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Inteligente Hans, el caballo que sabía matemáticas

En el ocaso del siglo XIX, un profesor de matemáticas llamado Wilhelm Von


Osten pretendía hacer algunos avances científicos desde la comodidad de su
hogar en Berlín. Entre otras cosas, Wilhelm era un seguidor de la frenología,
actualmente una teoría desacreditada en la que se proponía que, a partir de la
forma de la cabeza, podían determinarse rasgos como la inteligencia, el
carácter y la personalidad. Pero su principal interés estaba puesto en la
inteligencia animal que a últimas fechas había ganado cierta popularidad.
Von Osten tenía la certeza de que los humanos habían menospreciado
gravemente las habilidades e inteligencia de los animales. Para demostrar que
su hipótesis era correcta, él mismo se encargó de enseñar matemáticas a un
gato, un caballo y un oso. El felino se mostró indiferente a las enseñanzas del
profesor, y francamente el oso parecía muy hostil, pero el semental árabe
apodado Hans se mostró prometedor. Con cierto “tutelaje”, el caballo Hans
aprendió a golpear con su pata los números que se escribían en la pizarra.
Para el asombro de Von Osten, al escribir un “3” en el pizarrón, el pupilo equino
respondía con tres golpes en el suelo, una hazaña que Hans podía repetir con
cualquier número menor que diez.
Motivado por su éxito, Von Osten intentó llevar a su alumno a un próximo nivel.
El profesor trazó algunos problemas aritméticos sencillos en el pizarrón, y trató
de explicar al caballo los significados de los símbolos. Hans no tuvo problemas
en seguir aprendiendo, y en muy poco tiempo ya estaba respondiendo a una
variedad de problemas matemáticos entre los que se incluían raíces cuadradas
y fracciones muy básicas. A todas luces Hans demostraba que era un
caballo inteligente.
Desde el año 1891, Von Osten comenzó a llevar al “Inteligente Hans” por toda
Alemania para mostrar las habilidades matemáticas del animal. A medida que
la noticia empezó a propagarse, las demostraciones gratuitas que ofrecía Hans
comenzaron a atraer a multitudes cada vez más grandes y curiosas. Pocas
veces quedaron decepcionados.
“Si el primer día del mes cae en Miércoles – preguntaba Von Osten a Hans,
que había aprendido a responder preguntas verbales –, ¿en qué fecha cae el
siguiente Lunes?” Esta pregunta era seguida de seis golpes de cascos sobre el
suelo. “¿Cuál es la raíz cuadrada de dieciséis?” Cuatro golpes. Von Osten
también explicaba a la maravillada multitud que Hans podía deletrear
palabras con sus cascos, donde un golpe de casco era una “A”, dos golpes
una “B”, y así sucesivamente. Después, Hans pasaba a demostrar su talento
deletreando los nombres de las personas presentes. También podía especificar
la hora del día. Pese a que se equivocaba de vez en cuando, su porcentaje de
aciertos rondaba el 90%. Algunas estimaciones dicen que las habilidades de
Hans con las matemáticas eran equivalentes a las de un niño de 14 años.
Como era de esperarse no faltaron los escépticos, especialmente después que
el New York Times destacó el caso con una historia en la portada titulada
“Berlin’s Wonderful Horse”. El Consejo de Educación alemán solicitó una
investigación independiente sobre las habilidades de Hans, y Von Osten estuvo
de acuerdo. Después de todo era un hombre de ciencia, y sabía que no había
tramado un fraude. Los miembros del Consejo requirieron la participación de
diversas mentes científicas (y no científicas) para integrar la Comisión Hans,
entre estos se incluían a dos zoólogos, un psicólogo, un entrenador de
caballos, algunos docentes y un presentador de circo. Tras una serie de
extensas pruebas, en 1904 la Comisión concluyó que no había ninguna
artimaña tras las respuestas de Hans; por lo que se pudo afirmar, según las
evidencias, las habilidades del caballo eran auténticas.
Después de esto la Comisión Hans pasó el control de la investigación a Oskar
Pfungst, un psicólogo con algunas ideas novedosas sobre cómo desentramar
el misterio. Lo primero que hizo fue levantar una carpa para resguardar sus
experimentos, después eliminó agentes contaminantes del exterior, como los
estímulos visuales. Con la finalidad de producir un conjunto suficiente de datos,
el científico elaboró una enorme lista de preguntas, y con toda claridad definió
las diversas variables a ser evaluadas. Así comenzó la evaluación de Oskar
