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que, sobre la Administración Pública, se han elaborado por los tratadistas del Derecho
administrativo.
Así, en función del modelo de Estado al que nos refiramos, se empleará un número
singular o plural para aludir al complejo administrativo estatal. En un Estado unitario
centralizado —como lo fueron el español o el francés durante mucho tiempo— se
hablará de “Administración Pública” en singular, pues el aparato servicial del Estado se
presenta en él como una realidad homogénea e indivisible. En efecto, en estos Estados
toda Administración Pública es Administración estatal. La Administración local se verá
como un mero sistema más o menos democrático de gestión de servicios públicos —
configuración que presenta así mismo en los Estados descentralizados—, pero que no
corresponde a un poder público territorial dotado de autonomía respecto del Estado.
Entre éste y la Administración local no existen otros poderes públicos territoriales, otros
ordenamientos. Pero el ciudadano de un Estado federal no hablará sino de
“Administraciones Públicas” o, en función del nivel territorial al que aluda, de
“Administración federal”, “Administración estatal”, “Administración local”.
Como analizaremos en temas sucesivos, se debe decir, ante todo, que nuestra
Constitución ha consagrado un Estado policéntrico. Ello significa que, junto al poder
público estatal y su Administración Pública, han nacido al amparo de la CE otros
poderes públicos y otras Administraciones Públicas dotadas de personalidad jurídica
propia. No existe, por tanto, una sola AP, sino varias. En un primer escalón, el art. 2 CE
establece una diversificación territorial del poder y reconoce el derecho a la autonomía
de las nacionalidades y regiones, lo que determina en favor de ciertas comunidades
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1. La Administración Pública para los autores que defienden una concepción subjetiva
Las doctrinas subjetivas, para las cuales el objeto del Derecho administrativo es, a
grandes rasgos un sujeto o complejo subjetivo, ha tenido gran predicamento entre
nuestros autores desde el siglo pasado. Así:
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3) GARCÍA DE ENTERRÍA llega más lejos aún y afirma que la AP es algo más
que un complejo orgánico, la AP tiene personalidad jurídica propia, aún más, la
AP es la única personificación jurídica interior del Estado, pues sólo ella, y no el
Poder judicial o el legislativo, actúa plenamente (contratando, respondiendo con
su patrimonio, siendo, en definitiva, centro de imputación jurídica). El citado
autor crea así lo que se ha denominado concepción estatutaria del Derecho
administrativo, para la cual éste es el Derecho propio y específico de las AAPP
en cuanto sujetos. El Gobierno no es, por tanto, siempre AP; no lo es cuando
desempeña tareas políticas, ni en la esfera internacional, ni cuando se relaciona
con otros órganos constitucionales. El obstáculo a la concepción subjetiva de la
AP sigue siendo la existencia de actividades desempeñadas por órganos
constitucionales (CGPJ, TC, Cámaras, Tribunal de Cuentas, Defensor del
Pueblo) que quedan sometidas al Derecho administrativo, aunque ciertamente no
se trata de una actividad cardinal de estos órganos sino de una actividad
instrumental para el desempeño de las funciones que constitucionalmente se les
asignan.
Estas tienen su origen remoto en una teoría del siglo XIX por la cual se reconocía la
personalidad jurídica al Estado (LABAND, JELLINEK, entre otros, teoría de clara raíz
hegeliana). Ello suponía, que las distintas estructuras o poderes, entre ellos la
Administración Pública que, desde la Revolución francesa, se identificaba con el Poder
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Teoría del Prof. MARTÍNEZ MARÍN. Se trata de una teoría sincrética. La AP no puede
ser definida, al menos en nuestro actual Estado constitucional, atendiendo en exclusiva a
la teoría subjetiva u objetiva. La realidad administrativa es tanto orgánica como
funcional. El Derecho crea indisociablemente al órgano y a la función, a la actividad.
Esto permite, al menos en un plano descriptivo, superar las carencias de una y otra
teoría.
A finales del siglo XIX concurren una serie de circunstancias que van a condicionar una
radical transformación de la AP en Occidente así como de sus fines, y cuyas
consecuencias dan lugar a un nuevo modelo de Estado vigente hoy día.
