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¿Qué es aprender?
Capítulo 1
Sin embargo, ocurre todo lo contrario. Son cada vez más raras
las personas que, ante el enorme esfuerzo requerido para
aprender y la parquedad del tiempo disponible, tiran la
esponja como haría un boxeador y se conforman con una
tranquila ignorancia. Jamás ha sido tan amplio el deseo de saber.
La enseñanza primaria permite a todos, sin excepción, el acceso
a los conocimientos intelectuales: aún en la frugal comida de la
escuela lugareña, se adquiere el gusto de los frutos del árbol de
la ciencia. Hasta las clases sociales que, no hace mucho tiempo,
aceptaban la ignorancia como una necesidad, reinvindican el
derecho a aprender aportando una curiosidad ávida y nueva. Y
aparece, también, un fenómeno completamente moderno: las
mujeres rivalizan con los hombres, cuando no los sobrepasan.
Sin duda, una vana presunción echa a perder, a menudo, esta
curiosidad de neófitos; ella puede engendrar desengaños; pero
no es por eso menos legítima y emocionante.
Pero no importa; con amor o sin él, aprender una profesión que
se ejercerá, es aprender utilitariamente, por lo que no necesita
demostrarse su utilidad, que en verdad está situada fuera de lo
que se aprende, pero que, a juicio de los menos idealistas,
justifica que se aprenda.
Saber cuáles son los elementos del acto de aprender, los medios
prácticos para ello y su aplicación a todo lo que se aprende: he
aquí lo que yo llamo el arte de aprender.
SEGUNDA PARTE
¿Cómo aprender?
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Para leer con provecho una obra didáctica, suponiendo que sea
buena (ni larga, ni aburrida, ni difícil y, además, sustancial y bien
compuesta), se necesita una disciplina y un entrenamiento, lo
mismo que para seguir con provecho un curso oral. Existe una
educación de la vista y de la atención visual, así como existe otra
del oído y de la atención auditiva. Las personas que leen bien son
tan raras como las que escuchan bien.
Capítulo 5
ESCRIBIR:
TERCERA PARTE
¿Qué se debe aprender?
Capítulo 1
Una idea que yo creo haber sido el primero (¿se sabe siempre
con seguridad, que uno es realmente el descubridor?), es que lo
que los hombres conocen mejor. entre todo lo gue han
aprendido, son los gestos. La razón consiste en que es casi
imposible, al aprenderlos, mantener esa peligrosa y
común ilusión de saber que arruina tantas educaciones. El
caballo que te desconcierta, la espada que te ataca, te imponen la
clarividencia sobre tu destreza en equitación o en esgrima;
puedes conocer con cino centímetros de aproximación, cual es la
altura de la valla que saltas, y con veinte segundos la velocidad
con que caminas. Por otra parte, nada es más propio que el
aprendizaje de los gestos -digamos deportes- para desarrollar los
agentes esenciales del arte de aprender. Agreguemos que, en
nuestros días, la enseñanza deportiva se ha convertido en el
modelo de todas las otras; los profesores y los métodos son
excelentes, y se obtienen resultados maravillosos. No olvidemos,
pues, enviar de cuando en cuando, nuestro espíritu a la escuela.
Admiramos esa bella idea del aleta completo, que no es otra
cosa, interpretado físicamente, que la idea del hombre culto.
Resumamos:
Sería imposible para una inteligencia media informarse sobre las
ciencias de hechos si primeramente no se limitara el aprendizaje,
en cada grupo, a un pequeño número de fenómenos, y si después
se aprendieran aisladamente y no gobernados por leyes y
relacionados por hipótesis.
Capítulo 3
No le diría jamás:
Vamos a tratar de comprender una abstracción. Le enseñaría
todas las nociones abstractas que ha asimilado, sin dudar,
pensando absorber algo concreto, algo material. ¡Cuántas
abstracciones se encuentran en las palabras de la lengua que
habla! Las palabras esperanza, esperar, semejante, ¿no son
abstracciones, después de las cuales las x y las y de una
ecuación son realidades casi groseras? En el campo de las
abstracciones numéricas, desde que se ha dicho: dos y dos son
cuatro, es decir, desde que se ha proclamado el principio de que
un número se funde con otro para formar un tercero dotado de
propiedades nuevas, se ha jugado locamente con lo abstracto.
Ahora bien, todo el mundo vive en una intimidad cordial con esas
abstracciones, puesto que la realidad correspondiente nos es
familiar. El espíritu se espanta ante la abstracción cuando se
presenta aislada de las realidades que la sostienen
originariamente. Toma a un hombre adulto que sea inteligente,
pero que no haya estudiado nunca matemática, y escríbele en el
encerado la siguiente igualdad:
O bien que estés distraído durante una de esas frases tan claras,
o bien que el maestro haya omitido una que sea útil, o que,
demasiado embebido en la verdad que demuestra, haya saltado
demasiado rápidamente sobre las intermediarias; es éste un caso
frecuente en los profesores de geometría y en los autores de
libros de matemática: no se dan cuenta de la cantidad de
explicaciones requeridas por la inteligengcia del alumno. Un
teorema que se demuestra, es un camino que se traza entre una
verdad y otra; los buenos profesores y los buenos libros hacen
ese camino lo más llano posible y, sobre todo, continuo; los
malos libros y profesores dejan sobre él asperezas y, sobre todo,
olvidan trazar los caminos ya recorridos. ¿Cómo extrañarnos,
pues, de que el alumno se desanime o se pierda?
