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Los accionistas de la DEC —siglas con las que se conoce a Digital Equipment Corporation
en el mercado internacional de las computadoras— han recibido buenas noticias. La
empresa volvió a operar con utilidades y su facturación anual rebasó 15 mil millones de
dólares. El valor de mercado de la empresa de Boston, cuyo nombre está asociado a la
invención de las minicomputadoras, rebasó los 8 mil millones. Tiempo de fiesta. DEC
representa un caso de resurrección de una empresa que estaba en caída libre, con mil
millones acumulados en perjuicios en una secuencia funesta de siete años seguidos en rojo,
cuando los gastos crecían más rápidamente que los ingresos. Todos la daban por muerta. El
nuevo presidente. Robert Palmer, empezó dándole una vuelta a todo. Aplicó todo el
recetario de costumbre para salvar al difunto: dimitió a cerca de 60,000 personas (la mitad
de la fuerza de trabajo de la empresa) redujo la estructura organizacional eliminando
niveles jerárquicos (dowsizing), cortó a fondo los gastos, devastó varias ramas de la
empresa hasta reducirla a su núcleo esencial (core business) y promovió tres
reestructuraciones subsecuentes, cada una de ellas en dirección opuesta a la
reestructuración anterior. Como la supervivencia dé la empresa estaba en juego, Palmer no
podía esperar hasta saber exactamente qué hacer. Simplemente, tenía que hacer algo. Y
grande.
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