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DOSSIER

DE CUENTO
POLICIAL
En los relatos policiales alguien siempre se acerca a completar la
escena. Lector o detective –o ambas cosas a la vez– ese alguien lee
a partir de indicios y fragmentos: en las cenizas, en los cuerpos,
aun en el agua, que todo parece borrar. Pero nadie quiere escu-
char la verdad que ha descubierto. Por eso cobra por adelantado,
una vez resuelto el enigma nadie lo quiere cerca. Atrás quedan las
ruinas de su hallazgo, donde los muertos encuentran su verdad.
Acerca de lo también inflamable

Por Vanesa Almada Noguerón

E s cierto: algo se prende fuego sobre el durlock maltrecho de las


paredes. Acaso sea la vena eléctrica (antes vital, ahora tóxica) es-
condida entre los huecos desfigurados de los ladrillos; el borde
–cada uno de los bordes, también rojos– de los dos portarretratos cuyos
rostros juramos desconocer; la brutalidad artificial del fresco, salvado de
la venta de garaje, cuyo drama secuencial insiste en formar una mímesis
algo exigida con el impacto de la combustión.
Dormimos. Nos sometemos a la profundidad del sueño (a su indulto
sobreentendido) con una obediencia mística. Dormimos pero los ojos y las
arterias coronarias siguen abiertos. Me busco en la trivialidad conceptual
de nuestra mesa de escritorio, y escribo, caprichosa y ácidamente, sobre la
inmoralidad elemental de nuestra existencia (inútil, transitoria, falsa). Por
el costado menos maltratado de una ventana alcanzo a ver el fuelle de las
valijas. Puede ser que algo inservible, y por defecto mal acomodado, nos
haya quedado dentro. Puede ser que decidamos quedarnos si todo aparece
(si todo emerge del núcleo demorado) como fingimos planear.
Esta casa es nuestro templo. Las variaciones neuróticas y circulares que
en ella habitan, completan los faltantes y el deterioro inaplazable del mo-
biliario. Las puertas de todos los cuartos siguen cerradas y en llamas. El
óxido del catre hace juego con la venganza lenta de la hecatombe sobreve-
nida y con la podredumbre de los marcos.
Afuera hay un sol seco que desprecio. La sed de los árboles, su inalte-
rable bamboleo convulsivo, estéril y amarillo, me asfixian aguda y violen-

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tamente. Me gustaría el aguacero. Me gustaría que lloviera durante veinte
ininterrumpidos meses y que la lluvia corrompiera el suelo y todo lo que
en él resolviera manifestarse. Me gustaría apreciar la humedad de las cosas
con las manos intoxicadas de úlceras, desplazarme por la higrometría de un
campo cualquiera recolectando granos de arroz y bayas venezolanas ricas
en potasio con el grosor de las pantorrillas, despejar con vanidad cáustica
lo putrefacto de la fruta, pelar la fruta íntegra y próvidamente sin levantar
el cuchillo de la piel, sin levantar vuelos ni cargos deshonestos, sin levantar
siquiera una mínima sospecha, un escrúpulo implícito.
Dormimos. Existe una resistencia insurgente hacia lo no conocido, una
furia definitiva hacia lo ya olvidado. Dormimos. Un globo de extraordinarias
dimensiones está envolviendo nuestros cuerpos. Imaginamos que en ese sue-
ño encapsulado un semiólogo esquizofrénico nos invita a atravesar un tiem-
po nuevo (uno que no fue, que no es, ni podrá ser), por encima de un espacio
tampoco real –tan poco real–, en perfecta simetría con una cuidad también
en llamas. Como en Pompeya, nuestro crimen preservado representa una
perpetuidad exclusiva de lo todavía orgánico, el recuerdo invulnerable de
los vivos, la muerte inmortal.
Dormimos. Alguien se está acercando a completar la escena (alguien
también nos sueña). Escribo sobre el desastre legitimado que ese alguien
rompe –con saña– contra el contorno de las paredes. La ruina que ha co-
menzado se enciende. Algo se prende fuego.

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Entre dos mares

Por David Jacobo Viveros Granja

E l profesor Onelly había desaparecido. Ese día, se habían cumplido


las 5 de la tarde y todos dejaron su trabajo para volver mañana, el
único que se quedó fue Onelly, al siguiente día, los colaboradores
encontraron sus instrumentos y algunas ropas de él por el piso. Durante
una semana nadie logró ubicarlo. Algunas personas imaginaron que fan-
tasmas muy antiguos se lo llevaron a un mundo de espíritus y castigos.
Fue entonces cuando le contaron los hechos al detective Dark, quien oyó
todo y solo hizo un comentario:
–Entiendo que el profesor ya estaba por jubilarse.
–Sí –le contestó Sonia, la hija de Onelly–, planeaba retirarse a un lugar
a donde ya nadie lo importunara, quería descansar de verdad.
–¿El Shincal tiene lugares para ello?
–Estamos hablando de ruinas –respondió la mujer un poco ofendida,
sintió que el detective se burlaba de ella.
La acompañante de Sonia era Iris, trabajó con el profesor, y estuvo el
día en que él decidió quedarse trabajando solo después de las cinco de la
tarde. Llevaba en esta ocasión una revista, el detective trató de ver el títu-
lo, parecía que se llamaba Misterios y no pudo dejar de preguntar:
–Veo que lleva un dibujo de una ciudad incaica.
Iris, que solo acompañaba a Sonia, se sorprendió de que alguien le pre-
guntara algo, se asustó y entre tartamudeos respondió que así era, que el
número de hoy hablaba de lugares secretos a donde se marchaban algunos
ancianos en tiempos del Tawantinsuyo.
–¿Se marchaban? –preguntó con curiosidad real o fingida el detective Dark.
–Sí, había pasadizos para retirarse a descansar a otros mundos –comen-
tó Iris–, bueno, a ciudades secretas.

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–¿Conoce usted esos pasadizos? –preguntó interesado Dark.
–Nooo, si solo es una leyenda, un rumor –otra vez rio-, ojalá hubiera uno.
–¿Por qué?
–Porque sería magnífico poder viajar a otra parte, los imagino como puer-
tas dimensionales, el profesor anhelaba encontrar…
En ese momento Sonia haló el brazo de la amiga y le reprochó con la mi-
rada lo que iba a contar. Por supuesto, Dark, lector de gestos, lo advirtió y
bajó la mirada y sonrio.
–Me gustaría viajar hacia allá, quiero ver el lugar donde trabajó el profesor
Onelly –dijo el detective. Entonces al siguiente día viajaría al Shincal, allá lo
esperaría el colega principal de Onelly: el antropólogo Duel.

