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teoría de los nombres de Kripke , Que en su momento estudiaremos. Es


de notar, por cierto, que cuando MiU caracteriza los nombres individua-
les afirma , como vimos, que un nombre de este tipo no se apl.ica a más
de un objeto en el mismo sen tido (loe. cit., secc. 3). Esto podría hacer pen-
sar que Mill atribuye sentido a los nombres propios. En realidad, él mismo
se encarga de deshace r de inmediato el posible equÍvoco: un nombre propio,
como «Juao» o «Toledo», no se aplica a un objeto en ningún sentido, y
por consigu iente, cuando se aplica a varíos objetos, no puede decirse que
se aplique en el mismo sentido, al contrario de lo que ocurre cuando lla-
mamos a varios objetos «hombre» o «ciudad», nombres que, por ser ge-
nerales, habremos de aplicar en el mismo sentido a todos los objetos a los
que sean aplicables. La obvia objeción es, naturalmente, que si un nombre
propio carece de sentido, entonces no puede afirmarse, como hace Mill, que
el nombre propio se aplique en el mismo sentido sólo a un objeco, pues si
no tiene sentido, entonces no podemos entender qué quiere decir en este
contexto «en el mismo sentido). La afirmación de Mill únicamente sería
aceptable para los nombres individuales que sí tienen sentido, a saber, las
descripciones definidas. Hay aquí, sin duda, una forma defectuosa de ex-
presión por parte de Mill . La teoría de los nombres propios no recibirá
una formulación rigurosa hasta nuestros días, con Kripke, aunque la doc-
trina de este último tenga sus dificultades propias, como ya veremos. Lo
único relevante ahora es avisar que tan reciente doctrina entronca directa-
mente con estas páginas de Stuart MilI.

6.3 Sentido y referencia


En su artículo de -1892, «Sobre el sentido y la referencia», Frege
formu la en esbozo una teoría del significado que habría de ser muy influ-
yente en los autores posteriores, de modo particular en Russell, Wittgens-
tein y eamap.
Frege introduce sus conceptos a propósito de un planteamiento de
la llamada «paradoja de la identidad». Si decimos que x es idémico a y,
¿en qué medida difiere esco de afirmar que x es idéntico a x o que y es
idéntico a y? Por ejemplo: si decimos que el autor de la Etica a Nicómaco
fue el preceptor de Alejandro Magno. quer.emos decir que las expresiones
«el autor de la Etica a Nicómaco) y «el preceptor de Alejandro Magno»
designan o denotan el mismo individuo, y en consecuencia podremos em-
plear cualquiera de ambas expresiones para referirnos a él, así como sus-
tituir una por otra sin que varíe la verdad o falsedad de nuestras afirma·
ciones. Pero si esto es así, entonces, a partir de la. afirmación:
El autor de la Etica a Nicómaco es el pteceptor de Alejandro
(1)
Magno
podremos obtener por sustitución esta otra:
(2) El preceptot de Alejandro Magno es el preceptor de Alejandro
Magno
178 Principios de Filosofía del Lenguaje
~

La cues tión es que, mientras que (l) es una afirmación informativa,


que, en principio, podría ser falsa, y que, en la medida en que es verdade-
l.l, a muchas personas les puede enseñar algo sobre Aristóteles, la afirma-
ción (2), en cambio, no parece que pueda ser falsa, no transmite informa-
ción algu na y no nos enseña absolutamente nada sobre Aristóteles ni
sobre nadie . Mientras que (l) es una verdad empírica, de hecho, cuya
constatación enriquece nues tro conocimiento histórico de cierto personaje
griego, (2) es una verdad independiente de los hechos, ajena a nuestra
experiencia, a nuestros conocimientos históricos, o, como¡ otros dirían,
una verdad necesaria, o analítica . ¿Cómo es posible que de una afirmación
empírica ob tengamos una verdad analítica empleando expresiones que de-
notan, en ambas oraciones, el mismo objeto?
A esto responderá Frege: porque las expresiones utiBzadas no se
limitan a designar algo, sino que lo designan de un modo determinado, y
es el modo de designar lo que las hace diferentes; pues si dos expresio-
nes x e y no sólo designaran 10 mismo, sino que además lo designaran
de la misma manera, entonces el valor cognoscitivo de «x es idéntico a y»
sería esencialmente igual al de «x es idéntico a x» o «y es idéntico a y»
(en el supuesto, claro está, de que «x es idéntico a y» fuera verdadero).
Tenemos , pues, que expresiones que denotan el mismo objeto o individuo
pueden distinguirse por la manera como lo denotan. «El autor de la Etica
a Nic6maco» denota la misma persona que «El preceptor de Alejandro
Magno», pero la denota de modo diferente, así como el punto de intersec-
ción de tres rectas, A, B Y e, puede ser denotado indistintamen te por las
expresiones «inters.ección de A y B», «intersección de B y e», o «intersec-
ción de A y e», aun cuando cada .una de ellas 10 denote de un modo leve-
mente distinto.
A 10 designado por una expresión, Frege lo llama «referencia» (Be-
deutung), y esto lo distingue de 10 que llama «sen tido » (Sinn), «en el
cual se halla contenido el modo de darse» la referencia. Esta última expli-
citación del concepto de sentido es, sin duda , oscura; de momento, y para
nuestros efec tos , consideraremos el sentido como el modo o manera de
designar que tiene una expresión. Hay, en los términos que emplea Frege,
un pequeño problema de traducción que se debe mencionar. El término
Sinn no parece que plantee problemas, pero sí el de Bedeutung. Una tra-
ducción ordinaria de este término debería dar como equivalente «signifi-
cado», con lo que resultaría que Frege estaría distinguiendo entre ~entido
y significado de las expresiofíes. Estando perfectamente claro por sus
afirmaciones que Frege entiende por significado o Bedeutung lo designado
o · denotado por una expresión, parece más aconsejable hacer fuerza al
término original traduciéndolo como ~ referencia » que dificultar la com-
prensi6n de la -doctrina de Frege traduciéndolo literalmente como «signi-
ficado». Esta es, por otra parte, la forma usual de traducir dicho término.
Geach y Black traducen en inglés reference (Translations from the Philoso-
phical Writin gs 01 Gottlob Frege), que es sin duda la traducción más
extendida para el término de Frege en esa lengua, aunque Church 10 ha
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traducido como denotation (Introduction to Mathematical Logic, secc. 01)


