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Paula César
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A Victoria
Contenido
Prólogo
Capítulo 1. El éxito
Capítulo 2. La felicidad
Capítulo 3. “La fórmula”
Capítulo 4. Libertad y creatividad
Capítulo 5. Valores
Capítulo 6. Autoaceptación
Capítulo 7. Desestimar lo externo
Capítulo 8. Elegir
Capítulo 9. Vida con sentido
Capítulo 10. Conclusión y despedida
Agradecimiento
Referencias artículos
Bibliografía
«Cantaré mi canción…y a quien todavía tenga oídos para oír
cosas
El día que anuncié este libro fue como una burla a mí misma.
No dejaba de ver publicidades en Instagram que me ofrecían el
éxito y una forma de vida ideal. Pero mi realidad era muy
diferente de ese modelo. Para entonces, me había mudado a
una habitación en un apartamento en el centro de Madrid. No
por gusto, sino porque en el sitio anterior, la señora que me
alquilaba y con la que tenía que convivir, terminó siendo una
desquiciada. Mi nueva compañera era mucho más amable,
pero la habitación más pequeña que la anterior -que ya era
diminuta- y sin ventana. ¡Sí! ¡En Madrid hay apartamentos
con habitaciones sin ventana! “La cuevita”, la bauticé
cariñosamente.
Estaba trabajando en el restaurante del museo Reina Sofía. Mi
jornada laboral era de nueve horas por día en horario partido –
eso significaba entrar al mediodía, luego a casa cuando
terminaba el horario de almuerzo, sobre las 5 pm, y volver al
restaurante para atender en la cena, a las 8 pm.- Regresaba a
casa alrededor de la una de la madrugada cada día. Caminaba
con la poca fuerza que me quedaba cuesta arriba, encorvada,
con el frío helado en la cara y los pies latiendo por haber
estado todo el día de un lado al otro, como pollo sin cabeza.
Cuando llegaba a casa no tenía energía para nada, más que
pasar el tiempo como zombie mirando redes sociales.
Una de esas noches estaba enganchada en Instagram y no
paraban de aparecer publicaciones patrocinadas que me
ofrecían éxito en diferentes ámbitos de la vida. Los
anuncios comenzaban siempre de la misma manera y seguían
un patrón bien definido. Primero, alguien que supuestamente
había descubierto una fórmula maravillosa, gracias a la cual se
convirtió en un referente exitoso de su sector, me daba gratis
una masterclass. Solo por el placer de compartir conmigo su
éxito, o sea, puro “altruismo”. En segundo término, y luego de
la masterclass, me ofrecían un curso para acceder a todo el
conocimiento sobre ese tema ya que, lógicamente, no puede
abarcarse por completo una sola clase. ¡Qué suerte la mía! A
esta altura de la estrategia de márketing, yo estaba siendo una
persona muy afortunada, pues era la fecha y hora exacta de
una promoción única. ¡Y que estaba a punto de terminar!
Siempre se repetía el mismo esquema en todas las
publicaciones y promociones: Personas muy animadas que
reproducen prácticamente las mismas palabras, los mismos
tonos e idéntica intención de transmitir entusiasmo y motivar a
la acción. Pero no cualquier acción, sino la de anotarme en su
“increíble masterclass gratis”.
Si me apuntaba en la clase, obtenían mi e-mail y autorización
para enviarme una gran cantidad de correos amigables. Cada
vez que me contactaban, se dirigían a mí llamándome por mi
nombre, como si nos conociéramos y como si yo,
personalmente, les importara. Transmitían cercanía y
expresaban cuánto querían ayudarme a lograr mi éxito.
Bendito marketing.
La definición
Unos años más tarde, y si aún todo sigue bien con las
variables, notaremos diferencia entre los arbolitos que
permanecieron vivos. Lo que era una pequeña planta en el
parque, se ha convertido en un árbol joven que crece con
ímpetu. Sus hojas verdes se proyectan hacia el cielo y hacia lo
ancho, y le proporciona un grato refugio de sombra a los
acalorados de la casa.
Aquí sí que la autora eligió una frase coherente con lo que ella
misma intenta transmitirnos: El miedo a no ser recordados, a
fracasar y a no ser exitosos.
¿Cuánto valor tiene ser recordado? ¿Recordado por quién?
