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Yo creo en Jesucristo, y por eso digo la verdad. El Espíritu Santo me guía, y en lo más
profundo de mi ser me asegura que no miento. Es verdad que estoy muy triste, y que
en mi corazón siento un dolor que no me deja. Sufro por los judíos, que son mi pueblo,
y quisiera ayudarlos. Yo estaría dispuesto a caer bajo la maldición de Dios, y a quedar
separado de Cristo, si eso los ayudara a estar cerca de Dios. Ellos son el pueblo que
Dios ha elegido. A ellos Dios les dio el derecho de ser sus hijos. Dios ha estado con
ellos, y les ha mostrado su gran poder. Hizo pactos con ellos, y les dio su ley. Les
enseñó a adorarlo de verdad, y también les hizo promesas. Ellos pertenecen al pueblo
de Dios. Y el Mesías, como hombre, pertenece a ese mismo pueblo. Él gobierna sobre
todas las cosas, y es Dios. ¡Alabado sea Dios por siempre! Amén. No estoy diciendo
que Dios no haya cumplido sus promesas con el pueblo de Israel. Pero no todos los
judíos son realmente parte del pueblo de Israel, ni todos los descendientes de
Abraham son verdaderos hijos de Abraham. Pues Dios le había dicho: «Tu
descendencia vendrá por medio de Isaac.» Esto significa que nadie es hijo de Dios
sólo por pertenecer a cierta familia o raza. Al contrario, la verdadera familia de
Abraham la forman todos los descendientes de Isaac. Porque Isaac fue quien nació
para cumplir la promesa que Dios le hizo a Abraham: «Dentro de un año volveré, y
para entonces Sara ya tendrá un hijo.» Pero eso no es todo. Aun cuando los dos hijos
de Rebeca eran de nuestro antepasado Isaac, Dios eligió sólo a uno de ellos para
formar su pueblo. Antes de nacer, ninguno de los niños había hecho nada, ni bueno ni
malo. Sin embargo, Dios le dijo a Rebeca que el mayor serviría al menor. Con esto
Dios demostró que él elige a quien él quiere, de acuerdo con su plan. Así que la
elección de Dios no depende de lo que hagamos. Como dice la Biblia: «Preferí a
Jacob, y no a Esaú.» ¿Y por eso vamos a decir que Dios es injusto? ¡Claro que no!
Porque Dios le dijo a Moisés: «Yo tendré compasión de quien yo quiera tenerla.» Así
que la elección de Dios no depende de que alguien quiera ser elegido, o se esfuerce
por serlo. Más bien, depende de que Dios le tenga compasión. En la Biblia leemos que
Dios le dijo al rey de Egipto: «Te hice rey, precisamente para ostrar mi poder por
medio de todo lo que haré contigo, y para que todo el mundo me conozca.» Así que
todo depende de lo que Dios decida hacer: él se compadece de quien quiere, y a
quien quiere lo vuelve terco. Si alguien me dijera: «¿De qué nos va a culpar Dios, si
nadie puede oponerse a sus deseos?», yo le contestaría: «Amigo mío, tú no eres
nadie para cuestionar las decisiones de Dios.» La olla de barro no puede quejarse con
el que la hizo, de haberle dado esa forma. El alfarero puede hacer con el barro lo que
quiera. Con el mismo barro puede hacer una vasija para usarla en ocasiones
especiales, y también una vasija de uso diario. Algo parecido ha hecho Dios. Ha
querido dar un ejemplo de castigo, para que todo el mundo conozca su poder. Por eso
tuvo mucha paciencia con los que merecían ser castigados y destruidos. Al mismo
tiempo, demostró su gran amor y poder para salvarnos. Desde un principio nos tuvo
compasión, y nos eligió para vivir con él. Y no le importó que fuéramos judíos o no lo
fuéramos. Como dice Dios en el libro del profeta Oseas: «A un pueblo que no me
pertenece, lo llamaré mi pueblo. A un pueblo que no amo, le mostraré mi amor. Y allí
donde les dije: “Ustedes no son mi pueblo”, les diré: “Ustedes son mi pueblo, porque
yo soy el Dios de la vida.”» Además, el profeta Isaías dijo acerca de los israelitas:
«Aunque los israelitas sean tantos como los granos de arena en la playa, sólo unos
cuantos serán salvados. Muy pronto el Señor juzgará a todos los habitantes de la
tierra.» Y, como el mismo Isaías dijo: «Si el Dios todopoderoso no hubiera salvado a
unos pocos, ahora mismo estaríamos como las ciudades de Sodoma y Gomorra.»