y Carnap, más rebuscadamente, como nominatum (Meaning and Necessity~
secc. 28), pero ninguna de estas traducciones ha hecho tanta fortuna , a
pesar de que denotation es ya un término ucilizado por Russell. La mejor
traducción castellana de escritos de Frege que conozco, traduce también
Bedeutung por ~referencia» (Frege, Estudios sobre semántica, traducidos
por UIises Moulines), aunque en una importante antología de textos de
semántica se traduce como «denotacióm> (Semántica filosófica: problemas
y discusiones, recopilación de Thomas Moro Simpson, traducción que este
último ya había usado, siguiendo a Church, en Formas lógicas, realidad y
significado). Hay, finalmente, otra recopilación de escritos de Frege que se
aparta extrañamente de las traducciones anteriores para traducir Bedeu-
tung, literalmente, como «significado» (Frege, Escritos lógico-semánticos).
Puesto que esta traducción puede resultar muy confunden te, y no se ve
qué ventajas tenga, aquí seguiremos usando el término ~ referencia», que es
el más extendido, aunque para el verbo emplearemos con frecuencia «de-
notar» .
Frege aplica su distinción, en primer lugar, a las expresiones que de-
notan un objeto único, las cuales considera, en sentido amplio, nombres
propios . Incluyen tanto lo que en el discurso ordinario se llama estricta-
mente «nombre propio» como lo que, desde Russell, se llamará «descrip-
ción definida ». Es un nombre propio «Aristóteles» , y una descripción
definida «El preceptor de Alejandro Magno» (en la cual, por cierto, está
contenido otro nombre propio, «Alejandro Magno»). Son descripciones
definidas las expresiones «el lu.cero vespertino» y «el lucero matutino»,
pero es un nombre propio, que designa el mismo objeto que aquellas,
«Venus}).
Por lo que respecta a los nombres, o térm.inos de individuos, los con-
ceptos de sentido y referencia funcionan de forma semejante a como fun-
cionan los de connotaci6n y denotación de Mill, pero con una importante
diferencia que, en diversas formas, estará presente en autores posteriores.
Mili -como hemos vis to- había afirmado que los nombres propios del
lenguaje ordinario poseen denotación pero carecen de connotación, o más
exactamente, que no tienen por qué connotar nada para funcionar como
nombres propios, y por la. tanto, que cuando tienen connotación esto es
sólo una característica accidental a su condición de nombres propios. Frege,
por el contrario, se aparta de la posición de Mill. Para Frege, todo el que
conoce un lenguaje conoce el sentido de los nombres que hay en él, y
esto se aplica igualmente a los nombres propios. La cuestión es ésta: puede
ser relativamente fácil llegar a un acuerdo sobre el sentido de una descrip-
ci6n definida como ~el lucero matutino» o «el preceptor dé Alejandro
Magno», pero ¿cuál es el sentido de un nombre propio como «Aristóteles}),
«Venus» o «Alejandro Magno»? Frege responderá en la segunda nota de
:,u artículo que se trata de algo sobre lo que puede haber opiniones di·
vergentes. Así, para algunos, el sentido de «Aristóteles» puede venir dado
por la expresi6n «El preceptor de Alejandro Magno» ; para otros, por ~El
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filósofo griego nacido en Estagira»; para otros más, por «El autor de la
Etiea a Nieómaeo», etc. Pero mientras la referencia no varíe -dirá Frege-
estas diferencias de sentido son tolerables, aunque no deberían aparecer
en un lengua;e perfecto.
Esta manera de hablar del sentido de los nombres propios puede
inducir a cierta confusión sobre la noción de sentido . Parece claro que
Frege admite que el sentido que demos a un nombre propio dependerá de
nuestros conocimientos sobre el objeto o individuo designado por tal
nombre. Mas esto no debe hacer pensar que el sentido consista en, o se
confunda con, nuestra representación del objeto. La representación (Vor-
stellung) que cada cual se haga de un objeto, será algo individual y subje-
tivo , propio de uno mismo y fundado en sus experiencias cognoscitivas y en
su memoria. El sentido (de un nombre propio o de una descripción ) a
través del cual la expresión se refiere al objeto, no es subjetivo ni indivi-
dual, antes bien , es perfectamente objetivo, en cuanto perteneciente a una
realidad objetiva e independiente de la mente individual como es el len-
guaje. Pienso que puede afirmarse con exactitud que, para Frege, el sen-
tido es, en definitiva , condición necesaria para que el lenguaje tenga refe-
rencia. En esto se distingue claramente de Mill, pues para éste la connota-
ción no es condición para que haya denotación.
Condición necesaria, pero no suficiente. Puesto que una expresión
puede poseer sentido. pero carecer de referencia. ¿Por qué? Porque una
expresión tiene senrido en cuanto que expresa un modo de designación
de un objeto, pero. nada se opone a que tengamos maneras múltiples de
designar , a las cuales no corresponda en la realidad objeto alguno. La
expresión «El asesino de Aristóteles» tiene sentido porque expresa una
forma de designar Lln posible objeto, en este caso, una persona, pero no
tiene referencia puesto que , según nuestros conocimientos históricos, nadie
asesinó a Aristóteles. Parece, pt.:es, que el ámbito del sentido crea el
ámbito para la posibilidad de la referencia. La efectiva determinación de la
referencia, sin embargo, es cuestión extralingüística: requiere ir a la rea-
lidad 'y comprobar si hay los objetos a los que nuestros modos de designa-
ción aluden. Aquí podemos aprovechar para hacer una importante pun-
tualización sobre lo que Frege entiende por «objeto) en su teoría del sig-
nificado. No son objetos solamente las realidades físicas, como los orga-
nismos, las personas, las cosas, o sus componentes físico-químicos, sino
que también son objetos las entidades matemáticas, corno los puntos, líneas,
figuras, las diferentes clases de número, etc. Incluso la verdad y la false-
dad, entendidas como luego veremos, son objetos. Frege contrasta los ob-
jetos con las funciones. Los objetos constituyen la referencia de los nom-
bres, y los nombres (en el sentido amplio propio de Frege) son expresiones
completas que incorporan un sentido, esto es, una manera de darse la refe-
rencia, el objeto. Las funciones, por el contrario, son designadas por ex-
presiones incompletas, o como dice Frege, no saturadas; las funciones in-
cluyen los conceptos y las relaciones (véanse sus artículos «Función y
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concepto» y «Sobre concepto y objeto», incluidos, igual que «Sobre sentido