¿Qué pasa con las personas que no son conocidas
públicamente y no serán recordadas? ¿Sus éxitos personales
valen? ¿O el éxito se relaciona únicamente con la mirada de
los demás?
Si vengo haciendo bien mi tarea, sentirás algo de disgusto por
la autora del artículo que estamos revisando. Eso sería bueno,
pero mejor aún, sería incluso observar un poco más allá. Como
en el ejemplo de los arbolitos y de Rosalía, aquí también hay
un entorno. Una tierra y condicionantes, en este caso, para el
trabajo editorial. Tal vez, si investigásemos las condiciones
laborales de los trabajadores del ámbito periodístico,
descubriríamos que muchos no tienen sueldo, y que se les paga
por artículo -y muy poco-. La necesidad puede ir en
detrimento de la calidad, la reflexión, la honestidad intelectual,
incluso la libertad de expresión.
Si vamos aún más allá, descubriremos que esas condiciones
laborales, también surgen de una matriz: el sistema económico
dentro del cual estamos inmersos. Es el aire que respiramos, la
comida que comemos. No es lo mismo un sistema en el que el
valor más importante sea el dinero, que un sistema en el que el
valor más importante sea la honestidad.
Los filósofos materialistas proponen que primero deben
cambiar las condiciones materiales para que exista una
transformación. En cambio, en la filosofía idealista -de las
ideas- para las posibles transformaciones se requiere un
cambio de comprensión sobre las cosas. Creo que si pensamos
que algo debe cambiar primero -condiciones materiales o
ideas-, perdemos perspectiva. Todo actúa en simultáneo,
retroalimentándose y transformándose al mismo tiempo.
Gracias a las ideas se crean las condiciones materiales. Estas
son, al mismo tiempo, nutrientes de los que se nutren las ideas,
y que luego manifestarán nuevas formas y condiciones
materiales.
Ante la duda de qué es lo que debe cambiar primero -ideas o
condiciones materiales-, mejor es transformar lo que cada uno
pueda. Sea la consciencia, los valores, las leyes, las
condiciones materiales, la forma de mirar al prójimo, la
manera de alimentarse… Cada quien, a lo suyo.
De vuelta al ejercicio de analizar este ejemplar de
información, la premisa número cinco nos dice:
¿Pero, qué tiene que ver esta clase berreta –cutre- de biología
en este punto? Tal vez podamos imaginarnos a nosotros
mismos como células funcionando en un órgano, dentro de un
organismo mayor a nosotros mismos.
Si somos policías, militares, médicos o enfermeros, tal vez
seríamos los glóbulos blancos, las defensas. Si somos el
director de una empresa constructora, podríamos vernos como
un cerebro, dentro de un cuerpo, que al mismo tiempo se
mueve por el mundo y construye casas. ¿Qué células serían los
recolectores de residuos de las ciudades? No sé lo suficiente
sobre biología humana, pero me arriesgo a aseverar que son
importantísimas, y tan respetables como las neuronas.
¿Qué órgano eres tú? ¿Cuál es tu sistema y tu organismo
mayor? ¿Quiénes son las células y los órganos con quienes
interactúas en tu familia, trabajo o sociedad? ¿Realmente crees
que tus acciones individuales no tienen un efecto al otro lado
del océano de células? Si un cáncer está matando y
degenerando tejido biológico al otro extremo de tu organismo
¿En verdad crees que no te afectará porque está lejos?
Superhumanos
Normalización e invisibilización
Antes de venir a vivir a España aproveché la medicina privada
que tenía en Argentina para hacerme todos los chequeos que
pude. Pensaba que, probablemente, estaría un tiempo hasta
poder contar con acceso a la salud nuevamente. Durante mi
espera en la sala del oftalmólogo, me entretuve hojeando unas
revistas que estaban allí. Eran de las más populares de aquel
país.
Hacía ya un tiempo, y en gran medida gracias a una página
que había conocido llamada Mujeres que no fueron tapa, me
había percatado de que todas las revistas, afiches,
publicidades, las muñecas con las que jugué de niña y, hoy día
las influencers que veía, sólo mostraban a un tipo de mujer:
Delgada, alta, hipersexualizada, blanca y joven, básicamente.
