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168 Franz Kafka mente quisieran probar su sonido. K se sentiaafligido por la situacidn del artista; comenz6 alloras copiosa mente en el hueco de sus manos. El artista esperd q K se calmara y luego decidi6, a falta de otra lternat va, seguir con su inscripcién. El primer breve trazo que dibujé fue un alivio para K, pero era evidente que el artista vo que vencer una extraordinaria repug- nancia antes de terminarlo; ademis, la inscripciénno era ahora tan hermosa, parecia haber mucho menos dorado, los trazos eran vagos ¢ inseguros; pero la letra results bastante grande. Era una J; estaba casi terminada ya, cuando el artista, furioso, dio una patada ala tumba, y la tierra vol6 por los aires. Por fin comprendié K; era tarde para pedir disculpas; con sus manos escarbé la tierra, que no le ofrecta casi resistencia; todo parecia preparado de antemano; s6lo para disimular habian colocado esa fina costra de tierra; inmediatamente se abrié debajo de él un gran hoyo, de empinadas paredes, en el cual K, arrastrado por tna suave corriente que lo tendié de espaldas, se hundi6, Mientras lo recibian las insondables profun- didades, esforzindose para erguir la cabeza pudo ver su nombre grabado en lz Mipida, con magnificos adornos, Fascinado por esta visin, se despert6. Kahes INFORME PARA UNA ACADEMIA Excelentisimos sediores académicos: Me habéis hecho el honor de pedirme que presente ala Academia un informe sobre mi simiesca vida anterior. Lamento no poder complaceros por completo, ‘casi cinco afios me separan yade la simiedad. Ese periodo, breve quiz4 sie lomide por el calendario, es interminablemente largo cuando, como yo, s¢ ha recorrido al galope, acompafiado a trechos por gente importante, consejos, aplausos y misica orquestal; pero en realidad solo, pues todo ese acompaitamiento estaba —para seguir con la misma imagen del otro lado de la barrera. Si me hubiera aferrado obstinada- mente a mis orfgenes, a mis recuerdos de juventud, me hubiera sido imposible conseguir lo que he conseguido. La disciplina estricta que me impuse consisti6 precisamente en no permitirme ser obstina~ do. Yo, mone libre, acepté ese yugos pero por eso ‘mismo los recuerdas se me fueron borrando cada vez ‘mis. Si bien, de haberlo querido los hombres, yo hubiera podido retornar libremente,al principio, por la inmensa puerta que el cielo forma sobre la tierra, 170 Franz Kafka ésta fue estrechndose més y mas a medida que mi evolucién avanzaba como a golpes de litigo; cuanto més recluido, mejor me sentia en el mundo de los hombres; la borrasca que, procedente de mi pasado, soplabs tras de mi, se ha ido calmando: hoy es tan s6lo una brisa que me refresca los talones. Y el lejano agujero a través del cual ésta me Hega, y por el cual Negué yo un dia, se ha achicado tanto que, de tener fuerza y voluntad suficientes para volver corriendo hasta él, me desollaria vivo si quisiera atravesarlo, Hablando con franqueza —por mis que me agrade hablar de estas cosas en sentido metaf6rico— os digo: vyuestra simiedad, sefiores mios, en la medida en que tuvierais algo sémejante en vuestro pasado, no podria estar mis lejos de vosotros que lo que de mi esté la mia, Sin embargo, le cosquillea los talones a todo aquel que pisé Ia tierra, tanto al pequefio chimpancé como al gran Aquiles. De todos modos, y aunque con muchas limitacio- nes, tal vez pueda contestar parcialmente vuestra pregunta, cosa que por lo demas haré con sumo placer. Lo primero que aprendi fue a estrechar la mano en seal de solemne acuerdo. Estrechar la mano es un gesto de