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Estos breves párrafos resumen ideas presentes en Autoestisma e identidad (F.C.E., 2011) y Las encrucijadas actuales
del psicoanálisis (F.C.E., 2013)
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Sin embargo, esa mirada-juicio sobre uno mismo es vital. Cuando es positiva, permite
actuar con aplomo, sentirse a gusto consigo mismo, enfrentar dificultades. Cuando es negativa,
engendra sufrimientos que afectan la vida cotidiana. Nos dejamos llevar más por el deseo de
ahorrarnos dolor que por el de buscar alegría.
¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles mis talones de Aquiles? ¿De qué
soy capaz? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones?
¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto
de los demás o siento que no puedo ser querido, valorado y amado? ¿Siento una brecha
enorme entre lo que quisiera ser y lo que creo que soy? ¿Qué puedo hacer por mi mismo?
¿Estoy tomando demasiado (y no porque me lo digan los demás, yo mismo me lo digo)? O
tomo menos o trato de que no me importe. ¿Lucho o me dejo estar?
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Me extendí en ellos en diversos capítulos de Autoestima e identidad.
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Hasta hace pocas décadas predominó en la ciencia la aspiración de simplicidad. Es simple y puede ser aislado,
aislamiento que permite a los especialistas ser expertos. Pero esa lógica extiende sobre la sociedad y las relaciones
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Abordaré la autoestima siguiendo tanto la sugerencia de S. Freud (1901) quien dijo:
“Una manera de escribir clara e inequívoca nos avisa que el autor está acorde consigo mismo;
y donde hallamos una expresión forzada y retorcida, que, según la acertada frase, hace guiños
en varios sentidos, podemos discernir la presencia de un pensamiento no bien tramitado”. Por
su parte Pierre Bourdieu advirtió sobre la tendencia de los intelectuales al “esteticismo
filosófico” y también alertó sobre otra tentación: la “esloganización” típica de los opinólogos que
se quieren hacer pasar por sabios. El intelectual crítico está en las antípodas de ambas
actitudes. Es un explorador con varios desafíos: encontrar la verdad, hacer una traducción que
vuelva sensibles las cuestiones abstractas, destruir la falsedad y hallar los instrumentos que le
den fuerza a esa verdad. Todo ello soslayando el academicismo. El academicismo es la
sumisión exagerada a las reglas de la escuela o de la tradición, en detrimento de la libertad, la
originalidad, y la audacia. Es el gusto inmoderado por el estilo culto o universitario: una forma
de dirigirse a los de la propia parroquia antes que al lector interesado en el tema propuesto.
Nuestra autoestima depende de múltiples espejos aunque también existe un espejo
interior pero no es “objetivo” y está enturbiado por la mirada de los demás. ¿Estoy trabajando
bien? ¿Mis hijos me quieren? ¿No tengo entusiasmo para nada? ¿Soy íntegro en mi vida?
¿Descuidé a mis personas queridas? ¿Aporto algo a la comunidad? ¿Mi vida es acorde a mi
ética? 4
La autoestima es sentirnos competentes para enfrentarnos a los desafíos y creernos
merecedores de recompensa. Contiene varios aspectos: confianza en nuestra capacidad de
pensar, aprender, elegir y tomar decisiones adecuadas y convicción en nuestro derecho a ser
reconocidos por los demás y por nosotros mismos.
Todas las personas, aun las menos dadas a la introspección y a observar a los demás,
tiene una somera idea de lo que es la autoestima. Veamos si podemos aclararla desde distintos
puntos de vista. En la autoestima participan no sólo sentimientos, sino también pensamientos y
actitudes. Existe un elemento afectivo, una valoración positiva o negativa según ciertos ideales.
Por autoestima entendemos esa autoevaluación que expresa aprobación/desaprobación.
¿Como definir los diversos componentes de la autoestima? Ellos son:
1- “Creer en las capacidades para actuar con eficacia en el logro de las metas”
2- “Estar satisfecho con la forma de actuar” .
3- “Tomar decisiones y perseverar en ellas”.
4- “Tener una mirada benevolente hacia uno mismo”.
5- “Lograr una imagen aceptable de sí mismo”.
6- “Evaluar logros y relaciones afectivas en función de los proyectos personales”.
humanas restricciones y funciones propios de una máquina y de la visión mecanicista que origina. Hay complejidad cuando
son inseparables los elementos que constituyen un todo (como el económico, el político, el sociológico, el psicológico, el
afectivo, el mitológico)
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En Autoestima e identidad diferencié ética de moral pero adelantaré que la ética para Foucault se distingue de la
moralidad porque esta contiene sistemas de conminación y prohibición y remiten a algún código formalizado. La ética, por
su parte, se refiere al ámbito de cómo debe uno conducirse en su existencia cotidiana.
