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11- MARZO

Me han solicitado unas líneas conmemorativas por el terrible suceso acaecido ayer en Madrid; no sé muy
bien cómo expresar todo lo que se puede sentir cuando asistimos inesperadamente a la ejecución de actos
tan extremados, violentos y dolorosos.
Alguien me hacía partícipe ayer de un análisis racional, es decir, desapasionado, del infame atentado:
“Sólo se trata de desestabilizar los cimientos de nuestro estado” (estado de derecho). Pero, me pregunto
ahora, ¿existe alguna manera para entender y sufrir al mismo tiempo tanta crudeza?
La respuesta es siempre la misma: sí.
Quien usa de la fuerza para imponer sus ideas y atenta contra la vida de modo tan feroz, inconsciente o
conscientemente –e incluso conocedor de las consecuencias de sus actos-, demuestra públicamente su
incapacidad para experimentar y percibir la vida desde la diferencia, diferencia de la que se aparta, desde
su raíz, cualquier empresa terrorista, que no es sino el instrumento de un sector minoritario que reclama un
reconocimiento social, popular o, por qué no decirlo, también global.
Pero esa diferencia, repito, no es sólo la que nos convierte en individuos poseedores de mentes más o
menos abiertas y tolerantes; no es solamente la diferencia que nos integra cualitativamente en un mundo de
progreso más o menos solidario y más o menos justo; sino que también, y así es como lo siento, nos hace
crecer como personas y comportarnos y relacionarnos como seres libres y como seres humanitarios.
Creo que, por encima de todo, nos debemos a nosotros mismos ser capaces de convivir con valores tan
estimulantes como son la libertad y el humanitarismo. No sé si el estado de paz es consustancial al género
humano, pero yo creo que la realidad nos enseña cada día que es un deber natural de cada pueblo.

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