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Pasos en el Nuevo Testamento Módulo 1 70

Lectura 3
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EL MUNDO GRECORROMANO COMO TRASFONDO

Las raíces del Nuevo Testamento, por consiguiente, han de buscarse


en el Antiguo. Pero esas raíces hubieron de cobrar fuerza en una tierra
concreta, el mundo del siglo I, no sólo en Palestina, sino también en el
Imperio romano. ¿Cuáles eran los rasgos más destacados de aquel mundo
en que surgió el Nuevo Testamento?

UN MUNDO DE PAZ

Cuando se escribieron los libros del Nuevo Testamento, el factor


político determinante era la amplitud y el poder del Imperio romano
Durante doscientos años se había visto turbado el suelo romano por las
guerras y rumores de guerra. Para el año 275 a.C. ya había extendido
Roma su poder desde la misma ciudad hasta e1 resto de Italia. Luego,
corno consecuencia de las Guerras Púnicas, había dominado
progresivamente el Mediterráneo occidental. Julio Cesar (100-44 a. C), un
verdadero genio de la guerra, había ampliado sus conquistas. A su muerte,
Roma iba a entrar en un período no de expansión sino de paz. El ano 27 a
.C., Octaviano, que se convirtió en César Augusto (63 a.C- 14 d.C), inició su
gobierno, prácticamente en calidad de primer emperador romano. Tanto
él como los emperadores que le siguieron dedicaron sus energías a
consolidad los territorios ganados en la conquista. Corno consecuencia, el
Imperio se convirtió en una unidad cada vez estable. Diversos factores
contribuyeron a incrementar el poderío y la estabilidad de Roma.
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Primero, Cesar Augusto entendió la importancia de una política


imperial definida. Antes de que él obtuviera el poder, las provincias
romanas eran administradas por procónsules, que se servían de ellas para
enriquecerse. Había cundido por ello el descontento. Augusto se propuso
cambiar aquella situación. Estableció un sistema por el que los
gobernadores de las provincias tendrían que responder en delante de sus
actos. Dividió las provincias en dos grupos: senatoriales e imperiales. Para
las provincias senatoriales, el senador designaba gobernadores que
responderían ante él mismo Senado. Estas provincias senatoriales est aban
en su mayor parte situadas en las pacíficas costas del Mediterráneo, de
manera que no necesitaban guarniciones; eran gobernadas cada una por
un procónsul, que normalmente ocupaba el cargo durante un año. El
emperador ejercía una cierta supervisión en estas mismas provincias a
través de un procurador que nombraba él mismo. Este procurador, que
normalmente tenía a su cargo las finanzas, era a la vez el «ojo» del
emperador.

Más numerosas e importantes eran las provincias imperiales. Eran


administradas por gobernadores llamados propraet ores, designados por el
emperador. Estos propraetores ejercían la autoridad militar y civil. Las
provincias imperiales se hallaban situadas en las fronteras del Imperio, por
lo que contaban con tropas estacionadas permanentemente. Mediante la
creación de estas provincias y la autoridad que indirectamente ejercían
sobre las senatoriales, los emperadores establecieron un sistema político
muy eficaz.

En segundo lugar, la unificación del Imperio se vio favorecida por la


llamada Paz Romana, Pax Romana. La única provincia que alteró aquella
paz, que se inició con el advenimiento de Augusto y duró hasta Marco
Aurelio (año 180 d.C.), fue Judea. Los emperadores acabaron con el
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estado de guerra, compusieron las divisiones internas y acabaron con el


temor a las invasiones. Aquella ausencia de guerras fue recibida como una
bendición y sirvió para acelerar la unificación del mundo. Pero intervinieron
además otros factores.

En tercer lugar, por consiguiente, hubo otros tres factores que


contribuyeron al proceso de unificación. Podemos clasificarlos como
materiales, jurídicos y lingüísticos. Los factores materiales que contribuyeron
a instaurar la unidad fueron la existencia de rutas por mar y tierra que
hicieron la intercomunicación más fácil que en cualquier otra época
anterior. Se construyó una red de calzadas que, desde Roma como centro,
unían entre sí a los más remotos países. Un correo podía transitar por
aquellas vías a un promedio de cincuenta millas al día; los carruajes, a
veinticinco; los caminantes, a quince. Las vías estaban pavimentadas y
bien custodiadas; se contaba además con facilidades de alojamiento y
avituallamiento. También se intensificaron las comunicaciones por mar y se
acabó con la plaga de la piratería. Por las rutas de tierra y mar circulaban
mercancías, ideas y personas como nunca hasta entonces había sido
posible. Los viajes resultaban más rápidos, fáciles y seguros. Todos los
caminos fomentaban la unidad y hacían de Roma el centro común.

Igual importancia tuvo el hecho de que el Imperio romano, en el


aspecto legal, contaba con un magnífico sistema jurídico. El Imperio
respetó las costumbres locales y nacionales, pero al mismo tiempo estaba
dispuesto a establecer una justicia igual para todos los pueblos. Poco a
poco fueron cediendo las ideas locales, tribales, provinciales y nacionales
—por ejemplo, acerca de los derechos de los padres sobre sus hijos, de los
maridos sobre sus mujeres, etc— ante unos principios más universales. La
fuerza unificadora del derecho se intensificó al extenderse los privilegios de
la ciudadanía romana. Finalmente, en virtud de un decreto del emperador
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Caracalla (año 212 d.C.), quedó abolida la distinción entre romanos y no


romanos. Se otorgó la ciudadanía romana primero a individuos y luego a
comunidades enteras cada vez en mayor número. La condición de
ciudadano romano significaba una garantía de protección legal en todas
partes y abría las puertas a los más elevados cargos al servicio del Estado.
De este modo fueron borradas las diferencias nacionales; hombres de
todas las naciones y de todas las lenguas competían libremente en el
marco de un mismo sistema político por la obtención de los máximos
honores políticos o de cualquier otro tipo.

A este proceso contribuyó también el factor lingüístico, a que antes


hemos hecho referencia. De poco hubieran servido los mejores medios de
transporte de no haber concurrido un idioma común capaz de facilitar
unas relaciones personales, en que el medio por excelencia es el lenguaje.
Al este de Roma dominaba un idioma y otro hacia el oeste. España,
Francia, Italia, Britania y, en menos grado, Alemania comerciaban, eran
gobernadas e intensificaban su cultura por medio del latín. Asia Menor,
Siria, Grecia, Fenicia y Egipto tenían en el griego un habla común. Roma se
volvió bilíngüe y poco a poco se difundió el griego hacia Occidente, más
allá de Roma. En el siglo I , el griego, en su forma koiné o común, era
entendido y hablado casi en todas partes por las clases cultivadas, sin que
faltaran incluso entre los menos educados quienes poseían algún
conocimiento del mismo. El griego koiné se convirtió en la lengua franca
del Imperio.

Gracias a todo lo dicho —la paz romana, un sistema común de


gobierno, la mejora de los medios de comunicación y un idioma común—
se unificó el Imperio a nivel del derecho, la organización y los sentimientos.

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