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Tutoría 3

Fragmentos de El Chocó Biogeográfico de Colombia (2009).

LA GRAN PARADOJA

A pesar de que muchas veces no se da cuenta cabal de ello, el hombre aprovecha en su


vida cotidiana los beneficios de la biodiversidad ya que esta interviene decididamente en
muchos aspectos de su sustento y bienestar, suministrando alimentos, fibras y muchos
otros productos y materias primas, cuyo valor es ampliamente reconocido. Sin embargo,
la biodiversidad representa un abanico mucho más amplio de servicios que por lo general
desconocemos o subvaloramos. Los microbios que transforman la basura en productos
útiles, los insectos que polinizan las flores y los cultivos, los manglares que protegen las
costas de la erosión y los bosques que garantizan el suministro y la calidad del agua, son
sólo algunos de ellos. Aunque todavía falta mucho por entender acerca de las relaciones
entre los servicios ecosistémicos y la biodiversidad, es claro que si los bienes derivados
de ésta, no se manejan con prudencia y eficiencia, las opciones para el futuro serán aún
más limitadas y restringidas, para toda la población. No obstante, los sectores menos
favorecidos serán los más afectados por el deterioro de los servicios ecosistémicos, por
su dependencia directa de los ecosistemas locales y porque suelen vivir en zonas
vulnerables a los cambios de éstos.

Es indudable que la descomunal diversidad biológica, étnica y cultural que posee el


Chocó Biogeográfico, no sirve únicamente para exaltar y admirar las maravillas y
misterios de la naturaleza y los modos de vida de sus habitantes, sino que representa
uno de los más importantes activos que tiene Colombia y es un patrimonio de la
humanidad. Las especies no sólo significan manifestaciones grandiosas de la vida,
también pueden traducirse en valores de consumo, de uso productivo y de
funcionamiento ecosistémico; como recurso, encierran un gran potencial para la
seguridad alimentaria y el equilibrio ecológico, así como para la regulación del clima y del
ciclo hidrológico. Por lo tanto, como otra de las posibilidades de desarrollo de los pueblos,
es necesario incorporar los valores de la diversidad biológica, tanto los monetarios como
los que se derivan de su riqueza genética.

El Chocó Biogeográfico, con alrededor de nueve habitantes por kilómetro cuadrado, es


una de las regiones de Colombia con menor densidad de población, muy por debajo del
promedio nacional que es de 32 habitantes por kilómetro cuadrado. Además, la
proporción de población rural es considerablemente superior a la del resto del país y la
situación social y económica es una de las más precarias, ya que tiene los niveles más
bajos de alfabetismo, ingreso per cápita y aporte al producto interno bruto nacional; el
índice de calidad de vida es muy inferior al del promedio del país, mientras que el de las
necesidades básicas insatisfechas es superior. Poco alentador es el hecho de que estos
indicadores se hayan mantenido prácticamente invariables en el transcurso de las últimas
décadas y no muestren tendencia a mejorar.

El Chocó Biogeográfico no es el único lugar del mundo donde la presencia de una gran
riqueza en recursos naturales coincide paradójicamente con niveles muy bajos de
desarrollo social y económico de sus habitantes, como ocurre en algunas regiones del
continente americano, en África y en el sur y sureste asiáticos. Cabe entonces
preguntarse: ¿para qué sirve toda esa riqueza biológica y mineral, si no se traduce en
bienestar para la población humana? ¿Por qué en medio de la riqueza somos tan
pobres? ¿No existe la capacidad de aprovechar los privilegios que la naturaleza ha
concedido? Lejos de ser un problema técnico–científico, la paradoja de la relación
pobreza–biodiversidad tiene sus raíces en la política y en las relaciones de poder que
giran alrededor de la conservación, del manejo y del uso de los recursos naturales por
parte de los sistemas sociales y económicos. Así, las economías de muchos países en
desarrollo no han logrado establecer un esquema que les permita superar la llamada
«trampa de la pobreza», que da origen a la gran paradoja: son pobres porque son ricos
en recursos naturales. Estos países le han apostado prioritariamente a la extracción de
recursos naturales, muchas veces sin esquemas de sostenibilidad y al hacerlo han
marginado otras formas de generación de riqueza fundamentadas más en el esfuerzo
humano que en la generosidad de la naturaleza.

El Chocó Biogeográfico colombiano, cuya biodiversidad aún se conserva relativamente


alta y ha sido poco explotada, representa todavía una gran oportunidad para revertir la
ecuación y que la gran paradoja desaparezca. Pobreza o desarrollo, ecología o
economía, son dos caras de la misma moneda, pero según quien la lance al aire, será
una alternativa viable o descabellada.

