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Capitulo + RUPTURAS Y CRITICAS AL ESTADO LIBERAL: SOCIALISMO, COMUNISMO ¥ FASCISMOS. Carlos Taibo ‘Universidad Autsnoma de Madrid En este capitulo nos ocuparemos de dos visiones cxiticas, muy dis- ‘intas entre sf, del Escado liberal y de sus cimientos ideolégicos: la realizada desde las diferentes corrientes del pensamiento socialista y ja formulada desde movimientos que calificaremos genéricamente de fascistas. Hay que convenir que el nexo de vineulsci6n entre ambas visiones —1a critica del liberalismo— es débil y que, por lo , el pensador alemén Karl Marx (1818-1883) cali fic6 de cientificos sus andlisis y propuestas. También hemos subra- yado que, aunque la visién de Marx al respecto es discutible, no puede negarse que en su obra se hizo valer un grado sensiblemente ‘mayor de claboraci6n que en las reflexiones de los socialists primi- tivos. La obra marxiana es, por lo demds, extremadamente comple ja. Si por un lado resulta posible distinguir varias erapas en su elabo- racién —dl sjoven Marcy, el «Marx maduro», el «Marx cardio por cl otro las interpreraciones de lo que realmente afismé Marx son tan numerosas como, a menudo, dispares. 1. Aun a costa de incurric en simplificaciones, inevitables, empe- zaremos por recordar que la visién de la historia inserca en la mayor parte de la obra de Marx —en sus tltimos aftos de vida inicié una eventual revisiOn de Ja misme— responde a lo que llamaremos an determinismo finalista: imbuido de wna concepeisa general que le hacia pensar que las sociedades progresan poco menos que por he- cesidad, Marx estimaba que el desarrollo de las fuerzas productivas habia contucido desde el wfeudalismos hasta el capitalismo»y esta- ba llamado a conducir en un fururo inmediato—y al menos en bue- na parte de la Europa occidental— al y, mas adelante, al scomunismo». La pretensién dltima del «eocialiemo cientificor ‘marxano no era otra que demostrar que la vicoria del «proletarie- dlo» sobre la «burguesia>, y la consiguiente apropiacién, por el con junto de la sociedad, de los medios de produccién, eran inevitables y debian poner fin a una historia ajustada desde siempre a la lucha de cases. «La burguesia», afirmaban Marx y su compafero Friedrich Engels (1820-1895) en el Manifesto comunisca, eproduce 9us pro- piios enterradores. La caida de la burguesia y la victoria de! proleta- riado son por igual inevitables» 2. En el marco de esa visiGn, ela politica» tiene una importancia ‘menor: se trata, simplemente, de una emanacign de ela relaciones de producciém> 0, en un terreno més preciso, de una trampa urdida por la burguesia para preservar su condicion de privilegio, En esta risma linea, la concepcién marxiana del Estado no puede ser mas clara: «El conjunto de las relaciones de produccién constituye la 84 esructura econdmica de la sociedad, la base real sobre Ia cual se Jevanta una supereseructura juridiea y politica [..). El mado de pro- acids de la vida material condicions en general el proceso so- fcico y espiritual de la vida>. a Eas cones, Mane cuestiona, nvitiéadola, la visién del Eseado ingerea en I obra de Hegel. Mientras para Hegel el Estado ef la quintsesencia de Ia razén y el grupo humano en él imbricado, la bucocracia, La «clase universal», Marx sostiene que la mayor aten- ion hay que prestacia ala sociedad: el Estado, una mera «superes- srocrura> que nace de ésta, debe subordinarse « la sociedad, y no al reves, toda ver que es en esta thtima en donde se hacen valer las relaciones materiales, Si la mayoria de los pensadores anteriores @ ‘Marx parecian pensar que el perfeccionamienco del Estado era un signo inequivoco de progreso, Marx lo que defenderd es, en sentido contrario, la necesidad de acabar con el Estado una vez que en las relaciones materiales hayan desaparecido los efectos malignos de la divisién de la sociedad en clases. Para explicar el eseaso relieve que Marx concede a la politica, y en su caso al Estado, debe recordarse que su obra vio la luz en un petiodo historico preciso. Ese periodo se caracterizé ance todo por tuna «traici6n: [a protagonizada por un liberalismo que pactaba con muchas de las insttuciones y de las gentes del viejo orden, y que de cesta forma traicionaba el grueso de los principios de la Revolucién francesa. Al amparo de ese liberalismo quedaban desdibujados, por «ejemplo, los principios de la democraci, reducida a un mero eaun- Giado retorico. 