Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El discreto encanto del anacronismo.
Doce tentativas
Fernando van de Wyngard
(Ensayo publicado en el volumen de ensayos a Vibra el arpa muda (El poeta y la crítica: poesía
del siglo XIX), que acompaña al volumen antológico, coordinados ambos por Mónica Velásquez
G., de Plural Editores, la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés y el Instituto
de investigaciones Literarias, La Paz, 2019.)
I. ¿Qué exactamente nos tiene hoy enamorados del encanto que exudan los “objetos”
que representan un cierto anacronismo, alguna inquietante forma de inactualidad? Por
objeto, aquí, se entiende cualquier artefacto, imagen, estilo, producción, práctica,
conocimiento o discurso que pongamos ante nuestros ojos. (Acerca de la pertinencia del
adverbio “exactamente”, destacado al inicio, véase luego el Apartado XI).
En primer lugar, la propia empresa de recuperación (con su inicial trabajo de archivo y
su trabajo crítico posterior) en que ha consistido la Antología de poesía boliviana del
siglo XIX, Vibra aún el arpa muda, de la que estos ensayos dependen, tuviese ya
garantizado un interés entre los lectores de la segunda década del siglo XXI ‒en
adelante‒, puesto que las producciones de las que se ocupa podrían revestir un
anacronismo, en un sentido llano. ¿Es parte, aquella recuperación, del mismo
“encantamiento” al cual la presente temporalidad histórica no puede dejar de atender?
Podría serlo, aunque nunca de un modo simple, ya que no podría serle suficiente insistir
en esa evocación, y tendría que responder al desfase mismo que pide ser pensado y
sobre el cual aquella trabaja. Este ensayo orbitará, precisamente, en torno a estas
consideraciones, las de la memoria como afecto, por una parte, y como ejercicio, por
otra, intentando describir las condiciones de una probable fuga del presente sobre su
propio pasado,
2
cuando no se emprende desde un horizonte crítico, que no viese aquel desfase en las
propias nociones de poesía, de escritura y de actos de lenguaje, para una sociedad
poseída por un empeño histórico, respecto de las nociones nuestras, para quienes ya no
creemos en la historia sino que, tal vez, estaríamos regresando por ella hacia fuera de
nuestras responsabilidades, hacia fuera de la construcción subjetiva donde el responder
al propio tiempo le sería constitutivo.
Resulta sumamente significativo, y merece una reflexión, el hecho de que actualmente
nuestra fascinación imaginaria esté atrapada en todo aquello que revista ante nuestros
ojos el “aire de época” que indica ese desfase, el que nos proporcionaría un secreto
goce. Lo notable no es sólo eso, sino el hecho de que casi nunca reparamos en el propio
“aire de época” (su carácter atmosférico) en que nosotros mismos nos encontramos
envueltos y en el que respira aquella fascinación por lo que resulta inactual respecto de
nuestra actualidad, tal vez intolerablemente vaciada.
Al hacer saltar la vista sobre un pasado cualquiera, toda nuestra atención, por supuesto,
recae sobre el “objeto” mismo que es traído, en cada caso, al presente. Se cuida de ese
“objeto” en lo que tiene de impreciso carácter histórico, debido a una distancia
cualquiera con sus verdaderas condiciones de emergencia, que ya no serían vigentes y
que, incluso, se habrían desvanecido. Como decía, nuestra conciencia muy pocas veces
atiende nuestro propio umbral desde donde es realizada esta operación que pudiera
parecer, a simple vista, totalmente espontánea y despojada de contenido.
Para intentar ilustrar este punto ciego en la conciencia ingenua, valga mostrar el hecho
de que parece resultarnos más o menos evidente la retórica que instituye y que
estructura a dichos “objetos” distantes y que conforma precisamente una parte
constitutiva de su atractivo, sin la cual seguramente esos mismos “objetos” no nos
resultarían de mayor interés. Esto se ilustra (en sentido literal) con la mayor fuerza
posible al momento en que nos detenemos a mirar las imágenes p0retéritas,
encontrando ya sea lo rancio o lo aurático de un tiempo ido. Pero la retórica que
estructura nuestra sensibilidad y nuestras operaciones, que será evidente en algún
futuro para generaciones venideras, nos suele pasar casi totalmente inadvertida.
3
El hecho es que no percibimos ni menos reparamos en la propia atmosfera imaginaria y
discursiva en la que tienen lugar nuestros distintos ejercicios de memoria. Y, al no
hacerlo, no podemos hacernos cargo en propiedad del carácter de inactualidad que
buscamos, aunque de un modo implícito contemos con una escala de valor diferencial
con respecto a nuestro régimen histórico al que pertenece nuestra propia sensibilidad.
II. Estamos enteramente envueltos por la emoción de la nostalgia. Sin embargo, dice
Marc Augé: “Lo que añoramos nunca existió ya que es nuestra proyección actual, la
proyección de nuestro deseo presente, lo que le otorga existencia” (Augé 2014).
