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FAR- 352 Dra.

Mercedes Luciano
CONSUMO ENERGÉTICO Y MALNUTRICIÓN

Consumo energético: definición y componentes


Las funciones vitales del organismo requieren un determinado gasto
energético, que debe ser compensado por los alimentos y bebidas de la dieta.
Así, las necesidades energéticas se definen como la cantidad de energía
necesaria para mantener la salud, el crecimiento y un nivel apropiado de
actividad física.

En situaciones de equilibrio, el ajuste entre la energía ingerida con los


alimentos y el consumo energético diario se alcanza a través de diferentes
mecanismos neuroendocrinos hipotálamo-hipofisarios que regulan con gran
precisión el apetito, evitando grandes fluctuaciones en el peso a lo largo del
tiempo y, por tanto, la desnutrición calórica y la obesidad.

La energía metabolizable o valor fisiológico de combustión de los alimentos,


puede disiparse en forma de calor (aproximadamente 50%), emplearse en el
aprovechamiento y asimilación de los nutrientes (6-10%) y utilizarse en
actividades físicas o funciones fisiológicas o acumularse en forma grasa (25-
45%).

La energía neta obtenida a partir de los alimentos tras las pérdidas a través de
las heces la orina o en forma de calor puede destinarse, fundamentalmente a
cubrir el metabolismo basal, la actividad física y a la acción termogénica de los
alimentos.

En ciertas circunstancias una parte del aporte energético de la dieta también se


puede destinar al crecimiento de estructuras corporales, la producción de leche
(lactancia) o el desarrollo del feto durante el embarazo. Sin embargo, la
actividad mental aparentemente no influye sobre el gasto energético. El gasto
energético global depende entre otros factores de la edad, el sexo y la
actividad desarrollada.

Metabolismo basal
El metabolismo basal (MB) o energía basal es aquella fracción del gasto
energético destinada al mantenimiento de las funciones vitales y que se emplea
fundamentalmente en procesos de transporte activo, que participan en diversas
funciones como la actividad cardiorespiratoria, la excreción, el mantenimiento
de la temperatura corporal, la ampliación y transmisión de señales, el
mantenimiento del tono muscular, etc., así como en procesos de biosíntesis de
biomoléculas. La determinación del metabolismo basal por calorimetría, se
debe realizar en la persona despierta y en reposo, tras un período de ayuno de
8-12 horas y en condiciones ambientales adecuadas, expresándose en Kcal/24
horas.

El metabolismo basal en reposo (MBR) considera el gasto energético en


condiciones de alimentación normal y sin un ayuno previo de varias horas,
siendo ligeramente superior al metabolismo basal. El cálculo del metabolismo
basal, cuando no se dispone de equipo apropiado (respirómetro) para su
evaluación directa, puede hacerse a través de diferentes ecuaciones:
a) Ecuación de Harris - Benedict
MB (Kcal/d, varón) = 66,47 + (13,75 * Kg) + (5,0 * cm) - (6,74 * años)
MB (Kcal/d, mujer) = 655,1 + (9,56 * Kg) + (1,85 * cm) - (4,68 * años)
b) Ecuación de estimación rápida
Varón: MB = 1 Kcal/Kg/h
Mujer: MB = 0,9 Kcal/Kg/h

Además existen nomogramas que permiten evaluar el metabolismo basal en


función de la superficie corporal. Entre los factores que aumentan el
metabolismo basal están el peso y la altura, la superficie corporal, el tono
muscular, la fiebre (13% por cada °C superior a 37° C) y el embarazo (13% por
cada Kg extra de peso), mientras que disminuye con la edad (aprox. 2% por
cada década a partir de los 20 años).

Por otra parte, otros factores que también influyen en el metabolismo basal
son el sexo (varón > mujer), la composición corporal (el tejido muscular es más
activo metabólicamente que el tejido adiposo) y el balance neuro-endocrino (las
hormonas tiroideas y la adrenalina aumentan el metabolismo basal).