***

Al llegar al Shincal la vista fue atrapada por aquellas ruinas, como no sabía
mucho del “mundo Inca” solo pudo decir palabras estereotipadas como: “es
increíble todo lo que hizo ese pueblo, verdaderamente fueron un imperio,
llegaron hasta Argentina”, sus murmullos los interrumpió el saludo del señor
Duel:
–Detective Dark, bienvenido, déjeme recibirle su maleta.
–Gracias, no traje mucho, pues no estaré mucho tiempo por aquí. A no
ser que encuentre las ruinas que necesito.
–No lo entiendo, detective –dijo alterado Duel.
–Leí un artículo que usted escribió con el profesor Onelly, ustedes estu-
vieron tras la búsqueda de otras ciudades que podrían estar bajo esta ciudad
en ruinas, ¿verdad?

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–Sí, es cierto. Pero eran más los –Ella fue más cercana a Onelly que yo, tal vez tenga más información
sueños de Onelly que míos, sin em- –sugirio maliciosamente Duel.
bargo escribimos ese artículo con al- El detective sonrio otra vez y la saludó:
gunos hallazgos que quedaron como –Señorita Iris, buenos días. La verdad quisiera recorrer las partes por
pistas nada más. Nos guiamos en donde anduvo el profesor Onelly, y si tengo preguntas, ustedes dos me
narraciones que contaban historias ayudarán a resolver cualquier duda.
sobre ciudades mágicas a las que se –No hay problema –respondió Iris, mirando con desagrado a Duel. Por
podía acceder a través de algún pun- su parte Duel solamente hizo un gesto para que lo siguieran, así fueron
to del Shincal. ingresando al antiguo mundo, pareció oírse música a lo lejos, pero nadie
–¿Y usted no siguió con esas in- por allí tocaba instrumento alguno.
vestigaciones? –preguntó el detecti- El recorrido era como viajar a otro tiempo, el viento se sentía distinto,
ve. y las piedras que quedaban remitían a construcciones como las de Machu
–Parece que adivinara, yo seguí Picchu, llegaron al lugar donde quedó aquel día el profesor Onelly solo.
escribiendo sobre ello, pero solo. –Esta se supone que era la parte donde estaba la casa del curaca, algu-
–¿Solo? nos indicios nos lo hacen sospechar, por eso estamos reuniendo más ele-
–Sí, Onelly empezó a trabajar mentos –explicó Iris y bajó la mirada. Duel la miró con sorna y completó:
por su cuenta y discutimos, la verdad –El curaca al parecer no era de acá, sino enviado por el Inca desde otra
dejamos de hablarnos desde hace un parte.
mes, aunque delante de la gente fin- –¿Y era común hacer eso? –preguntó Dark.
gíamos que todo estaba bien. Maldi- –Sí, tal vez fue un premio –contestó el antropólogo.
to viejo, debió huir por algún cerro El detective, tocó un poco las piedras, recogió el polvo y preguntó
a seguir investigando por su cuenta, quién tenía la ropa y los instrumentos que quedaron abandonados cuando
quería jubilarse para tener tiempo, desapareció el profesor. Duel respondió que la policía los tomó mientras
pero nadie me robará el trabajo que duraba la investigación.
hicimos los dos. De todos modos –Usted dijo que el viejo, perdón, el profesor Onelly pudo huir por esos
estaba actuando de manera rara. cerros, ¿tal vez por alguno escalonado? –preguntó el detective.
–Por qué dice eso –preguntó –No sé, él siempre miraba esos cerros y cuando terminaba su trabajo
Dark con mucho interés, inclinán- acá, se iba a algún cerro escalonado –dijo Duel.
dose hacia Duel. –En su revista de misterios se cuenta la historia de espacios conserva-
–Desde hacía meses había cam- dos bajo escalones, ¿es cierto señorita? –gritó el detective pues el viento
biado su forma de comer, tenía unas era ruidoso en ese momento.
dietas ridículas para su edad, como –No sabía que le gustaba ese tipo de revistas –rio otra vez– pero así es.
si buscara estar muy delgado. Y ha- Aparte de usted, el profesor fue el único que no se burlaba de mis lecturas.
cía lo que antes era inimaginable. –¿Quién encontró los instrumentos y ropas del profesor tras su desa-
–Es decir… parición?
–Onelly empezó a hacer depor- –Fui yo –dijo Duel tocándose la nariz–, me gustaba llegar temprano a
te, era como si se preparara para trabajar.
algo… pero para qué. Aunque al –Cuando mencionó los cerros escalonados, la señorita Iris miró uno en
único al que le pareció eso raro fue específico –comentó el detective–, me gustaría ir allá.
a mí, a Sonia no le importó. Iris se incomodó y se aferró a una bolsa que cargaba consigo, y fueron
–¿Cree usted que lo mataron? hacia allá, mordió su labio inferior.
Duel no respondió al instan-
te, luego explicó que en la región ***
ha habido muchos saqueadores y
personas que en la noche venían a Sentados en el cerro que los antiguos habitantes habían aplanado, se lle-
robar las antigüedades, luego calló gó a sentir el silencio de la altura, el detective no habló por mucho tiempo
porque apareció Iris, el sol parecía y Duel hizo un gesto de rabia y aburrimiento. Miró su reloj y cuando iba a
hacerla borrosa ante la mirada de decir que no podía seguir sin trabajar, Dark interrumpió:
los dos hombres. –Desde aquí se ve algo, por donde vendría un río.

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–Es solo una roca que fue dividida en dos por los que él planeaba retirarse a un lugar a donde ya nadie
habitantes, más allá no hay nada –aclaró nerviosamente lo importunara, y que quería descansar de verdad. Se
Iris. notaba que usted compartía eso. Por eso cuando Duel
–Pero nadie ha dicho que fuéramos hacia allá –dijo le contó de las dietas y ejercicios de su padre, usted no
irónicamente el detective. En ese instante llegó Sonia: se inmutó.
–Buenos días, cómo ha estado todo por acá. Sonia solo abría los ojos y tensionaba su rostro colo-
Iris corrio hacia su amiga, Duel hizo un gesto de cando la mano derecha en la garganta.
desinterés y descortesía, y Dark respondió: –En la literatura hay muchas historias de personajes
–Creo que ya todo está claro. que abandonan su vida por otra, Cervantes habla de
–¿En verdad? –dijeron al unísono los tres. nobles que se van al campo como pastores; no sé si hay
–¿Pues quién se llevaría ropas de trabajo o instru- cuentos de gente que busca ríos de inmortalidad. Lo
mentos de excavación cuando se puede escapar a través cierto –dijo el detective sintiéndose sabio porque había
de algo que se descubrio desde estos cerros? Me refiero pronunciado la palabra “literatura”–, es que es posible
a huir a través de ese espacio de la piedra gigantesca di- que encontremos cuando menos lo pensemos al profe-
vidida en dos, si por allí pasa un cauce de río, siguiendo sor Onelly, aunque los habitantes del lugar tienen por
dicho cauce habrá una buena condición para vivir. sagrado ese pasaje entre las piedras, por ello el anciano
–¿Está diciendo que mi padre decidió escapar sin lo hizo de noche. Señor Duel, usted trabajó toda la vida
razón? con su colega y por los artículos e investigaciones que
–Más bien con razón, usted me dijo que él planeaba hicieron, además de las charlas, debió usted sospechar
retirarse a un lugar a donde ya nadie lo importunara, y los planes de su amigo. Tal vez en el fondo usted desea-
que quería descansar de verdad. Por eso le pregunté si ba esa desaparición y optó por no darse cuenta.
el Shincal tenía lugares que permitieran eso, pero usted Duel se exaltó y abrio la boca, luego el detective
se molestó con lo que había dicho y no me dejó expli- tomó su pequeña maleta y se marchó diciendo:
carle –contestó un poco harto el detective–. Además, –Por eso siempre cobro por adelantado, porque al
para pasar en medio de esa roca partida, se necesita final los clientes parecen odiarme.
ser muy delgado, o atravesar ese espacio sin ropas. El
señor Duel me ha confirmado la preparación que se
requiere físicamente para pasar por en medio de esa
roca partida.
–Son pasajes sagrados –interrumpió emocionada
la señorita Iris. Entonces Sonia la pellizcó muy fuerte
para que callara.
–Y claro –continuó el detective–, como la señorita
Iris fue la única en irse, en la distancia vio a una pro-
fesor que parecía loco quitándose la ropa, decidió se-
guirlo y ver cómo se iba por ese sitio de la roca partida.
La situación debió ser extraña, ¿verdad? Cada vez que
hablaba de él, ella se reía porque le parecía gracioso
haber visto a esa eminencia desnuda. Y a la vez se son-
rojaba como ahora.
Iris se sonrojó otra vez y bajó la mirada. Además,
admiraba mucho al arqueólogo Onelly. Sonia la quemó
con la mirada.
El detective se acercó a la hija del hombre desapare-
cido y le reveló algo más:
–Iris corrio a buscarla a usted para contarle todo,
y usted le pidió silencio, porque usted sabía que su pa-
dre estaba preparando eso, su tono de voz era de apo-
yo a lo que había hecho el profesor cuando me contó