y referencia), en Estudios sobre semántica).
Otro aspecto en el que puede advertirse la insuficiencia del sentido para
la determinación de la referencia es el siguiente. Hasta ahora hemos visto
casos en los que distintas expresione"s determinaban, a través de sus respec-
tivos sentidos, la misma referencia. Pero ocurre que una misma expresión
con un único sentido puede designar objetos distintos, como es el caso de
aquellas expresiones que modifican su referencia de acuerdo con el con-
texto extralingüístico, como por ejemplo : «El abajo firmante), «El que
ahora está hablando ), etc.
Como acabamos de ver, los conceptos son designados por cierto tipo
de expresiones incompletas, a saber, por aquellas expresiones que funcio-
nan como predicados en la oración. También a estas expresiones extiende
Frege la distinción entre sentido y referencia (no habla de ello en el ar-
tículo principal, que estamos comentando, pero sí en «Sobre concep to
y objeto», del mismo año, 1892, y más todavía en un artículo inmediata-
mente posterior, «Consideraciones sobre sentido y referencia), que se
hallaba inédito y ha sido publicado en 1969 en un volumen de escritos
póstumos, hallándose incluidos en b'studios sobre semántica). La idea de
Frege es que una oración asertórica o declarativa puede, segú n el aná lisis
tradicional, descomponerse en dos partes, sujeto y predicado, y que estas
dos porciones se distinguen en que la primera es completa en sí misma,
J la segunda, el predicado, incompleta o no saturada. Esto quiere decir
que el sujeto, un nombre, tiene sentido comple to por sí mismo; el predica-
do, en cambio, lleva consigo un lugar vacío, y sólo cuando un nombre
ocupe ese lugar adquirirá un sentido completo. El concepto designado por
el predicado es, por ello, una función que tiene como argumento el objeto
designado por el sujeto, y que adquiere como valores los dos valores verí-
tativos, verdad y fa lsedad . Frege suminist ra el siguiente ejemplo (<<Fu nción
v concepto», p. 32 de Estudios sobre semántica).

César conquistó las Galias


El sujeto es «César», nombre que tiene una referencia (histórica) y
un cierto sentido (acerca del cual puede haber divergencias, como vimos
a propósito de «Aristóteles»). El predicado es «conquistó las Galias», ex·
presión que designa o tiene como referencia un cierto concepto. Este con-
cepto es una funci6n que, teniendo como ar~umento el objeto des ignado
por el nombre «César», adquiere el valor verdad. Si tuviera como argu-
mento un objeto distinto, por ejemplo, el personaje romano denotado por
el nombre «Marco Amonio», la función adquiriría el valor falsedad.
Con esto queda dicho cuál es la referencia de un predicado o término
conceptual : es un concepto. Y un concepto es una función de un argumen to
cuyo valor es un valor veritativo. Pero ¿cuál es el sentido de un predicado?
Frege ha dejado este punto sumido .en la oscuridad. Por analogía con el
sentido de un nombre, podríamos pensar que PI sentido de un término con·
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ceptual es el criterio que nos permite decidir si el término puede prerucarse


