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Alejandra Ferreiro
Lo estético y lo artístico
En toda actividad que el ser humano realiza siempre agrega un “algo
más”. El ser humano tiene la necesidad de reproducir su socialidad, pero
bajo el imperativo de hacerlo con “belleza”. De modo que, en la
dimensión cultural de la existencia social se observa una necesidad
inmanente a toda manifestación humana de la cual emerge el
comportamiento estético.
Este modo peculiar de apropiación de la realidad que puede
diferenciarse en condiciones históricas, sociales y culturales1 específicas
se encuentra enraizado en la capacidad humana de simbolizar y de
exteriorizar la memoria individual.2
La actividad estética, por ser inherente a la naturaleza humana, se
encuentra presente en todos los tiempos, aunque sus modalidades y
finalidades varían de sociedad a sociedad y presentan diferencias en
cada época histórica.

..., lo estético es inevitable y cotidiano, espontáneo y orientado


hacia las bellezas naturales o culturales, todas valorativas;
por consiguiente, no existe ser humano sin vida estética y ésta
se centra, para nosotros, en la sensibilidad o gusto, una
facultad humana ocupada en nuestros ideales de belleza y
sentimientos dramáticos, cómicos, de sublimidad o tipicidad.
En fin, lo estético se ocupa de nuestras preferencias y
aversiones sensitivas o estéticas, gracias a las cuales
mantenemos relaciones con la realidad inmediata y diaria.3

Es decir, lo estético es una cualidad sensible, una característica de la


sensibilidad humana. Sin embargo, la sensibilidad –entendida como
capacidad de sentir- no puede reducirse, aunque predomine en algunos
momentos, a los aspectos sensitivos, imaginarios o afectivos, ya que

1 Adolfo Sánchez Vázquez, Invitación a la Estética, México, Grijalbo, 1992, Pag. 57


2 Andre Leroi-Gourhan, cfr. Carlo Bonfiglioni, Fariseos y Matachines en la Sierra Tarahumara.
Entre la pasión de Cristo, la transgresión cómico sexual y las danzas de conquista, México, INI,
1995, Pag. 24
3 Juan Acha, Introducción a la Teoría de los Diseños. México, Trillas, 1988, Pag.22

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siempre se encuentra presente un componente intelectivo. Las


sensaciones sin el concurso de la razón no son identificadas,
reconocidas, es decir, plenamente experimentadas. Pero, la sensibilidad
reemplaza momentáneamente a la razón cuando sus recursos no
permiten penetrar la realidad experimentada.
La sensibilidad es histórica y varía de sociedad a sociedad y de
individuo a individuo, de manera que nuestras preferencias y aversiones
poseen un contenido social, de ahí que el placer o displacer, al
convertirse en sentimientos de agrado o desagrado, de aceptación o
rechazo, se vinculen con los valores sociales predominantes.
Si la sensibilidad es el soporte de la mirada estética del ser
humano y ésta se constituye histórica y socialmente, es posible entender
que exista un predominio de los valores de una sociedad en la aceptación
o rechazo de las producciones estéticas de otras culturas. Este es el caso
de las sociedades modernas en las que el arte ha ocupado un lugar
privilegiado en relación con el universo estético global, es decir, lo
estético ha sido reducido a lo artístico.
La relación estética tiene sus primeras manifestaciones en la
producción de objetos útiles en la que es posible ya observar una
conciencia protoestética -como la designa Sánchez Vázquez. Esta
producción de objetos no posee una finalidad estética, en tanto que no
se producen para la contemplación. El propósito de estas producciones
se vincula, generalmente, a los aspectos mágico-religiosos y rituales de
las diferentes sociedades o al terreno propiamente utilitario. No
obstante, en la actualidad es posible entablar una relación
contemplativa con ellos, es decir mirarlos estéticamente. Es decir, como
señala Sánchez Vázquez, se produce una disociación entre producción y
consumo, por lo que “la obra no es consumida de acuerdo con el fin y la
función que determinaron su producción y viceversa: a la producción

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corresponde hoy un modo de consumo (la contemplación) no buscado en


ella.”4
Esta separación, continúa este autor, obliga a plantear dos
cuestiones: ¿cómo puede funcionar estéticamente un objeto producido
sin una finalidad estética? y ¿cómo puede producirse sin finalidad
estética un objeto que, sin embargo, funciona estéticamente?5
Para responder la primera interrogante, es preciso pensar en una
caracterización amplia del arte, es decir como:

...una actividad humana práctica creadora mediante la


cual se produce un objeto material, sensible, que gracias
a la forma que recibe una materia dada expresa y
comunica el contenido espiritual objetivado y plasmado en
dicho producto u obra de arte, contenido que pone de
manifiesto cierta relación con la realidad.6

Esta definición favorece una actitud abierta hacia las manifestaciones de


otras culturas y considerar a los objetos o procesos con una finalidad
extraestética (mágica, religiosa, mítica o utilitaria) objetos dignos de ser
contemplados, esto es, considerarlos como obras de arte. Cualquier
objeto material producido por otras culturas y en otros tiempos, al ser
materia formada o forma sensible de una materia dada, expresa y
comunica el contenido espiritual objetivado, lo que produce a su vez un
efecto estético, “gracias al cual la obra significa y se abre al mundo.”7
Hay un desplazamiento, en el objeto derivado, de la función originaria
extraestética que provoca en nosotros una nueva función: la estética.
Esto se debe a que la obra es el producto de una actividad humana
creadora.
Afirmar que el arte es una actividad humana práctica creadora y
confirmar que se han producido objetos con finalidades extraestéticas,
que ahora son consumidos estéticamente, implica asumir que existe y
4 Adolfo Sánchez Vázquez, Invitación a la..., Pag. 88
5 Idem.
6 Adolfo Sánchez Vázquez, Estética y Marxismo, Tomo I, México, Ed. Era, 1983, Pag. 167
7 Adolfo Sánchez Vázquez, Invitación a la.... Pag. 89

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ha existido en todas las culturas una conciencia estética en la


producción de dichos objetos. De igual modo, el existir de esta
conciencia, es posible entenderla vinculada con el trabajo humano.

