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Filosofía Contemporánea Siglo XIX – Apunte de Cátedra

“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre


Javier Alegre

El hombre mismo se diferencia de los animales a partir


del momento en que comienza producir sus medios de vida
La ideología alemana

La vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la
forma de la actividad vital reside el carácter dado de una especie, su carácter genérico,
y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre. (...) La actividad
vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal
Manuscritos económico-filosóficos

Karl Marx (1818-1883) nació en Alemania y vivió errante entre ese país, Francia y
Bélgica debido a la persecución de los respectivos gobiernos hasta asentarse definitivamente
en Londres.1 Sus elaboraciones teóricas estuvieron en conexión directa con el espíritu de la
época del siglo XIX: sus pensamientos respondieron a los incesantes cambios políticos,
sociales, económicos y científicos, y, más específicamente dentro de éstos, la reorganización
social y las condiciones laborales impuestas por el industrialismo ocuparon un lugar
primordial en sus intereses. Sus reflexiones se movieron entre los horizontes de dos
disciplinas: filosofía y economía. Aunque existen algunas diferencias de porte entre sus
escritos de juventud –de mayor corte filosófico– y los de madurez –volcados casi en
exclusividad hacia la economía–, no hay una ruptura total entre ambos períodos. La
continuidad está dada principalmente por el objetivo que persigue con sus teorizaciones, que
permanece invariable, y por la relación estrecha entre las ideas que propone y el intento por
formar una estructura conceptual que denuncie y se oponga al status quo de la época.
Debido a que Marx, si bien desde lenguajes y perspectivas disímiles, sostiene
cuestiones emparentadas entre sí en sus diferentes momentos es que haremos una
presentación general de sus reflexiones sobre el trabajo sin plantear diferencias insolubles
entre las ideas de uno u otro período. En nuestra exposición nos apoyaremos preferentemente
en sus textos de juventud porque son los que poseen mayor riqueza filosófica, pero
recurriremos también a aquellas categorías conceptuales de los libros escritos en su adultez
que sirven para esclarecer la cuestión del trabajo y que muestran la continuación existente en
el pensamiento marxista.2

1
Marx vivió escapando de estos países porque los gobiernos no veían con buenos ojos sus actividades
periodísticas y políticas. Las publicaciones que dirigió o en las que colaboró fueron sistemáticamente censuradas
y cerradas, se le prohibió desempeñarse como funcionario público y se dictaron órdenes de encarcelamiento y/o
destierro en Alemania, Francia y Bélgica. En Inglaterra se le permitió residir pero no pudo desempeñar actividad
rentada, por lo que sobrevivió mediante colaboraciones con medios de prensa extranjeros (su relación más
prolongada fue con el New York Tribune) y, sobre todo, gracias a la ayuda económica de su amigo y colaborador
Friedrich Engels.
2
La distinción tajante entre un joven Marx y un Marx adulto fue introducida en la filosofía recién en la segunda
mitad del siglo XX, a partir de las elaboraciones estructuralistas de Louis Althusser en la década del ´60. En su
afán por reconocerse en la línea del verdadero Marx, Althusser sostiene que hay una ruptura epistemológica
total (término que toma de su maestro Gaston Bachelard) entre los primeros textos marxistas –aquellos escritos
hasta el año 1845–, a los que no debían atenderse dado su impronta humanista e idealista, y los pertenecientes a
la etapa que inicia en 1845, de carácter científico y que debían tomarse como punto de partida. Consideramos
exagerada semejante distinción; los puntos de conexión entre ambos períodos serán expuestos durante el
desarrollo.

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“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

Previamente haremos un breve desarrollo de la importancia que tiene y el lugar que


ocupa el trabajo en Hegel, pues es un antecedente teórico de relevancia en el pensamiento
marxista y sirve para comprender mejor a éste.

* Hegel: el trabajo como medio de realización de la autoconciencia


Según el sistema idealista que G.W.F. Hegel (1770-1831) plantea en su principal libro,
Fenomenología del Espíritu, todo cuanto existe surge del desenvolvimiento de la Idea (que se
encuentra primero en sí, luego fuera de sí y finalmente vuelve a sí y es en sí y para sí) y tiene
por finalidad última el autoconocimiento total de sí misma, momento en que se da la
reconciliación definitiva de todo lo existente.3 Al provenir todo de la infinita actividad
espiritual, cualquier acción material también es una manifestación del Espíritu: el trabajo es
un ámbito en el cual el Espíritu desarrolla sus potencialidades como asimismo en el que el
Espíritu se convierte en algo distinto de lo que era hasta entonces. La actividad productiva se
destaca porque es un acto de objetivación del Espíritu y representa la transición desde el
espíritu subjetivo al espíritu objetivo.4
El principal aspecto positivo del trabajo en la Fenomenología… consiste en que es la
vía mediante la cual el hombre forja su autoconciencia y se reconoce como un ser libre frente
a la naturaleza. En el trabajo la conciencia se objetiva en una obra exterior que puede subsistir
independientemente de ella, en la cual se refleja y reencuentra pues contiene sus rasgos
distintivos. Estas notas están condensadas en el apartado de la dialéctica del señor y el siervo
de la Fenomenología...;5desarrollamos a continuación su contenido dado el carácter central
que posee en la noción hegeliana del trabajo.
En la dialéctica del señor y el siervo, Hegel sostiene que toda autoconciencia posee el
deseo y la necesidad de ser reconocida por otra autoconciencia, de no mediar este
reconocimiento permanece incompleta, no se realiza como tal: “la autoconciencia es en y
para sí en cuanto que y porque es en sí y para sí para otra autoconciencia; es decir, sólo es en
cuanto se la reconoce”.6 Un ser humano únicamente puede serlo en sociedad pues sólo allí
obtiene el reconocimiento de sus iguales, sin éste no concreta cabalmente su existencia. Para
lograrlo, en los inicios, los hombres entran en lucha a muerte por ser reconocidos: “el
comportamiento de las dos autoconciencias se halla determinado de tal modo que se
comprueban por sí mismas y la una a la otra mediante la lucha a vida o muerte. Y deben
entablar esta lucha, pues deben elevar la certeza de sí misma de ser para sí a la verdad en la
otra y en ella misma. Solamente arriesgando la vida se mantiene la libertad”.7

3
Los tres momentos que atraviesa la Idea se corresponden con distintas disciplinas según Hegel: 1) la Idea en sí
es estudiada por la Lógica, 2) la Idea fuera de sí, por la Filosofía de la Naturaleza, y 3) la Idea en sí y para sí, por
la Filosofía del Espíritu. Este tercer ámbito es el propio de la actividad humana y la filosofía, lo que sigue
pertenece exclusivamente a este plano.
4
En Hegel, el espíritu subjetivo consiste en la libertad personal abstracta, de carácter individual e interior, aún no
puesta en juego ni demostrada en el mundo social o intersubjetivo. El espíritu objetivo es ya la concreción de
éste en los hábitos, costumbres, productos, leyes e instituciones sociales, la forma que toma en aquellas
instancias que van más allá de la mera individualidad.
5
En realidad la sección se titula Independencia y sujeción de la autoconciencia: señorío y servidumbre, pero lo
contenido en ella se ha popularizado con el nombre de dialéctica del señor y el siervo o del amo y el esclavo,
según sea la traducción que se utilice.
6
Hegel, G.W.F. Fenomenología del Espíritu. Trad. Wenceslao Roces. F.C.E., México, 1998, p. 113. Las
cursillas, aquí y en todos los casos sucesivos, pertenecen al autor correspondiente.
7
Ibíd. p. 116. La necesidad de esta lucha para la existencia humana bien la expresa Kojève: “hablar del origen de
la Autoconciencia implica por necesidad hablar de una lucha a muerte por el reconocimiento. Sin esa lucha a
muerte hecha por puro prestigio, no habrían existido jamás seres humanos sobre la tierra” [Kojève, Alexandre.
La dialéctica del amo y del esclavo en Hegel. Trad. Juan J. Sebreli y revisión de Alfredo Llanos. La Pléyade, Bs.
As., 1975, p. 15].