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POR LA BOCA MUERE

Por Hache Pavón

Ll egó sin aire, boqueando. Erró el manotazo… Una brazada


más. Fuera de tiempo. Se agarró del andarivel como Indiana
Jones de una roca para no caer en un acantilado. Para eso sirve
el cine de Hollywood, para regalarnos una imagen cuando echamos a
perder una carrera deportiva –pensó Oliverio– y después del acantilado
viene el mar y después del mar… Nunca es triste el cronómetro, lo que
no tiene es remedio. ¿Cuántas décimas de segundo entran en una braza-
da? ¿Cuántos años de entrenamiento? Esa es la cuestión: ser en el tiem-
po, maltrecho Hamlet del conurbano. Una corriente eléctrica recorrió
su brazo en el momento menos indicado. Su cuerpo no acataba órdenes,
todo había comenzado en un duermevela, esa frontera indómita entre
la vigilia y el sueño, movimientos involuntarios, que de suaves trotes se
convirtieron en desbocados galopes. La mano de Casandra sobre su pe-
cho lo devolvía, siempre, a la calma.
Giró el grifo. Hundió la cabeza en los azulejos y dejó que el agua le
cayera por la nuca, le resbalara por la espalda, recorriera sus piernas y se
perdiera en el desagüe. La derrota y la tristeza, que el agua se llevara todo,
por las cañerías del club y de la ciudad, hacia el río y más allá, hacia el mar
y más allá, hacia el olvido. Recordó, también, que un viejo profesor de
literatura, rengo, varicoso y amante del Facundo y de la natación, le había
declamado una sentencia de Sarmiento: “Donde hay agua hay vida”. ¿Por
qué en singular? ¿Qué tienen que ver el agua de esta ducha a cuarenta gra-
dos con el agua de la pileta a veintisiete? Nada, nada que ver la una con la
otra. Viejos pelotudos, el profesor y Sarmiento. Oliverio Martínez: nada-
dor de pileta corta y larga. Sí, tenía que imprimirse una tarjeta, como los
abogados o los contadores.
El agua de lluvia, Oliverio la había olvidado, pero ahora, en la calle,

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mientras caminaba hacia la parada del colectivo la sintió en la cara, tan dis-
tinta a otras aguas y tan distinta a sí misma. Esa llovizna, por ejemplo, era
una caricia. Nada que ver con las furiosas lluvias de los veranos de su niñez.
Lo recordaba, claro y distinto: mediodías tórridos en la casa de los tíos del
campo. Almuerzos con sopa, guiso y una promesa, “después de la digestión
vas a nadar al río”. Nadar toda la vida para escapar de una fábrica y, desde ese
momento, como cualquier operario, esperar (como en aquellos veranos) un
colectivo a las cinco de la mañana. No, volvió en sí y se dijo que no, que el
colectivo lo llevaría a la casa de la abuela y que, una vez más, encontraría a Ca-
sandra restaurando muñecas de trapo, reponiendo ojos y cosiendo brazos. Por
eso nunca lo vio competir, porque Casandra había sido una niña proletaria y
Oliverio tenía que entenderla y la entendía. “¿Qué tal te fue?”, le preguntaría
ella como si recitara un formulario, con el tono neutro y desinteresado que
corresponde al recitado de formularios, pero esta vez Oliverio pasaría a la
habitación, sin detenerse, en busca de la cama y de un sueño rápido.
Casandra encontró la primera muñeca de trapo en un baúl de madera que
la acompañaba desde la primera infancia. Una niña, vecina suya, le había to-
cado el timbre y le había ofrecido una rifa, estaba recaudando fondos para un
viaje a Rosario, para realizar la promesa a la bandera, la enseña que Belgrano
nos legó, etc. Casandra le compró tres números y le pidió que volviera al otro
día porque le iba a preparar una sorpresa. A la muñeca de trapo le faltaba un
ojo, así que buscó en un costurero de lata un botón de madera que pintó de
blanco y negro. Cuando la niña la tuvo en sus manos le dijo a Casandra que
ella también tenía una compañera con un ojo de madera. Ese fue el primer
entuerto que enderezó, le siguieron el resto de sus muñecas de trapo y las
de todas las niñas y los niños del barrio que le traían las suyas. Así, la fama de
Casandra y la sombra de Oliverio crecían parejas.

