Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Desde diferentes puntos de vista, las emociones han sido un campo de exploración para distintos
filósofos y psicólogos occidentales. En la antigüedad, Aristóteles reconoció la ambigüedad de las
emociones dentro de su teoría de la ética. En el período de modernidad temprana, René
Descartes le concedió a “las pasiones” un lugar en su teoría dualista del cuerpo y el alma; para
este filósofo, la voluntad del sujeto era capaz de orientar u ocultar los movimientos impulsivos
del alma, esto es, someterlos al imperativo de la razón (Le Breton, 1999).
Siglos más tarde, David Hume (1990) clasificó las emociones en calmadas y violentas. Mientras
las primeras responden a sentimientos psicológicos como el goce estético o la aprobación moral,
las segundas no necesitan ir acompañadas de sensaciones físicas definidas y localizables. A pesar
de expresar que ciertas “emociones leves” como la admiración y la simpatía cumplen una
función evaluativa y no solamente fisiológica, para Hume la gama ordinaria de las emociones —
resentimiento, esperanza, temor— no es confiable para establecer un juicio; ellas son respuestas
emocionales más o menos ciegas e irracionales.
Por su parte, en el siglo XIX, el influyente filósofo y psicólogo William James definió las
emociones como reacciones fisiológicas (James, 1884), con lo cual descartaba las teorías que
abarcaban un concepto de la emoción como una forma más o menos inteligente. En su teoría,
señala que si las emociones prescindieran de sensaciones como la agitación, la viscosidad, el
temblor o el rubor, no serían otra cosa que una percepción intelectual; así, alguien podría tener
una percepción de peligro, pero sin un sentimiento real de temor (James, 1884). De acuerdo con
Solomon, esta teoría dominó la definición de la emoción a finales del siglo XIX y comienzos del
XX. En últimas, en ella se afirma que las emociones son irracionales, duran un período
determinado y pueden tener una ubicación definida en el cuerpo: el disgusto en el estómago, el
temor en los latidos del corazón (Solomon 1989).
De manera similar, las teorías de filiación naturalista y conductual que elaboraron en el siglo
XIX naturalistas como Charles Darwin, Herbert Spencer y el filósofo John Dewey descansan, en
parte, sobre la idea de que el origen y las funciones de la expresión facial y corporal son la base
para el análisis de la emoción. Entre estas teorías se cuenta la creencia de que las contracciones
musculares, impulsadas por movimientos eléctricos, pueden traducirse en emociones de ira,
sorpresa o dolor. Estos análisis prosiguen la búsqueda de universalidad de la expresión de las
emociones, con toda independencia de los datos sociales y culturales en los cuales se encuentra
inscrita la emoción.
Contrariamente a las teorías de índole naturalista y fisiológica, a finales del siglo XIX y a
principios del XX, filósofos y psicólogos cognitivos como Max Scheler, Franz Brentano y
Robert Solomon desarrollaron reflexiones en torno a la naturaleza epistémica de las emociones.
Interrogaron aspectos como la moral, la pedagogía y la racionalidad. En estos planteamientos, las
emociones dejan de explicarse desde un componente esencialmente fisiológico y privado y se
rescatan sus elementos cognoscitivos, “que presuponen creencias objetivas sobre el contexto
emocional” (Solomon 1989, 29). Así, por una parte, está la participación de las sensaciones
fisiológicas en la experiencia de la emoción, y por otra, está el hecho de que las emociones
abarcan conceptos y creencias. Estos dos tipos de consideraciones de la emoción, la fisiológica y
la cognitiva o moral, han estado en el centro de las teorías modernas sobre la emoción por parte
de la filosofía y la psicología occidentales (Solomon 1984).
Desde otra perspectiva, filósofos del Romanticismo alemán como Friedrich Scheler y Johan
Goethe e ilustrados como Jean-Jacques Rousseau destacaron la importancia de la educación
sentimental como un conocimiento mediante al cual se puede acceder a través de lo sensible.
Para estos pensadores, el cultivo de la vida interior y el lugar que ocupan las emociones y los
sentidos, como vías de acceso al conocimiento, merecen la misma atención que la razón y el
reconocimiento en la esfera pública (Trepp 1994).
Aunque Reddy señala la derrota del régimen emocional del Romanticismo como consecuencia
del triunfo de la razón y de la Revolución francesa (Reddy 2014), varios trabajos señalan que el
siglo XIX también trajo emociones y sentimientos asociados. La literatura de vanguardia puso a
la orden del día el tema de las emociones dentro de los círculos burgueses. Autores como Marcel
Proust, Émile Zola y Oscar Wilde reconocieron tempranamente el carácter social de los
sentimientos y el contexto histórico en el que tienen lugar las conductas de los individuos. En sus
relatos, los celos, la venganza y el amor no se consideran impulsos irresistibles o naturales, sino
más bien “logros domésticos que había que aprenderse, como se aprende a tocar el piano o un
idioma extranjero” (Gay,1992). La literatura, antes que el psicoanálisis, contempló el estudio de
la vida psíquica como una vía de acceso a los ideales de una época o sociedad (Gay, 1992).
