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1996
Alberto Palomar Olmeda
Algunos instrumentos para la definición del Derecho Público del futuro
1996
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Algunos instrumentos para la definición del Derecho Público del futuro
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Algunos instrumentos para la definición del Derecho Público del futuro
Una de las características más relevantes que, a nuestro juicio, debe tener la
Administración actual y, por supuesto, la del futuro, es la capacidad
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Algunos instrumentos para la definición del Derecho Público del futuro
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Algunos instrumentos para la definición del Derecho Público del futuro
que orienten a los ciudadanos con rapidez hacia quienes puedan ayudarles), y la
explicación, la disculpa o la reparación en los supuestos de incumplimiento de las
condiciones establecidas en y para el funcionamiento del servicio.
La Carta del Ciudadano se aplica a todos los servicios públicos, incluyendo en
los mismos a los Ministerios, Agencias, Empresas Nacionales o Nacionalizadas,
Entes Locales, Sanidad pública, Tribunales, Policía y Servicios de Emergencia,
todos los cuales ha de contratar servicios de auditoría para la comprobación de los
niveles de calidad fijados por el Gobierno.
El compromiso en su implantación por parte del nivel político y de los propios
empleados se articula mediante la atribución de las responsabilidad de dicha
implantación, en el primer supuesto, a la Comisión de Asesores del Primer Ministro
y, en el segundo plano, mediante la conexión entre los sistemas retributivos y la
consecución de objetivos de calidad. Dicha conexión ha articulado inicialmente en
los tramos superiores de la Función Pública y en las agencias operativas su
progresiva implantación en el resto de los empleados y organizaciones posibles,
desconcentrándose pues la capacidad de decisión retributiva.
Italia. El proceso de modernización en Italia, a los efectos de lo que aquí se
analiza, comienza con la Directiva del Presidente del Consejo de Ministros de 27
de enero de 1994 (publicada en la Gaceta Oficial de la República Italiana n.° 43, de
22 de febrero de 1994). Con el fin de establecer "los principios a los que se habrá
de uniformar gradualmente... la prestación de los servicios públicos...". Se
consideran servicios públicos, con independencia de que se presten en régimen de
concesión o mediante convenio, "los que tiendan a garantizar el goce y disfrute de
los derechos de la persona, constitucionalmente reconocidos, a la sanidad, a la
asistencia y seguridad social, a la educación y a la libertad de comunicación, a la
libertad y a la seguridad de la persona y a la libertad de circulación, suministro de
energía eléctrica, agua y gas...".
Tales principios fundamentales sobre la gestión de los servicios públicos se
refieren a la igualdad en el suministro del servicio, la imparcialidad de los sujetos
prestatarios que tienen la obligación de basar sus propios comportamientos en
criterios de objetividad, justicia e imparcialidad, la continuidad del propio servicio, el
derecho de elección cuando la legislación respectiva lo permita, la participación de
los ciudadanos en la prestación del servicio y, por último, la eficiencia y la eficacia
como pautas esenciales del funcionamiento del servicio.
La consecución de los objetivos señalados se intenta mediante el
establecimiento de la obligación, incluso temporalmente delimitada por el Decreto
del Presidente del Consejo de Ministros de 7 de junio de 1995 (publicado en la
Gaceta Oficial de la República Italiana, n.º 138), de fijar los estándares de calidad
de los respectivos servicios sobre los que se delimitan
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inició el debate el los primeros días del mes de enero de 1996 de tres
anteproyectos de Reales Decretos relativos a algunas de las cuestiones más
sensibles de los procesos de modernización: cartas de servicios y sistemas de
evaluación de la calidad en la Administración General del Estado, actualización y
regulación de los servicios de información administrativa y atención al ciudadano y,
por último, el desarrollo reglamentario del artículo 45 de la Ley 30/1992, de 26 de
noviembre de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común, en la utilización de medios informáticos y
telemáticos en la actuación administrativa habiendo sido éste último aprobado en el
Consejo de Ministros del día 27 de Enero de 1996.
Por su importancia, a los efectos de lo que aquí estamos examinando, es
necesario realizar algunas referencias al contenido del Proyecto de Real Decreto
sobre cartas de servicios.
