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ODALIS PEREZ Y EL CONOCIMIENTO RIGUROSO DEL ARTE

FIDEL MUNNIGH*

Principios de estética y educación artística (2004)1, del escritor y profesor


universitario dominicano Odalís G. Pérez, es un libro nacido de una experiencia
pedagógica y estética al nivel de la educación media y universitaria. En las
consideraciones preliminares a la obra, el autor aclara, contra toda pretensión
excesiva de agotar la materia, que su libro “no pretende ser un manual acabado y
definitivo, sino más bien una incitación teórica y apreciativa al conocimiento del
arte en sus variadas manifestaciones” (página 13).

La aclaración es pertinente, pues ningún manual agota (ninguno puede agotar) la


gama completa de temáticas que aborda. De modo que este texto debe ser visto
como lo que aspira a ser: un intento de orientar al lector interesado, pero no
especializado en arte, abordando temas fundamentales, pero también añadiendo
nuevas cuestiones sobre la creación estética y artística.

A diferencia de sus obras previas de los últimos años (salvo La identidad negada),
que suelen llevar un sello polémico, esta es una obra esencialmente pedagógica.

1
Editorial SophiArte, Santo Domingo, 2005, 284 páginas.
Pérez deja de ser ese enfant terrible a que nos tiene acostumbrados, el teorizador y
crítico impenitente, para pasar a ser el pedagogo, el educador: no polemiza, no
refuta ni contradice teoría o pensamiento alguno; no ataca a nadie; no fustiga la
ideología neotrujillista de una parte de la intelectualidad criolla, ni lanza sus
dardos contra cierto “pensamiento pseudonacionalista”. Antes bien, Pérez ofrece
su propia visión del fenómeno del arte y la belleza; teoriza y refiere para una
mejor comprensión y un mayor aprecio del arte en sus distintas expresiones,
desde las más antiguas hasta las más recientes.

El libro está debidamente documentado, con referencias de lugar y una


bibliografía exhaustiva. Es cierto que hay definiciones elementales, esquemáticas
y directas, típicas de todo manual, pero éstas no son simplistas ni reductoras.

La estética, en su sentido etimológico, se refiere al “percibir”, al “sentir”. La


áisthesis era, entre los antiguos griegos, sensibilidad, sensación, sentimiento. Para
Alexander Baumgarten, su fundador, la estética es el estudio de lo bello. En línea
con Leibniz, la define como “ciencia de los conocimientos sensibles o gnoseología
inferior”. Ella se ocupa del conocimiento sensible, de la percepción sensorial, más
inmediata y más material. Por eso es una especie de conocimiento inferior al
conocimiento filosófico. Para Kant, la estética es el estudio de la sensibilidad, de
las formas en que aprehendemos la realidad. Hegel concibe la belleza como la
aparición sensible de la idea, y coloca el arte, junto a la religión y la filosofía, en la
esfera del espíritu absoluto. Kant y Hegel hacen de la estética no un simple
apéndice, sino pieza clave y parte integral de sus respectivos sistemas filosóficos.
En este orden, la estética será la reflexión teórica sobre lo sensible y la
sensibilidad, sobre el arte y lo bello. Lo sensible fue, desde el origen mismo, el
ámbito de reflexión de la filosofía del arte y la belleza; así en los pitagóricos, en
Platón, en Aristóteles. Si se tiene a Baumgarten como padre de la estética
moderna, se considera a Aristóteles el fundador de la filosofía del arte.

La concepción global del texto de Pérez es ecléctica. También él entiende la


estética en sentido clásico como disciplina humanística, originada en la filosofía,
que se encarga de “estudiar la producción sensible en toda su extensión y en toda
su movilidad” (pág. 18). Entiende, pues, la estética como filosofía de lo sensible y
de la sensibilidad. Pero, a diferencia de los clásicos, tiene plena conciencia de la
modernidad y la posmodernidad estéticas. Sabe que en el arte se han producido
grandes cambios, rupturas e innovaciones formales que cuestionan radicalmente
los antiguos cánones estéticos.

La novedad de su pensamiento radica en incorporar a la teoría estética la


reflexión sobre las nuevas mediaciones artísticas. Su perspectiva asume las
rupturas formales iniciadas por los creadores modernistas y las corrientes
vanguardistas de principios del siglo XX que, a fuerza de proclamar la ruptura
con la tradición artística –como bien apunta Octavio Paz-, terminaron creando la
tradición de la ruptura. De ahí sus comentarios atinados sobre el arte clásico y el
arte moderno, el arte figural y el arte neo-figural o abstracto.

Entre las muchas definiciones de arte, Pérez elige una muy próxima a la
definición hegeliana. Define el arte como manifestación de la sensibilidad y el
espíritu que tiende a producir obras con un valor estético determinado. Concibe
la obra de arte como producto, como producción material y espiritual. La obra de
arte es un producto estético elaborado por el artista, resultado de su visión
particular del mundo, que refleja una manera específica de ser de las cosas. El
lenguaje del arte se define como el conjunto de medios que utiliza el artista para
expresarse; esto es, el medio a través del cual se define y concretiza como tal la
obra de arte. Ello significa que el lenguaje se aplica a los diversos géneros
artísticos. Por eso hablamos con propiedad de lenguaje de la pintura, lenguaje de
la escultura, lenguaje de la arquitectura, lenguaje de la música, lenguaje del cine,
lenguaje del teatro, lenguaje de la danza...