Capítulo 3
No le diría jamás:
Vamos a tratar de comprender una abstracción. Le enseñaría
todas las nociones abstractas que ha asimilado, sin dudar,
pensando absorber algo concreto, algo material. ¡Cuántas
abstracciones se encuentran en las palabras de la lengua que
habla! Las palabras esperanza, esperar, semejante, ¿no son
abstracciones, después de las cuales las x y las y de una
ecuación son realidades casi groseras? En el campo de las
abstracciones numéricas, desde que se ha dicho: dos y dos son
cuatro, es decir, desde que se ha proclamado el principio de que
un número se funde con otro para formar un tercero dotado de
propiedades nuevas, se ha jugado locamente con lo abstracto.
Ahora bien, todo el mundo vive en una intimidad cordial con esas
abstracciones, puesto que la realidad correspondiente nos es
familiar. El espíritu se espanta ante la abstracción cuando se
presenta aislada de las realidades que la sostienen
originariamente. Toma a un hombre adulto que sea inteligente,
pero que no haya estudiado nunca matemática, y escríbele en el
encerado la siguiente igualdad:
O bien que estés distraído durante una de esas frases tan claras,
o bien que el maestro haya omitido una que sea útil, o que,
demasiado embebido en la verdad que demuestra, haya saltado
demasiado rápidamente sobre las intermediarias; es éste un caso
frecuente en los profesores de geometría y en los autores de
libros de matemática: no se dan cuenta de la cantidad de
explicaciones requeridas por la inteligengcia del alumno. Un
teorema que se demuestra, es un camino que se traza entre una
verdad y otra; los buenos profesores y los buenos libros hacen
ese camino lo más llano posible y, sobre todo, continuo; los
malos libros y profesores dejan sobre él asperezas y, sobre todo,
olvidan trazar los caminos ya recorridos. ¿Cómo extrañarnos,
pues, de que el alumno se desanime o se pierda?
Capítulo 4
Se aprende a sentir. Desigualdad de las dotes artísticas. Los
privilegiados. Abordemos las artes con un espíritu de modestia.
La práctica de las artes. Su importancia para la cultura del
espíritu y para la felicidad. Despreciarlas rebaja la calidad del
hombre culto.
No digamos al aprendiz:
Hay muy pocos elegidos. ¡Cuántos crueles sinsabores recibirán
los que comienzan una educación artística, pensando: ¡Estudio
para llegar a ser un maestro! Se producen decepciones más
grandes aún cuando se piensa: Posiblemente no seré un
maestro, pero haré obras estimables, puesto que, cuando se
hagan esas obras mediocres, se sufrirá porque el público no las
tiene por magistrales. La sabiduría ordena pensar: Aprendo para
comprender el arte, para gozar con plenitud y conciencia la obra
de los otros, pero de ninguna manera, para producir y pretender
la admiración por mis obras.
Capítulo 5
Ejemplo:
Una señorita me dice: Yo sé inglés.
La llevo a Westminster y la hago asistir a una sesión del
Parlamento.
-¡Ah! -confiesa al salir-, no he comprendido nada; ahí todo el
mundo habla demasiado ligero.
Por último le tiendo una novela de Meredith (1) , y le digo:
-Tradúzcame esta página...
Ella choca en todas las líneas con las palabras y con los giros. Es
incapaz de comprender, no sólo la fuerza y el matiz de los
pensamientos, sino el sentido mismo. Arroja el libro con
desprecio y dice:
-Es demasiado difícil... Yo le aseguro que sé muy bien el inglés.
¿No ha visto que me desenvuelvo espléndidamente, lo mismo en
el hotel que en la calle?
-Es verdad, señorita. He apreciado la facilidad con que se
desempeña verbalmente, lo que no es una ventaja despreciable;
pero no hablemos aquí de cultura, puesto que el portero del hotel
habla seis lenguas de la misma manera que usted habla inglés; le
aseguro que a pesar de sus galones, no es un espíritu cultivado.
Muy bien. Los príncipes, las princesas y la gente del gran mundo
forma una categoría humana considerable, pero en número, no
son más que una débil parte de la humanidad. Al otro extremo de
la escala social, hay una categoría mucho más numerosa y
también más interesante: personas que no llevaron jamás esa
elegante vida cosmopolita, que no tuvieron nunca ocio, y cuyo
tiempo está principalmente consagrado a ganar el pan. A éstos se
les dice corrientemente:
Aprende idiomas; con ellos te ganarás fácilmente la vida.
Pero yo respondo:
-Es verdad; pero no en el sentido que lo entienden los
promotores exaltados de las lenguas extranjeras, y los padres
demasiado crédulos.
El sentido estricto, el sentido real es éste: un muchachito de
diecisiete años que conoce el alemán usual y comercial,
encontrará en una Sociedad de Crédito un empleo, en el que
puede ganar unos cuatrocientos francos. Una chica de dieciséis
años, si al mismo tiempo que sabe inglés, conoce taquigrafía,
podrá ganar, en el mismo establecimiento, quinientos francos.
Quinientos y cuatrocientos francos a los dieciséis y a los
diecisiete años, es realmente maravilloso; pero deja que pasen
los años, y encontraremos a nuestros jóvenes amigos sentados,
el uno ante su diccionario, y a la otra ante su máquina de escribir;
si han sido buenos empleados, ganarán al cabo de seis o siete
años, seiscientos y setecientos francos, respectivamente; pero
no irán mucho más lejos; no se puede aumentar indefinidamente
el sueldo, puesto que el rendimiento no varía.
Resumamos:
La ventaja utilitaria de saber idiomas para triunfar en los
negocios se reduce a encontrar fácilmente puestos de poca
importancia, cuando se es joven y pobre; pero esto crea un
peligro de estancamiento que no contribuye a los grandes éxitos.