¿Qué más les puedo decir? Que aunque la gente de otros pueblos no estaba haciendo
nada para que Dios los aceptara, él los aceptó porque confiaron en él. En cambio, los
israelitas fueron rechazados, porque trataban de cumplir la ley para que Dios los
aceptara. ¿Y por qué no fueron aceptados? Porque querían que Dios los aceptara por
lo que hacían, y no por confiar sólo en él. Por eso Cristo fue para ellos como una
piedra en la que tropezaron. En la Biblia Dios dijo: «Yo pongo en Jerusalén una roca
con la cual muchos tropezarán y caerán. Pero Dios no defraudará a los que confíen en
él.» Hermanos en Cristo, con todo mi corazón deseo y pido a Dios que él salve del
castigo a los israelitas. Estoy seguro de que ellos tienen muchos deseos de servir a
Dios, pero no saben cómo hacerlo. No comprenden que sólo Dios nos puede declarar
inocentes. Por eso han tratado de hacer algo para que Dios los acepte. En realidad,
han rechazado la manera en que Dios quiere aceptarlos. Dios ya no nos acepta por
obedecer la ley; ahora sólo acepta a los que confían en Cristo. Con Cristo, la ley llegó
a su cumplimiento. Al referirse a los que obedecen la ley para que Dios los acepte,
Moisés escribió lo siguiente: «La persona que obedezca la ley se salvará si la
cumple.» Al contrario, esto es lo que dice de los que confían en Dios para que él los
acepte: «Nunca te preguntes: “¿Quién subirá al cielo?”», es decir, subir al cielo para
pedirle a Cristo que baje. «Tampoco te preguntes: “¿Quién bajará al mundo de los
muertos?”», es decir, bajar allá para pedirle a Cristo que resucite. Más bien, la Biblia
dice: «El mensaje de Dios está cerca de ti; está en tu boca y en tu corazón.» Y ese
mismo mensaje es el que les traemos: que debemos confiar en Dios. Pues si ustedes
reconocen con su propia boca que Jesús es el Señor, y si creen de corazón que Dios
lo resucitó, entonces se librarán del castigo que merecen. Pues si creemos de todo
corazón, seremos aceptados por Dios; y si con nuestra boca reconocemos que Jesús
es el Señor, Dios nos salvará. La Biblia dice: «Dios no deja en vergüenza a los que
confían en él.» No importa si son judíos o no lo son, porque todos tienen el mismo
Dios, y él es muy bueno con todos los que le piden ayuda. Pues la Biblia también dice:
«Dios salvará a los que lo reconozcan como su Dios.» Pero, ¿cómo van a reconocerlo,
si no confían en él? ¿Y cómo van a confiar en él, si nada saben de él? ¿Y cómo van a
saberlo, si nadie les habla acerca del Señor Jesucristo?. ¿Y cómo hablarán de
Jesucristo, si Dios no los envía? Como dice la Biblia: «¡Qué hermoso es ver llegar a
los que traen buenas noticias!» Sin embargo, no todos han aceptado estas buenas
noticias. Como dijo el profeta Isaías: «Señor, ¡nadie ha creído a nuestro mensaje!» Así
que las personas llegan a confiar en Dios cuando oyen el mensaje acerca de
Jesucristo. Pero yo pregunto: ¿Será que no han tenido oportunidad de oír el mensaje?