Culto al pasado, se ha dicho (Richard), el nuestro. Y, también, boom de la memoria (A.
Huyssen), paradigma del archivo (Guasch), retrotopía (Bauman)1, entre una infinidad de
otras nominaciones, todas igualmente pertinentes. Pero este “culto al pasado” hablaría
mucho más acerca de nosotros y de nuestra propia experiencia del presente, que de los
pasado (cualquiera que fueren) que ellos intentan reponer, el pasado mismo que se
repone estaría lo suficientemente desactivado de sus respectivas cargas políticas
“originales” que lo hacen comparecer ahora en una suerte de intemporalidad
homogénea ‒intemporalidad que no podría equivaler a lo significado bajo el nombre de
“anacronismo” ni al de “intempestividad”, tal como fueron introducidos por nuevos
planteamientos teóricos hace ya un buen tramo de esta discusión. Éstos intentan
comprender, más bien, ese potencial que acompaña a la propia temporalidad y que la
toma eventualmente por asalto, dislocando su continuidad positiva. Por ejemplo,
1
Richard, Nelly (2007). Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico; Huyssen, Andreas
(2017). En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización; Guasch,
Anna Maria (2011). Arte y archivo, 1920-2010. Genealogías, tipologías y discontinuidades;
Bauman, Zigmunt (2017). Retrotopía.
4
anacronismo podría definirse como lo “que toma el tiempo al revés, que hace circular el
sentido de una manera que escapa a toda contemporaneidad, a toda identidad del
tiempo consigo mismo […]” (Rancière 1996)‒. En esta convivencia en esa suerte de
existencia común, contemporánea entre sí, idílica, idealizada e ideal. Aquí se entiende
“ideal” como lo que ha sido burguesamente vaciado y, así, ya depurado de todo efecto,
vale decir, que no puede producir ya consecuencias efectivas en el presente al cual éstos
se han traído, excepto las que conciernen a la relectura de nuestra propia filiación.
Intemporalidad homogénea, dije, aunque los “objetos” de los que nos ocupamos
diversos y ajenos.
No por nada es que muchos de estos “objetos” se constituyen frente a nuestra atención
precisamente por un brinco de carácter acrobático hacia “lo ante‐pasado” y no hacia “lo
pasado” mismo, haciendo un elocuente silencio sobre el presente y la todavía pregnante
proximidad de lo que acaba de pasar y que no habría terminado de hacerlo
satisfactoriamente. Algo necesariamente ha debido quedar “entremedio”, sin ser
tratado. Por mientras, cabe indicar que el presente nuestro, del que de un modo tácito
hablarían todos los actuales ejercicios de la memoria, es desatendido, aunque ello
merecería a su vez una importante reflexión que no podemos sino sugerir aquí.
III. Para problematizar la dificultad de precisar aquellos umbrales nuestros, antes
referidos, tomemos, a modo de rápido ejemplo, algunas expresiones con las que se
caracterizan los tiempos vividos. En el curso de pocos años, la dirección de estas
expresiones ha girado dramáticamente de sentido, dejando atrás la todavía cercana
retórica de la construcción del futuro.
Hasta hace poco, se solía hablar de “los grandes acontecimientos de nuestro tiempo” en
referencia a los hechos icónicos que, bajo su medida, buscaban caracterizar el presente
a partir de su carácter convulsivo, expresión que sin duda hoy carece de toda posibilidad
5
referencial, aunque estemos colmados de una apabullante cantidad de información que
quizá nos mantiene en alarma, venida desde todos los rincones del planeta. Hace menos
tiempo, se percibía un cierto vaciamiento histórico del presente y se verificaba el
retroceso de la experiencia pública atribuyéndole sobre todo a las generaciones más
jóvenes una indiferencia política (pasotismo o el “yo paso”) y un agudo presentismo,
como total apego a un presente sin perspectiva ni espesor que fue perdiendo toda
noción de futuro posible y deseable. Hoy, por su parte, ya casi resulta un tópico hacer
notar la naturaleza nostálgica del pasadismo que mantiene ocupada a la conciencia
subjetiva presente con los ejercicios de memoria y el culto estilístico de lo vintage
(manifiesto desde la filosofía hasta los imaginarios del cómic y la ciencia ficción; desde
los estudios académicos hasta el diseño y el cultivo de las apariencias; desde la
comprensión de las culturas hasta la discursividad política que invoca nuevamente la
tradición ‒convenientemente resemantizada).
El contenido del goce de esta nostalgia se asocia hoy habitualmente con lo significado
por este término: “vintage”, que es atribuido sobre un conjunto de “objetos” disímiles
sin mayor discriminación. Sin embargo, éste es un término propio de la cultura
vitivinícola ‒con el que se designa cierta cosecha o añada que habría agregado una
calidad particular a un vino, en tanto se considera que “ha mejorado o se ha revalorizado
con el paso del tiempo”‒, y no se refiere a “todo producto antiguo que, por su historia,
significado, influencia o singularidad, se ha convertido en objeto de culto o icono”. En
rigor, sólo alude a la calidad de “lo que posee cierta edad, pero que no puede aún
catalogarse como antigüedad”. Entonces, las nociones de “vintage” y de antiguo no son
intercambiables.
