Está en la página 1de 809

Inicio Índice

ACTAS DEL CUARTO CONGRESO


INTERNACIONAL DE HISPANISTAS
Inicio Índice

ACTAS DEL
CUARTO CONGRESO
INTERNACIONAL DE
HISPANISTAS
VOLUMEN I

CELEBRADO EN SALAMANCA, AGOSTO DE 1971

Publicadas bajo la dirección de

EUGENIO DE BUSTOS TOVAR

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE HISPANISTAS

CONSEJO GENERAL DE CASTILLA Y LEÓN

UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

SALAMANCA, 1982

los s í i C
Servantes
Inicio Índice

PRESENTACIÓN
Inicio Índice

Al presentar las Actas del IV Congreso Internacional de Hispanistas,


nuestras primeras palabras, necesariamente, deben expresar la más sincera
de las excusas por el retraso con que aparecen, en contra de nuestros me-
jores deseos y propósito. Sería prolijo y enfadoso contar aquí la infeliz
historia de las dificultades que ha sido preciso ir venciendo en diversos
momentos y cómo, cuando todo parecía solucionado, surgía un nuevo y
más infranqueable obstáculo. El progresivo y acelerado crecimiento de los
costes editoriales ha hecho que, en más de una ocasión, las ayudas o sub-
venciones obtenidas tras laboriosas gestiones resultaran insuficientes para
lograr el objetivo propuesto. La profunda transformación política que
España ha experimentado entrañó también modificaciones en los criterios
y sustituciones en las personas responsables de la Administración y la
consecuente necesidad de explicar, una y otra vez, la naturaleza y el al-
cance de la empresa. Permítasenos acogernos al dicho hispánico «nunca
es tarde, si la dicha es buena» para manifestar el alivio de conciencia
con que escribimos estas líneas.
Sin embargo, no se nos oculta que, en este dilatado espacio de tiempo,
no pocos de los trabajos que ahora salen a la luz no serían suscritos, tal
vez, por sus autores. Las ciencias humanas han sufrido una intensa evo-
lución en el último decenio, han cambiado en buena medida sus perspec-
tivas y métodos y se ha acrecido considerablemente el caudal de los cono-
cimientos que poseemos. ¿Qué podíamos hacer? Por un lado, resultaba
inaccesible la tarea de pedir a los autores que actualizaran sus ponencias
y comunicaciones pero, aun en caso afirmativo, hubiéramos falseado lo
que efectivamente fue el IV Congreso. Por ello resulta necesario hacer
hincapié en que los trabajos aquí recogidos tienen una fecha concreta y
que a ella deben referirse sus contenidos: esa fecha es la de la celebración
del Congreso, no la de la edición. Con todo, pensamos que muchos de
ellos conservan intactos su interés, su valor y su lozanía; no pocos han
sido origen de estudios más acabados y completos.
Las Actas recogen la casi totalidad de las comunicaciones presentadas
en el IV Congreso. Faltan unas cuantas por indicación explícita de sus
Inicio Índice

X Presentación

autores; alguna otra, por no haber llegado a nuestras manos una versión
definitiva y completa del texto. En algún caso aislado —que sepamos—
se ha publicado ya el texto, lo que no nos ha parecido inconveniente para
recogerlo también nosotros. En cualquier caso, quisiéramos hacer patente
nuestro propósito de acertar y nuestra insatisfacción por el resultado final.
Que sólo alivia la deuda contraída con una legión de estudiosos cuyo rasgo
humano más específico ha sido siempre la generosidad: a ella quisiéramos
acogernos.
Debemos manifestar, por último, el más sincero agradecimiento a cuan-
tos nos han ayudado en el cumplimiento de la tarea que se nos enco-
mendó. En primer lugar, a los propios autores de las ponencias y comu-
nicaciones por la extraordinaria paciencia de que han dado muestra
cumplida ante los sucesivos y reiterados retrasos. Y a la Asociación Inter-
nacional de Hispanistas por haber mantenido su confianza más allá de las
desesperantes dilaciones e incluso habernos animado en momentos de des-
fallecimiento. Aunque no parece oportuno mencionar nombres de personas
concretas, sí quisiera hacer patente mi especial deuda moral con algunos
de sus miembros.
En segundo término, debemos señalar que la publicación final de las
Actas ha sido posible gracias a la generosísima ayuda económica del Con-
sejo General de Castilla y León. Desde el mismo momento en que cono-
cieron las dificultades con que veníamos tropezando, quienes lo rigen
manifestaron una voluntad decidida de ayuda que, por fin, ha llegado a
su término cumpliendo todos los complicados trámites burocráticos. Por-
que desgraciadamente no es habitual que exista una tan fina sensibilidad
ante los problemas de la Ciencia y de la Cultura, queremos subrayar que,
además de ayuda, el Consejo ha sido un constante acicate para dar término
a esta publicación.
Al finalizar estas líneas no podemos menos de evocar los días en que
el IV Congreso de Hispanistas se reunía en la aulas de nuestra Univer-
sidad. Desearía poder transmitir a todos cuantos a él asistieron la certeza
de que el recuerdo de su estancia sigue vivo entre nosotros... y permane-
cerá para siempre. Que la inmensa labor de los hispanistas de todo el
mundo nos ayuda a reconocernos en nuestra personalidad de españoles.
Si se nos permite parafrasear a un alto poeta contemporáneo, en buena
medida, España es también «una voz a vosotros debida».

EUGENIO DE BUSTOS
Salamanca, octubre 1982
Inicio Índice

ÍNDICE

Presentación IX
ÁNGEL ROSENBLAT
F E L I P E LUCENA CONDE
RAFAEL LAPESA MELGAR. Alocuciones de la sesión inaugural XV

COMUNICACIONES PLENARIAS PÁGS.

GEOFFREY RIBBANS. La obra de Unamuno en la perspectiva de hoy 3


GUIDO MANCINI. DOS obras de Arias Montano 23
JUAN LÓPEZ-MORILLAS. Francisco Giner: de la Setembrina al Desastre 37
N O E L SALOMÓN. Sobre dos fuentes antillanas y su elaboración en
«El Siglo de las Luces» 55
WERNER KRAUSS. Apuntes sobre la teoría de los géneros literarios... 79
MIRIAM ADELSTEIN. La vida y la obra de Juan Rulfo 91
CARLOS ALBARRACÍN-SARMIENTO. Literatura y realidad en
«Las Babas del Diablo», de Cortázar 95
ALFREDO O. ALDRIDGE. Feijoo y el problema del color etiópico ... 105
GUZMÁN ALVAREZ. DOS muchachos en un medio hostil 119
JOSÉ AMÍCOLA. «El Manuscrito Llabrés» y el teatro castellano del
siglo XVI 127
PALMIRA ARNÁIZ AMIGO. España en los libros de viajes de Unamuno 135
ROBERT L. BANCROFT. Jodorowsky y Vilalta en el teatro mexicano
actual 143
I. BAR-LEWAW. La revista «Timón» y la colaboración nazi de José
Vasconcelos 151
Inicio Índice

XH índice

MANUEL BERMEJO MARCOS. El doble fondo de «Divinas Palabras»:


su contenido político 157
GIOVANNI MARÍA BERTINI. Hernando de Talavera, escritor espiritual
(siglo XV) 173
PETER BOYD-BOWMAN. El léxico hispanoamericano del siglo XVI... 191
CARMEN BRAVO-VILLASANTE. Aspectos inéditos de Emilia Pardo
Bazán (Epistolario con Galdós) 199
ROBERTO BURGOS OJEDA. Aproximación a la obra filosófica
de Unamuno 205
PABLO CABANAS. LOS sonetos de Leandro Fernández de Morattn ... 215
ROSA M. CABRERA. El símbolo de Cristo en la novela
hispanoamericana 225
JUAN CANO BALLESTA. La poesía comprometida y su contexto
sociológico en la España de los años treinta 235
JESÚS CAÑEDO FERNÁNDEZ. Martín Fernández de Navarrete, crítico
literario, un joven marino y la literatura a finales del siglo XVIII 243
EMILIO CARILLA. El misterio del «Lazarillo de ciegos caminantes»... 255
MARÍA SOLEDAD CARRASCO URGOITI. Gittés Pérez de Hita frente al
problema morisco 269
DIEGO CATALÁN. Hacia una poética del romancero oral moderno ... 283
ELENA CATENA. Don Pedro Montengón y Paret: algunos documentos
biográficos y una precisión bibliográfica 297
FRANCISCO CAUDET-ROCA. Notas a «Vieja España» (1907), por José

María Salaverría 305


FRED M. CLARK. En torno a la poesía gallega de X. L. Franco Grande 311
GUSTAVO CORREA. Garcilaso y la mitología 319
MÁXIME CHEVALIER. Para una historia de la cultura española del
Siglo de Oro (Cuestiones de método) 331
J. IGNACIO CHICOY-DAGAN. Una edición incunable desconocida de la
«Hystoria de la reyna Sebilla» 341
MARIO DAMONTE. Intervenciones de la censura inquisitorial en la
«Flor de varios y nuevos romances» (Lisboa, 1592) 351
LILIA DAPAZ STROUT. Sobre héroes y tumbas: mito, realidad y
superrealidad : 363
ELSA DEHENNIN. José Gorostiza o la destrucción creadora 373
Inicio Índice

índice XIII

ALBERT DÉROZIER. Relaciones entre historia y literatura a través de


la producción periodística del trienio constitucional (1820-182})
(Homenaje a don Antonio Rodríguez-Moñino) 383
VÍCTOR DIXON. Otra comedia «desconocida» de Lope de Vega: «El
caballero del sacramento» 393
CONSTANTIN DUHANEANU. Algunas observaciones sobre la elipsis del
verbo en la obra de «Azorín» 405
DOMNITA DUMITRESCU. Estructura léxica del «Diván del Tamarit» 409
MANUEL DURAN. La segunda época en la poesía de Octavio Paz 425
BRIAN DUTTON. LOS cancioneros del siglo XV: problemas de su
estudio 435
ALVA V. EBERSOLE. Simbolismo en «Deste agua no beberé», de
Andrés de Claramonte 445
CARMEN IRANZO DE EBERSOLE. El alma de España en Giuseppe
Verdi y Víctor Hugo 457
IGNACIO ELIZALDE. El problema generacional en la novela española
de hoy 467
BEATRIZ ELENA ENTENZA DE SOLARE. Hacia un mejor conocimiento
de la poesía de los Siglos de Oro 479
JOSÉ ESCOBAR. El ensayo en las revistas españolas del siglo XVIII:
espíritu crítico y caracterización del autor 483
JOHN V. FALCONIERI. «NO me mueve mi Dios...» y su autor 491
HANS FLASCHE. Santa Teresa y Pascal (Estudio lingüístico comparado
de su doctrina del conocimiento religioso) 501
JEAN-LOUIS FLECNIAKOSKA. Un sainetero olvidado: Juan Ignacio
González del Castillo (1763-1800) 507
L. W. FOTHERGILL-PAYNE. Un posible tema sacramental en la
comedia «De un castigo tres venganzas», de Calderón 527
MARGIT FRENK ALATORRE. Permanencia folklórica del villancico
glosado 537
VÍCTOR FUENTES. El grupo editorial «Ediciones Oriente» y el auge
de la literatura social-revolucionaria (1927-1931) 545
ANNAMARIA GALLINA. Enrique de Mesa, noventayochista menor ... 551
MARTA GALLO. El tiempo en «Cien años de soledad», de Gabriel
García Márquez 561
ANTONIO GARCÍA BERRIO. El «patrón» renacentista de Horacio y los
tópicos teórico-literarios del Siglo de Oro español 573
Inicio Índice

XIV índice

LUCIANO GARCÍA LORENZO. Unamuno y Jacinto Grau 589


F. GARCÍA SARRIA. «SU único hijo» en la obra de Clarín 599
PAUL ALEXANDRU GEORGESCU. La búsqueda de lo humano en la obra
de Julio Cortázar 611
ILEANA GEORGESCU. Esbozo de tanatalogía lorquiana 621
ZUNILDA GERTEL. La narrativa hispanoamericana contemporánea y
su nuevo lenguaje 631
BERNARDO GICOVATE. La ironía de Juan Ramón Jiménez: ¿orgullo
o tristeza? 641
DOUGLAS J. GIFFORD. Dos notas de ecología andina 649
MARTIN S. GILDERMAN. Juan Rodríguez del Padrón: profeta-mártir
del amor cortés 659
ECATERINA GOGA. El morfema del género en la clasificación de los
determinantes del sistema nominal 665
MANUEL GÓMEZ REINOSO. Jorge Mañach y los hispánico, un ensayo
de valoración 673
F. GONZÁLEZ-OLLÉ. Catalanismos e intervención de Timoneda en las
comedias de Lope de Rueda 681
ANTHONY GOOCH, L. S. E. Valores semánticos del pronombre
reflexivo en el español moderno 695
ENRIQUE GUITER. La expresión del indicativo pasado en
iberorrománico medieval 703
MAKOTO HARÁ. Gramática productiva 735
FRANCIS H A YES. Unamuno ante la cliniquería y entre aficionados
anda el juego 745
THOMAS R. HART. Teatro vicentino y teatro valenciano 751
MARIO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ. Herencia barroca y novedad rococó en
«La Petimetra», de Nicolás Fernández de Moratín 757
STEVEN HESS. El español puertorriqueño en Nueva York 773
LEWIS JOSEPH HUTTON. De la cristología de la literatura mística ... 781
A. D. DEYERMOND, The lost genre of medieval Spanish literature ... 791
J. CHANTRAINE DE VAN PRAAG. Intensidad expresiva de las
comparaciones estereotipadas 815
JULIO CAILLET-BOIS. Naturaleza, historia y providencia
en «Facundo» 817
Inicio Índice

ALOCUCIONES
DE LA SESIÓN INAUGURAL
Inicio Índice

Alocuciones de la sesión inaugural XVII

Rector Magnífico D. Felipe Lucena Conde,


Excelentísimos miembros de la Mesa presidencial,

Señoras, Señores:

En nombre de la Asociación Internacional de Hispanistas tengo el


honor de agradecer a esta noble y gloriosa Universidad de Salamanca,
la generosa hospitalidad que brinda hoy a nuestro Congreso y a todos
nosotros.
Nuestra Asociación, fundada por iniciativa feliz de los hispanistas
británicos como Agrupación Científica Internacional de especialistas en
estudios hispánicos, absolutamente independiente de todo poder estatal
—reafirmamos ahora de nuevo este carácter— cumple hoy nueve años
de vida, siempre fiel a sus principios y con miras cada vez más amplias.
El Congreso de Oxford, después de las palabras de salutación y bienvenida
del Rector de la universidad y de los ilustres hispanistas Peter E. Russel,
de Oxford, y Edward M. Wilson, de Cambridge, en nombre de las insti-
tuciones invitantes, contó con el discurso inaugural de don Ramón Me-
néndez Pidal, el gran maestro de todos nosotros, el patriarca insigne de
los estudios hispánicos, desaparecido después de una vida casi centenaria
de entrega infatigable a nuestros estudios, hoy, gracias a él, más llenos
de luz. A don Ramón Menéndez Pidal, como humilde homenaje a su
memoria, otrecemos este cuarto Congreso de Salamanca. El Congreso
de Nimega contó con la voz inaugural de Dámaso Alonso, que ha ilumi-
nado con su vasta obras tantas zonas oscuras de nuestra literatura. Dá-
maso Alonso esbozó el rico repertorio de temas que se ofrecen al hispa-
nista: «en el mundo de la cultura hispánica —dijo— al caballero hispanista
se le pueden dar, una tras otra, estupenaas aventuras». El Congreso de
México se inició con la palabra del gran maestro Marcel Bataillon, hoy
nuestro Presídete de Honor, que presentó nuestro hispanismo como una
corriente humanística en auténtica comunicación con todas las corrientes
del pensamiento, «con aptitud y actitud de contribuir a la integración
pacífica de las culturas de distinto origen». Hoy me corresponde a mí
presidir este Congreso, no por mis méritos, que ya me gustaría que fueran
mayores, sino por la generosidad de ustedes, que han querido hacer en
mi persona una distinción especial a Hispanoamérica, tan importante
dentro del actual mundo hispánico.
Inicio Índice

xvill Ángel Rosenblat

Nuestras tierras americanas atraían antes por su riqueza, real o su-


puesta, desde el deslumbramiento de los fabulosos tesoros de Moctezuma
y de Atahualpa, las pesquerías de perlas del Mar de las Antillas, o el por-
tentoso Potosí. Se esperaba hallar en ellas el Paraíso Terrenal, el reino
del Dorado o la tan ansiada fuente de la eterna juventud. No se puede
negar, sin embargo, que ofrecían también al pensamiento europeo sus
enigmas: el origen del hombre americano, su historia, su prehistoria,
el misterio de sus culturas. Después atrajeron nuestras materias primas:
el chocolate, las frutas tropicales, el caucho, la carne, el trigo, el petróleo.
Hoy nuestra América ofrece sin duda otros intereses. Ya fue simbólico
que nuestro III Congreso se celebrara en la portentosa ciudad de México,
con los ojos abiertos hacia toda nuestra América. El mundo de nuestro
hispanismo se ha ido enriqueciendo en todos sentidos. Ya no abarca
sólo los temas espirituales de esta hermosa península (incluyo, claro está
a Portugal) con su variedad y riqueza de culturas y de lenguas, con su
arte popular y culto —nunca enteramente divorciados en esta tierra—
con sus danzas y canciones, con su tradición milenaria. Hoy se ha incor-
porado a este interés nuestro vasto mundo hispanoamericano o ibero-
americano (pienso también, por su enorme importancia, en el Brasil).
Nuestra América toda, con su diversidad de problemas de historia y de
cultura, con su lengua española o portuguesa, también diferenciadas,
con sus lenguas y culturas indígenas, ricas y misteriosas, con sus variadas
mezclas de población, de las que ha de surgir un hombre nuevo, y su cons-
tante afán de independencia, aun en la creación de una cultura propia,
de validez universal, que sea expresión de su propio suelo, de su propio
pueblo y de su propia historia.
Ya nuestros libros, antes confinados entre nuestras estrechas fron-
teras nacionales, se editan en España, circulan por todos los países, y se
traducen al francés, al inglés, al italiano, a las lenguas escandinavas, al
checo, al ruso. Nuestra América se está incorporando al mundo univer-
salista de la cultura. Y más que por su presente, con sus más y sus menos,
por su presentida grandeza futura. Así, los horizontes del hispanismo
se amplían día a día. El hispanismo ya no puede ser una afición original
y excéntrica de solitarios insignes, sino una actividad que atrae de manera
creciente la atención de los estudiosos del mundo entero. Ya es signo de
ello el que una de las secciones de este Congreso esté dedicada a «Aspectos
de la literatura, del arte y la historia de Hispanoamérica», y la gran ri-
queza de ponencias y la gran afluencia de delegados atraídos además por
el prestigio universal de esta Universidad (la coincidencia, que infortu-
nadamente no hemos podido evitar, de que en estos mismos días se celebre
Inicio Índice

Alocuciones de la sesión inaugural XIX

en el Canadá el Congreso Internacional de Romanistas, nos ha restado


la presencia de, por lo menos^ medio centenar de hispanistas eminentes).
Nuestra América se incorpora activamente al movimiento internacional
del hispanismo. Y tengo la esperanza de que el estudiar entre todos el
legado cultural de España y la aportación cultural de Hispanoamérica,
se irán desvaneciendo viejos resquemores subsistentes todavía en algunos
círculos de nuestros países, como herencia de las viejas campañas de la
Conquista o de las menos viejas guerras de Emancipación, o reflejo, de
antagonismos políticos, a veces dramáticos. Le corresponde a nuestro
hispanismo una misión de gran importancia. Y estoy convencido de que
la cumplirá con altura.
El nuevo hispanismo que aquí se congrega hoy, no pretende justi-
ficar ni defender con paliativos de ningún género los actos políticos del
pasado o del presente. Pero se entrega con simpatía y amor a los valores
universales de la literatura y el arte de España, y aspira también a univer-
salizar los valores viejos y nuevos de la cultura de Hispanoamérica. A
todos nos une un afán de verdad y un anhelo de hermandad auténtica,
sin privilegios ni precedencias, que se funda en que poseemos un patri-
monio común de inestimable valor: nuestra común lengua española, que
nos convierte, por encima de todas las distancias y diferencias, en una de
las tres o cuatro comunidades más grandes e importantes del mundo.
Este Congreso se celebra en momentos cruciales. En casi todos los
países del mundo se oyen voces que discuten y hasta niegan los valores
del humanismo. La ciencia moderna, hija del humanismo, parece a veces
dispuesta a devorarlo, y aun, con su formulismo matemático y sus recursos
electrónicos, está tratando de dominar las disciplinas antes puramente
humanísticas y hasta las artes mismas. Las ponencias aquí presentadas
y los delegados que han acudido de diversas partes del mundo recogen
las nuevas corrientes del pensamiento y los nuevos métodos de estudio,
pero constituyen, en conjunto, una reafirmación de los valores permanentes
del humanismo. Nuestro hispanismo es nuestro humanismo, y no es un
coto cerrado, sino vínculo humano de unión y colaboración con las otras
culturas del mundo. Y es simbólico que nos reunamos en esta Univer-
sidad de Salamanca, el viejo baluarte del humanismo español, la Uni-
versidad de Nebrija, del Brócense, de Francisco de Vitoria, de Pedro
Mártir, de Fray Luis de León, que ha sido siempre el modelo de la vida
universitaria y humanística de Hispanoamérica. Uno de sus rectores más
ilustres, el gran Miguel de Unamuno, estuvo siempre pendiente de la vida
espiritual de Hispanoamérica y exaltó y estimuló generosamente los va-
lores positivos de nuestra cultura hispanoamericana. Me cumple por úl-
Inicio Índice

xx Ángel Rosenblat

timo expresar nuestro agradecimiento al Señor Rector y a la Comisión


local organizadora, presidida por don Fernando Lázaro Carreter.
Señores delegados: Nos es grato dar a todos ustedes la más cordial
bienvenida. Perdónennos que les hayamos arrancado de la torre de marfil
de sus propias investigacioues y trabajos. Como testimonio de nuestros
nueve años de vida presentamos los tres preciosos volúmenes de las Actas
de nuestros congresos con su selva de temas variados y con magníficos
estudios. Yo sé que muchos de ustedes desean que nuestra Asociación
no se limite a estos Congresos periódicos y desean que amplié su acti-
vidad. Invito a todos a que presenten sus proyectos a la nueva junta di-
rectiva que ha de surgir de este Congreso, la cual recibirá con simpatía
toda proposición viable y útil. Mi deseo es que esta semana que nos brinda
la Universidad de Salamanca sea fructífera, que el diálogo sea siempre
cordial, y que cuando llegue el día de la despedida, nos marchemos de
aquí más amigos que nunca. Muchas gracias.

ÁNGEL ROSENBLAT
Presidente de la
Asociación Internacional de Hispanistas
Inicio Índice

Alocuciones de la sesión inaugural XXI

Señores Presidentes efectivo y de honor de la Asociación de Hispanistas,


Dignas Autoridades de Salamanca y su provincia,
Junta Directiva de la Asociación Internacional de Hispanistas,
Señores Congresistas:

Pocas cosas pueden ser más satisfactorias para un Rector que la de


abrir las puertas de su Universidad a un Congreso científico. Pero si ese
Congreso se celebra en España, y concurren a él varios centenares de es-
tudiosos del mundo entero, que se han propuesto como objetivo de sus
afanes intelectuales el estudio de las culturas que, en España y fuera de ella,
se expresan en las lenguas hispanas, la satisfacción de trueca en honra.
Este es el sentimiento con que me levanto a hablarles: me siento honrado
con la presencia de ustedes y ese honor, como es lógico, alcanza a toda
la Universidad que represento.
Cuando en el Congreso de Méjico, de 1968, la Asociación Internacional
de Hispanistas acordó celebrar la siguiente reunión trienal en este país,
nos alentó la esperanza de que fuera Salamanca el lugar elegido. Con esta
esperanza concurrieron los delicados deseos de la Junta Directiva de la
Asociación y el resultado es este momento felicísimo en que se inaugura
el IV Congreso, bajo los auspicios de nuestra Universidad. Muchas gracias,
profesor Ángel Rosenblat, a Vd. y a la Junta Directiva que tan dignamente
preside, por haber aceptado nuestra invitación. Muchas gracias, profesor
Bataillon, por haber sido tan eficaz propulsor de la solución salmantina.
Ni a ustedes ni a nosotros se nos ocultaba el hecho de que la ciudad
quedaría tal vez rebasada en sus posibilidades de acoger con comodidad
a la numerosa concurrencia presumible. En realidad, así ha sucedido,
y debo pedir perdón por algo que no es culpa nuestra ni, por supuestos,
de la ciudad. Al poder de convocatoria de la Asociación, se ha unido el
que posee Salamanca y la consecuencia es este éxito que, en punto a asis-
tencia, va a alcanzar el Congreso, sin duda condigno del que le aguarda
en el aspecto científico. Pero, a pesar de aquellas dificultades esperables,
ni ustedes ni nosotros retrocedimos ante otro hecho también evidente:
el primer Congreso celebrado en territorio español, tenía que reunirse
en Salamanca.
Me produce algo de rubor evocar ante un público de especialistas las
razones que privilegian a esta Universidad para convertirse en sede de
tan magna cita con la cultura hispana, en sus aspectos literarios, lingüís-
ticos e históricos. Al acudir aquí, el Congreso se coloca bajo un pabellón
Inicio Índice

XXII Felipe Lucena Conde

espiritual, labrado a lo largo de muchos siglos, por hombres como Juan


del Enzina, Lucas Fernández, Antonio de Nebrija, Francisco Sánchez,
Fray Luis de León, Francisco Vitoria, Alonso de Madrigal, Gonzalo
Correas, Sebastián de Covarrubias, Luis de Góngora, Lope de Vega,
Juan Ruiz de Alarcón, Pedro Calderón de la Barca, Diego de Torres Villa-
rroel, José Cadalso, Juan Meléndez Valdés, José Iglesias de la Casa, Diego
Tadeo González, Jovellanos (no salmantino, pero sí mentor de los sal-
mantinos), y por fin, Miguel de Unamuno.
Son estos nombres los que poseen, sin duda, ese poder mágico de
convocatoria a que antes aludía, y al que la Asociación se ha mostrado
sensible cuando ha decidido venir a nuestra ciudad. De ella parten también
varias de las sendas que ustedes recorren diariamente con sus estudios.
Aquí fue donde Alfonso X el Sabio estableció la primera biblioteca con-
fiada a un funcionario público y abierta a cuantas personas sintieran
curiosidad de saber. Fue aquí donde, en vísperas ya del alumbramiento
de América, un Catedrático de nuestro Estudio, Elio Antonio de Nebrija,
descubrió el interés científico de las lenguas vulgares, y escribió aquella
Gramática, cuya razón no entendía bien la Reina Católica, y a quien hubo
de darle una explicación profética e imperial Fray Hernando de Talavera;
la cual, por cierto, no era la principal que movió a Nebrija, puesto que
expone antes otras dos menos circunstanciales: fijar la lengua y adiestrar
la mente para el aprendizaje del latín. Por el claustro que nos ha conducido
a este Paraninfo, los estudiantes llevaban en hombros a Pedro Mártir
de Anglería cuando llegaba a dar su clase de explicación de textos. Otro
catedrático salmantino, el Brócense, concebía la audacia de editar y co-
mentar como si fuera clásico a un escritor moderno, Juan de Mena, y
abría así otro de los caminos de la filología hispánica. La lexicología, la
etimología, la paremiología son otras tantas ramas del saber cultivado
por ustedes, que en Salamanca tienen su arranque, o en Salamanca al-
canzan sus primeros hitos significativos.
Respecto al arte literario mismo, que va a ocupar buena parte de las
actividades del Congreso, en la relación que antes he hecho figuran nombres
decisivos de las letras españolas; algunos también abrieron caminos. Juan
del Enzina, por ejemplo, tan justamente llamado «Patriarca del teatro
español», y a cuya memoria hemos consagrado un aula dedicada a espec-
táculos dramáticos, para estimular el cultivo de ese arte entre los alumnos,
y que ustedes tendrán ocasión de conocer, hoy mismo. Lope de Vega, cuyo
sistema dramático había ido perfeccionándose en Valencia, y que aquí
se acendra definitivamente, en contacto con la Universidad y con los artistas
de la corte ducal de Alba de Tormes. Desde la vecina ciudad, el Fénix
Inicio Índice

Alocuciones de la sesión inaugural XXIII

visitaba a las compañías que venían a representar, escribía comedias para


las fiestas universitarias, afinaba exquisitamente su gusto hasta hacerlo
desdeñoso con el vulgo y, a la vez, ahondaba en el mejor conocimiento
del teatro y del pueblo. Aquí llorará a su esposa y a su hija muertas, y
desde aquí partirá en su triunfal regreso a la corte, tras las peripecias del
destierro. Entre los peores escolares de Salamanca, hay que contar a
otra gloria de nuestras letras, a Luis de Góngora, más dedicado al ocio
poético y mundano que a la disciplina académica, pero a quien el ambiente
humanístico del Estudio hizo, sin duda, concebir el proyecto de emular
a Ovidio. Y en nuestras viejas aulas, se formaba el mejicano Ruiz de Alar-
cón, uno de los primeros hombres que iban a fundar, por el cultivo del
idioma artístico, la comunidad de los pueblos hispanos de aquende y
allende el mar.
No es mi propósito revisar con superficialidad de aficionado lo que
todos ustedes saben mucho mejor que yo. Pero no quiero omitir una men-
ción a Miguel de Unamuno, el Rector por antonomasia de Salamanca,
a quien el Congreso va a dedicar, justamente, una atención especial, atención
que es el mejor regalo que puede hacérsenos. De la ingente figura del Rector,
deseo resaltar sólo un aspecto que me parece particularmente vivo y ejem-
plar; es el interés apasionado con que siguió, glosó y comentó el desarrollo
de la cultura hispanoamericana, y, en general, de todas las manifesta-
ciones nobles del espíritu allá donde surgieran. A aquel talante ecuménico,
es decir, rigurosamente humanístico —que, en el caso de Hispanoamérica,
era un sentimiento profundo de fraternidad— corresponden ustedes con
su atención por la cultura hispana. En este sentido, y en otros muchos,
el Congreso va a encarnar algunos valores que Unamuno defendió hasta
el heroísmo.
Y hablando de él, es imprescindible recordar el nombre de quien tanto
hizo por su obra y fama, consagrándole en cierto modo su vida, con rigor
de sabio y fervor de discípulo. Me estoy refiriendo al profesor Manuel
García Blanco, don Manuel en esta casa, que hoy experimentaría, si
viviera, una de sus más puras alegrías.
No deseo dilatar mi intervención. Y, antes de acabarla, tengo que ex-
presar mi gratitud a cuantos organismos públicos y culturales han ayudado
indirectamente a la Universidad, ayudando a las Comisiones nacional
y local para que este Congreso fuera posible. Probablemente, el Presi-
dente de la primera, profesor Lapesa Melgar los enumerará con mejor
conocimiento de causa. Mi gratitud se extiende a los miembros de ambas
Comisiones; de la local, es justo que destaque la actividad incansable
desplegada por ios profesores Lázaro Carreter y Senabre Sempere, du-
Inicio Índice

XXIV Felipe Lucena Conde

rante muchas semanas de sacrificio del trabajo personal y del descanso.