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De esta lucha resulta un vencedor: el señor o amo (que no tuvo miedo a la muerte y
arriesgando su vida logró ser la autoconciencia reconocida por el otro) y un derrotado: el
siervo o esclavo (que por miedo a morir cedió su libertad y se convirtió en una conciencia
dependiente, no reconocida por el otro), consisten en “dos figuras contrapuestas de la
conciencia: una es la conciencia independiente que tiene por esencia ser para sí, otra la
conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro; la primera es el señor, la
segunda es el siervo”.8
Una vez establecida la relación con este desnivel jerárquico, el amo se desliga del
trabajo y de la relación productiva con la realidad, mientras que el esclavo es quien debe
encargarse de vérselas con el mundo objetivo y realizar sus tareas en relación con los
elementos materiales. La conciencia del esclavo resulta así, en principio, doblemente servil ya
que su vida, por un lado, está sometida y a disposición del señor que le ha perdonado la vida
y, por otro, está volcada hacia objetos que no le pertenecen y que además están regidos por
leyes naturales distintas a las de su conciencia, debe amoldarse a ellas en su interacción con
dichos objetos. Aquí es interesante resaltar que nadie trabaja por elección propia para Hegel,
el trabajo surge como condena para el vencido. En un comienzo, previo a la lucha, cada uno
autosatisfaría sus necesidades y no produciría nada que no fuera para su propia supervivencia,
recién cuando el amo le asigna al esclavo las tareas materiales como condición para su
subsistencia se origina la actividad productiva organizada y destinada a otros. El trabajo
propiamente dicho es el resultado de una amenaza, de una obligación impuesta, no se hubiera
iniciado de no mediar esta conminación a la acción por parte del más fuerte.
A partir de esta situación se da una inversión dialéctica en la condición de señor y
siervo. El señor, inicialmente libre, se convierte en dependiente del trabajo del siervo y de los
objetos que éste le provee, sin ellos no podría satisfacer sus necesidades materiales, no sabe
cómo subsistir ya que no conoce el modo de desempeñarse productivamente, de relacionarse
con el mundo de las cosas, está acostumbrado a ser servido: “el señor, que ha intercalado al
siervo entre la cosa y él, no hace con ello más que unirse a la dependencia de la cosa y gozarla
puramente; pero abandona el lado de la independencia de la cosa al siervo, que la
transforma”.9 En tanto que el siervo, en principio dependiente, alcanza su libertad de
conciencia a través del trabajo, mediante éste logra el dominio de la naturaleza y de sí mismo.
Domina la naturaleza pues consigue imponerle sus propias leyes –moldearla según sus
necesidades– y obtener de ella lo que apetece, deja de ser alguien que permanece a la espera
de lo que la naturaleza consienta darle y consigue que ella le proporcione lo que necesita. Y
logra el dominio de sí porque aprende a controlar la satisfacción de sus deseos y se vuelve
metódico: lo que produce no puede consumirlo inmediatamente –ya que debe entregárselo al
amo– sino sólo en el mediano plazo –cuando el amo se digna otorgarle una parte– y se
ejercita en retardar la complacencia de sus apetencias; con esto se autodisciplina, sabe
dominarse y vuelve innecesario el dominio del señor, se ha convertido en su propio señor. Se
ha invertido la situación: la conciencia del amo pasó a ser dependiente y la del esclavo,
autónoma.
El amo, entonces, se ve forzado a reconocer al siervo como ser autoconciente que
logró su independencia y dominio sobre el mundo gracias al trabajo; y para alcanzar su propia
autoconciencia libre debe aprender a trabajar como lo hace el esclavo. Sólo mediante el
trabajo se logra el dominio de sí y de la naturaleza, no hay otra vía. No hay autoconciencia
posible sin la mediación del trabajo, en palabras de Hegel: “la conciencia a través del trabajo
llega a sí misma. (...) La conciencia que trabaja llega, pues, de este modo a la intuición del ser
independiente como de sí misma”.10

8
Ibíd. p. 117.
9
Ibíd. p. 118.
10
Ibíd. p. 120.

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El reconocimiento que en sus orígenes se daba por la dominación total del señor sobre
el siervo, dependencia personal en la esfera privada,11 se convierte en un reconocimiento
mutuo como seres autoconcientes en la esfera pública. La lucha por el reconocimiento pasa de
la dependencia servil a la intersubjetividad social mediante el carácter formativo del trabajo;
nuestro reconocimiento como seres humanos ya no dependerá de una voluntad o acción
individual sino que estará asegurada por nuestra integración en el espacio público como
ciudadanos y sujetos de derechos (políticos, laborales, educativos, etc.) gracias a este
desarrollo de la autoconciencia que hizo posible el trabajo.
El trabajo es aquí formativo tanto objetivamente como subjetivamente. En el plano
objetivo, porque elabora cosas y genera un nuevo mundo material, un entorno físico que no
existía previamente: no habría mundo, tal cual lo conocemos, sin trabajo. En el plano
subjetivo, porque da origen a la conciencia libre y, por ende, al individuo autoconciente:
tampoco habría ser humano, tal cual nos reconocemos, sin trabajo. Es imposible que exista el
hombre independientemente del trabajo, en la pura ociosidad; nos constituimos como género
humano gracias a la huella que el trabajo deja en nosotros.
Dado que consiste en la instancia en la que el hombre objetiva el mundo y se realiza
como autoconciencia libre, el trabajo ocupa una posición destacada en el esquema hegeliano
y, más importante aún, comienza a constituirse a partir de él en un tema de relevancia dentro
de la filosofía. Hasta entonces, finales de la Modernidad, priman dentro de la reflexión
filosófica dos líneas maestras respecto del lugar que le cabe a la actividad productiva en la
esfera humana: a) una, en la que no es un ámbito en el que se expresa o concreta lo más
propio del hombre sino que está relegado a un lugar secundario o entorpecedor en la
comprensión de lo específicamente humano;12 y b) la otra, en la que se hace una
reivindicación utilitaria del trabajo, limitada a los intereses económicos y el progreso técnico,
pero sin incumbencias antropológicas de relieve.13 Hegel, en cambio, como hemos visto, se
opone a estas corrientes dominantes y subraya la importancia que posee el trabajo para la
existencia humana.
Si bien el trabajo ocupa aquí un sitio central, es necesario resaltar, como se vislumbró
en lo expuesto previamente, que: a) la actividad productiva en un primer momento es una
carga para quien no pudo vencer en la lucha por el reconocimiento, surge con una fuerte
impronta negativa en el transcurso de la historia: el trabajo es la pena impuesta a la conciencia
servil tras su sometimiento, y b) adquiere un lugar destacado no por sus características
intrínsecas o por las tareas concretas que se efectúan en él sino porque es una manifestación
11
Cfr.: De Zan, Julio. La Filosofía Práctica de Hegel. El trabajo y la propiedad privada en la génesis de la
teoría del espíritu objetivo. Ediciones del ICALA, Río Cuarto, 2003. “Con la instauración de estas relaciones de
dominio del hombre por el hombre ya ha cesado la lucha, se ha alcanzado la paz y una primera forma de orden
social. Pero este es el orden de la desigualdad y la dominación despótica en el que no se reconocen la libertad ni
los derechos de los dominados. Desde el punto de vista moderno se lo debe juzgar por lo tanto como el reino de
la absoluta injusticia. La relación de dominación y servidumbre no produce ningún espacio público-político
porque la servidumbre es una forma de dependencia personal en la esfera privada” (p. 289).
12
Esta línea tiene como extremos temporales de mayor envergadura, pasando por diversos autores, a Aristóteles
en la antigüedad (con el antagonismo que establece entre praxis y poiesis, la imposibilidad de alcanzar la
sabiduría y felicidad mediante la actividad productiva y, por ende, la superioridad de la vida especulativa) y a
Kant en la modernidad (con su división entre filosofía teórica y práctica, donde el aspecto productivo queda
confinado al conocimiento de las conexiones causales de la naturaleza -filosofía teórica- y es netamente menos
significativo para el hombre que el conocimiento de lo producido por la razón en el ámbito de la libertad -
filosofía práctica-).
13
Esta postura se constituye recién en el Renacimiento y recorre la Modernidad a partir del establecimiento del
capitalismo, ejemplos salientes de ella son Adan Smith –que valora el trabajo sólo como bien económico, fuente
de riquezas, independizado de connotaciones éticas o antropológicas– o John Locke –quien coloca en el trabajo
el fundamento de la propiedad privada y la legitimación de la apropiación de las tierras que eran descubiertas, en
el mismo momento en que los reinos europeos en general e Inglaterra en particular se adueñaban de nuevos
territorios en ultramar–.

