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sino también en cuanto a los demás cambios; y ésta (980b) es doctrina peculiar suya. Así, pues,
entre los que sostienen que todo es uno, nadie llegó a concebir tal causa, a no ser, quizá,
Parménides, y éste, en tanto en cuanto afirma que no sólo un elemento, sino dos, en cierto modo,
son causas. En cambio, a los que dicen que son más, les es más fácil enunciarla; por 5 ejemplo, a
los que admiten como tales lo Caliente y lo Frío o el Fuego y la Tierra; pues atribuyen al Fuego la
naturaleza motriz, y al Agua y a la Tierra y otros elementos semejantes, lo contrario. Después de
éstos, y considerando que tales principios no bastaban para generar la naturaleza de los entes, y
de nuevo obligados, como hemos dicho, por la verdad misma, otros filósofos 10 buscaron el tercer
principio. Pues de que en unos entes haya y en otros se produzca lo bueno y lo bello sin duda no
es causa ni el Fuego ni la Tierra ni ninguna otra cosa semejante, ni probablemente aquéllos lo
creyeron. Y tampoco estaría bien confiar a la casualidad y al azar tan gran empresa. Por eso 15
cuando alguien dijo que, igual que en los animales, también en la naturaleza había un
Entendimiento que era la causa del mundo y del orden todo, se mostró como hombre prudente
frente a las divagaciones de los anteriores. Sabemos con seguridad que Anaxágoras adoptó este
punto de vista; pero se dice que su 20 primer iniciador fue Hermotimo de Clazómenas. Así, pues,
los que pensaban de este modo afirmaron que la causa del bien era el principio de los entes y, al
mismo tiempo, el principio de donde reciben los entes el movimiento.