Sólo alcanzo a sugerir la cuestión acerca de las políticas de la memoria. Ésta propondría
interrogarse sobre “la obsesión contemporánea por la memoria” como “fenómeno
público de proporciones sin precedentes”, definido como un proceso de anamnesis que
no tendría necesariamente una productividad asegurada. Por un lado, cabe plantear:
“¿Qué sucedería […] si el boom de la memoria fuera inevitablemente acompañado por
un [correspondiente] boom del olvido?” (Huyssen 2017). Y, por otro, cabe tener en
cuenta la advertencia: “El pasado que no se ha conocido es el más fácil de reivindicar y
de reconstruir” (Augé 2014). A esto último, el antropólogo agrega:
6
Tradicionalistas y reaccionarios son combatientes de lo imaginario, utópicos de
un pasado tan ilusorio como la utopía de los progresistas, pero que, más
hipócritamente, basan el orden nuevo al que aspiran en un pasado inexistente o
inconfesable (Augé 2014).
Sin duda alguna, vistos estos cambios o transformaciones en la dirección retórica, no
puede resultar igual la apreciación que se haga en cada uno de estos umbrales de los
objetos temporalmente distantes, así como no es posible que se mantenga la misma
apreciación de los objetos próximos a sí mismo. La conciencia de diferencialidad, que
necesariamente debe apoyarse en el contraste con su propia configuración, ha variado
ostensiblemente precisamente porque ha variado su punto de apoyo. Entonces, ¿qué
valoraciones acerca del propio presente hay, en cada caso, en los actuales ejercicios de
memoria, al punto de mantenerla embriagada con una virtual fuga hacia atrás?
Si a todo ejercicio de memoria le suponemos un trabajo (más allá del archivístico, se
supondrá), consistente en una manera de procesar la experiencia de lo real, cabe
establecer una distinción entre dos actividades sólo aparentemente semejantes: una
sería un ejercicio de elaboración y otra un ejercicio de distracción.
IV. Veíamos que hay cambios y transformaciones en la dirección retórica, y esto no cae
en discusión. Sin embargo, gran parte del pensamiento actual, en todas las áreas y
disciplinas, se configura a partir de una preocupación central por la problemática de la
temporalidad, en cuanto que pone en crisis al régimen que sus respectivas
comprensiones han organizado, en un caso u otro, los diversos ordenamientos de la
realidad, lo que se habría puesto en rigurosa, pero problemática, revisión.
Esta problemática ha devenido, en primer lugar, una conciencia de la constitutiva
pluralidad interna del objeto tiempo, ahora como problemática de las temporalidades.
Aunque resulta importante recordar que todas estas posibles comprensiones
alternativas arrancan de un mismo tronco común, que es la impugnación a lo que muy
ligeramente podría caracterizarse como la concepción tradicional del tiempo, atribuida
al modelo hegemónico de Occidente y cuyo supuesto general ‒de que algo debe ser
cumplido en el despliegue progresivo del tiempo cronológico‒ operaba como emblema
legitimador de su poder expansivo: la noción hegeliana del desarrollo del Espíritu
7
Universal, como Historia. Pero puede que la ligereza de esa caracterización oculte el
hecho de que no sea exacta.
Podría indicarse que, precisamente, el primer brote de malestar epistémico vino desde
dentro de esta misma constelación humana y la primera constatación de la emergente
concepción plural arranca del reconocimiento de sus distintos tiempos nativos
discordantes, o de una heterocronía (y no sólo de la importante reivindicación de sus
historias particulares omitidas). La consecuente valoración de lo arcaico y de lo
originario ‒a lo que se concibe ingenuamente como siendo algo sólo propio de las
culturas asociadas a las zonas geopolíticamente subalternas respecto al bloque
dominante‒, comprendida como restitución del tiempo que no transcurre dentro del
que sí lo hace, en rigor, emerge de un colosal movimiento de inversión y reflujo ‒no sólo
epistemológico sino también afectivo, además de político‒, por el cual la propia
civilización cristiano‐occidental ‒y el sujeto que la encarna‒ dudó de la evidencia de la
unidad temporal y de su percepción de sucesión, así como de la validez de su lógica ‒y
también de su principio jurídico‒ interna. Estas lógica y principio jurídico estaban
basadas en una negación del tiempo “que ha presidido el pensamiento filosófico” al
trasponerlo a aquél a una “posición ontológicamente secundaria” y subordinada en
relación a una primacía metafísica de la eternidad, tal como lo ha establecido Pel Pál
Pelbart (2009).