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del Espíritu. Respecto de este último punto, cabe recalcar una vez más que Hegel ve el trabajo
desde una perspectiva para nada concreta, es importante para que la autoconciencia llegue a
liberarse y reconocerse, pero que se produzca esto es totalmente independiente de la clase de
actividades que se ejecute. La liberación se da espiritualmente, no materialmente, no depende
de lo que se haga ni el modo en que se lo haga. Su concepción de praxis productiva es
netamente teórica, abstracta: “para Hegel la praxis no es sino un momento del proceso de
autoconciencia de lo absoluto, ya sea que se presente como trabajo humano en la
Fenomenología, o como idea práctica en la Lógica. (...) La praxis hegeliana es, en definitiva,
teórica, ya que sólo encuentra su fundamento, su verdadera naturaleza y su fin el movimiento
teórico mismo de lo Absoluto”.14
Sintetizando, la revalorización del trabajo en Hegel se da en un sentido espiritualista,
mistificado, permanece en el ámbito del pensamiento, de la pura abstracción. Su
reivindicación en cuanto elemento forjador del hombre va acompañada de la legitimación de
las formas de empleo propias del capitalismo industrial y se apoya en el trasfondo idealista
del reconocimiento psicológico o de la conciencia y del desenvolvimiento del Espíritu como
guía de las actividades prácticas. No avanza más allá del plano idealista y se desinteresa de las
condiciones reales y las maneras deshumanizantes en que el trabajo –paradójicamente
destinado a realizar el género humano– era llevado a cabo. Veremos a continuación cómo este
desinterés cambia en forma radical en el planteo marxista, si bien éste recoge ciertas notas del
legado hegeliano.

* Marx: trabajo y concepción antropológica


Si bien el ser humano se diferencia de los animales por varios rasgos que son
propiedad exclusiva de nuestro género, según Marx la distinción original –la que posibilita
que luego surjan las demás– consiste en la capacidad productiva del hombre: “podemos
distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera.
Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a
producir sus medios de vida”.15 La particularidad del humano reside en que es capaz de
trabajar, de relacionarse materialmente con el mundo de un modo distinto al que lo hacen los
demás seres de la Tierra, de generar un nuevo mundo en torno de sí. El trabajo es la actividad
productiva específicamente humana, es el ámbito en el que el hombre puede expresar y
concretar lo más propio de su humanidad: donde el hombre llega a ser hombre.
En la concepción antropológica de Marx el trabajo se convierte en el signo distintivo
básico del hombre, está en la base y fundamenta las demás diferencias que posee en relación
con las demás especies. Para poder sobrevivir debemos generar los elementos que nos
aseguren nuestra supervivencia (alimentos, morada, abrigo, etc.), para hacer esto tenemos que
relacionarnos con otros seres humanos pues no está en nuestras capacidades el poder hacerlo
solos, al relacionarnos para producir materialmente estaremos estableciendo determinados
patrones de organización de nuestra vida que luego se manifestarán en las ideas que
elaboremos, los sentimientos que desarrollemos, las palabras que utilicemos, etc.. Esta
dependencia de las manifestaciones culturales (política, moral, leyes, religión, lenguaje, etc.)
con respecto de las formas de producción ya es sostenida por Marx desde sus escritos de

14
Sánchez Vázquez, Adolfo. Filosofía de la praxis. Siglo XXI, México, 2003, pp. 100-101.
15
Marx, Karl y Engels, Friedrich. La ideología alemana. Trad. Wenceslao Roces. Santiago Rueda, Bs. As.,
2005, p. 19.

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juventud,16 pero está sintetizada en el célebre prólogo de Contribución a la crítica de la


economía política redactado en 1859:
“en la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones
necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a
una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de
estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de la conciencia social. El modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la
conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el
que determina su conciencia”.17

El predominio de las actividades materiales sobre las espirituales no es algo que se dé


en algunos individuos y en otros no, sino que es propio de toda la humanidad, se da tanto a
nivel de la vida individual (mis ideas, creencias o sentimientos son generadas por la forma en
que produzco y me relaciono para producir) como de la vida social (las ideas, creencias o
sentimientos que comparte la mayoría de los integrantes de una sociedad están sujetas a la
manera en que llevan adelante sus actividades materiales).
Ahora bien, aunque el trabajo es el que convierte al hombre en hombre, no cualquier
tipo de actividad productiva desarrollada por el humano es antropogénica. Para que lo sea,
para que el hombre realice lo más propio de él en esa tarea, debe consistir en una actividad
libre, voluntaria, consciente y creativa. Veamos uno por uno estos rasgos que otorga Marx al
trabajo auténticamente humano:
- libre: el hombre, contrariamente a los animales, no está determinado por instinto natural
alguno a realizar un cierto tipo de actividad. Por lo que socialmente tampoco debería
imponérsele la tarea a llevar a cabo, sino que tiene que surgir de la libre determinación de
cada uno.
- voluntaria: al no estar fijada por la naturaleza la actividad a desarrollar, ésta debe ser
producto de la elección voluntaria del individuo y así reflejar las inclinaciones o aficiones que
posee.
- consciente: el ser humano es el único que posee una representación mental de lo que realiza,
en cuanto a que puede dar cuenta discursivamente de ello, de los motivos que lo mueven, del
proceso en que está enmarcada su tarea y de los fines que persigue con ella.
- creativa: en el sentido de que sólo los integrantes del género humano pueden producir con
diferencias interindividuales o intraespecie (entre los ejemplares de la misma especie); la
indeterminación que es propia de nuestra actividad debe ser completada mediante las
capacidades y habilidades de cada persona.
El humano no es el único ser que produce cosas que no están dadas en la naturaleza,
pero sí el que en esa tarea puede concretar estas características. El cumplimiento de las notas
expuestas conduce a que el trabajo sea una manifestación de la personalidad de quien lo
realiza, la objetivación de su personalidad, y no un hecho mecánico tendiente a lograr
meramente la supervivencia física. Los hombres pueden volver reflexivamente sobre su
actividad productiva y redefinirla, modificarla o suplantarla por otra, en tanto que los

16
Queda demostrado en, por ejemplo, La ideología alemana: “lo que son coincide, por consiguiente, con su
producción, tanto con lo que producen como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son depende,
por tanto, de las condiciones materiales de producción” (pp. 19-20).
17
Contribución a la crítica de la Economía Política. Trad. Carlos Martínez y Floreal Mazía. Estudio, Bs. As.,
1973, pp. 8-9.