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Don Carlo Ricci había llegado a Andonadando unas De regreso en el sillón rojo, Oliverio se entrevió
semanas antes de la derrota final de Oliverio y lo escu- junto a Don Carlo y Casandra alrededor de una mesa:
chó atentamente. Por ese entonces, Oliverio hablaba, una picada vegetariana, bastones de morrones amari-
entre ejercicio y ejercicio, de sus días en la pileta, de llos, verdes y rojos, bastones de zanahoria y tomates
la importancia del sacrificio y de cómo sería su vida cherry con quesos untables. Luego sorrentinos caseros
de campeón provincial de pileta corta en 100 metros con salsa caruso y un vino que Don Carlo presentaba
libres. Don Carlo, que había llegado con dos stents co- orgulloso. Casandra había exacerbado su apariencia na-
ronarios, escuchaba más de lo que nadaba. Escuchaba tural y despojada: el pelo rubio y largo y suelto, una
con atención el relato de todas las hazañas de Oliverio, camisa de bambula blanca, unos jeans azules y alpar-
tenía que escucharlo una y otra vez, y el relato de la gatas blancas con suelas de soga (las orejas, el cuello y
obra de Casandra y sus muñecas de trapo. Entraron en las manos limpias de adornos). Don Carlo estaba pren-
confianza, Don Carlo buscaba hijos por el mundo, hijos dado, de la conversación, de la pasta y de Casandra.
a quien adoptar y aconsejar. Oliverio, que lo había perdi- Sin embargo, se retiraba a tiempo. Después, Casandra
do antes de nacer, buscaba un padre. Se hicieron amigos, levantaba la mesa y le llevaba uno a uno los platos, los
a la manera de quien tiene, o cree, todo por ganar y de vasos y los cubiertos a Oliverio. Esa morosidad les gus-
quien no tiene nada que perder. taba, era un tiempo en el que se encontraban como un
La noche de un 22 de agosto, fría y lluviosa, Don clarinete y un oboe sobre un escenario en un teatro
Carlo celebró sus 70 años y Casandra no durmió en casa. vacío, un acuerdo hecho de miradas, uno más entre
Como nadador podrán decirse muchas cosas de Olive- ellos; cada vez que Oliverio terminaba de lavar un vaso
rio: que no tenía condiciones, que sus brazadas eran cor- y lo dejaba en el escurridor, Casandra llegaba con el
tas o que sus patadas eran rígidas, pero disciplinado había siguiente. “Voy despacio porque estoy apurado…”, le
sido disciplinado. El entrenamiento, la alimentación y decía Oliverio, haciendo gala de un dudoso conoci-
el descanso lo habían convertido en el hombre que era miento de la retórica napoleónica. Un hombre podía
(hasta esa noche no había probado una gota de alcohol). adueñarse de una sólida cultura general en un kiosco
Sin embargo, a Sísifo, empujando su piedra cuesta arri- de diarios y revistas, con las colecciones de grandes
ba, le hubiese resultado más fácil encontrar la llave en pensadores, grandes escritores o grandes pintores de
el bolsillo, colocarla en la cerradura y abrir la puerta de la historia universal que de tanto en tanto publican
la casa de la abuela. “Casandra, Casandra…”, la llamó los diarios de tirada nacional. “Falta, eso sí, la de los
una vez adentro. “No sabés, tengo que contarte algo…”. grandes nadadores”, le había dicho Don Carlo una tar-
Pero Casandra no respondió, la buscó en el baño y en el de en el estacionamiento de la pileta. Oliverio, claro,
living, donde durmió tirado en un sillón rojo. lo pensaría… A menudo se había imaginado como un
Apoyó la cabeza en un almohadón, cerró los ojos y el nadador, pero jamás como un personaje de dibujitos
mundo comenzó a girar y a girar en órbitas caprichosas. animados y, a partir de su derrota final, solo iría a An-
Los abrió nuevamente y sintió que una bola en estado lí- donadando a animar fiestas infantiles disfrazado de Bob
quido subía desde la boca de su estómago. Se incorporó, Esponja. Si se convertía en un recopilador de historias,
caminó rebotando en todos los muebles y, una vez que recuperaría su dignidad. En la charla que contemplaba
llegó al baño, se arrodilló y se abrazó al inodoro. Abrió desde el sillón rojo, Don Carlo le sugería, como para
la boca, todo lo grande que podía abrirla, y se le llenó empezar, el camino de la humildad, una historia de los
de saliva, como si el paladar y las mucosas le sudaran. nadadores olvidados, “esos que se levantan a las cuatro
De pronto sintió que la bola líquida, después de recorrer de la mañana para entrenar, después van a la escuela y
las tuberías de una sala de máquinas en sentido inverso vuelven a entrenar, pero nunca una medalla, verdade-
al establecido, le desbordaba la garganta y escapaba de ros ejemplos de la frustración nacional”.
su cuerpo (marrón, como el agua barrosa del Paraná, Necesariamente vendría una etapa en la que Oli-
se desparramaba en el interior del inodoro). A una se- verio debería visitar las piletas de las localidades y los
gunda bocanada le sobrevino un alivio repentino. Oli- partidos vecinos para recopilar historias. “¿Cuánto vale
verio se quedó observando la sustancia elemental de su una buena historia? A este país le faltan recopiladores
vómito, restos de la cena y, según lo imaginaba, de su y le sobran nadadores”, les había dicho Don Carlo una
hígado que los ácidos gástricos no habían alcanzado a tarde en que había pasado a persuadirlos. “Un Charles
amalgamar. Perrault, un Alexandr Afanáseiv o un Benito Mussolini.

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¡Grandes historias les debemos a fue un verdadero suceso, colocó a La Negrita debajo de una estatua ecues-
esos hombres!”. Oliverio escucha- tre, a su derecha un canasto de mimbre, de los que se usan para repartir el
ba, con un fondo de hojas al viento, pan, con las muñecas descosidas o cortadas, y a su izquierda otro, con las
esas voces de un recuerdo sin fecha. restauradas. La imagen de Casandra llamó la atención de los vecinos, pero
“Es una oportunidad para que sigas más los canastos de pan sin pan. Vinieron las niñas y los niños de las casas
viviendo, para que no saques la ca- y de los edificios vecinos, algunos a pedir pan y otros a restaurar muñecas
beza del agua y te ahogues en la tie- de trapo.
rra”, le había dicho Casandra. Algo Don Carlo, heredero de la Ricci Sport, la única textil del pueblo, estu-
de eso sentía aún Oliverio, ante la vo al frente mientras pudo, pero harto de explotar compatriotas, decidió
amenaza siempre latente de la fábri- cerrar la producción local y dedicarse a la importación, una actividad que
ca de Plasticola, de tener que traba- le evitaba el cargo de conciencia y el riesgo. En eso estaba cuando sufrió su
jar como operario con una sustan- primer infarto. Uno de los médicos le recomendó actividad física: caminar
cia en la que no podría sumergir el y nadar. El negocio, en contraste con su salud, prosperaba: al puerto de
cuerpo y no podría bracear, apare- Buenos Aires llegaban, como en la década obscena el champagne desde
cía de pronto la posibilidad de con- Francia y la pizza desde Italia, muñecas desde la China y desde la India.
tinuar siendo un anfibio, un hombre A Don Carlo le daban lo mismo las blancas, las negras o las gay friendly
en el borde de la pileta. (importaba todo lo que podía comprar barato y vender caro). Su salud
Meses antes de que Oliverio pendía de un hilo de coser, se reiteraban los episodios de broncoespasmo,
errara la brazada que nunca debió algo en sus pulmones no andaba bien, algo persistente, un moco imposible
haber errado, en que los movimien- de reducir y que, ante la ingesta de antibióticos con malbec, se escondía en
tos mioclónicos dominaban defini- algún bronquio marginal y, más temprano que tarde, se convertía en una
tivamente su cuerpo, Casandra re- legión. “Nena, a mí me falta poco”, le dijo a Casandra mientras, con una
cuperó una vieja máquina de coser seña, le pedía que tomara asiento en su oficina de la calle Rivadavia, en el
Singer, regalo que su madre había segundo piso de uno de esos edificios nuevos y vacíos. “Vos y yo estamos
recibido en los días más felices. La en negocios parecidos, vos trabajás con muñecas para niñas y yo con mu-
casa de la abuela estaba atiborrada ñecas para adultos. No sé, se me ocurrió que podríamos ser socios. Estoy
de objetos inútiles: frascos, rosas pensando en un presente para mis clientes, qué tal si, además del servicio,
de cobre y muñecas de trapo y con les ofrecemos como souvenir una de tus muñecas de trapo. Un recuerdo
la llegada de “La Negrita” tenía que que puedan conservar para siempre, que puedan colocar en el living de su
elegir: ¿Oliverio o la máquina? De- casa y mirar cuando abrazan a sus esposas. Pensé en vos y en tus muñecas
cidió, compasiva, montar un Taller de trapo, nena. Como te dije, a mí me falta poco, después el negocio te
de Ilusiones en una plaza. Su prime- queda a vos”.
ra mañana de restauradora pública Despertó sin Casandra en la casa de la abuela. Regresó de una pesadi-

