una intensa polarización y al cues-
tionamiento por parte de los grupos de oposición de las credenciales
democráticas de los tres gobiernos. De hecho, la movilización popular
y la participación en una escala masiva son características básicas de
la democracia radical y han demostrado ser esenciales para la super-
vivencia política de los tres presidentes. Las protestas del movimiento
social allanaron el camino para el ascenso al poder de Morales y Correa
(así como también de Néstor Kirchner en Argentina). Del mismo modo,
en Venezuela, la movilización de un número masivo de personas po-
bres el 13 de abril de 2002 hizo posible el regreso de Chávez al poder
después de su derrocamiento dos días antes. Más recientemente, sin
embargo, la movilización masiva por parte de las fuerzas a favor y en

170 Escuela de Ciencias Sociales


contra de estos gobiernos ha llevado a llamamientos de autoritarismo
inminente. En Ecuador, las fuerzas opositoras impugnaron el resultado
electoral de 2017 del sucesor de Correa, Lenin Moreno, mientras que en
Venezuela el fracaso del sucesor del presidente Hugo Chávez, Nicolás
Maduro, para responder de manera efectiva a la escasez de bienes de
consumo básicos y al aumento de la inflación, generó mayores pro-
testas contra su Partido Socialista Unido de Venezuela (psuv). En res-
puesta, el gobierno de Maduro ha tomado una serie de medidas que
parecen anatema para la democracia radical: incluido el encarcela-
miento de figuras de la oposición, especialmente Leopoldo López, la
disolución (aunque temporal) de la legislatura de mayoría opositora y
la controversia sobre la legitimidad de las firmas recaudadas para un
derecho constitucionalmente reconocido para una elección de des-
titución. Si bien la democracia en América Latina está mucho más
arraigada que en el pasado reciente, sigue estando lejos de ser perfecta.

Social: un nuevo «contrato social»


Un enfoque en la política social también es una característica cen-
tral de los gobiernos de marea rosa. Esto es particularmente evidente
en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, Nicaragua y en gran parte del
Caribe: Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nie-
ves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas. Estos gobiernos han
seguido una serie de programas de alivio de la pobreza que se encuen-
tran bajo el paraguas de las misiones. En 2008, los proyectos entre
Cuba y Venezuela alcanzaron los 1,355 millones de dólares, incluido el
programa «Petróleo para médicos» en el que Venezuela exporta pe-
tróleo subsidiado para el intercambio de médicos y programas de ca-
pacitación. Dentro de este marco, programas como «Barrio adentro»
brindaron atención médica básica gratuita en Venezuela; «Misión mi-
lagro» brinda atención gratuita a personas con afecciones oculares,
atendiendo a 1.9 millones de personas en 33 países de América Latina
y el Caribe entre 2005 y principios de 2011. Otros programas abordan
las necesidades de las personas con discapacidad: «Misión Todos con