Como todo semiólogo del arte, Pérez recurre al intercambio entre las
terminologías artísticas y literarias, que interrelaciona todos los géneros. Así, al
hablarse del lenguaje de la arquitectura, por ejemplo, se habla de “gramática” y
“vocabulario” en la fachada de un edificio. En estética se habla hoy en sentido
amplio de texto para referirse a las obras de arte, literarias y visuales. Se habla de
leer un cuadro como si fuera un texto, es decir, un tejido de relaciones: “Toda
obra pictórica y toda imagen visual deben ser consideradas como un texto, esto
es, como un tejido de relaciones (...) Toda imagen debe ser considerada como una
forma compositiva. El cuadro se lee como un conjunto temático y formal” (pág.
84). Todo, incluso el universo, es un texto, no necesariamente escrito con
palabras, un sistema de trazos y huellas, de relaciones, analogías y
correspondencias mutuas.

¿Es esto un intercambio vago e indiferente de términos? ¿Acaso un invento, un


capricho, una arbitrariedad conceptual de la semiótica? ¿Se desdeña aquí lo
diferencial y lo particular, el elemento diferenciador y particularizador de cada
arte y género artístico? Los puristas del arte y de la estética no aprueban este
intercambio terminológico (Croce, ciertamente, no lo aprobaría).

Sin embargo, el principio que sostiene esta práctica no es otro que el de la


interacción de los textos y los géneros artísticos. En arte, los diversos textos y
géneros no son cotos cerrados, territorios aislados; interactúan y dialogan entre sí
dinámicamente, si bien conservando cada uno su propia especificidad. Hallo
como de pasada en este libro un término chocante: los “ruidos visuales”. Un
absurdo al parecer. ¿Qué son los “ruidos visuales” sino los chirridos, las
desarmonías, los elementos que molestan y desentonan en la contemplación de
un espacio visual determinado?
3

Uno de los méritos principales de este texto de divulgación pedagógica es la


incorporación al ámbito tradicional de la estética y la educación artística de
nuevas ciencias o disciplinas humanísticas como la objetología (capítulo V), la
iconología y la iconografía (capítulo XII). Naturalmente, Pérez aborda los géneros
artísticos tradicionales, con excepción de la literatura y el cine: la pintura
(capítulo VI), la escultura (capítulo VII), la arquitectura (capítulo VIII), la ópera
(capítulo X), la música (capítulo XVII) y la danza (capítulo XIX).

Siempre curioso y atento a las innovaciones y modalidades en la producción


sensible, material y espiritual, agrega también nuevos temas como el diseño
publicitario, el diseño gráfico computarizado, la imagen electrónica, la relación
entre el arte y la computadora, el arte de medios o arte multimedia, la
videoinstalación, entre otros.

El capítulo IX está reservado a las instalaciones en el arte contemporáneo y a la


relación entre espacios visuales e instalaciones artísticas (o también, entre
instalación y espacios artísticos). Allí ofrece esquemas abstractos de posibles
instalaciones. En otros capítulos aborda temas poco tratados por los manuales
tradicionales de arte y estética, como las artes militares en Occidente, el
urbanismo como arte (capítulo VIII), el patrimonio artístico e histórico (capítulo
XV), la gestión cultural, la gestión artística y la elaboración de proyectos de arte
(capítulo XX). De particular importancia para los estudiantes de publicidad, en
sus diversas menciones, es el capítulo XVI, donde se reflexiona sobre la imagen
publicitaria, la fotografía publicitaria, el afiche, la caricatura y la moda como arte.

Pérez también territorializa su libro, nacido de nuestro contexto sociocultural,


dedicando un capítulo al folklore dominicano en sus variadas expresiones: la
música, los bailes, el teatro e incluso las manifestaciones espectaculares y los
personajes y actores folklóricos.

Como buen texto introductorio de estética y educación artística, este libro viene
acompañado de fotografías de obras -cuadros y esculturas- de la artista gráfica
Susie Gadea, de tendencia neoabstracta. La ilustración gráfica no es simple
decorado estético: el texto y la imagen dialogan. Las obras neofigurales de Gadea
sirven de complemento visual al discurso pedagógico y estimulan la percepción
sensible de la obra de arte.

Un libro de ideas no debería convertirse en objeto de culto, como por desgracia


suele suceder entre nosotros con el libro canónico cuyo prestigio no nace de su
valor textual intrínseco, sino de la autoridad que emana de quien lo escribe (por
ejemplo, los libros escritos por autoridades académicas, o políticas, o militares, o
eclesiásticas). Un libro de ideas se escribe para ser leído, comentado y debatido,
pero también para ser descodificado, desestructurado, deconstruido. Un libro de
ideas debería constituir un espacio para el pensamiento, para el debate crítico,
incluso para la disensión, no para el mero asentimiento irreflexivo.

Pienso que el profesor Odalís Pérez -erudito, riguroso, polémico y a menudo


también intransigente en la defensa de su doxa crítica- nos ha entregado un libro
que hacía falta en nuestro medio académico y educativo. Principios de estética y
educación artística constituye una buena guía de orientación, un instrumentum
útil para el estudiante universitario y el lector medio no especializado, ambos
aficionados al arte.

Y aquí radica tal vez su mayor virtud y utilidad: por sus cualidades didácticas, su
rigor y su información actualizada, esta obra debería convertirse en texto de
consulta y de lectura necesaria no sólo para la enseñanza universitaria, sino
también antes, después y fuera de ella. Pues trasciende el ámbito específico de la
universidad para dirigirse a toda la comunidad de enseñanza nacional. 

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