Fue esta misma civilización y el sujeto que la encarna, los que percibieron este
desacomodo en su propia constitución, e hizo que fueran en búsqueda de lo que había
quedado de irresuelto en su propia historia como una superposición de diversos
fantasmas constituyentes. Para ello, fue necesario poner en marcha un proceso de
deconstrucción y reconstrucción de todo su aparato conceptual de comprensión,
incluido, por cierto, el concepto mismo de historia. Esta es, sucintamente, la pequeña
gran historia de la empresa cognitiva que ha trastornado las nociones comprometidas
en el asunto de las temporalidades.
Por supuesto, la aplicación de tal deconstrucción no se redujo a la concepción lineal del
tiempo, sino que se extendería hacia cualquier representación geométrica del mismo,
sea lineal, circular o de tipo espiral, pues todas recaen por igual en la reducción
8
conservadora de la temporalidad a la total presencia continua y plenamente coincidente
consigo misma.
V. No resulta poco relevante que, en el último medio siglo, se haya producido el “giro
cultural” en las humanidades y las ciencias sociales, así llamado por haberse reconocido
la legítima igualdad plural, entre otras cosas, de las diferentes concepciones de
temporalidad cultural ‒y no sólo de la reivindicación de sus historias particulares‒, que
incluso configuran vivencias y manifestaciones tangibles e intangibles divergentes entre
sí, propias de cada interioridad cultural. Pero hay que tener en cuenta que,
simultáneamente, fue elaborada la teoría de la posmodernidad, no como una propuesta
sino como constatación del desplome y la ruina en que ha caído el edificio categorial de
la modernidad y sus modelos de desarrollo humano y de desarrollo cultural. Por último,
asociado a lo anterior, también se ha producido un vuelco planetario hacia la
reconsideración del pasado y una reapreciación del papel de la memoria en todos los
campos, convirtiéndose en una suerte de sentido común, que no es cuestionado.
Aún más, valdría agregar el hecho de que el tratamiento crítico sobre la historia se ha
diluido en el preocupante régimen de posverdad (Fowks 2017) y que el actual recurso a
lo mítico (como tiempo arcaico, no tiempo antiguo) está adquiriendo una fuerza, ya bien
de carácter recuperativo o ya bien de carácter reaccionario, incontestable en todo el
planeta. La relevancia antes indicada no podría meramente consistir en el asombro por
la coetaneidad (pertenecer a la misma edad) de estas grandes encarnaciones de la
inquietud referida, sino comprender la íntima dependencia recíproca entre todas ellas,
ninguna de las cuales tendría el poder de constituirse a sí misma sin el secreto concurso
de las otras.
No cabe duda que gran parte del trabajo intelectual, que esta empresa ha supuesto, ha
bebido, a su vez, de la experiencia de campo que otras zonas culturales le ofrecen a la
exploración de estas posibles vivencias contrapuestas de la temporalidad (encarnando
el modelo etnológico o, más precisamente, etnográfico del tiempo), transformándose y
resinificándose así el conjunto de la propia teoría. Entre aquellas, revistió un principal
interés la experiencia del tiempo que ofrece el pensamiento aymara y que informa de
una más entre otras posibilidades para pensar la subjetividad de lo humano
diversamente constituido. Efectivamente, esta cosmovisión llevaría inscrita en su propia
9
lengua una concepción psicológica divergente respecto a la clásicamente aceptada: “la
validez de la interpretación de la sensación interna como algo que se mueve hacia
adelante” no sería un fenómeno natural sino una ilusión ideológica gramaticalmente
reificada, pues, al menos en esta lengua, se “sitúa el futuro detrás del hablante”
(Mendoza 2015).
Los actuales y muy diversos ejercicios de memoria en todos los campos y los desiguales
usos del pasado (usos tanto legítimos como ilegítimos), por cierto, pertenecen todos a
la inquietud abierta por este nuevo campo que es la pregunta general de qué sería
propiamente la temporalidad y qué involucrarían los conceptos que la constituyen. Y
estos ejercicios y tales usos, además, se enmarcan en aquella inquietud epistémica;
pero, de allí se sigue: ¿son conscientes de ese marco de inquietud común y se hacen
debidamente cargo de este esfuerzo epistemológico que está en su base?
VI. El asunto de la temporalidad ha devenido el sentido común de la época presente. A
este propósito, propongo retóricamente la pregunta: ¿Cómo es posible que, a estas
alturas del tiempo, tal como se usa esta expresión en el habla cotidiana, se pueda
desconocer el álgido y ya largo debate en torno al cuestionamiento mismo de la
temporalidad? Pongo de relieve la expresión alturas del tiempo, que puede decirse de
cualquier momento presente de quien la formula (y que opera además en sentido
inverso), como si éste fuese la cúspide de un proceso ascendente. Descartarla por
improcedente debido a su implicancia con ciertas concepciones de progreso no podría
conducir necesariamente a una excusa para no atender la desafiante acumulación
conceptual que, sobre todo alrededor de este debate, ello supone.
