Está en la página 1de 1

Juan Carlos Botero

¿Para qué leer novelas?


LAWRENCE DURRELL DECÍA QUE los escritores vuelven al tema de la escritura de la
misma manera que la lengua regresa al hueco de un diente. Tiene razón. Es una inquietud
que desvela a muchos autores, pues nos ronda una duda que hace poco me plantearon a
quemarropa: en tiempos como los actuales, ¿cuál es el sentido de leer novelas y poemas?

La pregunta es válida y a menudo olvidamos la respuesta. Entonces, recordemos que leer


refina los sentidos, enriquece nuestro léxico, mejora el uso del idioma, educa el gusto, los
criterios y la estética, estimula la mente y ensancha nuestro conocimiento del mundo, de los
otros y de nosotros mismos. No importa qué profesión escoja en el futuro, pues todo niño
necesitará dos cosas esenciales como adulto: imaginación y conocimiento. Ambas se pueden
fomentar mediante la lectura. Además, los libros nos brindan palabras para expresar la
interioridad. Es un rasgo curioso de la condición humana que sólo seamos conscientes de lo
que pensamos y sentimos cuando lo articulamos en palabras. Es decir, los libros nos ayudan
a darle forma verbal a nuestra propia experiencia.

De otro lado, se ha dicho muchas veces que los libros son la forma más barata de viajar. Sin
movernos de la silla y por un precio mínimo, podemos explorar territorios nuevos y conocer
gente fascinante, intercambiar opiniones con las mentes más brillantes del pasado, presenciar
eventos que elevan el espíritu y poner nuestras ideas a prueba al confrontarlas con las de
personas más lúcidas que nosotros. En suma, los libros son una necesidad y las historias
también. Somos miembros de una especie que sueña y reflexiona, que anhela mundos
mejores, y sentimos el apremiante deseo de ser más de lo que somos. Eso sólo es posible a
través del arte.

Autores como Sartre y Vargas Llosa han señalado que nadie vive satisfecho con su propia
condición, pues el ser humano dispone de una sola existencia mientras aspira a mil otras
distintas. Deseamos ser héroes y villanos, reyes y mendigos, amantes y aventureros,
científicos y conquistadores. Y como no podemos ser todas esas cosas necesitamos “vivirlas”
en nuestra imaginación. O sea: mediante la lectura.

Voy más allá: las historias son cruciales para nuestra supervivencia. El mundo es un lugar
duro y peligroso, y toda persona, tarde o temprano, padece las bofetadas del destino. ¿Cómo
prepararnos para esos avatares? ¿Cómo los identificamos? A través de historias.
Necesitamos historias de brujas malvadas para aprender que la maldad existe; historias de
amor para aprender a amar; historias de monstruos para reconocerlos al doblar la esquina;
historias de héroes para actuar como tales cuando la adversidad nos vence, y si no podemos
actuar como héroes, que al menos procedamos con una dosis de decencia e integridad. Las
historias nos revelan los puntos cardinales en el mapa de la vida y por eso se ha dicho que los
textos académicos nos enseñan las teorías de nuestro oficio, pero las novelas, la poesía y el
teatro nos enseñan a vivir, y ojalá a vivir bien. Nada de esto es nuevo, por supuesto, pues los
griegos lo sabían desde los tiempos de Aristóteles: hay libros que alimentan la mente, pero
sólo el arte ennoblece el espíritu.

También podría gustarte