franqueza. Puedo hoy, en la cispide de mi carrera, agregar el uso de la palabra a ese primer apret6n de manos. Mis palabras no aportardn a la Academia nada esencialmente nuevo, y quedaré muy por debajo de lo que se me pide, que ni con la mejor yoluntad puede expresar. De todos modos, en este informe describiré el camino por cl cual alguien que fue mono ingres6 en el mundo de los humanos y se instal6 firmemente en él. Quede claro, ademés, que ni Un médico rural vt las menudencias siguientes podria contaros si no estuviese totalmente convencido de mi mismoy simi posicidn no se hubiese reafirmado de la forma mis sélida en todos los grandes music-halls del mundo civilizado. Soy oriundo de la Costa de Oro. Para saber cémo fui capturado dependo de informes ajenos. Una expedicién de caza de la firma Hagenbeck ~con cuyo jefe, por cierto, he vaciado luego no pocas botellas de vino tinto— estaba al acecho, emboscada en los matorrales de la orilla del rio, cuando jumto con numerosos congéneres corri una tarde hacia el abr vadero. Dispararon, y yo fui el tinico que cays herido, alcanzado por dos tiros. ‘Uno me dio en la mejilla. La herida fue leve, pero ddej6 una gran cicatriz pelada y roja, que me valié el nombre repugnante, totalmente inexacto y que pod: haber sido inventado por un mono, de Peter el Rojo, como si s6lo esa mancha roja en la mejilla me diferenciara de aquel simio amaestrado llamado Pe- ter, muerto hace poco, cuya reputaciGn era, dicho sea de paso, tnicamente local, El segundo tiro me aleanz6 debsjo de la caders. Fue una herida grave, y por su culpa atinhoy renqueo ‘un poco. No hace mucho lefen un articulo escrito por alguna de esas sabandijas que arremeten contra mi desde los periédicos, que mi naturaleza simiesca no ha sido reprimida del todo, y como prueba de ello. alega que cuando recibo visitas me bajo los pantalo- nes para mostrar la sefial dejada por la bala. A ese sinvergienza deberian arrancarle a tiros, uno por uno, cada dedo dela mano.con que escribe, Yo puedo m Fran: Kafka awitarme los pantalones ante quien me dé la gana: nada verdn sino un pelaje. ‘cuidado y la cicatriz dejada Por él ~utilizaré un término preciso y que no se reste a equivocos~ injurioso disparo, Todo estials luz del dia: no hay nada que ocukar. Tratindose dele verdad, coda persona generosa deja a un lado los modales. En cambio, distinto seria si el escritorzaele Eb cuestiGn se quitase los pantalonesal recibir visitas Doy fe de su sensatez admitiendo que no lo hace, ipero que no me fastidie mas con sus gazmoieriasi ‘Tras dichos disparos desperté -y aqui comienaan 2 sugir lentamente mis propios recucrdos~ en una jaula, en el entrepuente del barco de Hagenbeck, Na era una jaula con rejas a los cuatro costados, eran més bien eres rejas clavadas 2 un cajén. El cuarto lade formaba, pues, parte del cajén mismo. El lugar era demasiado bajo para estar de pie en él y denneiadls estrecho para estar sentado. Por es0 me acurrucabs doblando las rodillss, que me temblaban sin escar Como probablemente no queria vera nadie, preferis ermanecer en la oscuridad: me volvia hacis el lada de la tablas y dejaba que los barrotes de hierro se ma incrustaran en el lomo. Dicen que es conveniente enjaular asi a los animales salvajes en los primeros tiempos de eautiverio, y hoy, segiin mi experiencia, no puedo negar que, desde el punto de vistahumane, es cierto, Pero entonces no pensabaen todo esto, Por prime- 14 vex en mi vida me encontraba sin salida, Directa, mente ante mi estaba el cajén con sus tablas sélida~ mente ensambladas. Habfa, sin embargo, una rendija entre