El linaje de este álgido cuestionamiento de la temporalidad (no su estado del arte)
podría muy abreviadamente bosquejarse en el itinerario de un pensamiento en
construcción. Luego del positivismo anteriormente dominante, resultan trascendentales
las reflexiones acometidas en múltiples direcciones por Nietzsche, Bergson, Freud,
Husserl, Warburg, Heidegger, Benjamin, Derrida, Deleuze, Agamben.2 Nada menor han
2
Una mínima cartografía bibliográfica de este itinerario debería mencionar las siguientes obras: Friedrich
Nietzsche, Segunda consideración intempestiva. De la utilidad y los inconvenientes de la Historia para la
vida; y Así habló Zaratustra (“De la redención”); Henri Bergson, Materia y memoria; Sigmund Freud, La
interpretación de los sueños; Psicopatología de la vida cotidiana; Más allá del principio del placer; Nota
sobre la pizarra mágica; y Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis; Edmund Husserl, Lecciones
10
hecho, entre otros, R. Koselleck, M. Castells y H. Fazio3 (dejando aquí a un lado a los
sociólogos y antropólogos E. Durkheim, N. Elias, G. Gurvitch, D. Harvey y a los muchos
teóricos de la historia) son apenas una red de nombres que titulan esta empresa de
deconstrucción y de resignificación de las concepciones tradicionales que mediante una
férrea hegemonía habían impedido su problematización.
Habría, a lo menos, cuatro grandes ideas que han surgido como capaces de pensar
trastornadamente la temporalidad, y que han resultado de dicha problematización: la
idea de no‐homogeneidad y, por tanto, de discontinuidad temporal (con las ideas
subsidiarias de reflujo, de irrupción y de pasajes); la crítica a la presencia (su
fragmentación, diferimiento y espectralidad); la idea de potencialidad (desde el ser en
potencia aristotélico al ser de potencia spinoziano) y de intempestividad; y la idea de
simultaneidad compleja (desde su formulación por Einstein en 1905). Como dije, se trata
de problemas, no de nuevas naturalizaciones ni menos de fáciles recursos que se puedan
aplicar sin más.
Por poner un solo ejemplo (el de la simultaneidad), al haberse aceptado la tesis (por su
parte, hija de la mecánica cuántica) de que en un mismo momento coexisten los retazos
de una infinitud de temporalidades diferentes, ello no conduce a aceptar que todos
estos retazos convivan en un mismo plano igualmente actualizados y que esta primera
dificultad se resolvería luego en saber organizarlos conceptualmente en una suerte de
hipertemporalidad (o de “omnitempralidad”, concepto de E. Auerbach). Una
“temporalidad plural”, la llama Vittorio Morfino, y se pregunta: “¿Cuál es la
temporalidad [del todo social]?”, a lo que rápidamente se responde: “No la
contemporaneidad hegeliana” (Morfino 2007).
Dicha tesis acerca de “la no simultaneidad de lo simultáneo” (de acuerdo al título del
libro de Carlos Rincón, 1995), más bien, conduciría a la imposibilidad de que se
de fenomenología de la conciencia interna del tiempo; Aby Warburg, El renacimiento del paganismo.
Aportaciones a la historia cultural del Renacimiento europeo; Martin Heidegger, Ser y tiempo; y Tiempo y
ser; Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y Tesis de la filosofía de la historia; Jacques Derrida,
Tiempo y presencia; y Espectros de Marx. El…….; Gilles Deleuze, Diferencia y repetición; Giorgio Agamben,
Tiempo e historia. Crítica del instante y del continuo.
3
Respecto a estos autores, es imprescindible mencionar las siguientes obras: Reinhart Koselleck, Futuro
Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos; Historia/ historia y Sentido; Repetición en la
historia; y Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia; Manuel Castells, La era de la información:
economía, sociedad y cultura (Vol. I‐III). Hugo Fazio, La historia del tiempo presente: historiografía,
problemas y métodos.
11
mantenga el propio concepto exhaustivo de actualidad como total despliegue de la
presencia, pues todos esos retazos, a su vez, estarían desincronizados entre sí y serían
enteramente incongruentes e incompartibles, lo que da a suponer que su coexistencia
sólo es posible en términos de que sus respectivas existencias son estrictamente
virtuales (la simultaneidad es relativa: dos eventos que son simultáneos en un sistema
de referencia inercial pueden no serlo en otro, de acuerdo a la tesis einsteiniana), lo que
significa que lo que llamamos actualidad estaría totalmente perforada por “impasses”,
“entretiempos” y “síncopas” que destrozan su aparente integridad.
Tal vez, lo único que en nuestro presente estaría haciendo de contraparte a la
emergencia de estos desafíos conceptuales es el allanamiento de la circulación sin
discontinuidad, de la tecnologización, mediatización y financierización crecientes, que
muestran evidencias de una aceleración homogénea.
VII. El asunto, sin embargo, que intento circunscribir en este ensayo (término que no
supone en mí un género escritural sino un modo de pensamiento y de escritura) sigue
siendo, en todo momento, la necesidad de una reflexión genealógica ‒noción sobre la
que prontamente volveré‒ acerca de los compromisos epistemológicos que estarían por
detrás de (e incluso entre) las mismas aseveraciones relativas a un conflicto de la
concepciones de temporalidad, sobre los que descansan inadvertidamente muchas de
las decisiones actuales. Dije que volvería sobre la noción de genealogía, y me parece que
éste es el momento que pide su aclaración necesaria, pues cuento con el recurso a ella
para vertebrar toda la reflexión consecutiva.