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animales no pueden tomar distancia de ella; “el animal es inmediatamente uno con su
actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma
objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente”.18
Lo antedicho queda reflejado en que los animales que producen (castores, abejas,
horneros, etc.) lo hacen todos de la misma manera dentro de su especie, bajo el imperio de la
necesidad física, en relación con una satisfacción inmediata o de corto plazo, para él o –como
máximo– para su círculo próximo y de acuerdo con la medida de su especie. Mientras que el
ser humano produce con infinitas variaciones dentro de su especie, puede hacerlo liberado de
toda necesidad física, en vistas a objetivos y proyectos que generalmente se concretan en el
largo plazo y para él o para cualquier individuo de su misma especie o de otra. Debido a esto,
Marx sostiene que “el animal (...) produce unilateralmente, mientras que el hombre produce
universalmente”.19
El humano en su producción se encuentra sujeto al medio ambiente, sólo puede
elaborar a partir de lo que éste le da naturalmente, pero en este punto también se distancia de
la pasividad de los animales porque utiliza la naturaleza de acuerdo con sus propios fines y
para los objetivos que él mismo establece. El hombre es constructor de mundo, y para
construir mundo es necesario que sea activo, que genere herramientas y artefactos que se
guíen según las leyes que él les impone y que sometan a las que preexistían en la naturaleza.
En el trabajo se manifiestan también el carácter social y el carácter genérico de la
especie humana. El hombre posee un intrínseco carácter social debido a que sólo por medio
de la sociedad puede constituirse como un individuo de su especie –la sociedad crea al
individuo y no al revés– y porque únicamente gracias a la utilización de los elementos y
prácticas que provee una organización social determinada quien produce en ella puede
desenvolverse adecuadamente en esa sociedad y ser considerado miembro de ella (si en
nuestros días alguien se alimentara cazando al estilo de los hombres prehistóricos difícilmente
sería considerado como un hombre pleno o un ciudadano íntegro, sería tratado de hombre-
lobo o algo similar y apartado de la vida social). Todas las actividades que se realizan, sean
privadas o públicas, individuales o grupales, son sociales ya que aún en aquellas que se llevan
a cabo en soledad se emplean instrumentos y conceptos elaborados socialmente y que remiten
ineludiblemente a la sociedad.20
En tanto que el carácter genérico del hombre está dado en que se experimenta y
comporta frente a sí y a su actividad no como un individuo aislado sino como representante de
un género entero, como portador de ciertas notas que le son exclusivas. Y el principal de esos
rasgos, a través del cual llega a desarrollar su conciencia genérica, es el de ser agente de
acciones productivas auténticamente humanas: “en la forma de la actividad vital reside el
carácter dado de una especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el
carácter genérico del hombre. (...) es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el
hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica
activa”.21 Nadie más que el hombre es capaz de reconocerse como miembro de una especie
general –lo que no está dentro de las posibilidades de los animales, un perro jamás puede

18
Marx, Karl. Manuscritos: economía y filosofía. Trad. Francisco Rubio Llorente. Altaya, Barcelona, 1997, p.
115.
19
Ibíd, p. 116.
20
Cfr.: Ibíd, p. 150: “pero incluso cuando yo sólo actúo (...) en una actividad que no puedo llevar a cabo en
comunidad inmediata con otros, también soy social, porque actúo en cuanto hombre. No sólo el material de mi
actividad (como el idioma, merced al que opera el pensador) me es dado como producto social, sino que mi
propia existencia es actividad social, porque lo que yo hago lo hago para la sociedad y con conciencia de ser un
ente social”. Con muestra de la referencia social inmediata de nuestras actividades más solitarias, siguiendo con
el ejemplo que da Marx, podríamos hacer el ejercicio de intentar pensar la actualidad haciendo uso del castellano
del siglo XV, seguramente nos veríamos en serios problemas.
21
Ibíd, pp. 115-6

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verse como perteneciente al género perruno, por ejemplo– y lo puede hacer gracias a que en
su actividad práctica-productiva plasma determinadas características que le son inherentes en
cuanto especie. Si el hombre no concretara en el trabajo su libertad, creatividad y conciencia,
jamás podría reconocerse como integrante de una clase universal. Repetimos, el hombre se
realiza como hombre y llega a identificarse como hombre, mediante el trabajo.
No está demás remarcar aquí que la realización a la que se refiere Marx es siempre
genérica y no posee el sentido individual que se la otorga actualmente. Cuando hoy en día se
dice que alguien se realizó porque trabaja de profesor, abogado, bombero o lo que fuere, se
está haciendo referencia al cumplimiento de ciertas aspiraciones individuales que poseía esa
persona; por ejemplo, la frase “quería ser médico y lo logró, por lo que se realizó en su vida”
sólo tiene un alcance particular, vale para alguien determinado, no para todo el género, pues
de lo contrario todos deberíamos ser médicos para realizarnos como seres humanos. Por el
contrario, para Marx la concreción de cualquier trabajo que posea los requisitos que
mencionamos más arriba implica una realización de las características del género entero,
independientemente de cuál es la tarea en cuestión. En mí, en mi acción vital, se plasma el
género humano.
La influencia hegeliana sobre Marx es manifiesta en lo referente a que el trabajo es
formativo tanto del género (sujeto) como de la realidad (objeto); mediante él el hombre se
realiza como tal y construye un mundo objetivo. En lo que Marx se opone a Hegel es en la
perspectiva idealista y espiritual desde la cual este último examinaba el trabajo, ahora las que
importan son las condiciones materiales de producción y la posibilidad de concretar en la
realidad las potencialidades humanas. El énfasis puesto en aspectos tan contrarios es lo que
abre un abismo irreducible entre los planteos de ambos autores y hace posible que Hegel, por
un lado, entienda como necesario atravesar por la fase de esclavo/siervo para liberar y realizar
la autoconciencia; mientras que en Marx, por otro, cualquier tarea que ligue con alguna forma
de sumisión material significa un impedimento para que se concrete lo específico del género
humano.
La actividad vital del hombre es su esencia, lo que lo distingue de los otros seres, y la
existencia individual está dirigida a, es un medio para, realizar la esencia genérica. Pero esta
esencia no es estática ni determinada de una vez para siempre, sino que es dinámica, mudable,
toma distintas formas a través del tiempo; la manera en que se concreta no se repite
históricamente del mismo modo, va variando de acuerdo con el desarrollo de las fuerzas
productivas de una sociedad. Cuando la producción y las relaciones materiales de los hombres
evolucionan y se diversifican, también lo hacen sus ideas y sus relaciones con los otros
hombres y, a la vez, se incrementa la división y especificidad del trabajo.
La producción, según Marx, fue atravesando diferentes etapas durante la historia, las
cuales dependieron de las diversas formas de propiedad que imperaban en cada época. La
primera forma de propiedad que existe es la propiedad colectiva de la tribu: la gente vive de la
caza, la pesca y el pastoreo, la división del trabajo es muy rudimentaria y la organización
social se divide en jefes de la tribu, miembros y esclavos. La segunda forma de propiedad es
la antigua o comunal: comienza la propiedad privada mueble e inmueble, se desarrolla más la
división del trabajo (ya existe el contraste entre ciudad y campo) y la sociedad se agrupa
básicamente en ciudadanos propietarios, soldados y esclavos. La tercera forma de propiedad
es la feudal: se extiende la agricultura, la división del trabajo sigue en línea creciente pero
todavía no se produce su gran explosión, predomina durante la Edad Media y la organización
social varía entre el campo y la ciudad, en el campo están nobles, clérigos, señores feudales,
siervos y vasallos (pequeños campesinos) y en la ciudad, maestros, oficiales y aprendices.22
La cuarta forma de propiedad es la capitalista moderna burguesa, a ésta Marx dedica el grueso