las tablas. Acogi este descubrimiento con cl Un médico curat m3 aullido dichoso de la ignorancia, Pero esa rendija era tan estrecha que no podia ni sacarlacola por ella, ni con toda mi fuerza simiesca me era posible encen- charla, Como después me contaron, debi de resultar ex- cepcionalmente silencioso, y por ello dedujeron que © moriria pronto 0, de sobrevivir a la crisis de los primeros tiempos, seria Iuego muy apto para el amaestramiemto. Sobrevivi. Mis primeras ocupacio- nes en la nueva vida fueron sollozar sordainente, espulgarme hasta el dolor, lamer hasta el hastio un coco, golpearme la cabeza contra las tablas del cajon ¥ ensefiar los dientes cuando alguien se acercaba. Y en medio de todo, una sola idea: no hay salida, Navural, mente, hoy sdlo puedo transcribir lo que entonces Sentia como mono con palabras humanas, y por eso tniamo lo desvirtio. Pero aunque ya no pueda eaptar ta vieja verdad simiesca, no cabe duda de que subyace en el sentido de mi descripeién, Hasta enconces habfa tenido un sinfin de salidas, ¥ ya no me quedaba ninguna, Estaba encallado, Sime hubieran clavado, no hubiera disminuido por ello mi libertad deaccin, sPor qué? Aunquette rasques hesta hacer sangrar el pellejo entre los dedos de los pies, no encontraras respuesta. Aunque te aprictes la espalde contra los barrotes dela jaula hasta que casi se parta en dos, no encontrards respuesta. No tenia slid, ero tenfa que encontrar una: sin ella no podia vivir, Siempre contra esa pared, hubiera acabado reventa, do, Pero como en el circo Hagenbeck alos monos les toca estar encajonados, pues bien, dejé de ser mone, Fue una asociacién de ideas clara y hermosa que Im Franz Kafka debid, en cierto modo, ocurrirseme en ta barriga, ya que los monos piensan con la barriga. “Temo que no comprendan bien lo que yo entiendo por «Salida», Empleo la palabra en su sentido mas literal y comin, Deliberadamente no digo libertad. No hablo de esa gran sensacién de libertad en todos los planos. De mono probablemente la conoci y he visto hombres que la aforan. En lo queamfse refiere, ni entonces ni ahora pedi libertad. Con la libertad, dicho sea de paso, uno se engaiia a menudo entre los hombres, ya que si el sentimiento de libercad es uno de los més sublimes, igualmente sublimes son los correspondientes engafios. En los teatros de varieda- des, antes de salir a escena, solia ver parejas de artistas evolucionando en los trapecios, muy alto, junto al techo. Se lanzaban, se columpiaban, saltaban, vola- ban el uno a los brazos del otro, se Hevaban el uno al otro sujetos del pelo con los dientes. «También esto —pensé~ es libertad para el hombre: jel movimiento soberano!» {Oh escarnio de la Naturaleza! Ningén edificio quedarfa en pie bajo las carcajadas que seme- jante espectaculo provocaria entre la simiedad. No, yo no queria libertad. Queria Gnicamente una salida: a derecha, a izquierda, a donde fuera. No pretendia més. Aunque la salida fuese tan sélo un engafio: como la pretensin era pequefia, el engafio no seria mayor. jAvanzar, avanzar! Con tal de no detenerse con los brazos en alto, apretados contra las tablas de un caj6n. Hoy lo veo claro: si no hubiera tenido una gran tranquilided interior, no hubiera podido escapar jams. En realidad, todo lo que he llegado a ser se lo Un médico rural ws debo posiblemente a esa gran tranquilidad que me invadié, en los primeros dias de cautiverio en el barco. ¥, a su vez, debo esa tranquilidad a la tripula- cién. Era buena gente, a pesar de todo. Hoy recuerdo todavia con placer el fuerte sonido de sus pasos, que ofa en medio de mi sopor. Solian