Las raíces del Nuevo Testamento, por consiguiente, han de buscarse
en el Antiguo. Pero esas raíces hubieron de cobrar fuerza en una tierra concreta, el mundo del siglo I, no sólo en Palestina, sino también en el Imperio romano. ¿Cuáles eran los rasgos más destacados de aquel mundo en que surgió el Nuevo Testamento?
UN MUNDO DE PAZ
Cuando se escribieron los libros del Nuevo Testamento, el factor
político determinante era la amplitud y el poder del Imperio romano Durante doscientos años se había visto turbado el suelo romano por las guerras y rumores de guerra. Para el año 275 a.C. ya había extendido Roma su poder desde la misma ciudad hasta e1 resto de Italia. Luego, corno consecuencia de las Guerras Púnicas, había dominado progresivamente el Mediterráneo occidental. Julio Cesar (100-44 a. C), un verdadero genio de la guerra, había ampliado sus conquistas. A su muerte, Roma iba a entrar en un período no de expansión sino de paz. El ano 27 a .C., Octaviano, que se convirtió en César Augusto (63 a.C- 14 d.C), inició su gobierno, prácticamente en calidad de primer emperador romano. Tanto él como los emperadores que le siguieron dedicaron sus energías a consolidad los territorios ganados en la conquista. Corno consecuencia, el Imperio se convirtió en una unidad cada vez estable. Diversos factores contribuyeron a incrementar el poderío y la estabilidad de Roma. Pasos en el Nuevo Testamento Módulo 1 71
Primero, Cesar Augusto entendió la importancia de una política
imperial definida. Antes de que él obtuviera el poder, las provincias romanas eran administradas por procónsules, que se servían de ellas para enriquecerse. Había cundido por ello el descontento. Augusto se propuso cambiar aquella situación. Estableció un sistema por el que los gobernadores de las provincias tendrían que responder en delante de sus actos. Dividió las provincias en dos grupos: senatoriales e imperiales. Para las provincias senatoriales, el senador designaba gobernadores que responderían ante él mismo Senado. Estas provincias senatoriales est aban en su mayor parte situadas en las pacíficas costas del Mediterráneo, de manera que no necesitaban guarniciones; eran gobernadas cada una por un procónsul, que normalmente ocupaba el cargo durante un año. El emperador ejercía una cierta supervisión en estas mismas provincias a través de un procurador que nombraba él mismo. Este procurador, que normalmente tenía a su cargo las finanzas, era a la vez el «ojo» del emperador.
Más numerosas e importantes eran las provincias imperiales. Eran
administradas por gobernadores llamados propraet ores, designados por el emperador. Estos propraetores ejercían la autoridad militar y civil. Las provincias imperiales se hallaban situadas en las fronteras del Imperio, por lo que contaban con tropas estacionadas permanentemente. Mediante la creación de estas provincias y la autoridad que indirectamente ejercían sobre las senatoriales, los emperadores establecieron un sistema político muy eficaz.
En segundo lugar, la unificación del Imperio se vio favorecida por la
llamada Paz Romana, Pax Romana. La única provincia que alteró aquella paz, que se inició con el advenimiento de Augusto y duró hasta Marco Aurelio (año 180 d.C.), fue Judea. Los emperadores acabaron con el Pasos en el Nuevo Testamento Módulo 1 72
estado de guerra, compusieron las divisiones internas y acabaron con el
temor a las invasiones. Aquella ausencia de guerras fue recibida como una bendición y sirvió para acelerar la unificación del mundo. Pero intervinieron además otros factores.
En tercer lugar, por consiguiente, hubo otros tres factores que
contribuyeron al proceso de unificación. Podemos clasificarlos como materiales, jurídicos y lingüísticos. Los factores materiales que contribuyeron a instaurar la unidad fueron la existencia de rutas por mar y tierra que hicieron la intercomunicación más fácil que en cualquier otra época anterior. Se construyó una red de calzadas que, desde Roma como centro, unían entre sí a los más remotos países. Un correo podía transitar por aquellas vías a un promedio de cincuenta millas al día; los carruajes, a veinticinco; los caminantes, a quince. Las vías estaban pavimentadas y bien custodiadas; se contaba además con facilidades de alojamiento y avituallamiento. También se intensificaron las comunicaciones por mar y se acabó con la plaga de la piratería. Por las rutas de tierra y mar circulaban mercancías, ideas y personas como nunca hasta entonces había sido posible. Los viajes resultaban más rápidos, fáciles y seguros. Todos los caminos fomentaban la unidad y hacían de Roma el centro común.
Igual importancia tuvo el hecho de que el Imperio romano, en el
aspecto legal, contaba con un magnífico sistema jurídico. El Imperio respetó las costumbres locales y nacionales, pero al mismo tiempo estaba dispuesto a establecer una justicia igual para todos los pueblos. Poco a poco fueron cediendo las ideas locales, tribales, provinciales y nacionales —por ejemplo, acerca de los derechos de los padres sobre sus hijos, de los maridos sobre sus mujeres, etc— ante unos principios más universales. La fuerza unificadora del derecho se intensificó al extenderse los privilegios de la ciudadanía romana. Finalmente, en virtud de un decreto del emperador Pasos en el Nuevo Testamento Módulo 1 73
Caracalla (año 212 d.C.), quedó abolida la distinción entre romanos y no
romanos. Se otorgó la ciudadanía romana primero a individuos y luego a comunidades enteras cada vez en mayor número. La condición de ciudadano romano significaba una garantía de protección legal en todas partes y abría las puertas a los más elevados cargos al servicio del Estado. De este modo fueron borradas las diferencias nacionales; hombres de todas las naciones y de todas las lenguas competían libremente en el marco de un mismo sistema político por la obtención de los máximos honores políticos o de cualquier otro tipo.
A este proceso contribuyó también el factor lingüístico, a que antes
hemos hecho referencia. De poco hubieran servido los mejores medios de transporte de no haber concurrido un idioma común capaz de facilitar unas relaciones personales, en que el medio por excelencia es el lenguaje. Al este de Roma dominaba un idioma y otro hacia el oeste. España, Francia, Italia, Britania y, en menos grado, Alemania comerciaban, eran gobernadas e intensificaban su cultura por medio del latín. Asia Menor, Siria, Grecia, Fenicia y Egipto tenían en el griego un habla común. Roma se volvió bilíngüe y poco a poco se difundió el griego hacia Occidente, más allá de Roma. En el siglo I , el griego, en su forma koiné o común, era entendido y hablado casi en todas partes por las clases cultivadas, sin que faltaran incluso entre los menos educados quienes poseían algún conocimiento del mismo. El griego koiné se convirtió en la lengua franca del Imperio.
Gracias a todo lo dicho —la paz romana, un sistema común de
gobierno, la mejora de los medios de comunicación y un idioma común— se unificó el Imperio a nivel del derecho, la organización y los sentimientos.