En el mismo momento en el que tuvo lugar el movimiento romántico, las ciencias adscritas al
positivismo, en su afán de clasificación, marcaron la escisión entre objetividad y subjetividad, lo
público y lo privado, lo activo y lo pasivo, lo cambiante y lo inmutable, lo femenino y lo
masculino y lo racional y lo sentimental. Esta mirada monotética ubicó a las mujeres como
sujetos tradicionalmente emocionales, a quienes se les adjudicó cierto grado de irracionalidad en
razón de su condición sentimental (Bolufer 2007). De hecho, a finales del siglo XVIII y
principios del XIX, la liberación indisciplinada de los sentimientos como atributo femenino tuvo
su correlato en el autocontrol de los impulsos como cualidad asociada a la construcción de la
masculinidad. De acuerdo con George Mosse, el inicio de la sociedad moderna fue el momento
en el que esta escisión desempeñó un papel fundamental no sólo al crear ideas sobre la nación y
una sociedad sana, sino al influir en el funcionamiento de la sociedad moderna (Mosse 2000).
Con el avance de la profesionalización de las Ciencias Sociales y de la percepción histórica de la
realidad social desde una mirada objetiva, el siglo XIX confinó las emociones y los sentimientos
en el tren de los humanismos (la filosofía humana y la psicología) y de la literatura sentimental
de vanguardia. Al privilegiarse el estudio de la razón, la teoría social —impregnada del
positivismo de la época— se interesó por las “ideas claras” de personajes masculinos, quienes
fueron desprovistos de cualquier grado de emocionalidad y sensibilidad (Chartier 1992; Mosse
1969; Trepp 1994). No obstante a lo largo del siglo XX las disposiciones psicológicas de los
individuos, y con ello la vida afectiva, adquirieron un interés progresivo para las Ciencias
Sociales. Como se expondrá a continuación, gracias a la ruptura de los estudios sociales con las
dicotomías de la tradición positivista del siglo XIX y a su encuentro con el psicoanálisis y las
teorías cognitivas del siglo XX, las emociones dejaron de verse como elementos netamente
fisiológicos, pertenecientes al campo de la ficción y desligados de las dinámicas sociales.
Según Darwin, citado por Chóliz (1995) las tres acciones más importantes son los reflejos,
hábitos e instintos. Los más importantes en la expresión de las emociones son los reflejos y los
instintos, que son innatos y se heredan de nuestros antepasados, manifestando una clara
continuidad filogenética en la expresión de las emociones, del mismo modo que existe
continuidad en la evolución biológica. Así, tanto la expresión de las emociones propias, como el
reconocimiento de las de los demás, se realizan de forma principalmente involuntaria y no
aprendida. Los hábitos, producto de asociación de reflejos, que tengan como función la expresión
emocional pueden modificarse e ir desapareciendo. De cualquier manera, para Darwin, son
menos relevantes que los reflejos e instintos. Darwin asume posturas lamarkistas en la
explicación de la aparición de determinados instintos o expresiones emocionales (enseñar los
dientes como expresión de cólera, etc....) en lo que se refiere a la transmisión hereditaria de los
hábitos aprendidos. Una vez heredados, se convierten en acciones instintivas y quedarán bajo el
dominio del principio de selección natural. Los principios lamarkistas fueron aplicados a las
conductas, no a la anatomía y fisiología, si bien la relación entre fisiología y conducta es una de
las aportaciones más relevantes, aunque desconocidas durante mucho tiempo, de Darwin.
Las aportaciones de Darwin no se limitan únicamente a un nivel conceptual, sino que trascienden
incluso al plano metodológico. Podemos convenir en que la lógica de la investigación en la
expresión facial de las emociones sigue siendo la misma que la que inspiró a Darwin para
proponer sus puntos de vista acerca de la expresión emocional. Como hemos puesto de
manifiesto, para Darwin cada una de las cualidades afectivas, al menos las principales, son
innatas. Para demostrar este aserto, Darwin realiza una serie de estudios que, con las
modificaciones lógicas que los avances a nivel metodológico suponen, son extraordinariamente
similares a los realizados un siglo después por quienes pueden considerarse sus discípulos
lejanos. Los estudios más representativos que realizó Darwin para llegar a sus conclusiones y
que todavía tienen interés en la actualidad son los siguientes:
Estudio de la expresión de las emociones en ciegos de nacimiento que nunca han visto
dichos gestos y que, por lo tanto, no han podido aprenderlos.
Estudio de la expresión de las emociones en niños antes de que hubieran podido aprender
cómo expresan dicha emoción otras personas.
Teoría de Darwin
A lo largo de la historia, muchos autores han desarrollado teorías y experimentos para intentar
explicar cómo funcionan las emociones.