hacerlo todo con gran lentitud. Si alguno necesitaba frotarse los ojos, Tevantaba la mano como un peso muerto, Sus bromas eran groseras, pero cordiales. A sus risas se mezclaba siempre una tos que, aunque sonaba peligrosa, no significaba nada. Tenfan continuamente en la boca algo que escupiry les daba igual dénde to escupian. Se ‘quejaban siempre de que mis pulgas les saltaban encima, pero nunca legaron a enfadarse conmigo por esa raz6n; sabfan que las pulgas se multiplicaban en mi pelaje y que son saltarinas. Con esto se daban por satisfechos. Cuando no tenian trabajo algunos de ellos se sentaban a veces en semicirculo frente a mi, hablindose apenas, gruiiéndose el uno al otro, fi ‘mando en pipa tendidos sobre los cajones, palmea dose la rodilla a mi menor movimiento, y alguno, de vez en cuando, cogfa una varita y con ella me hacia cosquillas donde me gustaba. Si me invitaran hoy a realizar un viaje en ese barco, declinaria la invita~ cin; pero he de admitir que los recuerdos que en el ‘entrepuente me asaltarfan no serian todos desagrada- bles. La tranquilidad que obtuve en medio de aquella gente me preserv6, ante todo, de cualquier intento de fuga. Creo que ya entonces presentia que, para seguir jendo, tenia que encontrar una salida, pero que 1% Franz Kapha dicha salida no la hallariaen la fuga. No sé ahora sila fuga era posible, pero creo que sf: un mono siempre puede fugarse. Con mis dientes actuales he de tener cuidado incluso para cascar una nuez, pero entoncess poco 2 poco, hubiera podido roer de parte a parte cerrojo dela puerta. Nolo hice, {Qué hubiera ganado con ello? Apenas hubiese asomado la cabeza, me hhubieran cazado de nuevo y encerrado en una jaula peor; 0 bien hubiera podido huir hacia los otros animales, hacia las serpientes gigantes, por ejemplo, ‘que estaban frente a mf, para exhalar en su abrazo el Ailtimo suspiro; 0, de haber logrado llegar hasta el ;puente superior y saltar sobre la borda, tras mecerme unos instantes sobre las olas me habria ahogado. ‘Actos suicidas todos ellos. No razonaba tan humana- ‘mente entonces, pero bajo la influencia de mi medio ambiente actué como si hubiese razonado. 7 No razonaba, pero observaba con toda tranquil dad a aquellos hombres que veia ir y venir, Siempre las mismas caras, los mismos gestos; a menudo me parecian un Gnico hombre, Pero ese hombre, 0 eto8 _ 4 hombres, se movian sin trabas, Un alto designio i comenzé a tomar forma en mi. Nadie me prometa que, de llegar a ser como ellos, mi jaula seria abierta, No se hacen tales promesas para esperanzas que, parecen inalcanzables; pero si se alcanzan, aparecen’ esas promesas después, justamente al donde antes se las habia buscado en vano. Ahora bien, nada habia en; aguellos hombres que de por si me atrajera especial mente. Si fuera partidario de esa’ libertad ala que antes) aludia, hubiera preferido sin duda ei océano a es salida’ que veia reflejarse en la turbia mirada de Un médico rural ia aquellos hombres. Habia venido observindolos en todas us actitudes, ya mucho antes de haber pensado en estas cosas, y, desde luego, s6lo estas observacio. nes acumuladas me empujaron en aquella direccién, {Bra tan fécil imitar a la gente! Escupir pude ya en los primeros dias. Nos escupfamos entonces metus mente a le cara, con la diferencia de que yo me lamia luego hasta dejarla limpia y ellos no. Pronto fumé en Pipa como un viejo, y cuando metia el pulgar en la cazoleta, se desternillaban de risa, Pero durante mucho tiempo no noté diferencia alguna entre la pipa cargada y la vacia, Nada me dio tanto trabajo como Ia botella de