43, Ena obra de Marx se manifiestan, por lo demés, dos concep- 0s distintos de Estado. Conforme al primero, ¢l Estado se autocon- Sgura como un genuino pardsito que vive a costa de la sociedad: en su seno se revelan, por encima de todo, los intereses de la burocra- cia, que en la visidn de Marx ya no es la «clase universal» hegeliana. De acuerdo con la segunda visi6a, el Estado se presenta como un instrumento al servicio de la clase dominante. En el Manifiesto co- munista, Marx y Engels sc reficren al «poder politicor como wel poder de una clase organizado para oprimir a otra. Sien el momen- to en que Marx escribe buena parte de su obra la clase dominante 5 no sin problemas, la burguesia, en el fururo sera el proletariado el gue adquirird tal condici6n, de tal suerte que el Estado pasaré a subordinarse a sus intereses. Aunque las dos visiones que acabamos de resefiar xemiten acon- ceptos distintos, una y otra tienen un elemento coméin: el Estado sé), Presenta como tina instancia que vive al margen del conjunto dela 85 sociedad. Sus intereses —sean los de la burocracia 0 los de le clase dirigento— habian chocado histéricamente, ademés, con los de la sayor pare de esa sociedad. 4. Manc es casi siempre ambiguo, 0 en su caso indiferente, con respecto al procedimnienso concreto que permitia e! dertocamiento de la burguesiay de capicalismo. Alespecto, unas veces parece acep- tar de buen grado la via del sufragio universal y la consiguiente po- sibilidad de que el acces> del prolecaciado al poder politico se peor ¥ que, si excluit en modo alguno a violencia, aeclere el nundimiento del ca- Pitalismo y de las formas politicas acompatiantes de éste. La propia prictica politica de Marx, y fundamentalmente la des- plegada en el Ambito dela T Intemacional (1864-1881), no propor ‘ona excesiva luz sobre sus concepciones con respecto ala cuestion ‘que nos ocupa. Es cierto, sin embargo, que una vez derrocado el ‘apitalismo e inaugurada la fase de transiciGn al socialismo, Marx postula la inscauracion iamediata de formulas —clecci6n de todos Jos cargos pablicos, activo control popular, desceatralizacin exe ma.— de cariz inequivocamente democratico. Conviene realizar) sin embargo, una précisién adicional: Marx no da su aprobacién a cualquier proceso de tansformacién, por revolucionarios que sean ~ sus objetivos. Para que ef cambio prospere en la linea adecuada no basca com el mero actvisno revolucionatio, sino que es preciso que, estén dadas las aconcliciones objetivare de desarrollo de lac creas pproductivas y de manifectaciGn paralela de sus contradicciones 5. La ambigitedad, © la relativa indiferencia, de Marx en rela- «én con los procedimiencos de transformacién se explica en buena medida por su visién de I que esla democracia. Marx distingue con clatidad entre =democracia formal» y «democracia real La primera no es otra que la «democracia burguesa», vacia de contenidos por cuanto no tiene otro objetivo que ocultar fenémenos materiales tan notorios como la desigualdad y la explocacién padecidas por capas enteras de la poblaci6n; en éstas se hace sentir una visible «aliena- Gién» derivada de la distancia existente entre el «ciudadano politi co», supuestamente dotado de vodos los derechos, y el «hombre eco- 2émicor, privado, en In realidad, de todos ellos. Cuando esta situacién de desigualdad y explotacién se supere —cuando desapa- eaca, en otras palabras, el capitalismo, se abrira camino por fin tuna democracia real. Marx, que es excremadamente critic, pot ra zones faciles de comprender, de la democracia formal, no descalifi- 86 ca, sin embargo, todas les formas de democracia, en la medida en que defiende activamente Ia instauracién de una democracia real Asi las cosas, su ambigiiedad con respecto 2 las vias de transforma cin se deriva de le desconfianza suscitada por la de la democracia. 