Una de las primeras teorías descritas al respecto se incluye dentro del libro La expresión de las
emociones en el hombre y los animales (Darwin, 1872). En este libro, el naturalista inglés
explica su teoría sobre la evolución de la expresión de las emociones.
Darwin entiende las emociones como expresiones y movimientos corporales que han
permanecido por su utilidad, llamándolas “hábitos asociados útiles”. De este modo, la expresión
de las emociones, en realidad, persigue fines diversos: morder, expulsar, etc. Y no la
comunicación de estados del ánimo. Además, las características de la expresión de las diferentes
emociones parecen corroborar el origen común de las especies porque son parecidas en animales
no humanos. Por último, Darwin concluye que las emociones contrarias tienen modos de
expresión opuestos; así, la expresión de la alegría y la tristeza es claramente opuesta. Existen
expresiones emocionales que no parecen tener ninguna utilidad, como ocurre con el llanto, que
Darwin justifica como consecuente al aumento de tensión en los músculos, que caracteriza la
expresión de emociones como la rabia o también la tristeza, en la que, de algún modo, el llanto
tendría sentido en su función de limpiar.
Esta teoría está basada en dos premisas:
a) El modo en el que actualmente las especies expresan sus emociones (gestos faciales y
corporales) ha evolucionado a partir de conductas simples indicativas de la respuesta que
usualmente da el individuo.
b) Las respuestas emocionales son adaptativas y cumplen una función comunicativa, de
modo que sirven para comunicar a otros individuos qué sentimos y qué conductas vamos
a llevar a cabo. Como las emociones son el resultado de la evolución, seguirán
evolucionando adaptándose a las circunstancias y perdurarán a lo largo del tiempo.
La corriente perceptiva
Este modo tradicional o estándar concebía a la emoción como el resultado de una percepción, y
la causa de la expresión física. Es decir, de acuerdo con ésta, la percepción de un objeto o evento
despertaba un estado emocional, que a su vez, generaba una manifestación a través de cambios
corporales. La estructura de las emociones, de acuerdo con la comprensión común de la época,
puede ser representada por el siguiente esquema:
Expresión de la
Objeto emoción
emotivamente Percepción
fsdf EMOCIÓN (cambios corporales,
significativo del objeto conducta abierta
observable)
Figura 1.
James se propone argumentar contra este modo de concebir las emociones, y afirma: “Mi tesis es
que los cambios corporales siguen directamente la percepción del hecho, y que nuestra sensación
(feeling) de esos mismos cambios mientras ocurren ES la emoción” (James, 1884).
Es decir, el sentido común dicta que, si enfrentamos un peligro, entonces tenemos miedo y
(luego o por ello) huimos. La sugerencia de James apunta a invertir la secuencia anterior, sin
dejar fuera a ninguna de las variables que intervenían. Según ésta: “un estado mental no es
inducido inmediatamente por el otro, las manifestaciones corporales deben interponerse”. De
modo que lo correcto sería decir que, ante la amenaza de peligro, los cambios corporales surgen
de modo inmediato, y es la percepción de tales cambios fisiológicos y conductuales la razón por
la que sentimos miedo: “… nos sentimos tristes porque lloramos, furiosos porque golpeamos, o
asustados porque temblamos; no es que lloremos, golpeemos o temblemos porque estemos
tristes, furiosos o asustados, como cabría esperar” (1884). La modificación que realiza sobre la
concepción clásica o estándar queda representada en la siguiente figura:
EMOCIÓN
Objeto
Percepción Cambios Sensación
emotivamente fsdf
del objeto corporales de cambios
significativo
corporales
Figura 2.
De esta concepción de las emociones como sensación, merecen ser destacadas dos cuestiones
que serán centrales para la discusión que sigue.
“Si imaginamos una fuerte emoción, y luego tratamos de abstraer de nuestra conciencia de ella
todos las sensaciones de sus síntomas corporales característicos, hallaremos que no nos quedó
nada, ninguna «substancia mental» de la cual pueda ser constituida la emoción; todo lo que nos
queda es un estado frío y neutro de percepción intelectual” (James, 1884).
Es decir, sin los cambios corporales que siguen la percepción de un evento, si tuviéramos un
encuentro peligroso, podríamos juzgar que lo mejor es huir, pero en rigor, no sentiríamos miedo.
ii) La inmediatez de la emoción: Las emociones, definidas como la sensación de los cambios
corporales, no están constreñidas por ningún tipo de mediador o disparador de corte cognitivo.
Esta equiparación entre emoción y sensación visceral ha motivado la exigencia de un
subconjunto de cambios corporales marcadamente distinto para cada emoción distinguible,
exigencia que, como veremos a continuación, se convirtió en una sólida réplica a la teoría.