Actividad física
El segundo componente del consumo energético global es la actividad física.
Así, ésta se suele clasificar en diferentes categorías en función de la actividad
cardíaca o respiratoria a través del consumo de oxígeno, aunque en su
estimación siempre existe un cierto componente subjetivo.
De acuerdo con estos criterios, el gasto energético para diferentes niveles de
actividad se ha estimado en menos de 2,5 Kcal/min para actividad sedentaria,
entre 2,5 y 5 Kcal/min para actividad ligera, entre 5 y 7,5 Kcal/min,para
actividad moderada, entre 7, 5 y 10 Kcal/min., para actividad pesada y superior
a 10 Kcal/min. para actividad muy pesada, respectivamente. La energía
destinada a la actividad física depende también de la edad, el peso corporal y
el sexo.
También existen tablas en las que se asignan valores en Kcal/Kg/hora para
diferentes actividades o a través de Equivalentes Metabólicos (MET) que son
múltiplos del MB, dependientes de la actividad desarrollada. La evaluación
personalizada del consumo energético atribuible a una cierta actividad, puede
determinarse directamente con espirómetros portátiles o de campo, que
valoran el consumo de oxígeno en diferentes situaciones. Evidentemente, la
proporción de energía destinada a la actividad física es muy variable de unas
personas a otras.

Acción termogénica de los alimentos


El tercer componente del gasto energético es la acción termogénica de los
alimentos, o termogénesis inducida por la dieta (TID), que es la proporción del
consumo energético empleada en la digestión, absorción, distribución,
excreción y almacenamiento de los nutrientes y también destinada a un
incremento de la actividad metabólica, al recambio tisular en los diferentes
tejidos y a un aumento de la producción de calor por la denominada grasa
parda, dependiente de la nutrición. En una dieta mixta, la termogénesis
inducida por los alimentos no es superior al 10% del gasto energético total,
siendo las proteínas las que conllevan la mayor parte de consumo por
termogénesis inducida, frente a valores intermedios de los glúcidos y menores
de los lípidos.

Consumo total de energía


El cálculo de las necesidades totales de energía se obtiene a partir del
consumo destinado al metabolismo basal, la actividad física y la acción
termogénica de los alimentos. Existen diferentes tablas de recomendaciones
energéticas establecidas por diferentes organismos e instituciones para
personas-tipo, en función de la actividad desarrollada, la edad, el sexo, la
situación fisiopatológica (embarazo o lactancia), etc., o a través de
nomogramas.

Balance energético: criterios metabólicos


El balance entre la energía ingerida (EI) y la energía consumida (EC) es el
factor determinante del peso corporal (P) en los adultos y afecta al tamaño de
los depósitos grasos de tejido adiposo:
(+/-) Incremento Peso = EI- EC

En cuanto a la energía, suele considerarse que, una vez fijado el nivel de peso
corporal y actividad física, y definida la tasa adecuada de crecimiento, sólo hay
una dosis de ingestión con la que se puede lograr el balance energético
adecuado, y en consecuencia, esa dosis se convierte en la necesidad de
energía del individuo. Aunque es posible cierto grado de adaptación, es
probable que el margen sea bastante estrecho. Si la dosis ingerida está por
encima o por debajo de las necesidades, en la forma definida, es de esperar
una modificación en las reservas de energía orgánica, a menos que el gasto
energético cambie paralelamente. Si el gasto no cambia, las reservas de
energía, sobre todo en forma de tejido adiposo, aumentarán o disminuirán,
según la ingesta supere las necesidades o no alcance a satisfacerlas,
respectivamente. Este balance está controlado por mecanismos nerviosos a
través de los centros hipotalámicos del hambre y la saciedad, por la eficacia de
la utilización y producción de ATP y por la liberación del calor, así como por el
balance endocrino, ya que algunas hormonas pueden inducir modificaciones
sobre el apetito y la utilización energética.

Las desviaciones en el balance energético, tanto a nivel de la ingesta de


nutrientes como en su gasto, por el organismo, pueden ser de diferente
etiología u origen; sin embargo, en todas ellas se producen variaciones en el
peso (aumento o disminución) y se acompañan de cambios en la composición
corporal.

Por otra parte, la ingestión desproporcionada de nutrientes energéticos en


relación al gasto, induce alteraciones en el peso de una magnitud diferente a la
meramente atribuible al desequilibrio calórico.