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Los bebes que se crían en
hogares demasiado tristes, caóticos o
negligentes probablemente vivirán con
una visión derrotista, sin esperar
ningún estimulo o interés de los otros.
Este riesgo es mayor para los hijos de
padres ineptos (inmaduros,
consumidores de drogas, deprimidos o
carente de objetivos).
La crianza consiste en dar a un
hijo primero raíces (para crecer) y
luego alas (para volar). En las primeras
relaciones un bebé puede
experimentar la seguridad o bien el terror y la inestabilidad. En las posteriores un niño puede
tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado. Algunos niños experimentan un
equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobreprotección que los infantiliza. Padres que
dan pescado en vez de enseñar a pescar. Otros niños están subprotegidos, es decir
sobreexigidos. Se los pone en un botecito en alta mar 5.
Los niños descubren que son valiosos porque sus progenitores los tratan con afecto y
porque ciertos valores son reforzados. Y estos niños se respetan porque observan cómo
actúan sus padres hacia ellos y hacia otras personas. Recíprocamente, las fallas en la
autoestima suelen originarse en la indiferencia parental, en la soberbia o en el maltrato.
La autoestima es un proceso continuo de interiorización del mundo exterior: la lengua
que hablo, las categorías de la experiencia sensible o del pensamiento de las que me sirvo, la
presión de las comunidades, la pertenencia a un género, una edad, una clase.
Las grandes depresiones y los pequeños bajones a menudo derivan de un discurso
familiar en que prevalecía una actitud crítica e inhibidora para con el niño. No estamos
condenados por esa mirada cruel. Si estamos condenados es porque no tuvimos
posteriormente oportunidades de reemplazarla o no supimos aprovecharlas. También es cierto
que a lo largo de nuestra vida debemos desechar mensajes y miradas que reforzarían este
discurso que transmite insatisfacción con uno mismo.
Lo perturbador no es recibir cuestionamientos sino recibirlos de manera constante. La
actitud hipercrítica es más nociva cuando no es balanceada por miradas benevolentes. Esa
hipercrítica obedece a un perfeccionismo patológico. A veces puede ayudar a conseguir los
objetivos en ámbitos limitados y bien definidos pero su costo emocional es elevado. ¿Qué
precio tienen los éxitos en una atmósfera tóxica?
Los otros van cambiando. Apenas nacidos, somos pura necesidad. Enseguida
conocemos el placer de ser abrazados. Después tenemos relaciones amorosas y sexuales.
Después el placer del trabajo y de otras actividades. Pero no pasamos automáticamente. No se
trata de una transición natural, sino de una transición regada por el lenguaje, la simbolización,
la creatividad, que los otros nos procuraron hasta que estuvimos en condiciones de
procurárnosla por nosotros mismos.
La autoestima que tenemos hoy se fue amasando con distintos ingredientes a partir del
primer día de vida e incluso antes, en el proyecto de los padres para ese hijo y en la propia
autoestima de los padres. Es un residuo, un destilado de esa retorta. Un destilado alimentado
también por la influencia del futuro en el presente.
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En Autoestima e identidad dediqué un capítulo a La construcción de la autoestima.
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La autoestima inicial tiene mejores posibilidades:
a) si el niño experimenta que se aceptan sus pensamientos, sentimientos y el valor de
su persona.
b) si lo invitan a jugar un juego limpio, con límites definidos con claridad; con una
“libertad” limitada, no solo experimenta una sensación de seguridad, sino que cuenta con
elementos para evaluar su propio juego;
c) si los padres no recurren a la violencia o la humillación; si para calificar toman en
cuenta las necesidades y deseos del niño.
Esa convicción se transmite por el cuidado respetuoso y no intrusivo. El amor no se
siente consistente cuando se utiliza para manipular obediencia o sometimiento. Un niño cuyos
pensamientos y sentimientos son tomados en cuenta aprende a aceptarse a sí mismo.
A) Alta y estable
Las circunstancias “exteriores” y
los acontecimientos de vida “normales”
tienen poca influencia sobre la
autoestima. El individuo está fuera de la
manada, sin obedecer ni polemizar con
los demás. No consagra mucho tiempo
ni energía a la defensa o la promoción
de su imagen. No necesita defenderla.
En todo caso se defiende sola.
Pero la excesiva confianza en el
propio valor y eficacia podría hacernos
más vulnerables a los peligros por cierta
omnipotencia que nos impide reconocer
nuestros límites y limitaciones.