con verdad o no de cierto objeto. Dicho de ami forma: el criterio que nos
permite decidir si, para un argumento determinado, la función designada por
el término posee el valor verdad o el valor falsedad . Con relación al ejem-
plo mencionado, el sentido del predicado «conquistó las Galias» sería el
criterio que nos permita decidir que para el nombre «César» la oración
es verdadera y para el nombre «Marco Antonio» es falsa. Esto tal vez no sea
mucho decir , pero Frege no ha aportado más c1aridad a esta cues tión.
En qué medida la clasificación semántica de las expresiones y la apli-
cación de los conceptos de sentido y referencia dependen, para Frege, de
la fo rma de las expresiones y de que funcionen en la oración como sujetos
o como predicados, puede comprobarse por una complicación ulterior que
Frege no duda en introducir en su doc trina . Acabamos de ver que un con-
cepto es la referencia de un predicado . Así r la referencia del término pre-
dicativo «triángulo» es el concepto de triángulo. Pero ¿cuál es la referen-
cia de la expresión «el concepto de triángulo»? Seg'.Ín Frege, no un con-
cepto, sino un objeto (<<Sobre concepto y objeto», p. 109 de Estudios
sobre semántica).
y no puede ser de otro modo puesto que la expresión «el concepto de
triángulm) no es una expresión predicativa, no funciona como predicado
en una oración, sino que funciona como sujeto, y su propia forma lingüísti-
ca, ese comienzo con «el», indica que no designa una función . Por consi-
gu iente, al hacer una afirmación sobre el concepto de triángulo, al decir ,
por ejemplo, «El concepto de triángulo es muy sencillo», predicamos algo,
la sencillez en est~ caso, de un objeto de cierto tipo peculiar. Al llegar
aquí, uno puede preguntarse impaci~nte : Y bien, pero ¿qué es un objeto?
A 10 cual , Frege sólo puede responder apelando de nuevo al criterio lin-
güístico. Un objeto es algo· que pertenece a una ca tegoría última del análi-
sis, y que, en co nsecuencia, no puede ser ulteriormente analizado ni admite
descomposición lógica. y por tanto no puede ser definido (<<Función y
concepto», p. 33 en op. cit .). Lo l.Ínico que puede decirse es que objeto es
todo aquello que , a di ferencia de una función. es designado por una ex-
presión completa, por una expresión que no muestra ningún lugar vacío,
po: una expresión que funciona como suje to en una oración. Y éste es
ciertamente el caso de cualquier expresión de ]a forma «El concepto de F».
H emos visto, pues, en qué consiste el sentido y la . referencia tanto para
el sujeto de la oración) los nombres, como para el predicado, los términos
conceptuales. Pero Frege se pregunta, además, por el sentido y la referencia
de la oración, como taL A ello dedicará la segu nda mitad de su trabajo
«Sobre el sentido y la referencia».
Lo primero que hay que observar aquí, es que las oraciones cuyo sujeto
carece de referencia no por eso dejan de ser inteligibles, o de expresar
algo. En la afirmación «Don Quijote arremetió cont ra los molinos de
viento», es claro que el nombre que hace de sujeto no tiene referencia (tal
y como Frege ha entendido la referencia), y sólo por esto hay que negar
que la oración , como tal y en conjunto, la tenga. Pero es una afirmación
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que entendemos. Sabemos lo que qu iere decir , e incluso, sobre la base de


ot ras afirmaciones que conocemos sobre ese personaje, podemos represen-
tarnos, mental o gráficamente, el conten ido de esa ' oración, aun cuando a
tal contenido nunca haya correspondido nada en la realidad del mundo.
La oración tiene un sentido. El sentido consiste -según Frege- en el
pensamiento que expresa, teniendo en cuenta que llama «pe nsam iento», no
al acto subjetivo de representarse el contenido de la oración, sino a este
contenido que diferentes personas en diferentes momentos pueden repre-
sentarse en acontecimientos mentales distintos.
¿Cuál es la consecuencia de que el sujeto de esa oración no tenga
referencia? Que no pode mos preguntarnos si el concepto designado por
el predicado «arremetió contra los molinos de viento» se aplica correcta-
mente o no al objeto designado por el sujeto (pues to que tal objeto, que
sería la referencia, no existe). Dicho en los términos técnicos de Frege:
que la función designada por 'el predicado carece de argumento, y
por consiguiente, también de valor . Y puesto que los valores posibles de
esa func ión serían los dos valores veritativos, esto significa que no podemos
preguntarnos por la verdad o la falsedad de esa oración. Una oración cuyo
sujeto carezca de referencia no es ni verdadera ni falsa. Es, por tanto, la re-
ferencia del sujeto la que nos permite asignar un valor veritat ivo a la ora-
ción, y es, sin duda, esta conexión entre aquella referencia y dichos valores,
la que conduce a Frege a completar su teoría del significado estableciendo
que la referencia de una oración es precisamente su valor veritativo. Pues,
'como escribe: «¿ Por qué queremos que cada nombre tenga no sólo un sen-
tido sino también una referencia? ¿Por qué no es suficiente el pensamien-
to? Porque, y en la medida en que, 10 que nos interesa es el valor verita-
tivo». (<<Sobre sentido y referencia», p. 59 de Estudios sobre semántica).
La consecuencia es extraña, pero, dentro de su teoría, armónica. Ya que
la referencia de una oración es su valor veritativo, todas las oraciones
verdaderas tendrán la misma referencia, la verdad; y todas las oraciones
falsas poseerán asimismo referencia idéntica, la falsedad. Y puesto que la
referencia es, para el sujeto de la oración, el objeto designado por el nombre,
Frege no dudará en dar el siguiente paso: los valores veritativos son obje-
tos, y las oraciones son sus nombres. Todas las oraciones verdaderas son
nombres de lo verdadero, y todas las oradones falsas son nombres de lo
falso. Pero ¿en qué consisten la verdad y la falsedad como objetos? ¿Qué
es un valor veritativo? Frege aquí se limitará a decir: el valor veritativo
de una oración es la circunstancia de que sea verdadera o falsa (op. cit., pá-
gina 60). Y ciertamente esto no es aclarar mucho.
Frege se ocupa de subrayar que su posición cumple con el principio
leibniziano de poder sustituir, en una oración, una expresión por otra con
la misma referencia, sin que varíe la referencia de la oración, esto es, su
valor veritativo. No cambia la verdad de la afirmación «El preceptor de
Aleajndro Magno escribió la Etiea a Nie6maeo» , si en su lugar decimos
«El filósofo griego nacido en Estagi ra escribió la Etiea a Nieómaeo». La
sustituibilidad de expresiones salva veritate suministra, así, un apoyo in-
184 Pn'ncipios de Filosofia del Lenguaje