Al parecer, el organismo dispone de mecanismos de adaptación,


fundamentalmente ligados a la grasa parda y a la hiperproducción de hormonas
tiroideas y somatotropina, que tienden a regular las perdidas en forma de calor,
lo cual brinda un cierto apoyo científico a algunos tipos de obesidad de origen
metabólico. Las ganancias o pérdidas de peso provocadas por un desequilibrio
(por exceso o defecto respectivamente) en la ingestión de nutrientes
energéticos se acompañan fundamentalmente, pero no exclusivamente, de
variaciones en los depósitos grasos. Así, se acepta que cada kilogramo de
tejido adiposo implicado en el exceso o defecto, equivale en promedio a 7.700
Kcal, aunque dependiendo de la composición del tejido graso ganado o perdido
puede oscilar entre 2.100 Kcal y 8.250 Kcal

Requerimientos nutricionales son las cantidades de energía y de nutrientes


que el organismo necesita para llevar a cabo sus funciones metabólicas y
procesos fisiológicos normalmente. El concepto de requerimientos es
fisiológico-nutricional, característico de cada individuo.

Recomendaciones dietéticas diarias –RDD- son las cantidades de energía y


nutrientes que deben estar presentes en la dieta para que una vez ingeridos,
absorbidos y transportados a los tejidos satisfagan las necesidades
nutricionales de todos los individuos sanos de una población. Las cifras de las
recomendaciones, por lo general son mayores que las cifras de los
requerimientos, pues dependen de las cantidades de nutrientes presentes en
las dietas y el porcentaje que es biodisponible para su absorción y utilización
por el organismo. Adicionalmente, tomando en cuenta la variabilidad individual,
para algunos nutrientes se suma una cantidad adicional como “margen de
seguridad” (ejemplo, proteínas), para garantizar que la cifra cubra los
requerimientos de la mayoría de la población.

La malnutrición:

La malnutrición es la consecuencia de no cumplir con una dieta equilibrada en


calidad y en cantidad.

La malnutrición es un cuadro clínico caracterizado por una alteración en la


composición de nuestro cuerpo, ocasionado por un desequilibrio entre la
ingesta de nutrientes y las necesidades nutricionales básicas.
Se la observa frecuentemente en el curso de la mayoría de las enfermedades
en las cuales existe cierto compromiso del estado general

Es un cuadro clínico caracterizado por una alteración en la composición


de nuestro cuerpo, ocasionado por un desequilibrio entre la ingesta de
nutrientes y las necesidades nutricionales básicas.

Se la observa frecuentemente en el curso de la mayoría de las enfermedades


en las cuales existe cierto compromiso del estado general.

A pesar de los grandes avances tecnológicos para el diagnóstico y tratamiento


de las distintas enfermedades, algo tan importante como la alimentación y el
cuidado nutricional continúa en muchos casos cayendo en el olvido. Por lo que
resultaría muy difícil lograr que las personas enfermas se recuperen si su
cuerpo no cuenta con el ingreso de energía suficiente y los nutrientes
necesarios para llevar a cabo los distintos procesos metabólicos, como por
ejemplo la producción de proteínas.

Causas

Si bien son muchas las causas que pueden llevar a la malnutrición, podemos
agruparlas en tres grandes grupos para su mejor comprensión: Se la observa
frecuentemente en la mayoría de las enfermedades con cierto compromiso del
estado general o bien durante la hospitalización si no lo estaba al momento del
ingreso.

• Insuficiente ingesta de nutrientes: generalmente se produce secundariamente


a una enfermedad, salvo condiciones de extrema pobreza. Entre las causas
encontramos la dificultad para deglutir, mala dentición, poca producción de
saliva por alteración de las glándulas salivales o enfermedades del aparato
digestivo que provocan dolor abdominal y vómitos con disminución de la
ingesta en forma voluntaria. Cuando las personas están hospitalizadas, es
frecuente mantenerlas en ayuno como tratamiento y aportarles únicamente
sueros o alimantarlos con dietas poco apetitosas. También puede presentarse
en aquellos con pérdida del apetito, característico las personas con cáncer.

• Pérdida de nutrientes: en muchos casos puede producirse una mala digestión


o mala absorción de los alimentos o por una mala metabolización de los
mismos. Pueden deberse a una disminución en la producción de enzimas
salivales o pancreáticas o de bilis en el hígado, enfermedades inflamatorias
intestinales y cirrosis hepática. Todos éstos provocan una pérdida de nutrientes
por mala absorción intestinal.

• Aumento de las necesidades metabólicas: muchas enfermedades


desencadenan un aumento en el metabolismo con un mayor consumo de
energía y de las necesidades metabólicas. Como por ejemplo cirrosis,
hemodiálisis, enfermedades pulmonares o insuficiencia cardíaca. Si no son
diagnosticadas precozmente desencadenan o agravan cuadros de
malnutrición.