Las personas con una buena
autoestima no vacilan en pedir ayuda a
los demás. Están seguras de que la
ayuda es un préstamo que podrán devolver. Y los demás son como los bancos: le prestan al
que tiene con qué responder. Dicho de otra manera, ayúdate que te ayudarán.
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B) Alta e inestable
Aunque elevada, la autoestima de estas personas padece grandes altibajos. “Se ponen
locos” ante las críticas y fracasos, percibiéndolos como amenazas y nos refriegan en las
narices sus éxitos y sus virtudes. Los sujetos de autoestima alta y estable son mucho más
atemperados y positivos, mientras que los de autoestima inestable siempre están pendientes
de desafíos o del reconocimiento de los otros. La presencia constante de amenazas revela la
labilidad de la autoestima.
Hay dos modos de reaccionar al fracaso. O aceptarlo y sacar una enseñanza o se echa
la culpa a los demás 6. A partir de un acontecimiento dado, tendemos a atribuirle ciertas
características: lo que ha ocurrido depende de mí o del exterior, va a reproducirse o será un
hecho aislado, es representativo o limitado.
Este sentimiento de fragilidad conduce a situar la autoestima como preocupación
central. Así como les exige preservarla a cualquier precio y apelar a una actitud agresiva (para
promoverla) o bien pasiva (para protegerla). Ambas actitudes responden a un sentimiento de
vulnerabilidad, consciente cuando corresponde a una autoestima baja, y a veces inconsciente,
en el caso de una autoestima elevada pero frágil.
Las personas con autoestima elevada pero inestable luchan denodadamente. Sus
tentativas son constantes para destacarse, dominar, hacerse querer o admirar. La imagen les
reluce pero no es oro. Cuando se empaña asoma una inquietante inseguridad. Estos perfiles
de autoestima se encuentra como base de diversos trastornos psicológicos: ira incontrolable,
abuso del alcohol y drogas, adicción al trabajo, depresiones y colapsos narcisistas 7.
El éxito es postizo cuando se siente como un implante, una prótesis, cuando implica
desgaste emocional, ansiedad excesiva y riesgo depresivo. Así como un sentimiento de
fragilidad que provoca inquietud o vulnerabilidad ante las agresiones (reales o imaginarias)
sobre la autoestima. Los logros nunca aportan demasiada seguridad. El equilibrio narcisista
esta perturbado, hipotecado en defenderse de las experiencias negativas. Tienen la tentación
de la huida hacia adelante, de brillar para no dudar.
C) Baja e inestable
Su autoestima es vulnerable. Debido a
éxitos o satisfacciones puede subir un poco. Sin
embargo, ese sentimiento es frágil y su
autoestima se resiente cuando amagan las
dificultades.
Las personas con baja autoestima pagan
tributo al juicio de los otros. Su temor a
engañarse o engañar a los demás los expone a
dudas, a sentirse tránsfugas, impostores. La
vivencia de impostura transforma los aplausos en
dudas constantes acerca del mérito real. Son
indecisos por temor a equivocarse. Con el pretexto de desensillar hasta que aclare (prudencia),
terminan montando poco y nada el caballo (pusilanimidad).
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En Las encrucijadas actuales del psicoanálisis (F.C.E., 2013) caractericé las estrategias de victimización e infantilización.
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Véase Las depresiones (Paidós, 2006).
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El síndrome del impostor puede ser crónico en sujetos con baja autoestima que suelen
pensar que no están a la altura del reconocimiento logrado. Padecen de una ansiedad
permanente en el cumplimiento de sus tareas. Esta ansiedad los expone a estados depresivos
a pesar de “éxitos” notables. Su incomodidad ante el éxito se basa en que éste les produce
“disonancia cognitiva” producto de la contradicción entre la idea que tienen de sí mismos y la
mirada de los otros. Si bien necesitan los logros, los temen porque los colocan ante una
enorme exigencia.
D) Baja y estable
En este caso, la autoestima se ve poco afectada por los acontecimientos exteriores
favorables. Están resignados y hacen pocos esfuerzos para valorarse a sus propios ojos o a los
de los demás. Si no se sienten queridos tenderán a replegarse en lugar de renovar vínculos
satisfactorios. Si creen haber fracasado, tenderán al autorreproche y a paralizarse sin darse
otras oportunidades. Se ilusionan con fantasías de éxito y gloria, pero el temor a las
decepciones los paralizan. Dependen excesivamente del reconocimiento de los otros.
