Las funciones del currículo son, por una parte, informar a los docentes sobre qué se
quiere conseguir y proporcionarles pautas de acción y orientaciones sobre cómo
conseguirlo y, por otra, constituir un referente para la rendición de cuentas del sistema
educativo y para las evaluaciones de la calidad del sistema, entendidas como su
capacidad para alcanzar efectivamente las intenciones educativas fijadas.
Además, la Ley Orgánica de Educación Intercultural, en el artículo 22, literal c), establece
como competencia de la Autoridad Educativa Nacional: “Formular e implementar las
políticas educativas, el currículo nacional obligatorio en todos los niveles y modalidades
y los estándares de calidad de la provisión educativa, de conformidad con los principios
y fines de la presente Ley en armonía con los objetivos del Régimen de Desarrollo y Plan
Nacional de Desarrollo, las definiciones constitucionales del Sistema de Inclusión y
Equidad y en coordinación con las otras instancias definidas en esta Ley”.
Por último, el artículo 10 del mismo Reglamento, estipula que “Los currículos nacionales
pueden complementarse de acuerdo con las especificidades culturales y peculiaridades
propias de las diversas instituciones educativas que son parte del Sistema Nacional de
Educación, en función de las particularidades del territorio en el que operan”.
La primera reforma del currículo de la Educación General Básica a la que nos referimos,
tuvo lugar en el año 1996. Esta propuesta proporcionaba lineamientos curriculares para
el tratamiento de las prioridades transversales del currículo, las destrezas
fundamentales y los contenidos mínimos obligatorios para cada año, así como las
recomendaciones metodológicas generales para cada área de estudio. Sin embargo,
esta no presentaba una clara articulación entre los contenidos mínimos obligatorios y
las destrezas que debían desarrollarse. Además, carecía de criterios e indicadores de
evaluación.