Consecuencias

Las consecuencias se observan tanto a nivel de la función como de estructura


del organismo. La malnutrición puede producirse por un aumento de las
necesidades metabólicas, insuficiente ingesta de nutrientes o pérdida de los
mismos.

En el aparato digestivo se produce una atrofia de la mucosa que lo reviste, lo


que ocasiona una disminución en la absorción de los alimentos y alteración en
su función protectora con pasaje de microorganismos a la sangre e infecciones
que perpetúan el cuadro. Agravado por una alteración en la función del sistema
inmunológico de defensa.

La energía necesaria par mantener las funciones metabólicas, es aportada


principalmente por los músculos, a coste de la destrucción de las proteínas que
lo constituyen. Todo esto lleva a que la recuperación sea más lenta, aumenten
las complicaciones, se prolongue el tiempo de hospitalización con aumento de
los costos y de diversos problemas relacionados, infecciones por ejemplo.

La desnutrición

La desnutrición, una deficiencia de nutrientes esenciales, resulta de una


ingestión inadecuada debido a una dieta pobre o a un defecto de absorción en
el intestino (malabsorción); a un uso anormalmente alto de nutrientes por parte
del cuerpo; o a una pérdida anormal de nutrientes por diarrea, pérdida de
sangre (hemorragia), insuficiencia renal o bien, sudor excesivo. La
hipernutrición, un exceso de nutrientes esenciales, puede ser el resultado de
una ingestión excesiva, abuso de vitaminas u otros suplementos o de
sedentarismo en exceso.

La desnutrición se desarrolla por etapas. Al principio, los cambios se producen


en los valores de nutrientes en la sangre y en los tejidos, luego suceden
cambios en los valores enzimáticos, seguidamente aparece una disfunción de
órganos y tejidos y, finalmente, se manifiestan los síntomas de enfermedad y
se produce la muerte.

El organismo necesita más nutrientes durante ciertas etapas de la vida,


particularmente en la infancia, en la niñez temprana y en la adolescencia,
durante el embarazo y durante la lactancia. En la vejez, las necesidades
nutricionales son menores, pero la capacidad para absorber los nutrientes está
también reducida. Por tanto, el riesgo de desnutrición es mayor en estas etapas
de la vida, y aún más entre los indigentes.

Desnutrición calórico-proteica
Entre la inanición y la nutrición adecuada hay varios estados de nutrición
inadecuada, como la desnutrición calórico-proteica, que es la primera causa de
muerte infantil en los países en desarrollo. Esta afección es causada por un
consumo inadecuado de calorías, que produce una deficiencia de proteínas y
micronutrientes (nutrientes requeridos en pequeñas cantidades, como
vitaminas y oligoelementos). Un rápido crecimiento, una infección, una herida o
una enfermedad crónica debilitante pueden aumentar la necesidad de
nutrientes, particularmente en los lactantes y niños pequeños que ya estaban
desnutridos.
Síntomas
Hay tres tipos de desnutrición calórico-proteica: seca (la persona está delgada
y deshidratada), húmeda (el individuo se hincha debido a la retención de
líquidos) y un tipo intermedio.