¡Claro que lo han oído! Porque la Biblia dice: «Sus palabras recorren toda la tierra y
llegan hasta el fin del mundo.» Vuelvo entonces a preguntar: ¿Será que los israelitas
no se han dado cuenta? ¡Claro que sí se han dado cuenta! Pues, en primer lugar, Dios
dijo por medio de Moisés: «Haré que los israelitas se pongan celosos de un pueblo sin
importancia. Haré que se enojen con gente de poco entendimiento.» Después, Isaías
se atrevió a recordar algo que Dios había dicho: «Me encontraron aquellos que no me
buscaban. Me presenté ante gente que no preguntaba por mí.» Pero del pueblo de
Israel, Dios dijo por medio de Isaías: «Todo el día le ofrecí ayuda a un pueblo terco y
desobediente.» Entonces me pregunto: ¿Será que Dios ha rechazado al pueblo que él
mismo eligió? ¡Claro que no! Dios no ha rechazado a los judíos, a quienes eligió desde
el principio de la creación. Yo mismo soy israelita; soy descendiente de Abraham y
pertenezco a la tribu de Benjamín. Como ustedes bien saben, hay en la Biblia un
relato, en donde Elías se queja con Dios acerca del pueblo de Israel. Allí Elías le dice
a Dios: «Señor, han matado a tus profetas y han destruido tus altares. Yo soy el único
profeta que queda con vida, y también a mí me quieren matar.» Pero Dios le contesta:
«Todavía tengo siete mil israelitas que no han adorado al falso dios Baal.» Lo mismo
pasa ahora. Dios es bueno, y ha elegido a un pequeño grupo de judíos que aún
confían en él. Pero Dios los eligió porque él es bueno, y no porque ellos hayan hecho
algo para merecerlo. Esto sólo puede suceder así porque Dios es bueno de verdad.
Realmente, sólo el pequeño grupo elegido por Dios logró encontrar lo que todos los
demás buscaban. Y es que los demás eran muy tercos. Como dice la Biblia: «Dios les
cerró la mente, los ojos y los oídos, hasta el día de hoy.» También leemos que David
dijo: «¡Que sus fiestas se conviertan en trampas y redes, para que desagraden a Dios
y sean castigados! »¡Que se nublen sus ojos para que no puedan ver! ¡Que para
siempre sus espaldas se doblen de tanto sufrir!» Sin embargo, aunque los judíos no
pudieron agradar a Dios, tampoco fallaron del todo. Más bien, por la desobediencia de
los judíos, los que no son judíos pueden ser salvados por Dios. Y esto hará que los
judíos se pongan celosos. Ahora bien, si por la desobediencia de los judíos el resto del
mundo recibió ayuda, ¡con más razón la recibirá cuando todos los judíos sean
aceptados por Dios! Lo que voy a decir ahora es para ustedes, los que no son judíos.
Dios me ha enviado para trabajar entre ustedes, y para mí esa tarea es muy
importante. Espero que con esto algunos de mi país se pongan celosos de ustedes, y
así Dios pueda salvarlos también a ellos. Pues si Dios, al rechazar a los judíos, aceptó
al resto de la humanidad, ¡imagínense cómo será cuando los judíos sean aceptados!
¡Los que ahora viven como muertos tendrán vida eterna! Si alguien le ofrece a Dios el
primer pan que hornea, en realidad le está ofreciendo toda la masa con que hizo el
pan. Si a Dios se le ofrecen las raíces de un árbol, entonces también las ramas del
árbol le pertenecen. Cuando Dios rechazó a algunos judíos, y a ustedes los aceptó en
su lugar, ustedes llegaron a formar parte del pueblo de Dios, y así recibieron la vida
eterna. Pero no vayan a creerse mejores que los judíos que fueron rechazados.