aguardiemte. Me torturaba el olor y, a pesar de mi buena voluntad, pasaron semanas antes de que logra- Fa vencer esa repugnancia. Lo incretble es que la tripulacién tomé mas en serio esas luchas interiores ue cualquier otra cosa mia, En mis recuerdos tam. oco diferencio a esa gente, pero habia uno que venia siempre, solo 0 acompaiiado, de dia, de noche, a las horas mis diversas, y, deteniéndose ante mi con la botellavacia, me daba lecciones. Nome comprendia; queria descifrar el enigma de mi naturaleza, Descor, chaba lentamente la botella, luego me miraba para saber si yo habia comprendido, Confieso que yo le miraba siempre con una atencién tensa y frenetic, Ningiin maestro de hombre encontraré en el mundo entero mejor aprendiz de hombre. Cuando habia descorchado la borella, se la Hevaba a la boca; yo la seguia con la mirada. Asentia satisfecho y posaba [a borella en sus labios. Yo, entusiasmado con mi pPaulatina comprensién, chillaba, rascdndome frenéti- Franz Kafka |, contento, empinaba la botellay bebfa un -» impaciente y desesperado por emulario, me ensuciaba en la jaula, lo que le divertia enorme- mente, Después apartaba de si la botella con gesto teatral y volvia a acerearla a sus labios, y luego, exageradamente echado hacia atris, la vaciaba de un trago. Yo, extenuado por el intenso deseo, permane- cia colgado débilmente de la reja, mientras él, dando con esto por terminada la leccién teérica, se frotaba la barriga sonriendo satisfecho. Sélo entonces comenzaba a clase practica, Nome habia dejado ya la te6rica toralmente extenuado? Si, totalmente extenuado; pero a pesar de ello cogia la botella lo mejor que podia; la descorchaba temblan- dos el logearlo me iba dando nuevas fuerzas; levanta- ba la botella de manera casi idéntica a la de mi ‘maestro; la posaba en los labios y... la tiraba al suelo con asco; con asco, aunque estaba vacia y s6lo el olor la llenaba. Para dolor de mi maestro y para mayor dolor mio; ni a él nia mi mismo nos resarcia de ello el hecho de que, después de arrojar la botella, no me olvidara de frotarme la barriga, ostentando al mismo tiempo una amplia sonrisa. ‘Asi transcurria la leccién con demasiada frecuen- cia, y en honor de mi maestro quiero hacer constar que munca se enfadaba conmigo, pero si que, a veces, con la pipa encendida me tocaba el pelaje hasta que comenzaba 2 arder lentamente, en agin punto que yo dificilmente alcanzaba; entonees lo apagaba 4 mismo con su mano enorme y bondadosa. No se enfadaba conmigo, pues reconocia que ambos luché- bamos en el mismo bando, contra mi naturaleza Un médico rurat 19 simiesca, y que era yo quien llevaba Ia peor parte A pesar de ello, qué triunfo luego, tanto para él como para mi, cuando cierta noche, ante gran ntime- ro de espectadores —quiaa estaban de fiesta: sonaba un fondgeafo, un oficial cizculaba entre los tripulan- tes~, sin que nadie lo advirtiese cogf una botella de aguardiente que alguien descuidadamente habia olvi- dado junto a mi jaula y, ante el creciente asombro de los presentes, la descorché con toda correccién, me la llevé a los labios y, sin vacilar, sin muecas, como un bebedor empedernido, con los ojos desorbitados y el gaznate palpitante, la vacié de un wago. Tiré la botella, no ya como un desesperado, sino como un artista; pero me olvidé, eso sf, de frotarme la barriga, En cambio, porque no podia hacer otra cosa, porque algo me empujaba a ello, porque mi mente bullia, rompf a gritar: «/Hola!», con voz humana. Ese grito me hizo entrar de un salto en la comunidad de los hombres, y su eco: «jHablals, lo senti como un beso en mi cuerpo