Conciencia reflexiva
de la Estado emocional
sensación/emoción
Objeto
emotivamente Percepción Cambios
Sensación
significativo del objeto corporales
de cambios
corporales
Figura 3. Representación de la tesis fundamental del enfoque perceptivo. La línea punteada simboliza la
relación no necesaria entre el estado emocional y la conciencia reflexiva de aquel, entre la percepción –
que puede ser inconsciente– de la emoción y la sensación–consciente por definición– de la emoción).
La corriente cognitiva
La racionalidad de las emociones: Robert C. Solomon
La tesis más fuerte de Solomon es que las emociones son juicios normativos y frecuentemente
morales. Estar enfadada con Juan porque tomó mi auto, implica que yo creo que de algún modo
Juan me ha ofendido, lo cual es independiente del hecho de que Juan efectivamente me haya
ofendido, o incluso de que haya tomado mi auto.
“El juicio moral involucrado por mi cólera no es un juicio acerca de mi cólera (aunque alguien
más pueda juzgar si mi enojo es justificado o injustificado, racional, prudente, tonto, indulgente,
terapéutico, beneficioso, desafortunado, patológico o gracioso). Mi cólera es ese juicio”
(Solomon, 1973).
En otras palabras, tener una emoción es realizar un juicio normativo acerca de la situación
presente, pero el objeto de una emoción no puede ser simplemente un hecho: el objeto emocional
únicamente puede ser caracterizado de modo completo como objeto de mi ira. Esto quiere decir
que un evento o la mera percepción de un evento no es suficiente para producir una emoción:
ésta involucra necesariamente una evaluación personal de la significación del incidente
(Solomon, 1976). En resumen, “mi cólera-con-Juan-por-robar-mi-auto es inseparable de mi
juicio de que Juan me ofendió, mientras que es claro que el hecho de que Juan robó mi auto es
muy distinto de mi cólera o mi juicio” (Solomon, 1973).
De su posición se sigue que ante un cambio en el juicio, concomitantemente se produzca una
variación en la emoción, de modo que bajo esta descripción “soy responsable de mis emociones
como lo soy de los juicios que realizo” (Solomon, 1973). Esta afirmación, aunque polémica,
resulta comprensible a la luz del espíritu de su propuesta. Su perspectiva cognitiva representa un
desafío a la división tajante entre emociones y racionalidad, rechazando la concepción
ampliamente aceptada de que las emociones son involuntarias e irracionales (Solomon, 2003).
En particular, afirma que somos responsables de nuestras emociones, impugnando
fundamentalmente la alternativa que utiliza a las emociones como excusas, como fenómenos que
sufrimos, que simplemente nos suceden, que atravesamos con completa pasividad, haciendo
imposible la atribución de responsabilidad. Es en este último sentido que debe entenderse su
defensa de la elegibilidad de las emociones: las emociones son juicios, juicios que hacemos. Eso
no quiere decir que simplemente podamos optar por juzgar una situación como ventajosa (o
peligrosa), es decir, no significa que podamos elegir en sentido fuerte qué emoción tendremos en
cada momento. Por el contrario, significa que juzgar es algo que hacemos activamente, no algo
que padecemos.
Presentación general del enfoque cognitivo
Tesis fundamental del enfoque cognitivo: Las emociones son estados que se siguen a partir del
contacto con ciertos tipos de estímulos, y que involucran constitutivamente operaciones mentales
valorativas.
Objeto
emotivamente Percepción Estado
Valoración
significativo del objeto emocional
Figura 4.
1.3 Estudios importantes de las emociones
Greco, C. (2010) estudió la importancia de las emociones positivas en el marco de la promoción
de la salud mental en la infancia. En dicho estudio expone las recientes conceptualizaciones
sobre el estudio científico de las emociones positivas, su importancia e incorporación en el
diseño de programas orientados a la promoción de la salud mental infantil en pos de un
desarrollo saludable y positivo en la infancia. Se ofrecen algunas pautas de acción orientadas a
programas de intervención en el marco de la promoción de la salud mental en la infancia:
a) Se sugiere la institución escolar como ámbito de intervención, implementando programas
en los cuales los docentes, la familia y la comunidad educativa se involucren y
responsabilicen de la salud propia.
b) Promocionar talleres psicoeducativos destinados a los padres y/o adultos significativos a
cargo de los niños/as, orientados a fortalecer el apego a través de la enseñanza de un
cuidado caracterizado por la sensibilidad y la capacidad de reaccionar de manera
oportuna a las necesidades del niño/a.
c) Fortalecimiento de los vínculos de amistad de calidad, así como de aquellas habilidades
sociales necesarias para su desarrollo.
d) Organización de actividades lúdicas desde las instituciones escolares y los espacios de
recreación pertenecientes a la comunidad de referencia.
e) Enseñar a los niños/as estrategias de afrontamiento que puedan emplearse como sustituto
de las respuestas de violencia como el fortalecimiento del control del impulso, la
promoción de emociones positivas como la serenidad a través de técnicas de relajación y
el entrenamiento en habilidades sociales.
f) Realizar talleres de formación con docentes a fin de brindar conocimientos acerca de los
factores que contribuyen a los comportamientos agresivos entre pares y al mismo tiempo
destacar los factores que promueven relaciones positivas entre los mismos.