La actual noción o cláusula de Estado de Derecho, nacida a fines del siglo XVIII, debe
considerarse como el fruto de un proceso de decantación histórica en un doble sentido
inescindible. En primer lugar, en sentido formal. La cláusula de Estado de Derecho
supone la consagración de determinados principios y técnicas (reserva y primacía de la
Ley, tutela judicial) enderezados a la garantía de la regularidad y previsibilidad de la
acción estatal y su fiscalización por jueces y tribunales independientes. En segundo
lugar, en sentido material, el Estado de Derecho supone el compromiso constitucional
a favor de un activismo que logre la vigencia efectiva de ciertos valores, que se estiman
como prioritarios en el orden constitucional. En la vigente CE, ambas vertientes están
presentes en los artículos 1.1 (material); 9.2 (material); 9.3 (formal); 10.1 (material).
2.1.1. El principio de legalidad: Este principio, que parece imponer, en una primera
aproximación, la actuación conforme a la Ley, se proclama en el art. 9.1 CE, con
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carácter general para todos los ciudadanos y poderes públicos (no sólo el Gobierno y la
AP), y de modo más concreto queda garantizado en el art. 9.3 CE.
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Estado de Derecho
soberanía nacional
CONSTITUCIÓN
(pueblo)
Principio de legalidad
(art. 9.3 CE)
Administración: Particulares:
sólo puede hacer pueden hacer todo lo no
lo expresamente permitido expresamente prohibido
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materia sometida a la reserva. El resultado al que llegan ambos autores sobre el alcance
de la vinculación positiva y negativa es, sin embargo, ciertamente coincidente.
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1) expropiación forzosa
2) responsabilidad patrimonial
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Sin perjuicio de que las implicaciones jurídicas de esta cláusula sean examinadas en
Derecho constitucional, conviene hacer una somera referencia a las consecuencias de su
proyección sobre la Administración Pública en nuestro modelo organizativo. A pesar de
las ambiguas previsiones constitucionales, la realidad político-administrativa que ha
terminado por imponerse se caracteriza por su naturaleza policéntrica, lo que determina
la existencia de una multiplicidad de centros dotados de poder político en diversos
grados. Por un lado, la creación de las Comunidades Autónomas implica la existencia
de diecisiete poderes legislativos y administrativos de ámbito territorial inferior; y, por
otro, la consagración constitucional de la autonomía local supone la existencia de un
núcleo competencial mínimo reconocido a favor de los Municipios para la gestión de
sus respectivos intereses.
Por otro lado, el modelo territorial de organización del poder público finalmente
consolidado ha supuesto la proliferación de estructuras organizativas diversas como
consecuencia de la autonomía constitucionalizada en los artículos 2, 137, 140 y 141 del
Texto Constitucional. También desde el punto de vista orgánico, el régimen jurídico de
las Administraciones Públicas está determinado por la complejidad competencial antes
aludida, pues si bien la autonomía implica el reconocimiento de la potestad
organizativa, su ejercicio viene condicionado en muchos casos por lo dispuesto en las
normas dictadas por otras entidades de ámbito territorial superior.
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y ley formal. Era ley material aquella cuyo contenido fuese general y
abstracto o incidiese en la libertad y propiedad de los ciudadanos,
fuese cual fuese el poder que la emanara (Legislativo o Ejecutivo).
Era ley formal el acto dictado con esa forma por el Parlamento. La
ley material terminó por identificarse con el concepto mismo de
norma y se entendió, en una solución de compromiso entre el
Parlamento y el Rey, que las disposiciones que afectasen a la libertad
y propiedad de los ciudadanos (leyes materiales) debían ser
aprobadas por el Parlamento (a través de leyes formales). Ello
suponía habilitar al Ejecutivo para regular autónomamente un
bastísimo campo, el de la organización administrativa, que quedaba
privado de los atributos de lo jurídico. Parece evidente que las
relaciones que estableciera la AP en su ámbito interno, esto es, en
base a sus normas (no jurídicas) de organización, no podían ser
relaciones jurídicamente relevantes.