6. Debe subrayarse, de cualquier modo, el cardcter tansitorio de la primera forma exraral que, en la visi6n marxiana, verd la luz tras el detrocamiento del capitalismo y de la «democracia burgue- ss», Ese Estado de transicién —que Marx sucle llamar «gobierno de Ia dase obrerae, aun cuando Engels cecurra con mayor frecuencia a Ia expresin «diccadura del proletaciador— debera autodisolverse 0, en otra formulacién, fundirse con la sociedad, Esa es una condi- ign necesaria para la plena emancipacién del sex humano, en una sociedad de la abundancia, y para ls paralela desaparicién de todas, las formas de opresin politica. Si en la mayoria de los escritos de Marx y de Engels Ia fase de transicin es calificada como «¢ocialis ta, el adjetivo «comunista> se reserva para la etapa final de emanci- pacién plena. Las concepciones de Marx difieren en aspectos importantes de las comunes tanto en el pensamient> anarquista como en el social- emdcrata, Para Marx, a diferencia de los teoricos del anarquismo, esnecesario un «Estado de transicida»: no puede acabarse de la no- che ala mafiana con el Estado. Marx parece inclinazse a menudo, en. un plano distinco, por la necesidad de una «vanguardia» que dirija al eprolevaiadu», visiou cumplevameme ajena al pensamlento anar- guise. Frente a la visién socialdemécraca, Marx sostene, en fin, que carece de sentido cualquier proyecto encaminado a conquistar el Estado desde el interior de éste: #1 proceso revolucionario debe, apostar, desde el primer momento, por la disolucién del Estado. 3. La socialdemocracis El Partido Socialdemécrata alemén, fundado en 1875, fue el escena- rio principal de las discusiones ideolégicas en las que se fragué la socialdemocracia. En lineas generales puede considerazse que esta ‘titima, también conocida con el nombre de «socialismo democréti- cor, fue el producto de una sintesis entre parte de los contenidos cexpresados en la obra de Manx y algunas de las «revisiones» criticas que ésta suscie6, Entze estas Ultima: se contaron las que realizaron tes pensadores alemanes —Ferdinand Lasalle (1825-1964), Eduard Bernstein (1850-1932) y Karl Kautsky (1854-1938)—, quie~ 87 fe nes a menudo fueron calificados con el téemino, més bien despecti- vo, de «revisionistas. 1, Aunque de acuerdo con la mayoria de las propuestas de Marx, Lassalle diferta de éste en una cuestién decisiva: no habia que recha~ zaren modo alguno, muy al contrario, la perspectiva de que el Esca- do se convirtiese de forma pacifica y paulatina en un agente decisivo de transformacién en sentido socialista y permitiese allegar, por ejemplo, el capital necesario para establecer cooperativas. Las con- cepciones de Lassalle impregnaron muchos de los contenidos del programa aprobado en Gotha, en 1875, por el Partide Socialdems- crata alemén. Marx criticé ducamente algunos de los véeminos de ese programa y adujo, en particular, que la concepcién del Estado (que en éi se hacia valer era muy préxima ala de Hegel, en la medida en que convertia a aquél en uns instancia situada por encima de las fuerzas econémicas y sociales y, de resultas, en un instrumento new- ‘0 no subordinado a los intereses de la burguesia ‘Mis adelante, Bernstein puso ce manifiesto, con mayor dlari- dad, discrepancias en relaci6n con elementos decisivos presentes en Ja obra de Marx. Por lo pronto, para Bernstein no se habian cumpli- do algunas de las previsiones de Marx, como la relativa al necesario ¥ sfpido colapso del capitalismo: en los tltimos decenios del siglo Xax, en particular, el capitalismo haba experimentado una etapa de prosperidad de la que, en opinién de Bernstein, se habian beneficia- do todas las clases sociales, ¥ no sélo la burguesia. La crecienre pola- Hizacién de clases que Marx habia augurado no se habia hecho sentic en la realidad, y los elementos de tensién-dentzo del capitalismo se hhabian mitigado. Amparado en la certeza de que las perspectivas de ‘un cambio revolucionario eran, por consiguiente, menores, Bern- stein lleg6 a la conclusién —de nuevo contraria z muchas de las tesis