22
Cfr.: Marx, Karl y Engels, Friedrich. La ideología alemana. Op. cit., pp. 20-25.

8
Filosofía Contemporánea Siglo XIX – Apunte de Cátedra
“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

de sus estudios ya que es la imperante en el mundo contemporáneo y trae aparejada


consecuencias adversas para la humanidad. Al desarrollo de ella, entonces, dedicamos el
próximo apartado.

* El trabajo bajo las condiciones del capitalismo: alienación


El capitalismo tiene sus orígenes en el siglo XVI con el capitalismo mercantil, bajo la
forma de capitalismo industrial se constituye en predominante –gracias a los aportes de la
Revolución Industrial– en los siglos XVIII y XIX y es el sistema de producción que llega
hasta nuestros días, ya con nuevas modificaciones, con el nombre de capitalismo post-
industrial, tardío, avanzado o multinacional. En el período que nos ocupa aquí, siglo XIX, los
avances tecnológicos y las grandes ganancias emanados de la producción industrial generaron
una división del trabajo y especialización infinitamente superior a la que se había dado hasta
entonces, a la vez que dieron origen a una estructuración social inédita, en la que adquirieron
una relevancia determinante dos nuevas clases sociales: la burguesía y el proletariado. Engels,
en una nota agregada a la edición inglesa de 1888 del Manifiesto del Partido Comunista que
habían redactado con Marx en 1848, deja bien en claro a quienes incluye una y otra clase:
“por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, propietarios de los
medios de producción social, que emplean el trabajo asalariado. Por proletarios se comprende
a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados de medios de producción
propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir”.23
Tras la Revolución Industrial se reemplaza la agricultura y el trabajo artesanal por la
producción industrial en serie, lo que trae aparejado el traslado de grandes masas desde el
campo hacia las ciudades y los procesos de aglutinación de estos grupos en sectores reducidos
de las ciudades en situación de hacinamiento. En esta época aún no existen legislaciones que
regulen el trabajo y los obreros deben aceptar las condiciones laborales que les son impuestas.
La jornada laboral se extiende generalmente entre 12 y 16 horas diarias, las tareas que deben
realizar son repetitivas hasta el hartazgo, mecanizantes y cumplidas muchas veces en
condiciones inhumanas (sin luz solar, con escasa ventilación, en mala posición corporal, etc.),
los niños y jóvenes son obligados a trabajar desde edad muy temprana, la paga es muy baja
(apenas alcanza para que el grupo familiar sobreviva) y los obreros carecen de servicios de
salud y jubilación. El debilitamiento corporal y la extenuación provocadas por las largas
jornadas de trabajo, junto con la falta de higiene adecuada y de agua potable y la
diseminación de enfermedades epidémicas, hacen que la esperanza de vida de los obreros sea
muy reducida y que la mayoría de ellos deba trabajar hasta morir antes de los 40 años.
Marx observa que en estas condiciones el trabajo pierde su carácter de expresión de las
facultades del hombre ya que, básicamente, el trabajo y sus productos adquieren una forma de
ser antagónica a la existencia del trabajador. El trabajo no es satisfactorio, en el sentido de que
no responde a las necesidades genéricas sino que únicamente responde a las ansias de
ganancias de los burgueses. La producción no existe para el desarrollo y satisfacción del
obrero, al contrario, éste existe para aumentar la producción y las riquezas de los capitalistas:
“el obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en
potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas
más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la
valorización del mundo de las cosas”.24 El fin supremo de la vida son los valores económicos
capitalistas (ganancia, ahorro, etc.) y los valores humanos (de realización genérica) pasan a
segundo plano. El trabajador asalariado deja de ser un fin en sí mismo y se vuelve un medio

23
Marx, Karl y Engels, Friedrich. Manifiesto del Partido Comunista. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing
(China), 1991, p. 32.
24
Marx, Karl. Manuscritos: economía y filosofía. Op. cit., p. 106.

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Filosofía Contemporánea Siglo XIX – Apunte de Cátedra
“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

para el aumento de los bienes materiales, es explotado, recibe muchísimo menos de lo que
debería ya que se le paga lo mínimo necesario para que renueve su fuerza de trabajo y se
reproduzca –de modo de asegurar la existencia de mano de obra barata en el futuro– y no por
lo que produce: “(...) revierte al obrero la parte más pequeña e imprescindible del producto;
sólo aquella que es necesaria para que él exista no como hombre, sino como obrero, para que
perpetúe no la humanidad, sino la clase esclava de los obreros. (...) el obrero, muy lejos de
poder comprarlo todo, tiene que venderse a sí mismo y a su humanidad”.25
Para que esto suceda, previamente debe darse un proceso de cosificación del trabajo
mediante el cual la fuerza laboral que es abstracta (consiste en cuestiones no perceptibles por
sí mismas: energía, habilidades, conocimientos, etc.) se transforma en una cosa mensurable y
cuantificable según parámetros fijos (horas, puesto, producción, etc.) y el trabajador debe ser
reducido a depositario de esa cosa. Esta doble mutación se da con el fin de que en el mercado
puedan entrar libremente en transacción los burgueses, que cuentan con el capital y los
medios de producción, y los obreros, que cuentan solamente con su fuerza de trabajo. Pero
esta relación no es ecuánime ya que entre lo que ambos grupos tienen para ofrecer existe una
gran diferencia: lo que poseen los capitalistas puede acumularse sin deteriorarse y ellos
pueden sobrevivir tranquilamente sin negociarlo, en tanto que la fuerza de trabajo de los
obreros no es acumulable (si alguien permanece inactivo durante siete horas o días no habrá
acumulado fuerzas para realizar todo lo que debía en una sola hora o día, sino que habrá
desperdiciado sus fuerzas) y morirían de hambre si no la pusieran en venta. Si el capital no se
comercializa, se guarda como stock; si el trabajo no se vende, se destruye, no llega a existir.
La libertad con la que se cree entablar las relaciones en el mundo laboral es totalmente
ficticia, los burgueses no están constreñidos a hacerlo –únicamente lo hacen por su deseos de
ganancias–, en cambio los obreros sí están obligados porque de lo contrario perecerían; de allí
que los primeros puedan fijar los precios de los salarios según sus propios parámetros y a los
segundos sólo les quede acatar: “los trabajadores están obligados a ofrecer su persona y su
fuerza por el precio que quiera concedérseles. Cuanto más largo, penoso y desagradable sea el
trabajo que se les asigna, tanto menos se les paga”.26
El capital consiste en trabajo acumulado, según Marx, pues dada una cantidad
determinada de materias primas y medios de producción es la fuerza de trabajo la única que
puede generar nuevos bienes y riquezas. Para aumentar el capital más rápidamente, se
acrecienta la división del trabajo y la mecanización y monotonía de las actividades laborales,
lo que a su vez conlleva la disminución del tiempo aprendizaje o capacitación necesarios para
desarrollar las tareas y, por consiguiente, la baja del precio a quien las realiza.
Marx observa que las condiciones en que se desarrolla el trabajo vuelven imposible de
concretar las características que hacen de él una instancia auténticamente humana; en el
capitalismo del siglo XIX el trabajo no es una actividad libre, voluntaria, conciente ni
creativa. Y si el hombre no se realiza en su trabajo entonces no es un ser humano cabal, sino
que deviene en un ser parcializado, mutilado, truncado, en fin, se convierte en otro tipo de
individuo, un ser alienado, enajenado.27 El trabajo capitalista es, por lo tanto, el productor de
alienación; pero si bien ésta surge en el ámbito laboral no se reduce a permanecer en él, es un
fenómeno que luego se traslada a toda la vida humana, inunda por completo las diversas
esferas de la existencia.
La alienación o enajenación refiere a volcar fuera de sí lo que es más propio, a que se
pierda y vuelva extraño lo que es específicamente humano. Consiste en que el hombre no se
experimenta a sí mismo como el factor activo en la construcción y captación del mundo, sino