Ambos han prestado así el último servicio a su Universidad, que este curso
los pierde como maestros. Con ellos, han colaborado el profesor Cortés
Vázquez, el Decano de la Facultad de Letras, doctor Bustos Tovar, y un
grupo de entusiastas profesores adjuntos y ayudantes, cuyo esfuerzo
habrá de acentuarse, sin duda, esta semana. El profesor Bustos habrá
de asumir, cuando el Congreso acabe, la difícil tarea de resolver los asuntos
pendientes, entre ellos, la publicación de las Actas.
Por fin, mi agradecimiento a las autoridades que nos acompañan,
y que, de varios modos eficaces y generosos, han contribuido a la organi-
zación del Congreso; y a ustedes, señoras y señores, por su presencia en
él. Ojala se estimulen aquí antiguas relaciones, y se fomente el nacimiento
de otras nuevas entre ustedes mismos, y entre ustedes y nuestra Univer-
sidad, con fecundos resultados científicos y humanos.
Bien venidos, y feliz estancia en Salamanca.

FELIPE LUCENA CONDE


Rector Magnífico de la
Universidad de Salamanca
Inicio Índice

Alocuciones de la sesión inaugural XXV

Magnífico y Excelentísimo Señor Rector.


Ilustres Autoridades y Profesores.
Señores Congresistas:

Hace tres años, en Méjico, la Junta directiva de la Asociación Inter-


nacional de Hispanistas, reunida al acercarse a feliz término las tareas
de su III Congreso, deliberó sobre el país que convenía elegir para sede
del IV. El entonces Presidente, nuestro actual Presidente de Honor, pro-
fesor Marcel Bataillon, manifestó su parecer favorable a celebrarlo en
España y encomendarme, como a único miembro español de la Junta
presente en Méjico, las gestiones conducentes a ello. Con el asenso uná-
nime de los demás directivos, tal propuesta fue sometida al pleno del III
Congreso, que también la aprobó por unanimidad. No debo ocultar cuánta
fue mi alegría ante el acuerdo de que la España del Cid y de Berceo, de
Juan Ruiz y Fernando de Rojas, de Santa Teresa y el Lazarillo, de Cervantes
y Lope, de Calderón y Gracián, de Jovellanos y Goya, de Larra y Galdós
de Unamuno y Antonio Machado, fuese punto de reunión para quienes
se han dedicado a estudiar amorosamente su literatura y su historia,
las de los países hermanos de Iberoamérica, las lenguas española y por-
tuguesa o las otras lenguas y literaturas peninsulares. Gran alegría, sí;
pero también preocupación por la responsabilidad del honroso encargo
que se me confiaba, y para el que conté, desde Méjico mismo, con la efi-
cacísima colaboración del profesor don Fernando Lázaro Carreter, con
el ponderado consejo del profesor Bataillon y del actual Presidente de
nuestra Asociación, profesor Ángel Rosenblat, y con las expertas indi-
caciones de nuestro Secretario, profesor Elias L. Rivers. Varias entidades
españolas se ofrecieron, insinuada o explícitamente, a patrocinar el IV Con-
greso: quede aquí constancia de nuestra gratitud. Cada posibilidad tenía
su peculiar atractivo: pero entre todas descollaba la de la Universidad
decana del mundo hispánico, la de Fray Luis de León y Unamuno, cuya
significación histórica y secular tradición en nuestros estudios acaba de
recordarnos, en deslumbrante panorama, su Rector. Esa herencia conti-
nuamente renovada, viva hoy en la actividad de nuevos maestros, fue el
factor decisivo que inclinó la balanza en el momento de decidir. Además
de su Universidad, la ciudad misma, en que cada edificio es un monu-
mento asombroso y cada piedra un halago para la vista a la vez que un
recuerdo para el espíritu, proporcionaba marco insuperable para nuestras
tareas. Las preferencias de los directivos a quienes consulté coincidían
Inicio Índice

XXVI Rafael Lapesa Melgar

con las mías propias, pues cinco años de experiencia docente en Sala-
manca dejaron en mí hondas raíces de afecto. Iniciadas las gestiones
por el doctor Lázaro, Decano entonces de la Facultad de Filosofía y
Letras salmantina, fueron acogidas con entusiasmo por su Rector, que
nos brindó la generosa hospitalidad que hoy disfrutamos y a quien expreso
aquí solemnemente nuestro más vivo reconocimiento. El profesor Lázaro,
al frente de la Comisión formada por sus colegas salmantinos, ha llevado
el peso de la organización, especialmente difícil por el número de con-
gresistas y comunicaciones, muy superior a cuanto podíamos imaginar.
Debo poner de relieve la valiosa cooperación de su sucesor en el Deca-
nato, doctor don Eugenio de Bustos, y la abnegada labor del Secretario
de la Comisión, doctor don Ricardo Senabre. Gracias a ellos podrán
leerse y discutirse las comunicaciones agrupadas con relativa homoge-
neidad, no obstante la variedad de temas y las peticiones de muchos con-
gresistas respecto al día —a veces incluso hora— de su actuación. La mayor
dificultad ha sido la del alojamiento: Salamanca es todavía una ciudad
de dimensiones humanas y de vivir menos ajetreado que el de las grandes
aglomeraciones; pero estas condiciones, venturosas para el reposado
quehacer de los estudios, no son las más adecuadas para alojar cómoda-
mente a varios centenares de visitantes, congregados en fechas que coin-
ciden con la máxima afluencia del turismo internacional. Sé que nuestros
colegas de aquí se han desvivido para satisfacer los deseos de todos y
cada uno de los congresistas: reconozcamos la deuda que hemos cen-
traído con ellos por su ejemplar esfuerzo.
Además de la Universidad de Salamanca, otros organismos españoles
nos han prestado el auxilio económico necesario para celebrar el Congreso
o han contribuido de otro modo a alguna de sus actividades. Tales han
sido la Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio de
Asuntos Exteriores; el Ministerio de Educación y Ciencia, el Ministerio
de Información y Turismo, el Consejo Superior de Investigaciones Cien-
tíficas y el Instituto de Cultura Hispánica; el Gobierno Civil, la Diputación
Provincial y el Ayuntamiento de Salamanca, así como la Delegación de
Información y Turismo y el Centro de Iniciativas y Turismo de la ciudad.
A las autoridades y directivos que desde los puestos correspondientes
nos han ayudado, manifiesto el profundo agradecimiento de la Comisión
Nacional.
A otro género de cooperación he de referirme ahora: la de las univer-
sidades que nos han honrado enviando representantes suyos al Congreso.
Aparte de lo que su presencia significa como testimonio de alentadora
simpatía, nuestras tareas contarán así con la aportación de valiosos his-
panistas que enriquecerán la cosecha del Congreso.
Inicio Índice

Alocuciones de la sesión inaugural XXVII

Dada cuenta de cómo hemos procurado cumplir el encargo conferido


por la Asociación en Méjico, y satisfecho el tributo de gratitud a cuantos
han hecho posible la empresa, terminaré expresando un deseo: el que de
encontréis en esta dorada Salamanca ambiente propicio para que el inter-
cambio y contraste de vuestros saberes rinda copioso fruto. En la portada
de la iglesia salmantina de San Boal, una décima barroca dice que el fun-
dador juntó «al ánimo de empezar,/la gloria de concluir». Ese impulso
inicial y el honor de las futuras eonclusiones del Congreso os corresponden
a vosotros. A la Comisión Nacional y a la Organizadora les basta haber
hecho cuanto en sus manos estaba a fin de prepararos el camino.

RAFAEL LAPESA MELGAR


Presidente de la Comisión Nacional
Inicio Índice

COMUNICACIONES PLENARIAS
Inicio Índice

LA OBRA DE UNAMUNO
EN LA PERSPECTIVA DE HOY

En La tía Tula, novela a que hoy voy a dedicar preferente atención


en esta conferencia plenaria con que me veo tan honrado, la protagonista
expresa un cariño especialmente caluroso hacia dos de sus hijas espiri-
tuales, Caridad y Manolita, precisamente las que no tienen gota de sangre
suya. Algo parecido le pasa a don Miguel de Unamuno en relación con
Salamanca. A este bilbaíno, vasco por los cuatro y aun por los dieciséis
costados, Salamanca no llegó a significarle nada hasta que a los veintisiete
años le tocó en suerte encargarse en estas aulas de la cátedra de griego.
Entonces la ciudad del Tormes despierta en él aquel entrañable cariño
que caracteriza de un modo más destacado al que viene de fuera que al
nativo, a la vez que él imprimió su sello indeleble, no sólo ni principalmente
como rector y catedrático, sino mucho más como presencia viva: desde
su estudio salmantino escribe, disputa, aconseja y fustiga, por sus calles
pasea. incansablemente con sus amigos y visitas, con ellos toma en la
Plaza Mayor su café y su vaso de agua pura. Incluso la maliciosa agudeza
de Ortega y Gasset1 de que las viejas piedras doradas salmantinas pa-
recen sonrojarse al escuchar las barbaridades que les decía el rector en
sus largos paseos revela el grado de interpenetración que había entre hombre
y ambiente. Tal como su tía Tula con sus ahijados, Unamuno se forjó una
Salamanca propia, intimamente suya, mientras ésta brindó a don Miguel
holgada plataforma desde donde lanzar a los cuatro vientos su fuerte
personalidad. Y Salamanca no ha podido menos que mantener viva la
memoria de este hombre que llevaba, como en la célebre escultura del
Palacio de Anaya, la cruz en el pecho y más que en el pecho dentro del co-
razón. Gracias sobre todo a la infatigable labor del gran unamunista don
Manuel García Blanco y la devoción de doña Felisa Unamuno, el archivo-
biblioteca, instalado en la vieja casa rectoral, ha servido de fuente inago-
table de información a los numerosos devotos suyos. No es posible exa-
gerar en este sentido la contribución del gran erudito, excelente amigo
y perfecto caballero que fue García Blanco, prematuramente fallecido2,

1
'Unamuno y Europa, Fábula', Obras ampielas, 1, Revista de Occidente, pp. 128-32.
2
Véase la nota necrológica del que escribe en Bullelin of Hispánic Slutlies, XLI1I (1966).
pp. 121-23.
Inicio Índice

4 Geoffrey Ribbans

quien basándose en la riqueza de manuscritos conservados en el archivo,


publicó en el curso de unos quince años innumerables libros y artículos
que, con sus nutridos comentarios, constituyen los indispensables intru-
mentos referentes a don Miguel. A García Blanco no sólo debemos la
publicación de las sucesivas Obras completas unamunianas sino al feliz
inauguración, en un momento difícil, de los Cuadernos de la Cátedra
Miguel de Unamuno. Sería ocioso detallar aquí ni siquiera parte de la apor-
tación de don Manuel que representa una labor de documentación que
se ha visto coronada —ya desaparecido él— con la publicación por fin,
en 1970, del tan esperado Diario intimo. Resultado de esta magnífica
dedicación es un Unamuno más documentado, más completo y más ac-
cesible que cualquier otro escritor moderno español, sin que esto quiera
decir que no quede por hacer, dentro del mismo archivo y fuera de él.
Después de la muerte tan lamentada de García Blanco, los trabajos
han sido valientemente continuados por doña Felisa, por don Fernando
Lázaro, presidente del comité organizador de este congreso, y por doña
Leo Ibáñez de García, viuda de don Manuel, pero sin escatimar en lo más
mínimo mi estima de sus grandes esfuerzos, creo que ha llegado el momento
oportuno de dar una nueva iniciativa al cometido. ¿No será ésta —me
pregunto— la oportunidad para pedir con toda cordialidad a la Univer-
sidad de Salamanca, nuestros huéspedes para este cuarto congreso de una
asociación que ha granjeado ya un solidísimo prestigio internacional,
la mejor ocasión de buscar maneras de asentar sobre una base más segura
y más dinámica el archivo y la cátedra unamunianos? Incalculable sería
la ayuda prestada a la investigación del creciente número de unamunistas
mundiales si fuera posible realizar todos o algunos de los objetivos que
cito a continuación. Dentro del archivo sería útilísima la extensión de
los servicios bibliográficos y de consulta, lo que requiere un equipo pro-
fesional y no ya sólo la abnegada dedicación del admirable espíritu filial
de doña Felisa. Igualmente sería conveniente adquirir sistemáticamente,
para que la biblioteca no quedara momificada, los principales estudios
dedicados a Unamuno a medida que vayan saliendo, ir publicando con
regularidad los manuscritos y documentos todavía inéditos, dar un nuevo
empuje crítico a los Cuadernos, etc. Fuera de la biblioteca, convendría,
creo yo, intentar coordinar en cierta medida investigaciones que ahora
se realizan dispersas o aisladas, inaugurando .tal vez ciertos proyectos
comunes y fundando para estos fines una sociedad internacional de una-
munistas que pudiera emprender la organización de congresos o confe-
rencias. No ignoro que tales iniciativas requieren dinero además de de-
dicación; a lo mejor sería preciso buscar algún apoyo financiero inter-
Inicio Índice

La obra de XJnamuno hoy 5

nacional. En esta ocasión sólo me permito sugerirlas con amistosa fran-


queza y con plena conciencia de lo mucho ya alcanzado así como de lo
que queda por hacer, porque no merecen menos ni la fama mundial de
Unamuno ni los excepcionales recursos modernos de que dispone esta
antiquísima universidad.

* * *

Dicho esto, quisiera en esta conferencia desarrollar un punto de vista


algo distinto —pero no incompatible— del que, hasta ahora, ha regido
en gran parte la crítica unamuniana. Con la celebración del centenario
de su nacimiento en 1964, seguido poco tiempo después por el falleci-
miento de García Blanco, podríamos decir que se cerró una etapa de la
investigación unamuniana, etapa caracterizada por la documentación,
la exposición, el cariñoso comentario a un maestro querido y recordado.
Es por otra parte natural que más de treinta años después de su muerte
empiece a imponerse otra actitud. Van escaseando ya los que conocieron
personalmente a don Miguel y los que venimos después debemos juzgarle
como juzgamos a cualquier gran autor histórico; por lo que dejó escrito,
ayudándonos naturalmente de todo lo que se sabe de su vida y ambiente.
Forzosamente vienen menos a cuento la experiencia compartida, el rasgo
personal, la anécdota rememorada y más, mucho más lo que se saca de
la obra individual.
Y hay otra cosa. Unamuno nació hace más de cien años y murió hace
más de treinta, y los años transcurridos han sido por otra parte sumamente
accidentados: son éstas las típicas circunstancias en que el prestigio de
un escritor se derrumba o —con menos frecuencia— se consolida. Si un
escritor se salva en este trance crítico, esto representa la consagración
al menos provisional de su categoría de gran escritor, cuyas obras a partir
de ese momento urge medir, con la más estricta justicia, a la luz de la eter-
nidad. En cuanto a Unamuno, Pío Baroja, ya hace bastantes años, en sus
francas y despiadadas Memorias, afirmó que su egocentrismo fue tal que,
desaparecida la grandiosa figura que sostenía la obra, ésta se desmoro-
naría3. Evidentemente no ha sucedido así, pero el aserto barojiano no
está tampoco del todo huero de justificación, como en seguida veremos.
La nueva tarea, pues, es más bien la de aquilatar, pesar, llegando por fin
—por motivos críticos bien asentados, por supuesto— a aprobar esto,
rechazar aquello,poner peros a esta obra, ligeras reservas a aquella otra.

3
Obras completas. Vil, Biblioteca Nueva, Madrid 1949. p. 499.
Inicio Índice

6 Geoffrey Ribbans

Importa ahora establecer un juicio independiente y equilibrado de su obra,


sin dejar de criticar lo que pudiera parecemos flojo o inadecuado en ella
y a la vez elogiar decididamente lo que estimamos ha sobrevivido la im-
placable hoz del tiempo. Frente a un escritor de la envergadura de Una-
muno no puede menos de interesarnos todo cuanto escribió, pero un autor
da testimonio de su auténtica categoría por sus mejores obras. Se impone
la necesidad por lo tanto de distinguir entre las diversas facetas de su obra
y a eso vamos. Pero hay que sustraerse también de las idiosincrasias críticas
del autor estudiado; por eso es imprescindible no aceptar como normas
incondicionalmente aplicables sus opiniones literarias harto heterodoxas,
como cuando afirma, por ejemplo, la superioridad del personaje creado
—Don Quijote— sobre el autor Cervantes, o cuando se empeña en que
no existe ninguna válida diferenciación de género literario, que la obra
de Spinoza o de Kant es tan novelística como sus propias novelas. Estas
ideas tienen, eso sí, su validez dentro de la visión ontológica y literaria
de Unamuno, pero el crítico debe juzgarlas exclusivamente por el papel
que desempeñan en la creación literaria. Y con cierta frecuencia, por su
absoluta identificación de vida y literatura y su menosprecio tantas veces
proclamado de la forma, Unamuno parece engañarse a sí mismo. Se jacta
de dejarse llevar por el impulso del momento y de no dar estructura o cohe-
sión a lo que va redactando porque la vida le es, de modo semejante,
descoyuntada y arbitraria. Así procede a un culto de lo espontáneo y lo
inmediato que pretenda quitar toda importancia a la organización o es-
tructura de la obra literaria. A sus críticos nos incumbe en cambio insistir
en esa capacidad organizadora sin la que no existe obra de arte.
La tentación esencial que asediaba a Unamuno y que fue fomentada
por su criterio estético y aumentada por las apremiantes demandas de sus
compromisos periodísticos, es la falta de selección. Ya lo señaló Ramiro
de Maeztu en una temprana reseña de En tomo al casticismo*. Se queja
éste de que Unamuno nos da, no una obra bien digerida y madura, sino
todo el proceso alimenticio y digestivo de asimilarla; o empleando otra
metáfora cara a Unamuno, que él echa en cara de los jóvenes, acusándoles
de dejar intacto y visible todo el andamiaje de su obra5, el propio Una-
muno tiende a hacer lo mismo en sus constantes gritos del alma e ince-
santes reiteraciones. La raíz de su falta de rigor selectivo se encuentra
indudablemente en su excesivo apego a lo autobiográfico —todo lo re-
ferente al hombre de carne y hueso que es Unamuno le parece digno de

4
La lectura, III, febrero de 1903, pp. 282-86.
5
'Dejar los andamios' (1900), Obras completas, Escelicer. VII, pp. 1267-69.
Inicio Índice

La obra de Unamuno hoy 7

retenerse— y lo deja filtrarse de un modo harto evidente por sus escritos.


Don Miguel, que tan bien supo desnudar hasta el meollo del alma a sus
criaturas ficticias o poéticas, no tuvo con sus propias circunstancias el
mismo rigor, mezclándose en complacencia en sus concepciones que
deberían ser autónomas y conste que no me refiero a la intervención
de una contrafigura de Unamuno en Niebla, porque ésta tiene su firme
razón de ser dentro de la obra, sino a las incontables veces en que se deleita,
en ensayos y en ocasiones en otras obras, en referirse a lo más transitorio
e intrascendente de su diario vivir.
Igualmente tiende a pecar de excesiva inmediatez, no dándose cuenta
de la ventaja artística de quedarse a cierta distancia de la experiencia
poética, según el criterio proclamada por dos grandes románticos admi-
rados por él: la «emotion recollected in tranquillity» de Wordsworth y la
afirmación curiosamente paralela de Gustavo Adolfo Bécquer: «Por lo
que a mí toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo. Guardo,
si, en mi cerebro, como en un libro misterioso, las impresiones que han
dejado en él su huella al pasar... hasta el instante en que, puro, tranquilo,
sereno y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural, mi espíritu
las evoca...6».
He esbozado estos puntos aparentemente negativos, no para rebajar
a Unamuno sino todo lo contrario: es una introducción esencial para
señalar, a continuación, cómo, dónde y en qué medida, a mi ver, domina
estas tentaciones. No puedo por supuesto en el tiempo disponible intentar
nada que remotamente se aproxime a un juicio valorativo de toda la vasta
producción unamuniana. Quisiera, eso sí, trazar a grandes rasgos, que no
pueden dejar de pecar de algo dogmáticos y arbitrarios por lo apresurado
del itinerario, mi actitud personal frente a los distintos géneros que abarcó
Unamuno, para acabar finalmente por analizar en más detalle una de
sus novelas.
La parte más copiosa de su obra la constituyen los ensayos o artículos,
muchos de ellos escritos pro pane lucrando. Por lo tanto es natural que
varían mucho de calidad y de trascendencia: es aquí donde se ve más a las
claras lo inmediato, lo desarticulado, lo ocasional a que me referí hace
un momento; pero al mismo tiempo resulta más comprensible y justi-
ficable en este género casi periodístico la falta de rigurosa organización.
Mucho mayor relieve tienen otros ensayos. Una obra filosófica tal
como Del sentimiento trágico, es imprescindible para comprender a Una-
muno y se ha de quedar sin duda en la primera plana de su obra y en la

'Cartas literarias a una mujer". Obras completas, 6." ed. Aguilar 1949. p. 658.
Inicio Índice

8 Ceoffrey Ribbans

historia filosófica del siglo xx en España y fuera de ella; pero literaria-


mente hablando, adolece acentuadamente de la peregrina contradicción
de verter en forma de un tratado filosófico, excesivamente acopiado de
datos, referencias y citas, una actitud fundamentalmente opuesta a esta
técnica. Contribuyente incesante al tema del tan decantado problema de
España, Unamuno no puede menos que figurar largamente entre los inter-
pretadores del alma nacional; además, tiene la extraordinaria importancia
de constante intérprete de la América española y el papel especial de ex*
citator Hispaniae, según la feliz expresión de Curtius, con aquella generosa
agresividad —la frase es de Antonio Machado7— que le da una posición
única en el siglo xx; pero esta actividad, importante como es, tambión
queda, para mí al menos, un poco al margen. Tiempo vendrá,- supor.uv
y confio yo, cuando el obsesionante prurito de analizar el alma nación:i
a base de ingenio y prejuicios tan claramente subjetivos por fin se aflojará,
pero al menos no cabe duda de que ha constituido uno de los subgéneros
más típicos y más abusados del siglo xx. Si en él la discrepancia entre la
objetividad que exige el tema y la manera abierta o veladamente personal
de que suele estar tratado llega a su máximo extremo, esto no toca sola
ni exclusivamente a Unamuno si bien éste llega no pocas veces a absurdos
tales como aquel de '¡que inventen ellos!'. Mucho más válida —para mí,
e insisto en la índole personal de estas consideraciones— es la poderosa
emoción frente al paisaje —el paisaje castellano sobre todo, pero también
el vasco, y otros hispánicos como el portugués— emoción ostentada en
sus muchos ensayos de viajes, excursiones y reminiscencias. Aquí la im-
presión subjetiva es lícita y aun obligada, y Unamuno, con Azorín y Ma-
chado, pero en grado más fuerte, si bien menos sutil, que ellos, viene
a llenar un vacío en la visión estética española. Es la actitud romántica
frente al paisaje, apenas esbozada por los románticos ochocentistas,
aplicada a la naturaleza castellana, quizás la más fuertemente caracte-
rizada, por lo salvaje, grandioso e imponente, de Europa. El valor del
Unamuno paisajista, en prosa y en verso, aspecto del Unamuno contem-
plativo que nos descubrió Blanco Aguinaga en su imprescindible libro8,
está aún por precisar; pero no es un tema en que puedo entrar ahora.
Quedan los géneros más puramente literarios: la novela, el cuento,
el teatro, la poesía, en todos los cuales escribía extensamente. Estos ofrecen
en general mejor coyuntura para sustraerse de lo inmediato y de lo farra-

7
Véase AURORA uh ALBORNOZ, La presencia de Miguel de Lhumumo en Amonio Machado,
Gredos 1967, pp. 88-91, y mi ensayo 'Unamuno y Antonio Machado', en Niebla y Soledad,
Gredos 1971, pp. 288-322.
8
El Unamuno contemplativo, Méjico 1955.
Inicio Índice

La obra de Unamuno hoy a

goso, de lo egocéntrico y de la repetición que vimos como defectos endé-


micos de otros escritos. La poesía no exige desde luego el mismo grado
de objetivación que los otros géneros, pero sí la misma atención a la forma,
a la coherencia, a la superación de lo trival y lo inmediato. Elocuente es el
testimonio de su calidad poética aportado por poetas tan diversos como
Rubén Darío9, Juan Maragall10, Antonio Machado" y Pedro Salinas12;
e interesa recoger también el juicio de Luis Cernuda. nada pródigo de
alabanzas, que las durezas de estilo «no impiden que Unamuno sea pro-
bablemente el mayor poeta que España ha tenido en los que va de siglo lh>
si bien podríamos preguntarnos, en palabras de Unamuno14, ¿contra
quién va dirigido este elogio? De todas maneras, creo que a pesar de su no-
torio anacronismo técnico —y en parte gracias a él— inspirado en la poesía
meditativa ochocentista inglesa e italiana, frente a sus modernísimas
—e imperecederas— preocupaciones, Unamuno descuella poderosamente
como poeta. Conviene notar además que si bien aboga en determinados
momentos por una forma libre, en otros se sujeta a la disciplina de las formas
más estrictas, como el soneto, dentro del cual logra algunos de sus mejores
éxitos. Es grato notar que su voluminosa obra poética va atrayendo ahora
gran atención crítica: como un solo ejemplo de muy alta calidad podríamos
citar la selección de poesías meticulosamente editada con amor y sentido
crítico, por Roberto Paoli y publicada en Italia en 196815. No me cabe
duda que su poesía, o una buena parte de ella, permanecerá entre lo más
valioso de su obra toda.
Apenas se puede decir lo mismo del teatro. Tiene piezas con temas
fascinantes, bien desarrolladas, como La esfinge o El otro, que vierten
en forma objetivada sus habituales obsesiones, si bien éstas a veces pueden
parecer demasiado obvias: la aparente vocación evangélica, mentada en
cartas a Ilundáin y Múgica16, que pasa a La esfinge y después más vela-

9
Véase MANUEL GARCÍA BLANCO, 'Rubén Darío y Unamuno', en America v Unamuno,
Gredos 1964. pp. 53-74.
10
Véase el interesantísimo Epistolario y escritos complementarios: Unamuno-Maragall,
Seminarios y ediciones 1971, especialmente la carta XXVI de Maragall.
11
Machado consideró a Unamuno como poeta desde que dedicó Soledades a éste
'como sabio y poeta". Véase mi ensayo citado en Niebla y Soledad.
12
Ensayos de literatura hispánica, Aguilar 195X, p. 321: "la gran tragedia unamunesca
halló en sus poesías intensidad y pureza no igualada en sus demás obras'.
'•' Estudios sobre poesía española contemporánea, Guadarrama 1957. p. 90.
14
En "El porvenir de la literatura española", reproducido en 'Unamuno y «los jóvenes»
en 1904", Niebla v Soledad, pp. 47-52.
'* Poesie, Vallecchi. Florencia 1968.
16
Véase la carta del 25.iii.l898 a Jiménez Ilundáin, Revista de la Universidad de Buenos
Aires, XLIV (1948), pp. 72-76, y la de diciembre de 1903 a Pedro Múgica. Carlas inéditas
de Miguel ile Unamuno, ed. S. Fernández Larrain. Zigzag. Santiago de Chile. 1965. pp. 322-24.
Inicio Índice