de Marx— de que el socialismo no era un resultado inevitable del __desazrollo del capitalismo, sino una posibilidad entre otras. La conelusi6n final de los anilisis de Bernscein era sencilla: la instauracién del socialismo debia ser paulatina y habia que prescindir de cualquier tentacién revolucionaria. En Iinea con las ideas defen- didas por Lassalle, el Estado debfa desempetiar un papel decisivo en ‘un proceso encaminado 2 conseguir una democracia plena y una progresiva y pacifica apropiacién de los medios de produccién por Jos trabsjadores. En la visi6n, en fin, de Kaursky, la inscauraci6n del socialismo slo podia ser el resultado de una pausada evolucién 2 partir del capitalismo y de muchas de las instituciones propias de éste. 2, La socialdemocracia se basa en !a reivindicaci6n de un orden politico que acepta los principios propios del Estado de derecho y 388 sechaza en paralelo cualquier procedimiento de sansformacién, politica, econdmica o social, no asentado en formulas democraticas. En el Ambito econémico la socialdemocracia se ha traducido en una apuesca por la creaci6n y consolidacién de lo que se ha dado en amar «Estados del bienestar>: estos tiltimos deben encargarse de desarrollar una activa politica de prestaciones sociales, deben garan- tizar el vigor de la igualdad de oportunidades y deben propiciar una reduccion de las diferencias sociales a través de mecanismos eedis- tmibutivos desarrollados ante todo por la via de los impuestos. Entre los beneficiarios de estas medidas no s6lo habri de contarse el «pro letariado» tradicional: también deberén sacarles provecho unas cla- ses medias que encontrarin en los Estados del bienestar, y en las propuestas socialdemécratas, una activa defensa de sus intereses. Para faciltar la consecucién de los objetivos mencionades, muchos partidos socialdemécratas han alentado, en fin, férmulas de acuer- do social como las vinculadas con los pactos neocorporatives. El «Estado social y democratico de derecho» —otro de los tér- ‘minos en los que se han concretado muchas visiones socialdemécra- tas—implica, por lo demas, la postulacién de una «economia mixta> nla cual se hagan sentir por igual los efectos de! intervencionismo estatal y los de una economia de mercado cuyo vigor se respeta. Dejada 2 su libre funcionamiento, sin embargo, esta ltima exhibe snumerosas imperfecciones que deben ser corregidas por la acciéa estaxal. De esta suerte, la socialdemocracia se opone con claridad ala visién que se ha dado en calificar de «neoliberal», decidida partidatia dereducir-a poco més que Iz nada las fanciones econémicas del Es- tado. Conviee recordar que el contenido della visién socialdemécrata ha sido analizado desde al menos dos perspectivas. Para la primera, la socialdemocracia se contentarfa con gestionar el capitalismo y conferirle un cardcter més «cvilizado», pero en modo alguno aspica- ria acabar con aquél, circunstancia que encontraria claro reflejo en la decisi6n de respetar la economia de mercado y, con ella, el grueso de las formas de propiedad capicalisea. Segin la segunda, en cambio, la socialdemocracia no habria abandonado en modo algano su anhe- lo inicial presente en lasreflexiones de Lassalle, Bernstein o Kauts- ky—de superar el capitalismo y abrir el camino 2 la construccién de uuna sociedad socialista; su aceptaci6n del mercado estaria supedica- da, enronces, a una paulatina transformacién de éste que abocaria en Ja antes mencionada apropiacién de los medios de produccién por los trabajadores. Como ¢s ficil comprender, la primera de las pers- pectivas de andlisis identifica un alejamiento, con respecto a las ideas 89 defendidas por Marx, mucho mayor que el que se vislumbra en la segunda 3. En 1889 surgid la I Internacional, a la que se sumaron tanto formaciones politicas de ariz socilista democratico como otras mis radicales. La rupeura entre unas y otras tuvo un momento decisivo en Ja Revoluci6a musa de 1917, quea la postre se tradujo ea la creacton de una I Internacional, visiblemenre hostil a los principios hasta en- tonces defendidos porlasocialdemocracia, Estos se hablan extendido