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lla recurrente: Oliverio nadando en el río, una partida
en una competencia, Ramallo, Baradero o San Pedro,
cientos de nadadores, de cuerpos bronceados y ansio-
sos. Un disparo y a correr, el agua a la cintura y zam-
bullirse, una, dos brazadas y aguantar los manotazos
y las patadas a diestra y siniestra… Pero, de pronto y
casi sin darse cuenta, encontrarse solo en el medio del
cauce del Paraná, el agua, cada vez más pesada, pegada
entre los dedos, como membrana de murciélago, en los
antebrazos… Como nadar en Plasticola de color rojo,
sentir que se le mete por la nariz y se va a asfixiar. Oli-
verio gritó, se despertó agitado y volvió, lentamente,
en sí, abrazado a un almohadón del sillón rojo. Revisó
el placad y el cajón de los zapatos. Caminó hasta la coci-
na, abrió una de las puertas de la alacena, sacó una caja
de granola, se sirvió una porción en un plato hondo, le
agregó leche y rumió: eso de tener branquias en lugar
de pulmones, un verdadero dilema para los neumonó-
logos del pueblo y sus alrededores. Un disparate, en
la facultad de medicina se ha dejado de leer a Darwin,
cómo van a entender eso de la evolución de las espe-
cies, de que los peces cambiaron los cabellos por las
escamas y de que los nadadores cambiaron los pulmo-
nes por las branquias. Así que no debería ser tan difícil
adaptarse a la vida sin Casandra. Oliverio escuchó el
timbre y abrió la puerta, los policías debían conocer
la casa de la abuela y la conocían, se dirigieron direc-
tamente a la habitación, Oliverio los siguió, Casandra
dormía para siempre en el king size que era una pileta
llena de Plasticola roja. Oliverio, ahora sí, sintió que
había errado el manotazo y se entregó mansamente.

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Ruidos

Por Nicolás Rivero

E ncontré un nuevo entretenimiento para los viernes a la noche. A


pesar de que dejé de salir de casa y me limité a comer una piz-
za especial mientras intento convencer a alguna de la oficina de
que venga a ver una película para “estrenar” el cuarenta y dos pulgadas,
descubrí que los mejores entretenimientos vienen de improviso, como
el ruido de unos pasos acercándose por el pasillo común y los ojos que
rápido se asoman por entre la rendija de la persiana.
El sol está cayendo y poco se ve. Una mujer de espaldas. Minifalda
escocesa, piernas largas y una camperita beige. El pelo rubio, corto pero
voluminoso. Se debate entre departamentos, parece perdida. No consigo
verle bien la cara porque una farola me tapa. La luz del sensor termina por
apagarse y las paredes del complejo eliminan el remanente de la luz solar.
Pienso en bajarme para preguntarle si está perdida y poder hacer una mo-
vida. No lo hago porque intuyo que me va a mirar con asco.
La pizza ya llegó. José pone rock de los ochenta. La música está un poco
alta pero es buena. Además, José es un tipo laburador, un gerente que sabe
que de la crisis se sale laburando. Tiene este departamento que usa quin-
cenalmente. Según él es para alejarse un poco del mundillo del country
que lo agobia. A veces quiere comerse una pizza como yo mientras escu-
cha música sin que lo molesten. ¿Lo voy a joder por poner la música alta
después de que se rompió el lomo toda la semana? Además, me dijo que
me puede hacer entrar en su empresa. Que necesitan a gente capacitada.
Sería lindo. Un sueldito de treinta lucas para irme lejos del groncho de al
lado, Ricky.

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Sí, ese pone la cumbia esa de mierda a todo lo que da y grita como un
energúmeno los goles de Racing cuando mira gratis el partido. Le voy a ar-
mar flor de quilombo la próxima vez que me cague la siesta. Uno quiere
recargar y este se rasca las bolas, hace unas changuitas como albañil, mientras
el gobierno le da el equivalente a mi sueldo en asignaciones. Si a este parásito
no lo fui a encarar es porque de seguro anda calzado y el muy cobarde me da
un tiro y después lo largan por favores políticos.
Por ahora está tranquilo. Debe estar recuperándose de un pedo que se aga-
rró. Unos golpes acompañan la música de José. ¡Tum! ¡Tum! ¡Tum! Es hasta
armonioso. Debe estar marcando el ritmo. Un ruido de vidrio rompiéndose
acaba con la armonía. Se le debe haber pasado la mano. Me como la porción.
Voy a ver una película solo. Ninguna contestó. Siempre lo mismo. O tienen
alguna cita previa o se les complica simplemente. Si tuviera un sueldito de
treinta lucas sería otra cosa. Me verían de otra forma, con perspectiva a ser
gerente de Recursos Humanos con un sueldo de cien mil pesos, se pelearían
por quién viene a casa.
La cerveza me da sueño y el drama que subieron a la plataforma de pelí-
culas no ayuda. Me voy a dormir que mañana va a ser otro día.
Unos gemidos me despiertan. Es Ricky garchándose a una nueva. Ya veo
que a la que estaba medio perdida. Lo ven negro y deben imaginar que tiene
terrible pedazo de chota. De seguro lo tiene. A estos gronchos les salen todas
bien. Un “No, por favor, por ahí no” de la gata me calienta. Hasta esa le tocó,
una que se hace la pobrecita que la están violando. El negro debe estar a mil.
Miro el reloj, son las dos. Hasta las nueve no me levanto.