directo a la doctrina de Frege. Puesto que el valor veritativo de una ora-


ción no varía al sustituir sus exp resiones por otras que posean la misma
referencia, esto pa rece confirmar que es correcto considerar el valor veri-
tativo como la referencia de la oración.
Hay, sin embargo, un caso en el que las' oraciones no tienen como re-
ferencia su valor veritativo: cuando aparecen como oraciones subordinadas
en el estilo indirecto. Consideremos el ejemplo de Frege (op. cit., p. 65):

(3) Copérnico creía que las órbitas de los planetas so n circulares

Según Frege, la oración subordinada comenida aquí, esto es, la oración:

(4) Las ó rbitas de los planetas son circulares

no se refiere , tal y co mo aparece en (3), a su valor veritativo, y .1a razón


es que la verdad o falsedad de la oración conjunta (3) es independiente del
valor veritativo de la subordinada, es decir , de (4). Es verdadero o falso
que Copérnico creía eso, con independencia de que sea verdadero o falso el
contenido de su creencia. Por ello, la sus titución de la oración subordinada
por otra con el mismo valor veritativo no garantiza que la oración con-
¡unta conserve su valor veritarivo. Para Frege, una oración, en su uso
indirecto o subordinado, adquiere como referencia el pensamiento que
expresa, de manera que lo que es su sen tido en el uso directo o principal,
pasa a se r su referencia en el uso indirecto . En el ejemplo anterior, la
referencia de la subordinada en (3) es el sentido que esta propia oración tie-
ne cuando se utiliza fuera de un contexto indirecto, como en (4). ¿Y cuál
es su sentido cuando está en un contexto indirecto como (3)? Lo que
dice Frege es oscuro: el sentido de una oración en el es tilo indirecto no
es un pensamiento, sino el se ntido de las palabras «el pensamiento de
que ... », frase que no contiene un pensamiento, puesto que no constituye
una oración.
Hemos visto antes que los nombres pueden tener sentido y ca recer
de referencia. Lo propio aCOntece con las oraciones. Una oración declara-
tiva cuyo s,ujeto no tenga refe rencia carecerá de valor veritativo, no será
ní verdadera ni falsa, y en consecuencia, es tará falta de referencia. Pero
esto no significa que no tenga sentido, pues puede mu y bien, a pesar de
su falta de valor veritativo, expresar un pensamiento. Es lo que ocurre en
la ficción li teraria. No necesitamos, para comprender y gozar de una novela,
poesía u obra teatral , que sus nombres posean referencia, que denoten
personas, lugares o cosas existentes, y, por consiguiente, no nos plantea-
mos si las afirmaciones contenidas en la obra liceraria son verdaderas o
falsas. lo relevante para el goce estético es el sentido, más otras cosas,
evidentemente más subjetivas, como lo que Frege llama alguna vez «la
matización o coloración del sentido», que es algo en lo que pueden
diferir varias expresiones que , sin embargo, posean idéntico sentido (véa-
se la nota séptima de «Sobre concepto y objeto »). Oraciones que , como
6. A /a busca de/lenguaje perfecto 185

