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La factura de la imprevisión
Antes de 2020, diversas previsiones estimaban que una pandemia de
dimensiones similares a la de 1918-20 se cobraría unas 71 millones de vidas y
volatizaría un 5% del PIB global. En esos años, la inmunidad colectiva se logró a
costa de 675.000 vidas en EEUU y de 50 millones a escala global, casi el doble
de las muertes que causó la Gran Guerra. Esta vez el saldo de fallecimientos ha
sido mucho menor, pero el golpe económico mayor de lo que nadie habría
imaginado. En lugar de crecer un 3%, el PIB mundial será un 8% inferior al
previsto por el FMI, la mayor contracción desde 1945.
Las economías emergentes se reducirán por primera vez en los últimos 60 años,
empujando a la extrema pobreza a unos 89 millones de personas, un 15% más.
El 90% de los contagios se ha producido en zonas urbanas, donde hoy viven
más de la mitad de la población mundial.
El FMI anticipa que debido al aumento del gasto público y sus programas de
emergencia económica, el ratio entre el PIB y la deuda pública en las economías
avanzadas podría pasar del 105% en 2019 al 132% en 2021.
Disciplina confuciana
Cuando China cerró Wuhan, muchos creyeron que solo regímenes autoritarios y
tecnológicamente sofisticados podrían aplicar ese tipo de métodos draconianos.
El filósofo marxista esloveno Slavoj Zizek sostiene que si un Estado espía lo
suficiente y condiciona el comportamiento de la gente, puede satisfacer sus
necesidades mejor que una democracia. Pero en la mayoría de los países
asiáticos no hizo ninguna falta. En Japón, según Oshitani, fue la disciplina social
lo que evitó una segunda ola de contagios. Debido a su larga historia epidémica,
el archipiélago nipón está sembrado de monumentos a las víctimas de pasadas
plagas, que los japoneses asumen como fenómenos cíclicos para los que hay
que estar siempre preparados.
En cuanto detectó los primeros brotes, el gobierno de Hanoi –que entre 2000 y
2016 aumentó su gasto público per cápita en sanidad un 9% al año– lanzó una
campaña mediática para exhortar a los 100 millones de vietnamitas a identificar
los casos positivos y rastrear sus contactos e incluso a los contactos de sus
contactos. Así se explica que Vietnam tenga una de las cuatro tasas más bajas
de mortandad del mundo.
Según escriben en Foreign Affairs See Kheng Khor y David Heymann, debido a
su experiencia con el SARS en 2003, el H1N1 en 2009-10 y el MERS en 2014-
15, China, Corea del Sur, Taiwán y Vietnam reformaron profundamente sus
sistemas sanitarios, lo que les permitió coordinar al máximo su capacidad de
respuesta ante nuevas amenazas pandémicas.
Las medidas preventivas fueron desde la construcción de infraestructuras al
diseño de mecanismos de vigilancia y rastreo de enfermedades infecciosas,
formación de epidemiólogos y de redes descentralizadas de laboratorios
médicos y farmacéuticos. Al mismo tiempo, se fortalecieron los centros de
comando y control para que pudieran dar información pública fiable.
Tailandia ha extendido la cobertura médica universal a los inmigrantes
indocumentados, consciente de que los virus no hacen distinciones. Corea del
Sur desarrolla, aprueba y produce tratamientos y tests PCR en condiciones
extremas.
Así, las autoridades pueden movilizar en poco tiempo sus recursos, un factor de
éxito clave en cuestiones de salud pública, en las que se solapan con frecuencia
las competencias de organismos federales, regionales y municipales. En 2003, la
respuesta china al SARS fue lenta, opaca y descoordinada. Este año demostró
haber aprendido la lección.
¿Anarquía democrática?
EEUU y Corea del Sur registraron su primer caso positivo el mismo día. La tasa
de contagios surcoreana alcanzó un pico máximo de 851 casos diarios antes de
aplanarse hasta un solo dígito, que se ha mantenido desde entonces. En EEUU,
en cambio, el pico fue de 74.818 infecciones a mediados de julio. La tasa de
mortandad surcoreana es de siete por millón de habitantes, frente a los 600 de
EEUU, según la Universidad Johns Hopkins.
El 16 de marzo, Trump anunció restricciones en las escuelas, lugares de trabajo
y la vida social. Pero la resolución le duró poco. Según un sondeo de Pew, el
84% de los encuestados en 14 países cree que EEUU lo ha hecho mal.