25
Ibíd. p. 61.
26
Ibíd. p. 71.
27
Alienación proviene del vocablo latín alienus, que significa ajeno. De allí que en su raíz etimológica alienado
y enajenado estén estrechamente unidos y suelan usarse como sinónimos.

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Filosofía Contemporánea Siglo XIX – Apunte de Cátedra
“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

que se siente un ser pasivo al que sólo le cabe sufrir lo que el destino le depare; lo convierte
en un ser incapaz de cambiar su vida, de ser motor de transformaciones, de construir historia y
lo conduce a un estado permanente de embotamiento y extrañamiento. La naturaleza, el
hombre y el género humano todo permanecen ajenos al ser humano, dejan de ser un reflejo de
sus capacidades, un espejo en cual reconoce su humanidad, y los vive como algo dado, ya
fijado, independiente de su acción y de su voluntad. El mundo natural y social se le vuelven
extraños. Esta situación le impide desarrollar sus potencialidades y habilidades genéricas, a la
vez que lo reduce a un estado semejante al de los animales en el que ni la libertad ni la
felicidad están a su alcance. El hombre enajenado reniega de lo que lo diferencia de los
animales y encuentra lo más particular de él en lo que comparte con los animales. Dejemos
que Marx nos describa in extenso el sentimiento que genera la alienación en el trabajo:
“¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?. Primeramente en que el trabajo
es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador
no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una
libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso
el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo
suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así,
voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad,
sin solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter
extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una
coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo
externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de
ascetismo. (...) De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus
funciones animales, en el comer, beber, engendrar, (...) y en cambio en sus funciones
humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en
animal. Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también auténticas funciones
humanas. Pero en la abstracción que las separa del ámbito restante de la actividad humana
28
y las convierte en fin único y último, son animales”.

La alienación se origina por diversas causas dentro del mundo del trabajo, Marx señala
cuatro factores de alienación en los Manuscritos, ellos están referidos a: a) el producto del
trabajo, b) la actividad del trabajador, c) el género humano, y d) entre sujetos. Veamos una
por una estas formas de alienación:

 Alienación con respecto al producto del trabajo:


El producto que se origina en el trabajo es la objetivación o realización de la actividad
y de las capacidades genéricas del hombre, cuando el capitalista le arrebata al trabajador el
objeto de su producción también le está quitando lo más específico de él y convirtiendo en
ajena la capacidad que lo diferencia de los animales. El productor sufre la expropiación del
producto de su trabajo y aunque lo haya generado pasa a convertirse en un objeto extraño para
él. El obrero experimenta impotencia ante el poderío que adquieren los objetos que él mismo
engendró, su existencia se desdibuja ante la presencia del objeto de su trabajo, “la
enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se convierte
en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extraño,
que se convierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto
se le enfrenta como cosa extraña y hostil”.29

28
Ibíd. pp. 112-3. Si bien esta descripción corresponde específicamente a la alineación con respecto a la
actividad del trabajo, es la que mejor refleja lo que la alineación en general produce en el ser humano.
29
Ibíd. p. 110.

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“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

El valor del objeto es inversamente proporcional al valor del trabajador, cuanto más
vale aquél, menos vale este último, y en el mercado el producto adquiere mucha mayor
importancia que la vida y la actividad del trabajador. La cosa (producto) se opone al hombre
(productor) y termina por someterlo, “la apropiación del objeto aparece en tal medida como
extrañamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos alcanza a poseer
y tanto más sujeto queda a la dominación de su producto, es decir, del capital”.30
Marx señala la paradoja de que cuanto más y mejor produce el obrero más enaltece a
su oponente (el producto), más refuerza los mecanismos del mercado y el poderío del capital
y, por consiguiente, más esclavo se vuelve él del producto, el mercado y el capital. Este
círculo en que se ve encerrado el trabajador también se manifiesta en el modo en que
relaciona con la naturaleza. Ésta se presenta de dos maneras para el hombre: en forma de
materias primas para el trabajo y como dadora de víveres para la subsistencia; la
industrialización lleva a que para el trabajador desaparezca en el último sentido y únicamente
exista en el primero, para adquirir víveres primero debe utilizarla como materia prima en su
trabajo, sólo puede subsistir como humano si es previamente obrero. Frente a la naturaleza el
hombre ahora se reduce a obrero: la humanidad se convierte en medio para la producción.

 Alienación con respecto a la actividad del trabajador:


El acto de producción debería ser el momento en que el trabajador se realiza y
concreta lo específico de su condición humana, pero en las circunstancias en que debe ser
llevado a cabo en el capitalismo se convierte nada más que en un medio para sobrevivir
físicamente. El obrero no tiene posibilidad alguna de realizar una actividad libre, voluntaria ni
conciente, pues en las largas y monótonas cadenas de montaje surgidas con el industrialismo
no participa en la elección ni en el diseño de sus tareas, desconoce el proceso en que está
inserta su labor y muchas veces tampoco ve el objeto en que concluye su actividad. El
trabajador no percibe su actividad como aquello que lo identifica como hombre, sino que la
siente como algo inerte que ha debido vender como fuerza de trabajo a cambio de un monto
fijo, la ve “como un actividad extraña, que no le pertenece, la acción como pasión, la fuerza
como impotencia, la generación como castración, la propia energía física y espiritual del
trabajador (...) dirigida contra él”,31 entiende la actividad como orientada exclusivamente a la
supervivencia y no como instancia de realización humana. El sentido –el por qué– del trabajo
está fuera del trabajo. En el extenso párrafo citado anteriormente acerca de la relación del
trabajador con su actividad quedó expresada la manera en que el trabajador siente su actividad
como una cárcel de la que quiere escapar ni bien tiene posibilidad y el modo en que el ámbito
donde debería concretar su libertad se transforma en el de mayor opresión.