10 Geoffrey Ribbans

damente a la novelita Historia de amor; el grito '¡Hijo mío!' tipico de la


crisis de 1897, la imagen del espejo en El otro; pero creo indudable que
los dramas unamunianos fallan por razones técnicas. Claro que hay
dramas no representables que son no obstante obras maestras, pero Una-
muno se empeñó siempre en llevar a las tablas sus obras, no viendo en
ellas las insalvables deficiencias estructurales ni admitiendo la importancia
de tales consideraciones. Unamuno carece evidentemente de la capacidad
de organizar eficazmente a los personajes en la escena. Aún más grave, no
logra expresar bien sus ideas en diálogo continuo. Su expresión entre-
cortada, a menudo monosilábica, siempre apasionada, sirve tal vez para
los momentos de crisis, pero, como ha indicado don Fernando Lázaro
en un excelente artículo17, una pieza teatral no se sostiene sobre decla-
maciones «en continua tensión». El esfuerzo por superar lo autobiográ-
fico está ahí, pero los personajes, vistos desde fuera, no logran autode-
finirse. Los dramas, por las ideas puestas en juego, por la trama imperso-
nalmente construida, seguirán interesando por supuesto, pero difícilmente
se les acepta como obras independientes, bien logradas. Se necesita acudir
a lo que entendemos de Unamuno para descifrar bien su significado y esto
constituye un defecto irremediable. Según la metáfora unamuniana re-
cogida por Lázaro, el espectáculo se reduce a una representación animada
de Laoconte estrujado por los mortiferos anillos de las serpientes.
Estos defectos no rigen, a mi parecer, en igual medida para las obras
narrativas. No puedo ahora extenderme sobre los cuentos y me limito
a señalar que ofrecen una nutrida veta para la investigación, parcialmente
explorada ya por la señora Eleanor Paucker'8. Y llego por fin a las novelas,
que constituyen para mí la más rica fuente de la «agonía aplicada», como
la poesía lo es de la «agonía pura». No quiero detenerme a hablar de la
novela unamuniana en general porque sus características esenciales son
bien conocidas19, pero conviene señalar que en la novela corta a partir
de Amor y pedagogía Unamuno hace con perfecta carta de naturaleza

17
"El teatro de Unamuno", Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, VII (1956),
pp. 5-29. Compárese también las palabras de Jiménez Ilundain en una carta de enero de 1899,
sobre La muerte es paz, o sea La esfinge: «Quiere usted pintar un estado de alma y se pinta
a sí mismo con toda exactitud. Supone con esto, sin duda, que ha hecho una obra real y hu-
mana y es todo lo contrario. No hay en ella nada humano en el protagonista y menos en su
mujer... Teatralmente, es obra de quien jamás ha visto el teatro y que apenas lo ha leído»,
RUBA, XLIV (1948), pp. 318-24.
1!i
Los euentos de Miguel de Unamuno, clave de su obra. Ediciones Minotauro 1965.
19
Véanse, entre otros estudios, J. MARÍAS, Miguel de Unamuno, Espasa-Calpe 1943,
L. LIVINGSTONE, 'Unamuno and the Aesthetics of the Novel', Hisapania (California) XXIV
(1941), pp. 442-50, y 'The Novel as Self-Creation' en Unamuno: Creator and Creaüon, ed.
J. Rubia Barcia y M. A. Zeitlin, California 1967. pp. 92-115.
Inicio Índice

La obra de Unamuno boy \\

lo que no sabe conseguir en el teatro: emplear el diálogo para los climax


emocionales y suplir los momentos de tensión más baja con una narrativa
sumamente funcional. Y por lo que se refiere al empleo de elementos
autobiográficos, conviene tener en cuenta lo dicho en el Prólogo a las
Tres novelas ejemplares: «Una cosa es que todos mis personajes novelescos,
que todos los agonistas que he creado los haya sacado de mi alma, de mi
realidad intima —que es todo un pueblo— y otra cosa es que sea yo
mismo211». He aquí la medida'del proceso de objetivación tan necesaria
que Unamuno emprende, forzosamente y casi sin querer, al redactar sus
novelas.
Aún dentro de la novelística me he de restringir asimismo a una sola
novela La tía Tula; de otras anteriores, Paz en la guerra, cantera casi
inagotable de facetas de los atormentados vaivenes de su primera madurez,
Amor y pedagogía y Niebla, se ha hablado ya bastante. De esta última sólo
me importa añadir una cosa. No creo exista duda ya, tras tantos estudios
que han señalado el hecho, de la coherente y compleja estructura de este
prototipo de nivola21. A pesar de sus protestas en contra de la forma, Una-
muno poseía dotes de organización nada comunes que se revelan en su
forma más densa en Niebla.
El revés de la medalla, para mí al menos, se da en Cómo se hace una
novela, en que don Miguel traza una sugestiva idea existencialista de la
intcrrclación entre la vida y la novela —morirá U. Jugo de la Raza cuando
haya acabado de leer un libro determinado, siendo el tal libro por lo
tanto el de su vida y muerte— idea, por otra parte, muy apta para dar
expresión a las preocupaciones unamunianas, pero que él mismo estropea
en gran parte, introduciendo arbitrariamente dentro del escrito los dolores
inmediatos de su destierro y su amargura contra el régimen de Primo de
Rivera. Nos hallamos frente, pues, a una extraña mezcla de elementos
que conservan un interés y una permanencia muy diversos; el farragoso
desnudarse de alma y de cuerpo va ampliado de modo circunstancial
en nada menos que doce ocasiones después de la primera redacción. Una-
muno ha dejado allí todo el «andamiaje»-prólogo, retrato de él hecho
por Jean Cassou, comentario a éste, traducción del original francés, con
numerosas adiciones y suplementos. Unamuno alega el ejemplo de las
cajitas de laca japonesas que se enchufan una en otra en serie. Claro está

-° Cito siempre de la edición de Obras completas de Escelicer, II, p. 975.


21
Consúltense R. H. WEBER, "Kierkegaard and the Elaboration of Unamuno's Niebla',
Híspanle Review, XXXII (1964), pp. 118-34, A. A. PARKER, 'lntcrpretation of Niebla', Una-
muno: Crealor and Crealion, pp. 108-42, y mi "Estrctura y significado de Niebla', en Niebla
v Soledad.
Inicio Índice

12 Geoffrey Kibbans

que lo que a Unamuno le tiene suspenso en estas cajitas es la última de


todas, la que queda vacía, pero precisamente éstas se encajan con exactitud
y precisión, lo que no ocurre por desgracia con Como se hace una novela.
Como diario angustiado, parte de su literatura de confesión, la obra tiene
su valor, pero Así no se hace una novela. ¡No, señor!
Y pasamos a La tía Tula. No es ésta la ocasión de emprender un estudio
total de la novela, pero podremos indicar mediante un examen del per-
sonaje principal la capacidad organizadora y objetivadora de don Miguel.
Hasta cierto punto, la novela parece un fiel trasunto de la teoría novelís-
tica explayada en el Prólogo a las Tres novelas ejemplares, porque ostenta
un perfecto ejemplo de un personaje que quiere ser:
Y digo que (cito de dicho Prólogo) además del que uno es para Dios —si para Dios
es uno alguien— y del que es para los otros, y del que se cree ser, hay el que quisiera
ser. Y que éste, el que uno quiere ser, es en él, en su seno, el creador y es el real de ver-
dad. Y por el que hayamos querido ser, no por el que hayamos sido, nos salvaremos
o perderemos. (973)

Pocos casos en efecto de hacerse insustituibles, en las palabras del


Sentimiento trágico22, comparables el de la tía Tula, y pocos éxitos tan
rotundos —aparentemente— como el suyo de imponer su voluntad sobre
sus prójimos; aun después de su muerte, su ejemplo sigue vivo en el seno
de la familia, y cuenta con una digna sucesora en Manolita. La novela
concluye, pues, con la siguiente afirmación de continuidad:
¡Es la tía Tula, la tía Tula, la que tiene que perdonarnos y unirnos y guiarnos
a todos! —concluyó Manuela. (1112)

En otros respectos, es verdad, La tía Tula —la novela quiero decir—


no corresponde totalmente al criterio del Prólogo, casi contemporáneo
con la terminación de nuestra obra. Los seres más pasivos, Rosa, Manuela,
Ramiro, sobre quienes Gertrudis se impone siempre, no se explican com-
pletamente como «héroes de la voluntad», como los que quieren no ser.
Corresponden más bien a un concepto anterior y representan además el
necesario complemento a Gertrudis, a quien se describe siempre con imá-
genes de fuego: «el sol», «los ojos abrasan», «todo fuego espiritual»,
-mientas Rosa y Manuela pertenecen al mundo vegetal— rosa, planta, etc.,
hincadas en la tierra, con la sencilla y silenciosa misión de asegurar la
continuidad, la procreación, de hecho, un aspecto de la intrahistoria2i.

~2 Capítulo XI, Obras completas, VII, p. 272. Compárese también Don Fulgencio en
Amor y pedagogía: 'Sé tú, tú mismo, único, insustituible".
23
Véase 'La tradición eterna", primer ensayo en En torno al casticismo, y CARLOS BLANCO,
El Unamuno contemplativo, pp. 44-56.
Inicio Índice

La obra de Unamuno hoy 1}

La novela tenía en efecto una larga gestación, pues sabemos que en 1902,
año de la publicación de Amor y pedagogía, la había empezado ya24. Y según
parece, corresponde a este primer momento el capítulo VII, que es donde
había de empezar la narración en un principio. Efectivamente, este capi-
tulito tiene parecidos, ideológica y estilísticamente, con Paz en la guerra
y con Amor y pedagogía: un tono más lírico, carencia de diálogo, por
una parte, reconciliación de los dos contrastes representados por las dos
hermanas: paz, pasión, por otra; parecido entre Rosa y Marina, en Amor
y pedagogía, etc., pero en el estrecho marco de esta conferencia es preciso
limitarse a la recia personalidad de Gertrudis.
Estilísticamente también Unamuno abandona en absoluto las exte-
rioridades realistas y presenta a sus personajes en la más escueta desnudez.
Se nos habla con insistencia de la espléndida belleza fisica de Rosa pero
no se nos dice en qué consiste su hermosura; de la estatura, talle, cara,
colorido, etc., de las dos hermanas no sabemos en absoluto nada; sólo
brillan en todas partes los ojazos penetrantes, graves y serenos de Ger-
trudis —es un rasgo físico que siempre le obsesionó a Unamuno25—.
De su vida tampoco sabemos nada: ni cuál de ellas es mayor, ni su lugar de
residencia, sus estudios, sus aficiones, ni aun su apellido. Todo se reduce,
podríamos decir, a los nombres de pila, los que Unamuno maneja con
certera intención. Gertrudis, celosísima de su propia intimidad virginal,
no consiente que Ramiro en especial la llame Tula, aunque es Tulilla para
su tío, Tula para Rosa y tía Tula, o mamá Tula, para los niños. Y en su
extremado recato, ella resiste llamar a Ramiro por su nombre, aunque sí
le llama hijo, con las implicaciones agónicas que esta palabra lleva siempre
para Unamuno además de su especial significado para Tula.
En el caso de ésta, no se trata, evidentemente, de una tía solterona
que se presta a recoger caritativamente a los niños de su difunta hermana
—caso de bondad bastante común por fortuna26— sino de un personaje
mucho más complejo. Entran en efecto en la constitución de ella varios
componentes: el caso real, conocido por Unamuno (véase la nota 24),
al que podríamos creer sin embargo que le falta mucho de la muy idiosin-
crática heroína unamuniana; Santa Teresa. «Quijotesa a lo divino», como
24
Véase la caria a Maragall del 3 de noviembre de 1902: 'Ahora a n d o metido en una
nueva novela, La lia, historia de una joven que rechazando novios se queda soliera para
cuidar a unos sobrinos, hijos de una h e r m a n a que se le muere. Vive con el c u ñ a d o , a quien
rechaza para m a r i d o , pues no quiere manchar con el débito conyugal el recinto en que res-
piran aire de castidad sus lujos. Satisfecho el instinto de maternidad, ¿para qué ha de perder
su virginidad? Es Virgen m a d r e . C o n o z c o el caso". Epistolario..., p. 25.
25
Véase HARRIET S. STEVBNS, ' L O S cuentos de U n a m u n o " , La Torre, IX. p p . 35-36
(1961), pp. 403-25. y la importancia de los ojos de Eugenia en Niebla.
26
Véase R I C A R D O G U L L Ó N . Autobiografías <ie Unamuno, G r e d o s 1964. pp. 208-09.
Inicio Índice

14 Geoffrey Ribbans

la calificó en un conocido soneto27; la comparación sostenida con las


abejas —hembras, estériles, trabajadoras— frente a la fecunda reina y los
zánganos, perezosos y carentes de voluntad28. Dentro de la novela cuenta
asimismo con antecedentes: su tía materna —hermana de don Primitivo—
y su abuela materna —madre del benévolo sacerdote— con quienes se le
compara muchas veces. Lo que coordina y une estas facetas es su férrea
voluntad.
Su problema en sí no admite solución: su desorbitada ansia de ma-
ternidad, de tener hijos propios, frente a su asco y temor de las relaciones
sexuales corre parejas con el pavoroso problema de Unamuno igualmente
insalvable: ansia de inmortalidad, falta de fe que le dé seguridad de sobre-
vivir. Pero la tía Tula no se da por yencida. Las decisiones que toma, por
espontáneas e instintivas que sean, van dando en conjunto a su vida un
rumbo coherente y sistemático que reconcilia en el máximo grado alcan-
zable las incompatibilidades: a los hijos de su hermana y después a los
de su cuñado con Manuela los hace suyos a fuerza de voluntad. En el caso
de sus dos «hijos» predilectos se insinúa la posibilidad de cierta superación
de lo puramente material: quizás Ramiro estaba pensando en Tula en el
icto de engendrar a Ramirín, dotando así de más autenticidad la mater-
nidad postiza de aquélla: y Carita declara que Manolita, que no tiene
sangre suya, ostenta aquellos mismos ojos tenaces de Tula. Tampoco
falta la posibilidad de algún milagro: Gertrudis pide en una oración a la
Virgen la vida de la enferma Manolita en cambio de la suya, y así llega
a acontecer: Manolita recupera sus fuerzas y se muere Gertrudis. Ante-
riormente había rogado a la Virgen que le diese leche para amamantar
al segundo crío de la moribunda Manuela. Sumamente grato a Unamuno
es cualquier intento de destruir por fuerza del espíritu las consecuencias
físicas de las cosas: así puede resultar que no sea inevitable o definitiva
la muerte; pero se cuida muy bien de afirmar que había prevalecido lo
natural o lo sobrenatural, dejando en ambos casos, escrupulosamente
abierta la cuestión.
Precisemos ahora las varias etapas del itinerario espiritual de la tía
Tula. Cuatro veces rechaza deliberadamente la ocasión de casarse. En
primer lugar se salva de las atenciones de Ramiro, instando a su hermana
a que le acepte de inmediato, comunicando con premura las noticias a su
tío, y cuando Ramiro da evidente señales de preferirla a ella, le obliga

27
lrrequietum cor', CXVII1 de Rosario Je sonetos líricos, Obras cúmplelas. VI, pp. 406-
407.
28
Prólogo a La tía Tula, Obras completas, II. pp. 1039-43.
Inicio Índice

La obra de Vnamuno boy 15

en seguida a fijar el día de la boda con Rosa. El episodio del perrito, pésimo
sustituto por el hijo que ella anhelaba, y el estar dispuesta a dejar morir
a Rosa antes que a la criatura, revelan hasta qué punto se va consolidando
su papel de tía mandona, que como advirtió Ricardo Gullón, tiene algo
de monstruoso y de implacable.
Luego sucede la ruptura de sus relaciones con Ricardo, para la cual
ella alega sus sagrados deberes para con los hijos de Ramiro. Los argu-
mentos —meros pretextos— que adelanta irán después desmintiéndose:
que unos hijos propios suyos podrán mermar el cariño que abriga por los
de Rosa y que en todo caso bastan los tres ya existentes para criarlos bien.
Ricardo, por su parte, es el primero de varios hombres que entienden
mal los motivos de Gertrudis: cree que le interesa a ella casarse con Ramiro.
Es otro aspecto de la compleja realidad esbozada en el Prólogo a las Tres
novelas ejemplares: lo que uno es para los demás.
La prueba más dura de la resolución cada vez más intransigente de
Tula se produce en sus relaciones con Ramiro'después de muerta Rosa.
El curioso hogar del joven viudo y la cuñada virgen nos consta que es
«de triste sosiego, de interna lucha», pero para Gertrudis «¿es que puede
haber para unos niños, hombre de Dios, un lugar mejor que éste?» Tienen
hogar, verdadero hogar, con padre y madre, y es un hogar limpio, cas-
tísimo, por todos cuyos rincones pueden andar a todas horas, un hogar
donde nunca hay que cerrarles puerta alguna, un hogar sin misterios.
¿Quieres más?» (1070) Se parece al hogar igualmente asexual de su buen
tío don Primitivo, padre en el mismo sentido en que Gertrudis era madre,
en el que se habían criado Rosa y ella. Quien busque razones psicológicas
para explicar el complejo virginal de Gertrudis, las hallará de sobra en las
circunstancias, evidentes pero apenas descritas, de su niñez.
«¿Quieres más?», preguntó Gertrudis a su cuñado, y evidentemente
la respuesta es afirmativa: sí, quería más —quería a Tula—. Confrontada
con su pasión ella se ve obligada a poner un plazo de un año, sin compro-
miso alguno, para decidir si casarse o no con él. Luego hace que la familia
busque refresco en el campo, pero esto resulta, al revés del tradicional
topos de pura aldea y ciudad corrompida, un aliciente más a la sensualidad
frustada— se nos insinúa así el grado de perversión que ha entrado en el
culto de la pureza. En un capítulo en el que entran más de lo corriente
elementos extraños al cuento —una descripción del mar, una lírica medi-
tación sobre la luna— vemos que la sana vida campesina no sirve ni mucho
menos de fuente de pureza para Gertrudis:
«No, la pureza no es del campo; la pureza es de celda, de claustro, y de ciudad;
la pureza se desarrolla entre gentes que se unen en mazorcas de viviendas para mejor
Inicio Índice

I <5 Geoffrey Ribbans

aislarse; la ciudad es monasterio, convento de solitarios; aquí la tierra, sobre que casi
se acuestan, las une y los animales son otras tantas serpientes del paraíso...» (1076)

Le viene por fin a sacar del apuro la nada inesperada seducción de


Manuela, que da por resultado el que Gertrudis obligue a Ramiro a casarse
con la encinta criada. Lo que para Ramiro es un triste sacrificio, lo que
trae a Manuela una inevitable muerte de sobreparto, es para Gertrudis
una escapatoria para su propio problema.
Finalmente, Gertrudis rechaza con soberano menosprecio («por
puerco») las pretensiones matrimoniales de don Juan, el médico que no
puede tener hijos y que adora a los niños. Éste es otro hombre que se equi-
voca sobre los motivos de ella, porque cree también, antes de la muerte
de Ramiro, que ella aspiraba a ser su mujer si muriera Manuela. El concu-
binato higiénico que don Juan buscaba, como Unamuno llamó tal enlace
en otras ocasiones 29, ofrece a la tía Tula la peor partida de todas: relaciones
conyugales sin la única razón que pudiera justificarlas para ella: la pro-
creación, si bien con esta solución evitaría el problema de ser «madrastra»
de unos niños y madre auténtica de otros, pretexto que le servía antes
para rechazar a Ricardo y Ramiro.
En cuatro ocasiones distintas, muy variadas, pues, se niega a casarse.
Surge también en algún momento la tracional alternativa al matrimonio
de que dispone la mujer española: el convento. A la pregunta de Ramiro
de porqué no se metió monja, contesta que no le gusta que le manden.
Al insistir él que fácilmente llegaría a abadesa o superiora, replica que
tampoco le gusta mandar. No le interesa mandar entre monjas: lo que
ella quiere es una vida de celda con niños.
No me detendré a analizar en detalle las varias facetas individuales
de la tía Tula que complementan su esquivez virginal. Su actitud frente
a los hombres, recelosa siempre, tiene dos caras; por un lado, son para ella
esencialmente frivolos —«¡bobadas de hombres!»— es decir, no debida-
mente empeñados en lo más serio de la vida que es tener hijos y criarlos
bien; y por otro, brutos, en su sensualidad y sus pretenciones de superio-
ridad, en otras palabras, en su machismo. Su repugnancia a la sexualidad
le lleva a exigir que Ramiro pida perdón a su mujer cuando ésta da a luz
y a pretender guardar ignorantes a los niños a toda costa. Así se explica
su constante e invariable culto a la Virgen y su obsesión no ya de la pureza
sino de la limpieza física, de modo que le dolió sobremanera cuando tenía
que limpiar las sábanas manchadas después de algún vómito de la última

29
Por ejemplo, el matrimonio largo tiempo infecundo de Víctor y Llena en Niebla.
Inicio Índice

La obra de JJnamuno hoy 27

hijita de Manuela. Además es de notar que aunque venció su asco para


cuidar al niño recién nacido había huido de Roca cuando en su agonía
tenía un vómito:
«Su pasión morbosa por la pureza, de que procedía su culto místico a la limpieza!
sufrió entonces tuvo que esforzarse por dominarse. Comprendía, sí, que no cabe
vivir sin mancharse y que aquella mancha era inocentísima, pero los cimientos de su
espíritu se conmovían con ello.» (1095)

Su repugnancia a la sangre obedece a este mismo culto y al mismo tiempo


tiene un aspecto más existencial, así como la creciente impresión que le hace
cada una de las cuatro muertes a que asiste.
Al culto a la limpieza se une y se confunde un amor desenfrenado
a la verdad, aspecto del parecido que su tío le descubre con Eva, empe-
ñada como estaba en conocer la ciencia del bien y del mal, lo que refleja,
en el plano de la existencia, el afán de asegurarse de la inmortalidad. As-
pecto curioso de su pureza intransigente es su afición a la luz —reflejo
del cielo—, que se relaciona con la identificación constante con el sol,
y las nítidas formas geométricas: «para ella la geometría era luz y pureza».
Otra característica es su apego a la libertad: a Ramiro ya le había
dicho que como mujer no le tocó elegir marido y que no le gustó ser elegida;
a Ricardo vuelve a declarar su amor a la libertad: «Libre estaba, libre
estoy, libre pienso morirme». Así, implícitamente anhela libertarse del
determinismo que la condenará a ella, como a todos los seres vivos, a
morir para siempre. Es asimismo un aspecto de su especial feminismo,
que llega al extremo hacia el final de la historia cuando se queja de que el
cristianismo es una religión de-hombres —ya consideraba a su tío, si bien
con simpatía, y a su confesor como llenos de prejuicios masculinos—
y su demonio familiar, en su primera intervención, le susurró que el mismo
Cristo era «¡Hombre al fin!».
Autoritaria y decidida, respetada y obedecida de todos, la tía Tula
abriga no obstante dentro de sí íntimas dudas sobre su propia conducta,
dudas, que confiesa agónicamente en determinados momentos de grave
apuro y que van acelerándose e intensificándose durante el relato.
Las primeras dudas surgen perentorias sobre la cuestión de casarse
con Ramiro después de la muerte de Rosa. Acude al confesionario y el
padre Álvarez la recomienda que se case con Ramiro, para no desafiar
la opinión pública y para salvar del pecado a Ramiro, sirviéndole de «re-
medio contra la sensualidad». Esto es lo que no sabe aguantar Gertrudis,
de servir de remedio. Y el sacerdote además remata el malentendido,
insinuando que había en su actitud ocultos celos de su hermana. Estando
Inicio Índice

18 Geoffrey Ribbans

otra vez sola, da rienda suelta a sus íntimas preocupaciones sobre las
escondidas raíces de su actitud:
«¡No, no me entiende! —se decía—. ¡No me entiende! ¡Hombre al fin! Pero ¿me
entiendo yo misma? ¿Es que me entiendo? ¿Le quiero o no le quiero? ¿No es soberbia
esto? ¿No es la triste pasión solitaria del armiño, que por no mancharse no se echa
a nado en un lodazal a salvar a su compañero?... No lo sé..., no lo sé...» (1080)

En el momento del primer parto de Manuela, Ramiro plantea la cues-


tión de su conducta:
«Eres una santa, Gertrudis —le decía Ramiro— pero una santa que ha hecho
pecadores.»

Ella, por su parte; la concibe de otra manera:


«No digas eso: soy una pecadora que me esfuerzo por hacer santos.» (1085)

La segunda coyuntura cuando le asaltan dudas es en el lecho de muerte


de Ramiro, quien va repasando el curso de su amor hacia Tula. Ahora
la llama libremente por su apodo familiar y la besa con sollozos en los
labios. Y cuando él pide perdón, le contesta ella; reiterando ahora su
nombre de pila:
—«No, Ramiro, no; eres tú quien tiene que perdonarme.
-¿Yo?
—¡Tú! Una vez me hablabas de santos que hacen pecadores. Acaso he tenido una idea
inhumana de la virtud. Pero cuando lo primero, cuando te dirigiste a mi hermana, yo
hice lo que debía hacer. Además, te lo confieso, el hombre, todo hombre, hasta tú.
Ramiro, hasta tú. me ha dado miedo siempre; no he podido ver en él sino el bruto.
Los niños, sí; pero el hombre... He huido del hombre...» (1088).

A continuación, está preocupada por si Ramiro se repone y Manuela


se muere, ahora que él sabe su secreto. Pero en electo sale otra vez a salvo
con el fallecimiento de Ramiro, seguido poco después por el de Manuela.
La muerte de ella le impresionó más, por la angustiada conciencia que
tiene de haberla matado. Así prometiendo criar a los hijos de la hospi-
ciana como suyos propios, los llama «hijos de mi pecado», dando un
sentido nuevo e insólito a una expresión estereotipada.
Algunos años más tarde, siendo Ramirín ya adolescente, Gertrudis
vuelve a confesarse con el padre Álvarez: la cara pública de la tía Tula,
«la tía Tula que todos conocemos y veneramos y admiramos», está en
duro conflicto con la de dentro («por dentro soy otra») y siente ganas de
proclamar a todos sus pecados:
Inicio Índice

La obra de JJnamuno hoy 29

«Sí, reunirlcs y decirles que toda mi vida ha sido una mentira, una equivocación,
un fracaso... Yo le hice desgraciado, padre; yo le hice caer dos veces; una con mi
hermana, otra vez con otra...
--¿Caer?
—Caer, ¡sí! ¡Y fue por soberbia!
—No, fue por amor, por verdadero amor...
—Por amor propio, padre —y estalló a llorar.» (1098)

Con el casamiento de Ramirín con Caridad, tiene otra hija dedicada


en casa: ella y Manolita con sus hijas predilectas —ya lo hemos visto—
porque no son consanguíneas: «es obra mía», proclama con triunfo.
Cuando aprende que va a ser abuela, que va a empezar una nueva gene-
ración, siente cumplida su misión; es entonces cuando Manolita recobra
su salud a expensas de la vida de ella. Todavía tiene el culto a la pureza:
«hay cosas que el saberlas mancha», pero a medida que se aproxima a la
muerte entran en juego varios factores nuevos, pero no inesperados. Se
despide de la muñeca de Manolita y de la suya de la infancia, celosamente
guardada: muñecas, o sea, réplicas de niñas sin vida, nostalgias de infancia
y sobre todo, trágicas representaciones de la falta de libre albedrío humano
y la negación de su culto de libertad. Así es que el demonio que la tía,
consciente del bien y del mal, lleva dentro, le inspira el pensamiento,
de modo parecido a lo que pasa a Augusto Pérez en Niebla, que todos los
seres humanos que ella trata, que ella misma, no son más que muñecos,
juguetes sin ánimo de un poder superior. Y en su delirio agónico vuelve
al tema: «Yo no estoy ni viva ni muerta..., no he estado nunca ni viva
ni muerta». En su última arenga hace lo que decía querer hacer en su
confesión: se opone resueltamente a todo lo que había creído y hecho
durante su vida: de haber dejado sin cumplir lo que debe hacerse; el culto
a la pureza orgullosa y exclusiva; el no servir de remedio; la inhumana
aspiración a lo angelical; el miedo de lo sucio, la soberbia del armiño.
Cito, en forma abreviada, este importante discurso:

«Pensad bien. bien, muy bien, lo que hayáis de hacer, pensadlo muy bien.... que
nunca tengáis que arrepentiros de haber hecho algo, y menos de no haberlo hecho...
Y si veis que el que queréis se ha caído en una laguna de fango y aunque sea en un pozo
negro, servidles de remedio..., sí, de remedio. ¿Qué morís entre légamos y porquería?
no importa... Y no podréis ir a salvar al compañero volando sobre el ras del albañal
porque no tenemos alas... No, no tenemos alas, a lo más de gallina..., no somos án-
geles..., lo seremos en la otra vida..., donde no hay fango..., ni sangre. Fango hay
en el Purgatorio, fango ardiente, que quema y limpia, sí... En el Purgatorio les queman
a los que no quisieron lavarse con fango..., sí, con fango... Les queman con estiércol
ardiente..., les lavan con porquería... Es lo último que os digo, no tengáis miedo a
la podredumbre...» (1106-07)
Inicio Índice

20 • Geoffrey Ribbans

Y su vida desaparece con una descripción natural: «Y se apagó como


se apaga una tarde de otoño cuando las últimas razas del sol, filtradas
por nubes sangrientas, se derriten en las aguas serenas de un remanso
del río en que se reflejan los álamos —sanguíneo su follaje también que
velan a sus orillas». La cita recogida la imagen del fuego y del sol —color
de sangre— asociados entrañablemente con Gertrudis, y la de la serenidad
de las aguas en que se reflejan los árboles: metáforas relacionadas con las
figuras serenas, vegetativas, como Rosa, y, además anticipo del profundo
símbolo del lago y la montaña reflejada en él que encontramos en San
Manuel Bueno, mártir.
Y sigue la novela por unos capítulos más, con ciertas disputas fami-
liares a las que Manolita, la nueva tía Tula, impone por fin unidad por
el ejemplo de la venerada difunta. Estamos frente, pues, a una extraña
paradoja. Mientras el espíritu postumo de la tía sigue rigiendo las acciones
del hogar, ella había acabado en su agonía por renegar en absoluto de
su actitud característica anterior. La novela deja consciente y delibera-
damente sin solución el problema vital. ¿Se trata de afirmación de voluntad
para hacerse «insustituible», de la lucha por sobrevivir mediante un ex-
tremo abierto y voluntario de virtud, de deber, de pureza? ¿O se trata de
«culpa», «pecado», «soberbia», falta de colaboración con los demás por
un orgulloso exclusivismo? Y si la vida humana carece de libre albedrío,
de continuidad, —si somos muñecos— ¿no será cualquier postura que
tomamos en todo caso huera de sentido? Unamuno deja planteado el
problema pero no nos da la solución; la misma íntima incertidumbre
es su vida y su tema.
Finalmente conviene notar el sugestivo paralelo que existe con San
Manuel Bueno, mártir. La tía Tula, aparentemente tan confiada en su
empeño virgen-maternal, sufre íntimas dudas paralelas a las de don Manuel.
El ejemplo de ella se perpetúa más allá de la muerte mediante una sucesora,
así como en San Manuel toda la historia la vislumbramos a través de las
memorias de una mujer consagrada por entero a la memoria de su don
Manuel, al que ella y su hermano han creado y exaltado. Como al santo
sacerdote de Valverde de Lucerna no le vemos sino por los ojos de su ad-
miradora e intérprete, la ambigüedad esencial de don Manuel está salvada.
Como ha dicho Carlos Blanco en su magistral estudio de la última novelita:

«Dada la estructura, el estilo, de la novela a que nos hemos entregado según


íbamos leyendo, todas éstas no pasan de suposiciones: no poseemos el secreto de la
vida de don Manuel (¿es acaso "San Manuel"?); tampoco lo posee Angela, a pesar
de que su nombre significa mensajera de Dios; ni tampoco Miguel de Unamuno, el
descubridor del documento, cuyo nombre, Miguel, significa "¿quién como Dios?"
Inicio Índice

La obra de Unamuno hoy 21

Sólo tenemos un documento, la "memoria" de ciertos "hechos y dichos", tal vez


mal recordados, quizá soñados.» (30)

Y el secreto de Gertrudis, también candidata a santa, madre virgen y


quizá pecadora espiritual, tampoco lo poseemos nosotros, como no lo
posee Unamuno ni lo poseía ella. El enigma sobre el último sentido de
la vida queda intacto y con él la duda no resuelta de la actitud frente a la
vida y los prójimos que le incumbe al individuo agónico. Al analizar
esta novela, tan rica de sugerencias, he querido demostrar cómo se sirvió
un hombre tan sediento de eternidad como fue Unamuno de la forma
de narración impersonal para expresar, de un modo coherente y tajante
y en un grado no alcanzado —creo yo— en los tratados y los ensayos,
la trágica, permanente, insoluble duda sobre la vida humana que obse-
sionó al que fue en vida rector y catedrático de esta universidad de Sala-
manca31.