Cuerpos salidos de un solo molde, editados por bisturí o
photoshop siempre. Cortados, estirados, borrados, sometidos a
horas de tratamientos y gimnasia para encajar. ¿Encajar en
qué? En el único modelo de belleza que se mostraba como
digno de ser mostrable.
Cuando encontré esas revistas en la sala del médico, me
propuse un ejercicio para pasar el tiempo: contar cuántas de
las mujeres que aparecían en ellas, me representaba de alguna
manera. ¿En cuántas veía representadas a la mayoría de mis
amigas, conocidas o madres que conozco? Incluso ¿en cuántas
veía simbolizadas a la mayoría de jóvenes o señoras que veía
caminando por la calle? No había. Ni en cuanto a lo físico, ni
en cuanto a estilos de vida. Las mujeres reales eran invisibles
para las revistas, las publicidades y los programas de
televisión. A esto se le llama invisibilización, y tiene
consecuencias.
Las notas hablaban, con una naturalidad que ahora me resulta
apabullante, de cómo hacer dietas, de cómo estar más linda
“para él”, de cómo recuperar la figura luego de un parto. De
cómo fulanita se sentía sexy, aun estando embarazada, o de
cómo menganita era sexy, aún con cincuenta años. Siempre
había sido así, pero ahora lo veía.
Estuve más de treinta años dando por sentado que eso era
natural. Qué sentirme mal con mi cuerpo, como todas las
mujeres que conocía, era normal.
Y es que, por alguna razón, a la mayoría nunca se nos ocurrió
preguntarnos ¿por qué si en la calle somos todas tan diferentes,
en los medios de comunicación son todas tan parecidas? ¿Por
qué si nuestros cuerpos tienen formas y proporciones tan
distintas, en lo que se muestra, tienen formas y proporciones
tan similares? ¿Por qué a las mujeres se las publica tanto con
poca ropa y en poses sexuales? ¿Por qué se habla todo el
tiempo de nuestros cuerpos? ¿Por qué hay tanta información
sobre dietas, erradicación de celulitis, desaparición de grasa,
tonificación de glúteos, relleno de labios, desaparición de
arrugas? Como si quisiéramos desaparecer todo rastro de
humanidad de nuestros cuerpos.
No nos lo preguntábamos, por lo mismo que no nos
cuestionamos al hacer la mayoría de cosas horribles: está
naturalizado, está normalizado.
Si eres varón te pasará lo mismo pero con otras cuestiones.
Sabrás comprender que el ejemplo que ofrezco sea sobre mi
experiencia como mujer. Pero también sabrás extrapolarlo al
mundo masculino, o a la vida en general. Encontrarás de
seguro, muchas cosas que siempre te han hecho sentir
incómodo pero no sabías porqué. Y tal vez, ni siquiera tenías
las primeras preguntas con las que empezar a darte cuenta.
Julián está en la escuela, tiene diez años y sufre un terrible
acoso por parte de sus compañeros. Cada día que debe ir a la
escuela siente angustia. No entiende por qué, si cuando
comenzó el año escolar tenía muchas ganas de verse con sus
compañeros. Sin embargo ahora, a mitad del ciclo, desea con
todas sus fuerzas que terminen las clases cuanto antes. Le
gastan bromas pesadas haciendo referencia a sus gafas, a su
forma de hablar y a su nariz. Le dicen cosas muy crueles,
algunas no tanto, pero con un tono de profundo desprecio que
lo hacen sentir horrible. A veces hasta se marea. Intenta
aguantar las ganas de llorar porque quiere mostrarse fuerte, no
quiere sumar un motivo para que los acosadores lo
menosprecien. Tiene algunos amigos, pero los que le hacen
bullying son para él tan potentes que no puede disfrutar ningún
momento del día en la escuela.
Ten por seguro que Julián no tiene representantes de éxito con
sus cualidades. No hay publicidades en las que aparezcan
niños con sus características físicas o su forma de vestir.
Los niños que sufren acoso escolar son, precisamente, los que
no se encuentran representados en los estándares de
normalidad social. Y sus compañeros, aunque los ven en la
vida real, no los reconocen como pares.
Immanuel Kant.
cotidianas».
