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El ombligo de Guie’dani

Año: 2018
Director: Xavi Sala
Reparto: Sótera Cruz, Érika López, Majo Alfaroh, Yuridia del Valle, Juan Ríos, Velentina Buzzorro,
Jerponimo Kesselman, Mónica del Carmen

Carlos David Suárez Us

La película cuenta la historia de Guie’dani, quien viaja con su madre, Lidia, hacia la Ciudad de
México, cuando esta última es aceptada como trabajadora doméstica en el hogar de una familia
acomodada; lugar en el que residirán de ahora en adelante. En esta trama general se desenvuelve un
proceso de disputa de proyectos, en el sentido de Ortner 1, en el que Guie’dani se resiste a someter su
libertad a las constricciones que su condición de mujer, de indígena y de proletaria le imponen.
Lidia y Guie’dani, originarias de Juchitán, abandonan su lugar de origen una mañana para
dirigirse a la metrópoli, dejando atrás no solo su casa sino también a sus familiares, entre quienes
destaca la madre de Lidia y abuela de Guie’dani. Una escena las muestra viajando hacia la Ciudad de
México en un camión repleto de mujeres, iguales que ellas, en las mismas condiciones que ellas; una
escena que pone en pantalla la realidad de miles de trabajadoras en México y el mundo, y que nos
recuerda los grandes contrastes, las grandes desigualdades, y las relaciones asimétricas, entre el campo
y la ciudad, y entre grupos desigualmente favorecidos por la historia.
Ya desde los primeros momentos, desde la llegada a la terminal de camiones en la Ciudad de
México, sobresalen los estragos del racismo estructural; ese racismo que se inserta en lo más profundo
del desarrollo histórico del mundo moderno, en el funcionamiento mismo de las instituciones y en las
realidades que estas producen y reproducen. Ese mundo en el que es imposible vivir sin aprender las
lenguas originarias de los grupos dominantes y el desciframiento de su expresión gráfica, y en el cual,
para una enorme parte de la sociedad, tales aprendizajes son solo accesibles en condiciones
completamente adversas. Si bien, Lidia sabe hablar español, no está familiarizada del todo con su
lectura; situación que, en una ciudad mexicana, puede representar graves contratiempos, por decir lo
menos. Afortunadamente, Guie’dani posee más práctica, y solventa la situación al leerle a la encargada
de la taquilla la dirección de su destino, la cual traía Lidia escrita en un papel.
En realidad, no hay ni un solo momento en el que el racismo estructural no se haga patente. La
Señora Valentina, como Lidia se refiere a su nueva empleadora, las recibe haciendo referencias a
Videlia, prima de Lidia. Nos enteramos por estas referencias de que Videlia era la trabajadora
doméstica anterior de Valentina y de que fue ella quien recomendó a Lidia para que ocupe su lugar.
Videlia se habría visto en la necesidad de dejar el trabajo debido a su ya avanzado embarazo. ¿Qué se
puede desprender de aquí? Que, sin lugar a dudas, la ocupación no es, ni de asomo, un asunto
individual. Las historias de mujeres de origen indígena, y, por supuesto, más aún tratándose de
familiares, guardan una estrecha similitud en cuanto a circunstancias, en cuanto a destinos. Las fuerzas