Lo genealógico, aquí, es comprendido a partir de los planteamientos de la
intempestividad de la Segunda consideración intempestiva de Friedrich Nietzsche
(2006), como el intento de comprender el proceso histórico no como algo con un sentido
interior y necesario, sino como un conjunto de creencias y de naturalizaciones
generadas por regímenes y fuerzas intencionales que, formando una tradición
instituyente, producen e imprimen el sentido de naturalidad en los distintos presentes.
De acuerdo a ello, la conciencia que atiende al pasado, reconoce que todo ha devenido
para llegar a ser lo que es ‒incluida la comprensión natural del tiempo y su
conceptualización‒ y que nada es por naturaleza, ni es, por tanto, algo inamovible. La
reflexión genealógica, entonces, será algo más que una conciencia de historicidad.
12
Se trata de tomar el cuidado de que toda reflexión acerca del pasado no acabe siendo
puramente anticuaria. Esto último significa que lo hace ‒aunque lo haga eruditamente‒
en términos distraídos, pero, ¿distraída, entonces, de qué? Me temo que de la
comprensión del presente y, consecuentemente, de la comprensión de que en éste algo
tenga lugar (o que le falte el tenerlo).
Tener lugar, vale decir, llegar a tenerlo, merece en cualquier caso una atención
genealógica, y no un mero gusto anticuario, como he intentado mostrar. Pero algo más:
una vez tenido lugar, los seres y las cosas quedan en recíproca respectividad, los unos
con los otros. Todo, entonces, recibe una definición de la que cada ser y cada cosa se
dice que son respecto de los demás seres y cosas: “Mi pregunta […] no era: «quién soy»,
sino «entre quiénes soy»” (Clarice Lispector). Vale decir, recibe tanto una definición de
relación como una de posición. Y, por supuesto, de correspondencia.
VIII. La poeta boliviana Blanca Wiethüchter tituló una de sus obras precisamente Asistir
al tiempo (1975), lo que aquí nos conduciría a una nueva e inquietante consideración
acerca de la temporalidad, pues este concepto de asistir se duplica en, al menos, dos
sentidos posibles y, tal vez, dos sentidos que se necesitan secretamente el uno al otro.
Decimos asistir cuando queremos significar el acto de comparecer en una situación que
no necesariamente depende de nuestra asistencia para acontecer. Pero también
decimos asistir cuando significamos el cuidar (y, por tanto, jugarse en ello) a alguien o a
algo que sí necesita de nuestra asistencia, como a un enfermo o a un necesitado, en
quien recae todo el peso de la diferencia entre lo que hagamos o no hagamos respecto
a su urgencia y necesidad. Dicho esto, ¿no podríamos pensar que en todo presente surge
la doble cuestión de comparecer a su situación indiferente y también de cuidar su
presencia necesitada? Vale decir, ¿considerarlo a la vez en términos de objetividad y de
subjetividad, donde quizás podría nuestro propio ser llegar a coincidir?
IX. Hemos aprendido, en el desarrollo del cuestionamiento que nos ocupa, que no hay
algo así como una percepción natural y que estuviera dada en la constitución orgánica
de los sujetos por fuera de la constitución cultural de la subjetividad. Toda percepción
consciente estaría posibilitada y a la vez condicionada por lo que se ha llamado un
inconsciente perceptivo. Percibimos sólo porque ya estamos habitando, y siendo
habitados por, una construcción que estructura y organiza (incluido cierto contenido en
13
dicha organización) los datos sensibles que convertimos en mirada (los que decidimos
aceptar, ya lo saben las neurociencias). Podría decirse que sólo vemos lo que es posible
bajo estas condiciones y que no podemos ver lo que estas condiciones no contemplan
(nótese que remito a un verbo que solemos utilizar como sinónimo del verbo mirar).
En el curso de los grandes períodos de la Historia, junto con las formas de vida
de los colectivos humanos también se modifica su percepción sensorial. La
manera en que se organiza la percepción, el medio en que acontece, están
condicionados no sólo por la naturaleza humana, sino también por la historia.
(Benjamin 2011)
La percepción, por tanto, sería algo que está intrínsecamente ligado a la temporalidad.
Los distintos aparatos son los que definen, y redefinen, en cada momento la sensibilidad
común, sostiene Jean‐Louis Déotte. Por tanto, se sigue que: “Son ellos los que hacen
época [y no las prácticas]”. (Déotte 2012)
Con ello podremos atender al carácter construido del aparato mismo, de la que nuestra
percepción es siempre tributaria. Y, en cuanto construido, merece de nuestra parte una
aproximación reflexiva de carácter fuertemente genealógico (consciente de la
institución sedimentaria de lo que hallamos ya naturalizado), y no simplemente histórica
(que indique su posición diferencial respecto de otras situaciones epocales). Porque lo
propio de todo aparato es hacer época.