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La seis de la matina. El ruido de la reja me despier- decido por ir y hablarle. A la mierda el posible laburo,
ta. Me levanto todos los días a esta hora, voy a darle un me mata la ansiedad.
rato más. Nuevamente la reja y un auto. No quieren Golpeo la puerta y los ruidos cesan. La cortina se
que duerma. mueve al cabo de unos minutos y luego abre la puerta.
Salgo a tomar un café para romper con la rutina del —¡Groso! ¿Cómo andás? ¿En qué puedo ayudarte?
tecito con galletitas de agua. José está entrando con su –me dice con su aire tan cordial.
Audi. Abre la ventanilla y me tira un “¿Cómo andás, —José, disculpá que te joda pero hay que hablar de
groso?”. Qué tipo macanudo. algo, urgente –la cara le cambia.
Te arrancan la cabeza por un café de mierda. Igual, —¿Pasó algo grave?
los gustos hay que dárselos en vida. Estoy llegando y —Es sobre lo de la piba —dije en voz baja. Se mete
una multitud de vecinos cuchichea en la puerta del un poco más, quizás tiene miedo de Ricky también.
complejo. Me acerco a preguntar qué pasa y me dicen —¿Qué hay sobre eso?
que la policía encontró el cuerpo de una chica en el —Creo que el negro de al lado tiene algo que ver
descampado de las vías. Están emocionados porque el –pone su mano cordialmente sobre mi hombro, recu-
barrio va a salir en las noticias. pera su cordialidad.
Efectivamente, el caso sale en la tele. Información —Vamos a tu casa a hablar. Disculpá, te invitaría a
de último momento, identificaron al cuerpo. Elizabeth la mía pero es un despelote porque estoy aprovechando
Losada, diecisiete años, de un colegio de la zona. Ponen para limpiar.
la foto de su perfil de Facebook. ¡No lo puedo creer! Le convido una cerveza en casa y armo una picada.
Es la chica que vi ayer en el pasillo del complejo. No, Relato la historia y todo lo que pienso.
no puede ser esa. La que el negro de Ricky se estaba —No escuchás nada porque no está. Lo vi irse tem-
garchando. ¿La habrán hecho cagar cuando salió de la prano en un Peugeot con los gronchos de los amigos.
casa del groncho? Por la edad de seguro dijo que salía Acordate que hoy juega Racing.
con amigas y se fue con el tipo este. —¡Claro! Cierto que no se pierde ningún partido y
Las horas pasan y se confirma. Fue violada analmen- se va temprano sea donde sea que juegue. ¿Pero irse a
te y estrangulada. Recibió algunos golpes. ¿Alguien más un partido después de matar a alguien? Entonces debe
del complejo la habrá visto? Hasta donde sé todos acá ser idea mía. No debe tener nada que ver.
tienen turnos rotativos y si no están laburando están —Al contrario. Si vos mataras a alguien lo mejor
durmiendo como morsas. Salvo Ricky, José y yo nadie que podés hacer es seguir con tu rutina.
más estaba a esa hora. O sea que la piba solo pudo ha- —¿Tanto lo habrá pensado?
ber ido a lo del negro. José estaba escuchando música —Están haciendo una obra al lado del colegio de
así que no debe haber visto nada. Además, ya estará por esta piba. A lo mejor estaba con una changa ahí, la junó
salir para su casa y no puedo preguntarle. Le tendría y la convenció para que vaya a la casa. La piba se debía
que haber pedido el número de celular. Pero ¿le diría? querer hacer la cool garchando con un negro, después
A lo mejor me toma como un pesado y de lo del puesto de seguro se asustó y pasó lo que pasó.
en la empresa me puedo ir olvidando. —¿Se asustó decís?
Se hace de noche y pienso cómo mandar al frente —Sí, las pibas se asustan. Van con una idea y cuando
a Ricky. Sé que tiene un amigo cana, así que de seguro se la quieren dar por el culo o algo así no quieren y uno
me buchonea y el que va a aparecer con el culo roto en está a mil así que no se puede controlar. Casi que lo
un descampado voy a ser yo. Necesito algo pesado que entiendo al groncho. Son gente muy básica.
no pueda pasar desapercibido. La noche está silencio- —Pero tiene que ir en cana por eso.
sa. Pego el oído a la pared. A ver si escucho algo. Pero —Obvio que sí, pero no tenés mucha información
nada. ¿Puede ser que esté durmiendo después de ma- más que casi haber visto a la piba entrar en su depar-
tar a alguien? Ni se apareció en la chusma de hoy para tamento.
ver qué pasaba. De seguro no le daba la cara. Horas —No la vi entrar a ningún departamento. Solo que
pegado a la pared. Parece que ni estuviera. Los únicos estaba confundida entre nuestras tres puertas.
ruidos vienen del departamento de José. Pensé que ya —Groso, si la policía te pregunta. ¿le vas a dar a este
se había ido. Pero qué tonto. Nunca escuché el portón. negro el beneficio de la duda?
Mueve mucho los muebles. Debe estar limpiando. Me —¡No! Para nada. Les digo que entró en su depar-