las citadas, carezcan de referencia, simplemente serán irrelevantes para la


investigación científica así co mo para el cálculo lógico, pues en ambos casos
es cuestión central la del valor verirativo de las oraciones qu e se manejan.
Pero hay otro caso más en el qu e nos tropezamos con oraciones sin re-
ferencia, es to es, sin va lor veri tativo. A saber, cuando estamos ante oracio-
nes que no son declarativas, ante oraciones que no pretenden decir nada
sobre los hechos, los objetos, sus propiedades o sus re laciones, sino que
po~een diferente función en el lenguaje. Es el caso de los imperativos . Los
impe rativos no expresan pensamientos, en el estricto se'nfido que Frege ha
dado a este último término . E l sentido de un imperati vo consiste en arra
cosa: puede ser un ruego, una petición, un mandato, una prohibición ...
Pero nada de esto es un pensamiento, porque no se trata de contenidos
que puedan ser verdaderos o falsos (<<Sobre sentido y referencia», p. 67 de
Estudios sobre semántica). Por esto añadirá Frege que un mandato, au nque
no sea un pensamiento, está al mis mo nivel que és te; pues, en efecto, un
mandato es el sentido de un cierto tipo de oraciones, como un pensam ien-
to constituye asimismo el sentido de otro tipo distinto de oraciones. Dicho
de otra forma, que los sentidos de las oraciones pueden consistir en pen-
samientos, ruegos , mandatos, etc. Huelga añadir que las oraciones cuyo
sentido es de alguna de estas últimas clases (y tal es el caso de las oracio-
nes imperativas), carecen de referencia, puesto que no pueden se r ni
verdaderas ni falsas (véase también su posterior trabajo «Der Ged¡lnke», en
Kleine Schriften).
P ara que podamos preguntarnos por la ve rdad o falsedad de una
oración debe, pues, tratarse de una oración declarativa en pri mer lu gar ,
y segu ndo , debe ser una oración cuyo sujeto y predicado tengan referen-
cia. El hecho de que en el lenguaje común se utilicen con frecuencia ora-
ciones cuyo suje to no denota nad a ,es considerado por Frege como una
imperfección lógica que aleja al lenguaje ordin ario de lo que sería un
lenguaje lógica mente perfecto (<<Sobre sentido y referencia», op. cit .} pági-
nas 69 y ss.). Pues un lenguaje lógicamente perfecto es un lenguaje en el
que cada oración tiene un valor veritati vo, y esto presupone que los nom-
bres que aparecen en la oración tienen referencia. Dicho en palabras de
Frege: «Un lenguaje lógicamente perfecto (conccptografía) debe cumpli r la
condición de que toda expresión gramaticalmente bien construid a como
nombre a partir de signos ya introducidos, designe realmente un objeto, y
que no se introduzca un nuevo signo como nom bre sin que se le asegu re
una referencia» (loe. cit.). Más adelante veremos la diferente solución que
da Ru ssell al problema de las expresiones sin referencia; muchos años
después, criticando a Russell, Strawson mantendrá una posición semejante
a la de Frege.
Al fi nal del artículo que es tamos comentando, Frege vuelve sobre la
paradoja de la identidad, con la que había iniciado su discurso. La solución
resulta , ahora, en extremo simple. La afirmación «x es idéntico a Y» difie-
re de «x es idéntico a x» en la medida en que expresan pensa mientos dis-
tintos, y esto último ocurre en tanto en cuanto «x» e «Y», aun teniendo
186 Principios de- Filosofia del Lenguaje

la misma reterencia, tengan sentido diverso. La diferencia entre ambos


enunciados es una diferencia en lo que llama Frege «valor cognosci tivo»;
es el cipo de diferencia que hay entre las oraciones que tomábamos como
ejemplo al principie, a saber:

(1) El autor de la Etica a Nicómaco es el preceptor de Alejandro


Magno y
(2) El preceptor de Alejandro Magno es el preceptor de Alejandro
Magno

Ambas oraciones son verdaderas, pero la primera establece una identi-


dad valiéndose de nombres que, aun cuando con referencia idéntica, tienen
sentido distinto. No es lo mismo designar a una persona como autor de
cierto libro de ética, que designarla como preceptor de determinado em-
perador. En cambio, (2) establece la identidad sirviéndose de nombres con
idéntica referencia e idéntico sentido, con 10 que se convierte en una ver-
dad analítica o tautológica, a diferencia de la verdad empírica, de hecho,
que aparece en (1). Esta es la diferencia de valor cognoscitivo a que alude
Frege, y que procede de los diferentes pensamientos expresados en ambas
proposiciones. Resultará patente, no obstante, que este pequeño problema
no es sino una excusa para el desarrollo de unos conceptos, sentido y re-
ferencia, cuya aplicación va mucho más allá de es tos límites, y cuya influen-
cia vamos a comprobar en una gran parte de la teoría del significado a lo
largo del siglo xx.
Durante la primera mitad del siglo, sin embargo, esa influencia fue im-
plícita e indirecta; fundamentalmente se ejerció a través de Russell, y así
está presente en Wittgenstein. Sólo después de 1940 se encuentran estu-
dios detenidos sobre los conceptos semánticos de Frege, primero en
Church, que fue quien resca~ó el artícu lo de Frege de su olvido, y luego en
Carnap. Estas consideraciones han solido ir acompañadas de críticas cons-
tantes, pero éstas han sido a veces extremadamente confusas. Así, la crítica
que Russell le hace (en «On Denoting») resulta difícilmente inteligible, y
probablemente encierra alguna confusión de fondo por parte de Russell
(véase el cap. 2.2 de la obra de Thiel, Sentido y referencia en la lógica de
Gottlob Frege) . Tampoco las críticas de Ca rnap (en la secc. 30 de M eaning
and Necessily) parecen todas ellas justificadas, aunque acaso el método de
análisis de Camap sea superior al de Frege ; esto lo veremos en su momento,
y aquí no entraremos en detalle sobre estas críticas . Resumiré únicamente
los aspectos que me parecen claramente más débiles en los conceptos de
Frege.
Primero de todo , es claro que la referencia, tal y como aparece en mu-
chas de las afirmaciones anteriores, no es propiamente parte del significado
(tomado este término en un sentido amplio). Si la referencia de un nombre
es un objeto, y la de un predicado, una función , esto son realidades extra-
lingüísticas a las que conectamos el lenguaje, como lo serían los valores
veritativos para la oración. De alguien que no conozca la referencia de un
6. A la busca de/lenguaje perfecto 187