GEOFFREY RIBBANS.
University of Liverpool

•'" "Sobre la complejidad de Sun Manuel Bueno, mártir', Nueva Revista tic Filoíu^íu His-
púnica. XV (1961). pp. 569-88.
" Agradezco a mi buen amigo don Javier Herrero, que me prestó su eficaz ayuda en
pulir el texto de este estudio.
Inicio Índice

DOS OBRAS DE ARIAS MONTANO


Las postrimerías del Renacimiento, a las que se acostumbra llamar
Manierismo con una diferenciación tal vez demasiado puntual, presentan
nexos y reacciones ideológicas y espirituales con los años antecedentes
en una conexión dialéctica más estrecha de la que se verifica en otras
épocas.
La cosa es obvia, si se considera que el núcleo cultural y espiritual
queda siempre el Renacimiento con sus proyecciones filosóficas y sus
perspectivas artísticas; sin embargo, los desniveles que dificultan la sín-
tesis historiográfica denuncian la variedad de las contingencias y de las
crisis espirituales. Por esta misma razón, esos desniveles son los puntos
focales de una investigación que pretenda ahondar el diálogo entre el
autor y el lector en el marco de las sugerencias derivadas de las experiencias
antiguas.
Uno de los nexos más interesantes y discutibles entre el primero y el
último Renacimiento, entre Reforma y Contrarreforma, y, en fin, entre
el autor antiguo y el lector moderno, es el del biblismo. El problema,
conocido ya y aclarado por varios estudios, sigue presentando muchas
facetas interesantes en parte por su origen algo confuso por las ideologías
con las que se puede relacionar, y en parte por sus consecuencias propia-
mente artísticas. Dentro del problema yo me voy a limitar a un solo autor,
Arias Montano, y, dentro de su abundante producción, a dos obras que
no son las más famosas, pero que se me han presentado como muy indi-
cativas: los Humanae salutis monumento y los Aphorismos sacados de la
historia de Publio Cornelio Tácito.
Hombre hispánico hasta el meollo, pero también lleno de curiosidades
cosmopolitas, Arias Montano dedica la mayor parte de su actividad
a la investigación bíblica, dejando que en la otra parte se manifieste clara
y abiertamente su interés por la realidad que le rodea. Nace, pues, casi
instintiva la pregunta de cómo las dos actividades están relacionadas
entre sí y de cómo se expresan literariamente.
Conviene apuntar inmediatamente que hasta la producción más
especializada tiene un matiz humano puesto que «elaborandum est nobis,
ut quod quisque donum a summo illo rerum omnium opifice acceperit,
id et diligenter et fideliter cum caetaris communicet».
La primera obra, Humanae salutis monumento, realiza este principio
de una manera casi desconcertadora. El gran maestro de la exégesis bíblica
Inicio Índice

24 Guido Mancini

se sirve ahora de su sabiduría y de sus conocimientos de lo actual para


una obra compósita en su forma expresiva, y que está caracterizada por
un evidente esfuerzo de síntesis. Utiliza los encantos del todavía joven
arte tipográfico para presentar una serie de grabados, cada uno con sus
«subscripciones» y con su oda que resulta ser más una plegaria relacionada
con el grabado que una explicación de éste.
Se trata, a primera vista, de un empleo de la técnica de los emblemas
aplicada a asuntos religiosos; pero esto no extraña demasiado recordando
la difusión de la obra de Alciato en España. Lo que sí extraña más son
los versos de invocación que encabezan la obra y que están al frente del
magnífico grabado de Cristo:

Ponimus exiguis memoranda exempla tabellis,


Consilium et summi per tua gesta patris.
Annue, dun pictura oculos, auresque cancndo
Pascimus, impleri numinis usque tui.
Tune dabitur miranda animis arcana videre,
Creditaque humanam vincere forte vicim. „

Es decir, que Arias Montano se da exactamente cuenta de los distintos


lenguajes que emplea y que, por medio de ellos, quiere lograr un efecto
especia!.
De manera más explícita aún y que no deja lugar a dudas, se expresa
el editor Plantino en su prefacio al libro, distinguiendo una parte que
llama «arquitectónica» y una poética. Subraya que los versos incluidos
en el grabado no pueden derivar de ningún estilo retórico, sino que deben
«suis numeris et deffinitionibus, hoc est architectonic constare» y que,
en cambio, la parte poética «proponit et describit quae nullo picturae
artificio effingi possunt, ut sunt voces, orationes, animorum corporumque
motus omnses er cogitationum studiorum formae».
En efecto, Arias Montano emplea contemporáneamente los medios
expresivos que puedan atraer vista y oído, y, a través de la vista, el pen-
samiento, que se fija así instintivamente en la sentencia que encabeza el
grabado y que sirve para dar la pauta esencial de las ideas desarrolladas
por la parte destinada a la lectura. Desde luego, emplea medios exquisi-
tamente artísticos: los grabados son preciosos y los versos bien hechos.
Este refinamiento de los medios empleados es otra de las sugestiones que,
casi inadvertidamente, deben influir en el lector, si de lector puede hablarse
respecto a un libro que se encomienda al sonido y a las imágenes. Casi
se podría hablar de un espectador de obra teatral, si aquí entrara en juego
también el lenguaje de la acción. De lo que cabe hablar, en cambio, es de
Inicio Índice

Dos obras de Arias Montano 25

la emoción provocada por la rapidísima evocación de una fábula ya cono-


cida. La imagen del grabado reanuda un coloquio con algo bien sabido,
pero del que, ahora precisamente, se entiende el significado más recóndito
y deslumbrante. Así que, en conclusión, tenemos una serie de módulos
expresivos cuyo esquema puede ser el siguiente:
1.° Medios directos: grabados, versos, lemas;
2.° Medios indirectos: elementos fónicos, cuentos bíblicos, medita-
ción moralizadora, adquisición de una vredad.
La repetición constante de estos medios podría restar interés a la obra;
pero Arias Montano debía confiar también en la variedad de los asuntos,
en la belleza de los grabados y en las distintas inflecciones proporcionadas
por la variedad métrica que emplea. Así que cada «tabula» queda como
un monumento aislado, pero también unido a los demás por una suerte
de progresión histórica que va desde la caída de Adán y Eva hasta el Juicio
universal. Lo que quiere decir que se trata de una visión de conjunto de
toda la vida humana —sensible y ultrasensible— hecha por medio de una
serie de emociones oportunamente graduadas y correlatas.
El empleo contemporáneo de distintos lenguajes inclina a hablar más
de emociones que de meditaciones, puesto que falta una progresión ana-
lítica de los elementos que permita el desarrollo del pensamiento del
lector, y puesto que todo viene presentado en un conjunto muy rápido,
siendo limitado al tiempo que se emplea en la lectura de la oda, la cual
no supera nunca una página. Ahora bien: esta emoción es, precisamente,
la que hace falta analizar más detenidamente, siendo el intento y el eje
principal del libro.
Resulta evidente que no se trata de una emoción puramente estética.
Los elementos estéticos están empleados como medios y no se ciñen a la
evocación de una belleza que es fin a sí misma. Tampoco se puede hablar
de un efecto religioso en el sentido más estricto de la palabra, puesto
que hasta la figuración del sacrificio del Calvario está encabezada por
un lema que conduce directamente a la significación más humana de la
Crucifixión:
Infamis suaveis fructus haec sustinet arbor
Quac vilae possunt commoda certa daré.

Y si con todo esmero se siguen las distintas «tabulas», siempre quedará


patente el propósito y el afán de volver a la humanidad cuya historia y ca-
racterísticas esenciales se van escudriñando para que resulte evidente el
pasaje de las tinieblas a la luz de la verdad, por medio del ascenso espi-
ritual. Es, en conclusión, una historia del género humano en unión con
Inicio Índice

26 Guido Mancini

la divinidad que le rige y le guía; una divinidad siempre presente y que se


ha evidenciado en las ocasiones más significativas. Es también el medio
para que se vuelva inmediato y posible el diálogo con Dios, así que se
pueda decir: «Non gladio aut numero, non vi, sed numinis alti consiliis
certis vincere magna datur». En ese estremecimiento del alma humana
frente a lo transcendente es lo que Cassirer llamaría la formación del mito.
Y precisamente en esto veo el sentido último de los Monumenta: en ha"ber
querido y sabido subrayar dentro de la ortodoxia tradicional la fuerza
primaria del mito por la que no se puede hablar de moralismo o de asce-
tismo y tampoco de misticismo, sino más sencillamente y, a la vez, más
profundamente, de los valores esenciales que están en la base de todo lo
humano que el Testamento Antiguo y Nuevo documentan con toda
claridad.
Si es verdad que el valor emocional antecede la reflexión como la fi-
jación de la imagen es anterior, por lo inmediato y global, a la lectura de
los versos, hay también que tener en cuenta que en la visión del grabado
aflora sintéticamente todo un episodio bíblico que constituye la parte
propiamente narrativa del mito. La Biblia, el gran libro de la antigüedad,
representaba la p.ran mitología del pueblo cristiano, y la única también
que podía oponerse a una mitología gentílica por su adhesión a los pro-
blemas fundamentales de la humanidad en relación con una época en la
que los acontecimientos primordiales ataban con vínculos más apremiantes
al hombre con la naturaleza y con el Creador.
Algunos modernísimos trabajos ponen de relieve los elementos mito-
lógicos de la Biblia y la relación particular que se establece entre el lector
y el texto sagrado. Esas investigaciones, riquísimas en sugerencias fascina-
doras, afianzan mi tesis sobre los Monumenta de Arias Montano, pero,
como es natural, la diversidad de intentos no me permite ahondar el pro-
blema en una disquisición que ahora podría resultar pesada. A mí me urge
un asunto más limitado, pero más angustioso: precisamente el de averiguar
hasta qué punto una visión, digamos, mitológica de la Biblia, podía amol-
darse a los intereses humanos y culturales de Arias Montano, es decir
de un sacerdote del siglo xvi que había sido austero hasta el frenesí y,
sin embargo, interesado por la múltiple visión del mundo que sus viajes
le habían permitido.
Arias Montano pasó parte de su vida sumido en los estudios bíblicos.
Los Monumenta aparecen en 1571 es decir cuando el autor estaba metido
en la gran tarea de la publicación de la Biblia Políglota (entre 1569 y 1573):
nadie mejor que él podía manejar este material desde todos los puntos
de vista, pues su labor no había conocido límites, abarcando la preparación
Inicio Índice

Dos obras de Arias Montano 27

retórica al par que la filológica y arqueológica. Ahora bien: si en los cuatro


libros de su Retórica (cuya primera edición es de 1569), es decir ante de
los Monumentg) se pueden rastrear los conceptos estéticos que amplían
la visión renacentista por una más aguda y, a veces, atormentada concep-
ción del problema de la expresión, en el estudio sobre los Communes et
familiares hebraicae linguae idiotismi (que aparecen en el tomo VII de
la Biblia, pero que por su importancia merecieron una edición aparte,
la de 1572) el mismo problema de la expresión adquiere una trascendencia
abrumadora. La comunicación se entiende como una manifestación del
espíritu correspondiente a un «afflatum» casi divino, asociándolo a los
grandes medios que acercan el hombre a la divinidad. El hebraico, la lengua
del pueblo escogido por Dios, tenía todas las virtudes para expresar las
grandes verdades que el mismo Dios había dicho por sus profetas, y debía
ser entendido en sus más pequeños matices que podían esconder verdades
siempre más profundas. Los métodos de la filología humanística han ad-
quirido completa ciudadanía en España, y casi como lógica consecuencia
se impone la importancia de escudriñar los textos antiguos con la intención
de penetrar también en el fondo de la civilización misma que los ha pro-
ducido. Ahora no se trata de hacer una Biblia Romanceada sino, ai con-
trario, volver lo más exactamente posible a la integridad de su texto. Se
hacen patentes, pues, las dificultades que se encuentran al verter el texto
sagrado del hebraico al griego o al latín por la casi intraducibilidad de
algunas expresiones que forman parte de otra concepción lingüística.
Y el hebraico adquiere poco a poco el sabor y el carácter de la lengua que
mejor sabe expresar la verdad, eso es el «verbum», identificándose casi
con la palabra de Dios y escondiendo en sus amtices las más finas y recón-
ditas posibilidades de interpretación. En lengua hebraica fueron dichas
las grandes verdades que sustentan las reveladas por el Evangelio y que cons-
tituyen la gran historia mitológica de la humanidad entera. La mitología
gentílica aparece como el traslado humanizado al cien por cien de la misma
y más grandiosa mitología bíblica, y, por consiguiente, no tiene, como la
Biblia, el apoyo de la misma Revelación para afianzar la validez de sus
interpretaciones. Esa idea de armonía que Platón había sabido captar
y traducir en un sistema filosófico y, por ende, valuable con la inteligencia
humana, tenía matices más trascendentes que se podían medir con una
iluminación, también ella de origen ultraterrenal, que podía llamarse
también intuición, si con esta palabra puede entenderse la ayuda relam-
pagueante del mismo Verbum traducido cristianamente en el misterio
del Espíritu Santo, pero que había sido vislumbrado ya por el orden tri-
nitario de las más antiguas religiones. Esta armonía se manifestaba en el
Inicio Índice

28 Guido Mancini

paralelismo que se podía fácilmente verificar entre las fundamentales


concepciones de la Biblia y del Evangelio, y era la misma armonía que ese
experimentaba en todas las manifestaciones del Universo, por poco que
se las examinara con la quietud de un alma desapacionada y serena. Venía
a ser, por consiguiente, también el ideal más apetecido cuyas manifesta-
ciones se podían verificar en la ciencia como en el arte apoyándose en el
sentido de una comunicación cariñosa, sosegada y atenta. El conocimiento
psicológico en la tal comunicación se da casi por descontado, puesto
que la voz de la verdad se escucha en la intimidad personal que es el resultado
del conocimiento de su propio yo, así como el interés por el detalle forma
parte del moroso examen de todo lo que nos rodea, reflejando incansable-
mente, en diferentes tonos, las misma voz y la misma palabra.
La documentación de todo esto se encuentra bastante fácilmente ras-
treando las obras de Arias Montano o las de Fray Luis de León. Sea
suficiente ahora, por necesaria brevedad, recordar el prefacio de la Biblia
en donde estas teorías se encuentran expresadas bastante sintéticamente,
o el De óptimo imperio en que, en cambio, se explican muy detenidamente.
Pero, todavía hay más. Particularmente interesantes me parecen los
Aphorismos sacados de la historia de Cornelio Tácito.
El libro, publicado postumo en Barcelona en 1614, escrito en caste-
llano contrariamente a la gran mayoría de las obras montanianas, a pri-
mera vista da la sensación de ser un falso. La idea se corrobora si se cotejan
los aforismos de Arias Montano con los textos de Tácito tan puntual-
mente citados y tan lejos de representar la efectiva fuente de la obra que,
en conclusión, más parece un centón de sentencias políticas que un resabio
de cultura humanística. Pero el libro se afianza en la tradición que en el
mismo «corpus» montaniano se.manifiesta bien arraigada, pues en 1592
se publicó el De varia república y al año siguiente el De óptimo imperio.
El asunto entraba por completo en los intereses más destacados de la época,
oponiéndose a la conocida postura de los jesuítas con los que Arias Montano
tenía una honda polémica.
La idea fundamental de todo el tratado es el reforzamiento de la mo-
narquía absoluta. Baste un ejemplo, el aforismo número 11: «No puede
permanecer y durar el señorío, en que el Príncipe no sea el absoluto re-
solvedor de las mayores materias que se ofrecen al estado, sin que tenga
superior a quien dar cuenta precisa de lo que hace».
El medio esencial para conseguir el poder absoluto es una extremada
prudencia fundamentada sobre el dominio de las pasiones. personales
y sobre lo que hoy llamaríamos la intuición psicológica de los vasallos
ya privados y nobles, ya pueblo menudo.
Inicio Índice

Dos obras de Arias Montano 29

La esencia de su teoría la explica Arias Montano en el De varia repú-


blica en donde considera las tres formas posibles de gobierno (demo-
cracia, aristocracia y monarquía) para concluir con la celebración de la
última que en una concepción histórica piramidal ve como el vértice de
una larguísima experiencia. Basa sus ideas en el estudio de los libros sa-
grados que ofrecen los ejemplos de las tres formas fundamentales de go-
bierno como podrían hacerlo otros autores; pero, a diferencia de éstos,
la Biblia sustenta sus enseñanzas sobre la idea que va más allá de todas las
posibles experiencias, eso es sobre la convicción de que Dios es el eje
de todo conocimiento humano. Por consiguiente, «Nisi Dominus aedifi-
caverit domum, in vanum laboraverunt qui aedificant eam; nisi Dominus
custodierit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam». Hay, pues, en el
fondo, el sentido de la inutilidad de la acción humana fuera de una su-
misión y concordancia con la voluntad divina. Esta, que no es una ciencia
sino la misma sabiduría, da un matiz completamente especial también a los
Aphorismos que emanan de una posición espiritual casi de superación de
las contingencias por medio de una experiencia que no puede derivar
sólo de la participación personal en muchos acontecimientos, sino, sobre
todo, del perfecto conocimiento de todas las posibles reacciones que ine-
vitablemente irán a verificarse cuando las circunstancias se junten de una
manera determinada. Se verifica, por consiguiente, un fenómeno bastante
curioso y excepcional: es decir que las normas que en boca de Maquiavelo
o del propio Gracián se juzgarían audaces y derivadas de una agudeza
de ingenio al par que de un gran sentido político y de una extraordinaria
capacidad de expresión, aquí pierden su sabor de ensalzamiento de la ha-
bilidad política y viene a ser las sugerencias de una ciencia más espiritual
que práctica, que puede desprender su actualidad de los valores más an-
tiguos de toda la ciencia de la humanidad.
Otra vez la Biblia viene a ser el fundamento de las teorías de Arias Mon-
tano, pero una Biblia vista a través de una interpretación que yo llamaría
más humanística que ceñidamente religiosa. Querría decir que los cono-
cimientos escriturarios viene a ser la base de un sistema ideológico en el
que la idea dominadora de la unidad del microcosmo humano y de su pa-
recido a la unidad del macrocosmo universal explica también la particular
significación del hombre y de su actividad. No es raro, pues, que Arias
Montano, que tiene más de atento observador que de hombre metido
en la actividad política, sienta la necesidad de dedicar una parte de su
labor a la explicación de la política: en su sistema ésta representa preci-
samente la vertiente aplicativa de los principios más espirituales que en-
cuentra verificables en el momento mítico de la humanidad. E' hombre
Inicio Índice

JQ Guido Mancini

tiene, desde luego, una importancia enorme, siendo el centro de su sistema


microcósmico, al par que Dios está al centro de su sistema macrocósmico.
A su alrededor hay la necesidad de la armonía, porque todo se desarrolla
bajo el signo de una absoluta y perfecta necesidad, pero es una armonía
que no se limita a la constatación del equilibrado desarrollo de las facul-
tades humanas: queda estrictamente vinculada a la superior armonía
que se concluye en la unidad de todo el universo.
A pesar de la órganicidad de su pensamiento, Arias Montano no tiene
la sensación de haber construido un sistema, sino de haberlo entendido
tal como estaba, inmanente en las cosas mismas, necesitando sólo esa
luz del entendimiento que es más una gracia que una adquisición al alcance
de todos. Por eso hay en él el afán de comunicar y explicar lo que a él ha
sido posible entender, y por eso hay la necesidad de un enlace al sistema
religioso positivo que admita precisamente el estudio de la verdades
«reveladas». Se trata, en conclusión, de una posición intermedia entre
la filosofía y la religión sabiamente combinando los elementos propia-
mente fideísticos con los derivados de un proceso intelectivo cuyo fun-
damento esencial es el principio de la analogía. Como entre macro y
microcosmo hay una relación analógica, así la hay entre todas las demás
manifestaciones visibles. La naturaleza misma aclara este proceso, así
que el sabio Montano puede escudriñarlo con admiración en su Naturae
historia. Así también en la actividad de un rey es posible seguir el hilo
conductor que deriva de la perfecta comprensión de las circunstancias
y del estado espiritual de los subditos.
El profundo sentido psicológico que se desprende de los Aphorismos
es el signo más claro del dominio que viene de la ciencia humana enten-
dida no tanto como suma de conocimientos, sino como habilidad y finura
de intuición. La forma misma del aforismo es indicativa de una imposibi-
lidad de proporcionar consejos, sino tan sólo afirmaciones dogmáticas
e inexcusables dentro de un sistema que no tiene la validez determinada
por la oportunidad del momento, ni la posibilidad de muchas ejemplifi-
caciones anecdóticas, sino más bien el rigor de una consecuencialidad
lógica fuera del tiempo y de las circunstancias. El aforismo no resulta
derivado de una voluntad de síntesis, ni como el resorte de una inteligencia
conceptista, sino como la aplicación pormenorizada de una visión de
conjunto: de la síntesis a la aplicación analítica, y no al revés como podría
esperarse.
Es fácil de notar que en la obra se encuentran repeticiones de conceptos
o la insistencia sobre determinados asuntos que, si se pueden atribuir a
una falta de revisión, pueden también indicar el proceso al que aludíamos.
Inicio Índice

Dos obras de Arias Montano 31

puesto que, no resultando apetecido el brillo de la agudeza ni el deslum-


bramiento de la novedad, la repetición viene sólo a subrayar la impor-
tancia del caso examinado.
La fragmentaridad de los Aphorismos es más aparente que real, casi
como pasaba en los Monumento: el hilo conductor se impone a través
de la multiplicidad de los distintos aforismos, y la figura del rey, tal como
la divisaba Arias Montano, resulta puesta en todo relieve. Esta, que po-
dríamos llamar la estructura interior del tratado constituye también
el mayor interés artístico del libro, cuyas mejores páginas tienen el mérito
positivo de dibujar poco a poco ese monarca ideal, sosegado y firme, aus-
teramente capaz de regir su propio destino y el de los subditos. Los abun-
dantes detalles influyen en la riqueza de la visión de conjunto. El libro
es un «régimen principis» distinto de los antecedentes y de los contempo-
ráneos por estar exento, hasta en sus modalidades expresivas, de toda
pasión inmediata, como de un inalcanzable deseo de perfección formal.
Metido, y al mismo tiempo alejado de la realidad, Arias Montano alcanza
la esencial armonía de un sabio.
Si se quiere, es posible reducir el libro a una proporción matemática
cuyos términos, relacionados entre sí, dan una igualdad: Dios es al ma-
crocosmo como el hombre es al microcosmo; Dios es al hombre como el
rey es a su pueblo. El mayor interés estriba en la igualdad entre los dos
términos de la proporción que sintetiza la idea de la armonía. Esta simetría
armónica se verifica también en cada aforismo. Nótese por ejemplo el
número 359, escogido al azar: «Los apetitos y vicios del Príncipe de una
Monarquía son muy de temer: porque no se refrenando es forzoso que
venga a ser causa de la caída de su Imperio, y de infinitos males y miserias
públicas y particulares». Dejando aparte el paralelismo formal, los dos
términos «príncipe-pueblo» están en una relación tan estrecha que llega
hasta la común ruina. Y examinemos otro aforisma más escueto aún:
«Con ninguna cosa grangea tanto el Príncipe nuevo el favor del pueblo
y asienta su señorío, como con la opinión de clemencia». Aquí también
es fortísima la relación «príncipe-pueblo» y si se puede decir que se trata
de una «opinión de clemencia» y no de una verdadera clemencia, esto
se relaciona con el «favor del pueblo» igualmente lábil e inconsistente.
Dedicado a Felipe II y, como dice el editor, entregado manuscrito
en sus manos, el libro de los Aphorismos puede ponerse significativamente
al lado de las muchas cartas que Arias Montano dirigió al Monarca y a su
secretario Zayas. El profesor Ben Rekers que las coleccionó, las pone
en relación con la conversión del propio Montano a la secta espiritualista
flamenca llamada «La famille de la charité» dirigida por Barrefelt y el
Inicio Índice

J2 Guido Mancini

editor Plantino. «Tales hombres (escribe Rekers) —anhelando un ambiente


de tranquilidad y rehusando cualquier compromiso político— tratan de
establecer un vínculo de cultura al margen del fanatismo que impera en
su siglo. Llenos de comprensión para con las ideas modernas —que tanto
han temido y de tal manera han rechazado en su forma y expresión revo-
lucionaria, por cuanto que, huyendo de toda 'política activa', nunca bus-
caron el apoyo y el contacto con la masa de sus respectivos países—, han
aspirado a ese ideal de tolerancia que solamente pudo realizarse en el
siglo XVII, una vez que la conmoción se había extinguido.»
En realidad, la estancia en Flandes tiene gran transcendencia en la
formación o, si se prefiere, en al transformación de Arias Montano, pero
conviene subrayar el hecho de que frente a las nuevas y extraordinarias
experiencias, él haya escogido la vía más incómoda, agregándose a un grupo
de humanistas que, como dice el propio Rekers, eran «perseguidos por dos
sistemas —tanto calvinista como católico—». Además ¿qué quiere sig-
nificar ese anhelo de un ambiente tranquilo, al margen del fanatismo?
Y ¿qué significa el ideal de tolerancia que informa su actividad?
En el prefacio de la Biblia Políglota hay un pasaje muy indicativo y
muy bello por su intensa dramaticidad:
«Nemo prudens ac pius non videt, et magno affectus dolore gemit: nullus est
etiam caeterorum, quin sentiat atque experiatur, quo in motu temporum, et in quam
misrca rerum conversione et perturbatione versemur; ut in plerisque Europae par-
teibus nec una natio cum alia de religionis rationibus, nec de communi et civili vita
ac pace consentiat, imo in eadem regione, in eadem civitate, atque adeo in una eadem
familia, quanta sit et sententiarum et studiorum diversitas a verae er simplicis pietatis
et charitatis Christianae definitionibus prorsus aliena; quot Ínter fratres discordiae,
inimicitiae, insidiae. contentiones, pugnae, direptiones, expoliationes, fraudes, latro-
cinia, térra et mari creata pericula, caeteraque mala et ¡ncommoda, quae hoc loco
persequi supervacaneum omnino sit...»

