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FIDEL MUNNIGH*
A diferencia de sus obras previas de los últimos años (salvo La identidad negada),
que suelen llevar un sello polémico, esta es una obra esencialmente pedagógica.
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Editorial SophiArte, Santo Domingo, 2005, 284 páginas.
Pérez deja de ser ese enfant terrible a que nos tiene acostumbrados, el teorizador y
crítico impenitente, para pasar a ser el pedagogo, el educador: no polemiza, no
refuta ni contradice teoría o pensamiento alguno; no ataca a nadie; no fustiga la
ideología neotrujillista de una parte de la intelectualidad criolla, ni lanza sus
dardos contra cierto “pensamiento pseudonacionalista”. Antes bien, Pérez ofrece
su propia visión del fenómeno del arte y la belleza; teoriza y refiere para una
mejor comprensión y un mayor aprecio del arte en sus distintas expresiones,
desde las más antiguas hasta las más recientes.
Entre las muchas definiciones de arte, Pérez elige una muy próxima a la
definición hegeliana. Define el arte como manifestación de la sensibilidad y el
espíritu que tiende a producir obras con un valor estético determinado. Concibe
la obra de arte como producto, como producción material y espiritual. La obra de
arte es un producto estético elaborado por el artista, resultado de su visión
particular del mundo, que refleja una manera específica de ser de las cosas. El
lenguaje del arte se define como el conjunto de medios que utiliza el artista para
expresarse; esto es, el medio a través del cual se define y concretiza como tal la
obra de arte. Ello significa que el lenguaje se aplica a los diversos géneros
artísticos. Por eso hablamos con propiedad de lenguaje de la pintura, lenguaje de
la escultura, lenguaje de la arquitectura, lenguaje de la música, lenguaje del cine,
lenguaje del teatro, lenguaje de la danza...
Como todo semiólogo del arte, Pérez recurre al intercambio entre las
terminologías artísticas y literarias, que interrelaciona todos los géneros. Así, al
hablarse del lenguaje de la arquitectura, por ejemplo, se habla de “gramática” y
“vocabulario” en la fachada de un edificio. En estética se habla hoy en sentido
amplio de texto para referirse a las obras de arte, literarias y visuales. Se habla de
leer un cuadro como si fuera un texto, es decir, un tejido de relaciones: “Toda
obra pictórica y toda imagen visual deben ser consideradas como un texto, esto
es, como un tejido de relaciones (...) Toda imagen debe ser considerada como una
forma compositiva. El cuadro se lee como un conjunto temático y formal” (pág.
84). Todo, incluso el universo, es un texto, no necesariamente escrito con
palabras, un sistema de trazos y huellas, de relaciones, analogías y
correspondencias mutuas.
Como buen texto introductorio de estética y educación artística, este libro viene
acompañado de fotografías de obras -cuadros y esculturas- de la artista gráfica
Susie Gadea, de tendencia neoabstracta. La ilustración gráfica no es simple
decorado estético: el texto y la imagen dialogan. Las obras neofigurales de Gadea
sirven de complemento visual al discurso pedagógico y estimulan la percepción
sensible de la obra de arte.
Y aquí radica tal vez su mayor virtud y utilidad: por sus cualidades didácticas, su
rigor y su información actualizada, esta obra debería convertirse en texto de
consulta y de lectura necesaria no sólo para la enseñanza universitaria, sino
también antes, después y fuera de ella. Pues trasciende el ámbito específico de la
universidad para dirigirse a toda la comunidad de enseñanza nacional.