Recuerden que ustedes han recibido esa vida gracias a ellos, y no ellos gracias a
ustedes. Tal vez piensen que ellos fueron rechazados para que ustedes fueran
aceptados en el pueblo de Dios. Y es verdad. Pero ellos fueron rechazados por no
confiar en Dios, y ustedes fueron aceptados solamente por confiar en él. Así que no se
pongan orgullosos; más bien, tengan cuidado. Si Dios rechazó a los judíos en general,
también podría hacer lo mismo con ustedes. Fíjense en lo bueno que es Dios, pero
también tomen en cuenta que Dios es muy estricto. Es estricto con los que han
pecado, pero ha sido bueno con ustedes. Y seguirá siéndolo, si ustedes le son
agradecidos y se portan bien. De lo contrario, también a ustedes los rechazará. Si los
judíos cambian y confían en Dios, volverán a formar parte de su pueblo, pues Dios
tiene poder para hacerlo. Después de todo, no es lógico tomar algo de buena calidad y
mezclarlo con algo de mala calidad. Si Dios los aceptó a ustedes, que no eran parte de
su pueblo, con más razón volverá a aceptar a los judíos, que sí lo son. Hermanos en
Cristo, hay mucho que ustedes todavía no saben. Por eso voy a explicarles el plan que
Dios tenía en secreto. Algunos de los judíos se han vuelto muy tercos y no quieren
creer en Jesucristo; pero sólo se portarán así hasta que los no judíos pasen a formar
parte de su pueblo. Después de eso, Dios salvará a todo el pueblo de Israel. Como lo
dice en la Biblia: «El Salvador vendrá de Jerusalén, y limpiará toda la maldad del
pueblo de Israel. Yo he prometido hacer esto cuando les perdone sus pecados.» Por
ahora, Dios actúa con los judíos como si fueran sus enemigos. Pero lo hace sólo para
darles a ustedes la oportunidad de creer en la buena noticia. Dios sigue amando a los
judíos, pues eligió a sus antepasados para formar su pueblo. Dios no da regalos para
luego quitarlos, ni se olvida de las personas que ha elegido. En el pasado, ustedes
desobedecieron a Dios. Pero ahora que los judíos no han querido obedecerlo, Dios se
ha compadecido de ustedes. Y así como Dios les ha mostrado a ustedes su
compasión, también lo hará con ellos. Pues Dios hizo que todos fueran desobedientes,
para así tenerles compasión a todos. ¡Dios es inmensamente rico! ¡Su inteligencia y su
conocimiento son tan grandes que no se pueden medir! Nadie es capaz de entender
sus decisiones, ni de explicar sus hechos. Como dice la Biblia: «¿Sabe alguien cómo
piensa Dios? ¿Puede alguien darle consejos? »¿Puede acaso alguien regalarle algo a
Dios, para que él esté obligado a darle algo a cambio?» En realidad, todo fue creado
por Dios; todo existe por él y para él. Así que, ¡alabemos a Dios por siempre! Amén.
Por eso, hermanos míos, ya que Dios es tan bueno con ustedes, les ruego que
dediquen toda su vida a servirle y a hacer todo lo que a él le agrada. Así es como se le
debe adorar. Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera
de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que
es bueno, agradable y perfecto. Dios en su bondad me nombró apóstol, y por eso les
pido que no se crean mejores de lo que realmente son. Más bien, véanse ustedes
mismos según la capacidad que Dios les ha dado como seguidores de Cristo. El
cuerpo humano está compuesto de muchas partes, pero no todas ellas tienen la
misma función. Algo parecido pasa con nosotros como iglesia: aunque somos muchos,
todos juntos formamos el cuerpo de Cristo. Dios nos ha dado a todos diferentes
capacidades, según lo que él quiso darle a cada uno. Por eso, si Dios nos autoriza
para hablar en su nombre, hagámoslo como corresponde a un seguidor de Cristo. Si
nos pone a servir a otros, sirvámosles bien. Si nos da la capacidad de enseñar,
dediquémonos a enseñar. Si nos pide animar a los demás, debemos animarlos. Si de
compartir nuestros bienes se trata, no seamos tacaños. Si debemos dirigir a los
demás, pongamos en ello todo nuestro empeño. Y si nos toca ayudar a los
necesitados, hagámoslo con alegría. Amen a los demás con sinceridad. Rechacen
todo lo que sea malo, y no se aparten de lo que sea bueno. Ámense unos a otros
como hermanos, y respétense siempre. Trabajen con mucho ánimo, y no sean
perezosos. Trabajen para Dios con mucho entusiasmo. Mientras esperan al Señor,
muéstrense alegres; cuando sufran por el Señor, muéstrense pacientes; cuando oren
al Señor, muéstrense constantes. Compartan lo que tengan con los pobres de la
iglesia. Reciban en sus hogares a los que vengan de otras ciudades y países. No
maldigan a sus perseguidores; más bien, pídanle a Dios que los bendiga. Si alguno
está alegre, alégrense con él; si alguno está triste, acompáñenlo en su tristeza. Vivan
siempre en armonía. Y no sean orgullosos, sino traten como iguales a la gente
humilde. No se crean más inteligentes que los demás. Si alguien los trata mal, no le
paguen con la misma moneda. Al contrario, busquen siempre hacer el bien a todos.