Y frente a este terrible cuadro hay:


«Unam tantum sapientian divinam, simplicem, sanctam, sibique constantem
semperque similem, repugnantiae dissentionisque totius expertem...» '

No se trata de una tranquilidad obtenida por medio del alejamiento


de las dolorosas circunstancias, ni por medio de una resignada pasividad,
sino de un altísimo ideal eirénico que se identifica en el mismo sentido
de la caridad y que, por consiguiente, no acepta la menor participación
capaz de aumentar los contrastes, sino sólo la que se basa en la persuasión.
Y ésta sólo puede lograrse con medios culturales y con una perfecta com-
prensión de las exigencias del uno y otro bando.
Inicio Índice

Dos obras de Arias Montano 33

Desde luego no puedo entrar ahora en el complicado problema de la


heterodoxia u ortodoxia de Arias Montano, pero, ateniéndome al juicio
de sus contemporáneos y al de la misma Inquisición que no encontró
en él, como no los encontró en Fray Luis de León, los motivos suficientes
para un juicio de herejía, me limito tan sólo a subrayar la entereza y la
homogeneidad de sus ideas. Más aún me interesa, en este momento,
puntualizar cómo, precisamente de este sistema ideológico tan compacto
y tan fielmente observado, se desprende la idea de que cultura y conoci-
miento psicológico (indispensables para el refinamiento de las persona-
lidades individuales y el bien de la humanidad) constituyen también el
eje de una concepción estética.
La manifestación artística no tiene una preminencia absoluta, siendo
un elemento, pero no el más importante, del universo que se despliega
poco a poco delante del hombre por una serie de maravillosas comuni-
caciones capaces de introducir en el misterio del alma como del cuerpo
humano. El arte debe traducir a la par el sentido de armonía y de sustancial
sencillez de todo lo creado, siendo lo bello emanación y reflejo de la di-
vinidad. Su finalidad didascájica se acentúa sin que por esto se rebaje
al nivel de la divulgación: permanece más bien en el plano de la amistosa
comunicación que tiene algún matiz aristocrático en el empleo del latín
como en el refinadísimo esmero con que se usa el castellano. Porque la
lengua, más que cualquier otro medio, puede traducir ese maravilloso
lenguaje de las cosas; pero de la multiplicidad de las manifestaciones de
la naturaleza deriva también la necesidad de muchos lenguajes, posible-
mente relacionados. No por casualidad Miguel Ángel fue pintor, escultor
y poeta. En el despliegue de los posibles lenguajes y en su eventual uni-
ficación hay un sentido de ,libertad que es, sobre todo, autonomía espi-
ritual o, si se prefiere, soledad llena de las beatitudes del que nada necesita
porque de todo puede prescindir, excepción hecha del coloquio consigo
mismo y con la divinidad.
Por esto uno cualquiera de los Monumenta de Arias Montano dista
muchísimo de un emblema de Alciato y no por la diversidad de asuntos:
es otro mundo emocional. El maravillado lector de Alciato al fin y al cabo
no es sino un espectador pasivo; el lector de los Monumenta es sobre todo
un amigo a quien se comunica una maravillosa verdad. Por esto también
podía haber conformidad entre la orientación apuntada por Montano
y las expresiones renacentistas por lo que se relacionaba con la armonía
de la belleza platónicamente entendida, pero las dos directrices se distan-
ciaban por los diferentes contenidos que se vertían en aquellas formas.
Si, quedando la idea fundamental de los valores mitológicos, se escogían
Inicio Índice

34 Guido Mancini

los mitos bíblicos; si la república platónica se puntualizaba en una ejemplar


monarquía absoluta, esta renovación de contenidos venía a reflejarse
también en las formas expresivas que, prestándose al juego, casi se des-
componían en sus varias posibilidades por un análisis técnico que las
sometía a un empleo más racional que emotivo. La preminencia de los
valores de contenido es la que, en realidad, instaura la nueva expresividad
del Manierismo, en la que el retoricismo viene a ser la armazón técnica
predominante para sustentar la fantasía antes que el sentimiento. En efecto,
al aumentar la conciencia del mensaje, aumenta también la conciencia
de la búsqueda formal y el examen de los recursos estilísticos. Dentro
del estilo, por primera cosa adquiere vigencia la palabra por sus posibi-
lidades semánticas íntimamente atadas a la matización del mensaje;
luego, los demás recursos estilísticos cuidadosamente examinados porque,
al diferenciarse de la norma del lenguaje corriente, no obstaculicen la
claridad del mensaje.
Del cuidado con que se examinan los recursos estilísticos es prueba
fehaciente Arias Montano quien no sólo escribió los cuatro libros de la
Retórica, sino también otra retórica derivada directamente de la Biblia;
escribe en latín sacando sus referencias del mundo humanístico del que
participaba y al que se dirigía; tiene esmeradísimo cuidado por la métrica
y casi el culto de la palabra. No le resulta, pues, difícil dar muestras de
un estilo adecuado a la materia bíblica o de uno idóneo a los asuntos
políticos, y, lo que más interesa, tiene la capacidad de entender las dis-
tintas voces y los distintos niveles que pueden proporcionar la variedad
de las interpretaciones.
La ciencia y la conciencia de estos medios son el resultado de todo el
complejo mundo interior que Arias Montano fue formándose a través
de todas sus experiencias. Si la que derivó de su estancia en Flandes a la
vera de su amigo Plantino y de la Famille de la Chanté es la más apara-
tosa, seguramente no es la única, puesto que ni su trabajo de refinamiento
espiritual ni su adquisición de la visión eirénica, ni tampoco sus intereses
bíblicos hubieran sido posibles sin la larga preparación ascética y cultural
que había ido acumulando en sus años de juventud o en su estancia en
Italia en donde ya figuraba como una personalidad destacada por sus
específicas competencias doctrinales y por su austeridad de vida.
Cuando emplea conscientemente diversidad de lenguajes para alcanzar
la emoción que se propone suscitar en el lector de sus Monumento, o cuando
simplifica su modalidad expresiva en la sencillez de los Aphorismos,
muestra los conocimientos psicológicos, la habilidad retórica que son
precisos a su amplia visión de la humanidad y del Universo, estando dentro
Inicio Índice

Dos obras de Arias Montano 35

de un marco artístico nuevo, perfectamente concorde a su interioridad


y a su postura ideológica. Sus dos obras casi olvidadas no tienen una sig-
nificación excepcional en la literatura de su época, pero sí en lo que pueden
descubrir relativamente a una orientación del arte y del pensamiento
contemporáneo. Tal vez pueden sugerir la senda que lleve al ahonda-
miento de los problemas que todavía quedan parcialmente insolutos en
la interpretación de la obra de Fray Luis de León y en el examen del pro-
ceso que llevó al Manierismo.

GUIDO MANCINI
Universita di Pisa
Inicio Índice

FRANCISCO GINER:
DE LA SETEMBRINA AL DESASTRE

En octubre de 1881, desde un pueblecito francés junto al Canal de


la Mancha, Nicolás Salmerón escribía a Gumersindo de Azcárate: «Hay
que comenzar, con severidad gineriana, a no dar ni reconocer más mérito
ni honor que el que nazca de obras y servicios reales'». A vuela pluma,
pues, como algo consabido, se alude a un rasgo personal de Francisco
Giner en el que hoy no se hace bastante hincapié por un motivo fácil de
explicar. El ascendiente de que gozó Giner en vida y que perduró tanto
tiempo resultaba en parte de que la habitual expresión gineriana era
el diálogo, íntimo y directo, enderezado a estimular el pensamiento ajeno
más que a manifestar el propio; y el diálogo de esta índole, por contencioso
que sea el tema, implica un mínimo de afable templanza. Pero es sabido
que Giner era hombre de sensibilidad a flor de piel, cuyo buen talante
general cedía el paso de tarde en tarde a las «rabietas» de que alguna
mención se halla en los comentarios de sus íntimos. Tales relámpagos
de mal humor eran tan breves como deslumbrantes, y los que los pre-
senciaban quedaban pasmados del brío emocional que yacía en el fondo
de aquel espíritu por tantos conceptos equilibrado. Al igual que Una-
muno, Giner no podía ver con indiferencia el diario espectáculo de la
tontería humana. «Esto de la ramplonería es mi matraca», escribía don
Miguel, consciente de lo mucho que había cavilado sobre el tema. Giner
hubiera podido decir lo mismo, pues su propia vida y obra son como
una incesante glosa a la ambiente vulgaridad.
Además de su raíz psicológica, la «severidad gineriana» se nutre de
una particular concepción del hombre y el mundo. Discípulo el más
allegado de Julián Sanz del Río, no es extraño que Giner tome muy a
pecho la exhortación que su maestro dirige a los estudiantes de la Uni-
versidad Central en la apertura del curso de 1857-1858: «El que debe
su puesto en el mundo, su honor ante las gentes, a la injusticia, a la in-
triga, a la ambición desapoderada que sacrifica los medios al fin, no puede

1
PABLO DE AZCÁRATE, Gumersindo de Aziárate: Estudio biográfico documental, Madrid
1969, p. 250. La carta, escrita en Wimereux (Pas-de-Calais), lleva fecha de 8.x.1881.
Inicio Índice

38 Juan López-Morillas
estar solo ni en paz consigo... Vosotros, jóvenes..., huid de tales hombres
y tal compañía como de epidemia contagiosa...; debéis mirar alrededor
vuestro y a todos lados para ayudar, corregir, consolar a los que padecen
por la ignorancia, por el vicio, la enfermedad o la miseria...; el deber
manda aceptar lealmente, con todo el Hombre, el combate de la vida2».
En su sentido primario, pues, la vida es lucha, porque en todo hombre
se libra un forcejeo entre elementos de su ser que, antitéticos, aspiran a una
síntesis que los supere. Esa íntima tensión es causa e índice de todas las
demás, principio de organización de la realidad total según la metafísica
krausista3. Así, pues, la «paz consigo mismo» de que habla Sanz del Río
debe entenderse sólo como una forma de equilibrio precario, o como
un punto de momentáneo apoyo que permite al individuo lanzarse a la
lucha subsiguiente con el mundo circundante.
Los krausistas españoles comulgan en la creencia de que la vocación
menos atendida en la historia es la vocación para la vida, tanto por igno-
rancia en el individuo como por perversión en la sociedad. Aquél des-
conoce el alto fin que está llamado a cumplir, a saber, el logro de una vida
plena mediante la actualización de cuanto de potencial hay en él; y la
vida plena, como ya señalaba Krause, «sólo en forma social tiene su
definitivo cumplimiento4». Por otro lado, la sociedad es hoy por hoy
el mayor estorbo en la vía hacia la plenitud. La sociedad actual, informe
e inconsciente, es el material de arrastre que nos trae el aluvión de la his-
toria. Mucho en él es sin duda valioso; pero la tarea de apartar el metal
aprovechable de la escoria con que viene revuelto es la misión de una
estirpe de hombre nuevo consagrado a la acción racional. En la crónica
espiritual de España el grupo krausista es el primero que conscientemente
aspira a una transformación fundamental de la sociedad.
No está de más señalar lo incómoda que resulta esta tarea de fiscali-
zación sistemática. Escudriñar lo que a la mayoría no le preocupa, poner
de manifiesto la mala fe, la desidia o la estulticia, fustigar manquedades
y errores, no son medios idóneos para ganarse el beneplácito público.
Ocurre, no obstante, que los krausistas ven en ese beneplácito sólo el
síntoma de una indiferencia cínica o vergonzante que, derramada sobre
hombres, instituciones, doctrinas y usos, viene precisamente a neutralizar

2
Discurso pronunciado en la Universidad Central por el doctor D. Julián Sanz del Río...,
en la solemne inauguración del año académico de 1857 a 1858. Incluido en C. C. F. KRAUSE,
Ideal de la Humanidad para la vida. Con introducción y comentarios por D. Julián Sanz del
Río, 2.a ed., Madrid 1871, pp. 331-3.
3
Véase mi libro El krausismo español: Perfil de una aventura intelectual, México, 1956,
cap. IV, sec. 3, pp. 76-79.
4
KRAi'sn. op. cil.. p. 35.
Inicio Índice

Giner: de la Setembrina al Desastre 39

la ponderación crítica que intentan los Caballeros de la Razón. No el


afán de popularidad, sino el de rectitud, es lo que mueve a esos hombres
a usar de la pluma y la palabra con una dureza que hoy nos maravilla,
aun acostumbrados como estamos a estilos polémicos mucho más ásperos.
Sin duda alguna, el ejemplo acabado de tal actitud y tal estilo lo ofrece
Francisco Giner de los Ríos en los treinta años que van de la Setembrina
al Desastre.

II

La intervención de Giner en la Revolución de Septiembre de 1868


queda primordial, aunque no exclusivamente, encuadrada en el plan de
reforma universitaria de Fernando de Castro, nombrado Rector de la
Universidad de Madrid por el Gobierno Provisional. Giner, a su vez,
vuelve a ocupar la cátedra de Filosofía del Derecho y Derecho Inter-
nacional de la que había sido suspendido pocos meses antes por haberse
solidarizado con los catedráticos separados por los decretos de Orovio.
El ambiente general es de exaltación y esperanza. Aquellos hombres que,
como Castro, Salmerón, Azcárate y el propio Giner, hacen suyas las en-
señanzas de Sanz del Río, comparten la noción, muy siglo xvm, de que
la imperfección del hombre es el accidente con que la ignorancia atenúa
o entenebrece la natural bondad humana; y profesando a pies juntillas
una filosofía progresista de la historia, proclaman que, aunque la época
bienaventurada a que aspira la humanidad está todavía lejana, el acceso
a ella puede apresurarse por vía de la educación, entendida ésta como
gradual descorrimiento de los velos que oscurecen la razón individual
y a la vez le impiden vislumbrar la Razón Universal. Nada tiene, pues,
de extraño que Giner colabore con Castro en la preparación de disposi-
ciones encaminadas a modificar la enseñanza media y superior, a aumen-
tar el número de universidades del Estado, a favorecer la creación de centros
de enseñanza libres y la de otros organismos y programas orientados
a promover la educación general.
Conviene subrayar, sin embargo, que desde muy pronto Giner mira
con repugnancia el propósito de desquite que rezuman algunas medidas
de la nueva situación. Comprende que tales medidas son la enconada
reacción de hombres que han sufrido los vejámenes del período isabelino.
Pero más allá de esa evidente explicación está el triste convencimiento
5
VictNi'K CAÍ no Vu;. La Institución Libre de Enseñanza. I. Oríecnes y etapa univer-
sitaria (1860-1881), Madrid 1962, caps. V y VI, pp. 190-281.
Inicio Índice

40 Juan López-Morillas

de que el cambio político deja por lo pronto intacta la intolerancia his-


pánica, fruto de una «historia moderna tan trabajada por africanas lu-
chas6». Los triunfadores de la Setembrina, que tan clamorosamente habían
protestado contra las iniquidades del antiguo régimen, se lanzan por su
parte a la arbitrariedad, «con mayor legalidad y formas... —apunta el
propio Giner—, pero no con menos injusticia». De igual modo que una
dinastía insegura de sí misma había separado de la cátedra pocos meses
antes de la Revolución a Sanz del Río, Castro y Salmerón con el pretexto
de que estos hombres se habían negado a jurar adhesión a los principios
de la Monarquía y a la persona de la Reina, el Gobierno Provisional,
también inseguro de sí mismo, viene ahora a exigir parejo «juramento
atentatorio» a la Constitución. Los catedráticos que se niegan a prestarlo
son a su vez separados; y «a algunos de los que se suponía hostiles al na-
ciente orden de cosas..., se les alejó ahora también de sus cátedras, supri-
miéndolas con frivolos pretextos7».
Por otra parte, el Decreto de 21 de octubre de 1868, «base de todo el
régimen de la enseñanza universitaria durante el período de la Revolu-
ción (1868-1874)8», es el instrumento que cabe esperar del espíritu teórico
y doctrinario que triunfa con los intelectuales de la Setembrina. El De-
creto está animado de las mejores intenciones: neutralidad política y
religiosa de la universidad, libertad académica del profesorado, posibi-
lidad de crear centros de enseñanza libres, autonomía universitaria, acti-
vidad social de la universidad... todo esto, en mayor o menor cuantía,
recibe solícita atención y todo ello es deseable y aun necesario. Pero,
en rigor, poco o nada tiene que ver con la penosa realidad que es la uni-
versidad española por aquel entonces. Sin bibliotecas, sin laboratorios,
sin profesores consagrados primordialmente a la enseñanza ni estudiantes
dedicados primordialmente al estudio, las disposiciones pedagógicas de
Fernando de Castro y sus colegas se mueven en el ambiente rarificado
de la utopía, en un plano de «principios ideales cuya eficacia se creía
asegurada con sólo decretarlos, independientemente de toda condición
de lugar, persona y tiempo9».
Esta discordancia entre pensamiento y realidad vendrá a ser muy
pronto una de las preocupaciones cardinales de Giner y le alejará sensi-

«Sobre reformas en nueslniN universidades», en FRANCISCO GINPR DI IOS RÍOS. Obras


completas, Madrid 1916. II, p. 21. Todas las citas de Giner, a menos cine se indique otra cosa,
son a esta edición de las Obras completas (OC).
^ ¡bid., OC, II, p . 2 1 .
» Ibitl., OC, II, p p . 20-21.
» ¡bul, OC. II, p . 27.
Inicio Índice

Giner: de la Setembrina al Desastre 41

blemente, como alejó a su buen amigo Gumersindo de Azcátate, de la


metafísica que enseñaban Sanz del Río y Salmerón. El fracaso de las re-
formas pedagógicas es sintomático del fracaso de la revolución misma,
incapaz de eliminar los egoísmos, añagazas y corruptelas del antiguo ré-
gimen. Mas no cabe hablar del «fracaso de la revolución» sin caer de nuevo
en la abstracción. Lo que en rigor había fracasado eran los hombres que
la habían hecho, esos «hombres nuevos» en cuyo subido número y genuina
novedad habían creído algunos con candorosa firmeza. Giner no ve por
ninguna parte a la juventud en que pensaba Sanz del Río en 1857, a esa
juventud ideal que, apartada de «los hombres descreídos y audaces que
luchaban por la posesión del Poder...», «rehuyendo toda complicidad
con ellos, encerrada en un silencio grave10», se aprestaba a echar abajo
el viejo orden de cosas. La juventud real, no sólo había defraudado los
anhelos cifrados en ella como fuerza de vanguardia, sino que había con-
tribuido a adulterarlos, reduciéndolos a fórmulas retóricas bajo las cuales
operaban las impudicias y vilezas de antaño. Pocos comentarios de Giner
destilan más atrabilis que el que hace en 1870 cuando el país, apenas
repuesto de su embriaguez, hace un primer inventario de los efectos de
la revolución: «¿Qué hicieron esos hombres nuevos? —pregunta—. ¿Qué
ha hecho esa juventud? ¡Qué ha hecho! Respondan por nosotros el desen-
canto del espíritu público, el indiferente apartamiento de todas las clases,
la sorda desesperación de todos los oprimidos, la hostilidad creciente
de todos los instintos generosos. Ha afirmado principios en la legislación
y violado esos principios en la práctica; ha proclamado la libertad y ejer-
cido la tiranía; ha consignado la igualdad y erigido en ley universal el
privilegio; ha pedido lealtad y vive en el perjurio; ha abominado de todas
las vetustas iniquidades y sólo de ellas se alimenta"».
La iracundia de Giner resulta en gran medida de la interpretación,
a la vez ingenua y errónea, que da a la Revolución de Septiembre en su
fase inicial, interpretación, cabe añadir, que comparten en lo esencial
sus correligionarios krausistas. Para todos ellos, el del 68 es el primer
movimiento revolucionario español en el que, apoyándose en un pro-
nunciamiento militar de clásica hechura, adquiere valimiento una minoría
intelectual afanosa, no de ofrecer al país una «medicina empírica para
sanar la sociedad y el Estado, gravemente heridos en todos sus centros
vitales12», sino de proveer a «la irrefragable necesidad de una transfor-

111
«La j u v e n t u d y el movimiento social», OC, Vil, p. lux.
" Ibhi.. OC Vil, pp. (09-10.
12 /fó/.. OC, V i l , p. 113.
Inicio Índice

42 Juan López-Morillas

mación íntima y profunda de todos los órdenes sociales13». Lo que quieren


Giner y sus compañeros es efectivamente una revolución y no un simple
cambio de régimen; entiéndase una revolución «desde arriba», inducida,
guiada y contenida por un puñado de individuos adiestrados en descifrar
las exigencias del orden racional. Lo que al cabo les brinda la Setembrina
es un endeble edificio político en que los materiales de derribo apenas
dejan ver lo poco nuevo que se introduce en la construcción. El inseguro
cimiento de tal edificio es la Constitución de 1869, «a trechos inspirada
por instituciones luminosas..., pero en lo capital hija fiel de la de 1845,
una de las que más al vivo representan el contradictorio sentido del régimen
doctrinario14». El propósito de satisfacer contrarias apetencias, de apa-
ciguar exaltadas actitudes y de recabar el apoyo de hombres y partidos
refractarios desde luego a la nueva situación había desplazado a «la auto-
ridad de la razón reflexiva». No hacía falta ser muy zahori para vaticinar
que el «matrimonio de conveniencia» que resultaba ser la decantada re-
volución disgustaría en fin de cuentas a tirios y troyanos. Y, en efecto,
Giner anuncia en 1870 que, como consecuencia de tan pragmático mari-
daje, ha surgido un estado de ánimo «cuyo empuje ayuda a acelerar luego
por una rápida pendiente el vértigo de las pasiones y los intereses subal-
ternos15».

III

El desencanto de Giner se acentúa a medida que los acontecimientos


confirman su pronóstico de 1870. Su última tentativa por medios políticos
de efectuar una mudanza que juzga necesaria son los decretos de 2 y 3 de
junio de 1873, sobre enseñanza media y superior, que redacta a instancia
de Eduardo Chao, ministro bajo la presidencia de Estanislao Figueras;
y la mala fortuna que corrieron esos decretos durante la atormentada
agonía de la República robusteció aún más sú innata desconfianza en los
intentos de reforma por vía ejecutiva16. En su pensamiento va arraigando
cada vez más la noción de que la historia es una lenta elaboración de fun-
ciones humanas, las cuales crean a su vez los órganos encargados de darles
adecuado cumplimiento. Según el ejemplo de la biología contemporánea
—que, dicho sea de paso, encajaba sin grave quebranto en la filosofía
krausista de la historia—, Giner concluye que la vida histórica, mediante

>'< IhnLOC. Vil, p. 114.


i* Ibiü., OC, Vil, p. 112.
if Ibid.,OC, Vil. p. 112.
16
CAÍ no Vil. "/' <//.. pp. 262 y ss.
Inicio Índice

Giner: de la Setembrina al Desastre 43


un proceso de crecimiento, desarrollo y diferenciación, engendra en ej
cuerpo social aquellas estructuras a cuyo conjunto orgánico se da el nombre
de cultura. Poco importa que entre una cultura y otra se adviertan dife-
rencias en cuanto al grado de evolución. Ello sólo prueba que cada una
sigue su peculiar ritmo histórico y que, «de un modo más espontáneo
o más reflexivo», cada una ve y explica el mundo «tan intensamente como
se lo permiten sus condiciones». Toda institución social nace, por lo tanto,
«cuando el desarrollo de la vida en cada orden llega a reclamar, no sólo
una división del trabajo para aquel determinado fin, sino la agrupación
en un núcleo más o menos complejo de las fuerzas así diferenciadas17».
A duras penas se puede exagerar el alcance de este ulterior decurso
de las ideas de Giner, pues lo que viene a significar es el repudio definitivo
de la revolución «desde arriba». La revolución «desde arriba» es hijuela
del pensamiento abstracto, que se mueve en el vacío, allá donde el mundo
cotidiano no vendrá a inyectar sus importunos reparos. El intelectualismo
radical, indiferente cuando no hostil a la historia, se desliza por la órbita
de la lógica discursiva cuya meta usual es la utopía. Con la fría arrogancia
de quien cree tener la verdad en el puño, esa manera de pensar procede
a forjar órganos de los que, contra toda experiencia, se espera que engendren
a su vez las funciones deseables. De ahí brota la obcecada y estéril pro-
pensión al ordenancismo, a la «omnipotencia del mandato», el «prurito
de reglamentarlo todo», la «ilusión de substituir con el mecanismo de unos
cuantos renglones la vida, la libertad y la conciencia18». Grave yerro
del mundo de Occidente, apunta Giner, en su pertinaz afición a la idea
de que del Estado depende el público bienestar y la felicidad individual.
La melancólica experiencia de que muy bien puede ser todo lo contrario
no ha conseguido apagar esa arriesgada creencia. Los cambios que du-
rante varios siglos se han operado en las instituciones políticas no han
alterado en lo sustancial ese «concepto absolutista del Estado y su poder "».
En el caso particular de España, según Giner, la supersticiosa con-
fianza en la reglamentación exterior ha sido, si cabe, más profunda y
nociva que en otras partes, ya que ha alimentado la noción de que, puesto
que se legisla sobre tantas cosas, es preciso suponer que tales cosas existen
de veras, que son realidades visibles y palpables, pero que quizá no están
bien dispuestas y no dan, por lo tanto, todo el rendimiento de que son
capaces. Quien se moleste en repasar, por ejemplo, la legislación del siglo

17 «Sobre reformas...». OC, II, p. 98.


18
«El espíritu mecánico en la educación», OC, XII, pp. 77-80.
•» «Sobre reformas...», OC, II, p. 12.
Inicio Índice

44 ]uan López-Morillas

pasado en materia de instrucción pública y no conozca el verdadero


estado en que se hallaba la enseñanza en todos sus niveles puede muy bien
figurarse que escuelas, institutos y universidades eran en España tan buenos
como, pongamos por caso, en Suiza o Bélgica, y que con una adecuada
corrección administrativa podrían llegar a. ser mejores. El hecho triste
de que tal legislación era improvisada, de que no versaba sobre realidades,
sino sobre ficciones, lo sabían desde luego los legisladores y los enseñantes,
pero no siempre la masa del público. El resultado era doblemente dañino,
ya que por una parte se anulaba la posibilidad de una auténtica reforma
y, por otra, se halagaba fraudulentamente el orgullo nacional. «Se supone
—escribe Giner a este respecto— que 'tenemos de todo', sino que los
Gobiernos no han querido poner las cosas en su sitio (¡cuando era tan sen-
cillo!), y hace falta una ley, un decreto, siquiera una miserable real orden
que reorganice esas fuerzas vivas, sólo que mal aprovechadas20.»
La insistencia con que, a partir sobre todo de 1870, distingue Giner
entre gobernar y legislar, su frecuente querella de que el Estado moderno
tiende a abusar de lo segundo y no hacer bastante de lo primero, refleja
su empeño en mantenei claramente separados los conceptos de Estado
y sociedad y de mostrar que los fines de uno y otra son a veces muy dis-
tintos y pueden incluso ser incompatibles. La sociedad, para él, es la quin-
taesencia de los histórico, «un cuerpo vivo con interior gradación y je-
rarquía, y cuyas funciones y miembros se enlazan recíprocamente para
cooperar acordes a la producción del humano destino21». Por otra parte,
el Estado moderno ha rebasado con mucho su «misión de histórica y
legítima tutela», consistente en realizar los fines del Derecho, y «ha lle-
gado a creerse con poder para determinar las creencias religiosas, las ver-
dades científicas, los procedimientos industriales, las operaciones mer-
cantiles, interviniendo de aquí consecuentemente en la organización
y administración de las. Iglesias, de las Universidades, de las Sociedades
y Corporaciones privadas consagradas a todos los fines de la vida22».
Giner se opone, pues, a quienes propugnan el fortalecimiento y la
expansión de la potestad del Estado; y con ello, si vale la pena subrayarlo,
disiente de muchas de las doctrinas y de casi todas las prácticas políticas
vigentes en su tiempo y en el nuestro. Se da cuenta, por supuesto, de que
su criterio es minoritario, de que acaso sea imposible atajar lo que parece
ser impulso irresistible del Estado moderno, apoyado si no justificado
por la desmesurada complejidad de la vida contemporánea. Muy ape-
20
«El problema de la educación nacional y las clases "productoras"», OC, XII. p. 281.
21 «La futura ley de Instrucción Pública», OC, XVI, p p . 120-1.
22 ¡bul, OC, II, p. 122.
Inicio Índice

Giner: de la Setembrina al Desastre 45

gado a la teoría política de Heinrich Ahrens, Giner piensa todavía en un


Estado consciente de que su jurisdicción es limitada y dispuesto a cir-
cunscribirse a ella. En este respecto aplaude, aunque con alguna reserva,
la estructura política inglesa como muestra del «delicado instinto bri-
tánico en presentir la relación de la política con la vida, y, por tanto, de
la sociedad con el Estado23», y, por el contrario, deplora el caso de Francia,
entregada al «culto exclusivo de las formas abstractas», indiferente al
principio de «que la centralización y la libertad son incompatibles y [de]
que el despotismo del Estado sobre la sociedad debía engendrar más
o menos tarde —Giner escribe esto en octubre de 1868— el despotismo
en el seno mismo del Estado24». Y pensando en la España que estaba
a punto de confeccionarse un nuevo Código político —la Constitución
de 1869—, la España, según él, imitadora servil de todo lo francés, exclama:
«Pasar sin transición de la idolatría de las formas a su desprecio y aborre-
cimiento; del culto de los medios sin pensar en los fines al de los fines
sin reparar en los medios: tal es la suerte de los pueblos que siguen las
huellas de Francia. ¡Ojalá que sus experiencias puedan aleccionar a aquellos
a quienes toca dirigirlos en el camino de sus reformas y aun en el fragor
de sus revoluciones!25».

IV

La persecución que sufren Giner y otros profesores de orientación


krausista en los albores de la Restauración ha sido materia de varios
estudios y no hay por qué comentarla en esta ocasión26. En el aserto de
Cánovas de que viene a «continuar la historia de España» Giner ve una
verdad tan triste como parcial: en efecto," lo que se viene a continuar es
una cierta historia de España, «tomándola —añade Giner con sorna—
en agosto del 68, no en septiembre27». A primera vista todo ha vuelto
al cabo de breves años, todo menos la efervescencia espiritual de la década
que precede a la Setembrina, el empuje crítico, vetado de ingenuidad
juvenil, que anima a ese intelectualismo militante; pues a eliminar las
causas de la agitación ideológica y a calmar los ánimos soliviantados
por ella es a lo que cabalmente se encaminan los esfuerzos de Cánovas.