con rapidea, sin embargo, en los dos decenios anteriores, l amparo de la presencia de partidos socialdemécratas en muchos de los Parla- rentos de los paises de la Euzopa occidental. Otro signo visible del auge dela socialdemocrecia habia sido su progresiva vinculaci6n con Jos sindicatos bien ilustmada por la estrecha relaci6n que desde siem- Pre mostraron los sindicatos britanicos y el Partido Laborist Pero hubo que aguardar hasta después de la segunda guerra smundial para que los partidos socialdemécratas alcanzasen su misc- ‘mo predicamento, fundamentalmente —de nuevo en la Europa occidental. Durante periodos més 0 menos prolongados, han ejere do el gobierno en sus respectivos paises el Partido Socialdemécraca alemda, el ya citado Partido Laborista britinico, l Partido Socialis- 1 francés, el Partido Socialdeméerata sueco y el Partido Socialists Obrero espasiol. Todos ellos han asumido una progresiva ruprura con el «marxismo» como fundamento ideolégico; la decisiéa mis significative al respecto fue, sin duda, la adoptada en 1959 por el Partido Sceialdemcrata aleman en su congreso de Bad Godesberg Todos han manrenido, también, zelaciones slides, como anciipe bamos unas lineas ms arriba, coa sindieatos de cariz socialdem6- ‘rata, Enmarcados, en suma, en la llamada Internacional Socialista, todos han defendido, coa mayor o menor éxito, la gestaci6n y con. solidacién de f6rmulas propias del Estado del bienestar. A finales del siglo 0: es indiscutible que la socialdemocracia, aun con graves problemas de identidad, configura una de las grandes corrientes politicas que operan en el mundo desarrollado. 4. El leniniemo Llamaremos a la concepcién teérica que inspir6, en Rasia, la revolucién bolcaevique de 1917, y consideraremos qué los scegimenes de tipo soviético» han estado vinculados, en mayor 0 ‘menor medida, con las iceas de Lenin (1870-1924). Desde el punto. de vista de la ceoria politica el leninismo exhibe, de cualquier modo, escasa relevancia, en la medida en que se configura en torno 2 dos 90 clementos que poco tienen de novedoso: por un lado, una adapta- cin del esquema determinista de Marx a ls condiciones de un pais singular, Rusia, y, por el orro, el despliegue de f6rmulas «jacobinase que conviercen en agente decisivo a un reducido y jerarquizado gru- po de revolucionarios impregnado de una radical confianza en su visin de Ia historia. Ea este marco es dificil idemtificar genuinas novedades concepsuales en la obra de Lenin, o en las de sus seguido- zs, de tal suerre que el andlisis del proceso tevolucionario ruso, tan interesante para el historizdor, no lo es tanto, en cambio, para el . Aunque muchos anarquistas rechazan, por estimarla contradicroria, ia existencia de un __ La segunda gran escuela la configuran los anarquistas colect- vistas 0 comunistas, eatre quienes ce contaron Mijail Bakunin (1814-1876) y Piote Keopotkin (1842-1921). Conforme a esta vi- sia, deberd procederse’a Ia abolicién de la propiedad privada y 2 ssa sustitucin por férmulas —organizaciones volantarias de trabax jadores, comanas— que, sobre ia base de un modelo federal, garan- 94 zarén la autogesti6a generalizada. Bien entendido, este proceso. sélo podré abrirse camino en virmad de la libre decisién de los rra- bajedores, y no de resultas de ias imposiciones de una vanguardia 0 de las decisiones de quienes dirigen el Estado. Prximas a esta ver- sin colectivists/comunista han estado algunas corrientes libercari- antes del marxismo, como es el caso del «luxemburguismo» o del sconsejismo~, el primero vinculado con las ideas de Rosa Luxem- burg (1871-1919) y el segundo con Is reivindicacidn de los llama- dos «consejos obreros». 