Respecto a situaciones que cambian drásticamente nuestras
condiciones de vida, aproximadamente al año de vivenciarlas,
volvemos al mismo nivel de felicidad que teníamos antes de
que ocurriesen -tanto con situaciones favorables como
desfavorables-. Es decir que, si una persona gana la lotería al
tiempo que otra pierde las piernas, al cabo de un año
aproximado, habrán recuperado el mismo nivel de bienestar
subjetivo que tenían antes del hecho extraordinario.
¿Qué es la felicidad?
Psicología positiva
1. IMAGINA:
Es conveniente realizar primero unas respiraciones
profundas. Permítete relajarte y entrar en contacto
contigo, tus deseos y anhelos..
Imagina un mundo ideal, con una sociedad ideal.
Aprovecha para disfrutar este momento pues, por ahora,
ese mundo está solo en tu mente. Para ayudarte puedes ir
tomando nota de las cosas que imagines que ocurrirían.
No te imagines a ti dentro de ese mundo, para no
involucrar intereses personales que distorsionen.
Visualiza… Si tuvieras el poder de transformar todo
mágicamente, un instante antes de abandonar esta tierra
¿cómo la dejarías? ¿Cómo desearías que fuese el mundo
para las personas que quedan?
a. Toma nota y registra lo siguiente:
-Relaciones familiares
-Relaciones laborales
-Relaciones comerciales
-Las empresas
-La Política y los gobiernos
2. DESCUBRE
Accionar cambios
Todo aquello que no sea congruente con los valores deberá ser
modificarlo.
Excusas
Mira, estuve en ese lugar. Conozco de qué manera la mente
comienza a buscar una buena razón. Siempre hay a mano una
batería de fundamentaciones “lógicas” y argumentos para no
accionar. No es necesario dejar de tener una mirada crítica,
solo se necesita dedicar algo más de enfoque en cuestiones que
permitan desarrollar otras dimensiones del bienestar. Y eso sí
que está al alcance de nuestra mano.
Si te propones ser feliz, te sugiero que te enfundes en una
armadura de convicción. Hay mucha dificultad allá afuera,
pero tanto igual existe dentro de nosotros. Si las batallas
materiales son difíciles ¿cuánto más lo será la batalla invisible
contra nuestra propia cobardía? Por ello, toma por espada tus
valores y por escudo la confianza.
La guerra más terrible es interna, pero también, la más
reconfortante cuando se gana. No creas que es poco cuanto
hagas por este camino. Si un número suficiente de personas se
dispusiese a ello, el mundo podría cambiar radicalmente.
Las cosas más bellas que conoces, las que más te emocionan,
aquello que más amas en la vida. Nada de eso se hizo sin
esfuerzo.
La búsqueda de la felicidad individual y universal es algo muy
bello. ¿Por qué no intentarlo? Tengo la firme convicción de
que vamos por buen camino.
Toma coraje, descubre tus valores y perfecciona tus actos. Es
un gran gesto para contigo y un gran paso en la construcción
de un mundo mejor.
Capítulo 6. Autoaceptación
Proposiciones:
Las circunstancias
En el momento presente, cualquier cosa que esté ocurriendo
no puede cambiarse. Podría modificarse en el minuto
siguiente, si se desea, y si las condiciones acompañan. Pero en
el momento en que se percibe, es lo que es y no hay ningún
pensamiento, lamentación o fantasía que pueda modificarlo.
Toda la evidencia disponible confirma esto. Lo único que
podemos transformar es nuestra percepción u opinión acerca
de aquello, y por ende, la emoción que esto nos produce como
consecuencia. A eso apunta la proposición «estás siendo lo
mejor que puedes ser hoy, con los recursos que tienes».
Una de las mejores cosas que podemos hacer por nuestra
felicidad es meditar y comprender bien esto para darle la
dimensión que merece. Es una realidad evidente, lógica y sin
mayores complejidades- aunque es habitual que la mente
presente resistencia-. «Ahora mismo esto es así». Negarlo solo
produce sufrimiento y frustración, pero no lo cambiará.
En la misma dirección hacia donde apunta la evidencia y toda
reflexión profunda del tema –desde hace más de dos mil
quinientos años- Rogers, también asegura que «los hechos no
son hostiles». Los fenómenos suceden. Es la interpretación y
sentido que cada individuo construya, lo que le otorga la
cualidad de hostil o benevolente.