Las cartas de servicios, según establecía el artículo 2.°, se aplicarán a los
Órganos de la Administración General del Estado y a las Entidades de Derecho
Público vinculadas o dependientes de la misma que ejerzan potestades
administrativas, cuando gestionen prestaciones o servicio directos a los
ciudadanos. El objeto de las mismas era "hacer más transparente para los
ciudadanos los rasgos y cualidades con que proveen las prestaciones y servicios
públicos" indicando, a este respecto, la naturaleza, contenido, características y
formas de dispensar las prestaciones y servicios, la determinación de los niveles o
estándares de calidad en la dispensación del servicio, con independencia de las
obligaciones al respecto exigidas por disposición legal o reglamentaria, las
modalidades de participación de los ciudadanos y usuarios y el sistema de
evaluación de la calidad. El proyecto se sitúa así en un contexto que pudiéramos
denominar como convencional y del corte de los precedentes europeos que
anteriormente hemos relatado, con la única diferencia de no prever ningún sistema
de compensación ni devolución (aunque en la memoria del mismo se señala que
esta influencia era sólo inicial. A nuestro juicio esta insuficiencia no evitaría, cómo
algún sector de la doctrina viene demandando (Martín Rebollo, 1994) que la
concreción objetiva que las mismas cartas funcionen como elemento de
determinación de funcionamiento normal o anormal del servicio público y, por
ende, de la responsabilidad patrimonial como cláusula de cierre del sistema de
garantías.
Sin duda la cuestión más novedosa y, como ahora veremos, la más polémica
es la fijación de compromisos de calidad respecto de la cual se ha pronunciado
desfavorablemente el Consejo de Estado en dictamen emitido por su Comisión
Permanente en fecha de 1 de febrero de 1996. El artículo 5.° del Proyecto se
refería a esta cuestión indicando que las Cartas deben contener. "2.1.-
Determinación explícita de los niveles de calidad ofrecida en aspectos como:
plazos previstos de tramitación, mecanismos
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juicio un loable intento de información general, no tanto por su contenido como por
el propio hecho de la iniciativa y la complejidad del sector en el que se ubica, está
contenido en el Documento "Derechos y Garantías del Contribuyente ante la
Administración Tributaria", presentado en enero de 1996 cuyo contenido intenta
"contribuir al mejor conocimiento de los derechos reconocidos por las normas,
careciendo, por tanto, del valor normativo que sólo pueden tener los textos
legales...".
En segundo término se afirma, también con acierto, que "en la medida de lo
posible (se ha buscado), la utilización de un lenguaje usual al servicio de la
finalidad divulgativa del texto...", lo cual avala cuanto afirmábamos anteriormente
sobre la complejidad y tecnicismo exagerado de muchas de nuestras normas y de
las que sin duda pueden ser paradigma las normas fiscales y tributarias.
Brevemente podemos hacer referencia a la estructura del Documento que
contiene una concreción de los derechos generales a los que anteriormente nos
hemos referido. De este modo alude, en un primer bloque de cuestiones, al
conjunto de derechos referido a la facilitación del cumplimiento de las obligaciones
tributarias. Este derecho incluye, a su vez, el derecho a que el contribuyente reciba
la información acerca de sus derechos y obligaciones, mediante servicios (oficina
del contribuyente y servicio telefónico automatizado) y campañas de información
general o actuaciones de carácter particular; el derecho a obtener el
pronunciamiento de la Administración tributaria acerca del tratamiento aplicable a
su situación particular (consultas tributarias); el derecho a ser notificado en debida
forma de cualesquiera actos administrativos que afecten a sus derechos u
obligaciones; el derecho a la asistencia en el cumplimiento de sus declaraciones
tributarias mediante la utilización de los programas informáticos desarrollados por
la Agencia Tributaria con esa finalidad; el derecho a que se facilite el cumplimiento
de la obligación de pago del impuesto, en particular, mediante la posibilidad de
solicitar aplazamientos o fraccionamientos del pago en las condiciones previstas
legalmente.
Un segundo bloque de cuestiones está referido al derecho a la tramitación
diligente de los procedimientos y a recibir un trato considerado en todo momento
en las relaciones ante la Administración Tributaria. En su desarrollo se articulan
como derechos el de que la Administración tributaria y los funcionarios y personal
dependientes de la misma actúen orientados por criterios de eficiencia y servicio
público, el derecho a la presunción de certeza de las declaraciones tributarias, el
derecho a ser oído y a aportar justificantes que convengan a la defensa de su
derecho en los procedimientos que le afecten y, en último término, el derecho a no
pagar más de lo que exige la Ley. Este capítulo concluye con el reconocimiento del
derecho a la confidencialidad de la información tributaria.
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Es este otro de los problemas administrativos más evidentes con los que se
enfrenta el Derecho procedimental actual. Durante mucho tiempo se escucharon
voces, prácticamente de todos los sectores, en favor de la supresión de los
recursos administrativos. Dicha supresión estaba fundada, por un lado, en su
propia efectividad —el índice de estimaciones de los mismos era y es realmente
muy poco significativo—, y de otro, porque en razón a lo anterior se podían llegar a
configurar como un elemento de demora en la finalmente innegable resolución
judicial de los temas. En razón a estas consideraciones la opción legal que se
impone en la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, es la de
reducir, hasta hacerlos desaparecer prácticamente, los recursos administrativos.