43. Son varios los hitos significativos en la historia del anarquis- smo. El primero de ellos lo ofrece, probablemente, la confrontacién, en el seno de Ia T Internacional, entre Balcunin y Marx, en ella se revelaron, de forma enconada, las distintas visiones que uno y otro defendian en relaci6n con el problema del Estado. A caballo entre Jos sighos 20x y xX se pusieron de manifiesto, por otra parte, las discrepancias que entre los propios anarquistas existian en lo que atafe alos métodos que deblan guiar la teansformacién revolucio- naria. Mientras unas cocrientes subrayaban el papel decisivo de la educaciGn, reivindicaban la edesobediencia civil» y optaban por f6r- rmulas no violentas, otras defendian abiertamente 1 uso del teror contra las clases pudientes y sus servidores, en lo que se dio en laroar Ja «propaganda por el hecho»; si la obra del escritor Tuso Lev Tolstoi (1828-1910) refleja la primera posicién, las acciones del anarquista francés Ravachol ilustran a la perfecci6n el vigor de Ja segunda. Lascriticas qne lnc anarquiseas realizaron, en el decenio de 1920, el proceso revolucionario ruso apenas tuvieron eco, y ello aun cvando las organizaciones libertarias habian alcanzado por aquel eatonces cierto relieve merced al ararcosindicalismo. Este altimo era un intento de adaptacién del ararquismo a las exigencias del medio laboral. La Confederacién General del Trabajo (CGT) fran- cesa hasta la primera guerra mundial, y de manera mas consistente la Contederacién Nacional del Trabsjo (CNT) espafiola —el sindi- cxto mas importante existente en Espafa hasta la guerra civil de 1936-1939—, fueron las dos principales organizaciones anarcosin- dicalistas. Aunque hoy en dia el peso del anarquismo y sas organizaciones es muy reducido, su influencia ideol6gica se antoja més que notable. Esa influencia se hace valer, sobre todo, en los amados «nuevos movimientos sociales»: muchas de las visiones del ecologismo, el pacifismo y el feminismo contemporéneos serfan diffcilmente expli- cables sin el ascendiente anarquista, que ha dejado ou hella también 95 cen otras formas de revuelca juvenil-escudiantil —el «mayo francéss de 1968 acarre6 un renacimiento de f6rmulas libertarias—o, en un plano més general, en diferentes corrientes de pensamiento que otor- gan a la descentralizacién, en todos los érdenes, un papel decisive, 1. Los FAScISMos , «socialismo» © «comunismon, que inmediatamente suscitan una imagen de sa sig snificado). Otro problema presenta un cariz histérico: en la mayoria, de los casos el perfodo de manifestacién de los regimenes que co- ‘miinmente se cntienden por fascistas fue muy breve, circunstancia ‘que dificulta la consolidacién de una visién cabal de los mismos. Citemos, en fin, que no deja de sex paradgjico que el fascsmo italia- no haya’ acabado por prestar su nombre a un sinfin de férmulas cenire las que se cuenta el nacionalsocialismo alemén, un régimen en cl que todos los especialistas convienen en reconocer la més clara ranifestaci6n del fendmeno politico que nos ocupa: al respecto fue vital el.hecko de que el movimiento mussoliniano llegase al poder ‘mis de'um decenio antes que el nacionalsocialismo y procediese, en paralelo, a la primera elaboraci6n tedrica al respecto. Los modelos configurados en la Ttalia de Mussolini y en la Ale- ‘mania de Hitler son, de cualquier modo, las féemulas mas acabadas de lo que aqu{ enrenderemos por «fascismos». Consideraremos que este término puede utlizarse también, sin embargo, para designar 2 ‘otros regimenes que vieron Ia luz en el periodo de entreguercas, ¢ 96 ineluso, y bien que con cautelas may formulas politicas posceriores. 1. Los rasgos ideolégicos No todos los regimenes fascistas han exhibido los mismos rasgos ideol6gicos. Esto aparte, la elaboracién tedrica de los movimientos correspondiences —a menudo impregnados por un claro ant-inte- Tectualismo— fue comtinmente bala, y en cualquier caso muy infe- rior 2 Ia verificada en el dmbito del pensamienco liberal 0 de las diferentes corrienres del socialismo, Aun asi, son varios los sasgos {que podemos considerar definitorios de los fascismos. 41, Algunas de las concepciones ideolgicas propias de los fascis- mos bunden sus raices en el pensamiento legitimista y conservador que cobr6 alas en el siglo xrx. Varias ideas son compartidas, en los hhechos, por unos y otros. Asi, y al igual que legitimistas y conserva- dores, el fascismo contesta la conveniencia de construir una socie- dad sobre la base de principios racionales: el poder es algo que eseé en la naturaleza de las cosas y que como tal debe sex aceptado. Tam- biga Ia desigualdad se halla inserta en Ia naturalezs y, en consecu cia, los intentos de acabar con ella, o simplemente de limita estén abocados al fracaso. La autoridad constiraye, ea fin, el principal fundamenito del orden politico, al tiempo que la fe debe considerar- se la més importante formula de conocimiento. 