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Aquí aparece algo fundamental.

El hombre no puede dominar de manera


despótica desde su voluntad autónoma,  sino que debe configurar su dominio a
partir de la ordenación fundamental de la creación.  Debe poseerla, configurarla y
transformarla en base a su conocimiento en tanto éste le posibilita captar lo que
las cosas son en sí mismas. “El hombre tiene la tarea de desarrollar en el ámbito
de la libertad finita, en la forma de historia y de cultura,  lo que Dios con su
libertad absoluta ha creado como naturaleza.”18
Los textos bíblicos nos relatan todavía dos momentos más, de gran importancia
para comprender los derroteros que toma la ordenación hacia el dominio y el
poder en la existencia humana.  El primero de ellos,  la caída,  la traición o el
intento por parte del hombre de prescindir de Dios.  El hombre hizo lugar a la
duda a la que era inducido por el tentador y cuando efectivamente la tentación se
presentó,  sucumbió su ánimo ante la aparente posibilidad de erigirse en señor
por derecho propio.

“Con todo,  antes como después,  el hombre posee el poder y la posibilidad de


dominar.  Pero el orden dentro del cual tenía su sentido el poder,  porque era
servicio y estaba garantizado por la responsabilidad del auténtico Señor,  ha sido
trastocado.”19
El otro momento fundamental para comprender el carácter que tiene el poder  en
la existencia del hombre, o más propiamente,  para comprender el carácter del
poder en la existencia del hombre cristianamente entendida, lo constituye la
Redención.

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