El tipo seco, denominado marasmo, proviene de una inanición casi total. Un


niño que tiene marasmo consume muy poco alimento, a menudo porque la
madre es incapaz de amamantarlo, y está muy delgado por la pérdida de
músculo y de grasa corporal. Casi invariablemente se desarrolla una infección.
Si el niño sufre algún traumatismo o herida o la infección se propaga, el
pronóstico es peor y su vida corre peligro.
El tipo húmedo es denominado kwashiorkor, una palabra africana que
significa “primer niño – segundo niño”. Esta expresión tiene su origen en la
observación del desarrollo de esta afección en el primer niño cuando nace el
segundo y reemplaza al primero en el pecho de la madre. El niño destetado es
alimentado primero con una sopa de avena, de baja calidad nutricional en
comparación con la leche materna, y el niño no se desarrolla bien. La
deficiencia proteica en el kwashiorkor es generalmente más significativa que la
calórica (energía), lo que deriva en retención de líquidos (edema),
enfermedades de la piel y cambio de color del cabello. Dado que los niños
desarrollan el kwashiorkor después de que han sido destetados, son
generalmente mayores que los que presentan marasmo.
El tipo intermedio de desnutrición calórico-proteica se denomina kwashiorkor
marásmico. Los niños con este tipo de afección retienen algunos líquidos y
tienen más grasa corporal que los que presentan marasmo.
El kwashiorkor es menos frecuente que el marasmo y, en la mayoría de los
casos, se presenta como kwashiorkor marásmico. Éste tiende a presentarse en
determinadas partes del mundo (África rural, el Caribe, las islas del Pacífico y
el sudeste asiático), donde los productos del país y los alimentos usados al
destetar a los lactantes, como ñame, mandioca, arroz, patatas dulces y
plátanos verdes, son pobres en proteínas y excesivamente ricos en almidón.
Tanto en el marasmo como en la inanición el organismo deshace sus propios
tejidos para usar sus calorías. Se vacían los depósitos de hidratos de carbono
del hígado; las proteínas de los músculos son utilizadas para sintetizar nuevas
proteínas y la grasa es almacenada para producir calorías. Como resultado,
todo el cuerpo se atrofia.
En el kwashiorkor, el organismo es menos capaz de sintetizar nuevas
proteínas. Consecuentemente, los valores de proteínas en la sangre
disminuyen, causando acumulación de líquidos en los brazos y en las piernas
(edemas). Los valores de colesterol también disminuyen y el hígado se vuelve
graso y aumenta de tamaño (por excesiva acumulación de grasa en sus
células). La carencia de proteínas dificulta el desarrollo del organismo, la
inmunidad, la capacidad de reparar los tejidos lesionados y la producción de
enzimas y hormonas. En el marasmo y en el kwashiorkor la diarrea es
frecuente. El desarrollo psicomotor puede ser marcadamente lento en los niños
gravemente desnutridos y puede aparecer retardo mental. Por lo general, un
niño pequeño que tiene marasmo está más gravemente afectado que un niño
mayor que tiene kwashiorkor.
Tratamiento
Un niño con desnutrición calórico-proteica es generalmente alimentado por vía
intravenosa durante las primeras 24 a 48 horas de hospitalización. Debido a
que estos niños invariablemente tienen graves infecciones, en general se
añade un antibiótico a los líquidos administrados. Tan pronto como pueda
tolerarlo, se le suministra por vía oral un compuesto cuyo constituyente básico
es la leche. La cantidad de calorías se incrementa de forma gradual, de tal
modo que un niño cuyo peso es de 6 a 8 kilogramos cuando ingresa en el
hospital, aumenta alrededor de tres kilogramos en doce semanas.
Pronóstico
Más del 40 por ciento de los niños que sufren desnutrición calórico-proteica
fallece. La muerte durante los primeros días del tratamiento se debe
generalmente a un desequilibrio de electrólitos, una infección, un descenso
anormal de temperatura corporal (hipotermia) o una insuficiencia cardíaca. Los
signos más alarmantes son estupor (semiinconsciencia), ictericia, pequeñas
hemorragias en la piel, baja cantidad de sodio en la sangre y diarrea
persistente. La desaparición de la apatía, de los edemas y de la falta de apetito
son signos favorables. La recuperación es más rápida en el kwashiorkor que en
el marasmo.

Los efectos a largo plazo de la desnutrición en la niñez son aún desconocidos.


Cuando los niños son tratados adecuadamente, el hígado y el sistema
inmunitario se recuperan completamente. Sin embargo, en algunos niños la
absorción de nutrientes en el intestino permanece alterada.
El grado de deterioro mental está en relación con la duración de la desnutrición,
su gravedad y la edad de comienzo. Un leve retardo mental puede persistir
durante la edad escolar y aún más tarde.

La DPE se ve con mayor frecuencia en niños menores de 2 o 3 años debido a


los altos requerimientos nutricionales que demanda el crecimiento, a la
incapacidad de alimentarse por sus propios medios, a la carga de infecciones
prevalenciente por el saneamiento inadecuado y a factores inmunológicos. Por
lo regular, predomina la desnutrición edematosa después de los 18 meses de
edad.
Después de los 4 o 5 años de edad, las niñas(os) tienen formas menos severas
de DPE porque ya pueden alimentarse por si solos y a medida que la edad
progresa, las infecciones y otros factores precipitantes de la desnutrición se
vuelven menos severos y menos frecuentes.
Obesidad