2. Pero la irrupcién de los fascismos conlleva algunos cambios de relieve-con respecto a las concepciones.del pensemiento legit- mista y conservador. Por lo pronto, en los fascismos hay un visible intento de adaptaci6n a las exigencias de una sociedad més comple- ja, como es la derivada de las revoluciones industriales y del parcjo proceso de urbanizacién. Ello no sucede asi, en cambio, en el pensa~ ‘miento tradicionalista propio del siglo x7%, en cayo cimiento inte Jectual esté un rechazo ante la perspectiva de desarrollo de ese tipo de sociedad. En segundo lugar, pese a que genéricamente los fascismos se sustentan en una critica radical de elemeatos centrales del pensa~ ‘miento ilustrado, y con él det liberalismo, no por ello dejan de in- , de generar un hombre res, para idencificar a algunas 97 suevo, de devolverle, entre otras cosas, las virrades derivadas de su ssopuesta condicién bi racial. En este dmbito se hacen valer, pot un lado, una reivindicacién de la subjetividad y de la fuerza, ¥, por el otro, un discurso antirracionalista, que obligan a distinguir 2 los fascismos de muchas de las formulaciones de la derecha conser- vadora, claramence imotegnadas por principios religiosos y tradicio- nalistas. Buena parce ¢e la derecha conservadora, por lo demas, no hhabja roto amarras con el orden politico liberal, de tal suerte que aceptabs, no sin ticabeos, el entomo marcado por las eleectones ¥ la representacién parlamentaria. Es eiervo, con todo, que los sectores mis radicalizados de esa derecha se situaban proximosal terreno que acabaria siendo ocupado por los movimientos fascistas. 3. La confrontacién con el pensamiento liberal constituye, sin duda, un punto central de vertebracién de los fascismos. Esa confron- taci6n asoma a través de varios elementos. El primero lo configura 1un rechazo de la primacia de los intereses individuales: éstos deben subordinarse al Estado, on su caso ala comunidad tenzada en torno ‘conceptos como los de raza y nacién. En este mismo marco, la vida Privada de los individuos, tan celosamente defendida en el pensa- mieato liberal, poco menos que desaparece, sometida a la supervi- sin y al capricho de m Estado a euyo contol nada debe escapar. El interés general, en segundo lugar, no se derermina en virtud del didlogo entre los individuos, sino que viene impuesto, desde arriba, por el criterio de un jefe. Fl poder de éste, lejos de ser un mal ‘que hay que limicar, se convierte en un elemento positivo que recia- sma una permanente exaltacién. Tampoco son los propierarias indi- vviduales quienes estén Ilamados, como sugiere el pensamiento libe- ral, a delimitar el funcionamiento de la economia a mavés de la libre apel notabilisimo la propagan- da: los regimenes fascistas se dotaron de formidables aparatos cuyo objetivo no era otro que ensalzar ke figura del lider y reforzar la 99 ¥ identificacion, en sa persona, de condiciones extraordinarias el carisma— qu? en hima instancia explicaban la obediencia ciega que se exigia a 2 poblaci6n. No es preciso agregar, probsblemente, gue en este marco —y como el propio sentido del término lo suzie~ re— la propaganda no era en modo alguno un instrumento de dié- logo, sino el cauce, unilateral, a través del cual legaban a la pobla- cidn las consignas, de obligado seguimiento, emitidas por el jefe. A Jos efectos de la propaganda, y en un terreno parecido, se sumaron, Jos de una permanente eseenificacién de rituales —cntre ellos, en. Jugar singular, concentraciones de masas—cargados de sirabolismo. Esos rituales remitfan, de manera evidente, a un esfuerzo de perma- ente movilizacién de la poblacién, obligada a plegarse en todo momento a los designios del jefe. ‘Orzo aspecto vertebrador de los fascismos fue, enfin, el decisive papel atribuido a la violencia, en el marco de una visién manifiesta- mente masculina de las relaciones humanas. Silos designios del jefe eran inapelables, nada més ldgico que reprimir a quienes manifesta ban su oposicién. La propia concepciéa de un poder toralitario, que Jo aleanzaba todo y que nada dejaba fuera de su alcance, enlazaba a la pesfeccién con la defensa de la violencia como elemento central en la organizacién de la sociedad. 