Universidad de las Américas Puebla 171


Voz» en Nicaragua, «Atención al discapacitado» en Cuba, San Vicente
y las Granadinas y «Misión Manuela Espejo» en Ecuador (Riggirozzi,
2011, p. 14). De manera similar, entre 2004 y 2006, se lanzó la campaña
de alfabetización cubana-venezolana: «Yo sí puedo». Este método de
alfabetización se ha adaptado a catorce contextos lingüísticos y cultu-
rales en 28 países en todo el mundo y se ha internacionalizado como
«Misión Robinson internacional» en beneficio de 3,8 millones de per-
sonas analfabetas en más de veinte países de América Latina y el Ca-
ribe (Muhr, 2013, p. 76).
Las misiones reflejan un cambio en la política económica más allá
del mercado mismo y un enfoque en una minoría rica. Es la creencia en
el efecto de filtración, que el crecimiento sostenible puede ser creado
por la riqueza de las clases altas que fluye a las clases más bajas den-
tro de la sociedad. Por el contrario, en la mayoría de los países de ma-
rea rosa, la base del crecimiento económico está en las clases medias,
como lo demuestra la casi duplicación de la clase media en la última
década. Este cambio es demostrativo de una serie de cambios econó-
micos y políticos en la última década que revelan el surgimiento de un
nuevo contrato social en América Latina. Se trata de un contrato so-
cial en el que la sociedad civil en su conjunto se incluye con la mayor
frecuencia posible en el proceso político y se ha convertido en el foco
principal de la gobernanza. Esto no está exento de límites, como se
demostró en Venezuela. Sin embargo, es un ejemplo de los intentos de
los gobiernos de toda la región por superar los límites de las décadas
de los ochenta y noventa, asociados con un déficit democrático. Se ha
visto la inclusión de grupos previamente marginados en la vida polí-
tica, ya sean grupos indígenas en Ecuador y Bolivia, los residentes de
favelas que antes estaban privados de sus derechos en Brasil o los que
viven en los barrios de Caracas, Quito, Santiago o Buenos Aires. También
estos actores se incluyen cada vez más en la vida social y económica
de la nación. Esto toma múltiples formas: CCT, misiones o el enfoque
renovado en la seguridad social y la provisión de salud y educación. En
cada uno de estos casos, sin embargo, son los cambios económicos de
la última década los que han hecho posible este cambio. Ya se trate
de neoextractivismo con un mayor enfoque en la redistribución de

1 72 Escuela de Ciencias Sociales


las ganancias de los recursos naturales o las políticas neoestructuralis-
tas que intervienen activamente en el mercado, el crecimiento econó-
mico apuntala esta orientación social. El objetivo de la sección final de
este capítulo es explorar la longevidad de tales enfoques.

Conclusiones: los próximos desafíos


Actualmente en América Latina se ha perdido una clara ortodoxia polí-
tica económica. Si bien los restos del Consenso de Washington todavía
existen en muchos países de la región, también lo están los intentos de
forjar un consenso posterior a Washington, o mejor, unos consensos
posteriores a Washington. Es decir, el grado de pluralidad en la econo-
mía política latinoamericana supera con creces su uniformidad. Como
debería quedar claro, esta diversidad, si inquietante para los estudio-
sos de la política latinoamericana, es en sí misma una parte central
de la historia de América Latina en la última década. Lejos de la imple-
mentación en toda la región (forzada o no) de políticas específicas, el
rango de respuestas actualmente aparente en toda América Latina es
emblemático de una región diversa y vibrante. El objetivo de esta sección
final es trazar tres trayectorias específicas aparentes en medio de esta
diversidad y sus respectivos potenciales futuros.
El primero se centra en las instituciones regionales. Una carac-
terística de las nuevas instituciones regionales ya mencionadas es
su arquitectura intergubernamental. A diferencia de las entidades su-
pranacionales, especialmente la Unión Europea, casi todas las institu-
ciones regionales (con la posible excepción del Mercosur) son dirigidas e
impulsadas por los respectivos jefes de Estado de sus miembros. Esto es
a la vez una ventaja y una desventaja. En el corto plazo, el estatus inter-
gubernamental ofrece a las instituciones regionales un grado de flexi-
bilidad para enfocarse en las necesidades inmediatas de sus miembros.
Estas instituciones, a diferencia de sus predecesores del regionalismo
abierto, se centran menos en la ortodoxia económica internacional que
en sus propios requisitos endógenos. Esto se ha visto en alba-tcp, por
ejemplo, la construcción de una serie de iniciativas bilaterales y multi-