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tamento y fue. Total, es un pequeño detalle. Es obvio masiado. Ella le dice algo sobre que quiere darse una
que entró. ducha primero, el negro le ofrece de dársela juntos y
Escuchamos el ruido de la reja y al villero cantando, se escucha la regadera. Empiezan a gemir. Me olvido de
en pedo seguro, “Vamos la Acadé, vamos la Acadé”. pedir mi pizza de los viernes. Escucho que ellos encar-
Nos quedamos en silencio hasta que lo escuchamos gan. Una pausa antes de seguir con lo suyo. Él le ruega
entrar al departamento y poner la cumbia a todo lo que que le diga “por ahí no”. Entro en pánico. ¿Debo llamar
da. Sabe que la policía no nos va a dar bola porque es a la policía? Voy a preguntarle a José. Marco y cuando
sábado y encima el que patrulla es amigo de él. entra la llamada me doy cuenta de lo idiota que soy. Si
—Uno de los dos tendría que entrar al departa- yo lo puedo escuchar, él puede oírme. Por más que esté
mento. No creo que haya limpiado todo– José me mira cogiendo a lo loco el riesgo es demasiado. Corto y José
como esperando que me ofrezca. Es mi oportunidad de me devuelve la llamada. Atiendo solo para decirle que
mostrarle que merezco ese puesto. le voy a escribir. Le pregunto si debo llamar a la policía
—Yo voy. Va a ser menos obvio porque estoy acá to- y me aclara solo si escucho ruidos que indiquen que la
dos los días. están matando. De lo contrario, Ricky se puede avivar
—Groso, por eso te digo que sos un groso. Pero y no lo van a agarrar jamás y puede tomar represalias.
tranquilo. Hagamos lo siguiente. Racing de seguro jue- Me pego a la pared rogando que la mina pida por auxi-
ga el finde que viene y Ricky se va a ir nuevamente. Ahí lio. Tengo el 911 listo para marcar. No se escucha más
te podés meter vos. Conozco al casero que es un viejo que voces, la pizza que llega, la televisión y que garchan
borracho que descuida las llaves. Puedo hacernos una un rato más.
copia y dártela en la semana. El miércoles tengo que No pego el ojo en toda la noche. ¿La habrá matado?
ir por un asunto del laburo a Capital. Te las dejo en un A la anterior la asfixió. A lo mejor ni se escucha. No
sobre. puedo arriesgarme.
Es jueves y las llaves llegaron en tiempo y forma. La reja me despierta con un poco de la luz del ama-
José además me dijo por teléfono que vio al negro salir necer. Me quedé dormido. Corro a la ventana. Quizás
un rato, de seguro para cobrar el plan, pero que vol- sea él llevándose el cuerpo. La mina se está yendo vivita
vió en seguida así que no se pudo fijar. La ansiedad me y coleando. Bajo la escalera. La tengo que seguir para
carcome. Hubiera preferido que entrase José. La puta ver qué pasa. Uno de los amigos de Ricky la debe estar
madre. Las colas de los planes son inmensas por la can- esperando. Soy cauteloso incluso con el ruidoso por-
tidad de parásitos que hay viviendo de nosotros y a este tón. La sigo de cerca. No se da cuenta de mi presencia.
negro lo atienden en seguida. Nadie en la calle más que unos pocos autos. Se frena en
Me empiezo a sentir mal. El médico me encuentra la parada del colectivo. Espero en un árbol cercano. El
con fiebre así que me quedo con reposo el viernes. A bondi pasa y la mina se va lo más bien. ¿Mi presencia
la mierda igual ese trabajo. Si esto sale bien tengo un habrá asustado al asesino? Miro para todos lados. Nada
mejor laburo y además metemos en cana al asesino de sospechoso. Vuelvo sobre mis pasos. El celular casi sin
la piba. batería. Solo dos mensajes de José. Pregunta en uno si
Son cerca de las cuatro y el negro deja de escuchar Ricky se fue. En el otro, me recuerda que borre toda la
cumbia. Nuevos pasos en el pasillo y corro a la venta- conversación que tuvimos en las últimas horas.
na. Es la mina que laburaba en la panadería. Buen culo A media cuadra del complejo me paralizo. El Peu-
aunque medio gronchita. ¡Entra en el departamento de geot. Ricky se sube y se van. Ni me registraron. Pensé
Ricky! ¿También va a cogérsela y matarla? Me prendo que me iban a hacer cagar. Comunico a José la noticia.
a la pared. La conversación ya empezó. No hablan de- Me dice que aproveche. A esa hora tampoco nadie me

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va a ver. No me decido. Llego a casa y camino cerca de lo de la bombacha. Solo que me pareció ver a la difunta
una hora de acá para allá. Me bajo un buen licor que la noche posterior entrando en el complejo.
tenía guardado. Es ahora o nunca. El último mensaje El domingo a la mañana llegan. José se quedó en su
me da instrucciones para que registre bien todo. En es- departamento después de deshacerse del celular. Me
pecial debajo de la cama. “De seguro se le pasó de largo pidió que dijera que la noche del asesinato nos toma-
el lugar donde se la cogió”. mos una cerveza juntos escuchando rock de los ´80
El complejo es un desierto.Todas las persianas bajas. para que no nos pisemos la coartada. Supuestamente,
Entro. Rezo porque no se haya olvidado algo y vuelva. después comimos la pizza y, como estábamos medio
Creo que se va a pasar el día. Empiezan a escabiar desde entonados, nos fuimos a dormir. Por eso no escucha-
temprano, después hacen un asado y siguen chupando mos ni vimos nada fuera de lo habitual.
antes y después del partido. Lo escuché varias veces Qué buen tipo. Pensó en todo no solo para evitarse
hablar sobre eso. Vago de mierda. problemas, sino para ahorrármelos. Gente así no abun-
No entiendo por qué no mató a la panadera. A lo da. Con todo lo riesgoso de la situación tuvo la mente
mejor no lo calentaba tanto como la otra piba. Qui- para que se haga justicia y que nosotros no suframos un
zás es su fija y le pidió que repitiera las palabras de la lío mayor.
otra para darle morbo. A la mina le salió con la misma El negro está en pedo cuando entran, escucho todo.
voz prácticamente. Espero que todas las chusmas estén Gran disfrute ver cómo se lo llevan. Una hora tarda
durmiendo. Sus persianas siguen cerradas. Me cercioro en aparecer en el noticiero. Ahora los chotazos los va
de tener puestos los guantes de invierno. Introduzco a recibir él.
la llave y entro tan fácil que casi se me olvida que es el José me consigue el trabajo. Es un poco menos de
departamento de un asesino. Registro el lugar de arri- sueldo que el otro, pero me promete que en un santia-
ba abajo. La caja de pizza en la mesa, vasos sucios en mén a un tipo como yo lo van a ascender. ¿Qué más le
la pileta. Nada del otro mundo. La cama desordenada. puedo pedir después de todo lo que hizo por mí? Ade-
Voy a fijarme debajo. Me doy cuenta de que no puedo más, a él le está yendo mal. Tuvo que recortar gastos
quedarme tanto por si me ven salir del lugar. José envía e irse del departamento. Una lástima. La vida es tan
un mensaje. Reitera que busque debajo de la cama. injusta con algunos.
Me agacho para ver. Solo mugre y unos calzoncillos ti-
rados. Estiro la mano para agarrar algo que se ve dife-
rente. José tenía razón. Una bombacha rosa manchada
con sangre. Es como si la hubiera usado para limpiar
parte de la escena ¿Por qué la dejó ahí tirada? Debe ser
un amuleto para seguir garchando o algo por el estilo.
Devuelvo la prenda a su lugar y me precipito fuera del
departamento. Unos pasos hacia mi departamento. Me
olvido de colocarle llave a la puerta. Regreso, el sonido
de una persiana que se abre. El espanto dura poco. Es
de la vieja de la otra punta. Igual debo apurarme. Co-
rro y ya en casa aviso a José. Me dice exactamente lo
que tengo que hacer. Llamada anónima desde un celu-
lar que va a pasar a dejarme y que después hay que des-
aparecer. Por suerte se preparó bien. Nada de decirle

BOCA DE SAPO 27. Era digital, año XIX, Diciembre 2018. [RUINAS] pág. 75
Jean-Luc Caillois

