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Universidad Arturo Michelena

Facultad de Ciencias Económicas y Sociales


Escuela de Psicología
Mención Clínica

ENFERMEDAD Y SALUD

Prof. Alfredo Sabatino. Estudiante:


-Campos, Mariana (C.I 28.480.133)
-Cartagena, Valentina
-Guerrero, Luisana
-Sirica, Daniel.
Noviembre, 2020.
Enfermedad y Salud

Capítulo 5: Enfermedades cardiovasculares, hipertensión, diabetes y cáncer

En este capítulo, Mussi presenta un despliegue de la causalidad de diversas enfermedades y


sus factores de riesgo; dentro de las enfermedades cardiovasculares manifiesta que los
factores emocionales explican alrededor de 50% de la varianza en los episodios de
cardiopatías, y estos factores comprenden: la personalidad tipo A, la ira y la hostilidad, la
reactividad cardiovascular al estrés y el apoyo social, es por tanto que la intervención
psicológica en la cardiopatía isquémica debe centrar su interés en la evaluación y
modificación de diversos aspectos del comportamiento del paciente, básicamente en aquellos
relacionados con los factores de riesgo más consolidados por la investigación biomédica y
psicológica, como es la hipertensión, la dieta alta en grasas, el abuso de tabaco, la falta de
ejercicio físico, el patrón de conducta tipo A, la ira y la hostilidad, y la falta de seguimiento
del tratamiento. El autor menciona que la realización de un programa que no tenga en cuenta
todos los factores de riesgo llevará, sin lugar a dudas, a establecer un tratamiento de poca
eficacia. Desafortunadamente, este ha sido el panorama más frecuente en cuanto a la
investigación psicológica se refiere. Así, por lo general se han diseñado programas
relativamente útiles para modificar alguno de los factores de riesgo, pero que han descuidado
los restantes. Y, con toda evidencia, la eficacia de estos programas ha sido escasa en lo
referente a la prevención de las cardiopatías.

Por otro lado, el autor menciona que la intervención psicológica en casos de hipertensión
presenta una problemática y peculiaridades que la diferencian de la intervención en otro tipo
de conductas problema e incluso de otros trastornos psicofisiológicos. Una de estas primeras
características son las diferentes etapas por las que pasa la hipertensión hasta su
cronificación, lo que junto con su falta de sintomatología específica, dificulta su
identificación y, por tanto, su tratamiento. Otra de estas peculiaridades —y que a su vez es
otra importante limitación— son las técnicas utilizadas en la intervención, principalmente en
lo que se refiere a las empleadas para controlar directamente los actores hemodinámicos,
mediante biofeedback de la presión o índices de actividades relevantes en la regulación de
ésta. Cualquiera de estas técnicas de control directo de factores hemodinámicos, implican de
nuevo el uso de recursos materiales (equipos de biofeedback altamente especializados) y
personales, que tampoco son habituales en las condiciones en las que se realiza la atención
psicológica clínica. En otro orden de ideas, la intervención psicológica de las arritmias
cardiacas se encuentra reducida en su campo de aplicación a las contracciones ventriculares
prematuras y a las taquicardias supraventriculares, y dentro de éstas especialmente a las
sinusales, sobre las que existe una sólida evidencia de su eficacia. Se ha intentado realizar
tratamientos parecidos con técnicas de biofeedback y de desactivación general, en otro tipo
de arritmias tales como las bradicardias, el síndrome de Wolff-Parkinson-White, etc., pero no
se han obtenido resultados positivos o éstos son poco consistentes. El tratamiento propuesto,
de simple ejecución, se basa en utilizar diversas maniobras fisiológicas para reducir las crisis
y en un entrenamiento para controlar la frecuencia cardiaca mediante biofeedback, además de
una técnica de relajación que puede completar dicho entrenamiento.

Como ya se ha comentado, las características propias de cada enfermedad crónica determinan


tanto el grado de estrés desarrollado como su afrontamiento. Por tanto, es necesario realizar
un análisis específico de los efectos y reacciones con base en los componentes idiosincrásicos
de cada enfermedad. Entre las afecciones crónicas más comunes se encuentra la diabetes
mellitus, la cual es considerada, más que una enfermedad, como “un síndrome caracterizado
por la presencia de una elevada cantidad de glucosa circulante en el torrente sanguíneo que se
conoce como hiperglucemia crónica, frecuentemente asociado a otras anomalías del
metabolismo lipídico y proteico, condicionado por factores genéticos y/o ambientales, que
tiene una propensión al desarrollo ulterior de complicaciones vasculares específicas e
inespecíficas y que se debe a un defecto en la secreción y/o actividad de una hormona, la
insulina”.Desde una perspectiva histórica, la medicina psicosomática se ha ocupado de este
estudio nutriéndose de notables aportaciones procedentes de las teorías del enfoque
antropológico, psicofisiológico y psicoanalítico, principalmente. Todas estas disciplinas han
contribuido a configurar una serie de conocimientos que han servido de punto de partida para
actuales investigaciones y modelos sobre la relación entre la enfermedad y la personalidad.