«La política antigua y la política nueva», OC, V, p. 110.


Ihid., OC, V, p. 92.
¡bul.. OC, V, p. 94.
Cacho Viu, op. al., caps. VI, VIII y IX.
«Sobre reformas...». OC, II, pp. 34-35.
Inicio Índice

46 Juan López-Moríllas

La creciente apatía nacional, junto con los sinsabores personales y


profesionales que le acarrea la llamada «cuestión universitaria» en 187528
acaban por convencer a Giner de que para orientar al país hacia metas
más luminosas que las que prometen los restauradores habrá que pro-
ceder por senderos muy diferentes de los seguidos en el sexenio revolu-
cionario. Como primera providencia será menester renunciar al arbi-
trismo oficial, al deseo de crear la felicidad por decreto. No pueden ni
deben renacer los candidos ensayos del despotismo ilustrado. Aun en la
hipótesis de que llegara al poder un gobierno recto y prudente, alentado
por los más loables propósitos, sus afanes serían al cabo estériles, porque
lo que en España, según Giner, hace quiebra es la sociedad en todas sus
estructuras, y hace quiebra porque ha fallado el hombre mismo, la sub-
especie homo hispanicus, víctima histórica de la indigencia material y la
penuria espiritual. Y es precisamente a elaborar un nuevo individuo
humano a donde habrá de enderezarse todo empeño de genuina redención.
Aquí está lo que en otro lugar hemos llamado la radicalización de Gi-
ner29, su insistencia en que la debilidad nacional es de raíz, y en que,
mientras no se fortifique la raíz, de nada valdrá apuntalar el tronco, podar
las ramas o desinfectar el fruto. Está persuadido de que el achaque viene
de antiguo y de que la historia de España durante cuatro siglos ha sido
la de una serie de paliativos, tan variados como ineficaces, para disimular
en lo posible el curso de la dolencia. Varios años antes que los llamados
regeneracionistas Giner nos ofrece un sombrío cuadro de España como
tierra «empobrecida, despoblada e incivilizada por el fanatismo30»,
asiento de una raza «descolorida y anémica»31. La dureza de estos juicios
no cede con el correr de los años. Muy dentro de una tradición de crítica
social ya vigorosa en el siglo xvm y a menudo renovada desde entonces,
Giner arremete contra el falso patriotismo, «ignorante, holgazán y bien
avenido con nuestro miserable estado»32. La «gárrula petulancia» que
informa las alocuciones políticas, los discursos académicos, el periodismo
de camarilla y la poesía de ocasión ha logrado forjar, «por un proceso
análogo al de todos los mitos, una leyenda nacional, tan dramática e in-
teresante como, por desgracia, inexacta»33. Según ella, la incuria de los
2
" CACHO VIU. op. vil., cap. Vil. Véase también La cuestión imirersiiaria. 1N7.\ Epis-
tolario de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Nicolás Salmerón. Intro-
ducción, notas e índices por Pablo de Azcárate, Madrid 1967.
" FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS. Ensayos. Selección, edición y prólogo de Jinm López
Morillas, Madrid 1969. Véase el Prólogo.
•'» «Sobre 'La familia de León Roen'», OC, XV, p. 287.
" «La crítica espontánea de los niños en Bellas Artes», OC, XII, p. 55.
« «Prólogo», OC, XII, p. 20.
» «Sobre publicaciones de historia», OC, XV, p. 232.
Inicio Índice

Giner: de la Setembrina al Desastre 47

españoles mismos, junto con la malquerencia de los extranjeros, han


contribuido a que no se valoren en lo justo las aportaciones culturales
—en particular las filosóficas y científicas— de España; y es, por ende,
tarea patriótica la de rescatar esas glorias nacionales a beneficio de propios
y extraños. Sólo de modo indirecto, a fines de 1878, interviene Giner
en la «polémica de la ciencia española» entre Menéndez Pelayo, por una
parte, y Revilla, Azcárate, Salmerón y —más tarde— Perojo, por otra34.
Contra el nacionalismo cultural sostiene que es quimérico pensar que
sin ayuda externa pueda la cultura española reponerse de su desmayo
secular y alcanzar el nivel contemporáneo del Occidente europeo. «En
la sociedad, como en el individuo —escribe—. y como en todos los seres
de la creación, es ley que ninguna nueva vida pueda desarrollarse sino
al amparo de otra vida ya más adelantada, cuyo influjo protege y sirve
de modelo, a veces hasta en sus imperfecciones, a la del ser naciente».
Y refiriéndose, aunque sin nombrarlo, a Menéndez Pelayo, agrega: «cuan
extraña aparece a la luz de este principio la censura que algunos de nuestros
escritores han dictado en estos últimos tiempos contra aquellos que,
en el incipiente renacimiento de nuestra cultura científica, han vuelto
los ojos hacia los filósofos extranjeros, en vez de volverlos a Lulio, Vives
o Pereira, con lo que, de otra parte, no es fácil advertir ganaría cosa mayor
la dilucidación de los problemas contemporáneos»35. Giner es, pues,
europeizante, pero no por preferencia sentimental, sino por «principio»,
o, si sequiere, por convicción cimentada en la historia y la filosofía. La
historia le prueba que fue vigorosa la cultura indígena cuando se mostró
hospitalaria a las culturas extrañas. La filosofía le persuade de que toda
cultura, cualquiera que sea el grado de su evolución, ha de llenar el doble
cometido de ser en si y ser con las demás. Su peculiaridad es determinable
sólo por referencia a las culturas foráneas; y, claro estáj el conocimiento
de tal peculiaridad es absolutamente necesario. Pero, como ya decía
Sanz del Río, ningún hombre sensato «pretende para su pueblo mayor
estima que la que realmente merece; no alimenta la vana presunción
que los otros pueblos debieran pensar y sentir como el suyo»36; antes
bien, sabe que cada cultura, como órgano histórico de la fundamental
sociedad humana, está obligada a henchir plenamente lo que en ella hay
de virtual, el conjunto de posibilidades y aptitudes que yacen en su seno.

)4
Véase mi Kraiisisnw. pp. 202-210: CACHO VIU. op. <•//., pp. 341-359: La polémica
Je la ciencia española. Introducción, selección y notas de Ernesto y Enrique García Camarero,
Madrid 1970. caps. V y VI.
35
«Sobre publicaciones...», OC, XV, p. 231.
« Ideal. D. 111.
Inicio Índice

48 Juan López-Morillas

Vemos aquí, en suma, una aplicación más del principio de la unidad


en la diversidad, meollo metafísico del krausismo.

Sería larga e ingrata faena la de recoger los acerbos comentarios que


hace Giner al tratar del llamado «problema de España». De ellos, des-
granados en mayor o menor abundancia, está sembrada su vida profe-
sional. Algunos de sus tempranos dictámenes coinciden con los de Revilla,
Azcárate y Perojo, esto es, con los que provocan la hostilidad erudita
del joven Menéndez Pelayo, a saber, a) que la Inquisición ahoga en España
la actividad filosófica y científica; y b) que la pragmática de 1559, por la
que se prohibe a los españoles salir a estudiar al extranjero, aisla al país
e impide su desenvolvimiento físico y espiritual en concierto con la Europa
de Occidente. Era ésta por entonces una opinión tan corriente que para
muchos tenía vigencia axiomática. Giner la hace desde luego suya, pero
con alguna variante digna de nota. Menos transigente que Azcárate. hace
remontar la estrangulación y el aislamiento a las postrimerías del siglo xv,
y se asombra de que «todavía haya quien dude en buscar sus orígenes
más o menos complejos precisamente en los momentos de nuestro más
visible esplendor y material grandeza: en el mismo brillante reinado de
los Reyes Católicos»37. No aclara por qué prefiere esa fecha más antigua,
pero quizá sea porque de los Reyes Católicos data la monarquía autori-
taria, germen del absolutismo posterior, y la Inquisición nacional, para
la que los monarcas recaban de Sixto IV la bula de 1478. Ahora bien,
el proceso histórico de la decadencia española no interesa tanto a Giner
como el espectáculo de la realidad inmediata, testimonio irrecusable
de tal decadencia. Con una mezcla de sentimientos que él mismo descri-
birá en el ocaso de su vida como «amor desesperado..., piedad..., angustia
entrañable, por este pueblo harapiento en la carne y el espíritu»38, emprende
la labor de despertar conciencias, análoga en los fines si no en los medios
a la que pocos años después acometerán Unamuno y Costa. El obstáculo
mayor en tal empresa es la languidez que se apodera del país tras las con-
vulsiones del período revolucionario. Años antes de que Mallada hable
de «pereza», Unamuno de «marasmo», Ganivet de «abulia». Costa de
«dejadez» y Maeztu de «parálisis», Giner se duele de la «atonía del espi-

37
«Sobre reformas...», OC\ II, p. 5.
« «La Universidad de Oviedo», OC, II, p. 290.
Inicio Índice

Giner: de la Setembrina al Desastre 49

ritu nacional»39, de «la anemia, la falta de vigor, la apatía»4<> que afligen


a todos los órganos del cuerpo social y especialmente a la juventud. Con
verbo en que vibran la cólera y el sarcasmo Giner subraya la insolvencia
moral de la sociedad contemporánea, su descarado cinismo, la plebeyez
y esterilidad de la clase media y la miseria del pueblo, «huérfano de toda
dirección y tutoría» y «vuelto de cara al África»42. La aridez de los campos,
la despoblación rural, la fealdad de los pueblos, la incomodidad de la
vivienda, el mal gusto del decorado y el mobiliario, el boato aparatoso
de la gente rica; la incultura, la vanidad, la informalidad, la envidia, el
ergotismo, la hipocresía religiosa..., todo el cortejo, en suma, de taras
físicas y morales que Giner ve en torno suyo recibe su apostilla reproba-
toria; y decimos «apostilla» porque de ordinario se trata de un inciso
o moraleja en escritos que, en su intención general, no tienen carácter
de prédica o censura. La apostilla puede surgir de improvisto en un ensayo
sobrr pedagogía, arqueología, política o religión, en una carta literaria
o -v- '.¡na nota necrológica. Ello sugiere que el reproche está a flor de con-
ciencia e irrumpe en ella a la menor incitación.. Lo que más le repele es la
vulgaridad ambiente, y a ella dedica sus más agudas diatribas. «¿Qué
es la vulgaridad? —pregunta—. La dictadura del egoísmo, la servidumbre
de la rutina y la indiferencia por las grandes cosas»43. La vulgaridad es
la tónica de la burguesía, el canon por el que se rigen las modernas meso-
cracias. Bajo su imperio la sociedad pierde su variedad y energía, justa-
mente aquello que puede hacerla digna y amable, y se convierte en una
masa uniforme y desmarrida en la que despuntan sólo los más ruines
apetitos. No hay duda de que para Giner la Restauración viene a aumentar
el ya grueso caudal de vulgaridad que discurre por la vida española del
siglo pasado. En sus invectivas, pues, lo que descuella, junto con el diag-
nóstico de las lacras sociales, es el desdén que siente hacia lo chabacano
y lo desabrido el hombre de natural delicadeza y fina sensibilidad estética.
La vulgaridad —dice— es «la nada de las clases sociales»44. Y, recién
restaurada la monarquía, declara: «todo está calculado... para el cultivo
intenso de la vulgaridad»45.
El fracaso de la juventud de 1868, visto desde la atalaya de la Restaura-
ción y la Regencia, resulta no haber sido fracaso porque, en rigor, no

•"' «Instrucción y educación». OC, VII, p. 25.


40
« L o q u e necesitan nuestros aspirantes al profesorado», OC, X I I , p. 83.
41
«Enseñanza y educación», OC, V I I , p . 88.
42
« ¿ C u á n d o n o s enteraremos?», OC, V I I , p. 234.
43
«Teoria y práctica», OC, VII, p . 140.
44
«Spencer y las b u e n a s maneras», OC, V I I , p . 159.
45
«La educación del 'filisteo'», OC, V I I , p. 274.
Inicio Índice

50 Juan López-Morillas

había habido juventud. Sanz del Río, en éste como en otros casos, se había
dejado arrastrar por su optimismo personal y doctrinal. Su misma impa-
ciencia por llegar a un mundo ideal le había hecho entrever en el horizonte
vislumbres inexistentes, y tales eran su fe y su capacidad suasoria que
muchos de sus discípulos llegaron a compartir el espejismo. Muerto
en 1869, cuando la revolución triunfante todavía despertaba gratas espe-
ranzas, el maestro se llevó consigo para siempre la creencia en el arribo
inminente de la Edad de Perfección. Sus discípulos, entre los que había
agentes y víctimas de los descalabros subsiguientes, no pudieron man-
tener viva la confianza nacida al calor de la palabra magistral. Giner
comprende cuan fuera de propósito está el solazarse con la utopía en un
mundo como el circunstante, en el que, como diría Unamuno más tarde,
los jóvenes, de quienes se espera la salvación, carecen de juventud, nacen
ya viejos, avezados a todas las marrullerías y concupiscencias de sus ma-
yores, y prontos a reemplazarlos, para repetir a su vez, si no para sobre-
pasar, las torpezas que de ellos han aprendido. La juventud del día, clama
Giner en 1870, no tiene vocación de sacrificio y sí ambición de poder,
«no ha sido educada para el Calvario, sino para el Capitolio»46; pero,
añade, «su conducta ha sido la que debía esperarse de todos los prece-
dentes»47; y sus precedentes son los mundanos criterios de éxito que im-
pone la sociedad.
Esta condición de la juventud es tanto más deplorable cuanto que sólo
de las nuevas generaciones puede partir un movimiento de ideas con
promesa de regeneración nacional. Mas conviene advertir que tales ideas
no deben ser meras abstracciones fraguadas more geométrico por el pen-
samiento discursivo. Giner estima que lo que más rotundamente ha fra-
casado en la cultura occidental es su arrogante intelectualismo, su pro-
pensión a dar a la inteligencia una primacía absoluta sobre las demás
facultades de la psique. Y cuando el intelectualismo se degrada, produce
una cultura retórica y sofística, en la que se atribuye más importancia
a la facilidad de palabra y el malabarismo mental que a la verdad y el
buen sentido. Ahora bien, dice Giner, el ergotismo lo «tenemos [los es-
pañoles] como vicio en la sangre y médula desde antes que hubiera esco-
lástica en el mundo»48. La «manía de la oratoria», transplantada a las
universidades, ha sido uno de los motivos principales de la perversión
de la juventud, pues la ha llevado a creer que con «charlatanería y desen-
fado» se puede ir a cualquier parte. El joven universitario español, señala

4(1
«La juventud...», OC, VII, p. 128.
47
Ibid., OC. Vil, p. 110.
«» «Sobre reformas...», OC, II, p. 77.
Inicio Índice

Ciner: de la Setembrina al Desastre $1

Giner en 1888, no se ha percatado todavía de que ha llegado «la época


de la indagación personal, concienzuda, realista, de los métodos intui-
tivos y autospectivos, de la contemplación directa de las cosas»49, y de
que esta nueva actitud «por doquiera sustituye al verbalismo, a los lugares
comunes, al mero estudio de los libros y a la fácil sumisión con que un
espíritu a la par escéptico y servil se rinde a las opiniones magistrales y a
las doctrinas hechas»50. Para ese joven la universidad sigue siendo una
«sociedad de hablar» que le adiestra para ingresar en otras «sociedades
de hablar» que van desde las Cortes hasta la tertulia de café, y que incluyen
menesteres y profesiones que en otros países no rinden culto tan idolátrico
a la palabra hablada.
Lo que Giner exige de la juventud son, según la terminología krausista,
no tanto ideas como ideales, esto es, estímulos a la acción eficaz. Etapa
primerísima de esa acción debe ser el destierro de la indigencia y la igno-
rancia. Hay que empezar desde el principio, es decir, hay que robustecer
cuerpos minados por el hombre y la falta de higiene y agilitar mentes entor-
pecidas por el analfabetismo, el desamparo y la ramplonería. Todo lo
demás, si viene, vendrá después. De aquí brota, creemos nosotros, mucha
de la ideología «regeneracionista» y, en particular, el apasionado funda-
mentalismo que es denominador común de hombres tan dispares como
Costa y Mallada, Moróte y Sánchez de Toca, Isern y Macías Picavea,
y que, mezclado con otras corrientes ideológicas, llega a influir en algunos
figuras del 98: Unamuno, Maeztu, Azorín, Baroja.

VI

Ahora bien, aunque el rescate del hombre es lo primero a que hay que
atender, lo que a la larga importa es habilitarle para una vida más amplia
y honda que la que ahora lleva. Sin esa meta, todo esfuerzo sería vano y
baldía toda esperanza. Hay evidencia bastante para pensar que la con-
fianza de Giner en el «ideal de la Humanidad» según el evangelio de Krause
y Sanz del Río flaquea bastante ante el embate de la «vida agria, dura,
fiera, sombría de la segunda mitad del siglo xix»51, pero no cabe decir
que se quebrante. Del horizonte, es cierto, se ha borrado la mentida aurora
de un mundo mejor. El camino será mucho más largo y penoso de lo que
se había supuesto; y. por consiguiente, amén de cargarse de paciencia,
49
«Sobre el estado de los estudios jurídicos en nuestras universidades», OC II p 174.
•"> ibid.,OC, I I , p. 175.
51
«Salmerón», en Francisco Giner de los Ríos, Ensayos v canas, México 1965. p. 168.
Inicio Índice

52 ]uan López-Morillas

habrá que forjar medios nuevos de ayudar a la historia a que apresure


el cumplimiento de su implícita promesa.
Cuando en 1875, durante su destierro en Cádiz, Giner concibe la idea
de la Institución Libre de Enseñanza y esa idea, secundada por otros hom-
bres animosos, se trueca en realidad un año más tarde, entra en acción
uno de los medios para «la edificación sistemática de una nueva vida».
Conviene señalar que ni Giner ni sus colaboradores se hacen al principio
muchas ilusiones acerca de la viabilidad del proyectado organismo, no
sólo porque habrá de tomar cuerpo en un ambiente desde luego hostil,
sino porque, en fin de cuentas, sus fundadores, con escasas excepciones,
son catecúmenos de la pedagogía, por lo menos del género de pedagogía
que preconiza Giner. Como todo lo demás, la Institución también tiene
que empezar desde el principio, aprovechando en lo posible las experiencias
de ultrapuertos, dando mil trompicones y cometiendo errores cuya regti-
ficación pondrá a prueba la paciencia y el amor propio de sus dirigentes.
En 1880, cuando el nuevo centro cumple los cuatro años, su fundador
no puede menos de pasar revista al cúmulo de dificultades a salvar: «la
hostilidad de los unos, la incredulidad de los otros, el espíritu de partido,
la calumnia, el desdén, el desagradecimiento, y los mayores y más graves
de todos [los obstáculos]: la incultura general de la nación y nuestra
propia sensible inexperiencia»52.
Como ve sin esfuerzo quien estudia su historia temprana, la Insti-
tución es un último recurso del humanismo liberal, un remedio heroico
al que acuden unos hombres que, en el orto de la Restauración, suscriben
tres postulados fundamentales: a) que urge desentenderse por completo
de la España oficial; b) que nada cabe esperar de las revoluciones, porque
la «de arriba» degenera en el ordenancismo y la «de abajo» en la barbarie;
y c) que no se puede seguir como se está. Con palabras de Ortega se diría
que éste es el epílogo que pone un alma desilusionada a las convulsiones
de 1868-1874. De una confianza nunca muy firme en la acción política
Giner pasa al apoliticismo, actitud en la que no todos sus amigos y cola-
boradores le imitan, pero que, habida cuenta del prestigio gineriano,
contribuirá a acentuar el menosprecio con que no pocos intelectuales es-
pañoles miran la política hasta bien entrado el siglo xx. La abstención
de Giner no es, sin embargo, absoluta: «Alejados de la política —escribe
en 1889—, donde es nuestra creencia que se malgastan grandes esfuerzos
para resultados mínimos, estarnos siempre prontos a dar, sin embargo,
un consejo y ayudar a poner mano en las reformas gubernamentales,

«El espíritu de la educación en la Institución Libre de Enseñanza», OC, VII, p. 51.


Inicio Índice

Giner: de la Setembrina al Desastre 53

apenas por rara extravagancia de la suerte se juntan allá en las alturas


un relámpago de buen sentido y una disposición benévola para nuestros
ideales; persuadidos, no obstante, de que casi todo cuanto en este orden
auxiliemos a levantar está condenado por largo tiempo a ser destruido,
no bien el relámpago pasa y la corriente de la vulgaridad..., recobra...
su natural y hasta legítimo imperio»53.
Pues bien, ¿qué hacer? La respuesta gineriana es tan sencilla como
insólita: hacer hombres; y hacer hombres equivale a educarlos, a cuidar
que del brote del párvulo y la flor del niño se desarrolle y sazone el fruto
del adulto. En tamaña potenciación humana radica para Giner la única
esperanza de salvación. Sólo unas vidas nuevas pueden crear una nueva
vida. A quienes objetan que, dado el estado de España a fines del siglo
pasado, ello supone aplazar ad calendas Graecas el ansiado cambio radical,
les contesta que «una experiencia dolorosa comprueba cada día más el
principio incontestable de que sólo la lenta y varonil educación interior
de los pueblos puede dar seguro auxilio a la iniciativa de sus individuali-
dades superiores y firme base a la regeneración positiva y real de sus in-
tituciones sociales»54. Hay que cargarse de paciencia y no pedir milagros
a una orientación novel en que todo, absolutamente todo, está por hacer,
y cuyo objetivo es nada menos que «desenvolver individual y socialmente
hasta el nivel máximo que en cada punto quepa las potencias físicas,
intelectuales, morales, afectivas de la naturaleza humana»55. En vista de
la magnitud del fin y la cortedad de los medios, Giner aconseja a sus colegas
de la Institución «tener más modestia..., renunciar a la infalibilidad...,
escudriñar en el fondo de nuestra conciencia nuestros móviles..., ser más
severos con nosotros mismos y más humanos con los demás»56. Pero la
misma rigurosa fiscalización que se recomienda puertas adentro habrá
de ser aplicada puertas afuera. Contra las fatuas proclamas ministeriales
y los juegos florales parlamentarios acerca de la instrucción pública hay
que decir cuál es el verdadero estado de cosas: la insuficiencia de escuelas,
la falta de material pedagógico, la desdichada condición —mitad cárcel,
mitad pocilga— de la escuela rural, la ínfima preparación del maestro
consonante, sin embargo, con su vergonzosa remuneración, la Índole
pasiva, memorista de la enseñanza. Durante cuarenta años, desde las
páginas del Boletín de la Institución, Giner divulga sus ideas y esperanzas,
sus recelos y aversiones, y con ello hace de esa publicación una especie

« «Prólogo». OC. XII, p p . 21-22.


f «La juventud...», OC, VII, p p . 110-1.
55
«Problemas urgentes de nuestra educación nacional», OC, X I , p. 177.
56 «Prólogo», OC. XII, p . 25.
Inicio Índice

54 Juan López-Morillas

de diario íntimo, el único con que contamos hasta que se recojan, ordenen
y publiquen sus papeles personales. «Hacer hombres» supone, como me-
dida preliminar, hacer a los «hacedores de hombres», es decir, a los maestros.
El magisterio, ejercido con inteligencia, sensibilidad, rectitud y sencillez,
habrá de tomar sobre sí la cura de almas y cuerpos, la «formación íntegra
del hombre». En la educación así concebida, con fe que hoy nosotros quizá
estimemos excesiva, Giner descubre la clave de la felicidad individual
y la redención social.

VII

El desastre del 98 representa para Giner un eslabón más en la larga


cadena de calamidades seculares. Las humillaciones de Santiago y Cavite
no son el ejemplo con que cierra la historia una etapa de torpeza y villanía,
sino un simple comentario marginal que, a lo sumo, persuadirá a los aún
no persuadidos de que España —como Giner asegura en 1901— es «la
tierra... donde por ahora toda miseria espiritual y material tiene sus asien-
to»57. Ya en septiembre de 1896, venteando la catástrofe que se acerca,
cuando arde la guerra en Cuba y la insurrección en Filipinas, Giner es-
cribe a Leopoldo Alas: «¡qué horas éstas, qué horrores, qué ruina, moral,
material, de todas clases; qué amargura, qué caída, qué corrupción, qué
piedad tan inmensa entra en el alma toda por tanto dolor dentro y fuera
de nosotros, tan bajo como va cayendo, cayendo, este pobrecito pueblo,
que saldrá de esta agonía, pero cuándo!»58 En ese «cuándo» se transpa-
renta un espíritu en angustia mortal, abrazado ardorosamente a una fe
en el destino humano que la filosofía crea y que la historia destruye. Aquel
«gran agitador de espíritu», como le llama Unamuno, luchaba a brazo
partido con su duda y su esperanza, buscando en sí mismo el convenci-
miento que necesitaba para convencer a otros. No es extraño que don
Miguel, que sabía mucho de estas cosas, escribiera de don Francisco:
«aquel hombre que se pasó la vida clamando «¡paz, paz!» era un gran
luchador. No podía ser de otra manera. La verdadera paz, la paz fecunda,
la paz digna, la paz justa no se obtiene más que con la lucha»59.

JUAN LÓPEZ-MORILLAS
Brown Umversity
Providence, R. I., U.S.A.

"«La Universidad de Oviedo», OC, X I I , p . 288.


58
Canas y ensayos, p p . 115-6.
59
M I G U E L DE U N A M U N O , «Recuerdo d e d o n Francisco Giner», e n Obras completas,
Madrid 1966, III, p . 1178.
Inicio Índice

SOBRE DOS FUENTES ANTILLANAS


Y SU ELABORACIÓN EN
El Siglo de las Luces

(En homenaje a Antonio Rodríguez Moñino, ejemplar


investigador de fuentes)

En el postfacio de El Siglo de las Luces incluido en las ediciones de


lengua española1. A. Carpentier afirma la historicidad del personaje de
Víctor Hugues quien, como se sabe, es uno de los tres protagonistas más
destacados de la novela. Según el escritor, cubano cuando decidió intro-
ducir en una trama al que fue comisario de la Convención en la Gua-
dalupe, los historiadores de la Revolución francesa no se habían interesado
todavía por su apasionante figura:
«... Como Víctor Hugues ha sido casi ignorado por la Historia de la Revolución
francesa —harto atareada en describir los acontecimientos ocurridos en Europa,
desde los días de la Convención hasta el 18 de Brumario, para desviar la mirada hacia
el remoto ámbito del Caribe— el autor de este libro cree útil hacer algunas aclaraciones
acerca de la historicidad del personaje...» (ed. mejicana, p. 299)2.

En el mismo postfacio el novelista especifica que algunos capítulos


de la obra se fundan en documentos reunidos por él en las Antillas:
«... Los capítulos consagrados a la reconquista de la Guadalupe se guían por un
esquema cronológico preciso. Cuanto se dice acerca de su guerra librada a los Es-
tados Unidos —la que llamaron los Yanquis de entonces "Guerra de Brigantes"—
así como a la acción de los corsarios, con sus nombres y los nombres de sus barcos,
está basado en documentos reunidos por el autor en la Guadalupe y en bibliotecas de

1
Nos referimos al texto intitulado «Acerca de la historicidad de Víctor Hugues». En la
traducción francesa Le Siecle des Lumieres, Collection La Croix du Sud, Gallimard, Paris 1962,
debida a Rene L. F. Durand (levemente anterior a la «princeps» mejicana) no aparece la
aclaración «historicista» de A. Carpentier. ¿Habrá pensado el autor que no la necesita el
lector francés? ¿O la habrá escrilo después de publicada la traducción francesa?
2
En adelante, citaremos según la primera edición Compañía General de Ediciones, S. A.,
México, 24 de noviembre de 1962. Es preferible no usar la edición española (Seix Barral,
Barcelona 1965) por haber sido mutilada, aunque sin demasiada gravedad, por la censura.
Sobre dichas mutilaciones se puede ver EDUARDO TIJERAS (sic), «El Siglo de las Luces» en su
edición española, in Cuadernos hispnnihinicricimi>s. Madrid, abril 1%7. n. 208. p. 199.
Inicio Índice

56 Noel Salomón

la Barbados3 así como en cortas pero instructivas referencias halladas en obras de


autores latinoamericanos que, de paso, mencionaron a Víctor Hugues» (ed. meji-
cana, p. 299).

Por fin en dicha advertencia al lector de lengua española el autor nos


confiesa que la imagen de Víctor Hugues ofrecida por el material que pudo
consultar le resultó tan extraordinaria que le incitó a introducir su figura
en una novela:

«... De ahí que el autor haya creído interesante revelar la existencia de ese ignorado
personaje histórico en una novela que abarcara a la vez, todo el ámbito del Caribe»
(ed. mejicana, p. 300)4.