Mejía, Quintero y Castro (2016) realizaron un Análisis dinámico de las emociones mediante
inteligencia artificial en el que mencionan que se ha comprobado que las emociones son un
aspecto importante en la inteligencia humana y que desempeñan un rol significativo en el
proceso humano de toma de decisiones. Las emociones no son solo sentimientos, sino también
procesos de establecimiento, mantenimiento o interrupción de la relación existente entre el
organismo y el ambiente. En dicho estudio se describieron algunas características de la
psicología social y del desarrollo, especialmente los conceptos relacionados con las emociones y
las teorías de la emoción, así como las herramientas matemáticas aplicadas en la psicología
(inteligencia emocional, sistemas dinámicos y lógica difusa). Además, presentan y discuten cinco
modelos que infieren la emoción a partir de un evento, en el espacio Arousal-Valence (A-V),
para encontrar que es posible usar la lógica difusa para medir los estados emocionales humanos.
Perugache, Caicedo, Guerrero y Tenganan (2016) realizaron un estudio que tuvo como objetivo
determinar el efecto de un programa de educación emocional sobre la percepción de satisfacción
con la vida en un grupo de 40 adultos mayores. El trabajo realizado fue de tipo explicativo y
empleó un diseño experimental. Se evaluó, inicialmente, el nivel de la variable dependiente en el
grupo experimental y en el de control por medio de la prueba Índice de Satisfacción Vital (ISV-
A). Posteriormente se implementó el Programa de Educación Emocional en el grupo
experimental y finalmente se aplicó el post test en los dos grupos. Los resultados muestran que el
programa mejoró los niveles de satisfacción con la vida percibida en el grupo experimental.
1.4 Estudios recientes de las emociones
Sánchez, Vázquez, Gómez y Joormann (2014) pusieron a prueba la relación entre el estado de
ánimo y examinaron la atención positiva frente a (caras felices) y negativa (caras enojadas y
tristes) en respuesta a inducciones experimentales de estados de ánimo tristes y alegres. Los
participantes se sometieron a un procedimiento de inducción de estado de ánimo negativo,
neutral o positivo, seguido de una evaluación del retiro de la atención de las caras emocionales
usando tecnología que seguía los movimientos oculares. Las caras fueron seleccionadas de la
base de datos del (KDEF, Karolinska Directed Emotional Faces) (Lundqvist, Flykt y Öhman,
1998). En la condición de inducción del estado de ánimo positivo, los análisis revelaron una
relación congruente con el estado de ánimo positivo y mayor dirección atencional hacia las caras
felices.
Sin embargo, en la condición del estado de ánimo negativo, el análisis reveló una relación de
ánimo incongruente entre el mayor estado de ánimo negativo y mayor muestra de atención hacia
las caras felices. Aún más, el movimiento atencional hacia las caras felices después del
procedimiento de inducción emocional negativo predijo la recuperación del estado de ánimo de
los participantes al final de la sesión experimental. Estos resultados sugieren que el
procesamiento atencional de la información positiva puede jugar un papel importante en la
reparación del estado de ánimo y en las implicaciones clínicas.
Thomas, Wignall, Loetscher y Nicholls (2014), realizaron un estudio para determinar cuál era la
fase expresiva del hemisferio cerebral. Los juicios rápidos y exactos de la expresividad
emocional y el atractivo facilitan las interacciones sociales. El seguimiento visual se utilizó para
examinar las asimetrías, izquierda/derecha en dos estudios. Se examinó fijarse en cada lado de la
cara, en los ojos y en la boca, cuando juzgaban lo atractivo y la expresividad emocional. En total,
ocurrieron más fijaciones en la parte izquierda de la cara (desde el punto de vista del
observador), aun cuando estaban volteadas por el espejo, apoyando la sugestión de que
intuitivamente sabemos que la mitad izquierda de la cara es más expresiva Se fijaron más en el
lado derecho de la boca cuando juzgaban la felicidad, mientras que se fijaban más en el ojo
izquierdo en el caso de percibir tristeza y en la parte izquierda de la boca cuando evaluaban la
expresividad emocional.
Los presentes hallazgos apoyan la noción de que el hemisferio derecho y la hipótesis de una
valencia específica no son mutuamente exclusivos. La hipótesis del hemisferio derecho se apoya
cuando se evalúan cualidades faciales globales (por ejemplo, la mitad de la cara). Sin embargo,
las diferencias en el procesamiento hemisférico emergen cuando se exploran los ojos y la boca.