chorreante de sudor, Insisto en que no me seducfa imitar a los hombres; los imitaba porque buscaba una salida; por ningin ‘otro motivo, Con ese triunfo, por otra parte, poco hhabia conseguido, pues inmediatamente la vox me fallé de nuevo. Slo pasados unos meses volvia recu- peratla, La repugnancia hacia la botella de aguardien- te reaparecié con més fuerza atin, pero sin duda alguna habia encontrado yo de una vez por todas mi camino. Cuando en Hamburgo me entregaron al primer amaestrador, en seguida me di cuenta de que ante mi se abrian dos posibilidades: el2000l music-ball. No 180 Franz Kafka vacilé. Me dije: «Pon todo tu empeiio en entrar en et smusiccball:é5a es la salida. El 200 no es mas que otra jaula; quien entra ali esté perdido.» Y aprendi, sefiores mios. ;Cuando hay que apren- der se aprende; se aprende cuando se trata de encon- tar una salida! jSe aprende sin piedad! Se vigila uno a si mismo létigo en mano, fustigéndose ala menor vacilaci6n. La naturaleza simiesca salid con furia de mi, se alejé de mi dando volteretas, y por ello mi Primer maestro casi se volvié mono y tuvo que abandonar las leeciones para ser internado en un sanatorio. Afortunadamente, pronto salié de allt. Agoté a muchos maestros, Si, hasta a varios a la vez. Cuando estuve ya mds seguro de mi capacidad, cuando el piblico siguié mis progresos, cuando mt futuro comenzé a sonreitme, yo mismo elegi mis profesores. Los hice sentar en cinco habitaciones sucesivas y aprendi con todos a la vez, saltando sin interrupci6n de un cuarto a otro. iQué progresos! ;Qué irrupcién, desde todos los ngulos, de los rayos del conocimiento en el cerebro que despierta! ¢Por qué negarlo? Esto me hacia dichoso. Pero tampoco puedo negir que no lo sobre- valoraba, ya entonces, iy cuénto menos lo sobrevalo- 0 ahora! Con un esfuerzo que hasta hoy noha vuelto 4 repetirse, logré tener la cultura media de un euro. peo, Esto en si mismo carece de valor, pero es algo, sin embargo, en la medida en que me ayudé a dejar la jaula y a encontrar esta salida especial, esta salida humana. Hay una acertada expresion alemana: «Es- currirse entre los matorraless. Esto fue lo que yo hice: me eseurei entre los matorrales. Nome quedaba Un mético rural 131 tro camino, por supuesto, pues siempre supe que no habia que elegir la libertad, Si de una ojeada examino mi evolucién y lo que fue su objetivo hasta ahora, ni me Jamento de ella, ni me doy por satisfecho. Con las manos en los boksilios del pantalén, con la botella de vino sobre la mesay recostado o sentado a medias en la mecedora, miro por la ventana. Sillegan visitas, las recibo debidamen- fe. Mi empresario esta sentado en la antecamata; si toco el timbre, acude y eseucha lo que tengo que decirle. De noche casi siempre hay funci6n, y obten. 80 éxitos dificilmente superables. Y si al salir de los banquetes, de las sociedades cientificas ode las grates reuniones entre amigos, lego a casa a horas avanza. das, alli me espera una pequeiia y semiamaestrada chimpancé, con quien, a la manera simiesca, lo paso muy bien. De dia no quiero verla, pues tiene en la ‘mirada esa locura tipica del animal perturbado por el amaestramiento; algo que s6lo yo noto, y que no puedo soportar. En resumen, y a pesar de todo, he logrado lo que me habia propuesto, Y no se crea que el esfuerzono valfa la pena. Por lo demas, no es la opinion de los hombres lo que me interesa; yo s6lo quiero difundir conocimientos, sélo estoy informando. ‘También a ustedes, excelentisimos seiiores académicos, me he limitado a informarles,

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