2. La prictica historica En el casc'de los fascismos, y esto es importante recordarlo, la pr ‘ca histérica cobré cuerpo estrechamente entrelazada con la teor Adolf Hitler (1889-1945) y Benito Mussolini (1883-1945) rcoriza~ ron sobre el contenido politico de los movimientos y regimenes que cllos mismos dirigfan, Aunque ello no quiere decie, en modo algu- no, que de su parte hubiese una asuncién licida de la realidad de e508 movimientos y regimenes, los problemas que se manifestaron presentaban una dimensién diferente de los que se han hecho valer, por citar un ejemplo, a la hora de analizar la relaciGn entre la obra de Marx y el proceso revolucionatio acometido, muchos afios des- pués, en Rusia. 1. Ya hemos apuntado que fue en dos Estados europeos, tralia y Alemania, donde el fascismo adquitié su mayor peso. Conviene re- cordar someramente, sin embargo, que las condiciones de partida de cada uno de ellos eran diferentes. En el caso de Italia, pafs que acabé la primera guerra mundial entre los vencedores, buena parte de Ja opinién paiblica mostraba, pese a ello, un claro descontento. La desmovilizaci6n de las unidades milicares se sumé a una notable 100 extensién del desempleo en el mazco de una crisis econémica muy agoda. El auge del movimiento dirigido por Mussolini mucho cuvo aque vex, también, con la divisin exhibida por las organizaciones de Szquierda, Por lo que a Alemania se refiere, hay que hacer mencién, cen lugar central, de la frustracién producida por le derrora en lz guerra y por el contenido del tratado de Versalles. A ese hecho se Summé, al igual que en Italia, una profunda crisis econémica pronto traducida en una extensién del desempico y en wna agudizacién de Jas censiones sociales. Por afiadidura, se hizo sentic el peso de una tradicién autoritaria que, de hondo arraigo, marcé la vida politica alemana de la década de 1920 (durante 2 Uareada «reptiblica de ‘Weimar>); las fuerzas democréticas, y una izquierda de nuevo divi= ids, apenas supieron ejercer de contrapeso. 2. Por lo dems, los modelos ialiano y alemén exhibieron signi- ficativas diferencias. Fn Italia el riesgo de una confronzacida entre el movimiento fascista y la burocracia estatal previamente existente era reducido, por efecto ante todo de la extrema debilidad de Ia segunda, La tarea de Mussolini consisti, precisamente, en moldear tun Estado que, producto de una unificacién tarda, exhibia eseasa foraleza. En exe semido, la idolatrizacién del Eseado condujo a ia configuraci6n de una entidad que, fandida con el propio movimien- to fascist, en cierto sentido actuaba de contrapeso y sometia a éste algunas limicaciones. Ast las n de meramente que hasta entonceshabian pasado por ser exeremada mente difecences. 1. De manera més reciente, y l calor de las de la ideologia oficial, que alors se presema 104 cargada de ambigticdades. El grado de control ejercido por el Esta. do resulta, en cuarto lugar, mucho menor que el que se manifiera en un régimen totalitario, Greascancia vineulada con otro hecho: existe un ordenamiento legal que, auaque marcado por numerosas arbivrariedades, obliga al régimen a ajustarce a algunas normas que ricigan su dureza. El autoricarismo reclama, en fin, ie movilizacién y disciplinamjento populares sensiblemente inferior al que demands si Htarios: poco mas exige de la po-_ blacién que una especie de pasivo acatamiento. buLIOGRAFIA Aguila, R. del (1992): «Los fascismose, en F. Vallespin (coord,), Historia de la teoria politica, vol. 5, Alianza, Madrid. Arendt, H. (1982): Los origencs del totalitariama, 3, Totalitariomo, Alian« 7, Madrid. Berger, C. 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