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Había una vez, un perro que era muy rico. No le faltaba nada. Tenía una gran
casa para dormir especialmente diseñada por los mejores arquitectos de la
zona...
Siempre vestía con chalecos y corbatas, comía los mejores manjares, hasta
tenía una heladera y una cocina donde guardaba los mejores huesos traídos
por sus dueños de Europa.
Enfrente vivía un perrito en una casa muy humilde, y todas las mañanas, con
su gran regadera de plástico, regaba una rosa verde que crecía junto a su
puerta.
Tanke, así se llamaba el perrito, era muy bueno con los niños y todos lo
querían mucho en el barrio. Era alegre, juguetón y siempre estaba contento.
Mister Perro entonces decidió que quería una rosa igual a la de Tanke. Llamó a
sus amigotes y les ofreció mucho dinero a quien lograra traerle una rosa igual
que la de Tanke.
Los amigotes de Mister Perro buscaron y buscaron durante varios días, pero
nada encontraron.
Entonces Mister Perro mandó a fabricar una rosa verde de plástico muy linda,
pero los niños seguían sin acercarse a su casa, y furioso Mister Perro terminó
comiéndose su rosa de plástico.
Así fue que decidió ponerse un antifaz y por la noche, con una tijera cortó la
rosa de Tanke y la plantó cerca de su caseta.
Tanke volvió triste a su casa. Pero a los pocos días la rosa se marchitó y otra
rosa verde creció junto a su casa. Nuevamente los niños jugaban alrededor de
la casa de Tanke.
Mister Perro miraba y no comprendía que fue lo que había fallado. Se puso a
llorar y al verlo, Tanke se le acercó y le dijo:
— La rosa verde crecerá junto a tu casa sólo si eres un perro bueno, juguetón y
alegre.
— Ahora entiendo, —dijo Mister Perro—, de ahora en adelante seré un perro
bueno. No me llamaré más Mister Perro. Usaré mi verdadero nombre que es
Moky. Y seré bueno, siempre bueno.
Y a los pocos días sé lo vio a Moky regando una hermosa rosa verde.