Estos hallazgos incrementan la importancia de no sólo considerar cómo se examina la cara de
manera más general, sino también de explorar regiones más pequeñas de interés, para investigar
los sesgos laterales. Por ello, la investigación futura debería de incluir investigación de las
mitades de las caras, así como regiones de interés, más pequeñas.
Kalokerinos, Greenaway y Denson (2015), señalan que la literatura de regulación emocional está
creciendo exponencialmente, pero existe una comprensión limitada de la fuerza comparativa de
las estrategias de regulación emocional en el sentido de bajar la regulación de las experiencias
emocionales positivas. El presente estudio realizó la primera investigación sistemática de las
consecuencias de usar la supresión expresiva y las estrategias de reevaluación cognoscitiva para
bajar la regulación de las emociones positivas y negativas dentro de un diseño único.
Dos experimentos con más de 1,300 participantes demostraron que la revaluación reduce de
manera exitosa, en comparación con condiciones de supresión y control. La supresión no reduce
la experiencia del afecto positivo y negativo en comparación con la condición control. Este
hallazgo proporciona evidencia contra el supuesto de que la supresión expresiva reduce la
experiencia de las emociones positivas. Este trabajo habla de una literatura emergente sobre los
beneficios de regular la emoción positiva hacia abajo, mostrando que la supresión es una
estrategia apropiada cuando la persona desea reducir las muestras de emoción positiva, mientras
se mantienen los beneficios de la experiencia emocional positiva.
Mehu y Scherer (2015) llevaron a cabo un estudio sobre las categorías emocionales y la
comunicación facial de afecto. Se investigó el papel del comportamiento facial en la
comunicación emocional usando aproximaciones categóricas y dimensionales. Se usó un cuerpo
de expresiones emocionales actuadas en el que actores profesionales e instruidos, con la ayuda
de escenarios, comunicaron una variedad de experiencias emocionales.
Los resultados de este primer estudio replicaron resultados previos, mostrando que sólo una
minoría de unidades de acción facial se asociaron con categorías emocionales específicas. El
segundo estudio demostró que el comportamiento facial juega un papel emocional significativo,
tanto en la detección de emociones y en el juicio de sus aspectos dimensionales, como en la
valencia, surgimiento, dominancia, e impredecibilidad. Además, un modelo de mediación reveló
que la asociación entre el comportamiento facial y el reconocimiento de las intenciones
emocionales del sujeto están mediados por la percepción de las dimensiones emocionales.
Se concluyó que, desde una perspectiva de producción, las unidades de la acción facial no se
refieren ni a emociones específicas ni a dimensiones específicas emocionales, sino que se
asocian con varias emociones y diversas dimensiones. Desde la perspectiva del que percibe, el
comportamiento facial facilita tanto los juicios dimensionales como categóricos; y el primero,
media el efecto del comportamiento facial sobre la exactitud del reconocimiento. La clasificación
de las expresiones emocionales en categorías discretas puede, por lo tanto, descansar en la
percepción de dimensiones más generales, tales como valencia y provocación, y
presumiblemente, las evaluaciones subyacentes inferidas de los movimientos faciales.
Mikolajczak, Avalosse, Vancorenland, Verniest, Callens, van Broeck, FantiniHauwel y Mierop
(2015), llevaron a cabo un estudio a nivel nacional (Bélgica) sobre la competencia emocional
(también llamada inteligencia emocional), que se refiere a las diferencias individuales en la
identificación, entendimiento, expresión, regulación y uso de las propias y de los otros, pues se
ha encontrado que es un predictor importante de la adaptación de los individuos a su ambiente.
La mayor competencia emocional se asocia con mayor felicidad, mejor salud mental y relaciones
sociales y maritales más satisfactorias, así como mayor éxito en el desempeño laboral. Mientras
un número considerable de investigación ha documentado la significancia de la competencia
emocional, un aspecto ha sido crucialmente poco investigado: la relación entre la competencia
emocional y la salud física.
Se examinó la relación entre la competencia emocional y los indicadores objetivos de salud en
dos estudios de (N= 1,313) y (N=9,616) sujetos, en colaboración con la Sociedad de Beneficio
Mayor de Bélgica. Estos estudios permitieron (a comparar el poder predictivo de la inteligencia
emocional con otros predictores de la salud conocidos (dieta, actividad física, hábitos de fumar y
beber), afecto positivo y negativo, y apoyo social; (b aclarar el peso relativo de las diferentes
dimensiones de la competencia emocional en la predicción de la salud; y (c determinar hasta qué
grado la inteligencia emocional modera los efectos de predictores ya conocidos en la salud. Los
resultados demuestran que la competencia emocional es un predictor significativo de la salud que
tiene un poder predictivo incremental sobre y más allá de otros predictores.
Los resultados también muestran que la competencia emocional atenúa significativamente (y a
veces compensa) el impacto de otros factores de riesgo. Por lo tanto, se argumenta que la
inteligencia emocional merece mayor interés y atención por parte de los profesionales de salud y
de los gobiernos.