De toda una serie de enfermedades que se investigan en la actualidad, los autores mencionan
numerosas variables psicosociales en relación con el cáncer, con un cierto rigor y desde un
abundante soporte empírico. Aunque dista mucho de conformar un modelo acabado,
perfectamente verificado que se halla en un estado de continua revisión y de nuevas
formulaciones, se pueden exponer sus líneas fundamentales, ya que existe una coincidencia y
acuerdo amplio en las hipótesis principales que se refieren a los rasgos de personalidad
generalmente identificados en bastantes pacientes con cáncer. En este sentido, se estima que
la personalidad es una variable más que puede tener alguna influencia y determinación en el
curso de la patología cancerosa, pero de ninguna manera se intenta proponer que cierto tipo
de ella podría ser responsable de la aparición del cáncer en un paciente; en este sentido relata
que la depresión es estado psicológico que se describe más a menudo asociado con el cáncer
indefensión/desesperanza y destaca que el programa basado en el enfoque cognitivo-
conductual es ideal ante estos casos.

Capítulo 6: Adicciones y salud

Becoña y Oblitas señalan que el mayor problema que arrastran las adicciones no son los
efectos que producen a corto plazo, sino las consecuencias que se manifiestan a mediano y
largo plazos. Así, muchos fumadores de cigarrillos morirán de cáncer de pulmón o de
enfermedades cardiovasculares años después de fumar ininterrumpidamente (Becoña y
Vázquez, 1998); infinidad de bebedores excesivos de alcohol o alcohólicos fallecerán de
enfermedades hepáticas o por accidentes; muchas personas dependientes de la heroína o de la
cocaína perecerán víctimas de enfermedades causadas por ellas, como ha ocurrido y ocurre
con el sida, la hepatitis, diversas infecciones, etc., además de los problemas sociales que
causan en forma de robo, extorsión, cuestiones legales, familiares y muchas otras. A pesar de
que contamos con criterios específicos para definir los distintos trastornos, como la
dependencia de sustancias psicoactivas, el juego patológico, etc., todos parten de los criterios
de dependencia de sustancias psicoactivas, dado que además en las adicciones, sean con o sin
sustancia, se presentan los fenómenos de pérdida de control, tolerancia, síndrome de
abstinencia, etc.

El primer objetivo del tratamiento es que la persona con una adicción asuma que precisa
tratamiento. Muchos de quienes consumen drogas tanto legales como ilegales padecen un
proceso de negación (Becoña, 1998a). Las drogas les producen placer, bienestar, satisfacción
(reforzamiento positivo) y, al mismo tiempo, les permiten evitar el síndrome de abstinencia
(reforzamiento negativo) cuando no consumen o no tienen suficientes dosis. Por ello, la
dependencia se mantiene en el tiempo y el proceso de reforzamiento hace que las graves
consecuencias que suelen acompañar a éste impidan al principio asumir el problema. Aparte,
debido a los procesos de cambio, se sabe que la persona tiene que pasar por distintas fases
antes de reconocer que es necesario que modifique su conducta. Superada la fase de negación
o de minimización del problema, se hace necesario delimitar claramente la patología por la
que acude, factores relacionados y otros problemas que ha causado la dependencia.
Conseguida la desintoxicación, o lo que es lo mismo que la persona deje de consumir la
sustancia, se pasa al proceso de deshabituación psicológica. Ésta es la etapa más larga y
compleja del proceso curativo, con excepción de aquella en la que la persona está en un
programa de mantenimiento con metadona, en cuyo caso ambos procesos son paralelos. La
deshabituación psicológica pretende conseguir que la persona dependiente de una sustancia
psicoactiva o de una conducta adictiva sea capaz de afrontar la abstinencia. Por ello, en el
caso de la dependencia de la heroína y de otras sustancias, se le entrena mediante distintas
técnicas para afrontar la vida sin drogas, poder evitarlas, rechazarlas y reorganizar su
ambiente de modo que pueda estar sin ellas (Becoña y Vázquez, 2001). Ésta es una de las
partes más complejas de todo el proceso dado que las personas que acuden a tratamiento en
ocasiones son adictas desde hace un buen número de años. Además, muchos han descubierto
que cuando se encuentran mal pueden mejorar rápidamente mediante el consumo de una
nueva dosis. Aquí radica la relevancia que tiene la capacitación en estrategias de
afrontamiento ante las situaciones de riesgo de consumo.Dado que sabemos que la recaída es
algo íntimamente unido a la dependencia de cualquier sustancia, tanto sea de tipo legal como
ilegal, o adicciones conductuales, entrenarlo para no recaer es un elemento de gran relevancia
una vez superadas las fases anteriores. Desde el modelo de Marlatt y Gordon (1985) y los
desarrollos basados en él, que generaron numerosas técnicas eficaces para prevenir las
recaídas, esta etapa se ha convertido en un importante componente del tratamiento. Con él
podemos conseguir que la persona se mantenga abstinente y si recae pueda regresar a la
abstinencia en el menor tiempo posible. Finalmente, si la persona cambia su estilo de vida
anterior por uno saludable, tendrá más probabilidades de mantener la abstinencia a largo
plazo.