Hagan todo lo posible por vivir en paz con todo el mundo. Queridos hermanos, no
busquen la venganza, sino dejen que Dios se encargue de castigar a los malvados.
Pues en la Biblia Dios dice: «A mí me toca vengarme. Yo le daré a cada cual su
merecido.» Y también dice: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed,
dale de beber. Así harás que le arda la cara de vergüenza.» No se dejen vencer por el
mal. Al contrario, triunfen sobre el mal haciendo el bien. Sólo Dios puede darle
autoridad a una persona, y es él quien les ha dado poder a los gobernantes que
tenemos. Por lo tanto, debemos obedecer a las autoridades del gobierno. Quien no
obedece a los gobernantes, se está oponiendo a lo que Dios ordena. Y quien se
oponga será castigado, porque los que gobiernan no están para meterles miedo a los
que se portan bien, sino a los que se portan mal. Si ustedes no quieren tenerles miedo
a los gobernantes, hagan lo que es bueno, y los gobernantes hablarán bien de
ustedes. Porque ellos están para servir a Dios y para beneficiarlos a ustedes. Pero si
ustedes se portan mal, ¡pónganse a temblar!, porque la espada que ellos llevan no es
de adorno. Ellos están para servir a Dios, pero también para castigar a los que hacen
lo malo. Así que ustedes deben obedecer a los gobernantes, no sólo para que no los
castiguen, sino porque eso es lo correcto. Los gobernantes están al servicio de Dios, y
están cumpliendo un deber. Por eso pagan ustedes sus impuestos. Así que páguenle
a cada uno lo que deban pagarle, ya sea que se trate de impuestos, contribuciones,
respeto o estimación. No le deban nada a nadie. La única deuda que deben tener es la
de amarse unos a otros. El que ama a los demás ya ha cumplido con todo lo que la ley
exige. En la ley hay mandatos como estos: «No sean infieles en su matrimonio. No
maten. No roben. No se dejen dominar por el deseo de tener lo que otros tienen.»
Estos mandamientos, y todos los demás, pueden resumirse en uno solo: «Cada uno
debe amar a su prójimo, como se ama a sí mismo.» El amor no causa daño a nadie.
Cuando amamos a los demás, estamos cumpliendo toda la ley. Estamos viviendo
tiempos muy importantes, y ustedes han vivido como si estuvieran dormidos. ¡Ya es
hora de que despierten! Ya está muy cerca el día en que Dios nos salvará; mucho más
cerca que cuando empezamos a creer en Jesús. ¡Ya casi llega el momento! Así que
dejemos de pecar, porque pecar es como vivir en la oscuridad. Hagamos el bien, que
es como vivir en la luz. Controlemos nuestros deseos de hacer lo malo, y
comportémonos correctamente, como si todo el tiempo anduviéramos a plena luz del
día. No vayamos a fiestas donde haya desórdenes, ni nos emborrachemos, ni seamos
vulgares, ni tengamos ninguna clase de vicios. No busquemos pelea ni seamos
celosos. Más bien, dejemos que Jesucristo nos proteja. Reciban bien a los cristianos
débiles, es decir, a los que todavía no entienden bien qué es lo que Dios ordena. Si en
algo no están de acuerdo con ellos, no discutan. Por ejemplo, hay quienes se sienten
fuertes y creen que está bien comer de todo, mientras que los débiles sólo comen
verduras. Pero los que comen de todo no deben despreciar a los otros. De igual
manera, los que sólo comen verduras no deben criticar a los que comen de todo, pues
Dios los ha aceptado por igual. Ustedes no tienen derecho de criticar al esclavo de
otro. Es el dueño del esclavo quien decide si su esclavo trabaja bien o no. Así también,
Dios es el único que tiene poder para ayudar a cada uno a cumplir bien su trabajo.