Por Omar Quijano

E l púlpito estaba preparado. Un montaje casero, un micrófono de


mala calidad, de fondo una bandera con la inscripción «Jean-Luc
Caillois habla nuestro lenguaje». El hombre de sesenta años, alto
y un poco encorvado, que minutos antes llegara montado en una bici-
cleta, empezó a hablar con la misma pasividad paciente con la que escu-
chaba. Se presentó, Jean-Luc Caillois, moi image thell-jrich Jean-Luc Caillois,
dijo apuntándose con el dedo índice al pecho. Vestía un traje gris oscuro,
una corbata pasada de moda, unos zapatos viejos pero bien lustrados. Un
puñado de jóvenes, en su mayoría estudiantes universitarios, lo escucha-
ban atentamente, sentados en algunos troncos de árboles cortados hace
tiempo y tirados en el playón detrás de los galpones de Vialidad Nacional.
Tho woll kfra di por masqueliboch, dijo con un tono leve, pero firme. Mak
thell ill sou tapiche loor. Mas’í/sagten levy sin/andere fhash tee pour einken lumen
door desert portê. Continuó. Miró alrededor y señaló los grandes árboles
descuidados pischi*e, lasan ill the, pischtê- i*! dijo, y luego a los troncos se-
cos, previr loasd pasm dikjir yor pischtê... imagenes imagenes de quoi, remarcó
levantando esta vez su voz ronca, voz-Deleuze identificaron algunos pers-
picaces. La gravedad del tono, la parsimonia de las palabras casi arrastrán-
dose, la asperidad del ehh que se colaba como un prefijo a cada expresión,
le daban ese porte digno de ser idealizado. Los discursos culminaban siem-
pre con un Fut sè anonime sè anonime Jusqu’à pronto, indis flesh stintion blek
blek. El ajuste entre la pronunciación de cada palabra y la posibilidad de
escribirla era totalmente nulo; en esa configuración heterogramática se
perdía toda definición. Hasta podría imaginarse que “imagenes imagenes” o
“sè anonime sè anonime”, más que simples repeticiones que buscaban enfati-
zar el significado atado a la palabra, procuraban dar cuenta de un proceso

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que en una anulación mutua de pares generaban nuevos significados. Este tipo
de premuras irían despertando en los oídos musicales, no tanto en los oídos
idiomáticos, cierta extraña curiosidad.
El inicio de todo acontecimiento tiene siempre algo de desfachatez. Aquí
también todo se parecía a una broma. Jean-Luc Caillois hablaba palabras que
nadie entendía, pero que por alguna razón nadie dejaba de aplaudir cuando
el énfasis final de una frase indicaba el cierre de una oración, siempre con un
puño en alto. Pero en cada presentación la broma se fue ampliando y, como
consecuencia de la magia inherente e incomprensiva de toda réplica, se volvió
seriedad. Las seriedades construidas a partir de bromas son, quizás, las más
incisivas, pues como la ironía misma transitan en el borde del rostro serio y
de la mueca risueña.
Por ello surgió la necesidad de algunos seguidores de empezar a entender
qué estaba diciendo Jean-Luc Caillois. Pero como se sabe, la búsqueda de
reconocimiento deja tras de sí todo prurito. Así es que un grupo de tres de
los más asiduos asistentes a los discursos de Jean-Luc Callois se animaron a
grabar y ensayar caseras traducciones, reuniendo a traductores matriculados
de muchos idiomas, que después de un tiempo de arduo trabajo manifestaron
la imposibilidad de la tarea. Sin embargo, los convocantes fueron escribiendo
apresuradas versiones que presentaron como traducciones definitivas. Esas
versiones se publicaron en folletos o gacetillas de política y cultura, lo que
de a poco generaba grandes convocatorias institucionales. Los convocantes
vieron el éxito de esa empresa audaz de traducir sin siquiera conocer la len-
gua de aquello que traducían. Ante las críticas de la sociedad de traductores,
se defendían refiriendo a El Quijote de Pierre Menard de Borges, por lo que sin
querer irían asumiendo que la traducción era solo una cuestión de aventura,

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de transcripción versátil de la forma de las palabras. Todavía quedaba la realización de lo que se progra-
En un manifiesto denominado “Kea Füst” dejaron sen- mó llegaría a ser el acto de consagración final de Jean-
tado que los discursos de Jean-Luc Caillois eran más Luc Caillois como candidato ideal. Nada podría salir
que palabras cruzadas; eran imágenes cuyos espacios mal, la popularidad del hombre traducido era inmensa
suponían formas de construcción. Los espacios, como en la ciudad. El rythmus y la rareza misma de las pala-
las constelaciones, estaban formados pero vacíos de de- bras generaron en la población una inmensa atracción
finiciones, solo había que ocuparlos, reconfigurarlos, estética, condición esencial en la política.
sentenciaron. El lenguaje, comentaban, era la mejor El lugar elegido por los jóvenes convocantes fue
plataforma para esos vínculos, vínculos que, también el mítico salón del sindicato Luz y Fuerza. La ciudad
sabían, se volverían interminables en su movimiento de amaneció inesperadamente con un manto de neblina,
reconfiguración. Con letra Arial 11 en negrita cerraban blanca nocturna. Caminando por la calle Orcos hacia el
el manifiesto, con parafraseo mediante, “el lenguaje de lugar, Caillois no podía decidir. Se detenía cada tres pa-
Jean-Luc Caillois es la calavera, la negrura de sus cuen- sos, dudaba. Ir al estadio sería convalidar cada palabra
cas unida a la sonrisa sarcástica de la dentadura... rui- publicada como si fuera la suya propia. No ir sería dejar
nas de las formas y de los sentidos”. todo en la nada. Estaba en la demora saturnina de la
Pero el éxito de toda empresa es también una forma decisión, en el umbral, ir de una vereda a otra, retomar
de dar muerte. Jean-Luc Caillois siguió con sus discur- la calle que lleva al estadio, girar y volver hacia atrás,
sos enfáticos sin jamás conocer, ni siquiera sospechar, dudar treinta segundos más en medio de la calle, hasta
lo que en ámbitos académicos se estaba produciendo. que una camioneta de lavandería lo atropelló como a
Pero nadie transita entre tantas voces que se clavan a un trapo. Caillois murió en el tránsito al hospital, antes
los oídos como susurros, por más distraído que simule de que llegasen sus seguidores. Dijo algo a los médicos
estar, sin prestarles atención.Tarde o temprano se ente- presentes, palabras de las que nunca nadie dará crédito
raría de sus discursos traducidos y publicados en canti- para ser traducidas. Las palabras secretas se guardarán
dad de tiradas, palabras cuyos significados, como todos a sí mismas por siempre en la quietud absorta de las
estarán imaginando, eran similitudes erráticas del ori- lenguas incapaces de reproducirlas. Sin embargo, la ga-
ginal. El problema de dejar caer las palabras de la boca cetilla de los convocantes reproducirá días siguientes
es precisamente ese, pierden su pretensión original y se sus últimas palabras como Vüer Ö vuër pell mith air saxl
organizan en otros ámbitos de confidencialidad. Nada der warb delinent will the ish, sin traducción.
se demuestra en un mismo ámbito. De esta premisa se Si la indecisión genera tragedia, la parafernalia
deriva que un ámbito de saber casi nunca pueda trazar montada alrededor del muerto genera enigma. A ese
vínculos con otro ámbito sin caer en una bolsa de pre- puerto navegó la leyenda escrita en la lápida de Jean-
juicios. Salvo que, Jean-Luc Caillois jamás lo hubiese Luc Caillois, que ingeniosamente intentó encubrir el
imaginado, se haga de las palabras que caen de la boca acontecimiento torpe de su muerte: “le positivité stupide
meras plataformas. des choses”.

Obras de Pablo Martín

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