1 Para Sherry Ortner la noción de proyectos es la dimensión más fundamental de agencia. La agencia de proyectos “tiene
que ver con personas que tienen deseos que surgen de sus propias estructuras de vida, incluidas, y en un lugar central,
las estructuras de desigualdad” (2016: 170).
sociales y materiales las arrastran por unos caminos y las privan de tomar otros. Guie’dani luchará con
todo su tesón contra el empuje, el arrastre, de fuerzas que escapan por completo a su control. La
capacidad de agencia de la individua ocupa un lugar central en la película.
Después de tener un recorrido por la casa a cargo de Valentina, Lidia y Guie’dani pasan su
primera noche en su nueva estancia. A la mañana siguiente, Lidia se dispone a preparar el desayuno, lo
que parecen ser quesadillas y huevos revueltos. Apenas Valentina se percató de lo que Lidia estaba
preparando como desayuno, hizo notar su desagrado. Huevo y quesadillas, a decir de Valentina, son
demasiado pesados para el desayuno; ella prefiere algo más light: café, pan tostado con mantequilla,
fruta. Como hace notar Durin (2018: 136), cocinar es también un trabajo emocional y existe un
esfuerzo para que los empleadores estén a gusto. Puede llegar a ser muy desgastante emocionalmente
hacer los mayores esfuerzos para preparar una comida y que esta sea recibida con desagrado, si no es
que totalmente rechazada. Viene al caso citar a Bourdieu en referencia al espacio social: “los agentes
tienen sobre este espacio […] unos puntos de vista que dependen de la posición que en el mismo
ocupan, y en los que a menudo se expresa su voluntad de transformarlo o de conservarlo” (2003: 169).
Las situaciones objetivas en las que se encuentran insertos los individuos, y los recorridos históricos
derivados de ellas, se encorporan en forma de habitus, que aparece como “principio generador de
prácticas objetivamente enclasables y el sistema de enclasamiento de esas prácticas” (ibídem), lo cual
también abarca las prácticas de otros individuos. La capacidad de diferenciar y de apreciar estas
prácticas y estos productos constituye el gusto. No se trata solo de un choque cultural, una mera
diferencia de gustos. Lidia y Valentina tienen concepciones diferentes sobre lo que es apropiado comer
para el desayuno, pero, como se desprende de Bourdieu, hay que prestar atención a las circunstancias
que dan pie a esos gustos. El gusto por lo “light”, y su propia enunciación, dan cuenta de circunstancias
socio-económicas muy particulares. Cabe mencionar que no se trata solo de una diferenciación de
prácticas sino de su jerarquización, su jerarquización enclasante. A través de los gustos, los individuos
de grupos privilegiados —pero no solo ellos— enclasan los gustos propios y de los demás; aparecen las
placenteras redundancias: el pobre tiene gustos de pobre, la india tiene gustos de india. De manera
similar e incluso más clara, más adelante Andrés, hijo de Valentina, diría, adivinando los canales que
Lidia y Guie’dani seguramente veían, que “Televisa te idiotiza y TV Azteca te apendeja”.
En la película es difícil encontrar racismo manifiesto; las expresiones que más abundan podrían
considerarse más como clasistas (aunque tendría que considerarse que es el carácter feminizado y sobre
todo racializado lo que contribuye a la inferiorización de las trabajadoras domésticas (Durin, 2018:
154)). Aun así, ciertas expresiones y ciertas solicitudes o sugerencias dirigidas hacia Lidia y Guie’dani
dan cuenta de un racismo latente, en tanto está “arraigado en el sentido común y se ha naturalizado
tanto que trabaja predominantemente desde el inconsciente, de forma soterrada pero eficaz, en los
procesos de diferenciación y los ejercicios de exclusión de unas poblaciones o individuos con base en
articulaciones raciales que tienden a no aparecer como tales” (Restrepo, 2015: 187). Justamente
mientras Lidia seguía preparando el desayuno en la cocina, en la habitación adyacente la familia de
Valentina charlaba. Desde donde Gui’edani se encontraba, en la cocina, esta podía escuchar los
comentarios de la familia. Adriana, hija de Valentina, opinando sobre las nuevas trabajadoras
domésticas, afirmó que “las de Veracruz son unas huevonas”, a lo que su madre corrigió diciendo que
“estas son de Oaxaca”. Podemos observar en este intercambio de comentarios tanto la racialización,
como el racialismo y el racismo. Tanto Adriana como Valentina producen (racialización) y conciben
(racialismo) como grupo social a las mujeres de Veracruz y de Oaxaca “como si pertenecieran a
diferentes categorías fijas de sujetos, cargadas de naturaleza ontológica que las condiciona y estabiliza”
(Campos, 2012: 2). Al expresarse de esta forma, operan con categorías que “homogeneizan a los grupos
hacia su interior y los heterogeneizan hacia el exterior” (íbidem: 6). Finalmente, el racismo aparece en
tanto la característica que se le adjudica, por lo menos a las mujeres (indígenas) de Veracruz, tiene una
connotación negativa que inferioriza al grupo que la “porta”.
El carácter totalizador de la casa patronal, en donde se yuxtaponen lugar de residencia y de
trabajo (Goffman en Durin, 2018: 144), ejerce sus efectos disciplinarios tanto en Guie’dani como en
Lidia. No obstante, es Guie’dani quien más choca con las disciplinas que le son impuestas por los
empleadores y por su propia condición de empleada y residente en casa ajena. Ya Durin (2017: 145)
mencionaba que “cuando se trata de un primer empleo en casa, el cambio de vida es más abrupto,
además del aislamiento vivido y de los aprendizajes que un nuevo trabajo supone”. Particularmente
para Guie’dani la situación más problemática que se le presenta es la de tener que someterse a la falta
de libertad derivada de la desposesión. Nada de lo que la rodea, como trabajadora desposeída, es de su
propiedad. A diferencia del comportamiento que pudiera tener en su casa con sus cosas, con su
propiedad, en la casa patronal no puede comportarse con lo que la rodea como con presupuestos
naturales de sí misma, que, por así decirlo, solo constituyan la prolongación de su cuerpo (Marx, 2009:
89). La transgresión de las normas sociales relativas a la propiedad privada, desde sus expresiones más
leves hasta las más graves, será la situación de mayor conflicto con los patrones. Lidia, teniendo
encorporadas las normas y el conocimiento de su situación de desposeída, le indicaría repetidas veces a
Guie’dani que no toque ni utilice las cosas de la casa y también escucharía de manera sumisa los
regaños de Valentina por las transgresiones de Guie’dani. Valentina expresaría su inconformidad
diciendo a Lidia “tu hija piensa que la casa es suya”.
Entre las prácticas disciplinarias, cabe mencionar también la presión que ejerce Valentina sobre
Lidia cuando le sugiere que se corte el cabello para verse “más guapa”, sugerencia que es tomada por
Lidia como mandato al intentar complacer a su empleadora. Igualmente, puede mencionarse cuando
Valentina le regala a Lidia una bolsa de ropa de segunda mano para que utilice en vez de sus blusas
bordadas, para que se “modernice”. Podríamos hablar de un racismo latente al negar a Lidia el uso de
ropa que es considerada inferior, racializada, respecto a la indumentaria moderna-occidental. Con
respecto al cabello, me enteré justamente de que un dicho popular en la Ciudad de México reza: “pelo
más allá de la cintura, naca segura”, que, no obstante, no aplicaría para mujeres con piel clara y rasgos
faciales acordes con los estándares de belleza hegemónicos, como sería el caso de Valentina.
En cuanto a los estereotipos, en la película se hacen visibles los que asocian a las trabajadoras
domésticas con el hurto. Durante la ya mencionada charla familiar matutina, Adriana expresó que
“ojalá y [Guie’dani y Lidia] no se roben nada”. Particularmente sobresale el caso de Claudia, hija de
Maru, trabajadora doméstica de una vecina de Valentina. Cuando Valentina se percata de que Guie’dani
y Claudia se encuentran saltando en el brincolín, Valentina echa a Claudia de la casa, asegurando que es
una ladrona, que se había robado una patineta. Más adelante, Guie’dani le preguntó a Claudia si esto
era cierto, lo que ella negó de manera sincera. En relación a esto, tomemos el comentario de Lorenza,
una trabajadora doméstica entrevistada por Durin (2018: 154): “En la casa había cámaras que nos
vigilaban, porque no quería que agarrara nada”. Por parte de los empleadores existe un miedo de que
las trabajadoras roben. Y precisamente estos miedos, estos prejuicios, representan el componente
afectivo de los estereotipos (Iturriaga, 2016: 241). Es necesario recordar también que la fuerza de estos
últimos radica en su repetición, y, su legitimación, en la repetición continua (íbidem: 208). Por eso es
tan fácil estar seguro de que una trabajadora doméstica ha robado algo o de que es una potencial
ladrona, aunque no existan pruebas que demuestren la veracidad de las acusaciones.
Si algo tiene esta película es que muchas cosas importantes se dicen dándoles una atención
secundaria, como comentarios que ese escuchan a lo lejos, como frases fugaces. La fugacidad, la
ligereza, no obstante, no anulan el carácter racista de las expresiones y las prácticas. Para captar al
racismo en sus minucias, es recomendable ver la película por lo menos un par de veces. Debemos
mirar con ojo crítico hasta las cosas que a simple vista pudieran parecer más insignificantes. Los
detalles son importantes. Lo que recomendamos en relación con la película lo recomendamos en
relación con la realidad extrafílmica, con la realidad que percibimos y que producimos en todo
momento.