Los autores mencionan que el proceso de tratamiento de una persona con una adicción consta
de las etapas de demanda del tratamiento, evaluación, tratamiento y seguimiento. A su vez,
dentro de la primera de ellas se distinguen seis fases: desintoxicación o mantenimiento;
deshabituación psicológica o consecución de la abstinencia de la sustancia o dejar de llevar a
cabo la conducta; normalización, cambio de estilo de vida anterior y búsqueda de nuevas
metas alternativas a la adicción; prevención de recaídas; programa de mantenimiento o de
apoyo a corto, mediano y largo plazos; y, cuando sea necesario, programa de juego
controlado o programas de reducción de daños (por ejemplo, en la dependencia de la
heroína). Además, en este como en otros trastornos, y en razón de los problemas asociados
con él, el psicólogo tiene que poner en marcha todos los recursos terapéuticos disponibles que
nuestra ciencia nos proporciona. Muchas personas que acuden por primera vez a tratamiento
piensan que no tienen un problema, que éste es superficial o que aún no ha alcanzado el
suficiente nivel de gravedad como para que haya que tratarlo. El objetivo de la primera
entrevista, si se presentan estas circunstancias, es convencerles de que padecen un problema,
o de que alguien cercano a él lo tiene, y de que se le puede ayudar. Existen algunas técnicas
como el control de estímulos, el entrenamiento en solución de problemas, entrenamiento en
habilidades sociales, el manejo de contingencias, las técnicas de autocontrol, entre otras, las
cuales son recomendadas por ambos autores para la correcta evaluación y tratamiento del
paciente.

Además, recalcan que en la actualidad, las conductas adictivas se han convertido en un grupo
de trastornos de gran relevancia en razón de su alta prevalencia en la población, tanto adulta
como adolescente. El número de individuos dependientes de la nicotina y del alcohol,
solamente, se cuenta por millones en cada país (Becoña y Vázquez, 1998). Aunque en menor
grado, la adicción a drogas ilegales ocupa un lugar nada despreciable, sobre todo por los
problemas físicos que acarrea su consumo, especialmente en los últimos años, aparte de la
alarma social que ha producido el consumo incremental de sustancias como la heroína, la
cocaína y la marihuana, y todavía sigue produciéndose en éstas y otras nuevas (por ejemplo,
drogas de síntesis). Otras adicciones, las comportamentales, como el juego patológico, las
compras y el sexo compulsivos, la adicción a Internet y otras, son paralelas al desarrollo de
las sociedades industrializadas, al ocio y tiempo libre (Calafat et al., 2001) y a una nueva
forma de vida, en comparación con lo que ocurría hace no más de 50 años. El tratamiento de
las adicciones ha cobrado una enorme relevancia en las últimas décadas. Con la irrupción de
las drogas ilegales, especialmente heroína y cocaína, en los países desarrollados, desde los
setenta hasta el presente, la demanda de tratamiento no ha dejado de crecer y los problemas
causados por aquéllas son sumamente graves. Además, el surgimiento del VIH y el sida
unido al consumo ha producido un vuelco inesperado en esta problemática y un incremento
del interés, de los medios y de los recursos para controlar tanto la epidemia del sida como los
problemas de drogadicción. Todo ello ha producido el surgimiento de una nueva área de
trabajo e investigación que no ha dejado de crecer. El problema radica en que los índices se
mantienen en un nivel estable, o en fase de crecimiento en algunos países. Asimismo, cada
vez más tenemos que hablar de un trastorno crónico o caracterizado por las frecuentes
recaídas, lo que obliga a plantear programas de tratamiento complejos y a largo plazo
(Becoña y Vázquez, 2001). Realmente, el mejor modo de enfrentar este problema es a través
de la prevención (Becoña, 1999), pero en nuestra sociedad no existe una sólida cultura sobre
ella, por lo cual los recursos suelen proporcionarse al tratamiento y a la rehabilitación, ya una
vez que el problema nos ha explotado en las manos.

Ambos autores concluyen que las conductas adictivas, sean con sustancia o sean
comportamentales, constituyen actualmente un problema de gran relevancia social y clínica
en las sociedades desarrolladas. Apenas existentes hace unas décadas, hoy en día tienen un
nivel de prevalencia poblacional muy elevado. Ello ha llevado al desarrollo de técnicas
específicas de tratamiento para ellas, interés por parte de los profesionales y otorgamiento de
recursos importantes para su tratamiento. En los próximos años este interés se mantendrá y
puede que se incremente debido a la cronificación de los trastornos en muchas de las
personas que lo padecen, además de las consecuencias colaterales que puede producir (por
ejemplo, sida) y la necesidad de controlar un problema que, epidemiológicamente, desde la
perspectiva clínica, es el más relevante de la actualidad.

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