Permítanme darles otro ejemplo. Hay algunos que piensan que ciertos días son
especiales, mientras que para otras personas todos los días son iguales. Cada uno
debe estar seguro de que piensa lo correcto. Los que piensan que cierto día es
especial, lo hacen para honrar a Dios. Y los que comen de todo, lo hacen también para
honrar a Dios, y le dan las gracias. Igual sucede con los que sólo comen verduras,
pues lo hacen para honrar a Dios, y también le dan las gracias. Nuestra vida y nuestra
muerte ya no son nuestras, sino que son de Dios. Si vivimos o morimos, es para
honrar al Señor Jesucristo. Ya sea que estemos vivos, o que estemos muertos, somos
de él. En realidad, Jesucristo murió y resucitó para tener autoridad sobre los vivos y
los muertos. Por eso no deben ustedes criticar a los otros hermanos de la iglesia, ni
despreciarlos, porque todos seremos juzgados por Dios. En la Biblia Dios dice: «Juro
por mi vida que, en mi presencia, todos se arrodillarán y me alabarán.» Así que todos
tendremos que presentarnos delante de Dios, para que él nos juzgue. Ya no debemos
criticarnos unos a otros. Al contrario, no hagamos que, por culpa nuestra, un seguidor
de Cristo peque o pierda su confianza en Dios. A mí, nuestro Señor Jesús me ha
enseñado que ningún alimento es malo en sí mismo. Pero si alguien piensa que
alguna comida no se debe comer, entonces no debe comerla. Si algún hermano se
ofende por lo que ustedes comen, es porque no le están mostrando amor. No permitan
que, por insistir en comer ciertos alimentos, acabe en el infierno alguien por quien
Cristo murió. No permitan que se hable mal de la libertad que Cristo les ha dado. En el
reino de Dios no importa lo que se come ni lo que se bebe. Más bien, lo que importa
es hacer el bien, y vivir en paz y con alegría. Y todo esto puede hacerse por medio del
Espíritu Santo. Si servimos a Jesucristo de esta manera, agradaremos a Dios y la
gente nos respetará. Por lo tanto, vivamos en paz unos con otros, y ayudémonos a
crecer más en la nueva vida que Cristo nos ha dado. No permitan que, por insistir en lo
que se debe o no se debe comer, se arruine todo lo bueno que Dios ha hecho en la
vida del hermano débil. La verdad es que toda comida es buena; lo malo es que por
comer algo, se haga que otro hermano deje de creer en Dios. Más vale no comer
carne, ni beber vino, ni hacer nada que pueda causarle problemas a otros hermanos.
Lo que ustedes decidan sobre estas cosas es algo entre Dios y ustedes. ¡Dichosos los
que se sienten libres para hacer algo, y no se sienten mal de haberlo hecho! Pero si
alguien no está seguro si debe o no comer algo, y lo come, hace mal, porque no está
actuando de acuerdo con lo que cree. Y ustedes bien saben que eso es malo, pues
todo lo que se hace en contra de lo que uno cree, es pecado. Nosotros, los que sí
sabemos lo que Dios quiere, no debemos pensar sólo en lo que es bueno para
nosotros mismos. Más bien, debemos ayudar a los que todavía no tienen esa
seguridad. Todos debemos apoyar a los demás, y buscar su bien. Así los ayudaremos
a confiar más en Dios. Porque ni aun Cristo pensaba sólo en lo que le agradaba a él.
