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Héctor Gallo2
Introducción
El médico es objeto de una presión externa que lo obliga a tratar al enfermo como
un cliente y a olvidar que se trata de un ser que sufre. El único recurso que le
queda para preservarse de esto, es “esa relación por la cual es médico: a saber la
demanda del enfermo”7. Desde el punto de vista ético, no hay médico y menos
psicoanalista por fuera de la demanda del sujeto. En nuestro caso, respondemos a
dicha demanda más allá de los ideales de la civilización y de las exigencias de la
productividad; o sea a partir de lo que se devele como relación del sujeto “con el
goce del cuerpo”.8
1
Conferencia dictada el 2 de febrero de 2.011 en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, Torre de la
Memoria, en el marco de la serie de Conferencias programadas por la Biblioteca de la NEL Medellín “n
enlace con la ciudad. “La Salud Mentalpara todos y el lazo lazo social intoxicado”
2
Profesor Titular Departamento de Psicoanálisis, Facultad de Ciencias Sociales, UdeA, Sociólogo
Universidad Autónoma Latinoamericana Medellín, Psicólogo UdeA, Doctor en Psicoanálisis Universidad
Autónoma de Madrid, Psicoanalista Miembro de la NEL y de la AMP.
3
Jacques Lacan, Psicoanálisis y medicina, en: Intervenciones y textos, 1, Buenos Aires, Manantial, 1985.
4
Ibíd., p. 86.
5
Ibíd.
6
Ibíd., p. 99.
7
Ibíd.
8
Ibíd.
1
No me ocuparé esta noche de explicar el lugar del psicoanálisis en la medicina,
sino de precisar por qué desde la salud mental para todos se legitima la
intoxicación del lazo social y en qué sentido los psicoanalistas nos oponemos a
este para todos a partir del uno por uno propio del acto clínico.
El “desarrollo científico inaugura y pone cada vez más en primer plano el […]
derecho del hombre a la salud, […]”. De este imperativo se desprende una
modificación de la relación médica con la salud, pues el poder de la ciencia “brinda
a todos la posibilidad de ir a pedirle al médico su cuota de beneficios con un
objetivo preciso inmediato, […]”. Es porque el médico es receptor de este pedido,
que su práctica se ve atravesada por una demanda que espera respuesta. En la
respuesta es donde hay que buscar, no sólo la posibilidad de supervivencia de la
posición del psicoanalista, sino también “de la posición propiamente médica”. 11
9
Ibíd., p. 90.
10
Ibíd., p. 98.
11
Ibíd., p. 90.
2
palabra? ¿Cómo no reducir su tarea a responder con el aparato quirúrgico, la
remisión a otro especialista, “la administración de un antibiótico” o de un
antidepresivo?
12
Ibíd., p. 91.
13
Ibíd.
14
Ibíd.
15
Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, Barcelona, Masson, 1995.
3
En la actualidad a cada desajuste de la orma o alteración del comportamiento, por
mínima que sea, le corresponde un trastorno y a este un medicamento para así
recuperar la felicidad de vivir dentro de los límites establecidos. Entre los múltiples
trastornos que se han creado está el de personalidad, considerado un patrón
permanente, de larga duración, nada coyuntural y con un carácter inflexible. Se
trata de una experiencia interna o de comportamiento, que da cuenta de un
apartamiento del individuo de las expectativas que sobre él tiene el Otro cultural.
Este patrón de comportamiento permanente, puede tener su inicio en la
adolescencia o al principio de la edad adulta, es estable a lo largo del tiempo y
comporta malestar o prejuicio, no sólo para el sujeto, sino también para su
entorno.
4
y abordado a partir de categorías útiles para explicar “lo que tiene que ver con el
cuerpo y su fisiología […]”17, pero inútiles para comprender las dificultades
relacionadas con los vínculos humanos. Hechos clínicos de compulsión, de
repetición, las pasiones, las pulsiones, los valores morales y el deseo, las
identificaciones y, en general, cuestiones relacionadas con la “falla estructural de
lo simbólico referida a lo real”,18 quedan fuera del campo explicativo abarcado por
las categorías médico-psiquiátricas.