La obesidad es aquella condición caracterizada por un acumulo excesivo de


grasa corporal, como consecuencia de un ingreso calórico superior al gasto
energético del individuo. Consideraremos que un individuo tiene un exceso de
grasa, cuando ésta le comporta un riesgo sobre añadido para la salud. Por ello
es imprescindible la realización de estudios poblacionales amplios que intenten
determinar la morbimortalidad ligada a las reservas grasas del individuo.
Debido a que la grasa corporal es difícil de cuantificar con precisión, se ha
intentado identificar algún marcador asequible en la práctica clínica que refleje
indirectamente el grado de adiposidad del individuo. El IMC o índice de masa
corporal (peso/talla2) es el parámetro actualmente más utilizado para catalogar
a los pacientes de obesos o no. Ello se debe a que existen diferentes estudios
que asocian valores de IMC superiores a 27-28 kg/m2 con un riesgo relativo de
mortalidad superior al de la población general.

La obesidad puede considerarse como un síndrome de etiología multifactorial,


en la que se han implicado múltiples factores ambientales y genéticos. En los
últimos años se han delimitado diferentes formas fenotípicas de obesidad
según la distribución del acumulo de grasa en el cuerpo, la edad de aparición y
las complicaciones metabólicas asociadas. Por ello, es probable que con el
tiempo logremos identificar diferentes tipos de obesidades que diferirán en
cuanto al origen, la expresión y el tratamiento.

La obesidad es un trastorno crónico, que puede en ocasiones limitar


considerablemente la vida de quien la padece. Hasta el momento las terapias
antiobesidad, tal vez con la excepción del abordaje quirúrgico, se han mostrado
ineficaces a largo plazo lo cual ha abierto una polémica en referencia a las
posibles consecuencias negativas de los ciclos de pérdida-recuperación de
peso. Sin embargo, diferentes estudios han demostrado los beneficios que
sobre las complicaciones metabólicas asociadas producen pérdidas de peso
moderadas pero mantenidas.
Atendiendo a este fracaso terapéutico relativo, habrá que conceder especial
preponderancia a los programas de educación alimentaria y modificación de
hábitos encaminados a la prevención de esta patología.

En el individuo adulto aproximadamente el 90% de la energía corporal se


almacena en las células adiposas en forma de triglicéridos.
Al nacer las reservas grasas son, como ya se ha anunciado, escasas. El
número de adipositos apenas cambia durante el primer año de vida, y sin
embargo el tamaño de los mismos aumenta paulatinamente hasta duplicarse
durante este período. La obesidad desarrollada durante esta edad se produce
únicamente a expensas del tamaño celular, sin producirse modificación en el
número de células. Los niños que presentan un mayor incremento del número
de adipocitos a partir del año de vida presentarán un mayor riesgo de
desarrollar con el tiempo una obesidad. El crecimiento celular se mantiene
hasta la adolescencia, estabilizándose antes esta multiplicación en el caso de
la obesidad infantil, con lo que se alcanza, por tanto, más prematuramente la
situación del adulto.

A partir de la adolescencia al aumento de grasa corporal se hace a expensas


en primer lugar del aumento en el tamaño celular (hipertrofia), pero si prosigue
la necesidad de almacenar grasa en exceso ante balances energéticos
positivos, lo que se incrementa es el número de células (hiperplasia), cosa que
suele ocurrir cuando los individuos están por encima del 75% de un peso ideal.
Una posible explicación de esta hipercelularidad se encuentra en que el
adipocito posee un límite biológico de tamaño máximo (1 μg de lípidos por
célula) y, una vez alcanzado, la única manera de seguir almacenando grasa es
aumentando su número.

Factores y poblaciones de riesgo


Los lactantes y los niños tienen un riesgo superior de desnutrición porque
necesitan una mayor cantidad de calorías y nutrientes para su crecimiento y
desarrollo. Pueden sufrir deficiencias de hierro, ácido fólico, vitamina C y cobre
como resultado de dietas inadecuadas. Una ingestión insuficiente de proteínas,
calorías y otros nutrientes conduce a una desnutrición calórico-proteica, una
forma particularmente grave de desnutrición que retarda el crecimiento y el
desarrollo. La enfermedad hemorrágica del recién nacido es una predisposición
de los recién nacidos a sufrir hemorragias provocadas por una deficiencia de
vitamina K. Esta enfermedad puede ser mortal. Cuando los niños se acercan a
la adolescencia, aumentan sus requerimientos nutricionales porque también
aumenta su ritmo de crecimiento.