Como Dios dice en la Biblia: «Me siento ofendido cuando te ofenden a ti.» Todo lo que
está escrito en la Biblia es para enseñarnos. Lo que ella nos dice nos ayuda a tener
ánimo y paciencia, y nos da seguridad en lo que hemos creído. Aunque, en realidad,
es Dios quien nos da paciencia y nos anima. A él le pido que los ayude a ustedes a
llevarse bien con todos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Así, todos juntos podrán
alabar a Dios el Padre. Por eso, es necesario que se acepten unos a otros tal y como
son, así como Cristo los aceptó a ustedes. Así, todos alabarán a Dios. Pues Cristo
vino y sirvió a los judíos, para mostrar que Dios es fiel y cumple las promesas que les
hizo a nuestros antepasados. También vino para que los que no son judíos den
gracias a Dios por su bondad. Pues así dice la Biblia: «Por eso te alabaré en todos los
países, y te cantaré himnos.» También leemos: «Y ustedes, pueblos vecinos,
alégrense junto con el pueblo de Dios.» En otra parte, la Biblia dice: «Naciones todas,
pueblos todos, ¡alaben a Dios!» Y también el profeta Isaías escribió: «Un descendiente
de Jesé se levantará con poder. Él gobernará a las naciones, y ellas confiarán sólo en
él.» Que Dios, quien nos da seguridad, los llene de alegría. Que les dé la paz que trae
el confiar en él. Y que, por el poder del Espíritu Santo, los llene de esperanza.
Hermanos en Cristo, estoy seguro de que ustedes son muy buenos y están llenos de
conocimientos, pues saben aconsejarse unos a otros. Sin embargo, me he atrevido a
escribirles abiertamente acerca de algunas cosas, para que no las olviden. Lo hago
porque Dios ha sido bueno conmigo, y porque me eligió para servir a Jesucristo y
ayudar a los que no son judíos. Debo ser para ellos como un sacerdote, que les
anuncie la buena noticia de Dios y los lleve a su presencia como una ofrenda
agradable, dedicada sólo para él por medio del Espíritu Santo. Por lo que Jesucristo
ha hecho en mí, puedo sentirme orgulloso de mi servicio a Dios. En realidad, sólo
hablaré de lo que Cristo hizo a través de mí, para lograr que los no judíos obedezcan a
Dios. Y lo he logrado, no sólo por medio de mis palabras, sino también por mis
hechos. Por el poder del Espíritu Santo he hecho muchos milagros y maravillas, y he
anunciado la buena noticia por todas partes, desde Jerusalén hasta la región de Iliria.
Siempre he tratado de anunciar a Cristo en regiones donde nadie antes hubiera oído
hablar de él. Así, al anunciar la buena noticia, no me he aprovechado del trabajo
anterior de otros apóstoles. Más bien, he querido hacer lo que dice la Biblia: «Lo verán
y lo comprenderán aquellos que nunca antes habían oído hablar de él.» Hermanos
míos, muchas veces he querido ir a Roma, para visitarlos. No he podido hacerlo
porque el anunciar las buenas noticias me ha mantenido muy ocupado. Pero, como ya
terminé mi trabajo en esta región, y como ya hace tiempo he querido verlos, pienso
pasar por allí cuando vaya a España. No podré quedarme mucho tiempo con ustedes,
pero sé que disfrutaré de su compañía, y espero que me ayuden a seguir mi viaje.
Ahora voy a Jerusalén, a llevar un dinero para los seguidores de Cristo que viven allí.
Ese dinero lo recogieron las iglesias de las regiones de Macedonia y Acaya, para
ayudar a los cristianos pobres de Jerusalén. Lo hicieron de manera voluntaria, aunque
en realidad estaban obligados a hacerlo. Porque si los cristianos judíos compartieron
sus riquezas espirituales con los cristianos que no son judíos, también los no judíos
deben compartir con los judíos sus riquezas materiales. En cuanto yo termine con este
asunto y haya entregado el dinero a los cristianos de Jerusalén, saldré hacia España,
y de paso los visitaré a ustedes. Estoy seguro de que, cuando llegue a la ciudad de
Roma, compartiré con ustedes todo lo bueno que hemos recibido de Cristo. Yo les
ruego, hermanos míos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor que nos da el
Espíritu Santo, que oren mucho a Dios por mí. Pídanle que en la región de Judea me
proteja de los que no creen en él, y que el dinero que llevo a los hermanos de
Jerusalén sea bien recibido. Entonces podré visitarlos lleno de alegría, y disfrutar de
un tiempo de descanso entre ustedes, si es que Dios así lo permite. Que Dios, quien
nos da paz, esté con cada uno de ustedes. Amén.