Seria de matizar la idea de que los historiadores no hablaron de Víctor


Hugues sino «de paso» y que A. Carpentier fue quien «reveló su exis-
tencia»5, pero mi propósito no es hacerle el inútil proceso que un lector
un tanto familiarizado con la Historia de la Revolución francesa podría
permitirse. Creo mucho más interesante sacar a relucir cómo la narración
del escritor cubano, aunque fundada en una información histórica seria,
ni un momento deja de ser una ficción. Asombró a la crítica la abundancia
de las precisiones insertadas en su obra por A. Carpentier, pero no me
propongo verificar su exactitud a nivel de verdad empírica, sino analizar

1
Ignoramos qué tipo de archivos se hallan en la isla de Barbados. Lo más importante
de lo que se refiere a las Antillas de expresión inglesa se encuentra, ora en Kingston (Jamaica),
ora en Londres (donde hay cartas de Víctor Hugues), De Victor Hugues se habla en el libro
antiguo pero clásico del historiador inglés BRIAN EDWARDS, Historia de las Colonias inglesas
en las Indias Occidentales. También puede consultarse S. GORDON, Sources for West-Indian
History.
Algunas minutas de notario referidas al aspecto mercantil de las actividades de corsario
de Victor Hugues en la Guadalupe existen en el «Archivo Departamental» de la Guadalupe
pero al parecer Carpentier no tuvo conocimiento de ellas.
4
En no pocas declaraciones A. Carpentier informó acerca de la circunstancia casual
que puede considerarse como causa de su descubrimiento de Víctor Hugues. Fue una escala
imprevista en la Guadalupe con motivo de un viaje a Francia «un avión qui tombe dans
un champ de potnmes de terre et l'obligation de rester six jours á la Guadalupe» (HENRY
BONNEVILLE, Renconlre avee Alejo Carpentier et Nicolás Guillen in Cuba si, 4" trimestre,
1964, n. 11).
En una entrevista concedida a la revista Cuba, abril 1964, el escritor declaró que fue allí
donde por primera vez oyó hablar de Víctor Hugues. Al llegar a París temía sobremanera
que otro escritor se hubiera inspirado antes que él en la vida del representante de la Revolu-
ción francesa en las Antillas. Afortunadamente —agrega A. Carpentier— se dio cuenta de
que se le desconocía casi totalmente. Así decidió convertirle en uno de los protagonistas de
su nueva novela 'Después de mi primer viaje a París, revista Cuba, abril 1964).
5
Puede consultarse J. SAINTOYANT, La colom^alion francaise pendan! lu Révnlulion
(1789-1799) París, Renaissance du Livre, II, 1930. (Este libro ofrece numerosos datos sobre
la Guadalupe en tiempo de Víctor Hugues.) La Biographie Universelle de Michaud, París,
1858, pp. 131-135 y la Nouvelle Biographie Genérale..., Firmin, Didot fréres, XXV, París
1958, pp. 465-466, dedican largas notas biográficas a Víctor Hugues. Veremos que A. Car-
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces JJ

cómo los detalles históricos —o que parecen «históricos»— esparcidos


artísticamente por la trama cumplen en la estructura de El Siglo de las
Luces una función literaria y no histórica.
Puedo afirmar que dos obras básicas de la historia de la Guadalupe
le bastaron a A. Carpentier para que su imaginación creadora estable-
ciera un contacto decisivo con el estupendo personaje de Víctor Hugues.
Se trata de M. A. Lacour, Histoirc de la Guadeloupe (tomo segundo,
1789-1798), Basse-Terre, Guadeloupe, 1857 (casi 400 páginas) y Sainte
Croix de la Ronciére, Víctor Hugues le Conventionnel, París, 1932 (casi
300 páginas). M. A. Lacour quien fue consejero del Imperio en tiempo
de Napoleón III recalca los rasgos negativos del convencional a quien
llama «le despote de la Guadeloupe»6 y no muestra mucha simpatía
por su figura. En cambio Sainte-Croix de la Ronciére se deja seducir
por algunos de los aspectos coloristas y aventureros del personaje y nos
ofrece de él una imagen que por su estilización épica raya a veces en lo
literario. Vamos a ver que A. Carpentier se inspiró sobre todo de la se-
gunda fuente; en ella encontró un como estadio «paraliterario» y ya
elaborado de la figura «histórica» que, sin lugar a dudas, le incitó a darle
volumen plenamente literario.
Es innegable que el desarrollo de los acontecimientos de la Recon-
quista de la Guadalupe por una expedición francesa se ciñe en la novela
a lo que Carpentier llama «un esquema cronológico preciso». Es factible
comprobarlo haciendo un cotejo con M. A. Lacour y Sainte-Croix. La
sucesión de los acontecimientos se nos presenta conforme a la narración
de los dos historiadores, y no pocos detalles que proporcionan vida a los
episodios militares de la lucha contra los ingleses vienen reproducidos
respetando el mismo orden. No cabe duda de que tales elementos pro-
ceden directamente de ambos autores: a veces de uno, a veces del otro

pentier conoció al menos uno de estos dos libros. También tuvo en SUM manos otros dos «clási-
cos» sobre Víctor Huguesque vamos a mencionar detenidamente por haber sido sus principales
fuentes. Podría ser que al revés de lo que afirma Carpentier la tradición histórica anterior
a su libro le haya concedido a la figura de Victor Hugues demasiada importancia en el desa-
rrollo de la Revolución en las Antillas.
Una historiadora francesa, Anne Perotin, en una tesis eruditísima dewl'Ecole des Chai k-v.
La Conreríthm el le Dirtrloire á la Citadc/ou/H' ! 1793-17991. París, después de leer toda la his-
toriogralia dedicada a Víctor Hugues, escribe:
«... A lire certains ouvrages, on a l'impression qu'il a incarné á lui seul l'histoire de la
Guadeloupe tout entiére entre 1794 et 1798. II y a la un redoutable 'personnage historique'
don! on aura dxi mal, semble-tü, á se. dcíaircji
De ser así la visión que de Víctor Hugues nos ofrece A. Carpentier representaría un nuevo
estadio de. la «leyenda» histórica del personaje, una «leyenda» elaborada hasta un nivel ya
pre-literario por los historiadores a quienes leyó A. Carpentier.
* On. vil.
Inicio Índice

58 Noel Salomón

y también de los dos a la par. No obstante no debemos creer que la visión


de los hechos ofrecida por la novela depende de la «cronología» en el
sentido estricto que, por lo común, concedemos a dicha palabra. El tiempo
interior (el «tempo» exigido por la aventura y la psicología de los prota-
gonistas) impone aquí sus leyes como en las demás narraciones de A.
Carpentier. No daré más que an ejemplo, el de la fecha7 precisa en que
zarpó la flota revolucionaria rumbo a las islas desde el puerto de Rochefort.
Carpentier escribe:
«... El 4 Floreal del Año II, sin estrépito ni clarines, zarpó la pequeña escuadra,
compuesta de dos fragatas, la Pique y la Thelis, el brick ¡'Esperance, y cinco trans-
portes de tropas, llevando una compañía de artillería, dos de infantería, y el batallón
de Cazadores de los Pirineos, con el cual había llegado Esteban a Rochefort» (ed.
mejicana, p. 102).

Basta abrir los libros de Lacour y Sainte-Croix de la Ronciére para


ver que el texto es el resultado de informaciones cruzadas (y depuradas)
que proceden a la vez de uno y otro:
a) Lacour (p. 273).
«... Alors on réunit á Rochefort les frégates La Pique et la Thetis, le brick l'Es-
pérance et cinq batiments de transpon. Sur ees navires commandés par Leisségues
allaient étre embarques 1150 hommes de troupe de différentes armes...»

b) Sainte-Croix de la Ronciére (p. 111-112).


«... Parti de l'íle d'Aix le 23 Avril 1794 (4 floreal an II) la petiteflotte portait outre
les deux commissaires de la Convention Víctor Hugues et Pierre Chrétien, le general
de división Aubert, le general de brigade Cartier, l'adjudant general Rouger.
L'expédition placee sous les ordres du capitaine de vaisseau Leisségues, compre-
nait les frégates La Pique et la Thélis et six batiments de transpon.

1
Se observará que El Siglo de las Luces ofrece anotaciones cronológicas en mayor
número que las demás novelas de A. Carpentier. No por eso son frecuentes. Volveremos sobre
este punto. En Los pasos perdidos, la tentativa para superar —e incluso borrar— las categorías
del tiempo «cronológico» es un anhelo profundo de la novela. En realidad A. Carpentier
aspira a «desligarse de las fechas».
Cf. Los pasos perdidos, Compañía General de Ediciones, S. A. México 1959, p. 286:
«La única raza humana que está impedida de desligarse de las fechas es la raza de quienes
hacen arte...»
Sobre el tiempo en A. Carpentier son ya muchos los ensayos publicados. Citemos entre
otros: ÁNGEL RAMA, Coronación de Carpanier. in Tiempos modernos, año n. 1, n. 3, Buenos
Aires, julio de 1965, pp. 8-11 (a propósito de Semejante a la noche). SOHA FISHER, Notas
sobre el tiempo en Carpentier in ínsula, Madrid, julio-agosto 1968, n. 260-261. FRANGÍS DO-
NAHUE, Alejo Carpentier: la preocupación del tiempo, in Cuadernos Hispanoamericanos,
Madrid, n. 202, p. 133. EUGENIO CASTELLI, El tiempo en la obra de Carpentier in Boletín de
literaturas hispánicas. Instituto de Letras, Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias del Hombre,
Rosario n. 7, pp. 47-73.
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 5$

Les transports avaiem á leurs bords... un bataillon de chasseurs des Pyrénées,


fort de 830 hommes...»
«...II y avait en outre une compagnie d'infanterie de 123 hommes; deux compagnies
d'artillerie de 200 hommes. commandées par le capitain Perlady, au total 1.153 hommes
de troune».

La comparación de ambos historiadores con el texto, permite descubrir


cómo el novelista Carpentier escoge entre varias versiones, cómo las va
mezclando, y cómo basándose en el material histórico opera una selección
y una condensación determinadas por las leyes internas y los temas íntimos
de la novela. De Lacour y no de Sainte-Croix, extrae los nombres y el nú-
mero de los navios: «... dos fragatas, La Pique y la Thetis, y el brick IEs-
perance, y cinco transportes de tropas...». ¿Cuál es el motivo de semejante
elección? La Esperance es un nombre de armonía secreta con la «Esperanza»
que significa para Esteban el viaje marítimo emprendido en aquél momento
(dicho de otro modo: un ir a otra parte que viene repitiéndose como tema
profundo en las novelas de Carpentier). Desengañado de su experiencia
francesa, Esteban experimenta el sentimiento de que una vía nueva se
abre para él: traer la Revolución a las islas. Otra vez participa de la Es-
peranza en algo Grande y Excepcional. En cambio Carpentier toma la
fecha de la salida en Sainte-Croix, pero no adopta la de nuestro común
calendario, sino la del calendario revolucionario (no «le 23 Avril 1794»
sino «le 4 Floreal, An II»). ¿Por qué? Meramente por ser esta última
más adecuada a la creación de un ambiente histórico, o por decirlo así
de un «contexto» como acostumbra a escribir A. Carpentier. Pero también
lo hace contradictoriamente por ser la fecha indicada lo menos fecha
posible para el lector contemporáneo y especialmente el de lengua espa-
ñola. Por decirlo así: es una fecha «ahistórica». Así no se «historiciza»
el acontecimiento a nivel de lo contingente y anecdótico sino que al con-
trario se destemporaliza o «irrealiza» la fecha, y se instala al lector en una
como «ucronía» latente en todas las novelas del escritor cubano. Vale
decir que al elaborar el dato de la fecha y de las condiciones en que zarpó
la flota revolucionaria rumbo a las Antillas, A. Carpentier funde dos
exigencias aparentemente inversas que existen como constantes en su no-
vela: a) no olvidando que el género narrativo es hijo del género épico y que
el discurso narrativo ha de seguir en alguna forma la linealidad que ofrece
el fluir del tiempo concreto, sabe que debe jalonarse el relato por preci-
siones temporales; b) no confundiendo el tiempo de la narración con el
de la historia hace que las precisiones temporales así introducidas se
acerquen más a lo soñado o añorado que no a lo estrictamente cronológico
y palmario y que a la línea de «fechas» sucesivas del «esquema cronológico»
Inicio Índice

60 Noel Salomón

se superponga la línea de los recuerdos (una realidad pasada) y de los anhelos


(una realidad anticipada) de los personajes. En resumidas cuentas en los
momentos «fechados» de la trama narrativa de El Siglo de las luces des-
cubrimos dos tiempos superpuestos. El hecho de que las precisiones tem-
porales sean, al fin y al cabo, bastante aparentes —sin dejar de ser verí-
dicas— corresponde a una discreta «estética de la imprecisión» subyacente
en el discurso narrativo de la novela. La crítica hizo hincapié, con razón,
en la abundancia verbal —«barroca» y detallista por lo minucioso—
de no pocas páginas de El Siglo de las luces. Son páginas donde impera
la «estética de la precisión». Pero, contradictoriamente, existe en la novela
una tendencia que por ser opuesta resulta menos visible. La descubrimos
en las líneas arriba citadas donde se evoca la salida de la flota revolucio-
naria para las Antillas. Cotejando el texto de A. Carpentier con sus fuentes,
también arriba citadas, observamos cómo el escritor cubano suprime
las precisiones cifradas que definen, en Lacour y Sainte-Croix de la Ron-
ciére, los efectivos de las distintas armas de la tropa embarcada. Cer-
vantes solía escribir del mismo modo y no facilitaba abundantes preci-
siones numéricas (algunos, muchos, no pocos, decía él, etc.). Sabido es
que al introducir una cifra acostumbraba a disminuir su exactitud (don
Quijote «Irisaba los cincuenta»). Desde este punto de vista, A. Carpentier
se coloca en la trayectoria de un «arte de novelar» que deja margen a la
imaginación del lector y no le encierra en las redes de una realidad anec-
dótica y fotográfica al estilo de los inventarios notariales del realismo
balzaciano. Quizá debamos esta escritura a su trato íntimo con los clásicos
españoles8.
Carpentier nos dice que los nombres de los barcos de los corsarios
están de acuerdo con las informaciones ofrecidas por el material que
reunió en la Guadalupe y en otras partes. En cuanto al conjunto no lo
negaremos a pesar de que en algunos puntos deben hacerse reservas, que to-
das redundan en provecho del novelista, quien felizmente sabe tomarse liber-
tades respecto a los documentos que está explotando. Verbigracia, te-
nemos en la página 144 de la edición mejicana, una linda modulación
en torno a los nombres de los barcos. Se trata del momento en que Víctor
Hugues lanzándose a la guerra de corso contra los ingleses se dedica a
cambiar sus títulos.
«... De pronto, la Calypso quedaba transformada en la Tyranicule, La Semillante
en La Carmagnole, L'Hirondelle en La Marie-Tapage, el Lutin en el Vengeur. Y nacían
luego, sobre las tablas viejas que tanto hubiesen servido al Rey. los títulos nuevos.

El escritor se refiere a vetos a Cervantes. Ct". El reino de este mundo.


Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 61

pintados con caracteres bien visibles, do /.(/ Tintamarre, La Cruelle. Qa-lra. la Sans-
Jupe. l'Alhenienne. el Poignard, la GUÍIIDIÍIW. l'Ami-du-Peuple, el Terrorista, La Bande
Joyeuse. Y la Thetis, curada de las heridas recibidas durante el bombardeo de Pointe-
á-Pitre, pasaba a llamarse L'Incorruptible, seguramente por voluntad de un Víctor
Hugues que sabía jugar con la neutralidad genérica de ciertas palabras» (ed. meji-
cana, p. 144).

La aptitud para jugar con determinadas palabras ¿no será la del es-
critor A. Carpentier tanto como la de su personaje Víctor Hugues? Una
lectura atenta de Lacour y de Sainte-Croix nos confirma que la mayoría
de los nombres arriba citados son auténticos. Sainte-Croix suminis-
tra, p. 236, una lista de los «navires corsaires» donde figuran casi to-
dos los «segundos nombres» indicados por Carpentier: la Tyrannicide,
la Carmagnole, Ca-Ira, Sans-Jupe, el Poignard, la Guillotine, el Terro-
riste, la Bande Joyeuse. También en Lacour podemos espigar aquí y
allá, por lo menos tres de los «primeros nombres»: la Calypso (Lacour,
p. 69, fragata encallada ya en Basse-Terrc en 1790; véase también pp. 102-
103), la Semillante (fragata salida de Lorient el 10 de agosto de 1790,
Lacour, p. 99), Le Lutin (brick que llegó de improviso a Basse-Terre
el 28 de enero de 1793, Lacour, p. 137). Admito la posibilidad de que
Carpentier haya sacado algunos nombres en fuentes que no sean Lacour
ni Sainte-Croix. Pero creo también que introdujo algunas invenciones
o deformaciones suyas, o por decirlo así algunas «mentiras creadoras»
determinadas por la necesidad a la par estética e ideológica de la novela.
Sirvan de ejemplo Cruelle (nombre citado p. 236 de Sainte Croix)
y Carmagnole, que presenta el escritor como «títulos nuevos». Merced
a Sainte-Croix, nos enteramos de que estos nombres se aplicaban a dos
navios antes de que empezara la guerra de corsarios: por lo tanto, no
nacieron por el camuflaje de piratería revolucionaria atribuido a Víctor
Hugues. Cruelle, era el nombre de una cañonera (cf. Sainte-Croix, pági-
na 187) y Carmagnole el de una corbeta que encalló en la costa de La Dé-
sirade, no siendo navio corsario (cf. ¡bid., p. 188)'. Sobre la base de una ver-
dad global, proporcionada por la crónica, lo que engendró la metamorfosis
de los nombres bajo la pluma de Carpentier, fue la exigencia de cristali-

* Ignoramos de dónde A. Carpentier habrá sacado que la Tin-lis pasó a llamarse LIn-
corruptible como Robespierre cuya imagen tiene una presencia inquietante en El Siglo de las
Luces. En una carta de los Comisarios V. Hugues y Lebas dirigida a la Convención el 2 «prai-
rial» año 11 (3 de junio de 1795), tenemos una lista de los nombres de los barcos entonan en-
callados en la Guadalupe (Archives nalionales. París. Col. 7A48). En dicha lista figura «la Thé-
lis». Otra carta del I de febrero de 1796 habla de la rebelión de la tripulación de «la Thetis».
siendo navio corsario (Archives de la Marine, dossier tscubard CC 7 823). De la metamor-
fosis mencionada por Carpentier nos preguntamos si no se debe decir repitiendo el proverbio
italiano: «Si non e vero e bene trovatto».
Inicio Índice

62 Noel Salomón

zación en el sentido del terrorismo y del desahogo de la piratería revolu-


cionaria. A menudo adquieren los nombres un valor simbólico en el uni-
verso literario de Alejo Carpentier10. Así es como los cambios de identidad
de los barcos conllevan inquietantes resonancias: nos hacen pasar de la
mitología de las ninfas o de la magia de las leyendas célticas al mundo
de un terror revolucionario agresivo y sangriento (tema que constituye
un «leit-motiv» de la novela). Calypso (ninfa), se convierte en Tyrannicide.
El poético Lutin se transforma en Le Vengeur. El caso de La Semillante
metamorfoseada en la Marie-Tapage llama la atención. Sainte-Croix de
la Ronciére en la lista de la p. 236, sólo menciona a La Marie. Cabe pre-
guntarse si Carpentier no forjó la Marie-Tapage (La Revoltosa, Bulli-
ciosa), nombre muy evocador de la lengua popular francesa (perfecta-
mente conocida por Carpentier), que expresa intensamente la «alegría
existencial» de la vida ruidosa y llena de colorido de los corsarios. Sabido
es que para Carpentier, los corsarios representan dentro del terrorismo
revolucionario frío encarnado por Víctor Hugues la antítesis vital, la exal-
tación dionisíaca, la urgencia del reir libre (cf. en el barco: «urgía reír..,»),
la embriaguez física... También podría ser que el Tintamarre, sobre el cual
no hallé ninguna mención, resulte ser una creación atañedera a este tema
de la alegría sonora tan armonizada con la afición musical de Carpentier11.
Se testimonian los nombres de los corsarios en los documentos, afirma
Carpentier. Esto también es verdadero, pero solamente en conjunto,
porque sobre el particular una vez más el novelista demuestra una capa-
cidad de creación, cuyo mecanismo merece ser reconstituido. Aquí te-
nemos un pasaje henchido de vida y color donde aparecen los nombres
de los corsarios:

«... Antonio Füet, marino de Narbona, a quien Víctor había entregado el mando
de una relumbrante nave de arboladuras a la americana, con bordas de caoba reves-
tidas de cobre, estaba hecho un personaje de epopeya, aclamado por las muchedum-
bres, desde que había ametrallado una nave portuguesa cargando los cañones con
monedas de oro a falta de otros proyectiles. Luego, los cirujanos del Sans-Pan-il

10
Los críticos destacaron el valor simbólico del nombre de Sofía (en griego: la sabi-
duría) en El Siglo de las Luces.
A propósito de no pocos nombres simbólicos y alegóricos de A. Carpentier se podría citar
los versos del poeta francés Charles Aragón, en Le Román Inachevé:
«Ici commence la grande nuit des mots,
Ici le nom se détache de ce qu'il nomme,
Ici le reflet décrit de sa fantastique écriture
Un monde oú le mur n'est mur qu'autant
Que la tache de soleil s'y attache,
Que le miroir lunaire a capté l'homme passant.»
11
UDservemos que íimamarre es el nombre de un islote del archipiélago de la Gua-
dalupe, frente a la isla de Saint-Barthélémy. La palabra en francés significa 'barullo'.
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 63

se habían atareado sobre los muertos y heridos, recuperando el dinero encajado


en sus cuerpos y entrañas, a punta de escalpelo. Y era ese Antonio Füet —"Capitán
Moeda", por apodo— quien tenía la audacia de vedar al Agente, por ser autoridad
civil y no militar, la entrada a un club que los capitanes poderosos habían abierto
en una iglesia, llamada "del Palais Royal" por burla, cuyos jardines y dependencias
cubrían toda una manzana de la ciudad. Y enterábase Esteban, con estupor, que la
masonería había renacido, pujante y activa, entre los corsarios franceses. En el Palais
Royal tenían su Logia, donde se alzaban nuevamente las Columnas Jakin y Boaz.
Por el efímero atajo del Ser Supremo habían regresado al Gran Arquitecto —a la
Acacia y el mallete de Hiram-Abi—. Oficiaban de maestros y caballeros los" capitanes
Laffite, Pierre Gros, Mathieu Goy, Christophe Chollet, el renegado Joseph Murphy,
Langlois-pata-de-palo, y hasta un mestizo llamado Petreas-el-Mulato, en el seno
de una Tradición recobrada por el celo de los hermanos Modesto y Antonio Füet»
(ed. mejicana, pp. 170-171).

Encontramos la base de estas líneas a nivel de información preliteraria


en tres pasajes de Sainte-Croix de la Ronciére en el capítulo de su libro
intitulado «Les corsaires de la Guadeloupe»:
P.236: «... Parmi les capitaines les plus connus, ceux qui ont laissé un souvenir
de leurs exploits, citons: Langlois, dit Jambe de Bois, Vidal, Grassin, Giraud-La-
pointe, Vilac, Pierre Gros, Augustin Pillet, Bailón, Mathieu Goy, Joseph Murphy,
Lamarque, Laffite, Dubas, Christophe Chollet, Perendeausc, Pétrea, le mulátre
Modeste et Antoine Fuet.
Antoine Fuet. le Surcouf des Antilles, fut dénommé "Capitaine Moede" á la
suite d'un combat que nous allons relater...»

[Sigue el relato de la hazaña del corsario que atiborró los cañones


con «moedas» portuguesas a falta de otras balas.]
p. 241: «... Antoine Fuet entra triomphalement dans la rade de Pointe-á-Pitre.
traínant á la remorque le brick de guerre anglais, son équipage enthousiaste répétant
en choeur: "Vive le Capitaine Moéde!" Le surnom lui resta.»
p. 271: «... tous les capitaines des corsaires étaient des franc-macons et fréquen-
taient les loges des Coloníes qui avaíent repris "forcé et vigueur" aprés la tourmente:
Víctor Hugues, lui-méme, donnait l'exemple et étais tres assídu aux réunions...»

El cotejo de textos hace resaltar cómo Carpentier condensa, deforma


o desplaza a su conveniencia las informaciones de la Historia. Observamos
un desplazamiento espacial y temporal de los vítores dedicados a Antonio
Fuet por su proeza: en Sainte-Croix de la-Ronciére, le aclama la tripu-
lación al regresar a Pointe-á-Pitre; en A. Carpentier el motivo es some-
tido a un engrandecimiento épico (la afición al «epos» es permanente en El
Siglo de las luces) y bajo su pluma, son las muchedumbres las que, más tarde,
lanzan «vivas» en honor suyo («... estaba hecho un personaje de epopeya,
aclamado por las muchedumbres...»). Notamos una reducción al enu-
Inicio Índice

64 Noel Salomón

merarse los nombres de los corsarios. Al novelista no le conviene decirlo


todo y no retiene sino algunos nombres, preferentemente los más suges-
tivos (no podía dejar a un lado «Langlois-Pata-de-Palo)12. No hablaré
del desacuerdo entre corsarios masones y Víctor Hugues, evocado por
Carpentier pero no citado por el historiador: semejante desacuerdo parece
ser algo que le conviene a un novelista que se empeña en subrayar las con-
tradicciones revolucionarias. En cambio, demorémosnos un momento
en una mentira creadora —consciente o inconsciente, importa poco—
de Carpentier. El texto de Sainte-Croix reza: «... Pétrea, el mulátre Mo-
deste et Antoine Fuet». El novelista cubano escribe: «... y hasta un mu-
lato llamado Pétreas el Mulato, en el seno de una Tradición recobrada
por el celo de los hermanos Modesto y Antonio Füet» (p. 171) . Dicho
en otros términos, un error de lectura voluntario o no (una coma pasada
por alto) hace que broten «ex nihilo» dos personajes seudohistóricos: Pé-
treas el Mulato y un hermano de Antonio Füet que no existía. Resultado
novelístico de tal desdoblamiento de Antonio Füet es la reaparición
del mítico Modesto Füet algunas páginas más adelante en forma de per-
sonaje independiente con una autonomía plenamente consagrada:

«... Poco antes del alba, se retiró a sus habitaciones, en tanto que Modesto Füet
y el comisionado Lebas —hombre de confianza del Agente a quien algunos tenían,
tal vez infundadamente, por un espía del Directorio— se largaban a las afueras de
la ciudad en compañía de las guapas Montmousset y Jeandever» (ed. mejicana, p. 174).

Lo importante en Carpentier al explotar libros de Historia, es la ap-


titud para la transformación del documento ora bruto ora paraliterario
creando presencias y resucitando la materia para integrarla en ¡a vida
de los hombres y sus sensaciones, trátese de personas o de objetos. En
su ensayo Problemática de la actual novela latinoamericana (Tientos y
diferencias, Arca, Montevideo, p. 36), Carpentier al definir la tarea del
novelista pintor de objetos, reproduce las palabras que le dirigió Laforgue:
«Si Usted logra, con pocas palabras, que yo tenga la sensación del color, la den-
sidad, el peso, el tamaño, la textura, el aspecto del objeto, habrá Usted cumplido la
máxima tarea que incumbe a todo escritor verdadero.»

Ilustra nítidamente esta declaración de principios repetida por Car-


pentier la forma en que usa algunas líneas de Sainte-Croix de la Ronciere
para crear un ambiente, revelándosenos como un pintor de telas que hace
«vibrar la materia», cosa que escasísimos escritores lograron. Pensamos

12
Este personaje de una sola pierna tiene un hermano en El Reino de este Mundo.
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 65

en Lope contemporáneo de Velázquez, relevante pintor de objetos y en


particular de telas y tejidos. Aquí tenemos un pasaje de Sainte-Croix de
la Ronciére que evoca a los corsarios cuando volvían al puerto en Pointe-á-
Pitre.
«... La cargaison était partagée entre les hommes. Indiennes de Bombay, turbans
de Madras, voiles de mousseline, courtes-poinles de Mazulipatán, chapeaux, perruques,
dentelles, galons, rubans et aulres nippes precieuses faisaient le bonheur de ees forbans
et ¡1 était amusant au retour de les voir circuler dans les rúes en castor brodé et plumet
de couleur, perruque blanche, pourpoint galonné et chapeau de cour, leur chemise
grossiére garnie de soie au col, ou de fourrures, les pieds ñus ou parfois les bas sans
souliers ou les souliers sans bas.»

Tal enumeración un tanto literatizada por el historiador viene a ser


soporte de un cuadro, donde volvemos a encontrar casi todos los elementos
mencionados, con la importante diferencia estética de que telas y objetos
aludidos viven y se hacen contemplar: Carpentier nos brinda así una mues-
tra de la riqueza plástica de su prosa. Acierta en lo que él exige al novelista
repitiendo el consejo de Laforgue en el ensayo arriba citado:
«... Muéstreme el objeto; haga que con sus palabras, yo pueda palparlo, valorarlo,
sopesarlo.» (p. 36).

Aquí tenemos el tornasol de colores que Carpentier hace brillar a los


ojos del lector («una rutilante parada»):
«Y era puruntoso espectáculo el de los desembarcos de aventureros cuando,
volviendo de alguna correría afortunada, bajaban de las naves llevando por las calles
una rutilante parada. Exhibiendo muestras de indiana, muselinas anaranjadas y
verdes, sederías de Mazulipatán, turbantes de Madras, mantones de Manila, y cuantas
telas preciosas podían hacer tremolar ante los ojos de las mujeres, ostentaban un mi-
lagrero atuendo, ya establecido por la moda local, que, sobre sus pies descalzos
—o de medias puestas sin zapatos— alzaba un tornasol de casacas galoneadas, camisas
guarnecidas de pieles y cintajos en los cuellos, sin que les faltara —y era cuestión de
pundonor— el empenachado remate del sombrero de fieltro, medio caído de alas,
adornado con plumas teñidas en republicanos colores» (ed. mejicana, p. 169).