Pfungst al Inteligente Hans.
Como es de suponerse, Hans respondió muy bien cuando las preguntas fueron
hechas por su maestro, Von Osten. También recibió porcentajes muy altos de
aciertos con otros interrogadores bajo condiciones normales. Pero cuando el
experimento solicitó que el interrogador se alejara, algo interesante sucedió: la
precisión del equino en las respuestas disminuyó, aunque no quedó claro de
inmediato a qué se debía.
Las dos últimas variables resultaron las más esclarecedoras. En las
circunstancias donde el interrogador no sabía las respuestas de antemano, la
precisión de las respuestas de Hans caía estrepitosamente a cero. Lo mismo
sucedía cuando el interrogador quedaba fuera de la vista del caballo.
Aparentemente, la inteligencia de Hans dependía de tener una vista sin
obstáculos de la persona que sabía la respuesta correcta. Los investigadores
también descubrieron que bombardear al caballo con preguntas que no podía
contestar resultaba en mordidas dolorosas.
Pfungst dio seguimiento a los experimentos pero esta vez haciendo énfasis y
observando la interacción entre los seres humanos y Hans. El psicólogo
rápidamente notó que aspectos como la respiración, la expresión facial y la
postura de cada interlocutor se modificaban involuntariamente cada vez que el
casco golpeaba, evidenciando ligeramente algunos aumentos de tensión.
Cuando se hacía el grito de “correcto”, esa sutil tensión se esfumaba
rápidamente del rostro de la persona, lo que Hans había interpretado como una
señal para dejar de golpear. Pfungst dedujo que esta tensión no estaba
presente cuando el interrogador no sabía la respuesta correcta, lo que
provocaba que Hans se quedara sin su indispensable retroalimentación.
Aunque el experimento demostró claramente que el caballo no tenía ninguna
noción de las matemáticas, también permitió descubrir un concepto
extraordinario. Hans no se había instruido en el arte de los números para saber
las respuestas, pero sí aprendió a interpretar señales sutiles e
inconscientes que se manifestaban universalmente en todos sus
interlocutores. Hay evidencia que apunta a que los caballos pueden tener una
mayor sensibilidad al lenguaje corporal, quizá como un aspecto importante de
su interacción social con otros de su misma especie.
Cuando descubrió estas señales, Pfungst fue capaz de rivalizar en exactitud
con Hans al ponerse a él mismo en el papel del caballo, tocando sus
respuestas a los investigadores y manteniendo la mirada en su lenguaje
corporal. Y lo que resultó aún más interesante es que los investigadores fueron
incapaces de suprimir estas señales sutiles, incluso cuando estaban
conscientes de ello.
En los años posteriores se descubrió que muchos animales poseían
sensibilidad a este tipo de señales provenientes de sus amos humanos. En la
actualidad, el término “Efecto Inteligente Hans” es usado para hace referencia a
la influencia de señales sutiles y no intencionales de un interlocutor hacia el
interrogado, tanto en animales como en humanos. Para evitar que aspectos
como el prejuicio y el previo conocimiento contaminen resultados
experimentales, la ciencia moderna recurre al método doble ciego en donde
tanto investigadores como voluntarios no están conscientes de muchos detalles
del experimento hasta después que los resultados son obtenidos. Por ejemplo,
cuando se entrenan a los perros detectores de narcóticos, ninguna de las
personas presentes tiene conocimiento de en qué contenedor se encuentra el
paquete de drogas; de lo contrario el lenguaje corporal podría revelar la
ubicación y hacer que el ejercicio resultara inútil.
Wilhelm Von Osten nunca aceptó la explicación científica ofrecida sobre el
Inteligente Hans, por lo que él y su caballo siguieron presentando su
espectáculo de matemáticas y lenguaje corporal en toda Alemania durante
algún tiempo. Durante estas presentaciones, el dúo logró atraer a grandes
multitudes y entusiastas. Aunque el caballo Hans no tenía conocimiento
algunos de matemáticas y comprendía débilmente el alemán, su habilidad para
engañar a propios y extraños durante tanto tiempo, sin lugar a dudas, le da
algo de mérito y derecho legítimo a la inteligencia. Tomando en cuenta sus
dones para leer un lenguaje corporal sutil, Hans habría sido el terror en los
juegos de cartas.

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