Universidad de las Américas Puebla 173


laterales: «grandes proyectos nacionales» y «grandes compañías nacio-
nales» diseñadas para proporcionar servicios humanos básicos para los
desfavorecidos (Gürcan, 2010). A largo plazo, sin embargo, la arquitec-
tura intergubernamental de las instituciones regionales también es su
debilidad. Es decir, dada la centralidad de la influencia presidencial en
la dirección de las instituciones regionales, si sus intereses disminuyen
o se dirigen a otra parte, entonces es probable que la integración regio-
nal y la coherencia se vean socavadas. En resumen, si el grado de parti-
cipación presidencial cambia o desaparece por completo, entonces, la
naturaleza de la cooperación probablemente se vea afectada.
Segundo, es la presencia continua de políticas inspiradas en el
neoliberalismo. A pesar del daño infligido a la ortodoxia neoliberal
a nivel regional e internacional (ya sea la crisis financiera asiática de
1997 o la crisis financiera mundial de 2008), el neoliberalismo sigue
presente en gran parte de América Latina. Esta tendencia es evidente
en las diversas posiciones políticas ya mencionadas. Las transferencias
monetarias condicionadas, por ejemplo, son muy consistentes con los
principios del neoliberalismo, de incluir a las personas en las relacio-
nes de mercado en lugar de desafiarlas o intentar redefinirlas (véase
de Soto, 2003). Del mismo modo, a nivel regional, mientras que la
elección de Donald Trump puede haber afectado a la Asociación Trans-
pacífico, la Alianza del Pacífico, así como una serie de acuerdos de li-
bre comercio bilaterales estos son una demostración más de la conti-
nuación de los acuerdos comerciales inspirados en el neoliberalismo.
Dada esta situación, aunque no hay ninguna razón para suponer que el
neoliberalismo en América Latina está muerto, tampoco se debe asu-
mir que se mantiene sin cambios. Claramente, América Latina ha sido
testigo de una recalibración de las relaciones del mercado estatal más
a favor de la primera, ya sea en forma de neoestructuralismo o inter-
venciones más directas por parte de los gobiernos de centro izquierda.
Sin embargo, no hay ninguna razón para creer que este cambio podría
volver a calibrarse en el futuro para favorecer las políticas orientadas
al mercado asociadas con la era del Consenso de Washington.
Y, finalmente, una tercera trayectoria se refiere a la longevidad
de los gobiernos de centro izquierda. Recientemente, la política lati-

1 74 Escuela de Ciencias Sociales


noamericana ha sido testigo de una serie de derrotas (ya sean electo-
rales o no) de gobiernos previamente asociados con la marea rosa. La
victoria en noviembre de 2015 de Mauricio Macri en Argentina, la pro-
fundización de la crisis política en Venezuela y la destitución de Dilma
Rousseff en Brasil han sugerido a algunos que esta fase de gobierno
de izquierda está llegando a su fin. Aunque quizá sea prematuro, este
punto de vista demuestra las realidades electorales que enfrentan los
candidatos de centro izquierda y sus plataformas políticas. En conse-
cuencia, ¿qué significa esto en términos del legado de sus políticas
y los cambios estructurales que se han llevado a cabo en el país? En
primer lugar, es poco probable que los cambios constitucionales com-
binados con el empoderamiento de los sectores de la población pre-
viamente privados de derechos cambien en el corto plazo. La reforma
constitucional, aunque reversible, es probable que tenga una mayor
longevidad, ya sea un cambio de las legislaturas bi a unicameral, la
disposición para revocar a los presidentes o el reconocimiento de los
pueblos indígenas. De manera similar, ahora que los actores sociales
anteriormente marginados tienen más derechos, será difícil para los
gobiernos venideros (de izquierda o derecha) ignorar las demandas de
estos nuevos actores políticos. La dinámica de la política latinoameri-
cana ha cambiado indudablemente en la última década y es probable
que lo siga haciendo en el futuro previsible. En segundo lugar, y por
extensión, es improbable que el aumento de la orientación social de
las políticas económicas se vea desafiado significativamente a corto o
mediano plazo. Una característica notable de las recientes elecciones
en Brasil, Venezuela y Ecuador es que los candidatos de la oposición
se han comprometido en gran medida a continuar con los programas
sociales implementados por sus oponentes de izquierda. Esto nueva-
mente señala un cambio significativo en la economía política regional,
un cambio en el cual las clases medias y bajas son cada vez más centra-
les para el pensamiento político.

Universidad de las Américas Puebla 175


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