No es difícil descubrir la trama del texto de Sainte-Croix debajo del


que Carpentier hasta en algunos giros sintácticos («et autres nippes pré-
cieuses» que se convierten en «y cuantas telas preciosas»). Algunos adje-
tivos desempeñan también un papel decisivo para dar vida y espesor
a las telas. Lo mismo puedo afirmar a propósito de algunos verbos. Así
es como les otroga a las muselinas un color ausente en Sainte-Croix:
«muselinas anaranjadas y verdes». Las «nippes precieuses» se alargan en:
«y cuantas telas preciosas podían hacer tremolar ante los ojos de las mu-
jeres», lo cual representa un aditamento que introduce el movimiento
Inicio Índice

66 Noel Salomón

físico de las telas a la par que el gozo masculino de la seducción por la ele-
gante indumentaria. De este modo se integra el mundo objetivo en el mundo
subjetivo, cosa que ocurre a menudo en Carpentier. De tal integración,
tenemos otra muestra, pero de sentido opuesto a la anterior, cuando el
conocimiento del mundo hispánico propio de Carpentier hace surgir los
«mantones de Manila». Pueden ser reminiscencias musicales de una
zarzuela harto conocida («La Verbena de la Paloma»), tanto como no-
ción de historia económica o conocimiento de una costumbre en un autor
que se somete a las sugerencias musicales, no sólo al nivel del barroquismo
descriptivo, sino también al de la estructura estética. Por fin, notemos
una de estas «habilidades» de las cuales Carpentier es maestro: lo que se
dice en el texto de Sainte-Croix chapeau de cour y plumet de couleur re-
sultaría tal vez demasiado monárquico y poco republicano, introduciendo
una disonancia en la estructura semántica de la novela. Entonces el escritor
invierte con humorismo el signo político de dicho aliño indumentario
para evitar la incongruencia e integrarlo en el sistema coherente de su
Alegoría de la Revolución. Vimos que escribe: «... sin que le faltara —y
era cuestión de pundonor— el empenachado remate del sombrero de
fieltro [densidad] medio caído de alas, adornado [volumen] con plumas
teñidas en republicanos colores». Una inversión así del signo13 demuestra
la espontaneidad creadora de un escritor capaz de liberarse del armazón
del dato histórico y anecdótico. Sabe él insertar en su narración una rea-
lidad novelística que no deja de imponer sus leyes de unidad y homoge-
neidad, lográndose así una organización móvil de las informaciones su-
ministradas por los libros de historia.
Un segundo ejemplo de amplificación descriptiva y sensorial debida
al sentido plástico de la imaginación del escritor hallamos en la evocación
de la abundancia que existía en Pointre-á-Pitre durante el maravilloso
período de los corsarios revolucionarios. Acudiendo a un estilo de enu-
meración «microépica», cuyo fin es expresar el vértigo monetario que
en aquel entonces, según él, se apoderó de tenderos, mercaderes y cor-
sarios de la próspera capital de la piratería antillana14, A. Carpentier
escribe:
1!
Invertir el signo ideológico es un recurso permanente bajo la pluma de A. Carpentier.
Ya indicamos otro ejemplo en El Siglo de las Luces. Cf. NOEL SALOMÓN ct JEAN H ARITSCHF.LHAR :
Sur le «Pays Basque» dans «El Siglo de las Luces» de Alejo Carpenlier. Les Latiguea Neo-
Latines, n. 176, Mars-Avril 1966. Un antiguo jesuíta español que se puso al servicio de la
Revolución francesa, Feliciano de Ballesteros, deñnido como «ex-jesuita» en la fuente de
Carpentier (PH. VF.YRIN, Les Basques, Paris-Grenoble 1943. p. IS4). se convierte bajo la pluma
de Carpentier en un «ex-masón» (p. 93 de la edición mejicana). Semejantes inversiones de
signos ideológicos son gobernadas por la búsqueda de la coherencia estética al nivel de la ideo-
logía transmutada en literatura.
14
Ver más adelanto nota (17)
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 67

«Aqui el oro rebrillaba al sol en un desaforado correr de luises torneses, cuádruples,


guineas británicas, "moedas" portuguesas, troqueladas con las efigies de Juan V,
la reina María y Pedro III, en tanto que la plata se palpaba en el escudo de seis libras,
la piastra filipina y mexicana, a más de ocho monedas de vellón, recortadas, aguje-
readas, desmenuzadas a la comodidad de cada cual» (ed. mejicana, p. 169).

No cabe duda de que la base histórica de algunas de las informaciones


numismáticas aquí facilitadas —notables por la precisión cifrada y dinás-
tica— está en la página 238 del libro de Sainte-Croix de la Ronciére.
Acerca del corsario Antonio Füet que vuelve de una correría no poco
provechosa con unos cuantos barriles de oro entre otras presas, el histo-
riador introduce en la misma página unas explicaciones sobre las monedas
que circulaban en la colonia. Empieza así:
«... La "moede" était une piéce d'or portugaise á l'effigie de Jean V, Joseph ler,
Marie et Pierre III.»

Ya lo tenemos visto, Carpentier sigue el mismo movimiento de la frase:


sin embargo, de la secuencia elimina a «Joseph ler» (al parecer por una
exigencia de ritmo) y en cambio enriquece el seco «a l'effigie de Jean V»
del texto francés, introduciendo el sugestivo verbo «troquelar»15 (raro
y técnico con el sentido de «acuñar»). Dicho verbo, al añadir su precio-
sidad lingüística, hace todavía más preciosos los metales brasileños que
merced al escritor centellean al sol.
Sainte-Croix de la Ronciére continúa su información sobre las mo-
nedas de la época estableciendo un cuadro donde introduce las siguientes
subdivisiones:

«Pfeces d'or: — Louis de 48 livres tournois,


— Louis de 24 livres tournois,
— La quadruple,
— La moéde de 3 gros 54 grains,
— La Guiñee;
Pfeces cTargent: — L'écu de 6 livres tournois,
— L'écu de 3 livres tournois,
— La piastre dite gourde entiére,
— La gourde percée.»

15
tiste verbo deriva del substantivo «troquel», al parecer de origen catalán. El dic-
cionario de la Academia lo define así: «molde empleado en la acuñación de monedas, meda-
llas, etc.». El verbo «troquelar», bajo la pluma de Carpentier. podria formar parte del voca-
bulario de fines del siglo xviu y principios del siglo xix. introducido con paciencia por el es-
critor en la trama de la narración, para hacer de ella una obra de lenguaje perfectamente
Inicio Índice

68 Noel Salomón

Al final el historiador agrega unas precisiones acerca de la «gourde»


y la «monnaie de billón».
«... La gourde était coupée par moitié, quart, huitiéme, seiziéme. La monnaie de
Billón comprenait le "noir", le "tempe" et le "son marqué", poingonné et non poin-
conné.»

Resulta fácil identificar la huella —pero sólo la huella— que la ma-


teria histórica proporcionada por Sainte-Croix de la Ronciére dejó en
el texto de Carpentier arriba citado. Aunque no copia servilmente todas
las líneas de la enumeración de Sainte-Croix de la Ronciére, el escritor
cubano reproduce lo más importante de su orden y jerarquía. En este
sentido la evocación cobra valor «histórico» a nivel de la trama, pero dicha
trama no es sino un soporte informacional del cual hace brotar una vida
vibrante: vimos cómo su imaginación creadora introduce el sol que añade
brillo al correr de las monedas y cómo —siguiendo el consejo de Lafor-
gue16— se palpan éstas, lastrándose ellas de espesor y densidad. De modo
que el texto, obra de lenguaje elaborada en la base de una información
seria sobre la realidad histórica, se convierte en lo que es genuinamente,
o sea una realidad literaria que expresa la Historia, quizá no tal como
sucedió efectivamente, sino tal como es vivida por unos corsarios de novela
y, más que todo, escrita por un autor. Me atrevo a decir que en las líneas
dedicadas a) tema del «desaforado correr de las monedas»17 las palabras

adecuada al periodo en el que se desarrolla la acción. (Algunas palabras de El Siglo de las


Luces parecen ser de Cadalso). Según J. COROMINAS. Diccionario critico, etimológico de la
lengua castellana, «troquel» no figura en la edición del diccionario de la Academia de 1783.
pero aparece en la de 1817.
16
Vide supra p. 64.
17
Sobre el particular A. Carpentier da bulto a un tema que ya aparece en Lacour.
t. II. p. 449. bajo el título: L'Activité et la Richesse des lies, «L'argent provenant des prises
dépensé par les équipages avec la méme facilité qu'il était gagné circulant avec rapidité et
abondance offrait aux commercants. l'occasion de réaliser des fortunes rapides et conside-
rables». En realidad, la abundancia de las monedas extranjeras en la Guadalupe signifi-
có una penuria monetaria según dice el coronel E. BOYER-PEYRELEAU. Les Antilles francaises,
paniculiirement La Guadeloupe, depuis leur découverte jusqu'au ¡"janvier (Brissot-Thivars,
Paris. 1823). II. p. 112. Piensa él que Víctor Hugues hacía todo lo posible para mantener
en la colonia el numerario extranjero por faltarle el nacional: «Alors on vit s'introduire
dans les colonies une quantité considerable de piéces d'or altérées». O sea que la situa-
ción monetaria fue en realidad todo lo contrario de lo que la visión «épica» de A. Car-
pentier nos deja imaginar. Las «moitiés de gourdes coupées». etc.. que aparecen en los
inventarios de moneda de minutas notariales del Archivo departamental de la Guadalupe
eran en realidad monedas de muy mala calidad. Pero poco nos importa saber si el escri-
tor cubano captó o no el significado exacto de la expresión «moitiés de gourdes coupées»
que halló en Sainte-Croix de la Ronciére (p. 238). Sólo nos interesa constatar que al invertir
el significado lo armonizó con el tema del «desaforado correr de las monedas». El poético
lirismo de Carpentier («a más de ocho monedas de vellón recortadas, agujereadas, desmenu-
zadas a la comodidad de cada cual») ha sido capaz de crear con palabras —y sólo con palabras—
una realidad literaria que se sustituye a la realidad histórica.
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 69


de A. Carpentier crean la realidad, afirmando así la función genésica
(proclamada ya en la Biblia y en el Popol Vuh) de la lengua.
Al abrir la obra de Sainte-Croix de la Ronciére, en la página 248, des-
cubrimos otra muestra de cómo Carpentier es un artista capaz de detectar
en la fibra infra-literaria del material histórico bruto e inerte, el germen
vivo de una realidad literaria que él hace brotar «poéticamente». En esta
página, vemos dispuesto en columnas verticales el siguiente cuadro que
reproduce un documento anónimo de archivo, que ningún historiador
atribuye a Víctor Hugues18.

N. 9 11. Etat des prises faites sur les Anglais par les corsaires Je la Guadeloupe ou par les
Batiments armes du gouvernement depuis l'an IV (1795) jusqu'a la fin Janvier 1810. époque
de la prise de la. Colonie.

An- etc. Produit Frais de vente Commission Frais de


nées brut et attribution Retenue des arma- justice pour
des aux teurs et l'expédition
prises encanteurs droits des des liquida-
des 5% de 15 cent. capitaines tions
pour les par 100 F. des corsai-
invalides pour les res.
sur cor- saisies des
saires invalides

De estos datos de contabilidad inmóvil y fría ¿qué sacó A. Carpentier/


Un gesto, un movimiento y un rasgo de psicología soci.il, cuya función
al final del capítulo II es anunciar el corso y sus presas evocadas con sun-
tuosidad a lo largo del capítulo III. Recordemos la situación: Víctor
Hugues llama a Esteban y le declara que le necesita como «escribano»
en una flota para levantar el Acta de Presas. Entonces Carpentier pone
punto final al capítulo II escribiendo en la p. 146 de la edición mejicana:
«... Y tomando una pluma y una regla, el Comisario trazó seis columnas en una
ancha hoja de papel: "Acércate —dijo— y no pongas esa cara de burro. Llevarás el
Libro de Presas de la manera siguiente: Primera columna: PRODUCTO BRUTO;
segunda columna: PRODUCTO DE VENTAS Y SUBASTAS (si las hubiere); ter-
cera columna: POR CIENTO PARA LOS INVÁLIDOS HABIDOS EN LAS
NAVES; cuarta columna: 15 CÉNTIMOS PARA EL CAJERO DE LOS 1NVA-

'« Esto documento se halla en el Archivo Nacional de Paris y para los que consultaron
las cartas de Víctor Hugues en el mismo fondo, es patente que la letras no es suya. Autógrafos
de Víctor Hugues se encuentran en Archives N aliónales, Collections C A 47 - 48 et 50 ; EE t 162
(dossier V. Hugues). y Minist'ere des Armées (dossier Pélardy), Paris.
Inicio Índice

70 Noel Salomón

LIDOS; quinta columna: DERECHOS DE LOS CAPITANES CORSARIOS;


sexta columna: GASTOS LEGALES PARA EL ENVIÓ DE LAS LIQUIDA-
CIONES (si por algún motivo hubiera que mandarlas por otra escuadra). ¿Está
claro?»
«... Víctor Hugues, en aquel momento, parecía un buen tendero provinciano, en-
tregado a la labor de hacer un balance de fin de año. Hasta en el modo de tener la
pluma, le quedaba algo del antiguo comerciante y panadero de Port-au-Prince.»

Aquí vemos cómo las columnas, los títulos, las cifras y los documentos
gráficos reproducidos por Sainte-Croix de la Ronciére adquieren movi-
miento merced a la espontaneidad creadora de Carpentier, pero es de
notar que dicha espontaneidad se somete a una disciplina. Se ejerce dentro
de un marco bien definido del cual no se sale. Se compagina con la lógica
interna del personaje de Víctor Hugues tal y como lo ve Carpentier y fun-
ciona como fuerza de estructuración al servicio del orden unificador
de la novela. Con su regla, su pluma y sus gestos precisos nacidos de un
cuadro anónimo de Sainte-Croix de la Ronciére, Víctor Hugues resulta
ser a la vez el que fue y el que será siempre, o sea una mecánica exacta y
sin inquietudes, que lo calcula todo. Dicho en otros términos, vemos fun-
cionar una de las leyes del sistema de explotación de las fuentes históricas
por A. Carpentier en El Siglo de las luces: la de la transformación de la
materia del documento en discurso narrativo tan bien trabado con la
estructura global de la novela que, a nivel existencial de los personajes,
se recuerdan bastantes cosas de las ya ocurridas y se anticipa algo de lo que
va a ocurrir.
Bajo la pluma de Carpentier en la elaboración de los motivos sacados
de fuentes históricas, interviene también la ley de simbolización y alego-
rización, cuya meta es sacar a relucir arquetipos «transhistóricos» y de
significado universal. Sobre el particular el estudio de la estructuración
de la trama de la guillotina como Símbolo y Alegoría del Poder revolu-
cionario en la versión de Carpentier, resulta aleccionadora. Este motivo
transcendental de la novela, mereció un estudio especial de Domingo
Pérez Minik en ínsula19, pero todavía queda algo que decir sobre él,
con tal de que se acepte nuestro método que consiste en informarse acerca
de lo «extra-literario» y lo «pre-literario» para captar mejor «lo literario».
En el caso considerado, la historicidad de la guillotina instalada por Víctor
Hugues en la Guadalupe constituye lo «extra-literario» y «pre-literario».
A dicho instrumento los historiadores otorgan un papel importante en la
formación de las estructuras sociales propias de la isla. Al cortar cabezas

[t>
DOMINGO PÉREZ MINIK, La guillotina de Alejo Carpentier, (En torno a «El Siglo de
las Luces») Insulu (ahril 1966, n. 233).
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 71

nobles, Víctor Hugues eliminó la casta de los «Grands Blancs», por lo


cual hoy día en la Guadalupe no existen numerosos descendientes de la
aristocracia blanca20. Carpentier se muestra fiel a la versión brindada por
Lacour y Sainte-Croix de la Ronciére cuandt hace aparecer la guillotina
importada de Francia21, primero en alta mar en el barco de Víctor Hugues
y luego en tierra, instalada en el centro de la Plaza Sartine en Pointe-á-
Pitre, o ambulante por la isla. Pero insisto en que se trata de una fidelidad
de conjunto. La consulta de las fuentes manejadas por el novelista, com-
prueba nítidamente lo que el escritor checo E. Volek llamó con acierto
«... respeto 'arbitrario' de la realidad histórica...», refiriéndose a El Reino
de este mundo22. Sainte-Croix de la Ronciére no habla de la guillotina
montada en el barco, sino que al salir de Francia hacia las Antillas, Víctor
Hugues hizo embarcar una en la nave La Pique. En cambio Lacour nos
facilita de pasada la información que parece ser el origen de una de las
variaciones más teatrales sobre el motivo de la guillotina en El Siglo de
las luces. Al narrar la retirada de los ingleses sorprendidos por el desem-
barco de los soldados convencionales por la parte de «Le Gosier», dicho
historiador escribe p. 307:

«... L'ennemi, battu, courut s'enfermer dans le Fort de l'Epée, au nombre de neuf
cents hommes.
Tandis qu'Aubert, maítre de ses mouvements, s'occupait á prendre une bonne
position et á se retrancher, Víctor Hugues jeta aux esclaves le cri de Liberté, et aux
colons une proclamation par laquelle il menacait de guillotine quiconque tarderait
á se joindre á lui pour chasser les Anglais, ees vils satellites du despolisme. On confia
á des noirs la mission d'aller porter la bonne nouvelle aux esclaves et la menace aux
maitres. Pour montrer que la menace serait suivie d'effet, le Commissaire de la Con-
vention faisait dresser en méme temps une guillotine á la poupe de la frégate La Pique.
Le pavillon national semblait, en flottant, caresser Finstrument de mort qu'on aper-
cevait de la terre.»

r.slii situación forma contraste con la de La Martinica (por haber quedado bajo
el control inglés durante la Revolución francesa) donde existe tina casia do «Becquets». fin
diciembre de 1794, depués de cinco meses de juicios del tribunal revolucionario de Pointe-
á-Pitre, Víctor Hugues escribía al Presidente de la Convención: «Six cent cinquante emigres
ont été guillotines ou fusíllés ayant porté les armes avec les Anglais» (carta del 26 Frimaire,
An III—16 décembre 1794— Archives Naliónales. París, Col. F 1 237, piéce 82, copie).
21
Decimos «versión» porque podría ser que la guillotina de Victor Hugues no haya
sido importada de Francia, y que el creerlo corresponda a una leyenda sin base de archivo:
ANNE PKROTIN, in La Cunvention el le Direcloire a la Guadeloupe, París 1970, pone en duda
esta versión tradicional al observar q u e existe una carta d e Víctor Hugues al general Pelardy
a quien m a n d a q u e se haga u n a guillotina: «Faire remarquer a u ciloyen Depaquenesse qu'il
doit étre fait une guillotine tout do suite» (Ministere des Armées, dossier Pelardy).
22
EMILE VÜLECK, Análisis e inlerpretación de «El Reino de este mundo» de Alejo Car-
pentier, in //>,/.W/HKTKWIÍ/. P U I M junMo 1967 p. 38.
Inicio Índice

72 Noel Salomón

De esta guillotina «embarcada en La Pique (cf. Sainte-Croix de la


Ronciére) y luego montada en la popa de la fragata, ya anclada en la bahía
de Pointe-á-Pitre, ¿qué hizo A. Carpentier? Poéticamente infiel a la con-
tingencia histórica o seudohistórica, confirió al siniestro objeto una Ma-
jestad alegórica (dentro de lo horroroso) y lo transmutó en una trama
animada por un ritmo en consonancia con el inexorable rumbo de Victor
Hugues a través del Atlántico. Alterando la cronología, cosa en él corriente23,
así como la «verdad» de localización, el novelista hace que se ponga en
pie el lóbrego instrumento en plena navegación, o sea en alta mar, cuando
el barco está en movimiento hacia su meta final. De este modo la guillo-
tina es erigida en la proa apuntando hacia Las Antillas y no en un barco
estacionado ni en la popa como lo indica la «historia»: vale decir que es
«mascarón de proa». Hay más: va pasando progresivamente de la sombra
a la luz como si los sentidos ocultos de la Máquina Alegórica del Poder
revolucionario, tuviesen que ser revelados por el mismo movimiento del
viaje. En la cubierta, una noche de luna mortecina acaba por ser desen-
fundada y al día siguiente resplandece su cuchilla bajo el sol del trópico,
mientras que Víctor Hugues se yergue hierático al lado, apoyando la
mano derecha en los montantes como si quisiera insertar la imagen de
su actitud helada en las Aleluyas estereotipadas de la Revolución. Por
fin, sin dejar de moverse, la guillotina penetra triunfalmente en el puerto
de Pointe-á-Pitre, muy a la vista, esta vez cual objeto brindado a la con-
templación de todos. Aquí tenemos la serie de textos donde se observa,
no sólo esta progresión, sino también la labor de estructuración estética
del dato histórico o seudohistórico.

1.° Capítulo XVI, págs. 108-109:


«... Se oyó, en cubierta, un ruido de maderas arrastradas. Los carpinteros, apro-
vechándose de que los caminos entre fardos estuvieran despejados, llevaban una
tablas a la proa, seguidos de marinos que cargaban unas grandes cajas, de forma
alargada. Una de ellas, al ser abierta, recogió la luz de la luna en una forma triangular,
acerada, cuya revelación estremeció al joven. Aquellos hombres, dibujados en si-
luetas sobre el mar, parecían cumplir un rito cruento y misterioso, con aquella bás
cula, aquellos montantes, que se iban ordenando en el suelo —dibujándose horizon-
talmente—, según un orden determinado por el pliego de instrucciones que se con-
sultaba, en silencio, a la luz de un farol. Lo que se organizaba allí era una proyección,
una geometría descriptiva de lo vertical; una perspectiva falsa, una figuración, en dos
dimensiones, de lo que pronto tendría altura, anchura y pavorosa profundidad. Con
algo de rito proseguían los hombres negros su nocturnal labor de ensamblaje, sacando

23
Cf. NOEL SALOMÓN et JEAN HARITSCHELHAR: Sur le «Pays-Basque» dans «El Siglo de
las Luces» de Alejo Carpentier. Les Langues Neo-Latines, n. 176, Mars-Avril 1966.
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 73

piezas, correderas, bisagras, de las cajas que parecían ataúdes demasiado largos, sin
embargo, para seres humanos; con anchura suficiente, sin embargo, para ceñirles los
flancos, con ese cepo, ese cuadro, destinado a circunscribir un círculo medido sobre
el módulo corriente de todo ser humano en lo que va de hombro a hombro. Comen-
zaron a sonar martillazos, poniendo un ritmo siniestro sobre la inmensa inquietud
del mar, donde ya aparecían algunos sargazos... ¡Conque esto también viajaba con
nosotros!, exclamó Esteban.»

2." Capitulo XVII, pág. 111:


«... La Máquina permanecía enfundada en la proa, reducida a un plano horizontal
y otro vertical, escueta como figura de teorema, cuando la escuadra entró de lleno
en los mares del calor, afirmándose la cercanía de las tierras en una presencia de troncos
arrastrados por las corrientes, de raíces de bambúes, ramas de mangle, hojas de co-
coteros, que flotaban sobre las aguas claroverdecidas, aquí, allá, por los fondos
arenosos.»

3." Página 114:


«... Y mientras cundía el ruido de cureñas rodadas, chirridos de cables y poleas,
gritos, preparativos y formaciones presurosas, sobre el relincho de los caballos que ya
husmeaban la tierra próxima y el pasto fresco, Víctor Hugues se hizo entregar por los
tipógrafos varios centenares de carteles impresos durante la travesía, en espesos
caracteres entintados, donde se ostentaba el texto del Decreto del 16 Pluvioso, que
proclamaba la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos otorgados a todos
los habitantes de la isla, sin distinción de raza ni estado. Luego cruzó el combés con
paso firme, y, acercándose a la guillotina, hizo volar la funda alquitranada que la
cubría, haciéndola aparecer, por primera vez, desnuda y bien filosa la cuchilla, a la
luz del sol. Luciendo todos los distintivos de su Autoridad, inmóvil, pétreo, con la
mano derecha apoyada en los montantes de la Máquina, Víctor Hugues se habia
transformado, repentinamente, en una Alegoría. Con la Libertad, llegaba la primera
guillotina al Nuevo Mundo.»

4." Página 116:


«...Y con cantos y gritos, vítores a la República, levantados en los muelles y co-
reados en las naves, entró la escuadra en el puerto de la ciudad, aquel día de Prarial
del Año II, llevando la guillotina, erguida en la proa de la Pique, bien bruñida como
objeto nuevo, bien desenfundada para que la vieran bien y la conocieran todos.»

Es menester interrogarse acerca del valor semántico que allende el


nivel concreto de la realidad «histórica» o geográfica, adquiere el viaje de
la Máquina que pasa de la Sombra a la Luz y del Misterio al Conocimiento
de todos. Cobra el sentido de una Revelación que, desde lo Universal
y lo General, nos lleva a lo concreto y singular. Mi «descodificación»
(«décodage») se aceptará, si recordamos que A. Carpentier antepuso a la
estructura específicamente narrativa de El Siglo de las luces un texto
poético (en prosa), misterioso y más que enigmático (por lo alegórico,
Inicio Índice

74 Noel Salomón

destemporalizado y «deslocalizado») para el lector que por primera vez


aborda la novela. Los significados hundidos profundamente en este «pór-
tico» no emergen sino «a posteriori» después de efectuado un «viaje»
en el tiempo concreto: el de los protagonistas de Carpentier, descubiertos
mediante la lectura. Uno piensa en el antiguo adagio, acerca de las corres-
pondencias bíblicas: «Novum testamentum in vetere latet, vetus testamen-
tum in novo patet.»
«Esta noche he visto alzarse la Máquina nuevamente. Era, en la proa, como una
puerta abierta sobre el vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un Océano
tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adorme-
cerse en su rumbo, suspendida entre un ayer y un mañana que se trasladaran con no-
sotros. Tiempo detenido entre la Estrella Polar, la Osa Mayor y la Cruz del Sur ig-
noro, pues no es mi oficio saberlo, si tales eran las constelaciones, tan numerosas que
sus vértices, sus luces de posición sideral, se confundían, se trastocaban, barajando
sus alegorías, en la claridad de un plenilunio empalidecido por la blancura del Camino
de Santiago... Pero la Puerta —sin— batiente estaba erguida en la proa, reducida
al dintel y las jambas, con aquel cartabón, aquel medio frontón invertido, aquel trián-
gulo negro, con bisel acerado y frío, colgado de sus montantes. Ahí estaba la arma-
zón, desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueño de los hombres, como
una presencia —una advertencia— que nos concernía a todos por igual. La habíamos
dejado a popa, muy lejos, en sus cierzos de abril, y ahora nos resurgía sobre la misma
prca, delante, como guiadora, semejante, por la necesaria exactitud de sus paralelas,
su implacable geometría, a un gigantesco instrumento de marear. Ya no la acompa-
ñaban pendones, tambores ni turbas; no conocía la emoción, ni la cólera, ni el llanto,
ni la ebriedad de quienes, allá, la rodeaban de un coro de tragedia antigua, con el
crugido de las carretas de rodar hacia-lo-mismo. y el acoplado redoble de las cajas.
Aquí, la Puerta estaba sola, frente a la noche, más arriba del mascarón tutelar, relum-
brada por su filo diagonal, con el bastidor de madera que se hacía el marco de un
panorama de astros. Las olas acudían, se abrían, para rozar nuestra eslora; se cerraban,
tras de nosotros, con tal continuado y acompasado rumor que su permanencia se
hacía semejante al silencio que el hombre tiene por silencio cuando no escucha voces
parecidas a las suyas. Silencio viviente, palpitante y medido, que no era, por lo pronto,
el de lo cercenado y yerto... Cuando cayó el filo diagonal con brusquedad de silbido
y el dintel se pintó cabalmente, como verdadero remate de puerta en lo alto de sus
jambas, el Investido de Poderes, cuya mano había accionado el mecanismo, murmuró
entre dientes: "Hay que cuidarla del salitre". Y cerró la Puerta con una gran funda
de tela embreada, echada desde arriba. La brisa olía a tierra —humus, estiércol, es-
pigas, resinas— de aquella isla puesta, siglos antes, bajo el amparo de una Señora
de Guadalupe que en Cáceres de Extremadura y Tepeyac de América erguía la figura
sobre un arco de luna alzado por un Arcángel.

Detrás quedaba una adolescencia cuyos paisajes familiares me eran tan remotos,
al cabo de tres años, como remoto me era el ser doliente y postrado que yo hubiera
sido antes de que Alguien nos llegara, cierta noche, envuelto en un trueno de aldabas;
tan remotos como remoto me era ahora el testigo, el guía, el iluminador de otros
tiempos, anterior al hosco Mandatario que, recostado en la borda, meditaba —junto
Inicio Índice

Fuentes antillanas de El Siglo de las Luces 75

al negro rectángulo, encerrado en su funda de inquisición, oscilante como fiel de ba-


lanza, al compás de cada ola... El agua era clareada, a veces, por un brillo de escamas
o el paso de alguna errante corona de sargazos.»

El prólogo permite ver a qué potencia simbólica y alegórica de premo-


nición supo elevar A. Carpentier la «anécdota» —histórica o no— de
la guillotina que se erigió en la nave de Víctor Hugues. Si menester fuera
su lectura, demostraría que la búsqueda de las «fuentes» sigue siendo
eficaz para ayudar a ver, paradójicamente, que el autor es «fuente» de
si mismo.
Al fin y al cabo podría ser que A. Carpentier haya sido un tanto humo-
rista al insistir en la indiscutible historicidad de Víctor Hugues en los tér-
minos en que lo hace. Llama la atención la niebla en que anonada al final
de su vida la inquietante silueta del que fue Comisario de la Convención.
Desaparece en la noche del Tiempo, exactamente como se anonadan en