En personas con baja autoestima predominan las emociones negativas (vergüenza,
cólera, inquietud, tristeza, envidia) y padecen de un sentimiento de vulnerabilidad al sentirse
amenazadas por las vicisitudes de la vida cotidiana. Cualquier riesgo es una amenaza. Se
dedican más a la protección de su autoestima que a su despliegue, más a la prevención de los
fracasos que al asumir riesgos. Evitar arriesgarse a la crítica o al rechazo. Permanecen en la
sombra, porque no están dispuestas a exponerse.
Cuando la autoestima es baja disminuye la resistencia frente a las adversidades y las
personas encallan frente a vicisitudes superables. El déficit en la autoestima no supone
incapacidad para logros ya que se puede tener el talento y empuje necesarios para lograrlos.
Sin embargo disminuye la eficiencia y la capacidad de alegrarse con sus logros que serán
vivenciados como insuficientes.
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una ilusión). La ilusión, aunque pueda ser falsa, y aunque lo sea la mayoría de las veces, no es
error. Es una creencia.
Las personas con autoestima equilibrada soportan una evaluación mientras que los de
baja exigen aprobación. No se trata de miedo al fracaso, sino de alergia al fracaso. Cuando la
autoestima es baja disminuye la resistencia frente a las adversidades y las personas se
atascan en escollos superables. Una baja autoestima disminuye la capacidad de alegrarse con
sus logros que siempre serán vivenciados como insuficientes. Prefieren tener un lugarcito
asegurado en un grupo poco valorizado socialmente a esforzarse para defender un lugar en un
grupo competitivo. Están dispuestos a compartir los éxitos grupales y encuentran allí la
seguridad de una dilución de las responsabilidades si las cosas terminan mal.
La autoestima necesita estrategias de sostenimiento, desarrollo y protección. Algunos
necesitan enormes esfuerzos para protegerla: negación de la realidad, huida o evasión,
agresividad hacia los demás. Sacrifican mucho de la calidad de vida y se torturan ante
exigencias por expectativas propias y ajenas. ¿Cómo sobreponerse al temor y afrontar lo
nuevo? Entrenándose con frustraciones que no lo tumben y con gratificaciones que lo
compensen, aunque no sean inmediatas, aunque sean promesas. Las personas autoevalúan
su habilidad en la ejecución de tareas, su concordancia con los patrones éticos y estéticos, la
forma en que otros las aman o aceptan y el grado de poder que ejercen.
Resumiendo: los cimientos necesarios para una autoestima equilibrada implica que los
otros primordiales lo hayan criado con amor y respeto, le ofrecieron reglas estables y
razonables que contribuyeron a generar expectativas adecuadas, sin recurrir al ridículo, la
humillación o maltrato físico y que tuvieron confianza en sus capacidades.
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Para un desarrollo más extenso del tema remito al lector a mis libros anteriores (Narcisismo y Las depresiones).
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a controlar sus esfínteres. ¿O usted piensa que él tiene alguna gana de controlar? Los padres
bajan línea. A veces como vicarios de leyes que están en la cultura (controlar los esfínteres), a
veces como déspotas caprichosos.
La autocrítica (superyó) es la internalización de deseos y tabúes, anhelos y
prohibiciones. Tiene historia, es cambiante. Día a día va haciéndose cargo del “mundo externo”
y, particularmente, de los valores de la cultura como un todo. El niño y el adulto necesitan ser
amados por su superyó, como también necesitan ser amados por las personas de su entorno y
necesitan que sus logros sean respetados por la cultura (o por su microcultura o cultura
alternativa).
Una de las primeras cosas que aprende el bebé es a observar el semblante de esos
seres todopoderosos que lo cuidan. Peor para él si están disgustados. Otra cosa que aprende
es que sus progenitores se alegran cuando hace algo (empezar a gatear, etc.) y se
intranquilizan cuando hace algo (llorar, etc.). En los padres y en él hay, binariamente, cosas
buenas y malas.
Las aspiraciones acerca de lo que se debe ser y tener (ideal del yo), así como las
consignas acerca de lo que no se debe hacer (consciencia moral) están conformadas por las
aspiraciones parentales y sus sustitutos. La amenaza de la pérdida de amor está siempre
flotando.
El camello, el león y el niño. Según Nietzsche, el hombre pasa por tres estadios. En el
primero, el hombre es un “camello”, cargado con puros “tú debes”. En el segundo, ha
descubierto su “yo quiero” y lucha como un león contra el “tú debes”, pero sin poder zafar. Hay
todavía demasiadas cuentas pendientes que impiden la soltura del querer creador y la
autonomía consecuente. Esto se logra cuando se llega a ser niño y se consigue la
espontaneidad.