Si podemos concebir este régimen que estructura y organiza la percepción, veremos
que, en todo momento no‐reflexivo, creemos encontrarnos con lo natural, aunque
reflexivamente sabemos que no lo es. Sentado esto, podemos dar un siguiente paso. Del
mismo modo, podemos concebir que nuestras propias emociones personales, que
también consideramos enteramente naturales (porque damos por descontado el
carácter natural de nuestra propia soberanía), están enmarcadas en un aparato, pero
esta vez afectivo. Se trataría, entonces, de una suerte de aparato afectivo que, como tal,
también hace época. ¿Cómo hace época? Del mismo modo que dijimos de lo visible;
este régimen constituye lo que sólo es posible sentir bajo sus condiciones y no
permitiendo sentir lo que estas condiciones no contemplan.
X. Si asumimos lo anterior, podremos advertir que las actuales emociones que dirigen
su vista (distraída o reflexivamente) hacia el pasado, también estarían siendo
estructuradas y organizadas (con lo de contenido que ello además implica) por un afecto
14
En la postulación de este aparato afectivo, nada habría de subestimación sobre la validez
de aquellas emociones, tal como nada de defecto tiene la comprensión de que nuestras
percepciones estarían condicionadas por el aparto perceptivo que opera como un
inconsciente para las mismas. Estas consideraciones (acerca de la percepción y acerca
del afecto) no establecen juicio alguno, y la posibilidad del juicio sólo podría descansar
en otras distinciones cuya pertinencia habrían de ser despejadas, llegado el caso.
Por supuesto, este aparato afectivo tendría un efecto directo en la propia comprensión
de la temporalidad, la que siempre, aunque no lo advirtamos, está atravesada por
apreciaciones de índole climatológica. El clima (como caída y también como declinación,
del mismo modo que en el uso activo del habla) operaría como circunstancia provisional
y no sería por sí misma un fenómeno (no pudiendo ser reificada), aunque sí articula
potencialmente al conjunto de los fenómenos como algo inherente a la definición de lo
temporario mismo. La propia palabra temporal establece la íntima posibilidad de dar
lugar a las palabras temple y temperatura. Y, de ahí, a las palabras temperie e intemperie,
y temperancia e intemperancia. Habría que volver a pensar, entonces, lo que supone un
régimen climático, pues éste, para efectos de la existencia, pues no sólo inclina la
disposición de los ánimos (de la vida misma, si tomamos la precaución de recordar el
factor pneumático, antes que meramente espiritualista, inscrito en su etimología)
abriendo o cerrando determinados horizontes de posibilidad, sino que virtualmente
activa ciertos procesos fisiológicos así como desactiva otros en el conjunto
interdependiente de la vida orgánica. Y de la delicada vida intersubjetiva inconsciente
(que sería lo mismo que indicar el inconsciente propio de esta vida intersubjetiva), sin
lugar a dudas.
Preguntar por qué, en el curso de nuestra temporalidad se estaría volcando nuestro
afecto compulsivamente hacia el pasado, nos llevaría a la reflexión genealógica (una que
cuida de su presente) acerca de cómo ha sido posible que la pregunta misma por lo que
respetivamente sean el presente y la temporalidad haya devenido una obsesión, y que
esta obsesión pueda ser comprendida como algo que hace época y no como algo que
15
ocurre al interior de una época sin más. ¿Cómo es posible que aquélla tenga lugar en el
presente y como presente? Pero, ¿se vuelca realmente hacia el pasado?
XI. A pesar de todo lo anteriormente dicho acerca del culto al pasado, pareciera ahora
que el verdadero “objeto” de éste no sea exactamente el pasado en cuanto tal, sino el
propio proceso de dirigirse a él, de evocarlo e invocarlo. Vale decir, tal vez el “objeto”
de este culto sea, más apropiadamente, la memoria misma. “Es la memoria lo que el
historiador convoca e interroga, no exactamente ‘el pasado’” (Didi‐Huberman 2006).
Ateniéndonos al rendimiento de la terminología clínica, pudiera afirmarse que también
nos hemos desplazado desde un interés (relativamente reciente pero ya abandonado)
por los síntomas a la constatación (en total vigencia actual) de un verdadero síndrome.
Por síntoma comprendo una señal mínima y de índole marginal que acusa el estado de
un proceso o un fenómeno, que no se halla disponible a la observación directa. Y por
síndrome comprendo el concurso constelar de muchas señales, que se presentan ante
la observación simple, respecto de alguna cosa o fenómeno dominantes. De este modo,
el afecto hoy tendido hacia la inactualidad se presenta más bien como un síndrome, ya
no como un síntoma.