Kalokerinos, Greenaway y Casey (2017), se llevó a cabo un estudio para averiguar cuando es
socialmente deseable expresar o no las emociones sentidas. En general, se considera socialmente
indeseable el suprimir la expresión de las emociones positivas. Sin embargo, investigación previa
no ha considerado el papel que el contexto social juega a controlar de manera apropiada la
regulación emocional. Se investigó un contexto en el que sería más apropiado suprimir que
expresar emociones positivas, cuando la valencia positiva de la emoción no era congruente con
la valencia del contexto. Se llevaron a cabo seis experimentos que apoyaron esta hipótesis:
cuando había un contexto emocional positivo incongruente, los participantes evaluaron a los
sujetos que suprimían la emoción positiva como la más apropiada y los evaluaron de manera más
positiva que a aquellos sujetos que expresaban emociones positivas.
El efecto ocurría aun cuando se les hacía saber a los participantes que los objetivos estaban
experimentando una emoción que no encajaba en el contexto (por ejemplo, sentirse bien en un
contexto negativo) sugiriendo que la expresión emocional apropiada es la clave de estos efectos.
Estudios de este tipo se encuentran entre los primeros que proporcionan evidencia empírica de
que los costos sociales de la supresión no son siempre inevitables, sino que, por el contrario,
dependen del contexto. La supresión expresiva puede ser una estrategia de regulación emocional
en situaciones en que es necesario.
Smith, Romero, Donovan, Herter, Paunesku, Cohen, Dweck y Gross (2018), llevaron a cabo un
estudio para determinar si las teorías individuales acerca de las emociones —las creencias acerca
de la naturaleza de las emociones y la habilidad para influirlas— las han relacionado con el
bienestar. Sin embargo, su papel causal no está claro. Para investigar este aspecto, los autores
mandaron una intervención aleatoria controlada a 1645 estudiantes de primaria y secundaria que
habían enviado sus teorías de las emociones a través de módulos interactivos en línea. A los
estudiantes se les enseñó que ellos podían modificar sus emociones, mejorar al modificar sus
emociones con la práctica y utilizar estrategias para mejorar su bienestar.
Un mes después, se observó que los estudiantes asignados a la condición de intervención (en
comparación con una condición de control activa), reportaban más teorías adaptativas de la
emoción y mayor bienestar emocional en la escuela, aunque el bienestar fuera de la escuela no
cambió. Los análisis secundarios mostraron que estos efectos estaban presentes,
independientemente de la raza, género o grado escolar de los jóvenes. Estos hallazgos sugieren
que las teorías de la emoción pueden ser un objetivo prometedor para mejorar el bienestar de los
adolescentes.
García, A. (2019) realizó una investigación llamada “Neurociencia de las emociones: la sociedad
vista desde el individuo. Una aproximación a la vinculación sociología-neurociencia”. En este
artículo se plantea qué tanto la sociología como la neurociencia de las emociones dejan fuera
elementos importantes en su explicación del fenómeno emocional; por ello, una colaboración
entre disciplinas es deseable. Se plantea lo que dos neurocientíficos prominentes en el campo de
las emociones (Antonio Damasio y Joseph LeDoux) muestran indirectamente en su explicación
acerca del proceso emocional: la necesidad de la sociedad -en la casi totalidad de los casos- de la
aparición de la emoción en los individuos. Los dos momentos en los que esto es visible es en la
percepción del suceso emocionalmente competente y en la experiencia emocional. Se presentan
algunos ejemplos de cómo una colaboración interdisciplinaria sería posible.
Barcia, Pico, Reyna y Vélez (2019) estudiaron la relación entre las emociones y la alimentación.
El presente estudio tiene como objetivo determinar cómo afecta a los estudiantes alimentarse
emocionalmente en la etapa de transición Adolescencia-Adultez Temprana. Autores expertos en
el tema de la alimentación emocional (Susan Albers, Daniel Rodríguez e Isabel Menéndez) han
entregado sus aportes y permitido reconocer la importancia de diferenciar entre comer por
necesidad de comer por deseo o emoción. Asimismo, ellos se han enfocado en el estudio de las
causas y consecuencias de alimentarse emocionalmente, principalmente por los problemas que se
generan en la salud física y mental.
Mediante la investigación descriptiva, se aplicó una encuesta a 50 estudiantes de 18 a 25 años
pertenecientes a la Facultad de Ciencias Humanísticas y sociales (FCHS) de la Universidad
Técnica de Manabí en el Periodo Abril-Agosto 2019, y se obtuvo como resultado general que la
alimentación emocional va a variar tanto por el sexo del individuo, por la existencia de diversos
comensales emocionales y los tipos de alimentos que frecuentan.