Bibliografía
Bourdieu, Pierre (2003) “El habitus y el espacio de los estilos de vida” en: La distinción. Criterio y
bases sociales del gusto. México: Taurus, pp. 169-174.
Campos, Alejandro (2012) “Racialización, racialismo y racismo: un discernimiento necesario” en:
Universidad de la Habana, núm. 273, pp. 184-199.
Durin, Séverine (2018) “3. Trabajadoras disponibles y precarias. Las biopolíticas del trabajo del hogar”
en: Yo trabajo en casa. Trabajo de hogar de planta, género y etnicidad en Monterrey. Ciudad de
México: CIESAS, pp. 127-161.
Iturriaga, Eugenia (2016) “La doxa. Estereotipos y prejuicios” en: Las élites de la ciudad blanca.
Discursos racistas sobre la otredad. México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp.
207-247.
Marx, Karl (2009) “Formas que preceden a la producción capitalista. (Acerca del proceso que precede
a la formación de la relación del capital o a la acumulación originaria)” en: Eric J. Hobsbawm
(editor) Formaciones económicas precapitalistas. México: Siglo XXI Editores, pp. 67-119.
Ortner, Sherry (2016) Antropología y teoría social: poder y agencia. San Martín: UNSAM EDITA.
Restrepo, Eduardo (2015) “Racismo y discriminación” en: Intervenciones en teoría cultural. Santiago
de Calí: Editorial Universidad del Cauca, pp. 121-131.

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