Al momento de escribir este libro hay una pandemia y normas
que nos ordenan aislarnos. Punto. Podemos pensar en cómo
mejorar mañana. Sin embargo, ahora las cosas son así. No es
ni bueno ni malo, a los fines de una correcta percepción.
Simplemente es -existe en nuestra realidad-. Negarle la
condición de existente o válido redundaría en negarnos la
posibilidad de estar en paz.
Lo mismo sucede con la autoaceptación. «Ahora mismo, yo
estoy angustiada y no puedo escribir tanto como desearía».
Eso me está sucediendo irrefutablemente. No aceptarlo es tan
necio como no aceptar que amanece, que anochece o que
llueve. Absurdo, improductivo y falaz. La vida ocurre.
Podemos reflexionar sobre sus implicancias, desear realizar
modificaciones, incluso transformar algo. Pero negar lo que
sucede ¿¡solo porque nos gustaría que fuese diferente!? Es
pura autoflagelación.
Las cosas son, no hay forma de refutar ese hecho. Las fuerzas
de la vida y la muerte, de la creación y la destrucción, han
interactuado de forma precisa a lo largo de muchos canales e
infinito tiempo, para que la realidad se manifieste tal como lo
hace -y no de otra manera-. ¿Cómo podríamos, como simples
mortales, cambiar eso en el momento presente? ¿Cómo
podríamos hacer que las millones de causas biológicas,
sociales, políticas, ambientales, cósmicas, familiares,
mundiales, económicas y hasta kármicas- si éstas existiesen-
se modificasen hacia atrás para dar lugar a un presente
distinto?
¿Verdad que es extenuante solo pensar en el imposible de que
deberíamos cambiar todo aquello? ¿Modificar millones de
factores y relaciones de fuerzas, leyes cósmicas y voluntades
ajenas? ¿Podemos ser tan soberbios y necios los humanos?
¿Podemos exigirnos algo tan imposible, esperanzados de
lograrlo, sólo por el placer masoquista de sentirnos frustrados?
Recursos económicos
Siguiendo con el ejemplo del ballet, esa niña –yo- estaba
siendo lo mejor que podía también en cuanto a otro tipo de
recursos, los económicos. Recuerdo que había una compañera,
Cecilia, que tenía más o menos los recursos físicos “ideales”.
Contaba con todas las condiciones a excepción de una, el
empeine. Sus pies no se doblaban lo suficiente y eso, para una
bailarina clásica, es un gran castigo. Sus amigas y compañeras
la criticaban porque la línea no era la que debía ser. Iba todo
bien en las posiciones de sus piernas, brazos y torso, pero al
llegar la vista al pie, se truncaba. Dentro de aquellos
parámetros, en esa dimensión paralela que es el ballet clásico,
su empeine era una bofetada en la cara de la Diosa Belleza.
No obstante, Cecilia había nacido en una familia adinerada y
su madre estaba obsesionada con su éxito como bailarina. De
modo que la enviaron a una especie de “masajista de
empeines”, una profesional especializada en que ese músculo
en particular se elongase más. De esta forma, los recursos que
la madre naturaleza no le había dado, “la especialista de pies”,
por una buena suma de dinero, se lo proporcionaba. Me enteré
de esto por el cotilleo de las amigas en común.
-«¿Has visto a Cecilia? Está yendo a la masajista de
empeines»-.
-«¿Y funciona?» -preguntaba yo, fantaseando con que algún
día también podría acceder a un bello empeine de bailarina.-
Según me dijeron funcionaba pero nunca pude comprobarlo,
mi padre carecía de los recursos económicos para contratar sus
servicios.
Tu experiencia es tu máxima
autoridad
¿Por qué creo que esto es importante para una vida feliz?
Durante los años en que profundicé sobre la “terapia centrada
en la persona”, al igual que cuando atiendo, he podido
observar el profundo impacto que esto tiene en las personas.
Pero a decir verdad, esto no sólo ocurre en la consulta.
Cuando esta forma respetuosa de estar presente con otro se
vuelve una práctica cotidiana y genuina, ocurren cosas
sorprendentes. Sin darme cuenta, muchas veces me encuentro
permaneciendo presente para mis seres queridos con ese
respeto hacia la totalidad de la experiencia de su organismo.
