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170 años de historia del saxofón, el

instrumento que nació maldito


Aparece el libro ‘El cuerno del diablo’, de Michael Segell,
publicado por primera vez en español por paralelo 21 y
traducido por el músico Sharbel Pimentel, quien charló
con Excélsior
CIUDAD DE MÉXICO.

Fue inaudito que El niño fantasma inventara un


instrumento que, hasta ese momento, naturalmente,
no sabía que iba a revolucionar la historia del
sonido. Lo llamó saxofón y con él su nombre ganaría
un lugar en la historia del siglo XIX. Fue bautizado
como Antoine Joseph Sax, pero fue conocido como
Adolphe Sax, Le petit sax, le revenant, un
sobreviviente que creó el instrumento maldito que
hasta hoy es el invitado incómodo de casi todas las
orquestas en el mundo.
Cuando Adolphe tenía dos años se cayó por una
escalera y, tras golpearse la cabeza con una piedra,
permaneció una semana en coma. Un año después,
en el taller de su padre —constructor de
instrumentos— se intoxicó al confundir sulfato de
zinc con leche, y lo mismo debió sobreponerse a
intoxicaciones con plomo, óxido de cobre y arsénico.
Otro día se tragó una aguja, fue salvado de morir
ahogado en un río, se quemó con la estufa y
accidentalmente le explotó un poco de pólvora en la
cara, le cayó una losa de azulejo en la cabeza y de
nuevo quedó en coma.

Esta es sólo una parte de la historia de El cuerno del


diablo. La historia del saxofón, de la novedad
escandalosa al rey de lo cool, libro del periodista
estadunidense Michael Segell, publicado por primera
vez en español por Paralelo 21 y traducido por
Sharbel Pimentel. Ahí se relata el origen del
instrumento, su viaje por el mundo y los numerosos
testimonios de músicos que fueron castigados por
tocarlo.
Todas esas desgracias que vivió Adolphe, acota
Segell, lo endurecieron para librar las batallas que lo
acecharían al lanzar una ingeniosa invención
musical: una trompa serpentina cuya autoría
aseguró dándole su propio nombre.

Porque desde que sus labios tocaron por primera


vez el prototipo de su saxofón, enfrentó una
marejada de calumnias, robos, demandas,
bancarrotas forzadas y atentados contra su vida
para suprimir este nuevo sonido, suerte que
compartió con los músicos del siglo XX, quienes
fueron encarcelados por el simple hecho de tocarlo.

Sobre este volumen, Pimentel dice a Excélsior que


una de sus virtudes es la narración: “Pareciera que
lees un cuento donde el personaje está destinado a
sufrir. No sé si eso hace que el saxofón tenga una
mística especial, lo cierto es que no se había
inventado un instrumento tan importante desde el
clarinete (siglo XVIII)”

Uno de los capítulos que destaca Pimentel es donde


Segell coquetea con lo político y habla de los
saxofonistas que cargaron las consecuencias del
instrumento, como aquel encarcelado por tocarlo en
la Bulgaria comunista, además de los rusos que
durante la Guerra Fría fueron enviados a Siberia, o
cómo durante la Alemania nazi se caricaturizaba a
quienes lo tocaban, pues equivalía a aceptar los
valores de la cultura afroamericana.

“Sobre las olas”


Otro momento valioso es cuando Segell cuenta
cómo el saxofón encontró la voz en los negros
estadunidenses. “Fue ahí donde realmente se
afianzó como importante, aunque el dato curioso es
la ruta que pudo tener a América”.

Al parecer el saxofón llegó a México durante la


invasión francesa. Se supondría que tomó la ruta al
norte cuando militares mexicanos desertaron de su
batallón en Nueva Orleans y se convirtieron en los
primeros saxofonistas. Por eso existe el registro de
que las primeras orquestas de jazz tocaban Sobre las
olas, de Juventino Rosas, explica Pimentel.
“Para mí el hecho de contar cómo llegó el
instrumento desde Francia a América, a través de
una banda militar, para convertirse en una expresión
que se transformó en el gran aporte estadunidense
al mundo que es el jazz… es alucinante”.

También es impresionante cuando Adolphe se muda


a Francia. Ahí espera que su invención ocupe un
lugar entre los instrumentos de viento. Su intención
nunca fue que el saxofón sustituyera a otros
instrumentos, sino que formara parte de las bandas
de guerra por su amplio registro y la fuerza de su
sonido. Debido a la oposición que enfrentó, propuso
un reto entre bandas militares para demostrar que
tenía razón.
“Sax era pendenciero y todo quería resolverlo con
duelos musicales. Él inventó el sax, porque llevaba
años mejorando otros, pero nunca quiso sustituir al
oboe, al clarinete o la flauta. El problema fue que los
fabricantes percibieron eso y creyeron que
amenazaba la manera como se hacía música
clásica”.

Esa percepción sobre el sax no ha desaparecido. “A


la fecha se le rechaza de las orquestas, más que en
contadas ocasiones. Yo no soy saxofonista, toco el
piano y el bajo, pero en las orquestas sinfónicas de
hoy… aún no existe la plaza de saxofón”, apunta.

Y aunque existen plazas para corno inglés o


contrafagot, “instrumentos raros”, no existe la de
saxofón, pues carga con el estigma de una vida
turbulenta y nocturna. Persiste el rechazo, pero a los
jazzistas poco les importa, ellos tienen sus propias
big band, conjuntos de jazz o tocan en solitario, pero
en el mundo académico este rechazo también
prevalece.
Este libro fue publicado originalmente en inglés hace
10 años, por lo que su traducción ha creado gran
expectativa. “Por desgracia, no tenemos noticias del
autor. Escribía para Rolling Stone, pero nadie lo
localiza; al parecer se retiró del mundo editorial y
seguro no sabe que su libro ya circula en español”.

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