 Alienación con respecto al ser genérico del hombre:


El carácter genérico del hombre se pierde ya que en el trabajo las características que
son propias de nuestro género se convierten en un mero vehículo para la subsistencia
individual: “el trabajo enajenado (...) también hace del género algo ajeno al hombre, hace que
para él la vida genérica se convierta en medio de la vida individual. En primer lugar hace
extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual, en segundo término convierte a la
primera, en abstracto, en fin de la última”.32 Es aspecto genérico es relegado por la
supervivencia individual, cuando –como lo señalamos en el apartado anterior– la conciencia
de pertenecer a una clase universal depende del reconocimiento de que la realización
propiamente dicha es la realización del género en mí, en mi actividad. La esencia humana se

30
Ibídem.
31
Ibíd. p. 114.
32
Ibíd. p. 115.

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“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

convierte en un medio para la existencia física individual, cuando en realidad la existencia


debería apuntar a la realización de la esencia genérica.33
 Alienación entre sujetos:
Es consecuencia directa de la anterior, que no nos reconozcamos formando parte
solidariamente de un género común conduce a que vivenciemos a todos los demás seres
humanos como otros, distintos, discordantes, y no como semejantes a nosotros. Las relaciones
entre hombres no son relaciones entre iguales, se convierten en relaciones entre extraños. El
otro es vivido como amenaza y factor de disputas, el sistema capitalista instaura una guerra de
todos contra todos: capitalistas contra capitalistas para ganar mercado y obtener más
ganancias, capitalistas contra obreros para continuar sometiéndolos y aumentar la explotación,
obreros contra capitalistas para lograr condiciones laborales y económicas más beneficiosas, y
obreros contra obreros por acceder, primero, a los puestos de trabajo disponibles y, luego, a
los mejores remunerados.

* Trabajo y fetichismo de la mercancía en El Capital


En El Capital,34 Marx sigue sosteniendo tanto una concepción de trabajo similar a la
expuesta en sus obras de juventud como la idea de que el capital es trabajo acumulado, pero,
por un lado, se aparta de toda teorización que no surja del análisis de los modos en que se han
dado históricamente los procesos laborales y, por otro, profundiza y desarrolla de modo
mucho más puntilloso los mecanismos y conceptos socio-económicos a través de los cuales el
capitalismo lleva adelante la producción y convierte en natural su accionar.
El trabajo continúa siendo entendido como la actividad propiamente humana, en la que
no sólo se actúa sobre la naturaleza sino también sobre uno mismo: “el trabajo es, ante todo,
un acto que se desarrolla entre el hombre y la naturaleza. (...) Al mismo tiempo que por medio
de ese movimiento actúa sobre la naturaleza exterior y la modifica, modifica su propia
naturaleza y desarrolla las facultades que dormitan en ella”. 35 Vuelve a subrayar las notas de
consciente y voluntaria que destacan a la actividad vital humana por sobre la de cualquier
animal: “lo que desde el comienzo distingue al peor arquitecto de la abeja más experta es el
hecho de que aquél ha construido la celdilla en la cabeza antes de trasladarla al panal. El
resultado en que culmina el trabajo preexiste idealmente en la imaginación del trabajador. No
se trata de que sólo produzca un cambio de forma en las materias naturales; al mismo tiempo
realiza su propio objetivo, del cual tiene conciencia, que determina, como una ley, su modo de
acción, y al cual debe subordinar su voluntad”36 y asimismo “en el proceso de trabajo, la

33
Es apropiado aclarar aquí que el concepto de esencia humana ya no es utilizado por Marx en textos posteriores
a los Manuscritos pues abandona la idea de esencia como potencialidad engendrada en la existencia que puede o
no cumplirse efectivamente, no dada en la existencia concreta. En las siguientes obras prefiere hablar de
naturaleza humana y no la contrapone a las formas históricas, resulta de las relaciones sociales y se expresa de
distintas maneras en el tiempo. El cambio categorial tiene que ver con que si bien Marx no entendía la esencia al
modo de la tradición filosófica (ya dada, fija, inmutable) sino como sujeta a variaciones históricas de acuerdo
con el desarrollo de la sociedad y de las fuerzas productivas, ese concepto seguía presentando cierto carácter
especulativo debido a que surgía de la negación en el pensamiento de las diferentes maneras que el trabajo había
tomado a través de la historia.
34
El Capital es la obra principal del la última etapa de pensamiento de Marx. Consta de tres voluminosos libros,
el primero de ellos fue el único que publicó Marx en vida (en 1867), en tanto que los otros dos fueron publicados
póstumamente por Engels, en 1885 y 1895 respectivamente.
35
Marx, Karl. El Capital. Crítica de la Economía Política. Trad. Floreal Mazía. Cartago, Bs. As., 1973, tomo I,
p. 187.
36
Ibíd., pp. 187-8.

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“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

actividad del hombre efectúa, pues, con la ayuda de los medios de trabajo, una modificación
voluntaria de su objeto”.37
El proceso de trabajo presenta aquí tres elementos: a) la actividad del hombre o trabajo
propiamente dicho, b) el objeto del trabajo, y c) el medio por el cual se actúa. De la
conjunción de éstos resulta el producto, el cual puede ser consumido individualmente y
desaparecer en ese consumo o bien ser consumido productivamente (ser utilizado como objeto
o medio de trabajo en otro proceso productivo) y dar lugar a nuevos productos. Es decir que
una cosa cualquiera no se desempeña en forma fija como objeto, medio o producto, sino que
su función depende del proceso de producción en que esté enmarcada.
Todos los modos de trabajo actuales y pasados tienen en común buscar la satisfacción
de las necesidades materiales de los seres humanos, de ello no escapa ninguna formación
histórica: “el proceso de trabajo (...) es la condición general de los intercambios materiales
entre el hombre y la naturaleza, una necesidad física de la vida humana, independiente, por lo
tanto, de todas sus formas sociales, o más bien, igualmente común a todas”.38 Ahora bien,
además de este rasgo coincidente, el trabajo dentro del capitalismo posee las particularidades
de ser un proceso bajo la dirección y propiedad del capitalista y de tener por objetivo producir
no sólo una cosa útil sino más bien un valor que dé lugar a nuevas ganancias. Veamos cómo
se produce esto último.
Marx afirma que el trabajo apunta a originar mercancías y que toda mercancía posee
un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso es la utilidad que posee una cosa para
satisfacer las necesidades humanas y se realiza en el uso o consumo de ella (ej.: que una
campera nos abrigue del frío), en tanto que el valor de cambio es “la proporción en que los
valores de uso de distintos tipos se intercambian, relación que cambia constantemente con el
tiempo y el lugar”39 (ej.: que esa misma campera pueda ser cambiada por un libro). El valor
de uso de los objetos de una clase es propio de cada uno de ellos y diferente de los demás
pues depende de sus cualidades (unos alimentan, otros instruyen, algunos protegen, etc.), pero
en cuanto al valor de cambio todas deben estar sujetas a un parámetro común y sólo pueden
diferir en cantidad (que una valga igual, la mitad o el doble que otra, etc.). ¿Cuál es ese
parámetro común?, Marx nos responde: “sólo la cantidad de trabajo, o el tiempo de trabajo
necesario en una sociedad dada, para la producción de un artículo determina la cantidad de su
valor. (...) Las mercancías que contienen iguales cantidades de trabajo, o que se pueden
producir en el mismo tiempo, tienen, por consiguiente, el mismo valor”.40 Este tiempo de
trabajo socialmente necesario es una medida promedio, imparcial, indiferente a las
capacidades y los intereses de quien lo ejecuta, y varía según el desarrollo de las fuerzas
productivas de cada época (la cantidad y tiempo de trabajo para producir un automóvil eran
mucho hace un siglo que ahora, por ejemplo). Da igual que el trabajador sea naturalmente
capaz para esa tarea o no, que esté motivado o aburrido, que sea feliz o infeliz haciéndolo, que
piense en ello todo el tiempo o esté desconcentrado; al fin de cuentas el sistema productivo
constriñe a que todo aquel que se integre a él realice las tareas de idéntica manera y en el
mismo tiempo, y es esto lo que estipula el costo del producto. A la par que la producción se
maquiniza y automatiza, el otorgamiento de valor se vuelve abstracto y se despersonaliza.
Que el criterio que fija el valor de las mercancías en el capitalismo dependa de un
patrón abstracto y no esté en relación con la utilidad de la cosa ni con la habilidad de quien la
produce no es ninguna casualidad según Marx, sino que es el resultado de un ardid engañoso:
el fetichismo de la mercancía. Mediante éste, se oculta el carácter social de las mercancías y
se las presenta como neutrales; se eleva la mercancía a fetiche, a objeto de idolatría, en el