Me ocupo de entender cómo la persona percibe los sucesos de
su vida, qué sentimientos experimenta y, muy atentamente,
qué significado le da a lo que vive. Pareciera que siempre, en
alguna medida, esto facilita cierto crecimiento para el otro –
también para mí-.
Toda mi vida, antes de dar con Rogers, había intentado
auxiliar a mis amigos dándoles consejos que yo consideraba
sensatos. Todos sabemos lo frustrante que puede ser decirle a
alguien lo que debería hacer. Pareciera que una armadura
invisible se levantase y nada de nuestra “genialidad visionaria”
lograra penetrar aquel caparazón que defiende su derecho a
experimentar. Como si algo de su organismo dijese «tengo
derecho a estar experimentando esto» y lo protegiera contra la
intrusión. Pero, además de ser frustrante para quien opina e
intenta dirigir la vida del otro, también resulta infructuoso para
quien supuestamente necesita la ayuda.
Hoy experimento un placer casi indescriptible cuando logro
escuchar, permitiendo que la persona frente a mí se conecte
con lo que intenta resolver. Conforme no encuentra oposición
ni intrusión de mi parte, pareciera que siente libertad para
explorar. Testea, saborea, articula los discursos que se ha
repetido a sí misma. Puede incluso, practicar en voz alta
autoengaños. Todo, en tanto que yo no condiciono ni atasco su
vivencia con mis “brillantes ideas, mi sagacidad e
interpretaciones de la vida”.
A veces se me escapan algunas “genialidades” completamente
inútiles. Pero cuando estoy en mi mejor versión, suelo
preguntarme ¿cómo podría dar un consejo hasta no estar
relativamente segura de que comprendí lo que me está
queriendo decir? Me cuenta algo. ¿Qué siente respecto a eso?
¿Qué piensa? ¿Qué significa cuando dice esa frase? ¿Quiere
decir lo mismo para él que para mí esa palabra?
Cuando alguien me cuenta algo que le resulta significativo,
muchas veces me encuentro profundamente concentrada en
comprender de forma cabal lo que intenta expresar. Otras
muchas no, y me observo dispersa o con ganas sólo de
expresar mi visión. Por suerte, suelo recordar con rapidez lo
poco que sirve un consejo cuando no ha sido solicitado.
Siempre que me encuentro en esa forma “rogeriana” –
fenomenológica y existencial- de estar con otros, me sorprende
observar cómo, más tarde o más temprano, su propia fuerza
constructiva emerge en su favor.
Me atrevería a decir que la verdad aflora. Sólo por contar con
ese espacio de libertad experiencial, pareciera que fluyen de la
persona mejores respuestas que cualquier idea que yo hubiese
podido argumentar. Aparece la información exacta que, en ese
momento, ese organismo en particular requiere. Incluso
pareciera que la tendencia actualizante continúa moviéndose
en dirección al desarrollo de la persona, aún pasado el
encuentro o la conversación. Observo con frecuencia como,
cuando logro mantenerme en esa línea de respeto y no
intrusión a la experiencia ajena, en siguientes conversaciones o
encuentros, la persona manifiesta conclusiones personales
claramente en dirección al crecimiento y aceptación de su
propio proceso de desarrollo. Me resulta verdaderamente
fascinante.
-Sí
-¿Y qué te dice?
-Me dice: “Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la
vida eterna”».
Un amigo psiquiatra suele decir que el cerebro es “una
máquina de construir sentido”. Yo me pregunto si “construir”
es la palabra adecuada. Más bien tiendo a pensar que somos
capaces de “intuir” que hay un sentido trascendente y que, por
ser inabarcablemente más grande que nosotros, no disponemos
de los instrumentos de percepción adecuados en nuestra
limitación humana. No obstante, si podemos encontrar la
conexión con aquello, ni las experiencias más terribles pueden
arrebatárnoslo.
Fin de la fórmula
- autoconocimiento,
Fin
Salamandra.
25. Bauman, Z. (2013). El arte de la vida. Grupo
Planeta Spain.
Planeta (GBS).
27. Chomsky, N., & Ramonet, I. (1995). Cómo
dioses. DEBATE.
29. Hume, D. (1999). Resumen del tratado de la
Editorial Kairós.
felicidad. Urano.
Kairós.
46. Marietan, H. Curso sobre psicopatía. (2017).
Ananké.