Una mujer embarazada o en período de lactancia tiene unas necesidades


nutricionales mayores para evitar su desnutrición y la de su bebé. Durante el
embarazo se recomienda la ingestión de suplementos de ácido fólico para
reducir el riesgo de malformaciones en el cerebro o en la columna (espina
bífida). Aunque las mujeres que han tomado anticonceptivos orales son más
propensas a desarrollar una deficiencia de ácido fólico, no existen pruebas de
que el feto la presentará. El bebé de una mujer alcohólica puede sufrir daños
físicos y mentales provocados por el síndrome de alcoholismo fetal, ya que el
abuso del alcohol y la desnutrición que resulta de éste afectan su desarrollo.
Un lactante alimentado exclusivamente con leche materna puede desarrollar
deficiencia de vitamina B12 si la madre es vegetariana y no ingiere productos
de origen animal (vegetariana estricta).

Los ancianos pueden sufrir desnutrición debido a la soledad, a minusvalías


físicas y mentales, inmovilidad o enfermedad crónica. Además, su capacidad
de absorber nutrientes está reducida, lo que contribuye a la aparición de
problemas como deficiencia de hierro, anemia, osteoporosis y osteomalacia.

El envejecimiento se acompaña de una pérdida progresiva de músculo que no


está relacionada con ninguna enfermedad o deficiencia dietética. Esta pérdida
es alrededor de 10 kilogramos para los varones y 5 kilogramos para las
mujeres. Esto sucede por el enlentecimiento del metabolismo, la disminución
del peso total y el aumento de la grasa corporal de alrededor del 20 al 30 por
ciento en los varones y del 27 al 40 por ciento en las mujeres. Debido a estos
cambios y a la reducción de la actividad física, la gente mayor necesita menos
calorías y menos proteínas que los jóvenes.

Las personas con una enfermedad crónica que produce malabsorción tienen
dificultad para absorber las vitaminas liposolubles (A, D, E y K), vitamina B12,
calcio y hierro. Una enfermedad del hígado impide el almacenamiento de las
vitaminas A y B12 e interfiere con el metabolismo de las proteínas y la glucosa
(un tipo de azúcar). Las personas que tienen una enfermedad renal, incluyendo
las tratadas con diálisis, son propensos a tener deficiencias de proteínas, hierro
y vitamina D.

La mayoría de los vegetarianos son ovolactarios, es decir, no comen carne ni


pescado, pero sí huevos y productos lácteos. El riesgo de este tipo de dieta es
únicamente la deficiencia de hierro. Los vegetarianos ovo-lactarios tienden a
vivir más y a desarrollar menos minusvalías crónicas que los que comen carne.
Sin embargo, su mejor salud puede también ser el resultado de su abstención
de alcohol y tabaco y su tendencia a realizar ejercicio regularmente. Los
vegetarianos que no consumen productos animales (vegetarianos estrictos)
tienen el riesgo de desarrollar deficiencia de vita-mina B12. Los alimentos de
estilo oriental y los fermentados, como salsa de pescado, pueden aportar
vitamina B12.

Muchas dietas de moda proclaman su capacidad de intensificar el bienestar o


reducir el peso. Sin embargo, las dietas altamente restrictivas son, desde el
punto de vista de la nutrición, nocivas: provocan deficiencias de vitaminas,
minerales y proteínas, así como trastornos cardíacos, renales y metabólicos,
incluso algunas muertes. Las dietas excesivamente hipocalóricas (menos de
400 calorías al día) no aseguran la salud por mucho tiempo.

La adicción al alcohol o a las drogas puede trastornar el estilo de vida de una


persona hasta el punto de que ésta descuida la nutrición y con ello se
deterioran la absorción y el metabolismo de los nutrientes. El alcoholismo es la
forma más frecuente de adicción a drogas, con efectos graves sobre el estado
nutricional. Consumido en grandes cantidades, el alcohol es un veneno que
lesiona los tejidos, particularmente los del aparato digestivo, hígado, páncreas
y sistema nervioso (incluido el cerebro). Las personas que beben cerveza y
continúan comiendo pueden ganar peso, pero las que consumen una botella de
licor fuertemente alcoholizado por día tienden a perder peso y a desnutrirse. En
los países desarrollados, el alcoholismo es la causa más frecuente de
deficiencia de vitamina B1 (tiamina) y puede también provocar deficiencias de
magnesio, zinc y otras vitaminas.

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