37
Ibíd. p. 190.
38
Ibíd. p. 192.
39
Ibíd. p. 56.
40
Ibíd. pp. 58-9.

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“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

sentido de que se le otorgan poderes que no posee y que van más allá de sus propias
cualidades, se la ve como la reguladora de los procesos y relaciones laborales cuando en
realidad es producto de ellos: “el carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso.
Tampoco nace del contenido de las determinaciones de valor. (...) Lo enigmático de la forma
mercancía consiste, pues, simplemente en que devuelve a los hombres la imagen de los
caracteres sociales de su propio trabajo deformados como caracteres materiales de los
productos mismos del trabajo, como propiedades naturales sociales de esas cosas; y por lo
tanto, refleja también deformadamente la relación social de los productores con el trabajo
total en forma de una relación social entre objetos que existiera fuera de ellos”.41 El fetichismo
de la mercancía posibilita que las interacciones entre los diferentes integrantes del sistema
productivo sean naturalizadas y presentadas en forma fragmentaria, como relaciones entre
cosas, neutras, ajenas a toda voluntad personal o social, guiadas por leyes ciegas e inevitables
como las que rigen la naturaleza. Su objetivo es que la plusvalía se entienda como el resultado
normal, incuestionable, del proceso de trabajo y que las relaciones y condiciones propias del
capitalismo se tengan por permanentes e inmodificables, de modo tal que sean aceptadas sin
discusión por quienes pertenecen a los sectores explotados.42

Para concluir este escrito, deseamos destacar dos aspectos: uno, hacia el interior del
pensamiento de Marx y el otro, hacia el exterior, en relación con las implicaciones teóricas
para el mundo del trabajo.
Respecto del primero, es evidente que la concepción y la posición destacada que
otorga al trabajo es lo que le da continuidad a la teoría marxista en sus diferentes momentos,
si bien existen diferencias de enfoque entre sus escritos tempranos y los posteriores. En sus
textos de juventud, se centra en que la actividad práctica productiva es lo específico del
hombre, lo que forja tanto al sujeto como al objeto y lo que genera riquezas, pero que en el
contexto del capitalismo se desvirtúa, no se realiza y da lugar a la alienación. En tanto que en
su etapa adulta, hace foco en que la actividad práctica queda oculta tras el valor de cambio de
la mercancía debido al proceso de abstracción y naturalización que convierte la actividad
humana en fuerza de trabajo cuantificable e intercambiable en el mercado con el fin de
generar plusvalía. El cambio en la sustancia de su pensamiento no es tan radical, se debe más
a las transformaciones propias de la adopción de nuevos conceptos y léxico con que se
argumentan opiniones similares; como afirma Herbert Marcuse en Razón y revolución: “la
crítica se inicia en términos filosóficos porque la esclavitud del trabajo y su liberación son
ambas condiciones que van más allá del marco tradicional de la economía política y que
afectan a los fundamentos mismos de la existencia humana (que son el dominio propio de la
filosofía), pero Marx abandona la terminología filosófica tan pronto ha elaborado su propia
teoría. El carácter crítico y trascendental de las categorías económicas, expresado hasta
entonces por conceptos filosóficos, es demostrado más tarde, en El Capital, mediante las
categorías económicas en sí mismas”.43

41
Ibíd. pp. 86-7, aunque para la transcripción de esta cita seguimos la traducción hecha por Manuel Sacristán
(publicada en la editorial Crítica) debido a que es más consistente.
42
La plusvalía es el valor excedente que produce el trabajo asalariado a partir de actuar sobre los objetos y
medios de producción y del cual se apropia el capitalista ya que no compra la fuerza de trabajo del obrero según
el valor que genera sino por lo que éste necesita para su supervivencia y la de su grupo familiar. Marx clasifica la
plusvalía en absoluta y relativa: “denomino plusvalía absoluta a la producida por la simple prolongación de la
jornada de trabajo [con la misma paga], y plusvalía relativa a la que, por el contrario, proviene de la abreviación
del tiempo de trabajo necesario [para producir lo mismo]” – Ibíd. p. 315.
43
Marcuse, Herbert. Razón y revolución. Trad. Julieta Fombona de Sucre y Francisco Rubio Llorente. Altaya,
Barcelona, 1994, p. 271. En sentido similar se expresa Richard Bernstein en su conocida obra Praxis y acción:
“una de las cuestiones más populares y estériles de la erudición marxista durante las pasadas décadas ha sido el
debate acerca del “joven” Marx versus el Marx “maduro”. El debate parte del hecho de que los escritos del Marx

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Filosofía Contemporánea Siglo XIX – Apunte de Cátedra
“Marx: el trabajo como realización y alienación del hombre” – Javier Alegre

En cuanto al segundo aspecto, Marx se propuso la reivindicación del hombre existente


y real, no del hombre teórico e ideal, debido a que tanto el capitalismo (como sistema
económico) como la filosofía y la economía política (en cuanto disciplinas que buscan rigor
científico) habían sobrevaluado el trabajo abstracto en desmedro del trabajo concreto. Contra
lo imperante en su época, planteó que el trabajo no es un castigo para el hombre –recordar
nuevamente las miserables condiciones laborales del siglo XIX ya descriptas–, sino que es la
oportunidad para que se manifiesten la libertad y la creatividad humana, para que el hombre
concrete lo específico de su género y no sea reducido a la animalidad bruta. Colocó en el
centro de la escena la cuestión de que las tareas que un ser humano realiza durante cada día de
su vida productiva son fundamentales para comprenderlo y jamás pueden ser menospreciadas
en favor de ideas abstractas al momento de emprender un estudio antropológico, filosófico o
sociológico. Y dejó fijado que las connotaciones antropológicas de la actividad productiva
humana –la importancia de lo que el hombre realiza laboralmente para lo que el ser humano
es o intenta ser– únicamente pueden ser desatendidas o descuidadas a riesgo de caer en
renovadas formas de deshumanización y manipulación. La clara denuncia contra las lacras
que dejaba el industrialismo a su paso y la reflexión en torno del trabajo alcanzaron entidad
propia a partir de Marx, por ello sus aciertos, errores y excesos no fueron echados al olvido y
continúan siendo debatidos un siglo y medio después de haber sido expresados.

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Javier Alegre
taton@gmx.net

joven son de tono mucho más filosófico y especulativo que su última investigación, detallada y técnica sobre el
capitalismo. El problema, entonces, es el de “reconciliar” estos dos aspectos de Marx. (…) Ya hemos sugerido
que éste es un pseudoproblema, que el sostener que existen dos Marx es una ficción. Existen el desarrollo y la
continuidad dialéctica de una perspectiva única y total que no puede ser entendida a menos que sepamos apreciar
sus orígenes hegelianos y las diversas direcciones en las que Marx continuamente afinó, especificó y criticó sus
propias investigaciones”. Bernstein, Richard. Praxis y acción. Enfoques contemporáneos de la actividad
humana. Trad. Gabriel Bello Reguera. Alianza, Madrid, 1979, p. 68.

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