El Imperial College de Londres anticipó que cambios espontáneos en el
comportamiento de las personas evitarían los peores escenarios. Pero tanto en
EEUU como en Europa no han sido suficientes. Los Estados gobernados
por demócratas –Nueva York, Illinois, Massachusetts, Vermont…– han
tenido mejores resultados que bastiones republicanos como Florida, Texas o
Georgia, donde la resistencia al intervencionismo gubernamental es parte de su
código genético.
Según Ravi Gupta, microbiólogo de la Universidad de Cambridge, cuarentenas
como las de la pasada primavera son hoy inviables porque ha quedado claro que
los europeos no van aceptar más restricciones –arbitrarias o no– a su libertad de
movimientos. La mitad de la población de la zona euro acusa ya “fatiga
pandémica”, lo que la hace desentenderse de la información oficial y
preocuparse menos de los riesgos y sacrificios necesarios.
En España, la resistencia ha llegado ya a los tribunales en medio de rivalidades
administrativas territoriales. En Israel, el nuevo confinamiento ordenado por el
gobierno ha desatado protestas y disturbios callejeros y está siendo
desobedecido masivamente. Es lógico. Según Pekka Nuorti, profesor de
epidemiología de la Universidad de Tampere, en Finlandia, una epidemia es un
“espejo” en el que se refleja el modo en que una sociedad funciona y se
organiza. La tasa de contagios de su país es cinco veces menor que la danesa
porque los finlandeses han reducido un 75% sus contactos sociales. Tras la
guerra contra los soviéticos (1939-40), la Constitución incorporó previsiones
específicas en caso de emergencias.
¿Inmunidad colectiva?
El Bild, el diario alemán de mayor circulación, advierte de que nuevos cierres
conducirán al desempleo masivo, quiebras en cadena y tensiones sociales
interminables. Hendrick Streeck, director del Instituto de Virología de la
Universidad de Bonn, sostiene, a su vez, que se debe convivir con el virus sin
tener que paralizarlo todo.
Una iniciativa de los epidemiólogos Martin Kulldorff (Harvard), Sunetra Gupta
(Oxford) y Jay Bhattacharya (Stanford) que han respaldado unos 10.000
expertos de todo el mundo, propone la “protección focalizada” de los más
vulnerables y el retorno a la vida normal de todos los demás. Según René
Gottschalk, jefe de Salud Pública de Frankfort, la tasa de mortandad alemana no
supera el 0,4-0,7% –113 muertes por millón de habitantes, frente a los 652 de
España, 615 de EEUU, 614 de Reino Unido, 591 de Italia y los 479 de Francia–,
por lo que el país puede regresar a cierta normalidad.
Scott Atlas, el neurorradiólogo asesor de Trump para la pandemia, defiende
abiertamente una estrategia para lograr la inmunidad colectiva, algo que la OMS
considera científicamente dudoso y éticamente cuestionable. Diversos estudios
muestran que menos del 10% de las personas en la mayoría de los países ha
contraído el virus, muy lejos del 50-60% necesario para alcanzarla.
La prueba de fuego
Las vacunas van a ser la prueba de fuego. Hasta ahora, el récord de desarrollo
de una vacuna era de cuatro años. Ahora se ha pulverizado, con todos los
peligros que ello implica. En 1955, un mal lote de 200.000 dosis de la vacuna
antipoliomielítica Salk de los laboratorios Cutter de California paralizó
parcialmente a 260 niños y mató a 10.
Pero la alternativa a la vacuna, que puede tener potenciales efectos secundarios
como enfermedades cardíacas y daños pulmonares, es no poder volver al
trabajo, tener que educar a los hijos en casa, no volar en avión o dejar de ir al
cine. Las pandemias no terminan abruptamente; solo se desaceleran poco a
poco.
El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU estima que
el 10% de la población del país se ha infectado. A medida que esa cifra crezca y
la gente se vacune, la transmisión disminuirá. El gobierno federal ha invertido
más de 11.000 millones de dólares en el desarrollo de siete vacunas. Los
reguladores han dicho que aprobarán cualquiera que sea al menos un 50%
eficaz para prevenir la infección o reducir su gravedad.
Moncef Slaoui, asesor científico principal de la Operación Warp Speed de la
Casa Blanca, espera que al menos dos sean aprobadas en enero. Asumiendo
que nada salga mal, habrá suficientes dosis para vacunar a 330 millones de
personas en junio. Donald McNeil, que cubre epidemias en The New York
Times desde 1976, recuerda que cada sobreviviente y cada vacunado será un
eslabón roto, al menos temporalmente, en las cadenas de transmisión.
En último término, una democracia solo puede sostenerse en normas legítimas
que la gente obedezca por su propia voluntad. Si se les imponen por fuerza, la
tendencia a desobedecerlas podría hacerse endémica, quizá tanto como el virus
mismo.