Tengo muchas cosas buenas que decir acerca de Febe. Ella es una cristiana muy
activa en la iglesia de Puerto Cencreas, y ha entregado su vida al servicio del Señor
Jesucristo. Recíbanla bien, como debe recibirse a todos los que pertenecen a la gran
familia de Dios. Ayúdenla en todo lo que necesite, porque ella ha ayudado a muchos, y
a mí también. Les mando saludos a Priscila y a Áquila, que han trabajado conmigo
sirviendo a Jesucristo. Por ayudarme, pusieron en peligro sus vidas, así que les estoy
muy agradecido, como lo están las iglesias de los cristianos no judíos. Saluden de mi
parte a los miembros de la iglesia que se reúne en la casa de ellos. Saluden a mi
querido amigo Epéneto, que en la provincia de Asia fue el primero en aceptar a Cristo
como su salvador. Saluden a María, que ha trabajado mucho por ustedes. Saluden a
Andrónico y a Junias, que son judíos como yo, y que estuvieron en la cárcel conmigo.
Son apóstoles bien conocidos, y llegaron a creer en Cristo antes que yo. Saluden a
Ampliato, quien gracias a nuestro Señor Jesucristo es un querido amigo mío. Saluden
a Urbano, que es un compañero de trabajo en el servicio a Cristo, y también a mi
querido amigo Estaquis. Saluden a Apeles, que tantas veces ha demostrado ser fiel a
Cristo. Saluden también a todos los de la familia de Aristóbulo. También a Herodión,
judío como yo, y a los de la familia de Narciso, que confía mucho en Dios. Saluden a
Trifena y Trifosa, que trabajan para Dios. Saluden a mi querida amiga Pérside, que
también ha trabajado mucho para Dios. Les mando saludos a Rufo, que es un
distinguido servidor de Cristo, y a su madre, que me ha tratado como a un hijo.
Saluden a Asíncrito, Flegonte, Hermes, Patrobas y Hermas, y a todos los hermanos
que están con ellos. Saluden a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, a Olimpas y
a todos los hermanos que están con ellos. Salúdense entre ustedes con mucho cariño
y afecto. Todas las iglesias de Cristo les envían sus saludos. Queridos hermanos, les
ruego que se fijen en los que causan pleitos en la iglesia. Ellos están en contra de todo
lo que a ustedes se les ha enseñado. Apártense de esa gente, porque no sirven a
Cristo, nuestro Señor, sino que buscan su propio bien. Hablan a la gente con palabras
bonitas, pero son unos mentirosos y engañan a los que no entienden. Todo el mundo
sabe que ustedes obedecen a Dios, y eso me hace muy feliz. Quiero que demuestren
su inteligencia haciendo lo bueno, y no lo malo. Así el Dios de paz pronto vencerá a
Satanás, y lo pondrá bajo el dominio de ustedes. ¡Que Jesús, nuestro Señor, siga
mostrándoles su amor! Les envía saludos Timoteo, que trabaja conmigo. También les
envían saludos Lucio, Jasón y Sosípatro, que son judíos como yo. Los saluda Gayo,
quien me ha recibido en su casa, donde también se reúne la iglesia. También los
saludan Erasto, tesorero de la ciudad, y nuestro hermano Cuarto. También yo les
envío saludos en el amor de Cristo. Me llamo Tercio, y Pablo me dictó esta carta. Dios
puede hacer que ustedes se mantengan firmes en la vida que Jesucristo nos ha dado.
¡Alabémoslo! Así lo dije cuando les anuncié la buena noticia y les hablé de Jesucristo.
Esto va de acuerdo con el plan que Dios nos dio a conocer, y que mantuvo en secreto
desde antes de crear el mundo. Ahora conocemos ese plan por medio de lo que
escribieron los profetas. Además, Dios, que vive para siempre, así lo ordenó, para que
todo el mundo crea y obedezca al Señor. Y ahora, por medio de Jesucristo, alabemos
por siempre al único y sabio Dios. Amén.