BLANCOS Y MESTIZOS

La riqueza de recursos y oportunidades del Chocó Biogeográfico ha sido, desde hace


mucho tiempo, un gran atractivo; en el siglo XVIII los escoceses intentaron establecer una
colonia llamada Nueva Caledonia e Inglaterra creó consulados al margen de la Corona
española en las zonas mineras. Familias de procedencia árabe se establecieron a finales
del siglo XIX en Quibdó y Andagoya; los yacimientos de platino y oro atrajeron oleadas de
británicos y norteamericanos y las playas al norte de Tumaco y la zona deltaica de los
ríos Sanquianga, Patía y Guapi vieron llegar alemanes, franceses e italianos. Los
descendientes de estos colonos, hoy ya mulatos, habitan aldeas pesqueras y agrícolas
tales como El Charco, La Vigía, Amarales y San Juan de la Costa.

Debido en gran parte a problemas relacionados con la tenencia de tierra en cada una de
sus regiones, a desplazamientos forzados por situaciones de violencia y a la generación
de empleo en las grandes empresas agrícolas establecidas en la zona de Urabá, desde
mediados del siglo XX han arribado en oleadas, a las zonas selváticas relativamente
deshabitadas del Chocó Biogeográfico o a los territorios (reservas) de grupos étnicos,
colonos campesinos provenientes de la región andina. Simultáneamente y en especial a
partir de 1970, la parte norte y media de la región ha visto llegar comerciantes y
pequeños empresarios, en su mayoría provenientes de Antioquia y Valle, que han
establecido sus negocios —tiendas de mercancía, ferreterías, hoteles— en poblados y
ciudades como Buenaventura, Dagua, Istmina, Bahía Solano, Nuquí, Tumaco, Guapi,
Apartadó, Turbo, Capurganá y Necoclí. En particular Buenaventura por su condición de
puerto pesquero y mercante, que moviliza más del 40% de la carga de importaciones
nacionales y está comunicada por carretera con el interior del país, ha experimentado un
crecimiento poblacional vertiginoso y desordenado, a partir de mediados del siglo XX; una
buena parte de estos inmigrantes son mestizos y blancos de otras regiones de
Colombia. Aunque la población negra predomina, alrededor del 20% de los casi 330.000
habitantes que tiene actualmente Buenaventura son mestizos y blancos.

La colonización proveniente de otras regiones es por lo general portadora de una


racionalidad económica y productiva distinta a la de las estrategias culturales que se
desarrollaron tradicionalmente en la región. La potrerización de las zonas selváticas, las
prácticas agrícolas inapropiadas y la concentración de la propiedad, entre otras, no sólo
han generado conflictos de tenencia y también culturales con los grupos étnicos
tradicionales, sino que han favorecido la destrucción de los bosques, la degradación de
los suelos y la pérdida de biodiversidad.

El Chocó Biogeográfico colombiano conserva todavía en lo fundamental el patrón de


poblamiento disperso, configurado por los asentamientos de la época colonial, el cual
obedecía a las formas y sistemas de uso de los recursos y a las disponibilidades de
comunicación ligadas al litoral y a la red fluvial. No obstante, la región ha venido
experimentando en los últimos tiempos un notorio proceso de incremento y redistribución
espacial de su población. A mediados del siglo XX, la población urbana constaba de
menos de 100.000 individuos, 35.000 de los cuales habitaban en Buenaventura, menos
de 13.000 en Tumaco y 10.000 en Quibdó. El resto de la población se distribuía
principalmente en aldeas y caseríos de 100 a 1.000 habitantes.

LOS GRANDES TIPOS DE PAISAJE

Con base en la morfología o los rasgos topográficos predominantes, en el Chocó


Biogeográfico pueden reconocerse fácilmente cuatro tipos o unidades generales de
paisaje. El primero es la planicie marina o costera, donde se destacan los frentes de los
deltas fluviales, con las barras y los cordones litorales, las playas y los caños bordeados
por manglares; este paisaje es característico de las partes sur y central de la costa del
Pacífico y de la mitad sur del golfo de Urabá, en el Caribe. El segundo corresponde a las
planicies aluviales formadas por los cauces de los ríos, que dan origen a madreviejas,
diques naturales, terrazas y abanicos de piedemonte, así como a los valles de cauce y
afluentes menores; la planicie del río Atrato es la más extensa y la que mayor cantidad y
variedad de rasgos exhibe, producto de su permanente búsqueda de un cauce definitivo.

El tercero, conformado por colinas y serranías, puede subdividirse en tres categorías: la


primera corresponde a las colinas y serranías separadas de la cordillera, con altitudes
hasta de 500 metros, que predomina en el norte de la región del Pacífico y la mitad
noroccidental del golfo de Urabá; la Isla Gorgona, pese a su localización en la parte sur,
también hace parte de este tipo de paisaje. La segunda son las colinas del piedemonte o
colinas bajas de la cordillera, con altitudes inferiores a 500 m, que exhibe un terreno
ondulado dispuesto a todo lo largo de la región, flanqueando la cordillera. El complejo
colinar sub–andino, entre 500 y 2.000 msnm, con su relieve irregular y quebrado, de
fuertes pendientes, es la tercera categoría. Finalmente, la franja altitudinal por encima de
2.000 msnm en el flanco occidental y la cresta de la cordillera andina, con rasgos
característicos de la alta montaña, como los páramos, constituyen un cuarto tipo de
paisaje.

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