Los resultados muestran que las emociones negativas con un 22% en los hombres y un 26% en
las mujeres, y las emociones positivas con un porcentaje similar de 18% en ambo sexos, en
efecto, sí generan un impacto en la conducta alimentaria, ocasionando errores en la toma de
decisiones por parte de los estudiantes con respecto a la elección de los alimentos. Esto
comprueba además, que el alumnado universitario en su mayoría, no posee suficientes
conocimientos o son conscientes de las consecuencias tanto a nivel mental como a nivel físico de
alimentarse por impulso emocional. El individuo al identificarse como un comensal emocional,
comienza el camino hacia un hambre condicionada por un estado de ánimo. Con la finalidad de
ayuda, la tarea de los profesionales de psicología y nutrición son de gran utilidad para el manejo
correcto de las emociones, en estos casos, promover la inteligencia emocional será vital para la
salud física y psicológica de los alumnos.
Schoeps, Tamarit, González, & Montoya-Castilla (2019) estudiaron el impacto que tienen las
competencias emocionales y autoestima sobre el ajuste psicológico en la adolescencia.
La habilidad de procesar y manejar los sentimientos propios y los de los demás para atender y
resolver los conflictos emocionales forma parte de las competencias emocionales. El desarrollo
de estas habilidades durante la adolescencia influye positivamente en su funcionamiento
personal, social y escolar. El objetivo fue estudiar el impacto de las competencias emocionales y
la autoestima en el ajuste psicológico de los adolescentes, teniendo en cuenta las diferencias de
sexo y de edad. Participaron 855 adolescentes españoles entre 12 y 15 años (M = 13.60, DT =
1.09), procedentes de la Comunidad Valenciana. Se evaluaron mediante el Cuestionario de
Habilidades y Competencias Emocionales (ESCQ), la Escala de Autoestima de Rosenberg (RSE)
y el Cuestionario de Fortalezas y Dificultades (SDQ). Se realizaron análisis descriptivos,
correlaciones y regresión múltiple jerárquica.
Los resultados indicaron diferencias significativas de sexo, pero no con respecto a la edad. Se
observó que las chicas percibían y comprendían mejor las emociones que los chicos; sin
embargo, presentaron mayores problemas emocionales. Los chicos obtuvieron un nivel de
autoestima más alto que las chicas, mostrando más problemas conductuales. El análisis de
regresión señaló que las competencias emocionales y la autoestima se relacionan con menos
problemas emocionales y conductuales. Los resultados ponen de manifiesto el rol predominante
de la autoestima para predecir el ajuste psicológico de los adolescentes, especialmente los
síntomas emocionales.
Cameron, L.D. & Overall, N.C. (2018). Suppression and expression as distinct emotion
regulation processes in daily interactions: Longitudinal and meta-analyses.
Gay, P. (1992). [1984]. Tiernas pasiones. La experiencia burguesa: de Victoria a Freud, Vol. 2.
México: Fondo de Cultura Económica.
Hume, D. (1990 [1740]). Disertación sobre las pasiones y otros ensayos morales. Barcelona:
Editorial Anthropos – Ministerio de Educación y Ciencia.
James, W. 1884. “What is an emotion?” Mind IX.
Kalokerinos, E. K., Greenaway, K. H. & Denson, T. F. (2015). Reappraisal but not suppression
downregulates the experience of positive and negative emotion. Emotion, 15(3), 271-275.
Kalokerinos, E.K., Greenaway, K.H. & Casey, J.P. (2017). Context shapes social judgments of
positive emotion suppression and expression. Emotion, 17(1), 169-186.
Le Breton, D. (1999). Las pasiones ordinarias. Antropología de las emociones. Buenos Aires:
Ediciones Nueva Visión.
Mehu, M. & Scherer, K.R. (2015). Emotion categories and dimensions in the facial
communication of affect: An integrated approach. Emotion, 15(6), 798-811.
Mejía, S., Quintero, O., y Castro, J. (2016). Análisis dinámico de las emociones mediante
inteligencia artificial. Avances en Psicología Latinoamericana, 34(2), 205-232.
Mikolajczak, M., Avalosse, H., Vancorenland, S., Verniest, R., Callens, M., van Broeck, N.,
Fantini-Hauwel, C. & Mierop, A. (2015). A nationally representative study of emotional
competence and health. Emotion.
Reddy, W. (2014) “Sentimentalism and Its Erasure: The Role of Emotions in the Era of the
French Revolution French Revolution”. The Journal of Modern History 72 (1): 109-152.
Sanchez, A., Vazquez, C., Gomez, D. & Joormann, J. (2014). Gaze-fixation to happy faces
predicts mood repair after a negative mood induction. Emotion, 14(1), 85-94.
Thomas, N.A., Wignall, S.J., Loetscher, T. & Nicholls, M.E.R. (2014). Searching the expressive
face: Evidence for both the right hemisphere and valence-specific hypotheses. Emotion,
14(5), 962-977.
Trepp, A. (1994). “The Emotional Side of Men in Late Eighteenth-Century Germany (Theory
and Example)”. Central European History.