nombre o que no sepa si una cierta afirmación es verdadera o falsa, no


diríamos que no sabe lo que quiere decir el nombre o la oración en cues-
tión (v. Dummett, Frege. Philosophy o/ Language, pp. 84 Y 91). Se puede
no saber a quién se refiere el nombre «el preceptor de Alejandro Magno»,
entendiendo perfectamente el significado de esta expresión. O se puede
ignorar si es verdadera o falsa la oración «El preceptor de Alejandro Magno
escribió la Etica a Nicómaco», sabiendo bien lo que ésta significa. Las
entidades designadas por las expresiones lingüísticas, sean aquellas materia-
les o intelectuales, concretas o abstractas, no son, en sentido propio, parte
de lo que las expresiones significan. Lo que sí se puede tomar como parte
de su significado es la función que cumplen las expresiones de remitir o
referir a entidades extralingüísticas. Algunas de las afirmaciones de Frege
pueden, probablemente, entenderse de esta forma, pero es patente que sus
palabras ocultan, en general, la distinción que estoy apuntando. Se trata,
simplemente, de la diferencia que hay entre la función denotativa o refe-
rencial de las expresiones, y lo denotado en el cumplimiento de tal función.
Yo preferiría reservar el término «referencia» o «denotación» para esa
función, y llamar a las entidades designadas, objetos o lo que que quiera
que sea, «lo denotado». Esto evitaría la dificultad que se acaba de apuntar
sobre la terminología de Frege, pues ahora resulta obvio que lo denotado
no es, ni puede ser, parte del significado de las expresiones, pero no hay
por qué negar que 10 sea la función denotativa que éstas poseen. Se trata,
en suma, de la distinción que, a otro propósito y dentro de la teoría semió-
tica, hicimos en el capítulo segundo entre el significado de los signos y
lo significado por los signos. Entonces, esta terminología nos bastaba para·
nuestros fines. A partir de ahora, en que hemos entrado en posesión de los
conceptos de Frege, debemos evitarla. En lugar de «lo significado» diga-
mos «lo denotado». Y en el significado empecemos por distinguir ingre-
dien tes . De momento tenemos ya la función referencial o denotativa (abre-
viadamente: la referc.:ncia) y el sentido.
Lo que contribuye a determinar la referencia, en mayor o menor me-
dida según los casos, es el sentido . Es curioso, por ello, que este concepto
quede tan confuso en la doctrina de Frege. Primero, resulta sumamente
problemática su aplicación a los nombres propios en sentido estricto. Según
lo que hemos visto, el sentido del nombre «Aristóteles» variará para las
personas según lo que cada cual sepa de ese personaje, y de acuerdo con
las características que elija para identificarlo como lo denotado por el nom-
bre en cuestión. Que con esto se subjetiviza el sentido y se ]0 saca del ám-
bito de lo lingüístico parece patente, a pesar de las intenciones de Frege.
En su momento veremos algunos esfuerzos realizados por hacer más plau-
sible la tesis de Frege; como ya explicaré entonces, pienso que sobre este
punto hay que darle la razón a Mili, si se quiere ser fiel al modo como fun-
cionan los nombres propios en el lenguaje ordinario. Que para identificar
a la persona denotada por el nombre «(Aristóteles» cada cual recurra a lo
que sepa de ella, se comprende. Preguntado sobre quién fue Aristóteles,
uno puede decir: el discípulo de Platón nacido en Estagira; otro: el autor
188 Principios de Filosofía del Lenguaje