La persona incrementa su autoestima en la medida en que se siente más próxima a los
proyectos que demandan sus ideales. Una frustración narcisista puede precipitar una depresión
al producir un colapso parcial o completo de la autoestima si el sujeto se siente incapaz de vivir
acorde con sus aspiraciones. Esas aspiraciones pueden estar a años luz o relativamente
cercanas. Cuanto más lejos estén, más recursos se dedicarán a disimular ese hiato. .
Frente al estallido de las normas tradicionales, el individuo cuenta (o debiera contar) con
una guía interior que extrae de la mirada de los otros y la suya propia. La búsqueda de
autoestima es como toda búsqueda, la prueba de que uno está vivo e implica someternos a
ciertas exigencias.
La persona sumergida en valores múltiples y contradictorios debe reconstruir ideales
para encontrar patrones de medida para su autoestima. Cada uno se las arregla como puede
frente a la multiplicidad y la movilidad de los referentes colectivos que fundan el reconocimiento
social. En la actualidad los vínculos sociales son más inestables. Y entonces la construcción de
la autoestima y su preservación en las azarosas calles de la urbe están mas basadas en la
autonomía y la eficacia personal.
La autoestima se resquebraja cuando la sociedad “maltrata” al sujeto y se desmantelan
ciertos soportes necesarios. La degradación de los valores colectivos incide sobre los valores
personales, “instalados” en la infancia pero siempre “actualizándose”, como un programa de
computación. ¿Cómo recuperar una credibilidad apuntalada por convicciones éticas
compartidas y compartibles? La falta de brújulas éticas no puede sino hacer tambalear la
autoestima.
Podríamos hablar de efectos inherentes a la globalización y de efectos indeseados.
Mientras tanto, podemos constatar que se han debilitado los lazos sociales y se ha borrado una
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dimensión: la de la vida pública. Faltan referentes, brújulas que indiquen por qué latitud y
longitud navega nuestro barco. El río está revuelto, y lo está porque así son los ríos, pero
también porque la corrupción y la apatía de los honestos permiten que se contaminen.
La autoestima también se ve afectada por fenómenos como el desempleo, la
marginación y la crisis en los valores e ideales. Los duelos masivos y traumas hacen zozobrar
vínculos, identidades y proyectos personales y colectivos.
No se trata de cruzarse de brazos ante procesos destructivos. Nuestro país vive
socavado por la desocupación, por la pauperización generalizada, por la decepción con la
corporación política y su imposibilidad de mirar otra cosa que sus prebendas y sus rituales.
Para vivir, para que la vida tenga sentido, debe haber proyectos. Evitar el “sálvese quien
pueda”. La trama cultural puede ser productora de un narcisismo trófico, que apuntala
identidades, proyectos, ideales. Para ello se requiere encarar las secuelas del terrorismo de
Estado, de la hiperinflación 9, del terror en todas sus facetas, de la corrupción y de la fragilidad
institucional. Nada de guiños cómplices: solidaridad en vez de complicidad.
El que elude enfrentar estas crisis tiene que encerrarse en un búnker al que no afectará
el afuera, sus turbulencias diversas, sus duelos masivos. Hemos vivido “dentro” de esa crisis
multidimensional (política, social, económica y ética) que nos asedia en las últimas décadas.
¿Cómo historizar sin que la nostalgia corte las alas de la creación?
No cruzarse de brazos supone creer en la transformación. Reivindico un “utopismo
crítico” que elabora proyectos y se oponga tanto al voluntarismo sin fundamentos teóricos como
a cierto fatalismo que condujo a idealizar el desencanto por identificar lucidez con pesimismo.
Un proyecto terapéutico supone la elaboración de ciertos duelos y tiene como protagonista la
diferencia. Apostar al “utopismo crítico” no es sólo una irresponsable, fogosa e inconducente
actitud juvenil sino la única manera de refundar la esperanza.
Luis Hornstein
Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus últimos libros
son Narcisismo (Paidós, 2000), Intersubjetividad y Clínica (Paidós, 2003), Proyecto
terapéutico (Paidós, 2004), Las depresiones (Paidós, 2006), Autoestima e identidad
(F.C.E., 2011) Las encrucijadas actuales del psicoanálisisis (F.C.E, 2013). Puedes
escribirle a su email: luishornstein@gmail.com o consultar su página
www.LuisHornstein.com
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“En tiempos de hiperinflación, un kilo de papas puede valer para algunos más que toda la plata de la familia, y un pedazo
de carne más que el piano de cola. Una prostituta en la familia es mejor que un hijo muerto, robar es preferible a pasar
hambre, no pasar frío es más importante que conservar el honor; vestirse está antes que las convicciones democráticas y
comer es más necesario que la libertad” (Ferguson, 1987).
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