Esta opción fue rápidamente contestada porque al tratar de forma semejante
realidades territoriales y organizativas diferentes se acaban cometiendo errores y
disfuncionalidades que, pensados desde una única óptica, ahogan el
funcionamiento de las demás Administraciones.
Pero, con independencia de este problema, que podría haberse solventado con
un planteamiento más flexible que finalmente eliminará la obligatoriedad del
recurso en favor de su carácter potestativo, es lo cierto que esta opción legal ha
evidenciado uno de los problemas más claros del sistema administrativo actual: el
procedimiento de revisión de los actos.
Así, desde una perspectiva global, no debemos olvidar que la jurisdicción
contencioso-administrativa actual constituye objetivamente hablando, con el
máximo respeto a quienes la integran, una justicia disociada del tiempo en el que
se dicta y ejecuta, que conlleva gastos iniciales y, en muchos casos, subsiguientes,
y que no suspende la ejecución del acto recurrido (sin desconocer en este punto
los grandes avances que se vienen haciendo en el campo de la medidas
cautelares y del que se hace constante la doctrina), lo que obliga a un complejo y
penoso sistema de reclamaciones posteriores en caso de éxito. Es éste, no
obstante, un tema complejo en el que no debe frivolizarse y que está muy en
sintonía con lo que ocurre en otros ámbitos jurisdiccionales (García de Enterría,
1995).
Sin abundar mucho más en esta idea es claro que, a nuestro juicio, demuestra
que estamos ante un sistema poco satisfactorio frente a los ciudadanos. Es
probable, y no hay inconveniente en reconocerlo así para no ofrecer una imagen
con perfiles subjetivos e incriminatorios, que el
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precepto está aún por ver, sí podemos indicar que diversas normas han
establecido mecanismos de este orden. Así, en primer término, debe destacarse la
Ley 36/1988, de 5 de diciembre, de Arbitraje que en su Disposición Adicional
Primera declara la aplicación de la misma a "los arbitrajes a que se refiere la Ley
26/1984, de 19 de julio, general para la defensa de consumidores y usuarios"; la
Ley 16/1987, de 30 de julio, de ordenación de los transportes terrestres y la Ley de
Propiedad Intelectual. Junto a lo anterior el artículo 61 de la Ley de Ordenación y
Supervisión de los Seguros Privados (Ley 30/1995, de 8 de noviembre), el artículo
14 de 22/1987 de Propiedad Intelectual que crea la Comisión Arbitral de Propiedad
Intelectual o el artículo 87 y siguientes de la Ley del Deporte de 1990, establecen
ya sistemas de conciliación o arbitraje para la resolución de las cuestiones que
puedan plantearse en los respectivos ámbitos.
Este es, sin duda, un camino por explorar no sólo en el ámbito administrativo
sino en la propia sociedad. Un buen ejemplo va a ser el funcionamiento del
arbitraje obligatorio al que voluntariamente se han sometido los empresarios y los
sindicatos para dilucidar sus recíprocas discrepancias e intentar evitar la
judicialización de sus controversias.
No es este el momento de progresar sobre las dificultades jurídicas que supone
la implantación real y la operatividad de estos planteamientos pero sí de dejar
constancia que su aplicación presenta una Administración diferente a la actual en
el que sus decisiones no son sólo la aplicación individualizada de las
prescripciones normativas sino, también, el resultado de un consenso que permite
encontrar soluciones alternativas e, incluso, revisarlas en tiempos más cortos. Es
este un punto de encuentro entre las garantías formales y las materiales proyecto
de una imagen más dinámica, activa y transparente que la actual.
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3. Bibliografía
CROZIER, M., 1995: La posición del Estado ante los otros actores.
Documentos INAP, n.° 3.
MARTÍN MATEO, R., 1994: El sistema administrativo clásico y su
permeabilidad a los nuevos paradigmas de la calidad total. Revista de
Administración Pública n.° 134, mayo-agosto, p. 7 a 28.
LAGUNA DE PAZ, J.C., 1995: La empresa pública autonómica: aspectos
jurídicos. Revista Presupuesto y Gasto Público, n.° 16, Instituto de Estudios
Fiscales, p. 71 a 82.
MARTÍN REBOLLO, L., 1994: La responsabilidad patrimonial de las
Administraciones Públicas en España: estado de la cuestión, balance general y
reflexión crítica. Documentación Administrativa n.° 237 y 238, p. 11 a 104.
GARCÍA DE ENTERRÍA, E., 1995: La batalla por las medidas cautelares.
Derecho Comunitario Europeo y proceso contencioso-administrativo español.
Madrid.
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