de la Etiea Nieomaquea; . un tercero: el filósofo preceptor de Alejandro


Magno; etc. Y quien sepa lo suficiente elegirá, entre estas y otras muchas
más, la identificación que más le guste. Pero ¿qué se soluciona o se aclara
manteniendo que cualquiera de estas descripciones constituye el sentido del
nombre «Aristóteles»? ¿Es que para un especialista en Aristóteles, este
nombre posee varías miles de sentidos? ¿Acaso adquirió el nombre «Aris-
tóteles» (o para ser más preciso: su equivalente griego) un sentido que
antes no tenía cuando este filósofo hubo escrito el libro que conocemos
como Etica Nicomaquea? Los problemas que plantea esta teoría son más
que los que soluciona, y al dar entrada al sentido como in grediente del
significado de los nombres propios , se aparta decisivamente de la función
que éstos cumplen en el lenguaje ordinario, que es la de denotar un objeto
señalándolo entre los demás. La función de los nombres propios se agota
en la referencia. Que muchos nombres propios tengan algún sentido o
connoten alguna característica, muchas veces por razón de su etimología,
es cierto, pero accidental. Así, por ejemplo. la mayoría de los nombres de
pila que usamos en muchas lenguas connotan masculinidad o feminidad,
puesto que se aplican a hombres o a mujeres pero no a ambos. Pero esto
es tOtalmente accidental con respectO a la función del nombre, y aquellos
nombres que se aplican indistintamente a hombres y mujeres no cumplen
su función peor que los otros. Volveremos sobre esta cuestión con más
detalle cuando, en un capítulo ulterior, estudiemos la teoría de Kripke.
Por lo que respecta al sentido de los términos conceptuales, la posición
de Frege es, no ya objetable, sino -como hemos visto-- del todo oscura.
Si el concepto es lo denotado por el término conceptual, ¿cuál es su senti-
do ? Frege no da una respuesta clara, y tampoco resulta fácil imaginarla.
Donde más claro resulta el sentido, aparte de las descripciones defini-
das, es en las oraciones. Que el sentido de una oración sea el pensamiento
expresado por elIa, o como se dirá posteriormente: la proposici6n conte-
nida en ella, no parece presentar dificultades . Pero no resulta tan fácil de
entender que las oraciones hayan de poseer también una función referencial
propia, y menos aún que ésta consista en denotar un valor veritativo.
Puesto que, como Frege ya ha aceptado, las oraciones no declarativas care-
cen de referencia, y pues to que en el mismo caso están las oraciones cuyo
sujeto no la tiene, ¿por qué empeñarse en hacer un caso aparte de las
oraciones que son verdaderas o falsas? No se ve bien la necesidad de elIo,
sobre todo si la consecuencia es convertir tales oraciones en nombres de
esos extraños objetos que son los valores veritativos. Como vamos a ver,
Wittgenstein empezó por negar que las oraciones sean nombres de algo,
y Russell reconoce que fue aquel quien le convenció de ello.
Para acabar, subrayemos el interés de Frege por lo que llama un
«lenguaje 16gicamente perfecto». Encontraremos de nuevo este interés
en RusselL Y notemos que un lenguaje así es, para Frege, no ya un lenguaje
que cumpla con determinadas reglas formales, sino, más aún, un lenguaje
en el que todas sus expresiones tengan referencia, y' por tanto, un lenguaje
6. A la busca de/lenguaje perfecto 189

conectado en todos sus puntos con la realidad. En consecuencia, un len-


guaje cuyas oraciones serán todas o verdaderas o falsas.

6.4 El atomismo lógico

El propósito de Russell es semejante al de Frege, y análoga la justifica-


ción de su interés por las condiciones que ha de cumplir un lenguaje para
alcanzar la perfección lógica. Pero en Russell, la reflexión se da en un
contexto filosófico más rico y logra un grado de elaboración más alto. En
la doctrina de Rusell, tanto los supuestos epistemológicos como las conse-
cuencias metafísicas poseen una riqueza y tienen una explicitación del
todo ausentes en Frege. La teoría de Rusell es denominada por él, en virtud
de las razones que mencionaremos, «atomismo lógico», y alcanza su ma-
durez hacia 19 18, año en que pronuncia las conferencias tituladas «La fi-
losofía del atomismo lógico».
Aquí caracteriza su tema como de gramática filos6fica, y lo justifica
así: «Creo que prácticamente toda la metafísica tradicional está llena de
errores que se deben a la mala gramática, y que casi todos los problemas
y (supuestos) resultados tradicionales de la metafísica se deben a no hacer,
en lo que podemos llamar la gramática filosófica , el tipo de distinciones
de las que nos hemos ocupado en estas conferencias (op. cit., conferen-
cia VIII). Y unos años después, en un resumen de su teoría, escribiría:
«Creo que la influencia del lenguaje en la filosofía ha sido profunda y casi
no reconocida. Para que ·esta influencia no nos extravíe, es necesario que
seamos conscientes de ella , y que deliberadamente nos preguntemos en qué
medida es legítima. (. .. ) En este aspecto, el lenguaj e nos extravía por su
vocabulario y por su sintaxis. Debemos estar en guardia sobre ambas cosas
para que nuestra lógica no nos conduzca a una falsa metafísica.» (<<El ato-
mismo lógico», 1924, pp. 330-331 de Logic and Knowledge).
En cumplimiento de estas advertencias, Russell desarrollará un tipo
de análisis del lenguaje que aspira a poner de manifiesto sus imperfeccio-
nes lógicas, contras tándolas con las cualidades de un lenguaje lógicamente
perfecto. ¿Cómo es un lenguaje de esta clase? Lo primero que Russell
va a decir hace referencia no tanto al lenguaje en sí y a su estructura for-
mal cuanto a la relación entre el lenguaje y la realidad. La primera condi-
ción para que un lenguaje sea lógicamente perfccm es una condición semán-
tica: que las palabras de cada proposición correspondan una por una a los
componentes del hecho correspondiente. Se exceptúan palabras tales como
«o», «no», «si. .. entonces», las cuales tienen una función diferente, es
decir, las cuales carecen de conexión directa con la realidad; son las pala-
bras que exp resan modos de componer oraciones, y que pueden traducirse
a functores lógicos, y que, naturalmente, está n incluidas en lo que antes he-
mos llamado «términos sincategoremáticos ~. Queda así establecido por
Russell el principio de isomorfía semántica: «en un lenguaje lógicamente
perfecto habrá una sola palabra para cada objeto simple, y. todo lo que no

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