Es difícil no admitir [...], que en el productor prehistórico del


paleolítico medio superior [...] se fue dando cierta conciencia
de la “buena forma” y, unida a ella, la del “buen trabajo”. Y
que esa conciencia del “trabajo bien hecho”, gracias al cual
se alcanzaba la “buena forma”, tenía que ser a su vez,
conciencia de la capacidad para producir el útil dotado de
esa forma. Por último hay que suponer también que la
conciencia de la “buena forma” y del “trabajo bien hecho”,
así como de la capacidad propia para realizarlo, tenía que ir
seguida de cierto placer o satisfacción de la ejecución.8

Así, tenemos que el comportamiento estético no sólo es consubstancial


al ser humano, sino que además se presenta en todas sus
manifestaciones y producciones como una necesidad de “agregar algo
más” a todo lo que realiza. Esta escrupulosidad de la buena forma ligada
al trabajo bien hecho se descubre con toda claridad en todas las
producciones utilitarias que permiten, además un consumo estético.
Observar el desarrollo histórico de la conciencia estética, permite ampliar
nuestros horizontes teóricos y subrayar la diferencia entre la obra de
arte (consumo artístico) y la producción artística.
Una obra de arte, independientemente de su finalidad, produce
experiencias estéticas. En este sentido, cualquier objeto, acto o proceso
que tenga capacidad de transmitir un contenido y de producir una
experiencia estética se constituye en una obra de arte. Sin embargo, lo
propiamente artístico, está circunscrito al hecho histórico en el que
como resultado de su actividad, el ser humano ha desarrollado una
conciencia del “buen trabajo”, de la “buena forma” y de la capacidad
propia de producirla realizando el trabajo necesario. En las producciones

8 Idem. Pag. 98

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artísticas de la época moderna, lo que se observa es que finalidad y


efecto coinciden.
El artista al pertenecer a una sociedad que lo promueve, ha
adquirido la conciencia del efecto que produce y el valor de cambio que
este efecto contiene. Por ello, lo artístico posee, además de la finalidad
estética, otras finalidades extraestéticas. Como el resto de las actividades
sociales, en esta fase de la humanidad el proceso de producción del arte
está asociado a la división del trabajo, de donde emergen las actividades
individualizadas que requieren una formación académica. La distribución
de los bienes artísticos está vinculada con el mercado, por tanto es un
producto mercantilizado. Y, por último, su consumo implica un
conocimiento especializado que se da en un tiempo y un lugar
excepcionales.
Para recuperar lo dicho hasta el momento tenemos que, lo artístico
es un producto creado por la cultura occidental cuya acción está
circunscrita a las condiciones particulares de producción, distribución y
consumo del capitalismo. Mientras que lo estético aparece en
prácticamente todas las actividades del ser humano y en todas las
culturas, aunque con diversidad de formas de expresión.
La autonomía lograda por el arte y su inserción en el mercado ha
generado una tendencia equívoca de reducir lo estético a lo artístico y de
conferir una carga valorativa de “más bella” y “más buena” a la
producción artística, dejando fuera otras producciones estéticas. Sin
embargo, en la actualidad mantenemos con muchas de las producciones
humanas de otros tiempos una relación contemplativa, es decir,
funcionan en nuestro tiempo como obras de arte.

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2. Polémica estético-artístico en educación.


La polémica estético-artístico en educación no surge, como lo supone
Hargreaves,9 de la generalidad del primer término y la especificidad de la
conducta y habilidades del segundo, sino de la diferencia en la finalidad
de ambos comportamientos. El adjetivo estético califica aquella
experiencia humana que se produce ante lo inesperado, lo inaudito, lo
sorprendente, lo admirable, y de la que surge, aunque
momentáneamente, un sentido de unicidad en el individuo que lo
experimenta. Esta experiencia supone un modo peculiar de relacionarse
con objetos que asumen en algún momento una función estética. Pero
las experiencias estéticas no son todas del mismo grado, pueden variar
en fuerza de afección según si éstas provienen de nuestra relación con
objetos naturales o con objetos y acciones simbólicas. Por otro lado, el
adjetivo artístico se relaciona con la experiencia vivida durante la
creación de algún objeto estético, aunque no siempre corresponda con
una obra de arte; de ahí que esta experiencia pueda ampliarse a procesos
no circunscritos, como algunos aseguran, a la experiencia formativa con
técnicas especializadas provenientes del campo profesional del arte. Esta
diferencia conceptual permitió concluir en la necesidad de fomentar en la
educación básica ambas experiencias, la estética y la artística, pues si
bien la primera promueve una intensa sensibilización en el estudiante
que amplía su capacidad de percibir los matices del mundo, el proceso
educativo quedaría inconcluso sin la promoción de experiencias
artísticas, en las que el niño desarrolla su creatividad y la plasma en
objetos y formas estéticas.

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