Propongo que valdría no descuidar una vigilancia precautoria al momento de
comprender que, tras toda reflexión acerca de la temporalidad, habría la potencia de un
presente que pueda quedar desatendida. Valdría no descuidar la vista del hecho de que
nuestro presente siempre pide ser pensado a partir de su propio “momento de peligro”,
vale decir, de lo que en él estaría en juego (de perder tanto como de ganar). Pues a todo
presente convendría ponerlo en tensión con aquello que, siéndole aparentemente
consustancial, lo amenaza por dentro con minar sus propias fuerzas. Para ello, habría
que recuperar el sentido de la urgencia que yace bajo la aparente calma de los tiempos
presentes y con la cual me parece del todo imperioso volver a reconectar. Urgencia en
el sentido de extraer y recuperar de la experiencia el “instante de un peligro” solicitado
por Benjamin –“Articular históricamente lo pasado no significa «conocerlo como
verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como
brilla en el instante de un peligro” (Benjamin 2014)–, pues estaría en juego, una vez más,
la potencia y la autonomía de nuestras subjetividades en este presente que, en rigor,
contiene al pasado como parte de sí mismo, como lo ha sido siempre. Cuál sea este
16
peligro y qué sea lo amenazante, será lo que dejo abierto en este ensayo, precipitando
ojalá su necesario debate.
XII. Por último, a propósito de Vibra aún el arpa muda. Antología de poesía boliviana del
siglo XIX de la que estos ensayos dependen (como se dijo al inicio), agrego que pareciera
que el sonido mismo, inscrito en estas producciones antologadas y que es puesto a
reverberar, fuese parte de una suerte de “encantamiento” (repito) al cual la presente
temporalidad histórica no puede dejar de atender.
Evocamos ese sonido anacrónico proveniente de las producciones del “diecinueve” (el
siglo XIX del calendario gregoriano de la era oficial) como si éste fuese un solo y mismo
sujeto. Un sujeto vocal, quizás, caracterizado muy vagamente y al cual le suponemos un
rango de variabilidad, aunque también una consistencia que subsistiría en esa variación.
Sería, ante todo, un sujeto que “suena” y que buscamos volverlo a escuchar en la caja
de resonancia que hoy somos. Sería importante volver sobre esta preposición usada
como prefijo: el “ante”, respecto de un pasado que hoy nos atormenta, de la que se
habló en el Apartado II. Tal vez, sólo podría “resonar” lo que ya material y efectivamente
se ha adelgazado y debilitado en nosotros mismos, y reaparece para nosotros como un
fantasma amable, sólo porque su ahora actual carácter “de época” le ha quitado la
amenaza efectiva que podría revestir: su propia y auténtica actualidad en la que este
espectro sonoro se debatía buscando otros órdenes de realidad que los que eran
entonces imperantes.
Marc Augé apunta algo significativo respecto al sonido, al hablar de la añoranza e indicar
la toma de conciencia de la propia edad:
Conciencia feliz de algo inacabado benéfico que mantiene el deseo de creación,
el deseo de otra cosa o por otra parte, signo de vida por excelencia, donde se
mezclan pasado y futuro, signo de tiempo que pasa y que vuelve como el
estribillo de una canción, signo de edad. (Augé 2014)
17
REFERENCIAS
Augé, Marc (2014). El tiempo sin edad. Etnología de sí mismo. Buenos Aires:
Adriana Hidalgo.
Benjamin, Walter (2011). La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica
(Versión de 1939). Buenos Aires: El Cuenco de Plata.
____ (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Madrid: Ítaca
Déotte, Jean‐Louis (2012). ¿Qué es un aparato estético? Benjamin, Lyotard,
Rancière. Santiago: Metales Pesados.
Didi‐Huberman, Georges (2006). Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo
de las imágenes. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Fowks, Jacqueline (2017). Mecanismos de la posverdad. Lima: Fondo de Cultura
Económica.
Heidegger, Martin (1994). “¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?”, Conferencias
y artículos. Barcelona: Odós.
Huyssen, Andreas (2007). En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en
tiempos de globalización. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Lispector, Clarice (2000). La pasión según G.H.. Barcelona: Muchnik Editores.
Mendoza, Javier (2015). El espejo aymara. Ilusiones ideológicas en Bolivia. La Paz:
Plural.
Morfino, Vittorio (2007), “La temporalidad plural de la multitud”. Youcali. Revista
de Crítica de las Artes y el Pensamiento. No. 4, diciembre de 2007. Tierra de
Nadie Ediciones. www.youcali.net.
Pelbart, Pel Pál (2009). Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad.
Buenos Aires: Tinta Limón.
Rancière, Jacques (1996). “El concepto de anacronismo y la verdad de la
historia”, L’Inactuel, No. 6, 1996.
Rincón, Carlos (1995). La no simultaneidad de lo simultáneo. Posmodernismo,
globalización y culturas en América Latina. Bogotá: Editorial Universidad
Nacional.
18
Vera, Adolfo. En Déotte, Jean‐Louis. ¿Qué es un aparato estético?
Wiethüchter, Blanca (1975). Asistir al tiempo. La Paz: Litografías e Imprentas
“Unidas”.