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1. Privilegios en más:
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6. Estatus privilegiado de los bienes de la AP: los bienes de dominio público, esto es,
los afectados a un uso o servicio público, son inalienables, imprescriptibles e
inembargables. Los bienes patrimoniales, aquellos que constituyen la propiedad
privada de la AP por no estar afectados a un uso o servicio público, gozan también
de un régimen privilegiado. Al igual que la de los de dominio público, la posesión
de los bienes patrimoniales puede ser recuperada de oficio por la AP, sin necesidad
de interponer acción interdictal ante los Tribunales y, hasta hace poco, eran
inembargables en su totalidad. En este sentido, debe destacarse la STC 166/1998, de
15 de julio, que declaró inconstitucional el art. 154.2 de la Ley 39/1988, de 28 de
diciembre, reguladora de las Haciendas Locales, en su inciso “y bienes en general”.
A raíz de esta sentencia, nace —por así decir— un tercer género de bienes de las
EELL, los bienes patrimoniales no afectados a una utilidad pública, los cuales
podrán ser en adelante embargados. La Ley 39/1988 fue derogada por el Texto
refundido aprobado por Real Decreto Legislativo 2/2004, de 5 de marzo, en cuyo
art. 173.2 viene a reproducir la doctrina constitucional en este punto.
2. Privilegios en menos:
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como garante del mismo, de todo él, tanto el público como el privado (PARADA
VÁZQUEZ). El Derecho procesal es, básicamente, el Derecho que regula la
organización y funciones del Poder judicial y sus puntos de contacto con el Derecho
administrativo son varios:
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En segundo lugar, debe tenerse en cuenta que la Jurisdicción penal tiene preferencia
frente a la actuación sancionadora de la AP: [cuando un ilícito sea considerado por la
AP como constitutivo de delito, dará cuenta al Mº Fiscal y suspenderá el procedimiento
sancionador hasta tanto no recaiga resolución judicial; lo mismo deberá observar la AP
cuando tenga constancia de que se está tramitando un proceso penal sobre el mismo
ilícito —siempre que concurra identidad de sujeto, hechos y fundamentos—; si la
sentencia fue condenatoria, la AP no podrá posteriormente imponer sanción por el
mismo ilícito cuando concurra identidad de sujetos, hechos y fundamentos —principio
del “non bis in idem”—; además, los hechos declarados probados por el juez penal en
resolución judicial firme vinculan a la AP en la resolución de sus procedimientos
sancionadores (art. 31 LRJSP)]. La vinculación al orden penal se extiende a la propia
JCA, en la medida en que las cuestiones prejudiciales penales en el seno de un proceso
contencioso-administrativo son la excepción —junto a las constitucionales cuando se
trate de normas con rango de Ley— al principio de que el juez de la cuestión principal
es también juez de la cuestión incidental y, por tanto, deberán ser remitidas al órgano
penal correspondiente con suspensión del proceso administrativo (art. 4 LJCA).
En tercer lugar el Derecho penal establece una serie de delitos cometidos por
funcionarios públicos (prevaricación, cohecho, malversación), así como una serie de
delitos cometidos contra la AP o sus agentes (atentado, resistencia, desobediencia,
falsificación de documentos públicos, usurpación de funciones públicas, etc.). Además,
en ocasiones, el juez penal ha de tener en cuenta instituciones, normas y conceptos del
DA para valorar determinadas conductas tipificadas como delitos (así, delitos contra el
Patrimonio histórico o contra la ordenación del suelo y el medio ambiente).
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La caracterización del DA como Derecho estatutario implica que gran parte de sus
instituciones suponen una adaptación o “modulación” de las instituciones creadas en el
Derecho Común (actos jurídicos, contratos, propiedad, responsabilidad) con la finalidad
de garantizar que la AP, como sujeto, alcance los fines a los que la preordena el
ordenamiento. Sobre esto ya hemos hablado. Hemos visto igualmente que, a pesar de la
naturaleza estatutaria del DA y a su ánimo de ser completo, es en ocasiones la propia
ley administrativa la que remite, como supletorio, al Derecho civil en la regulación de
una determinada institución. Las relaciones entre el DA y el Derecho mercantil son
también importantes: una relevante parcela de la actividad mercantil se encuentra
reglamentada por el DA por razones de interés público (crédito y banca, bolsa, seguros,
transportes, telecomunicaciones).
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6. Derecho administrativo y Derecho laboral: Las relaciones entre estas ramas del
ordenamiento se concretan fundamentalmente en:
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