La obra cumbre de Cervantes, contrasta armónicamente dos visiones que, tanto en el
medievo como en el mundo contemporáneo, parecen dicotómicas. El idealismo de Don Quijote y el realismo de Sancho Panza son una fusión inconcebible que resulta ser problemática de abordar: por un lado, la locura y la visión romántica de un mundo lleno de actitudes hidalgas; por el otro, la realidad burda, neutral y simplista que no deja espacio para soñadores inéditos. Ambos mundos parecen ser antónimos: el primero como utopía, el segundo como una distopía que es espejo de la cosmovisión de su época. Alonso Quijano devoró tantos libros de caballería que terminó haciendo de su propia vida una disparatada novela, de las que tanto se escribían en su época y que, de cierto modo, Cervantes logró parodiar por medio de su obra. Sancho Panza estaba lleno de sencillez y de franqueza respecto al mundo que conocía; donde el Quijote veía gigantes, Sancho veía molinos; donde el primero grandes hazañas, el segundo innecesarias disputas. Todo lo anterior me permite pensar que el quijote es sólo el reflejo del mundo conocido, en el que los hombres se fían de sus percepciones e ideologías para abstraer el mundo que pretenden conocer. ¿Es el idealismo superior al realismo o viceversa? Sin duda, sesgados por sus propias conciencias, algunos se atreverían a tomar defensa de una postura en particular y, personalmente, creo que en aquel tiempo se tenía una contienda activa por lo que se pretendía como verdad. Católicos y protestantes reñían en la Edad Media por determinar el camino verdadero y salvífico; las verdades bíblicas y aristotélicas se peleaban con las verdades científicas y la disputa se extendía a las torturas, el destierro o las sentencias de muerte. Sin embargo, ¿es el Quijote una caricatura más de los problemas ideológicos de su época? Considero que, con o sin intención, Miguel de Cervantes logró parir esa idea inimaginable: dos posturas contrarias, de las que ya se habló, conviviendo en armonía y amistad entrañable. Las no pocas diferencias perceptivas entre uno y otro pintaron un cuadro de respeto urgente en la Edad Media, que sigue siendo necesario en la Edad Moderna: la diversidad intelectual de las personas es el retrato mejor captado del mundo; la diversidad de intenciones, valores y preceptos morales es la explicación mas sensata de la humanidad. Por lo tanto, la obra parece regalar una suerte de escape a las disputas intelectuales para centrarse en las morales. El Quijote enfrentaba con valentía a los rufianes y trataba con amabilidad a las personas buenas (no sin algunas confusiones características del humor del autor). No se trata de defender lo que el mundo debería ser o de conformarse con lo que ya es, sino de retratar la ficción y las vicisitudes de las personas con sensatez y objetividad por parte del escritor. Las obras de caballería educaban en valores y privilegiaban la honra, incluso, sobre la vida misma, tal es el caso del Mio Cid, donde Rodrigo Díaz de Vivar, tras ser injuriado, es desterrado de su nación, de donde parten sus valientes aventuras. La ofensa al honor de un caballero, debía ser reparada con la vida de aquel que la ofendía, pues de allí partía la idea de dignidad que tenía el hombre, tanto en la realidad como en la ficción (en el idealismo como en el realismo). En algún punto los escritores empezaron a exagerar un poco las hazañas de los caballeros y a acentuar más sus valores, de allí que el ideal de caballero del Quijote sea de grandeza y moralidad, mientras que la idea de Sancho de lo que era el hombre y de cómo debía vivir era un poco más franca y natural. A través de todo lo expuesto, trato de concluir que tanto el idealismo como el realismo son posturas necesarias en la obra de Cervantes en la medida en que retratan al mundo, y que no es objetivo juzgar cuál de las posiciones es superior, puesto que son necesariamente complementarias. El mundo está lleno de soñadores y de personas con los pies muy bien puestos en la tierra; es irrelevante buscar un ganador en una contienda que no existe. Algunos se identificarán con Sancho, otros más con el Quijote, pero la aventura siempre habrá de requerir la búsqueda del otro y el rescate de uno mismo.