5
5. Vivir de acuerdo con la lógica del tóxico, impide al sujeto hacerse cargo de
la pulsión y examinar su razón de vivir, le hace perder la oportunidad de
hacer valer el deseo pagando con la perdida de goce y de “empujar” la
impotencia hasta el límite de la imposibilidad”. 24
24
Ibíd., p. 105.
25
Adrián García, Toxicomanía y acto, en: Los inclasificables de la toxicomanía, Varios Autores, Buenos
Aires, Grama editores, 2.008, p. 76.
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Es porque el consumo de medicamentos promueve “[…] un rechazo al saber, una
experiencia vacía de sujeto del inconsciente y vacía de significación, […]” 26, que
en nuestra clínica procuramos proporcionarle al sujeto, desde su intimidad de
viviente, los medios simbólicos para que el mismo pueda hacer una lectura de lo
que le sucede.
El síntoma que presenta el sujeto que viene a vernos, lo asumimos como “una
formación siempre localizada, identificable, no solo por el terapeuta sino que el
sujeto la aísla como tal”.27 Se trata de una molestia que vino a perturbar el “estilo
habitual, el estilo ordinario del comportamiento del sujeto”. 28 Pero cuando se trata
del síntoma analítico, al menos después del comienzo de su elaboración en el
análisis, es una formación que se siente como extranjera, […]” 29, como un territorio
desconocido.
El síntoma puede ser discreto, tal como sucede en el caso de las obsesiones y de
los rituales que se llevan a cabo en la intimidad, pero también puede invadir la vida
de un sujeto llenándola de desorden. Hay seres que viven de mal humor, repiten
los fracasos amorosos, se descontrolan fácilmente, entran siempre en conflicto
con las figuras de autoridad, no conservan ningún empleo, arruinan las
oportunidades que se les presenta para vivir mejor, recaen en experiencias
negativas y no logran llevársela bien con nadie. Estas cuestiones que infiltran la
existencia, a veces de manera masiva, son las que encontramos debajo de esos
trastornos afectivos que el psiquiatra suele medicar, para así contribuir de forma
decidida, como dice Miller, al “descredito de los poderes de la palabra, etc.”. 30
26
Ibíd.
27
Jacques-Alain Miller, “La experiencia de lo real en la cura analítica”, óp., cit, p. 164.
28
Ibíd., p. 151.
29
Ibíd., p. 164.
30
Ibíd., p. 149.
7
por la medicación, enseguida se busca que el sujeto descifre algo que está más
allá de su síntoma manifiesto, más allá que se constituye en la verdadera causa
de que viva como dice no querer vivir.
Para terminar, señalo cuál es mi tesis con respecto a lo que hoy nos convoca: que
entre más se intoxique el lazo social de una persona, esperando que por este
medio no se haga excluir del “Otro que permite” 33 o que registra, mayor es la
31
Ibíd., p. 163.
32
Adriana García, Toxicomanía y acto, óp., cit, p. 78.
33
Jacques-Alain Miller, “La experiencia de lo real en la clínica psicoanalítica”, óp., cit, p. 161.
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fuerza del goce de la compulsión, más grande la impotencia para salir del dolor,
menos coraje y más insulsa la vida, tal como le corresponde a todo cobarde.
Nuestra apuesta como analistas es intentar que el sujeto logre “desatar, encontrar,
formular, y asumir […]”34 los significantes familiares que lo marcan. Quienes
vienen a vernos saben que algunos de esos significantes pueden llegar a trazar en
ellos una línea fatal, línea que puede repetirse a través de varias generaciones y
llegar a determinar las elecciones de objeto más decisivas para su destino.
34
Ibíd., p. 175.